Confianza Inquebrantable - Joyce Meyer

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Copyright © 2017 por Joyce Meyer


Traducción al español copyright © 2017 por Casa
Creación/Hachette Book Group, Inc.

Traducido por: www.thecreativeme.net (Tr. Peggy Tovar, Ed.


Ernesto Giménez) Diseño de la portada por: Amber Majors
Foto de la autora por: Chad Spickler

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Las citas de la Escritura marcadas (RVR1995) corresponden a la


Santa Biblia Reina Valera 1995® © Sociedades Bíblicas
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Las citas de la Escritura marcadas (BLPH) corresponden a la


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Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España.

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Primera edición: Septiembre 2017


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ISBN 978-1-546-03180-2

E3-20170722-JV-NF
CONTENIDO

Cubierta
Página del título
Derechos de Autor
Introducción

Capítulo 1: ¿Qué es la confianza?


Capítulo 2: La confianza que nos hace descansar
Capítulo 3: ¿En quién puedo confiar?
Capítulo 4: La necedad de la autosuficiencia
Capítulo 5: Confiar en Dios y hacer el bien (parte1)
Capítulo 6: Confiar en Dios y hacer el bien (parte2)
Capítulo 7: En todo tiempo
Capítulo 8: Si Dios es bueno, ¿por qué sufre la gente?
Capítulo 9: ¿“Permite” Dios el sufrimiento?
Capítulo 10: Las razones de nuestro sufrimiento (parte1)
Capítulo 11: Las razones de nuestro sufrimiento (parte2)
Capítulo 12: Al otro lado del sufrimiento
Capítulo 13: Día a día
Capítulo 14: Lo desconocido
Capítulo 15: En la sala de espera de Dios (parte1)
Capítulo 16: En la sala de espera de Dios (parte2)
Capítulo 17: Cuando Dios guarda silencio
Capítulo 18: Confiar en Dios en tiempos de cambio
Capítulo 19: Realmente quiero cambiar
Capítulo 20: Confiemos en que Dios cambiará a los
demás
Capítulo 21: Lidiar con la duda
Capítulo 22: ¿Cuánta experiencia tiene?
Capítulo 23: Encomiende todo a Dios

Sobre la autora
¿Tenemos una verdadera relación con Jesús?
Notas
Boletines
INTRODUCCIÓN

No puedo imaginarme un tema sobre el que sea más


importante escribir que la confianza en Dios. Este es un tema
fundamental, ya que cuando decidimos confiar en Dios los
beneficios son innumerables y asombrosos. Confiar en Dios
es una forma muy importante de honrarlo.
Desde el principio de este libro quiero subrayar que confiar
en Dios no es una obligación, sino un privilegio que Él pone a
nuestra disposición. Se nos invita a confiar en Dios, y al
hacerlo, le abrimos la puerta a una vida de paz, gozo y
provecho.
Añadirle una buena porción de confianza en Dios a todo lo
que hacemos nos ayudará a vivir sin preocupaciones,
ansiedad, miedo, cavilaciones o estrés. Yo por ejemplo estoy
confiada en que Dios me ayudará a escribir este libro. Eso
significa que reconozco que no sé todo lo que necesito saber
sobre Él y que estoy convencida de que sin Él el libro no será
bueno. Dios quiere que dependamos de Él en todo momento
y en todo lo que hacemos. Nada es demasiado pequeño para
Dios cuando sus hijos están preocupados.
Los seres humanos tendemos a apoyarnos en nosotros
mismos y ser autosuficientes, y por ello nos toma algo de
tiempo aprender a confiar en Dios. Parte de la dificultad
proviene de nuestras malas experiencias, que a menudo nos
enseñan que no siempre se puede confiar en los demás. Pero
los caminos de Dios están muy lejos de los de estos
individuos y su Palabra nos dice que a causa de su carácter Él
no puede mentir o engañar. En este libro espero enseñarle que
usted puede aprender a confiar sin límites y tener una fe más
allá de la razón. La confianza total en Dios debe ser nuestra
meta, no solo porque honra a Dios sino también porque los
beneficios son increíbles.
Dios se complace cuando confiamos en Él. Hebreos 11:6
dice que “sin fe es imposible agradar a Dios”. La fe y la
confianza están tan conectadas que no podemos separarlas.
La fe es la sustancia que invita a Dios a nuestra vida. A través
de ella Él mantiene su presencia en nosotros y nos conecta a
Él de una manera poderosa.
Tenemos un enemigo, Satanás, que constantemente está
tratando de evitar que tengamos una relación con Dios y que
disfrutemos de la vida que Él nos ofrece. Satanás nos tienta
con miedos, preocupaciones y ansiedad, pensamientos, estrés,
y dudas que alejan nuestra mente de Dios y nos conducen a
una vida egocéntrica en la que tratamos desesperadamente de
cuidar de nosotros mismos.
El único antídoto para este sufrimiento es una confianza
total en Dios. Oro para que al leer este libro usted reciba la
gracia de entregarle completamente a Dios todo lo que le
preocupa, en toda situación y en todo momento.
Cuando lea y estudie este libro, mantenga este pasaje en
mente:

“Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya


confianza es Jehová”.
Jeremías 17:7
CAPÍTULO 1

¿Qué es la confianza?

El principio de la ansiedad es el final de la fe, y el


principio de la fe es el final de la ansiedad.
George Mueller

Cuando confiamos en alguien o algo que resulta digno de


confianza, eliminamos la ansiedad. Es muy importante
entonces aprender lo que es la confianza y cómo debemos
confiar. En especial, cómo confiar en Dios.
El diccionario Noah Webster de 1828 define confianza
como: “Seguridad; certeza o descanso mental en la integridad,
veracidad, justicia, amistad u otro principio sólido de otro
individuo”.1 El que pone su confianza en el Señor, estará
seguro (ver Proverbios 29:25).
La confianza nos permite vivir sin pesos, cargas o
preocupaciones, porque confiamos en que otro lidiará con
nuestros problemas. En vez de llevar una carga constante,
podemos disfrutar de una seguridad maravillosa en nuestra
alma.
Para poder confiar en Dios y entregarle nuestras
preocupaciones a Él, debemos tomar la decisión de hacerlo. El
salmista David hablaba frecuentemente de poner nuestra
confianza en Dios. La expresión “vestíos” implica acción, y
aparece con frecuencia en la Palabra cuando Dios nos da
instrucciones específicas como vestíos de amor, vestíos del
nuevo hombre, etcétera (ver Colosenses 3:14; Efesios 4:24).
La Biblia dice “Echa sobre Jehová tu carga [liberándote de
ese peso], y él te sustentará…” (Salmo 55:22). Me gusta la
idea de soltar el peso de una carga. Muchas veces vivimos con
un peso en la mente y el corazón, pero Dios nos invita a
disfrutar una mejor calidad de vida que solo alcanzamos si
ponemos nuestra confianza en Él. Noah Webster dice que la
confianza es un descanso mental. El apóstol Pablo lo confirma
cuando dice que quienes creen (confían) en Dios entrarán en
su descanso (ver Hebreos 4:3).
Una forma de saber si estamos confiando en Dios más que
simplemente tratando de hacerlo, es fijándonos si nuestra
alma descansa en la fidelidad de Dios. Si yo digo que confío
en Dios, pero llevo continuamente la carga de la preocupación
y la ansiedad, quiere decir que no le he dado la carga al Señor.
Tal vez lo deseo. Tal vez lo estoy intentando. Pero aún no lo
he hecho.
Comprender esto me ha ayudado a aprender que la
verdadera confianza en Dios es más que palabras: es soltar el
peso de mi carga, una acción decisiva que le da paz a mi alma
(a mi mente, mi voluntad y mis emociones). Imagínese que a
todas partes lleva un pesado morral lleno de rocas. Lo lleva al
trabajo, al supermercado, a la iglesia. Es una carga pesada,
pero la sigue llevando. Ahora imagínese que decide soltarla.
Solo piense en lo bien que se sentiría y en lo fácil que sería
todo. Eso es lo que ocurre cuando nos preocupamos y
llevamos la carga con nosotros, en vez de entregársela a Dios.
Seguimos funcionando y haciendo lo que tenemos que
hacer, pero el peso de la carga coloca una gran cantidad de
estrés sobre nosotros y dificulta mucho nuestra vida. Usted
puede decidir soltar su carga hoy y confiar en Dios. Si lo hace,
no se arrepentirá.
Conozco a muchos que afirman confiar en que Dios se
hará cargo de sus problemas, pero siguen mostrándose
asustados, preocupados y tratando desesperadamente de
entender qué es lo que deben hacer. Esto solo demuestra que
creen que deben confiar en Dios y que desean hacerlo, pero
que aún no lo han hecho. Dicen que confían en Dios, pero
están abrumados por las preocupaciones.
He aprendido que la mejor manera de llevar nuestra
relación con Dios es confiando en Él. Él ya sabe la verdad, y
eso nos ayudará a enfrentarla. Yo pasé muchos años diciendo
que confiaba en Dios pero al mismo tiempo me sentía
preocupada e infeliz, y ciertamente me ayudó mucho
reconocer que la verdadera confianza trae buenos frutos. La
confianza produce paz, ¡esa paz que sobrepasa todo
entendimiento!
Si no hemos logrado confiar en Dios completamente, es
mejor ser honestos con Él. En Marcos 9 hay una buena
historia sobre un padre que anhelaba la sanación de su hijo. Él
le dijo a Jesús que creía, pero necesitaba ayuda con su
incredulidad (ver Marcos 9:24). Siempre me ha gustado su
honestidad, y la buena noticia es que recibió su milagro. A
veces tenemos algo de duda mezclada con nuestra fe.
Favorablemente, iremos creciendo y aprendiendo a confiar en
Dios cada vez más, pero crecer requiere tiempo y no hay
razón para que seamos condenados si nuestra confianza en
Dios aún no ha sido perfeccionada.
He estado enseñando la Palabra de Dios durante más de
cuarenta años y, sin embargo, he aprendido mucho sobre la
confianza en Dios durante el último año. Me imagino que
aprenderé mucho más mientras estudio e investigo para este
libro.
El carácter de Dios
El diccionario Merriam-Webster.com define «confianza»
como: “La creencia de que alguien o algo es de fiar, bueno,
honesto, efectivo, etcétera”.2 La confianza depende de lo que
sabemos del carácter de la persona en la que confiamos. Si no
pensamos que es buena, justa, amable, amorosa y digna de
confianza, no podemos confiar en ella.
Un estudio minucioso del carácter de Dios me ha ayudado
a aprender a confiar totalmente en Él. Uno de los aspectos del
carácter de Dios que me tranquiliza mucho es que Él es justo.
Eso significa que Él siempre sacará algo bueno de lo que está
mal.
Yo he experimentado muchas veces su justicia en mi vida,
y cuando enfrento algo que a mi parecer es injusto, puedo
confiar en que a su manera y a su debido tiempo Dios sacará
algo bueno de lo malo. La vida no siempre es justa pero Dios
sí, y cuando confiamos en Él y le entregamos nuestra carga, Él
obra a nuestro favor y hace justicia.
Confiar en que Dios hará justicia me ahorra el trabajo de
tratar de lograrlo por mí misma. Dios dice claramente en su
Palabra que la venganza es suya y que él pagará a los
enemigos de su pueblo:

“Mía es la venganza [la retribución y la


administración de justicia me pertenecen], yo daré
el pago [a quien actúa mal]”, Y otra vez: “El Señor
juzgará a su pueblo”.
Hebreos 10:30

Para experimentar la justicia de Dios debemos estar


dispuestos a entregarle cualquier situación a Él y negarnos a
tratar de resolverla nosotros. ¡Esta es la parte difícil! Por lo
general nos desgastamos tratando de resolver los problemas
sin éxito, hasta que finalmente estamos dispuestos a confiar
en Dios. Cuando lo hacemos y comenzamos a experimentar
su fidelidad, confiar se va haciendo cada vez más fácil. Una de
las razones por las que confiar en Dios puede hacérsenos
difícil es porque Él no siempre da inmediatamente lo que le
pedimos. Recibimos de Dios a través de la fe y la paciencia.
La espera es una prueba que normalmente lleva nuestra fe a
un nuevo nivel.
Dios es bueno, misericordioso, santo y bondadoso. Es
compasivo, fiel y verdadero. ¡Dios es amor! Es el mismo en
todo momento y podemos confiar en que Él cumple su
palabra.
Es fácil confiar en alguien que sabemos que nos ama y que
no solo tiene el poder de ayudarnos, ¡sino que también quiere
hacerlo! Dios está esperando para ayudarnos y lo único que
debemos hacer es confiar en que Él lo hará.
Cuando miro al pasado, confirmo por experiencia personal
que Dios es fiel. Él siempre está allí aunque no lo veamos o lo
sintamos. Si creemos que Él está obrando, Él manifestará o
revelará la prueba de su obra en el momento correcto. No
podemos darnos por vencidos si la espera es muy larga.
¡Sigamos confiando en Dios!
Cuando tengo dificultades para confiar en Dios, recuerdo lo
que Él ha hecho por mí en el pasado y me tranquilizo
pensando que lo volverá a hacer. Durante más de cuarenta
años he tenido la costumbre de escribir diarios, y hace poco
me topé con uno de los años setenta en el que le pedía a Dios
que me proveyera una docena de paños de cocina. Dave y yo
no teníamos dinero para comprarlos y como yo apenas estaba
comenzando a confiar en Dios, me le acerqué como un niño
pequeño y se los pedí. Imagínese mi sorpresa cuando unas
semanas después, una mujer que apenas conocía se apareció
en mi puerta y me dijo: “No quiero que piense que estoy loca,
¡pero sentí que Dios quería que le trajera estos paños de
cocina nuevos!”. Mi reacción fue de tanta emoción, que ella se
quedó atónita hasta que le expliqué que yo le había pedido a
Dios que me los proveyera. Esa es una de mis experiencias
más vívidas relacionadas con la fidelidad de Dios, y he tenido
muchas otras a lo largo de mi vida.
En la Biblia leemos que cuando David iba a matar al
gigante Goliat y todo el mundo le decía que no lo hiciera, que
fallaría, él se acordó del león y del oso que había matado
anteriormente con la ayuda de Dios. Su fe se fortaleció y salió
a enfrentar a Goliat (ver 1 Samuel 17:34–36).
Quiero animarle a dedicar unos momentos, incluso ahora
mismo, a hacer una lista de las veces en las que ha
experimentado la fidelidad de Dios en su vida. Le aseguro que
su fe se fortalecerá y que podrá confiar en Dios más
fácilmente para sus necesidades actuales.
He escuchado definir la palabra “fiel” como: “Alguien de
confianza en quien poderse apoyar”. ¡Podemos apoyarnos en
Dios! Podemos descansar en Él. Él prometió nunca dejarnos
ni abandonarnos y estar siempre con nosotros (ver Mateo
28:20).
Cuando estamos en medio de una necesidad, confiemos en
que Él estará con nosotros y nos ayudará (ver Hebreos 13:5).
Cuando enfrentamos pruebas, Él está con nosotros y siempre
nos ayuda (ver 1 Corintios 10:13). Y cuando los demás nos
abandonan, Él está con nosotros y permanece fiel (ver 2
Timoteo 4:16–17).
Un análisis honesto de cada uno de los aspectos del
carácter de Dios nos ayuda a aprender a confiar en Él. Hablaré
de otras de sus características a lo largo del libro, pero le
animo a buscar información sobre este tema e investigar por
su cuenta.
Confianza
Se dice que confianza es sinónimo de seguridad, y sabemos
que la vida es mucho más fácil cuando tenemos seguridad.
Tener la seguridad de que podemos hacer algo nos permite
vivir la vida con valor, deleite y positivismo. Como creyentes
nuestra confianza debe estar puesta en Jesús. Todos nos
sentimos seguros en algunos aspectos, pero podríamos
sentirnos seguros en todos los aspectos de la vida si
confiamos en Dios. Yo, por ejemplo, a veces me siento segura
cuando estoy dando una conferencia, pero hay también
momentos en los que no ocurre. En esos momentos puedo
elegir sentirme segura si pongo mi seguridad en Cristo y no en
mí o en la forma en que me siento.
El apóstol Pablo fue enfático cuando declaró que no
confiaba en la carne. Aunque él tenía muchas ventajas físicas,
no basó su confianza en lo externo. Él afirma
vehementemente que nuestra confianza debe estar en Cristo
(ver Filipenses 3:3). Confiar es estar seguros de Aquel en
quien confiamos, ¡y la seguridad en Cristo nos permite vivir
en paz! Nos permite trabajar tranquilos porque creemos que
tenemos la capacidad de hacer lo que hay que hacer. La
seguridad elimina el estrés, la presión, la preocupación y el
miedo al fracaso.
Mencioné que podemos “estar” seguros aunque no nos
“sintamos” seguros, y este es un punto muy importante. Los
sentimientos son caprichosos; pueden cambiar en cualquier
momento y sin previo aviso. Así que confiar en lo que
sentimos no es muy recomendable.
Al solicitar un empleo, por ejemplo, inicialmente
podríamos sentirnos confiados porque creemos que tenemos
las habilidades necesarias. Pero a mitad de la entrevista
comenzamos a sentir que no le gustamos mucho al que nos
está entrevistando y de repente ese pensamiento (que a lo
mejor ni siquiera es verdad) nos hace perder la sensación de
seguridad. Pero si tenemos la confianza puesta en Dios,
tendremos la certeza de que Él está a nuestro favor, y
continuaremos la entrevista con la seguridad de que ese el
puesto perfecto para nosotros y de que lo obtendremos.
Satanás no quiere que nos sintamos seguros porque él sabe
que sin seguridad no lograremos mucho en la vida. Hasta la
gente que es muy talentosa, inteligente y capaz necesita
seguridad. La confianza es para nosotros lo que la gasolina es
para el avión: este tiene la capacidad de volar, pero se queda
en tierra si no tiene gasolina.
Es imposible tener una seguridad permanente si colocamos
nuestra seguridad en la persona o cosa equivocada, ya que
esta puede cambiar, ¡pero Dios nunca cambia ni miente! Él es
la Roca que nos sostiene en un mundo que suele ser un
torbellino de incertidumbre.
CAPÍTULO 2

La confianza que nos hace


descansar

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados,


y yo os haré descansar”.
Mateo 11:28

El diccionario Noah Webster define «confianza» como la


tranquilidad mental que se obtiene gracias al buen carácter de
alguien. Creo que es importante dedicar un capítulo de este
libro a esta tranquilidad, que produce descanso mental. Esto
es algo que todos necesitamos urgentemente y que la mayoría
desea. La vida implica demasiados asuntos que requieren de
nuestra atención y que inevitablemente nos abruman. Dios
quiere ayudarnos, pero si queremos seguir haciendo todo por
nuestra cuenta, Él no nos obligará a aceptar su ayuda.
A menudo Dios nos ayuda a través de otros que están
dispuestos a compartir nuestras cargas. Dave y yo tenemos
dos hijos que trabajan con nosotros en el ministerio, y Dios
los ha provisto para que nos ayuden a llevar la responsabilidad
de administrar un ministerio tan complejo. Al principio fue
difícil dejar los asuntos de los que nos encargábamos en las
manos de nuestros hijos, pero debíamos tomar una decisión y
hacerlo ha representado un gran descanso tanto mental como
espiritual.
Hay muchos asuntos y situaciones de las que ya no
tenemos que preocuparnos, porque nuestros hijos se ocupan
de ellas. Tengo tiempo para enseñar, escribir, orar, estudiar y
hacer mi programa de televisión. Mientras estoy sentada aquí
escribiendo, en el ministerio están ocurriendo muchas cosas
de las que no tengo la menor idea. Veo los resultados y
siempre son buenos, y confío en que mis hijos se ocupan de
todos los aspectos que llevan a esos resultados. Mi hijo Dan
recién me dijo ayer que nuestro programa de televisión ahora
está disponible en Netflix, y me sorprendió gratamente. Esta
es una gran oportunidad para llegar a un mayor número de
gente y todo eso ocurrió sin que yo estuviera involucrada,
delegando a alguien para que se hiciera cargo de esa parte del
ministerio.
David, mi otro hijo, me sorprendió mostrándome
fotografías de un proyecto que estamos financiando y
supervisando en Tanzanía. Me alegré muchísimo de poder
compartir la celebración de ayudar a más personas, pero no
tuve que preocuparme ni una sola vez por ninguno de los
miles de detalles necesarios para que el proyecto fuera un
éxito.
Nuestros hijos son nuestros socios en el ministerio y
aunque seguimos trabajando arduamente no estamos
abrumados ni saturados. No estamos presionados por la
preocupación y la angustia. ¡Nuestras mentes descansan!
Dios se deleita al sorprendernos y lo hará con frecuencia si
ponemos todo en sus manos y bajo su custodia. Él quiere ser
nuestro socio y, cuando le permitimos serlo, nuestra mente
puede descansar. Según las Escrituras, fuimos llamados a la
compañía y la participación con Dios. En 1 Corintios 1:9 se
nos dice lo siguiente:

“Fiel [seguro, confiable, por lo tanto siempre leal a


su promesa y digno de confianza] es Dios, por el
cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo
Jesucristo nuestro Señor”.

Tener una relación con Dios va mucho más allá de leer las
Escrituras diariamente, ir a la iglesia una vez a la semana, dar
dinero en la ofrenda y, tal vez, hacer algunas buenas acciones.
Eso no es más que religión, pero la poderosa relación que se
nos ofrece a través de la fe en Cristo es una sociedad. Dios
nos da la capacidad y espera que la utilicemos, siempre
confiando en Él. Él también está listo para hacerse cargo de lo
que no podamos manejar. Me gusta decir: Confía en que Dios
te ayudará a dar lo mejor de ti y confía en que Él hará el
resto.
Paz mental
Dios nos da paz mental cuando depositamos nuestra
confianza en Él. A lo largo del día llegan a nuestra mente
muchos pensamientos que causan angustia y preocupación.
Esta mañana, por ejemplo, estaba al lado de alguien que
estaba muy callado y no mostraba ningún interés en tener una
conversación conmigo. Pensé algo así como: no creo que yo
le caigo muy bien. De repente, comencé a sentir que debía
“hacer algo” para cambiar la situación. Pero no sabía qué.
Cuando tratamos de hacer algo que no sabemos surge en
nosotros estrés, preocupación, angustia y algunas veces temor.
¿Hay aspectos en su vida que usted siente que debe “reparar”
pero no sabe cómo? Si es así, puede hacer lo que yo hice esta
mañana y orar, entregándole el problema a Dios y confiando
en que Él “lo reparará”. Hice una plegaria sencilla: “Padre,
pongo mi relación con en tus manos. Te la entrego y
te pido que hagas tu voluntad”. Tan pronto lo hice, mi paz
mental regresó.
Poco después de eso, conversé con uno de mis hijos y
pude notar que no estaba muy bien emocionalmente. Le
pregunté si podía ayudarlo de alguna forma, pero dijo que no
e inmediatamente pensé: ¿Qué será lo que está mal?
¿Discutió con alguien? ¿Se siente mal físicamente? ¿Qué
pasa? Tenía la mochila llena de preocupaciones y estaba lista
para cargarla durante todo el día cuando recordé que podía
dejársela a Dios, quien era el único que sabía qué andaba mal
y qué podía hacerse al respecto.
Oré: “Padre, ayuda a que decida tener un buen
día. Permítele ver cuán bendecido es y que esté agradecido en
vez de estar triste”. Poco después de orar me llegó un mensaje
de texto que decía: “Me siento mucho mejor ahora, ¡Te
amo!”.
A diario podemos experimentar muchas situaciones como
esta. No es de extrañar que la gente se sienta estresada a
menos que aprenda a confiar en Dios y entregarle sus cargas.
Yo fui así durante más de la mitad de mi vida, pero ahora
estoy agradecida de saber qué hacer con mis preocupaciones.
Comparta su día con Dios, hablándole de todo. La oración
es simplemente conversar con Dios, así que le invito a no
verla como una simple tarea que debe cumplir. Por medio de
la oración involucramos a Dios en cada aspecto de nuestra
vida, incluyendo aquellos que intentan robarnos la paz y
causarnos ansiedad.
No se engañe creyendo que no tiene otras opciones a la
hora de escoger sus pensamientos. Si nuestros pensamientos
están llenos de preocupación o ansiedad, podemos elegir
pensar en otra cosa. La Palabra de Dios nos enseña que
debemos desechar los malos pensamientos, llevándolos en
cautiverio a la obediencia de Cristo (ver 2 Corintios 10:5). He
descubierto que hablar con Jesús a lo largo del día sobre todo
lo que hago y las preocupaciones que tengo es una de las
mejores formas de permanecer en comunión con Él, disfrutar
de su presencia y, al mismo tiempo, recibir su ayuda.
¿Qué pensaba Jesús cuando estaba frente a una situación
que podríamos calificar como “problemática”? En la Biblia
tenemos muchos ejemplos de cómo Jesús manejaba estas
situaciones y Él siempre escogía confiar en su Padre celestial.
Incluso cuando estaba en la cruz y sintió que había sido
abandonado, dijo: “Padre, ¡en tus manos encomiendo mi
espíritu!” (Lucas 23:46). Este fue el momento más difícil de su
vida y aun así, en medio de un dolor y sufrimiento terribles,
¡confió en Dios!
La Biblia también nos narra la historia de cuando Jesús
estaba en la barca y se desató una tormenta de grandes
proporciones. Los discípulos que estaban con Él estaban
desesperados y temerosos, pero Jesús estaba durmiendo en la
popa de la embarcación. Cuando lo despertaron y le
expresaron sus temores, Jesús les dijo: “¿Por qué estáis así
amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (una firme esperanza
confiada)” (Marcos 4:40).
¡Dios espera que confiemos en Él! Él nos ofrece esa
posibilidad y actuaríamos sabiamente si aprendiéramos a
confiar en Él cada vez que sentimos la tentación de
preocuparnos. ¿Por qué sentirnos desdichados si no hay
necesidad de ello?
¿Qué pasa si no obtengo lo que quiero?
Pienso que el temor de no obtener lo que queremos es la
causa principal de nuestras dificultades para aprender a
confiar en Dios. La mayoría estamos convencidos de que la
única manera de asegurarnos de obtener lo que deseamos es
cuidándonos a nosotros mismos. Este temor evita que
confiemos enteramente en alguien.
Yo fui criada por un padre y una madre abusivos, y estaba
segura de que nadie se preocupaba de mí. Mi posición era que
si yo no cuidaba de mí misma, ¡nadie más lo haría! Quizás
usted pasó por algo parecido y fue tan infeliz como lo fui yo.
A menudo Dave se sentía mal por mi reticencia a confiar en
él, pero yo no estaba segura de que él no tomaría decisiones
egoístas que solo lo beneficiaran a él. Creía que me amaba,
pero mis padres también me habían dicho que me amaban y
ya sabía el resultado. No podría aprender a confiar en los
demás hasta que aprendiera a creer en el amor incondicional
de Dios y me diera cuenta de que, aunque alguien me hiciera
daño, Dios me sanaría y me consolaría. Dios siempre tiene lo
mejor para nosotros en sus planes y, una vez que creamos en
ello, podremos confiar en Él y aprender a confiar en los
demás.
Confiar en Dios no es garantía de que siempre
obtendremos lo que queremos. Sin embargo, si no lo
recibimos es porque Dios tiene en mente algo mejor para
nosotros. Muchas veces le he pedido a Dios cosas que al final
no he obtenido, solo para darme cuenta después de que si
Dios me las hubiera concedido en ese momento, no habrían
sido algo bueno para mí. A medida que vamos aprendiendo a
desear lo que Dios quiere para nosotros, por encima de lo que
nosotros queremos, vamos obteniendo paz mental en cada
situación.
Jesús nos dio un ejemplo perfecto de la actitud correcta
cuando oró en el jardín de Getsemaní antes de su dolorosa
muerte:

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se


haga mi voluntad, sino la tuya [siempre]”.
Lucas 22:42

Nuestra paz mental depende de lo dispuestos que estemos


o no a confiar en que la voluntad de Dios es mejor que la
nuestra, aunque a veces no la entendamos. Fuimos creados
con libre albedrío y tenemos la opción de intentar dirigir
nuestra vida y vivir en función de lo que queramos, pero
afortunadamente tenemos la otra opción, que es confiar en la
bondad y la soberanía de Dios. El profeta Isaías dijo: “Lo
dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:7).
¡Cuanto más permitamos a Dios llevar las riendas de nuestra
vida, más paz tendremos!
¿Quién está piloteando su vida?
Cuando la vida no va como queremos y no confiamos en
Dios, es fácil querer quitarle el volante a Dios y tratar de
obligarlo a hacer las cosas como nosotros queremos.
Tristemente, esto lo que hace es lanzar hacia una cuneta
emocional y espiritual incluso a la mejor persona. ¿Por qué no
dejar que Dios dirija nuestra vida?
Recientemente escuché una historia de dos adolescentes
que estaban pasando el día juntas. Una de ellas era muy
espontánea y muchas veces actuaba sin pensar. De repente,
decidió que quería cambiar de lugar con la chica que conducía
el automóvil en el que se trasladaban y procedió a hacerlo
mientras se encontraban en marcha. Aunque al principio la
chica que conducía se resistió, finalmente accedió a realizar el
experimento, pero terminaron metidas en una cuneta y con el
automóvil estropeado.
Mi recomendación es que permitamos que Dios conduzca.
No debemos intentar quitarle el volante mientras nos está
dirigiendo a nuestro destino. Dejémoslo que Él tome el
control y aprendamos a seguirlo. Esta es la forma más
inteligente, segura y plena de vivir.
Este es un buen momento para hacer una breve pausa y
pensar en estas preguntas:

• ¿Quién está piloteando su vida?


• ¿Cuánta paz mental tiene?
• ¿Qué tan a menudo desperdicia el día preocupándose
por asuntos que le roban la paz?
• ¿Evita confiar en Dios por miedo a no obtener lo que
desea?
• ¿Anhela más paz mental?
• ¿Quiere disfrutar más de la vida?

Responder estas preguntas con honestidad puede ayudarle


a identificar su nivel de confianza. Si encuentra que no está
confiando en Dios lo suficiente, no hay razón para la
condenación. Solo comience a partir de este momento a poner
la confianza por encima de la preocupación. Reflexione en
este pasaje:

“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo


pensamiento [tanto su inclinación como su
carácter] en ti persevera; porque en ti ha confiado”.
Isaías 26:3

Permítame sugerirle una nueva forma de orar. En vez de


solo decirle a Dios lo que quiere que Él haga por usted, intente
pedirle lo que quiere, añadiendo esta declaración: “Pero
Señor, si esto no es lo mejor para mí, ¡entonces por favor no
me lo des!”.
Hubo muchos momentos en mi vida (y estoy segura de que
en la suya también) en los que trabajé arduamente para
obtener lo que quería, solo para descubrir que eso no me
satisfacía ni me hacía sentir plena, y que incluso empeoraba
mi situación. La mayoría de nosotros en algún momento ha
comprado algo que deseaba, pero que en realidad no podía
costear, y ha terminado con una gran presión por haberse
endeudado. O tal vez hemos comenzado una discusión con
nuestro cónyuge debido a una diferencia de opiniones, pero
después de obtener aquello que pensábamos que queríamos,
nos hemos damos cuenta de que salirnos con la nuestra no
valió la pena por toda la desdicha emocional y mental que
experimentamos.
He aprendido que si no podemos tener lo que deseamos
con paz mental, entonces probablemente no vale la pena
tenerlo. Las Escrituras nos exhortan a dejar que la paz sea el
juez de nuestra vida y que tome todas las decisiones finales
(ver Colosenses 3:15). Después de muchos años de agitación
mental y emocional, he aprendido que la paz es un bien
valioso y que debemos hacer lo que sea necesario para tenerla.
Cuando usted sienta que está teniendo problemas para
confiar en Dios, pregúntese: “¿Tengo miedo de que si confío
en Él no voy a obtener lo que quiero?”. Si la respuesta es sí,
entonces ha encontrado la causa de su falta de confianza y de
paz.
Hacer las cosas a nuestro modo es algo que está
sumamente sobrevaluado. Es asombroso cómo
desperdiciamos tiempo valioso buscando la gratificación
propia, solo para darnos cuenta de que después de todo no
estamos satisfechos.
Solo la voluntad de Dios puede satisfacernos realmente.
Fuimos creados por Él para llevar a cabo sus propósitos y no
hay nada más que pueda brindarnos satisfacción duradera.
Cuando somos jóvenes solemos pensar que tener lo que
queremos es lo más importante en la vida, pero a medida que
pasan los años, aprendemos y ganamos la experiencia
suficiente para decir: “Deseo la voluntad de Dios mucho más
de lo que deseo mi propia voluntad”. ¡No hay una mejor
posición en la que podamos estar que en la perfecta voluntad
de Dios!
CAPÍTULO 3

¿En quién puedo confiar?

“Así ha dicho Jehová: Maldito [con gran maldad] el


varón que confía en el hombre, y pone carne [humana]
por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”.
Jeremías 17:5

“Ya no se puede confiar en nadie”, es una expresión muy


común que muchos solemos decir de vez en cuando. Pero no
es cierto que no se pueda confiar en nadie y creerlo podría
terminar convirtiéndonos en unos cínicos.
Admito que hoy más que nunca es verdaderamente difícil
encontrar a alguien en quien confiar, pero me niego
rotundamente a vivir llena de desconfianza y recelo. He
decidido creer lo mejor de mis semejantes y confiar en ellos
hasta que me den una razón contundente para no hacerlo. Y
no tomé esta decisión basándome en mi experiencia con los
demás.
Cuando tenía siete años sabía que no podía confiar en mis
padres, ya que eran egocéntricos y muy abusivos. No podía
confiar en otros parientes a quienes les había pedido ayuda,
ya que se habían rehusado a dármela esgrimiendo la débil
excusa de “no me quiero involucrar, eso no es de mi
incumbencia”.
Al crecer y convertirme en adolescente y luego en una
adulta joven, tuve otras experiencias tristes que confirmaban
el mensaje: “¡No puedes confiar en nadie!”. Me casé a los
dieciocho años con un hombre joven que me fue infiel, aparte
de ser un ladronzuelo que terminó tras las rejas. Estoy segura
de que también conocí gente confiable, pero estaba tan furiosa
con los que me habían lastimado y decepcionado que solía
concentrarme en eso.
Me casé con Dave a la edad de veintitrés años y a partir de
ese momento comencé a ir a la iglesia con frecuencia. Supuse
que como ahora me relacionaba con “gente de la iglesia”
podía confiar en ellos sin salir lastimada, pero eso tampoco
resultó ser verdad. De hecho, algunas de las decepciones más
profundas que he experimentado en mi vida han sido con
personas cristianas (casi puedo escuchar a algunos de mis
lectores decir “¡Amén!”). Tal vez usted ha experimentado lo
mismo y estoy segura de que tiene algunas historias
desgarradoras que contar.
Los seres humanos somos imperfectos y sufriremos una
dolorosa decepción si pensamos lo contrario. Jesús vino para
ayudar a los débiles, no a los fuertes, y le agradezco que lo
haya hecho. A menudo necesito misericordia y perdón, y eso
significa que también debo estar lista para darlos en grandes
cantidades.
El tema de la confianza, o mejor dicho, de la falta de
confianza, llena los titulares por estos días. Son comunes las
denuncias de abuso sexual por parte de sacerdotes. Hemos
escuchado sobre el escándalo Enron, en el que les estafaron
los ahorros de toda su vida a miles de personas. Votamos por
políticos en los que creemos que podemos confiar y nos
decepcionan incumpliendo sus promesas.
¿Cómo podemos diferenciar a los chicos buenos de los
malos? ¿Cómo sabemos quién es confiable y quién no?
¿Cómo saber en quienes podemos confiar? Es difícil saberlo.
A veces no podemos confiar ni siquiera en quienes deberían
estar más comprometidos con nuestra crianza y cuidado. Si
no, pregúntele a la joven que fue abusada por su padre, un
respetado diácono de su iglesia. Todos, incluyendo su familia,
pensaban que él era el epítome de la integridad y la
confiabilidad. Pero al final se demostró que este hombre era
un falso y un malvado.
En un artículo llamado “¿En quién se puede confiar?”, el
Dr. Erwin W. Lutzer dice:

“¿Por qué la gente no es confiable? Aunque nos


gusta pensar que somos gobernados por instintos
racionales, la verdad es que somos gobernados por
nuestros propios deseos egoístas. Y como
queremos que piensen bien de nosotros, prestamos
cuidadosa atención a nuestra imagen externa,
mientras descuidamos por completo la integridad
de nuestro corazón. De hecho, algunos no solo
engañan a los demás, sino que terminan
engañándose a sí mismos. Cuando estamos
completamente autoengañados podemos volvernos
perversos, destruyendo a nuestros semejantes para
proteger nuestro enfermo ser”.3

Sí, es difícil saber en quien confiar. El adulterio está


presentando récords históricos. La mayoría de los estudiantes
universitarios dicen que hacen trampa en sus exámenes. Los
empleados roban a sus patrones. Y la lista continúa. En una
escala menor, pero igualmente frustrante, se está haciendo
cada vez más difícil encontrar mano de obra de calidad.
Incluso algo tan sencillo como encontrar a alguien que llegue
puntualmente a una cita es raro. ¿Qué debemos hacer?
¿Adoptamos una actitud amargada y recelosa y también
decimos que “ya no se puede confiar en nadie”, o confiamos
en todos a menos que nos den una razón contundente para no
hacerlo? Yo voto por confiar en la gente, simplemente porque
me niego a vivir con una actitud suspicaz que me haga infeliz,
solo porque algunas personas podrían decepcionarme.
Confiar con los ojos bien abiertos
Podemos confiar en los demás sin depositar en ellos esa
confianza que solo le pertenece a Dios. Jesús así lo hizo, y
Juan su apóstol lo registró:

“Pero Jesús mismo [por su parte] no se fiaba de


ellos, porque conocía a todos [los hombres]”.
Juan 2:24

Este pasaje no dice que Jesús no confiaba en nadie. Lo que


dice es que Él no le confió su ser a ellos. ¿Qué significa esto?
Que Jesús no creyó ciegamente que los hombres nunca lo
decepcionarían. No se puso completamente en sus manos
para que lo salvaran.

“Y no tenía necesidad de que nadie le diese


testimonio del hombre [no necesitaba evidencia de
los hombres de parte de nadie], pues él sabía lo que
había en el hombre”.
Juan 2:25

Jesús conocía muy bien la naturaleza humana y la


debilidad que esta conlleva. Él vino para fortalecer a los
hombres en su debilidad y a perdonar sus fallas y pecados. Si
queremos vivir en paz, deberíamos hacer lo mismo.
Nadie puede decir que no ha herido o decepcionado a
alguien, o que nunca ha sido lastimado o decepcionado.
Experimentamos en nuestra carne la debilidad de la naturaleza
humana. Yo nunca le he hecho daño a alguien a propósito,
pero lo he hecho. Cuando estamos en una relación sabemos
que es posible que nos decepcionen, y que aun así debemos
encontrar la manera de seguir construyendo la confianza y no
darnos por vencidos.
Así que he decidido confiar con los ojos bien abiertos,
aunque eso no significa que espero que nadie (con excepción
de Dios) me decepcionará. Incluso a veces me siento
decepcionada de Dios al principio cuando las cosas no
marchan de la manera en que yo esperaba. Pero no es lo
mismo que yo me sienta decepcionada a que Dios me haya
decepcionado. El origen de mi decepción son mis propias
expectativas y no Dios, porque las Escrituras enseñan que si
colocamos nuestra esperanza en Él, Él jamás nos
decepcionará (ver Romanos 5:5).
Expectativas equivocadas
¿Qué porcentaje de nuestra decepción es culpa de otros y qué
porcentaje es culpa nuestra? Creo que esta es una pregunta
interesante. Anteriormente dije que Dios nunca nos
decepciona. Podemos sentirnos decepcionados con algo que
Él haga o deje de hacer, pero eso solo ocurre porque tenemos
expectativas equivocadas. En vez de desear lo que Dios
quiere, deseamos lo que queremos nosotros.
Esperar que los demás nunca nos lastimen o decepcionen
es una expectativa equivocada, porque la naturaleza humana
es incapaz de ser perfecta. Queremos que los demás sepan lo
que queremos o cómo nos sentimos y cuando no lo hacen
nos decepcionamos. Nos decepciona que la gente no nos
entienda pero, ¿está bien que yo culpe a Dave por no entender
cómo me siento si eso no forma parte de su naturaleza? Su
personalidad es diferente a la mía y algunas cosas que para mí
son muy importantes a él no le importan en lo absoluto, y
viceversa. Yo puedo explicarle a Dave cómo me siento y su
amor por mí tal vez lo lleve a sentir empatía, pero seguirá sin
saber por experiencia propia cómo me siento, simplemente
porque no tiene un punto de referencia.
Si una mujer quiere que la entiendan completamente, lo
mejor entonces es que hable con otra mujer, preferiblemente
que tenga una personalidad similar. Si Dave quiere hablar de
deportes con alguien a quien de verdad le interese el tema, es
inútil que hable conmigo. Por respeto puedo fingir que estoy
interesada, pero no entiendo su emoción simplemente porque
nunca la he sentido y probablemente nunca la tenga.
Al escribir estas líneas Dave y yo tenemos cincuenta años
de casados, y una de las razones del éxito de nuestro
matrimonio es que hace mucho tiempo entendimos la
importancia de no esperar algo que el otro no pueda dar. Hay
cosas que podemos aprender dar a quien las necesite
simplemente por amabilidad, pero también hay cosas que son
imposibles. Dave quiere que yo disfrute la vida y sabe que no
puedo hacerlo si no puedo ser genuinamente yo, así que él
celebra quién soy, no quien él quisiera que yo fuera. Yo hago
exactamente lo mismo con él. Nos tomó muchos años llegar a
este entendimiento, pero hasta que no logramos hacerlo,
ambos experimentamos dolor y decepción por culpa del otro
debido a nuestras expectativas equivocadas.
Jesús sabía que sus discípulos lo decepcionarían, así que
estaba preparado cuando lo hicieron y no se sintió devastado
por sus acciones. Judas lo traicionó, Pedro lo negó, todos
estaban durmiendo en su momento de mayor necesidad en
vez de orar con Él como se los había pedido. A pesar de eso,
los siguió amando con todo su ser.
No tuvo una actitud cínica de: “Me lastimaron, así que más
nunca volveré a confiar en ustedes”. Jesús no tenía
expectativas equivocadas.
No es malo esperar que la gente actúe correctamente y que
haga su mayor esfuerzo para no lastimarnos, pero no
debemos esperar que no nos fallen. ¡Nadie es perfecto!
Yo desperdicié muchos años sintiéndome decepcionada y
enojada porque mis planes no salían como esperaba, hasta
que me di cuenta de que muy pocas veces todo resultaba
exactamente como lo había planeado. Ahora tomo en cuenta
los imprevistos y eso me permite mantener mi paz. Recuerde
siempre que es sabio estar preparados para algunos
imprevistos cada día.
Mire el lado positivo
Hemos hablado sobre la gente que no es digna de confianza
pero, ¿qué podemos decir de aquellos que han probado una y
otra vez que sí se puede confiar en ellos? Como ya dijimos,
nadie es perfecto, pero hay personas que son excepcionales y
que constantemente demuestran ser integrales y honestas.
Podemos confiar en que mantendrán su palabra y que nunca
traicionarán nuestra confianza intencionalmente.
Tengo el privilegio de conocer a unos cuantos así y estoy
agradecida por ellos. Cuando alguien me lastima y siento que
el viejo dicho de “no se puede confiar en nadie” quiere
filtrarse nuevamente en mi corazón, me acuerdo de esta gente
excepcional que continúa brindándome esperanza.
Es mejor ver siempre el lado positivo de cualquier
problema que el lado negativo. El primero nos da paz y el
segundo nos la roba así que, ¿por qué no hacer todo lo
posible para maximizar nuestra experiencia de vida mirando el
lado positivo?
Discernimiento
Hay un don del Espíritu Santo que está disponible para
cualquiera de nosotros y se llama discernimiento de espíritus
(ver 1 Corintios 12:4-11). Es un don sobrenatural y divino que
nos permite saber quién es malo y quién es bueno. A menudo
oro para que Dios me dé el don del discernimiento. Sé que
Dios me ayudará a saber que algo no está bien con alguien
cuando no haya una forma física de saberlo. Lo sentí
recientemente con alguien que acababa de conocer. Cada vez
que lo veía pensaba “no confío en ti”. Al principio me
recriminaba a mí misma por ser recelosa y crítica, pero dos
individuos diferentes me dijeron, en dos oportunidades
diferentes, que la persona en cuestión no era quien aparentaba
ser. Se presentaba como un tipo consagrado que decía tener
una conducta cristiana, pero en realidad no era así.
Hace poco también sentí que algo no andaba bien con un
empleado. No sabía qué era, pero me sentía incómoda cuando
estaba en su presencia. Unos meses después, descubrimos
que no estaba haciendo su trabajo correctamente y que estaba
ocultando asuntos que debió haber sacado a la luz. Como ya
yo había sentido que algo no estaba bien, la decepción que
sentí no fue tan grande como si me hubiera tomado
totalmente por sorpresa. El discernimiento puede evitar que
nos relacionados con la gente equivocada y nos prepara para
lo que viene antes de que ocurra.
Cuando siento que algo no está bien o no me siento a gusto
con alguien, no me fío solo del sentimiento, porque sé que
puedo estar equivocada y no quiero juzgar o cerrar mi
corazón basándome solamente en un sentimiento. Pero soy
más cautelosa y presto más atención. Oro para que si hay un
problema Dios lo revele, y siempre lo hace. Mi consejo es que
usted ore por discernimiento. Esto evitará que lo engañen y lo
lastimen.
Una persona verdaderamente espiritual es una persona que
discierne:

“En cambio el espiritual juzga todas las cosas


[examina, investiga, se informa, pregunta y
discierne sobre todas las cosas]”.
1 Corintios 2:15
¡Confíe en Dios!
Aunque no siempre podamos confiar en la gente, ¡siempre
podemos confiar en Dios! Nuestro Padre celestial ha probado
una y otra vez que es confiable con lo que le pedimos.
Sé que hay preguntas que tendremos que afrontar, como:
Si Dios es bueno y soberano, ¿por qué no hace algo para
mejorar la terrible situación de algunas personas? ¿Cómo
podemos confiar en alguien que puede hacer algo para que
nuestro dolor desaparezca y no lo hace? ¿Por qué le pasan
cosas malas a la gente buena? Mi padre, que fue muy
malvado, vivió hasta los ochenta y tres años, pero hace poco
asistí al funeral de una extraordinaria mujer cristiana de treinta
y siete años, esposa y madre de dos pequeños. ¿Por qué la
gente mala a veces vive mucho, mientras que la gente buena
se muere joven?
Algunas de estas preguntas tienen respuestas, pero sé que
tal vez no sea suficiente para satisfacer a todos. Más adelante
abordaré estos temas usando lo mejor de mi imperfecta
capacidad, pero por ahora permítame decirle que aunque
tengamos preguntas sin respuestas, debemos seguir confiando
en Dios. ¡Uno de los requerimientos de confiar plenamente en
Dios es no dejar de confiar en Él cuando tengamos una
pregunta sin respuesta! Tal vez no sabemos la respuesta, pero
podemos tener fe en que el Señor si la sabe.
Confiar en Dios es un privilegio, una decisión que podemos
tomar si así lo deseamos. Después de años cuestionando
muchas cosas he decidido confiar en Dios porque es
imposible que sea feliz si no lo hago. Creo que Él es digno de
mi confianza. He depositado mi confianza en otras cosas y
otras personas, pero no he encontrado nada ni nadie lo
suficientemente intachable como para merecerla en su
totalidad, así que le doy mi confianza a Dios. Intenté confiar
en mí misma y fue un completo desastre. Intenté confiar en
los demás y, aunque hay gente realmente buena, hemos visto
que la naturaleza humana es imperfecta. El gobierno no es una
buena opción, tampoco el mercado de valores, ni mi fondo de
jubilación. Después de considerar todas las opciones, Dios
gana. ¡Yo confío en Él!
Es interesante que cuando escribí la última oración sentí
una explosión de gozo en mi corazón. Esta es una
confirmación de que Dios se regocija cuando confiamos en
Él. Le gusta. Y como Dios vive en su pueblo, cuando Él se
regocija nosotros también nos regocijamos.
Si alguna vez se ha preguntado a dónde fue a parar su
alegría, revise sus creencias. Pablo les dijo a los Romanos que
el gozo y la paz se encuentran en el creer (ver Romanos
15:13). Yo he puesto a prueba este principio y sé que es
verdadero. Cuando confío en Dios, creyendo en su Palabra y
sus promesas, siento paz y gozo, y disfruto de la vida. Pero
cuando no confío en Él estoy llena de dudas, miedo,
preocupación y ansiedad. Es estresante y pone sobre mí una
pesada carga que no quiero llevar.
Solo tenemos dos opciones: ¡Confiar o no confiar en Dios!
¡Si lo hacemos a medias no podremos recibir todos los
beneficios! Pero, como sugerí anteriormente, sobretodo
debemos ser honestos con Dios. Fingir no nos llevará a
ninguna parte con Él. Si tenemos problemas para confiar en
Dios, pero queremos hacerlo, debemos orar así: “Padre,
confío en ti para que me ayudes a aprender a confiar en ti”.
Dios está dispuesto a buscarnos dondequiera que estemos
y ayudarnos a llegar a donde debemos estar. ¡Estas son las
buenas noticias del evangelio!
CAPÍTULO 4

La necedad de la
autosuficiencia

“No que seamos competentes por nosotros mismos


para pensar algo como de nosotros mismos, sino que
nuestra competencia proviene de Dios”.
2 Corintios 3:5

¿Confía usted en Dios o en usted mismo? Esta pregunta


centenaria tiene tantas respuestas como almas que la
contemplan a diario. El humanismo siempre ha luchado
fuertemente contra la idea de que necesitamos a Dios.
Cada persona, especialmente cada cristiano, debe tratar de
utilizar sus talentos al máximo y tiene el deber de tomar
decisiones. Pero no somos responsables de gobernar nuestra
propia vida, haciendo lo que nos plazca e ignorando a Dios,
hasta que tenemos una emergencia que no podemos
solucionar.
Cuando tratamos de vivir en la autosuficiencia los
resultados son agotamiento mental, emocional y físico;
desilusión, decepción y la posibilidad de experimentar ira y
ciertos niveles de confusión.
Josué 24:15 nos dice qué elección debemos hacer, y es la
elección más importante del creyente:

“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a


quién sirváis [… ] pero yo y mi casa serviremos a
Jehová”.

De todos los consejos que puedo darle hoy, el más


importante es: “Tome la decisión de servir o no a Dios, y no
deje que el mundo ni nadie más lo haga por usted”.
¿A quién le confiaría su vida única y preciosa? ¿Al Alfa y el
Omega que conoce el principio y el fin? ¿O confiará en los
dioses de este mundo y el espíritu de autosuficiencia?
¿Qué es la autosuficiencia?
Autosuficiencia es el intento del hombre de alcanzar la
felicidad a través de medios externos como el dinero, la
posición, el poder, la apariencia, los bienes, etcétera. Cuando
creemos que estas cosas nos harán felices las perseguimos
incansablemente, solo para terminar decepcionados al
descubrir que no ofrecen lo que esperábamos.
Una vez escuché a alguien decir: “Los seres humanos
pasan toda su vida tratando de llegar a la cima de la montaña
del éxito, solo para descubrir cuando llegan a la cima que han
estado escalando la montaña equivocada”. Dudo que alguien
pregunte cuánto tiene en el banco al momento de morir. Todos
quieren estar con sus familiares y amigos, y espero que
también con Dios.
Estoy segura de que usted también ha escuchado a alguien
decir: “No necesito a nadie. Puedo cuidarme solo”. Yo misma
repetí algo similar durante algunos años, pero
afortunadamente descubrí que sí necesito de otras personas y
necesito desesperadamente de Dios. Quienes dicen esto
normalmente han sido profundamente lastimados por los
demás, y nunca han tenido una verdadera relación con Dios a
través de Jesús. No confían en nadie más que en sí mismos, y
aún no han descubierto que la autosuficiencia es la peor
elección que pueden hacer. Necesitan conocer al Dios único y
verdadero que los creó y los ama incondicionalmente.
Hay quienes piensan que no necesita de nadie, pero Dios
nos ha creado para que nos necesitemos unos a otros y,
gústenos o no, no podemos funcionar al máximo a menos que
nos apoyemos y nos asociemos mutuamente. Como
individuos, todos tenemos talentos y habilidades, pero nadie
los tiene todos. Dios nos hace relacionarnos con otros que
tienen lo que nosotros no tenemos y, cuando aprendemos a
trabajar juntos, podemos tener grandes logros y disfrutar de la
vida.
Tristemente, solemos perder tiempo criticando a los demás
porque no actúan como nosotros y los rechazamos en vez de
aceptarlos. Con esto simplemente nos perdemos de lo que
ellos pueden aportar a nuestra vida e impedimos que reciban
lo que podemos darles. Una de las cosas más importantes que
podemos hacer es aprender el valor que tiene cada individuo.
Los demás son tan imperfectos como nosotros y las buenas
relaciones requieren tiempo y esfuerzo, pero definitivamente
vale la pena.
¡No debemos deducir que porque alguien nos lastimó todo
el mundo lo hará! Es mejor confiar y ser lastimados de vez en
cuando que aislarnos y rehusarnos a abrirle el corazón a los
demás. A raíz de mis experiencias con la gente construí un
muro alrededor de mi corazón y tenía miedo de dejar entrar a
alguien. Tenía algunas relaciones, pero no eran saludables
porque pasaba más tiempo tratando de no ser rechazada que
construyendo buenas relaciones. Afortunadamente, gracias a
mi relación con Dios y por medio del poder de su Palabra,
pude aprender a volver a confiar.
Si usted ha sido lastimado, Dios desea sanar su alma
herida. Él sana a los quebrantados y transforma el dolor en
gozo (ver Isaías 61:1–7). Él se convertirá en un muro de
protección a su alrededor. Dios no nos garantiza que nunca
seremos lastimados, pero promete consolarnos, sanarnos y
restaurarnos si eso ocurre. Requiere tiempo leer con calma y
reflexionar sobre este pasaje. A mí me ayudó muchísimo en
los años en que estaba aprendiendo a confiar en Dios y no en
mí misma.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor


Jesucristo, Padre de misericordias (piedad y
compasión) y Dios [que es la fuente] de toda
consolación (consuelo y desahogo), el cual nos
consuela (conforta y anima) en todas nuestras
tribulaciones (calamidades y aflicciones), para que
podamos también nosotros consolar (confortar y
animar) a los que están en cualquier tribulación, por
medio de la consolación (consuelo y ánimo) con
que nosotros somos consolados (confortados y
animados) por Dios”.
2 Corintios 1:3–4 (paréntesis añadidos)

Si yo no hubiera permitido que Dios sanara mi alma, no


habría podido enseñar a otros cómo recibir ayuda y consuelo
de Él. Dios también quiere que hagamos cosas importantes, y
que ayudemos a los demás. Si usted es una de esas personas
que aún se siente herida y se encuentra atascada en un pasado
doloroso, oro para que comience a recibir el consuelo y la
sanación de Dios a partir de hoy. Comience simplemente
pidiéndole a Dios que sane su alma y que alivie su dolor.
Dios no solo lo sanará, sino que restaurará los años
perdidos de su vida. Él prometió que si confiamos en Él nos
bendecirá el doble por nuestros problemas pasados. Aunque
esto no ocurre de un día para otro, sí sucede poco a poco si
confiamos constantemente en Dios y trabajamos con al
Espíritu Santo por nuestra plenitud. Isaías 61:7 dice:

“En vez de vuestra vergüenza [anterior], tendréis


doble porción, y en vez de humillación ellos [tu
pueblo] gritarán de júbilo por su herencia. Por tanto
poseerán el doble [de lo que han perdido] en su
tierra, y tendrán alegría eterna”. (LBLA, corchetes
añadidoS)

Esta promesa divina se ha materializado en mi propia vida


y en la de muchos otros que conozco. Si a usted no le ha
ocurrido, es posible que le ocurra. La confianza en Dios es la
llave que nos da acceso a esta promesa y a todas las demás.
El necio
Proverbios es un libro que enseña principios de sabiduría y
Salomón, su autor, dedica gran parte de él a mostrar las
consecuencias de la sabiduría y la necedad. Hay promesas
tanto para el hombre sabio como para el necio. Al hombre
sabio se le promete cualquier bendición que se nos pueda
ocurrir: dirección, protección, larga vida, salud, prosperidad,
ascenso y honor, entre otros. Pero al necio le espera todo lo
contrario.
En Proverbios, el necio a menudo se le describe como un
ser autosuficiente. Es decir, un individuo autosuficiente es
necio y el resultado de su comportamiento nunca es bueno. A
una persona autosuficiente no le gusta recibir consejos. Está
convencida de que su camino siempre es correcto. Vergüenza
es el rango más alto que se le puede conceder a un necio (ver
Proverbios 3:35). La gente necia habla sin pensar, se le puede
reconocer por la manera en que habla. Son burladores y
escarnecedores que hacen mofa del justo. Aman la maldad y
odian lo que es bueno. Una de las características más
destructivas del necio y autosuficiente es el orgullo. Su propio
orgullo lo engaña y se niega a escuchar a Dios.
No exagero al decir que hay mucha gente necia en el
mundo y que cosecharán el fruto de su necedad a menos de
que cambien. Lo mejor de Dios es que Él brinda una nueva
vida y un nuevo comienzo cada vez que lo necesitamos.
Nadie se queda atrapado en su pasado para siempre, a menos
que así lo decida. Aunque yo fui autosuficiente durante
mucho tiempo, con la ayuda de Dios pude cambiar y estoy
plenamente consciente de que necesito a Dios en todo
momento, ¡y que también necesito de los demás! Confío en
que Dios pondrá a la gente correcta en mi vida, y que luego,
juntos, confiando en Dios, lograremos grandes cosas.
Incluso aquellos que están completamente comprometidos
con la vida cristiana cometen necedades de vez en cuando. Al
menos sé que yo lo hago. Hace unos meses me comprometí a
largo plazo con un asunto sin pensarlo muy bien y ahora
desearía no haberlo hecho. Hice tal compromiso llevada por
mis emociones, en vez de tomarme el tiempo para buscar la
sabiduría de Dios. Me arrepentí y le pedí a Dios que me
ayudara a cumplir mi palabra, porque sé que sería más necia
aún si no lo hago, pero aprendí del error cometido.
Mi punto es que todos somos necios a veces, pero si
nuestro corazón está alineado con Dios, Él puede incluso
sacar cosas buenas de nuestros errores. En ocasiones, ser
necio y tomar decisiones sin consultar a Dios no es lo mismo
que vivir como un necio autosuficiente.
Saber que el necio era descrito en la Biblia como una
persona autosuficiente fue revelador para mí. La
autosuficiencia es un problema más grande de lo que nos
podemos imaginar. Básicamente, le cierra la puerta a todo lo
que Dios nos quiere dar. ¡Cuando nos apoyamos o
dependemos solo de nosotros mismos el resultado es
minúsculo en comparación con los resultados asombrosos
que tenemos cuando confiamos en Dios!
No tenemos que hacerlo todo
Confiar solo en nosotros mismos es una carga pesada que
exige que tengamos que hacerlo todo nosotros. ¡Vaya! De
solo pensarlo me canso, pues recuerdo cuando yo actuaba de
esa manera. Parte de la definición de confiar es “apoyarse”,
que significa descansar en, depender de, o contar con. Cuando
nos apoyamos en alguien nuestra carga se aligera de
inmediato.
Si alguna vez usted ha dicho: “No puedo seguir así durante
mucho tiempo”, probablemente está haciendo mucho más de
lo que le corresponde. Cada uno de nosotros tiene un límite.
Podemos reconocer cuáles son esos límites si prestamos
atención a nuestros niveles de estrés. Cuando llevamos una
carga tan pesada que nos sentimos constantemente agotados,
nos quejamos con frecuencia y estamos de mal humor e
impacientes con los demás, es porque hemos sobrepasado
nuestros límites. Necesitamos la ayuda de Dios o de la
persona que él disponga. Necesitamos apoyarnos en los
demás, pero es difícil hacerlo si no sabemos confiar.
¿De verdad tenemos que hacer todo lo que hacemos? ¿De
verdad somos los únicos que podemos hacer todo lo que se
tiene que hacer, o solo tenemos miedo de confiar en alguien
más? ¿Estaremos basando nuestra identidad (nuestro valor)
en ser “el que hace todo”? Responder estas preguntas con
honestidad requiere un poco de reflexión de nuestra parte, y
es que somos muy hábiles en escondernos de nosotros
mismos. ¿Cuántas personas se conocen realmente a sí
mismas y los motivos detrás de lo que hacen? ¿Nos asusta
preguntarnos por qué tenemos que hacerlo todo, porque
quizás no nos guste la respuesta? Para mí fue doloroso
descubrir que yo sentía que tenía que hacerlo todo porque era
una persona orgullosa que estaba convencida de que nadie
podía hacer lo que había que hacerse tan bien como yo lo
hacía (¡Ay!).
También tenía una raíz de rechazo producto de mi pasado
y, a causa de ella, dudaba en pedir ayuda a los demás porque
pensaba que si lo hacía, me iban a rechazar. No es agradable
que pidamos ayuda y recibamos un “no” por respuesta.
Como muchos otros, tenía miedo de mirar debajo de la
superficie de mi vida, así que continué haciéndolo todo hasta
que llegué al borde del colapso. ¡Fue en ese momento que le
pedí ayuda a Dios!
Si siente que está a punto de colapsar, pídale ayuda a Dios.
Cuando le pedimos a Dios que nos ayude, Él normalmente
nos da una dosis de verdad que no es fácil de digerir. La
verdad nos hace libres pero solo si la aceptamos y, para ser
honestos, normalmente es doloroso.
A mí no se me hizo fácil admitir que era orgullosa, que me
gustaba llevar el control, que era autosuficiente y que mi
actitud de “no necesito a nadie” no era de Dios. Cuando Dios
me reveló todo esto, sentí que mi alma se quebró y quedó
expuesta de una forma que me hacía sentir incómoda. Pero la
verdad me hizo libre. Y lo mismo le ocurrirá a todo el que esté
dispuesto a recibirla.
Ahora no solo no quiero hacerlo todo, ¡sé que no puedo
hacerlo todo! En realidad nunca pude, y usted tampoco
puede.
Confiar en Dios es el comienzo de toda sanación. Debemos
confiar en sus caminos aunque al principio parezca que todo
empeora. Con frecuencia es difícil entender por qué la
sanación es más dolorosa que la enfermedad, pero cuando se
trata de lo asuntos del alma, a menudo ocurre así. Yo tenía
una enfermedad del alma. No sabía confiar. Vivía con miedo.
Mi morral estaba lleno con una pesada carga y yo la llevaba a
todos lados. En verdad agradezco tener un pasado de
referencia, porque eso me ayuda a ver lo maravillosa que es
mi vida actual. Cuando observo el presente que estoy
viviendo y lo ligera y libre que estoy ahora, ¡me sorprendo
muchísimo del poder y la bondad de Dios!
Hablo de mi anterior forma de actuar porque creo que hay
muchos que están estancados en esa etapa. Oro para que al
ver que una persona fue liberada, estas almas desgastadas se
animen, suelten las riendas y se las entreguen a Dios.
¡Descanse en Dios y confíe en que Él lo ayudará y cuidará
de usted!
Me asombro mucho cada vez que pienso en toda la gente
en el mundo que cree que no necesita a Dios. Si yo no tuviera
a Dios en mi vida nada tendría sentido. Dios nos diseñó para
necesitarlo, así que separados de Él no podemos funcionar
bien. Algunos pueden tratar de engañarse pensado que tienen
todo bajo control, pero se acerca el día de rendir cuentas. Al
final llegarán a sus límites y espero que tengan la humildad
suficiente de invitar a Dios a sus vidas.
Si usted se siente de alguna manera culpable con relación a
esto de ser autosuficiente y cree que necesita ayuda,
¡simplemente pídala! ¡Dios es el mayor experto en el mundo
en brindar ayuda! Su Espíritu Santo está aquí con nosotros y
ha sido llamado el Ayudante (ver Juan 14:26). Piense en ello:
tenemos un Ayudante divino que está siempre a nuestra
disposición, así que, ¿por qué no darle algo que hacer? No
tenemos por qué hacerlo todo nosotros. La verdad es que
Jesús ya lo hizo todo y si confiamos, tenemos fe y creemos en
Él, ¡podemos exhalar un suspiro de alivio y soltar nuestra
carga!
Apóyese en Dios en vez de ser autosuficiente.
CAPÍTULO 5

Confiar en Dios y hacer el


bien (Parte 1)

“Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la


tierra, y te apacentarás de la verdad”.
Salmo 37:3

El Salmo 37:3 nos promete que si confiamos en Dios y


hacemos el bien, seremos alimentados. Pero no se refiere
únicamente a la comida material. Se refiere a que tendremos
alegría y satisfacción en nuestro corazón. Tal vez queremos
que algunas cosas cambien en nuestra vida, pero mientras
esperamos podemos tener un corazón que esté satisfecho en
Dios.
Confiar en Dios es muy beneficioso para los hijos de Dios.
Es algo que nos permite disfrutar de la vida y no solo
sobrevivir. Recordemos que confiar en Dios es una decisión
que tomamos y un privilegio, pero hay algo además de la
confianza que es fundamental para poder obtener un beneficio
completo. Ese algo es “hacer el bien”.
Este capítulo podría ser el más importante del libro para
usted. El principio bíblico del Salmo 37:3 me ha ayudado
tremendamente en mi vida y creo que también será crucial en
la suya.
Confiar en Dios significa que le entregamos a Él nuestras
preocupaciones y nos rehusamos a estar inquietos o ansiosos
por nada, pero eso no quiere decir que dejemos de lado
nuestra responsabilidad. Muy a menudo, debemos llevar a
cabo una acción inspirada por Dios para obtener lo que
deseamos. Algunos piensan equivocadamente que confiar o
esperar en Dios es algo pasivo y que no debemos hacer nada
mientras esperamos que Dios actúe, pero esto simplemente no
es verdad. Por ejemplo, un individuo que confía en que Dios
lo ayuda a conseguir trabajo pero que no es diligente para salir
a buscar uno, probablemente no obtenga buenos resultados.
Pablo habló de ello en su carta a los Efesios. Les dijo que
ellos debían hacer todo lo que la crisis exigiera y luego
plantarse firmes en sus lugares (ver Efesios 6:13). Tenemos el
principio de “confiar en Dios y hacer el bien” en este pasaje.
Hagamos lo que debamos y podamos hacer, y confiemos en
Dios para que haga lo que no podamos o no debamos hacer.
Lo primero que debemos hacer siempre es confiar en Dios
en cada aspecto de nuestra vida. Lo segundo es estar
dispuestos a hacer cualquier cosa que Dios necesite que
hagamos. Yo he tenido que cambiar mi manera de orar
cuando tengo una necesidad. Ahora, en lugar de decir:
“Confío en ti, Señor, para que hagas esto por mí”, digo:
“Señor, confío en ti para que te hagas cargo de esta situación
y si hay algo que yo deba hacer, muéstramelo”. Si no lo ha
hecho, intente orar de esta manera. Creo que nos mantiene al
tanto de nuestra necesidad de escuchar las instrucciones que
Dios quiere darnos.
El primero de enero de 2015 escribí en mi diario que
deseaba enormemente tener más energía. Poco después, sentí
que debía comenzar a caminar todos los días. Yo ya me estaba
ejercitando tres veces a la semana con un entrenador, pero
ahora sentía que debía añadir la caminata. Me apoyaba en
Dios diariamente para que me diera el deseo y la capacidad de
hacerlo. Unos meses después, ya estaba caminando cinco
millas diarias y tenía más energía que nunca. Tenía más
resistencia y mi mente estaba más alerta. Como bono
adicional, había perdido algo de peso y aunque esa no era mi
meta principal, estaba fascinada. El ejercicio cardiovascular
adicional resultó ser exactamente lo que mi cuerpo necesitaba.
Confié en Dios para que me diera más energía y Él me dio
algo que hacer, pero también me dio el deseo y la capacidad
de hacerlo. Si usted confía en Dios y tiene la verdadera
disposición de hacer lo que sea necesario, le garantizo que se
impresionará con el progreso que tendrá en la consecución de
sus metas.
Recientemente, me ocurrió algo relacionado con mis ojos.
Mis ojos son extremadamente secos y algunas veces me arden
y me duelen mucho. Uso todo tipo de gotas y tengo un
humidificador que llevo a cualquier lugar donde vaya a dormir
y, aunque eso ayuda, el problema continúa. El asunto
empeora cuando viajo a lugares de clima seco, lo cual hago
frecuentemente como parte de las responsabilidades de mi
ministerio.
Como muchas veces en el pasado, oré por el problema,
pero en esta oportunidad sentí que Dios me dijo que debía
tomar mucha más agua de la que ya tomaba. ¡Yo creía que ya
tomaba bastante agua! Algunas personas me habían sugerido
que tomara más agua, pero como yo creía que ya lo hacía,
descarté su sugerencia pensando que era irrelevante para mi
problema. Es increíble cómo el orgullo puede evitar que
tomemos en cuenta las sugerencias que recibimos.
Deberíamos por lo menos reflexionar con Dios sobre el
consejo recibido y ver si le da testimonio a nuestro espíritu. A
menudo Dios nos habla a través de otros, pero debemos ser lo
suficientemente humildes para escucharlo.
Afortunadamente, Dios no se rinde con nosotros, y aunque
había tratado de decirme a través de otros lo que debía hacer,
ahora tenía la bondad de decírmelo directamente. Sentí que
debía beber el doble de lo que normalmente bebía,
especialmente en climas secos. Para lograrlo, ¡debía tomar
ocho botellas de agua de dieciséis onzas diarias! Bueno, las
coloqué sobre una mesa y comencé a beberlas, y mis ojos
ciertamente mejoraron. No son perfectos, pero están mucho
mejor que antes. Tomar tanta agua es difícil y no lo he podido
hacer a diario, pero sé por experiencia que puedo formarme
un nuevo hábito y, cuando lo haga, lo que ahora es difícil se
convertirá después en parte de mi estilo de vida.
En otra oportunidad no podía dormir y después de dar
vueltas en la cama hasta las primeras horas de la mañana, le
pregunté a Dios qué era lo que andaba mal. Rápidamente
llamó mi atención sobre un incidente que ocurrió un día que
fui descortés y antipática con alguien e inmediatamente supe
que necesitaba pedirle a Dios que me perdonara, así que eso
hice. También tenía que disculparme lo más pronto posible
con esa persona que había ofendido. ¡Me dormí
inmediatamente después de eso!
Mi meta en la vida es continuar confiando en Dios y
“haciendo el bien”. Esto significa hacer el bien que Dios
quiere que hagamos y obedecer rápidamente en todo lo que
nos revele. También hay otro aspecto de hacer el bien del cual
quiero hablar en el próximo capítulo, pero dediquemos este a
aprender la importancia de seguir diligentemente la dirección
del Espíritu Santo.
Nuestro ayudante
Cuando Jesús ascendió a los cielos, nos envió a otro
Consolador y Ayudante: ¡el Espíritu Santo! Dijo en Juan
14:16:

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador


para que esté con vosotros para siempre”.

Jesús envió su Espíritu para que esté con nosotros y en


nosotros todo el tiempo. El Espíritu Santo es nuestro Guía,
según Juan 16:13. Me encanta saber que tengo un Ayudante
santo que me acompaña a lo largo de mi vida, y espero que
usted también se emocione de saberlo. Nunca tendremos que
estar solos ni hacerlo todo solos, porque el Espíritu Santo está
allí para ayudarnos. Nos dice lo que hay que hacer, nos
fortalece, ¡y nos ayuda a hacerlo! Debemos depender de Dios
en todo momento, porque lejos de Él no podemos hacer nada
(ver Juan 15:5). Cuando ponemos nuestra confianza en Jesús
y dependemos de Él, nos quitamos toda la presión de encima.
A veces cuando Dios quiere que hagamos algo específico,
no siempre sabremos de inmediato qué será, pero si
esperamos pacientemente manteniendo nuestra confianza en
Él, Él nos revelará su voluntad. Ha habido veces en las que he
estado esperando que Dios se haga cargo de algún problema y
he sentido que lo que yo debo hacer es hablar positivamente
de la situación y agradecerle de antemano por la solución.
Recuerdo un par de oportunidades en las que Dios nos pidió
que diéramos una ofrenda de sacrificio, otras veces fue que
ayunáramos, y en otras ocasiones solo nos indicó que lo
alabáramos y esperáramos. No debemos tener ideas
preconcebidas sobre la forma en que Dios trabaja y nos habla,
¡porque sus métodos son interminables!
Cuando Dios nos habla (nos lidera y nos dirige), sentimos
un fuerte impulso en el corazón de que tenemos que avanzar
en una dirección específica, o tenemos un pensamiento o una
idea que no nos abandona. ¡Dios guía a aquellos que
realmente buscan su orientación! A veces aprendemos
cometiendo errores, así que si usted actúa por fe y luego se da
cuenta de que malinterpretó lo que tenía que hacer, no se
rinda.
Cuando estoy haciendo algo que Dios no quiere haga, me
siento incómoda en mi espíritu y mi corazón. He aprendido
que cuando ese sentimiento continúa, debo tomar otra
dirección y espero para descubrir cuál es. Cuando estoy
haciendo lo que Dios quiere que haga, siento paz, tranquilidad
y gozo.
¿Quién tiene el control de su vida? Si es Dios, todo saldrá
bien; pero si no lo es, sus asuntos no saldrán tan bien.
¡Haga lo que Él le pida!
Con frecuencia, relato la historia de una joven mujer que se
me acercó al final de una conferencia y me pidió que
conversáramos. Durante el fin de semana, ella se había
reunido con otras mujeres que compartieron testimonios
personales sobre cosas que Dios les había pedido que hicieran
y cómo, después de haberlas hecho, habían experimentado
victorias que necesitaban. Ella me dijo: “Joyce, todo lo que
Dios les pidió que hicieran también me lo había revelado a mí.
La diferencia fue que ellas hicieron lo que Dios les pidió para
solucionar sus problemas, ¡pero yo no!”. Seguir la dirección
del Espíritu Santo es la clave para avanzar en la vida y superar
los retos que enfrentamos.
¡No puedo explicarlo de forma más sencilla! Un buen
ejemplo bíblico lo encontramos en Juan 2. La madre de Jesús
quería un milagro cuando se terminó el vino en las bodas de
Caná. En el versículo 5, se dirige a los sirvientes y les dice:
“Haced todo lo que [Jesús] os dijere”. Si usted aún no le ha
dado a Dios el control absoluto de su vida, ¿está dispuesto a
convertir esto en la nueva meta de su vida? Si lo hace no se
arrepentirá.
Pregúntese, con honestidad: “¿En verdad estoy confiando
en Dios? ¿He hecho lo que Dios me ha pedido que haga, o
estoy postergando mi obediencia porque sigo esperando
recibir lo que quiero?”. ¿Es posible que alguien confíe en Dios
si no está dispuesto a obedecerlo? ¡No lo creo! Tal vez suene
un poco rudo, pero es cierto. Confiar en Dios no pasa de ser
una simple idea espiritual hasta que confiamos en Él lo
suficiente como para hacer lo que él nos pide, que tal vez es
no hacer nada, si eso es lo que se requiere.
¿Qué pasa si Dios nos pide que no hagamos nada?
Hay cosas que Dios nos pide que hagamos y otras que Dios
nos pide que dejemos de hacer. Hubo una época en la que yo
quería que mi esposo cambiara, ¡pero Dios me pidió que
dejara de tratar de cambiarlo! Y hubo una vez en la que yo
quería cambiarme a mí misma, pero no podía hacerlo por
medio de mi propio esfuerzo; tenía que esperar en Dios,
confiando en que Él completaría el buen trabajo que había
comenzado en mí (ver Filipenses 1:6). Quería estar
involucrada activamente en asuntos que Dios me pidió que
dejara de hacer y eso no era fácil para mí.
¿Hay algo que Dios le ha pedido que deje de hacer?
Ciertamente a mí me ha pedido de vez en cuando que deje de
hacer cosas. Aún recuerdo que yo siempre quería tener la
última palabra cuando se presentaban desacuerdos con mi
esposo, ¡pero Dios me pidió que dejara de hablar! Me gusta
dar mi opinión, pero muy a menudo el Espíritu Santo
enciende una luz roja para señalarme que debo detenerme y
quedarme callada.
No quiero que nadie se sienta frustrado consigo mismo por
causa de las obras de la carne, tratando de “hacer” algo que no
puede terminar con su propia fuerza o capacidad. Por favor,
comprenda que estoy hablando de hacer lo que Dios le
muestre que debe hacer o dejar de hacer lo que no debe.
Uno de mis pasajes favoritos es el Salmo 46:10, el cual nos
dice que nos quedemos quietos, y conozcamos que Él es
Dios. ¡Quedarme quieta era más difícil para mí que estar
activa! Dios quiere que seamos activos, pero activos haciendo
su voluntad, no la nuestra.
Cuando confiamos en que Dios se hará cargo de una
situación que le hemos encomendado, sentimos en nuestro
espíritu que Él quiere que utilicemos nuestro tiempo de
oración para agradecerle y no para pedirle más. Hay muchos
momentos en la vida en los que no podemos hacer
absolutamente nada más que orar y esperar. Esto es
particularmente válido cuando nuestra petición incluye algo
que queremos para un ser querido. Nuestras oraciones abren
las puertas para que Dios obre, pero la persona involucrada
debe dejar que Dios trabaje en ella.
A veces he orado por alguien durante mucho tiempo y
luego siento que ya no debo seguir pidiéndole a Dios que
haga algo, ¡pero sí agradecerle porque está actuando!
El poder de la obediencia
Frecuentemente hablo con gente que está confundida porque
su fe pareciera no estar funcionando. Después de pasar un
momento con ellos, casi siempre puedo comprender por qué
eso está ocurriendo. ¡Se quejan, critican a los demás y son
negativos! Esa clase de comportamiento no es obedecer la
dirección del Espíritu Santo. Es de vital importancia ser
obedientes a Dios en lo referente a nuestras actitudes.
Tenemos poder sobre nuestro enemigo Satanás, pero la
autoridad para utilizar ese poder solo se obtiene de la
obediencia a Dios. Jesús ciertamente era poderoso, pero
también era obediente. Las Escrituras dicen que fue
extremadamente obediente, incluso en la muerte, y que se le
dio un nombre que está por encima de los otros nombres; y a
la mención de su nombre toda rodilla deberá doblarse (ver
Filipenses 2:8–10).
Un gran obstáculo para que nuestras oraciones sean
respondidas es que nos rehusamos a abandonar la ira o la
amargura. Perdonar a quienes nos han lastimado y a quienes
consideramos “enemigos” es un tema que del que se habla
muy claramente en la Palabra de Dios. Allí Dios establece
explícitamente que cuando oramos debemos perdonar a
cualquiera por cualquier cosa que tengamos contra ellos (ver
Marcos 11:25). Por lo tanto, si alguien cree que puede negarse
a perdonar y seguir viendo la obra de Dios en su vida, está
muy equivocado.
Ahora, no estoy diciendo que somos salvados por medio
de la obediencia. Fue la obediencia de Cristo la que nos trajo
la salvación. Somos salvados por la gracia de Dios, ¡no por
nuestras propias obras! (ver Efesios 2:8–9). Sin embargo, creo
que todo el que recibe el regalo de salvación por medio de
Cristo querrá desarrollar naturalmente la obediencia debido a
su amor por Él.
Si los padres esperan que sus hijos confíen en ellos y los
obedezcan, ¿por qué pensar que Dios no espera lo mismo de
nosotros? Quiero animarlo a que enfoque su mente en confiar
en Dios en todo momento, obedeciendo lo que Él le pida que
haga o no haga (ver Colosenses 3:2). No es lo que hacemos de
vez en cuando lo que trae victoria a nuestra vida, sino lo que
hacemos constante y diligentemente. Un poquito de
obediencia mezclada con mucha desobediencia seguirá dando
como resultado una vida poco agradable.
¿Se comprometería usted a tener un mayor nivel de
obediencia a Dios? Si asume ese compromiso, Dios le dará la
gracia para cumplirlo. ¿Hay actualmente aspectos que usted
sabe que necesita entregarle a Dios, no solo preocupaciones y
angustias, sino comportamientos que no se ajustan su
voluntad? Puede comenzar desde cero, ¡tener un nuevo
comienzo! Dejemos que el clamor de nuestro corazón sea
siempre: “Padre, ¡que se haga tu voluntad y no la mía!”.
Veamos ahora la segunda parte de hacer el bien, ¡tan
emocionante que no puedo esperar a compartirla con usted!
CAPÍTULO 6

Confiar en Dios y hacer el


bien (Parte 2)

“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su


tiempo segaremos, si no desmayamos”.
Gálatas 6:9

Hemos visto que obedecer a Dios y seguir la dirección del


Espíritu Santo es “hacer el bien”, pero en este capítulo quiero
enfocarme específicamente en lo que significa obedecer a
Dios y realizar buenas obras ayudando a quienes lo necesitan.
El apóstol Pablo les dijo a los Gálatas que no desmayaran
en hacer el bien (ver Gálatas 6:9). Los instó a hacer el bien a
todos en cuanto se presentara el momento y la oportunidad,
especialmente a los de la familia de la fe (6:10). ¡Deberíamos
tener en cuenta el hecho de ayudar a quienes lo necesitan
como una oportunidad de hacer el bien! Es la oportunidad de
bendecir a los demás y de bendecirnos a nosotros mismos.
¡La gente que se enfoca en ayudar a los demás es gente feliz!
Creo sinceramente que la capacidad de dar proviene de la
confianza en Dios. Lo hacemos porque Dios nos lo pidió y
creemos en su promesa de satisfacer nuestras necesidades
financieras. Hacer buenas obras obra maravillas en los que las
practican. Hechos 20:35 dice: “Más bienaventurado es dar que
recibir”. Dar libera gozo en nuestra vida y nos permite ser
felices mientras esperamos que Dios satisfaga nuestras
propias necesidades. Así que si se está preguntando: “¿Cómo
puedo ser feliz si tengo problemas?”, la respuesta es sencilla:
deje de pensar en usted mismo y concéntrese en hacer algo
bueno por alguien más. No tenemos que estar todo el día
enfocados en nuestros propios problemas para que Dios nos
dé respuestas. Digámosle lo que queremos y necesitamos, ¡y
luego confiemos en que nos lo proveerá mientras nos
concentramos en hacer el bien!
Uno de mis versículos bíblicos favoritos es Hechos 10:38.
Dice que Jesús fue ungido por el Espíritu Santo y que
“anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos
por el [poder del] diablo”. Se nos ha enseñado a imitar su
comportamiento y seguir su ejemplo, y esta es una de las
mejores formas de hacerlo. El mundo está lleno de gente
oprimida por el diablo y estamos ungidos por el Espíritu
Santo para ayudarlos como Jesús lo hizo.
Cada vez que hacemos el bien sembramos una semilla que
producirá nuestra propia cosecha. No cometamos el error de
pensar que ya tenemos demasiados problemas como para
estar ayudando a los demás. Esto solo hará que nos
quedemos atascados en nuestros problemas durante tiempo
indefinido.
Un fin de semana estaba en una de mis conferencias
hablando sobre este mismo tema de confiar en Dios y hacer el
bien, cuando hubo un corte de energía en la cuadra donde
estábamos. Esto ocurrió como una hora antes de que
comenzara la sesión inaugural, así que debimos cancelar la
actividad y ver partir del lugar a miles de personas. La energía
eléctrica volvió unos diez minutos antes de la hora de
culminación de la conferencia. Tuvimos que esperar y
comenzar la conferencia la mañana siguiente.
¡Tuve que confiar en Dios mientras trataba de dar una
conferencia sobre la confianza en Dios! Aparte de todo lo que
estaba pasando, la gerencia del local colocó este mensaje en la
pantalla externa: “La conferencia de Joyce Meyer ha sido
cancelada”. Creyeron que estaban ayudando, pero olvidaron
poner que solo había sido cancelada por esa noche y que
comenzaría nuevamente la mañana siguiente. Yo ya me veía
en ese enorme local hablándoles a los asientos vacíos. Me se
sentía bastante desesperada, pero seguía diciendo: “Señor,
pongo mi confianza en ti”. Resultó que tuvimos una gran
conferencia.
Durante la conferencia utilicé material de apoyo visual para
que los asistentes entendieran mejor el principio de confiar en
Dios y hacer el bien. Nuestro equipo construyó dos botellas
de medicamento de aproximadamente tres pies (1 metro) de
alto. Las colocamos sobre una mesa y las etiquetamos. Una de
ellas decía: “Confiar en Dios” y la otra: “Hacer el bien”. Las
botellas también decían que se podían volver a llenar
ilimitadamente y que el paciente podría tomarlas tan a
menudo como quisiera. Era imposible tener sobredosis de
ninguna de las dos.
Cuando yo hablaba de cómo enfrentar pruebas y
tribulaciones, problemas y todo tipo de desgracias, decía:
“Cuando aparezcan los síntomas, tome inmediatamente una
dosis de ‘Confiar en Dios’ seguida rápidamente de una dosis
de ‘Hacer el bien’”. Este ejemplo ayudó mucho a la gente a
entender que la mejor medicina para el alma es hacer cosas
buenas por los demás, mientras confiamos en que Dios será
bueno con nosotros.
La Palabra de Dios actúa como una medicina para el alma
si seguimos sus indicaciones. Ninguna medicina puede
ayudarnos si no la tomamos y la Palabra de Dios no nos
ayudará si no la practicamos, aunque la conozcamos. Cuando
pecamos podemos hacer lo que la gente normalmente hace,
que es sentir culpa y condenación, o podemos tomar un poco
de medicina llamada: “Dios, perdóname” y sanar nuestra
alma. Si alguien nos ha lastimado u ofendido, podemos tomar
una buena dosis de la medicina llamada: “Te perdono” y
disfrutar de nuestro día, en vez de estar furiosos e irritados. Si
vemos la Palabra de Dios como una medicina para el alma,
recibiremos ayuda para todos los problemas que enfrentemos
en la vida.
Permítame repetirle una vez más que creo que confiar en
Dios y hacer el bien es la mejor medicina para el alma y que
recomiendo ampliamente tomar toda la que necesite, con
tanta frecuencia como sea necesario. Sin embargo, ¡debo
advertirle que tiene efectos secundarios! Estos son paz, gozo,
estabilidad, seguridad y recompensas en el cielo.
¿Qué se puede catalogar como “buenas acciones”?
Hacer una buena obra puede ser algo tan sencillo como
elogiar a alguien o escuchar a alguien que sufre. También
puede involucrar nuestro tiempo o nuestras finanzas para
ayudar a un necesitado.
La Biblia está llena de pasajes sobre ayudar a los pobres y a
los necesitados, y de dar aliento a los que sufren. En realidad,
dice que hay que “buscar” hacer buenas obras y realizar actos
de bondad. Esto significa que debemos buscar la manera de
ayudar a los demás.

“Mirad que ninguno pague a otro mal por mal;


antes seguid siempre lo bueno unos para con otros,
y para con todos”.
1 Tesalonicenses 5:15

¿Queremos ser útiles y vivir con un propósito agradable?


Charles Dickens dijo: “Nadie es inútil en este mundo mientras
pueda aliviar un poco la carga de sus semejantes”.4
Dios no solo nos enseña a ayudar a los que sufren, ¡sino
también a bendecir a nuestros enemigos! ¿Por qué haríamos
eso? Porque así venceremos el mal con el bien (ver Romanos
12:21) Se nos ha dado una gran arma secreta que funciona
como un milagro cuando aparecen los problemas, cuando la
gente nos hace daño o cuando tenemos necesidades
personales: ¡Esa arma es hacer el bien!
Una de las primeras cosas que debemos hacer cuando
alguien nos lastima o nos trata injustamente es orar por quien
nos ofendió. ¿Cómo debemos orar? Pidiéndole a Dios que lo
perdone y que abra sus ojos para que pueda ver como su
comportamiento no es agradable ante Él. Si no es alguien
salvo, entonces también hay que orar por su salvación. Al
hacer esto, nos liberamos del sufrimiento que implica estar
furiosos con quién nos lastimó y de preocuparnos por lo que
ha hecho. Tal vez no nos sintamos diferentes en un primer
momento, pero es muy difícil permanecer enojados con
alguien por quien se ora frecuentemente.
Debemos hacer el bien todo el tiempo, pero tenemos la
tendencia a retraernos y dejar de tender la mano cuando nos
lastiman. Esto es una gran equivocación. Siempre es
importante hacer el bien, pero es aun más importante hacerlo
a pesar de nuestros propios problemas. Jesús estaba
enfrentando una muerte increíblemente dolorosa y sin
embargo siguió haciendo el bien a los demás, pidiéndole a su
Padre que perdonara a quienes lo habían crucificado y
confortando al ladrón que estaba crucificado con Él y que le
pidió ayuda (ver Lucas 22:32–43). Yo no sé usted, pero
cuando tengo mis propios problemas me resulta difícil ser
amable con los demás. Sin embargo, he aprendido con el paso
de los años que ese es el mejor momento para practicar lo de
ser buenos y hacer el bien. Cuando no tenemos problemas, no
necesitamos disciplina para tratar a los demás con amabilidad,
pero sí necesitamos una gran dosis de disciplina para confiar
en Dios y seguir haciendo su voluntad cuando estamos
sufriendo.
Me encanta el Salmo 37 y lo leo con frecuencia. Los
versículos 1–5 nos dejan esta sabiduría: No nos preocupemos,
ni estemos ansiosos o angustiados por quienes hacen el mal,
porque Dios se enfrentará con ellos a su debido tiempo.
Mientras esperamos, confiemos en Dios y hagamos el bien.
Deleitémonos en el Señor y Él nos concederá los deseos de
nuestro corazón. Comprometamos a Él nuestro camino y Él
nos ayudará atravesarlo.
Estas no son solo unas palabras que están allí para
hacernos sentir bien. Son instrucciones que debemos seguir.
Al hacerlo, no solo conseguiremos satisfacer nuestras
necesidades, sino que además seremos un buen ejemplo para
aquellos que no conocen a Dios.
Es a través de las buenas acciones que el mundo
reconocerá que pertenecemos a Dios (ver 1 Pedro 2:12).
El mandamiento más importante
Aunque cada mandamiento de Dios es grande e importante,
Jesús dijo que el más grande y el más importante de todos es
que caminemos en amor: amar a Dios y amar a los demás
como nos amamos a nosotros mismos (ver Mateo 22:36–39).
También dijo que es por este amor que el mundo conocerá
que somos sus discípulos:

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis


unos a otros; como yo os he amado, que también
os améis unos a otros. En esto conocerán todos
que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos
con los otros [si seguimos demostrándonos amor
entre nosotros]”.
Juan 13:34–35

No podemos hablar del amor sin mencionar las buenas


obras, ya que a través de ellas es que el amor se demuestra. El
amor no es solo una teoría o una enseñanza que hace
conmovedor un sermón: es algo real y práctico. El amor
puede verse y sentirse y tiene un poder milagroso para
cambiar vidas.
El mundo duda de nuestro testimonio por culpa de las
divisiones que hay entre nosotros. Si la iglesia lograra
unificarse alguna vez, ¡nuestro testimonio sería innegable! El
amor busca la manera de concertar, y no en qué cosas
discrepar.
¡Una familia que está de acuerdo es poderosa! Dave y yo
aprendimos en nuestro ministerio que no podríamos tener
éxito si teníamos conflictos en nuestros corazones. Hemos
trabajado diligentemente para mantener el conflicto fuera de
nuestras vidas y hemos visto de primera mano el poder que
trae la paz y la unidad.
No participe en ningún conflicto de su familia, hogar,
vecindario, iglesia o sitio de trabajo. Es honorable para un
hombre evitar el conflicto y pasar por alto las ofensas (ver
Proverbios 19:11). Cuando honramos a nuestro Dios
caminando por su sendero, Él nos honra abiertamente en
nuestra vida.
Obrar en amor significa que todos los días debemos tomar
decisiones que nos ayuden a vivir por encima de nuestras
emociones. No podemos hacer todo lo que “sintamos” que
queremos hacer y al mismo tiempo obedecer los
mandamientos de Dios. Yo tal vez no siempre “sienta” que
quiero tomarme tiempo para ser amable con alguien, pero
cada vez que lo hago, estoy obrando en amor. El amor no es
un sentimiento que tenemos, sino algo que decidimos al tratar
a la gente.
Un versículo que me ayuda a mantenerme obrando en
amor es Mateo 7:12:

“Así que, todas las cosas que queráis que los


hombres hagan con vosotros, así también haced
vosotros con ellos; porque esto es la ley y los
profetas”.

Es evidente que si siempre tratáramos a los demás de la


manera en que nos gustaría que nos trataran a nosotros
nuestro comportamiento cambiaría. Es una instrucción
sencilla que podemos aplicar en nuestra vida diaria. Cuando
ocurra algo que impida que tratemos bien a alguien, solo
debemos preguntarnos: “¿Qué me gustaría que esta persona
hiciera por mí si fuera yo quién necesitara misericordia?”.
Normalmente, cada día está caracterizado por pequeñas
molestias que tenemos que soportar. Quizás estamos
esperando por un puesto en el estacionamiento de un centro
comercial atestado y alguien llega de repente y nos quita el
lugar antes que podamos estacionarnos. Inmediatamente nos
sentimos irritados e incluso furiosos de que ese sujeto haya
sido tan maleducado. Tal vez le gritamos, le tocamos la bocina
o hacemos cualquier otra impiedad, pero nada de eso nos hará
sentir mejor y sí hará que nos rebajemos a su nivel. Dios nos
bendecirá de alguna manera si confiamos en Él ¡y seguimos
haciendo el bien!
Debemos comenzar a ver estas molestias e imprevistos
como oportunidades para demostrar amor en vez de permitir
que nos hagan enojar.
Se nos ha dado una definición maravillosa de cómo se
comporta el amor en 1 Corintios 13:4–8. Por favor, dedique
unos minutos a revisar cada uno de estos puntos y pregúntese
si necesita mejorar en alguno de estos aspectos:
• El amor es duradero, paciente y amable.
• El amor nunca es envidioso ni se desborda de los
celos.
• El amor no es presumido ni vanidoso y no se muestra
altanero.
• El amor no es engreído (arrogante o henchido de
orgullo).
• El amor no es descortés (maleducado) y no se
comporta indecorosamente.
• El amor no insiste en sus propios derechos o su
manera de hacer las cosas porque no es egoísta.
• El amor no es susceptible, quejumbroso o resentido.
• El amor no toma en cuenta el daño que se le ha hecho,
ni se concentra en la injusticia sufrida.
• El amor no se regocija con la injusticia, sino que se
regocija cuando la justicia y la verdad prevalecen.
• El amor resiste cualquier cosa y todo lo que venga.
• El amor siempre cree lo mejor de cada quien.
• El amor nunca renuncia ni se rinde; siempre está lleno
de esperanza y soporta todo sin debilitarse.
• El amor nunca falla.
Ayudar a los pobres
La Biblia tiene mucho que decir sobre la ayuda a los pobres y
contiene maravillosas promesas para quienes lo hacen. Esta es
una de ellas:

“A Jehová presta el que da al pobre, Y el bien que


ha hecho, se lo volverá a pagar”.
Proverbios 19:17

Santiago, el apóstol, dijo que: “La religión pura y sin


mácula [como se expresa la religión mediante acciones
externas] delante de Dios el Padre es esta: visitar a los
huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Santiago 1:27).
La verdadera religión debe ser expresada siempre en actos
externos, porque la verdadera cristiandad no solo influye en
los corazones de los hombres, sino también en su
comportamiento. Dios es un dador y todo aquel que tenga
una relación con Él también querrá dar. El Espíritu Santo es el
Ayudante y quien esté lleno del Espíritu Santo también será
un ayudante.
Puede ser un ejercicio saludable preguntarnos: “¿Qué estoy
haciendo para ayudar a alguien?”. ¿Recuerda cuál fue la
última persona a la que ayudó? Por supuesto, con frecuencia
ayudamos a nuestra familia en sus actividades diarias o les
damos regalos en Navidad, pero estoy hablando de algo más.
Estoy hablando de dar para vivir. Una vida satisfactoria y con
sentido no se encuentra en lo que recibimos, sino en lo que
damos.
¿Cuántas personas necesitadas conocemos, pero nunca
hemos pensado en ser quienes las ayuden? Cuando
comenzamos a hacernos estas difíciles preguntas,
descubrimos que las respuestas son decepcionantes. Sin
embargo, cada vez que me desilusiono de mí misma, siempre
puedo “volver a ilusionarme” y empezar a hacer lo correcto.
Me gustaría invitarlo a ayudar de manera intencional a la
gente necesitada. Búsquela y encuentre alguna forma de
ayudar. Es fácil poner excusas y no hacer nada, pero esa no es
la conducta apropiada de un cristiano. He aquí algunas de las
excusas que yo misma he puesto en el pasado o que he
escuchado decir a otros:

• “Mis ocupaciones no me lo permiten”.


• “Sus problemas son su culpa”.
• “Tengo mis propios problemas”.
• “No me quiero meter en eso”.
• “No sé qué hacer”.

En vez de andar buscando razones para no ayudar, ¿por


qué no buscamos ávidamente formas en las que podamos
hacerlo? Tal vez conozcamos a alguien cuyas necesidades no
podamos satisfacer, pero podríamos ser quien organice a un
grupo que trabaje para ayudar a esa persona. Lo mínimo que
cada uno de nosotros debería hacer es orar y pedirle a Dios
que nos revele lo que sea que Él quiera que hagamos para
ayudar a quienes estén sufriendo y necesitados. Jamás
olvidemos que cada vez que realizamos un acto de bondad
por alguien más, nos estamos ayudando a nosotros mismos.
Recientemente, tres mujeres asistieron a nuestra
conferencia y me oyeron hablar de la necesidad de ayudar a
cavar pozos en los países del tercer mundo en los que la gente
no tiene acceso al agua sin antes viajar durante horas, y en
muchos casos hasta un día para conseguirla y cuando la
consiguen normalmente está sucia y contaminada. Hemos
tenido el privilegio de crear setecientos de estos pozos, los
cuales han transformado aldeas enteras.
Las tres mujeres querían hacer algo, así que juntaron a
veintiún familias e hicieron una enorme venta de garaje. En la
siguiente conferencia a la que fueron, trajeron una ofrenda de
más de dos mil dólares para ayudar a cavar un pozo y
construirle una iglesia al lado. De esta manera bridamos agua
potable y el agua de la Palabra. ¡Ambas fuentes de vida!

“Dad, y se os dará; medida buena, apretada,


remecida y rebosando darán en vuestro regazo;
porque con la misma medida con que medís, os
volverán a medir”.
Lucas 6:38

No creo que nuestro motivo para dar deba ser esperar algo
a cambio. Debemos dar porque deseamos ayudar a otros,
pero la Palabra de Dios promete que cuando lo hagamos,
regresará multiplicado de muchas formas.
Job hizo una afirmación bastante radical. Dijo que si no
utilizaba su brazo para ayudar a aquellos que lo necesitaran,
entonces sería mejor que le quebraran el hueso desde la base
(ver Job 31:16–22).
Las citas de las que estoy hablando han tenido una
influencia enorme en mi vida y oro para que usted se tome el
tiempo de leerlas varias veces antes de continuar. Usted y yo
tenemos el poder de aliviar el sufrimiento y no deberíamos
dejar pasar ninguna oportunidad de hacerlo. John Bunyan
dijo: “Usted no ha vivido hoy hasta que no haya hecho algo
para alguien que nunca se lo podrá recompensar”.5
Iluminemos el rostro de Dios
Es increíble pensar que podemos hacer que el rostro de Dios
se ilumine, pero las Escrituras así lo señalan. David hizo está
oración: “Haz que tu rostro resplandezca sobre tu siervo, y
enséñame tus estatutos” (Salmo 119:135).
Cuando hacemos la voluntad de Dios, ¡su rostro
resplandece! Y creo que brilla aún más cuando nuestra
obediencia tiene que ver con ayudar a los demás, porque
cuando lo hacemos lo estamos imitando. He escuchado a mi
hijo decir sobre sus hijos: “Me vieron haciendo tal cosa y
ahora me copian”. ¡Esto me lo cuenta con el rostro iluminado!
Cada vez que ponemos una sonrisa en el rostro de alguien,
¡creo que el rostro de Dios se ilumina!
CAPÍTULO 7

En todo tiempo

“Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad


delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio.
Selah [haz una pausa y reflexiona calmadamente en
esto]”.
Salmo 62:8

Hay setenta y un versículos en el libro de Salmos y tres en el


libro de Habacuc donde aparece la palabra “selah”. El
versículo de arriba, que habla de confiar en Dios en todo
momento, es uno de los setenta y cuatro versículos bíblicos
que utiliza esa palabra. Por lo tanto, creo que deberíamos
hacer una pausa para entender lo que Dios nos quiere decir:
Este versículo es muy valioso y deberías hacer una pausa y
reflexionar en él.
Los primeros años de mi vida como cristiana me enfoqué
en confiar en que Dios me ayudaría cada vez que tuviera un
problema que yo sintiera que no podía manejar. Pero unos
años después, comencé a darme cuenta de que no podía hacer
nada sin Él, así que ahora me he enfocado en aprender a
confiar en Él en todo momento. La forma en que lo hago es
viviendo con una actitud confiada en que Dios es mi
ayudador. Casi todos los días digo varias veces al día: “Confío
en ti, Señor, en todas las cosas”. Verbalizar nuestra confianza
en Dios es una forma de alabarlo. Confío en Dios para cosas
específicas que sé que están ocurriendo en mi vida y en la
vida de otros, pero también confío en Él “en todas las cosas”
que todavía no sé.
Es absurdo esperar a que nos ocurra una emergencia o un
problema grave para comenzar a confiar en Dios. Es preferible
vivir con una actitud de confianza y, al hacerlo, estamos
actuando por fe. Esto no es garantía de que nunca tendremos
problemas, pero sí demuestra que esperamos que Dios nos
ayude en nuestras dificultades, incluso si Él decide no
liberarnos de ellas.
Cuando Jesús estaba en el jardín de Getsemaní, era
consciente de la dificultad, el sufrimiento y la tentación que Él
y sus discípulos estaban a punto de enfrentar. Les dijo a los
discípulos: “Orad para que no entréis en tentación” (Lucas
22:40, RVR 1995), pero ellos prefirieron dormir. Las Escrituras
afirman que estaban durmiendo debido a la tristeza (ver Lucas
22:45). Tal vez estaban agotados de tanta preocupación y
miedo, o tal vez dormir era la única manera de escapar del
problema. Pero Jesús se quedó orando fervientemente. Él de
antemano confió en que su Padre eliminaría el sufrimiento
venidero o le daría las fuerzas para enfrentarlo.
Jesús dejó que el Padre decidiera. En vez de pedirle que
cumpliera su propia voluntad, le dijo lo que le gustaría que
ocurriera, pero completó su oración con las palabras: “Pero no
se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Después que
hizo esto, ¡un ángel fue enviado desde el cielo para
fortalecerlo en espíritu! (ver Lucas 22:43).
Nuestro Padre que está en el cielo no solo nos libera, ¡sino
que también nos fortalece! Si no nos da la liberación de
inmediato, nos fortalecerá si estamos dispuestos a ser
pacientes y a seguir confiando en Él para que ocurra lo que es
necesario en el momento justo.
Si hay un aspecto de nuestra vida en el que sabemos que
tenemos debilidad, es sabio confiar en Dios constantemente
para que nos ayude a evitar la tentación en vez de esperar
hasta que nos encontremos en medio de ella.
Una de mis debilidades durante muchos años fue hablar
demasiado o soltar las palabras sin pensarlas. Esto por
supuesto me ocasionaba problemas. Solía orar en la mañana,
antes de encontrarme con los demás, para que Dios me
ayudara a ser una buena oyente y a pronunciar palabras
sabias.
Hacer esto era mejor que esperar hasta que hubiera un
problema y tener que lidiar con las consecuencias. Oraba para
que Dios me impidiera caer en la tentación cuando apareciera.
Una de las cosas más sabias que podemos hacer es conocer
nuestras debilidades y confiar en que Dios nos dará la fuerza
necesaria para no sucumbir ante ellas. A Pedro le hubiera ido
mejor si hubiera sido lo suficientemente sabio como para
entender esto.
Jesús le advirtió a Pedro que Satanás lo tentaría
fuertemente, pero Pedro, en vez de pedirle a Jesús que lo
ayudara, pensó que era tan fuerte que sería imposible que
cayera. Lea cuidadosamente este pasaje y asegúrese de nunca
imitar la actitud mostrada por Pedro:

Dijo también el Señor: Simón, Simón (Pedro), he


aquí Satanás os ha pedido [a todos ustedes] para
zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti
[Pedro], que tu [propia] fe no falte; y tú, una vez
vuelto, confirma a tus hermanos. Él [Simón Pedro]
le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a
la cárcel, sino también a la muerte”.
Lucas 22:31–33, paréntesis añadidos

¡Pedro negó a Jesús tres veces! (ver Lucas 22:55–61). Tal


vez, si se hubiera dado cuenta de su debilidad humana y
hubiera pedido toda la ayuda posible de Jesús, habría sido
más fuerte. Jesús no quería librarlo de la tentación, pero
quería que pudiera superarla para que tuviera la suficiente
experiencia para ayudar a otros. Pero Pedro, obviamente,
pensó que estaba por encima de la tentación. Esto fue un
terrible error, y cualquiera de nosotros que piense así también
comete un error. Tener un concepto propio más alto del que
debemos tener no es sabio y abre la puerta a la perdición (ver
Romanos 12:3). Dios nos ama demasiado como para no
trabajar en nuestro orgullo, para que podamos aprender a
depender totalmente de Él.
Pablo nos enseña a orar en todo momento, en toda ocasión,
en todo tiempo (ver Efesios 6:18). Cuando lo hacemos,
demostramos que nuestra confianza está en Dios, en todo
momento.
Tómese el tiempo de identificar cuáles son sus debilidades
y asegúrese de que confía en todo momento en que Dios le
ayudará a no sucumbir a ellas. Esto es lo que Dios nos
promete:

“El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste


con vigor en mi alma”.
Salmo 138:3

Quizás siente que ya ha orado a Dios para que lo ayude a


resistir la tentación, pero sigue cayendo en ella. Yo me he
sentido así en ocasiones, pero si sigue confiando en Dios, se
hará cada vez más fuerte. Debemos mezclar nuestra confianza
con un estudio minucioso de la Palabra para mejores
resultados. Santiago dijo que la Palabra tiene poder para
salvarnos (ver Santiago 1:21).
Cuando oro para que Dios me ayude a controlar mis
palabras, también cito varios versículos de la Biblia que he
estudiado sobre las palabras que salen de nuestra boca. Mi
oración es más o menos así:

“Padre, ayúdame a pronunciar solo palabras de


excelencia el día de hoy. Ayúdame a ser una buena
oyente y a pensar antes de hablar. Quiero que mis
palabras te glorifiquen y que sean de bendición
para quienes las escuchen. Te necesito, Señor; no
soy nada sin ti. Fortaléceme en todas mis
debilidades”.

Luego declaro la Palabra, porque Isaías dijo que debíamos


recordarle a Dios su Palabra (ver Isaías 43:26). Con toda
seguridad, Dios no se olvida de su Palabra, así que, ¿por qué
debemos recordársela? He aquí algunas razones:

• Cuando le recordamos a Dios su Palabra,


demostramos que estamos poniendo nuestra
confianza completamente en Él y en sus promesas.
• Decir la Palabra en voz alta es muy poderoso. Es la
espada el Espíritu, que es una de nuestras armas en la
batalla espiritual (ver 2 Corintios 1:4–5; Efesios 6:17).
• Declarar la Palabra de Dios ayuda a continuar el
proceso de renovación de nuestra mente. Es parte del
proceso de meditar en la Palabra de Dios, y eso es
algo que las Escrituras dicen que debemos hacer a
menudo.

A continuación, tres de mis pasajes bíblicos favoritos


relacionados con las palabras de mi boca, y que siempre
incluyo en mis oraciones:
“Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta
de mis labios”.
Salmo 141:3

“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación


de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y
redentor mío”.
Salmo 19:14

“La muerte y la vida están en poder de la lengua, y


el que la ama comerá de sus frutos”.
Proverbios 18:21

Usted puede usar este mismo método de orar y declarar la


Palabra de Dios en cualquier aspecto en el que necesite ayuda.
¿Es su debilidad la ira? ¿Reacciona exageradamente? ¿Es
egoísta? Hay promesas en la Palabra de Dios que abordan
cualquier problema que tengamos. Los programas bíblicos
que actualmente se pueden conseguir en la internet facilitan
esa labor. También le exhorto a recordar que no es lo que
hacemos bien una o dos veces lo que nos da la victoria.
Comprométase a continuar confiando en Dios y en su Palabra
en todo momento y a su debido tiempo verá el cambio.
Satisfacción continua
Confiar en Dios en todo momento significa que confiamos en
Él incluso cuando ocurre lo que no entendemos y que nos
parece injusto. Una cosa es confiar en Dios cuando
obtenemos lo que queremos y otra muy diferente confiar en
Él cuando no es así. Creo que nuestra meta como cristianos
debe ser decir como el apóstol Pablo: “He aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Filipenses
4:11). Pablo dijo que había aprendido a estar satisfecho hasta
el punto de que no se conturbaba si tenía abundancia o
padecía necesidad (ver Filipenses 4:11–12).
Estar satisfechos no significa no desear cambios o que no
deseemos lo mejor, sino que no permitimos que aquello que
queremos y no tenemos nos robe el gozo de lo que sí tenemos
en el presente.
Durante varios años me sentí bastante frustrada y la raíz del
problema era que no estaba disfrutando el momento presente
en mi viaje hacia donde quería estar. Dios desea el progreso y
el crecimiento, pero más que eso, ¡desea la paz!
Observe este pasaje del libro de Eclesiastés:

“Más vale vista de ojos que deseo que pasa. Y


también esto es vanidad y aflicción de espíritu”.
Eclesiastés 6:9

El autor (que se cree que fue Salomón) nos dice que es


vanidad (frívolo y sinsentido) desear con tanto ahínco lo que
no podemos tener, lo cual nos impide también disfrutar de lo
que sí tenemos.
Pablo había aprendido a sentirse conforme tuviera o no lo
que quería, y este debe ser nuestra actitud. Estar satisfechos y
agradecidos solamente cuando las cosas nos salen bien es una
actitud infantil que no demuestra ni una pizca de madurez
espiritual. Como padres, corregimos a nuestros hijos por este
tipo de comportamiento inmaduro. Les recordamos todas las
bendiciones que tienen y les decimos que deben estar
agradecidos. Tal vez debamos recordar que también debemos
poner el ejemplo cuando no obtenemos lo que queremos,
para que ellos lo sigan en su propia vida.
Confiar en Dios es fácil cuando todo nos sale bien; sin
embargo, este libro es para aprender a confiar en Dios en todo
momento.
Sentirnos satisfechos cuando la vida es dolorosa, o tener
que esperar sin entender por qué requiere creer que Dios es
bueno y que sus caminos son diferentes a los nuestros. Lo
que hagamos nosotros mismos podría no ser lo mejor para
nosotros. Con toda seguridad, nos sentiremos bien y todo
lucirá perfecto en el momento pero, ¿será beneficioso a largo
plazo? ¿Hacer todo a nuestro modo nos ayudará a ser menos
egoístas, más amorosos, más comprensivos y compasivos con
los demás cuando sufren? ¡Por supuesto que no! La única
manera de identificarnos con los demás es tener algo de
experiencia en el tipo de situaciones que ellos están
enfrentando. No tenemos que vivir todas las experiencias que
viven los demás para ayudarlos, pero no podemos entender la
decepción, el dolor físico o cualquier otra dificultad si nunca
la hemos experimentado.
Nos acercamos a Jesús en nuestro dolor porque Él es el
Sumo Sacerdote que entiende nuestras debilidades y
flaquezas. ¿Por qué? Él entiende porque Él fue tentado en
todo, al igual que nosotros; sin embargo, nunca pecó (ver
Hebreos 4:15). ¡Para nosotros es fácil buscar ayuda en Jesús
porque creemos que nos entiende! Él conoce de
enfermedades y tristezas, de dolor y de rechazo. De la misma
manera que buscamos a Jesús, deberíamos desear que lo
hicieran los demás con nosotros: con la misma confianza y
creencia de que los vamos a entender.
Estas experiencias de la vida nos van preparando para ser
usados por Dios, para dar consuelo y ánimo a quienes lo
necesiten. Tal vez no podamos (y probablemente no
queramos) siempre entender los caminos de Dios (ver Isaías
55:9), pero podemos honrarlo creyendo constantemente que
Él es bueno, ¡y que sus caminos son siempre correctos!
La confianza requiere de paciencia
Confiar en Dios siempre requiere de paciencia, porque Dios
no funciona con nuestro mismo horario. ¡La paciencia nos
permite disfrutar de la vida mientras esperamos! Tal vez nos
cuesta entender por qué Dios no hace algo que sabemos que
pudiera hacer fácilmente si quisiera, pero cuando esto ocurre
es porque Él tiene sus razones. Quizás sea para probar o llevar
nuestra fe a un nuevo nivel, y que nuestra capacidad de vivir
por fe aumente. Tal vez Dios quiere hacer algo mejor que lo
que nosotros queremos o tenemos la capacidad de manejar.
Todas estas razones (y muchas otras) son oportunidades de
permanecer en paz confiando en la soberanía, bondad y
sabiduría de Dios.
La paciencia no es uno de los frutos del Espíritu que
solemos tener en abundancia. Yo siento que soy paciente en
unas cosas, pero no en otras. Sin embargo, mi paciencia sigue
en aumento. A todos nos toca esperar algo, así que esperar no
es una opción, pero nuestro comportamiento y actitudes
mientras esperamos sí lo son. El fruto de la paciencia es
definido parcialmente en el Vine’s Expository Dictionary
como un fruto del Espíritu que crece solo en medio de las
pruebas. ¡Vaya! ¿No le gustaría que dijera otra cosa? ¡A mí sí!
Me gustaría orar pidiendo más paciencia y simplemente
bajarla a mi disco duro, pero no funciona de esa manera.
Como hijos de Dios, tenemos el fruto de la paciencia dentro
de nosotros, pero debemos desarrollarlo y permitir que se abra
paso desde nuestro interior hacia el exterior. Debe ser algo
más que una teoría o idea espiritual; la verdadera paciencia ha
de ser puesta en práctica en situaciones de la vida cotidiana.
¡Y necesitamos paciencia especialmente cuando tenemos que
esperar por algo que queremos de inmediato!
Sea que estemos esperando en la fila del supermercado, en
medio del tráfico, a una persona que llega tarde a una cita, o a
que Dios responda nuestras oraciones, debemos tener
paciencia si queremos tener paz y disfrutar de la vida. San
Agustín dijo: “La paciencia es la compañera de la sabiduría”.6
La paciencia puede parecer amarga, pero su fruto es dulce.
Con mucha frecuencia, la razón por la que Dios quiere que
esperemos es simplemente usar nuestra dificultad para
trabajar la paciencia en nosotros. Aprender a ser pacientes es
tan importante para Dios que Él se abstiene de darles a sus
hijos lo que quieren de inmediato. Muchos padres deben
aprender esto. Lamentablemente, nuestro mundo está lleno de
gente que nunca aprendió este principio tan importante y
ahora exigen gratificación inmediata. El deseo de gratificación
inmediata nos hace tomar muchas decisiones equivocadas.
Por ejemplo, mucha gente adquiere grandes deudas que le
causa enormes preocupaciones. Y algunos se casan con la
pareja equivocada porque siguen emociones desbocadas. La
falsa creencia de que debemos tener gratificación inmediata
genera vidas infelices, así como malas actitudes y decisiones.
Conociendo la naturaleza de Dios, dudo que Él deje a
alguien esperando a menos que sepa que es lo mejor para él.
Es difícil creer que esperar es lo mejor para nosotros, pero eso
se debe a un aprendizaje incorrecto y a la naturaleza de la
carne. Esperar es bueno: nos hace ser más agradecidos
cuando finalmente recibimos lo que deseamos.
La impaciencia causa presión en nuestra vida, pero confiar
en Dios mientras esperamos elimina la presión y nos permite
esperar con una actitud que lo glorifica. Los beneficios de la
confianza son realmente maravillosos. Cuando creemos que
Dios está a cargo de algo que nos preocupa, somos libres de
enfocarnos en otras cosas que llevan buenos frutos. La
confianza nos ayuda a tener buena salud y larga vida, e
incluso creo que nos ayuda a ser personas más tolerables. La
confianza elimina la frustración y el estrés de nuestra vida, dos
de las causas principales de irritación y mal genio. Lo más
probable es que no queramos lastimar a nadie ni tratarlo con
rudeza, pero cuando nuestra cabeza está atormentada,
simplemente nos enfocamos más en cómo nos sentimos que
en como tratamos a los demás. A menudo ni cuenta nos
damos de lo ásperos y groseros que somos, pero los demás lo
sienten y terminan alejándose de nosotros si el abuso
continúa.
¡A mí me encanta el privilegio de poder confiar en Dios! ¡Y
definitivamente aborrezco sentirme preocupada, temerosa,
frustrada y sobrecargada de estrés! Si usted está tratando de
decidir qué camino seguir en su situación actual y cómo debe
enfocar su vida, le garantizo que confiar en Dios es la mejor
opción.
CAPÍTULO 8

Si Dios es bueno, ¿por qué


sufre la gente?

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo


presente no son comparables con la gloria venidera
que en nosotros ha de manifestarse”.
Romanos 8:18

El tema del sufrimiento es uno de los más difíciles de enseñar,


así que lo abordo con mucha oración. Me gustaría empezar
diciendo que no siento en lo absoluto que tenga todas las
respuestas. Sin embargo, no puedo escribir un libro sobre
confiar en Dios sin tocar el tema, ya que una de las preguntas
más frecuentes que escucho es: “Si Dios es bueno, ¿por qué
sufre la gente?”.
Como cristianos, tal vez no cuestionamos las razones por
las que sufre la gente. Después de todo, si alguien no cree en
Dios, quizás podamos entender por qué sufre. Así que la
pregunta pasa a ser: “¿Por qué sufren los cristianos?”. Se nos
enseña a creer que Dios nos ama y quiere que disfrutemos de
una vida gozosa y pacífica, y eso es verdad. Pero Él también
nos enseña que podemos tener eso en medio del sufrimiento.
Escucho preguntas como:

• “¿Causa Dios el sufrimiento?”


• “¿Permite Dios el sufrimiento?”
• “Si Dios es soberano, ¿por qué no detiene el
sufrimiento?”
• “¿Por qué Él permite el hambre, el abuso, las
enfermedades y miles de otras situaciones que causan
sufrimiento?”
• “¿Por qué los niños a veces sufren de cáncer?”
• “¿Por qué a veces los buenos mueren jóvenes?”
• “¿Por qué perdí mi empleo y toda mi jubilación?”
• “¿Por qué Dios no hace algo para eliminar las
hambrunas o el genocidio?”

Estos “¿por qué?” pueden llevar a una persona casi a la


locura si no puede entenderlos. Si yo fuera a contestar estas
preguntas, comenzaría simplemente por decir: “No lo sé”. Sé
que Dios es bueno, así que elijo enfocarme en eso y no en lo
que no puedo entender totalmente. Tengo plena certeza de
que la bondad de Dios nos permite enfrentar el sufrimiento
propio y el sufrimiento a nuestro alrededor sin quedar
atrapados en la confusión. Si encerrarse en una habitación y
gritar: “¿Por qué, Dios? ¿Por qué ocurrió esto?” le ayuda de
alguna manera, hágalo. Pero sepa que es probable que no
reciba respuesta y que deba escoger igualmente entre confiar
en Dios o enfrentar una frustración insoportable. Mis
preguntas sin respuestas estaban afectando negativamente mi
relación con Dios, así que finalmente dejé de exigir respuestas
y decidí confiar en Él totalmente, en especial cuando estaba
sufriendo o no entendía qué ocurría en mi vida.
Después de sufrir terriblemente durante 15 años debido al
abuso sexual por parte de mi padre, y después otros 25 años o
más por las consecuencias de ese abuso, le aseguro que tenía
muchas preguntas. Cuando era niña, oraba y le pedía a Dios
que me sacara de esa pesadilla, pero Él no lo hacía. Aunque Él
no me libró de eso, sí me dio la fuerza para enfrentarlo y la
gracia para recuperarme. Con demasiada frecuencia vemos lo
que Dios no ha hecho por nosotros en vez de fijarnos en lo
que sí ha hecho. ¡Creo que es uno de los peores errores que
podemos cometer! Podemos decidir regocijarnos en lo que
tenemos en vez de sufrir por lo que parece injusto en la vida.
No permitamos que algo que no comprendemos nos haga
obviar la bondad de Dios.
No creo que Dios siempre nos oculte la razón por la cual
las cosas pasan o no pasan, pero ciertamente hay muchas
cosas ocultas en la sabiduría inescrutable de Dios: cosas que
no son discernibles y que seguirán siendo un misterio para
nosotros hasta que vayamos al cielo. Observe el siguiente
pasaje:
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y
de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus
juicios, e inescrutables sus caminos!”.
Romanos 11:33

Dios promete darnos comprensión de los misterios y


secretos si lo buscamos (ver Efesios 1:17), y el apóstol Pablo
nos dice que solo conocemos “en parte” y que no veremos la
totalidad hasta que estemos cara a cara con Jesús (ver 1
Corintios 13:9–10).
A menudo digo que la confianza requiere preguntas sin
respuesta. Dios nos hace muchas revelaciones y nos da
respuestas a problemas complejos, pero hay veces en las que
no podríamos recibir una respuesta ni aunque Dios nos la
diera. No creo que nuestras mentes finitas sean capaces de
captar algunas cosas que solo Dios sabe. Y creo firmemente
que Él nos muestra lo que está bien que sepamos y oculta
aquello que no.
Vivimos nuestra vida con la mirada puesta en el futuro,
pero a menudo solo la podemos entender mirando hacia el
pasado. Hay muchas cosas dolorosas que yo no entendía
cuando me ocurrieron. Pero cuando miro hacia atrás, veo todo
diferente a como lo hacía en ese momento, porque veo el bien
que ha resultado del dolor que sufrí o porque he crecido
espiritualmente. David dijo: “Jehová, no se ha envanecido mi
corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas,
ni en cosas demasiado sublimes para mí” (Salmo 131:1).
Creo que David simplemente estaba diciendo que hay
cosas ocultas en los misterios de Dios que ningún hombre
podrá jamás entender. ¡Quizás debamos hacer menos
preguntas y simplemente confiar más en Dios! Me encanta
esta frase que dijo Lee Strobel: “La respuesta final de Dios al
sufrimiento no es una explicación, sino la encarnación”.7 Dios
envió a Jesús para que sufriera y muriera por nuestros
pecados. Él ha prometido liberación a quienes crean en Él,
pero nunca nos dice exactamente cuándo o cómo llegará
nuestra liberación. Hasta que eso ocurra, tenemos el privilegio
de confiar en Dios y recibir su consuelo cada vez que
tengamos problemas.
Cuando vemos morir a alguien de una enfermedad a una
edad joven, podríamos sentirnos tentados a decir: “¿Cómo
puedo creer que Dios siempre nos libera si su liberación nunca
llegó?”. Creo firmemente que Él siempre libera a quienes
creen en Él. Puede que no siempre sea mientras estamos aquí
en la tierra, pero cuando nos reunamos con Él en el cielo ya
no habrá dolor, lágrimas ni sufrimiento de ningún tipo.
Una vez escuché una historia muy poderosa sobre un
hombre que se cayó por unas escaleras cuando era niño y se
rompió la espalda. Había estado de hospital en hospital
durante toda su vida. Cuando tenía 17 años había pasado 13
años de su vida en hospitales. Él decía que creía que Dios era
justo, y cuando le preguntaron: “¿Cómo es posible que
pienses eso?”, respondió: “Bueno, Dios tiene una eternidad
para compensarme”.
Es difícil explicar exactamente lo que siento cuando
escucho historias como esta o cuando conozco personas que
han soportado terribles sufrimientos y aún siguen confiando
en Dios. Lo único que puedo decir es que su confianza me
parece hermosa y que son grandes ejemplos de fe en Dios en
cualquier época de la vida. Una cosa es confiar en Dios
cuando la vida va bien y nuestras oraciones son respondidas
rápidamente y otra muy diferente es confiar en Él cuando
estamos sufriendo o cuando hemos orado, tal vez durante
mucho tiempo, y aún esperamos respuesta. Creo que se
necesita mucha más fe para lo segundo.
¿Es Dios bueno?
Sí, ¡Dios es bueno! Su esencia es la bondad y Él no puede ser
de otra manera. Solo porque algo no luzca o se sienta bien no
significa que Dios no sea bueno. Hay alrededor de setecientos
versículos que nos dicen que Dios es bueno. Me gusta este de
Santiago:

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende


de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay
mudanza, ni sombra de variación”.
Santiago 1:17

Todo lo bueno viene de Dios. Eso es absolutamente todo lo


que Él es capaz de hacer, y esa verdad nunca cambia. Sé que
al leer esto algunos lectores se preguntarán: “Si Dios siempre
es bueno, ¿por qué sufre la gente?”. Son muchas las razones
de nuestro sufrimiento, pero ninguna de ellas Dios lo ha
planificado. Él no es el autor del sufrimiento, ¡sino Satanás!
Aunque una situación determinada no sea buena por sí
misma, Dios es bueno, y puede hacer que esa situación obre
para bien. Tal vez tenemos o sabemos de una situación terrible
que nos hace pensar: No es posible que algo bueno salga de
eso; pero todo es posible para Dios.
Puedo decir sin dudar que Dios tomó el abuso que yo sufrí
de niña y los transformó para mi bien y el bien de muchos a
quienes he tenido el privilegio de enseñar. Yo no comprendía
esto cuando estaba amargada, llena de lástima por mí misma y
de odio por quienes abusaban de mí. Comenzó a ocurrir poco
a poco, cuando comencé a confiar en que Dios tomaría lo
malo y haría que obrara para bien. Lo mismo le puede pasar a
usted. Le exhorto a confiar en Dios en todo momento, porque
creo que es la única opción que nos dará la ayuda que
necesitamos. Si no confiamos en Dios, no nos queda nada
sino confusión y amargura por todos los acontecimientos
trágicos que vemos y vivimos en la vida.
Dios es bueno y todo lo que Él hace es bueno (ver el Salmo
119:68). Así que, ¿es posible que el sufrimiento pueda ser para
nuestro bien? Cuándo se nos inflige sufrimiento, ¿es posible
que Dios se demore en liberarnos más de lo que nos gustaría
porque tiene planeado usar lo malo para obrar algo bueno en
nosotros? Es muy posible, y muchos podemos testificar que
nos han ocurrido maravillas como resultado de esas
experiencias que vivimos y que hubiéramos querido no tener.
Si nos hubieran dado a escoger, habríamos evitado todo el
sufrimiento, pero no siempre podemos hacerlo. Lo que sí
podemos hacer es escoger confiar o no en que Dios sacará
algo bueno de eso.
Me gustaría discutir este tema en detalle más adelante, pero
antes de que podamos avanzar en la comprensión de nuestro
sufrimiento, debemos tener en nuestro corazón la firme
convicción de que Dios es bueno y hace cosas buenas. En el
principio, después de crear todo lo que disfrutamos hoy, “vio
Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno
(adecuado, agradable) en gran manera” (Génesis 1:31).
Algunos se han preguntado: “Si Dios es bueno, ¿por qué
no creó un mundo sin sufrimientos y tragedias?”. ¡Así fue que
lo hizo! Solo tenemos que ver el Jardín del Edén y el plan
original de Dios para la humanidad para darnos cuenta de que
todo era bueno. Sin embargo, Dios le dio al hombre libre
albedrío y, lamentablemente, el resultado fue el sufrimiento. Él
quiere que lo amemos libremente, no que seamos marionetas
que no tienen poder de elegir. Él quiere que usemos nuestro
libre albedrío para escoger su voluntad. Adán y Eva no
escogieron la voluntad de Dios y, como resultado, el dolor
entró en el mundo. Jesús vino para librarnos de la elección
trágica de Adán y Eva, pero no podremos ver la plenitud de lo
que hizo hasta que vayamos al cielo. Pablo dice en Efesios
que el Espíritu Santo que hemos recibido “es las arras de
nuestra herencia [el pago inicial por nuestra herencia] hasta la
redención de la posesión adquirida [completa]” (Efesios 1:14).
Este versículo es muy revelador. Cuando recibimos a Jesús
como nuestro Señor y Salvador, nuestra vida mejora. Y
cuanto más aprendemos de Él, y cómo caminar en obediencia
a su voluntad, mejor se pone. Salomón dijo que el sendero del
justo va en aumento hasta que el día es perfecto (ver
Proverbios 4:18). Y Deuteronomio 7:22 dice que Dios nos
libra de nuestros enemigos poco a poco.
Hasta la tierra clama esperando la redención total de los
hijos de Dios. Este pasaje expresa esa verdad de una forma
poderosa:

“Y no solo ella, sino que también nosotros mismos,


que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros
también gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción, la redención de nuestro
cuerpo”.
Romanos 8:23

Ahora vemos un anticipo de la bondad de Dios, pero


llegará el día en que la disfrutaremos plenamente. Mientras
haya carnalidad habrá pecado, y mientras haya pecado habrá
sufrimiento. Dios no nos prometió que nos liberaría del
sufrimiento mientras estuviéramos en la tierra, sino que
disfrutaríamos del poder de su resurrección, que nos eleva
sobre él (ver Filipenses 3:10). Es decir, Él nos ayuda a soportar
el sufrimiento con gozo y serenidad. Jesús nos dijo que en el
mundo tendríamos tribulación, pero debemos alegrarnos
porque Él ha vencido al mundo (ver Juan 16:33).
Yo disfruto de la bondad de Dios lo más que puedo
mientras estoy aquí en la tierra, y espero con ansias una vida
mejor cuando ya no ocupe mi cuerpo y esté en mi hogar con
el Señor. Hasta que ese día llegue, oro para que nunca ose
decir algo más que no sea: “¡Dios es bueno!”. No importa lo
que estemos sufriendo ni cuántas tragedias sucedan en la
tierra: esas calamidades no son culpa de Dios. ¡Dios es bueno!
El sufrimiento no es permanente
Una de las cosas que más nos pueden alentar cuando estamos
en medio del sufrimiento es recordar que eso no durará para
siempre. Al menos no será así para quienes creen en Jesús,
porque independientemente de lo mala que pueda ser la vida
aquí en la tierra, tendremos una eternidad con Dios en la que
se nos ha prometido que no habrá ningún tipo de dolor.

“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y


ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor,
ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.
Apocalipsis 21:4

La mayoría de los asuntos dolorosos se resolverán antes de


que muramos y vayamos al cielo, pero incluso ante la
posibilidad extrema de que el sufrimiento dure toda la vida,
todo eso será reemplazado con un gozo inimaginable.
Esto también pasará es lo que debemos pensar cuando
estemos sufriendo. Eso nos ayudará a no sentirnos
abrumados. Hace poco tuve una sinusitis que me produjo un
dolor de cabeza que duró 35 días. Estuve repitiéndome: “Esto
también pasará” y en efecto así fue. Pero cuando tenemos
tiempo sufriendo, comenzamos a pensar esto nunca
terminará. Pero la mayoría de las cosas pasan con el tiempo.
Un corazón roto sana o puede sanar si dejamos que Jesús
obre en nuestra vida. Salmos 147:3 dice: “El sana a los
quebrantados de corazón”. Las heridas sanan, las decepciones
se convierten en nuevos sueños y todo final abre una nueva
puerta.
Todos podemos ver nuestra vida pasada y recordar
circunstancias dolorosas, pero todas esas situaciones han sido
resueltas y ya no sufrimos a causa de ellas. Durante treinta
años tuve dolores crónicos de espalda que limitaron mis
movimientos. Hace un par de años consulté con un doctor
nuevo que tuvo el atino de mandarme a hacer un examen que
jamás me habían hecho. Descubrió que lo que yo tenía era
probablemente un defecto de nacimiento en la cadera y que
eso me ocasionaba los dolores de espalda. Gracias a la
increíble tecnología con la que contamos actualmente, me
realizaron un reemplazo de cadera y ya no sufro de dolores de
espalda. Puedo hacer muchas cosas que antes no podía hacer.
Cualquiera podría pensar que si ha tenido el mismo problema
durante treinta años, se trata de un padecimiento permanente.
Pero en mi caso, cerré un capítulo que me regaló un nuevo
comienzo.
Creo que nunca debemos renunciar a la esperanza de
recuperarnos del sufrimiento. ¡La esperanza de mejorar es
mucho mejor que la desesperanza! ¿Puede el corazón
recuperarse de la muerte repentina y devastadora de un ser
querido? Sí, porque Dios es el Dios de todo consuelo y todo
es posible en Él.
El apóstol Pablo experimentó un sufrimiento que supera al
que la mayoría de nosotros jamás tendrá, pero él se refirió a
este como una tribulación leve y momentánea:
“Porque esta leve tribulación momentánea produce
en nosotros un cada vez más excelente y eterno
peso de gloria”.
2 Corintios 4:17

La actitud mostrada por Pablo puede ser nuestra actitud si


decidimos confiar en Dios. Él afirmaba que no se fijaba en
aquello que podía ver, sino en lo que no podía ver (ver 2
Corintios 4:18). Es decir, Pablo se fijaba en la vida en el
Espíritu y no en la vida carnal. Él creía en la bondad de Dios
incluso en medio del sufrimiento, y creía, según la Palabra de
Dios, que pasaría la eternidad en un lugar glorioso donde todo
el sufrimiento se convertiría en gozo.
CAPÍTULO 9

¿“Permite” Dios el
sufrimiento?

“Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en


la tierra, en los mares y en todos los abismos”.
Salmo 135:6

Uno podría decir: “No creo que Dios cause el sufrimiento y la


tragedia. No creo que Él sea el autor de eso pero, ¿lo permite?
Si lo permite, ¿cuál es el propósito y cuál es la diferencia entre
que Él lo permita y que lo cause? ¿Cómo puedo confiar en un
Dios que es capaz de permitir que yo sufra por causa de la
maldad y la tragedia?”. Sé que existen estas preguntas porque
la gente me ha pedido que las responda.
También escuché a alguien decir: “No es la ciencia la que
ha hecho que yo dude de la existencia de un ser supremo,
sino todo el sufrimiento y la maldad que hay en el mundo”.
Este hombre no podía relacionar la maldad que ha visto con la
existencia de un Dios que dicen que es bueno. Para algunos
de nosotros la fe está por encima de todas estas preguntas,
pero hay quienes necesitan respuestas para poder creer.
El dolor que sufrí por culpa de mi padre fue lo que me hizo
tener fe en Dios. El dolor y el sufrimiento eran más fuertes de
lo que podía soportar, pero encontré paz, esperanza y
sanación en mi relación con Dios. Los beneficios de conocer a
Dios y creer en Él han sobrepasado con creces las dudas que
tenía y ahora puedo dejarlas a un lado hasta que llegue el día
en que, o bien reciba respuestas de parte de Dios, o esté con
Él en el Paraíso, donde todas las preguntas serán respondidas.
Sin embargo, entiendo las dudas que tiene la gente y no
creo que esté mal expresarlas. Dios no se ofende por nuestras
preguntas, pero no siempre considera conveniente
responderlas. No importa cuántas respuestas recibamos,
siempre tendremos otras preguntas para decidir si
confiaremos o no en Dios, incluso cuando la vida no parezca
tener ningún sentido.
Haré mi mejor esfuerzo para responder a la pregunta de si
Dios “permite” o no el sufrimiento, pero quiero dejar claro de
antemano que mis respuestas no son perfectas, especialmente
para quienes estén buscando una excusa para no creer en
Dios. Tampoco serán satisfactorias para los que sienten que
tienen que entenderlo todo. Nuestra búsqueda de
conocimientos es buena, pero puede ser nuestra destrucción si
llegamos demasiado lejos. Uno de mis versículos favoritos se
encuentra en Proverbios:
“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te
apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en
todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No
seas sabio en tu propia opinión”.
Proverbios 3:5–7

Cuando confiamos en nuestro propio entendimiento es


imposible hallar paz. El primer pensamiento engañoso que
nos susurra nuestro enemigo Satanás en su intento de
alejarnos de Dios es: ¿Por qué pasó esto o aquello, y por qué
me pasó a mí? Si vamos al Edén, veremos que Satanás le
susurró preguntas a Eva que finalmente la llevaron a caer en el
pecado junto con Adán, cambiando así el curso del plan de
Dios para el hombre. Satanás le dijo a Eva: “¿Conque Dios os
ha dicho: ‘No comáis de todo árbol del huerto’?” (Génesis
3:1). Esa pregunta llevó a otra pregunta que Satanás ni
siquiera necesitaba formular: Si todos los frutos de los
árboles del jardín son buenos, ¿por qué Dios querría
privarme de alguno de ellos? Eva comenzó a razonar y su
razonamiento la llevó al engaño que alteró el curso de su vida.
Dios creó un mundo que era perfecto y que carecía de
sufrimientos y tragedias. Él quería que Adán y Eva trabajaran
con autoridad y dominaran la tierra, utilizando todos sus
vastos recursos para servir a Dios y al hombre (ver Génesis
1:28). No fue Dios quien invitó al sufrimiento al mundo;
fueron el hombre y la mujer que Él creó. Cuando escucharon
a Satanás en vez de escuchar a Dios y comieron del fruto que
Dios les dijo que no comieran, comenzó su sufrimiento. Por
una sola decisión pasaron de vivir libremente y disfrutar del
amor y la comunidad con Dios, a esconderse de Él llenos de
temor (ver Génesis 3:8).
Dios es soberano y, por supuesto, puede hacer lo que sea,
cuando sea, donde sea y a quien sea que Él elija. Nosotros
oramos y esas oraciones dependen de la soberanía de Dios.
Dependemos de la promesa de que con Dios todo es posible
(ver Mateo 19:26). Sin embargo, Dios decidió darle al hombre
libre albedrío y eso cambia la dinámica de si sufrimos o no
por causa de la maldad. ¿Obedeceremos a Dios o viviremos
bajo nuestras propias reglas?
Dios nos ama y quiere que lo amemos, pero el amor no es
amor verdadero si es obligado. Debe darse libremente para
que pueda tener algún sentido. Si en verdad amamos, le
damos a la persona libertad. He escuchado esta definición: El
amor requiere de libre albedrío, y donde haya libre albedrío
siempre habrá maldad, pero donde haya maldad puede haber
un Salvador, y donde haya un Salvador puede haber
redención, y donde haya redención puede haber restauración.
Dios le dio al hombre la libertad de decidir, con el
conocimiento previo de que podría tomar una mala decisión
que le abriría la puerta al dolor y al sufrimiento. Pero Dios no
nos dejó sin opciones ni ayuda. Desde esta perspectiva, Dios
permitió que el sufrimiento entrara al mundo, pero eso fue
mejor que crear a un hombre títere, sin capacidad de elegir el
amor o su comportamiento.
¡Dios nunca deja un problema sin solución! Sabiendo que
esto pasaría, planeó desde el principio de los tiempos enviar a
su único Hijo, Jesús, para que pagara por los pecados y
abriera un camino para que Dios volviera a tener una relación
con sus hijos. Dios no ha eliminado el sufrimiento porque el
pecado sigue estando presente en el mundo y mientras siga
habiendo pecado, habrá sufrimiento. Pero a través de Jesús
Dios ha provisto el perdón de los pecados, consuelo, gracia,
fortaleza y toda la ayuda que necesitemos para soportar
pacientemente el sufrimiento cuando tengamos que hacerlo.
Él ha ido aún más lejos y ha dicho que si confiamos en Él,
hará que hasta nuestro más grande sufrimiento obre en
nuestro beneficio:

“Y sabemos que a los que aman a Dios todas las


cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados”.
Romanos 8:28

Algo no tiene que ser obligatoriamente bueno para que algo


bueno resulte de ello. Esto, en sí mismo, es prueba de que
Dios es bueno y que su bondad puede neutralizar todos los
efectos negativos de la injusticia y el sufrimiento personal.
Esta es la razón por la que debemos tomar la decisión de
confiar en Dios. Con o sin fe en Dios tendremos sufrimiento
en esta vida. Jesús nos dijo que tendríamos tribulaciones en el
mundo, pero continuó con esta asombrosa promesa: Él ha
vencido al mundo (ver Juan 16:33). El pecado trajo
sufrimiento, ¡y Jesús es la solución para eso! ¡Dios no nos ha
dejado indefensos!
Si vamos a sufrir sin Dios, ¿por qué no mejor sufrir con Él,
confiando en que nos librará del sufrimiento en el momento
justo o sacará algo bueno de la situación? Para mí, lo único
que tiene sentido es confiar en Dios. Confiar en Dios abre la
posibilidad de que recibamos ayuda, mientras que no confiar
o no creer en Dios nos condena al sufrimiento sin esperanza
de salvación o sanación.
Dios pone cada cosa en su lugar para el bien de quienes lo
aman, confían en Él ¡y quieren su voluntad! Nacemos con
libre albedrío y cuando sufrimos también tenemos la opción
de confiar en Dios o no confiar en Él.
El sufrimiento es producto del pecado
Si no hubiera pecado, no habría sufrimiento. Todo el
sufrimiento y la maldad es producto del pecado. Puede ser
resultado directo de nuestro pecado o el pecado de alguien
más, o el resultado indirecto de vivir en un mundo caído.
Satanás es el autor del pecado. Es el tentador y el
embaucador, así que podemos decir con toda seguridad que
Satanás es la fuente de nuestros problemas, pero también
debemos asumir algo de responsabilidad al reconocer que
gracias a nuestro libre albedrío, somos los responsables de
elegir a quién seguimos o escuchamos. ¿Creeremos en Dios y
escucharemos obedientemente sus instrucciones para nuestra
vida o dejaremos que la carnalidad nos gobierne por medio de
las mentiras de Satanás? Satanás nos ofrece un placer
temporal que apela a nuestras emociones, tal como lo hizo
con Eva; pero Dios nos ofrece una vida que va mucho más
allá de un poco de placer temporal. Nos ofrece una relación
justa con Él, paz, gozo y una vida significativa a través de la
participación y la comunión.
Permítame aconsejarle que no intente vincular su
sufrimiento con alguno de sus pecados. Muchas veces, la
infelicidad de una persona enferma aumenta porque se siente
culpable de lo que pudo haber hecho para abrirle la puerta a
su enfermedad. Aunque le hayamos podido abrir la puerta a la
enfermedad con nuestro pecado, también es muy posible que
no hayamos hecho nada malo para ocasionar el problema y
que este solo sea el resultado de vivir en un mundo
pecaminoso en el que la enfermedad y los padecimientos son
algunas de las consecuencias. No se atormente con la culpa
cuando ya está sufriendo por causa de algún acontecimiento
trágico o doloroso. Ni el mismo Dios nos hace sentir culpables
cuando nos muestra que hemos hecho algo malo. Dios no nos
condena: nos ofrece la oportunidad de arrepentirnos y recibir
su perdón. Dios no nos rechaza; ese es trabajo del diablo.
Más allá de querer saber por qué hay sufrimiento o por qué
el mundo está lleno de maldad, la gente quiere saber cuál es su
propósito en la vida. Quiere sentir que vale algo. El problema
con el hombre no es el sufrimiento, sino el placer excesivo
que ya no lo satisface en lo absoluto. Un país como la India,
por ejemplo, está lleno de todo tipo de sufrimientos y es muy
religioso. Aunque está lleno de religiones falsas, es un pueblo
que busca a Dios. Creen en adorar a alguien más que a sí
mismos. Pero el mundo occidental, que nació de una gran fe
en Dios, ha disfrutado todo tipo de placeres y sin embargo
parece que se aleja cada vez más de Él. Básicamente, el
mundo occidental le ha dicho a Dios que ya no es bienvenido.
Nuestros países están abrazando el humanismo, que es el
control del hombre, sin Dios. Y cuanto más abunde el pecado,
más abundará el sufrimiento y la maldad. Pero
independientemente de qué tanto una nación le dé la espalda a
Dios, cualquiera que lo busque de forma individual, confiando
en Él en todo, recibirá la gracia de contar con su ayuda en las
dificultades. También experimentará salvación y protección
contra el mal, aunque las Escrituras no prometan que
podremos evitarlo por completo. Estamos en el mundo y el
mundo está lleno de pecado; por lo tanto, no podemos evitar
totalmente sus efectos.
El sufrimiento se puede dividir en dos categorías: la primera
es el sufrimiento que deriva de las decisiones morales y la
segunda es el sufrimiento físico, el cual incluye desastres
naturales como inundaciones, incendios, tormentas y
similares. ¿Provienen estos desastres de Dios o son permitidos
por Él? Los teólogos tienen posiciones encontradas al
respecto. En vez de entrar en un debate teológico sobre este
tema, prefiero considerar los desastres naturales como el
gruñido de la tierra bajo el peso del pecado.
Siempre hay gente buena e inocente que es devastada por
los desastres naturales. Prefiero ayudar a esa gente, en vez de
discutir por qué ocurren los desastres. Hay gente que cree y
confía en Dios, pero resulta afectada por los desastres
naturales igual que la gente malvada. Estas son cosas que no
podemos explicar, o al menos yo no puedo. Pero los que
confían en Dios pueden tener la esperanza de que serán
restaurados. La misericordia y la bondad siempre triunfan por
encima del juicio.
¿Cuándo llegará la ayuda?
Pareciera que Dios nos ayuda algunas veces y otras no.
Aunque nos parezca que es así, dudo que sea cierto. Quizás
no siempre me dé la ayuda que quiero y de la manera que
quiero, pero conocer el carácter de Dios me ayuda a confiar en
que Él siempre me ayudará de la manera que sea mejor para
mí. A menudo estamos tan concentrados en obtener lo que
deseamos que pensamos que si Dios no nos lo da, no nos está
ayudando en nada. Demasiada preocupación y voluntad
propia puede hacer que no nos demos cuenta de lo que Dios
está haciendo para ayudarnos.
Luego está el asunto del tiempo. A veces oramos y Dios
nos ayuda y nos libera inmediatamente, pero otras veces su
ayuda llega en un período de tiempo que no entendemos. Si
estoy pasando por algo que me ocasiona sufrimiento y Dios
quiere librarme, ¿por qué espera meses o incluso años para
hacerlo? Él siempre tiene sus razones, pero muy rara vez las
comparte con nosotros. En ocasiones, Dios utiliza el
sufrimiento para obrar en nosotros algo que no le hubiéramos
permitido hacer en nuestros buenos momentos.
C. S. Lewis dijo: “El dolor insiste en que le prestemos
atención. Dios nos susurra en nuestro placer, habla en nuestra
conciencia, pero grita en nuestro dolor. Este es el altavoz que
utiliza para despertar a un mundo sordo”.8
La primera vez que escuchamos a Dios no es
necesariamente la primera vez que nos habla. He descubierto
que a veces mis propios pensamientos sobre un tema me han
impedido recibir los pensamientos de Dios, los cuales son
muy diferentes a los míos. Anteriormente mencioné que la
respuesta de Dios para la resequedad de mis ojos fue tomar
más agua, pero como yo pensaba que ya tomaba suficiente
agua, no estaba recibiendo su respuesta. Ahora miro hacia
atrás y me doy cuenta de que Él utilizó a mucha gente para
decirme: “Tal vez lo que necesitas es tomar más agua”, pero
yo estaba presta para responder: “Yo ya tomo mucha agua,
¡esa no es la solución!”.
Hay un hombre llamado Naamán en 2 Reyes 5, que era
comandante del ejército sirio. Era un hombre poderoso y
valioso, pero tenía lepra. Por medio de una criada, llegó a sus
oídos el mensaje de que el profeta Eliseo podía curarlo, así
que llevaron a Naamán con Eliseo, junto a una carta del rey de
Siria pidiéndole ayuda para el comandante. Cuando Naamán
llegó, Eliseo no habló personalmente con él, sino que le envió
un mensaje diciéndole que debía ir y lavarse siete veces en el
río Jordán y que así sería sanado. Naamán enfureció y se
marchó porque “pensó” que el hombre de Dios saldría a su
encuentro y lo sanaría con una gran ceremonia. Tal parece que
como era un gran comandante estaba acostumbrado a ser
tratado como la realeza, pero ese no fue el caso esta vez.
La Biblia dice que Naamán se marchó enfurecido, diciendo
que si hubiera querido lavarse en un río no habría tenido
necesidad de viajar tan lejos porque había mejores ríos en el
lugar donde vivía, pero uno de sus sirvientes le dijo: “Padre
mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías?
¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?” (2 Reyes
5:13). Dios utilizó a aquel humilde sirviente para desafiar el
orgullo de Naamán, que era lo que le impedía recibir la
sanación que necesitaba desesperadamente. ¿Qué tan a
menudo “pensamos” que algo debería ser de cierta forma y
cuando Dios nos la ofrece de otra manera (su manera) lo
descartamos porque no lo entendemos o incluso nos sentimos
ofendidos?
La palabra de Dios dice: “Todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse” (Santiago 1:19). Pienso
que muy seguramente recibiríamos algunas de las respuestas
que necesitamos si escucháramos un poco mejor de lo que
normalmente lo hacemos. Al menos sé que en mi caso es así.
Yo me frustraba muchísimo cuando era una joven cristiana
inmadura porque siempre quería saber el “porqué” de cada
cosa que no entendía o que no me gustaba. Señor, ¿por qué
mi ministerio se está tardando tanto en crecer? Señor, si
estoy orando, ¿por qué no estás cambiando a Dave y a mis
hijos? Ahora la respuesta es obvia: Dios no estaba cambiando
mi ministerio o mi familia porque era yo la que necesitaba
cambiar, pero no era lo suficientemente madura para darme
cuenta en ese momento. Estas experiencias me enseñaron que
a veces Dios a veces espera para responder porque estamos
haciendo la pregunta equivocada o porque no estamos listos
para recibir lo que estamos pidiendo. La conclusión es que
independientemente de cuál sea la pregunta, la respuesta
siempre es la misma: ¡Confíe en Dios!
CAPÍTULO 10

Las razones de nuestro


sufrimiento (Parte 1)

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de


Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.
1 Tesalonicenses 5:18

Aunque nunca entenderemos completamente el sufrimiento,


sí hay cosas que podemos aprender sobre él, y es prudente
hacerlo. Cuando entendemos un asunto, por lo general se nos
hace más fácil lidiar con él que si estuviéramos totalmente
confundidos al respecto. Cuando no lo comprendemos, este
puede convertirse en una carga mucho más difícil de llevar.
Muchas de las respuestas que buscaba relacionadas con las
causas de nuestro sufrimiento llegaron a mí a través de un
proceso de maduración espiritual. Aprendí, por ejemplo, que
un poco de sufrimiento es, de hecho, bueno para mí. Necesito
un poco de sufrimiento para que obre su trabajo en mí, pero
también debo oponerme firmemente a parte de él, ya que la
intención de Satanás es destruirme. En el futuro, cuando haya
crecido más en Dios, tal vez comprenda más, pero por ahora
compartiré con usted lo que he aprendido.
Mostrar agradecimiento por todas las bendiciones que
tenemos es como un bálsamo para el alma que sufre. Cuanto
más nos enfoquemos en nuestro sufrimiento, más sufriremos,
pero encontrar razones para estar agradecidos y enfocarnos en
ellas es de gran ayuda. Si creemos que Dios es bueno, aun en
medio del peor sufrimiento comprobaremos que nuestra
confianza en Dios es fuerte y puede soportar cualquier cosa.
Nuestras palabras de gratitud en medio del sufrimiento son la
mayor prueba de confianza en Dios que yo conozco.
El sufrimiento es real y poderoso. A veces es horrible y
aparentemente insoportable. Puede que sea algo físico,
espiritual, mental, emocional, financiero o relacional. Jesús
sufrió más de lo que cualquiera de nosotros sufrirá jamás y la
Palabra dice que Él aprendió sobre la obediencia a través de lo
que sufrió (ver Hebreos 5:8). Jesús nunca fue desobediente.
Siguió mostrando agradecimiento y una actitud amorosa. Pero
por medio de su sufrimiento, vivió en carne propia el costo
que a veces tiene la obediencia, y estuvo dispuesto a pagar el
precio para prepararse y servir como el Autor y la Fuente de
nuestra salvación (ver Hebreos 5:9; 12:2). Él es el Sumo
Sacerdote que entiende cualquier dolor que enfrentemos en
esta vida (ver Hebreos 4:15). Jesús nunca nos pide que
vayamos a dónde Él no ha ido. Me consuela saber que Él
siempre ha ido delante de mí y ha abierto el camino para que
yo pueda transitarlo.
Con todo esto en mente, permítame mostrarle algunos
puntos que debemos tomar en cuenta cuando nos
enfrentamos al sufrimiento.
El pecado es la raíz del sufrimiento
Hemos dicho que nuestro propio pecado, el pecado de los
demás o el resultado de vivir en un mundo pecaminoso y
caído es la causa de todo sufrimiento, pero me gustaría
extenderme un poco más en este tema para que se entienda
mejor. La intención original de Dios no era que el hombre
sufriera agonía y tormento, y es injusto culparlo por eso.
Una de las razones por las que la mayoría de la gente sufre
en algún momento de la vida es por la enfermedad. Cuando
escuchamos que el pecado y las enfermedades muchas veces
están relacionados, se hace fácil volvernos muy introspectivos
para tratar de identificar nuestros pecados. Aunque
ciertamente algo que hayamos hecho puede haber causado
una enfermedad determinada, ese no es siempre, de hecho
casi nunca, el caso.
En la Biblia no hay ejemplos en el que Jesús conecte
pecados específicos con enfermedades o padecimientos. Él es
nuestro Sanador y varias veces utilizó sus curaciones para
convencer a la gente de que si Él pudo sanar la enfermedad,
también podrá perdonar el pecado (ver Marcos 2:9–11). Un
estudio minucioso de la Palabra de Dios revela que tanto la
sanación como el perdón de los pecados están incluidos en la
redención de Cristo (ver Isaías 53:4–5). Dios no puede ser
nuestro Sanador y al mismo tiempo la causa de nuestra
enfermedad. ¡Imprimamos de una vez por todas en nuestro
corazón la idea de que Dios es bueno y el diablo es el malo!
Cuando se acerca la época anual de los resfriados, todo tipo
de gente sufre los efectos de esta afección: ¡La gente buena, la
gente mala, los jóvenes y los mayores! La víctima puede ser
cualquiera, así que dudo mucho que los que atrapen el
resfriado o gripe sean los más pecadores, y los que no, los
menos pecadores. Sin embargo, no está de más que cuando
estemos enfermos le preguntemos a Dios si de alguna manera
le hemos abierto la puerta a la enfermedad. A veces no
sabemos cuidar de nosotros mismos y eso debilita nuestro
sistema inmunológico, haciéndonos más vulnerables a las
enfermedades de lo que seríamos si hubiéramos actuado
diferente. Aunque Dios puede revelarnos algo que deberíamos
evitar en el futuro, también puede ocurrir que no lo haga.
Cuando Él guarda silencio, simplemente le pido que me sane
y confío en que algo bueno resultará de eso.
Esto es fácil de entender cuando hablamos de una gripe o
resfriado, pero se vuelve mucho más difícil de aceptar cuando
la enfermedad es cáncer o algún otro padecimiento doloroso o
mortal. Y cuanto más dolorosa es la situación, más difícil es
para nosotros entenderla.
Yo tuve cáncer de mama en 1989, y solo ahora me he dado
cuenta de que pude haberlo evitado si hubiera sabido cómo
cuidar mejor de mi cuerpo. En ese momento, nuestro
ministerio estaba comenzando y yo vivía bajo un estrés
constante, ya que no sabía mucho sobre la confianza en Dios
y la paciencia. Además de trabajar en el desarrollo del
ministerio, estaba atravesando un proceso de sanación interna
con Dios que era muy doloroso y difícil. No dormía lo
suficiente, no me ejercitaba adecuadamente, trabajaba
demasiado, no descansaba lo suficiente, consumía mucha
comida chatarra, tomaba demasiado café, no tomaba
suficiente agua, con frecuencia estaba enojada y frustrada… y
la lista sigue y sigue. El resultado fue que el estrés ocasionó un
desequilibrio hormonal que afectó mi ciclo menstrual y
terminé en el consultorio del doctor, quien me recomendó
hacerme una histerectomía y me colocó inyecciones de
estrógeno. Las inyecciones me ayudaron mucho y me
colocaba una cada diez días. Después de aproximadamente
un año, se me diagnosticó un tumor de mama dependiente de
estrógeno. Era un tipo de cáncer peligroso y de rápido
crecimiento, y fue necesaria una cirugía radical.
Dios no me castigó en esta situación, ni me culpó por no
cuidar mejor de mi cuerpo. La operación fue un éxito y ya no
necesité más tratamientos. Para mí, fue un milagro. Pero Dios
utilizó la situación como una oportunidad para empezar a
enseñarme la importancia de respetar mi cuerpo, que es su
templo; y ahora tomo mejores decisiones diarias en cuanto a
mi salud física. He llegado al punto de creer que como hemos
sido comprados por un precio y pertenecemos a Dios, es
pecado irrespetar y abusar de nuestro cuerpo. Si esa noción le
parece demasiado radical, póngala a un lado por ahora, pero lo
invito a valorarse lo suficiente como para cuidar de usted
mismo.
Al hablar con la gente me he dado cuenta de que muchos,
tal vez la mayoría, abusan de su cuerpo. Tal vez sea simple
ignorancia sobre la importancia de estar saludables, y por esta
razón (no por otra), es prudente preguntarle a Dios sobre la
verdadera fuente de cualquier enfermedad que tengamos. Le
sugiero que lea un buen libro sobre cómo mantenerse
saludable en espíritu, alma y cuerpo. De verdad creo que le
abrirá los ojos a muchas verdades que anteriormente no había
percibido.
Dios fue muy misericordioso y compasivo conmigo
cuando tuve cáncer, y el resultado pudo haber sido el peor.
Quiero aclarar que al compartir mi experiencia no estoy
diciendo que todo aquel que tenga cáncer no está cuidando su
salud. No conozco todas las razones que están detrás de las
enfermedades, pero sé que debemos invertir en nuestra salud
y mantenernos lo más fuertes posible. Satanás ronda la tierra
buscando a quien devorar, y yo haré todo lo que esté a mi
alcance para asegurarme de que no sea a mí. En 1 Pedro 5:8
dice: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el
diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar”. Pedro nos dice que seamos sobrios para que no nos
puedan devorar. Mi manera de abordar la vida era
definitivamente desmedida. No podemos romper las reglas de
salud de Dios que se encuentran en la Biblia y esperar que no
haya consecuencias. Al final, estaremos muy agotados si no
nos cuidamos.
Hace poco tuve una operación de reemplazo total de cadera
debido a la artritis y la deformación de la articulación de la
cadera. Aunque me sorprendió lo rápida que fue mi
recuperación, sí sufrí de dolor intenso durante unos días,
debido a un exceso de actividad de mi parte. El dolor era la
forma en que mi cuerpo me decía que bajara el ritmo, que
disminuyera mi actividad y que fuera más paciente. El doctor
incluso me dijo que dejara que el dolor me guiara en lo que
podía y no podía hacer. Me dijo: “Si haces mucho un día y el
dolor aumenta al día siguiente, disminuye la actividad y deja
que el dolor se calme en esa área”.
Pablo dice en Efesios: “Tomad toda la armadura de Dios,
para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado
todo, estar firmes” (ver Efesios 6:13). Permanezca en Cristo,
permanezca en su amor y confíe en que Él lo sanará. Haga lo
que Dios le muestre que debe hacer y descanse en su amor,
mientras espera su completa restauración y sanación.
Los hombres sabios sufren menos que los necios
Aunque los hombres sabios no se salvan de todo el
sufrimiento, sí evitan muchas cosas que el necio no. Según la
ley de Dios, cosechamos lo que sembramos (ver Gálatas 6:7;
Mateo 7:1–2; Lucas 6:31). A mi juicio esto es algo sensato que
deberíamos recordar a diario.
Si un hombre le ha sido infiel a su esposa varias veces, su
relación se puede acabar. Es su culpa, y está cosechando lo
que sembró. Si un individuo gasta en exceso y termina con
una gran deuda, es su culpa, ya que ha sembrado neciamente
y ahora está cosechando las consecuencias. El libro de
Proverbios habla mucho sobre cómo las palabras del necio le
pueden causar problemas. A continuación un ejemplo:

“Los labios del necio traen contienda; y su boca los


azotes llama. La boca del necio es quebrantamiento
para sí, y sus labios son lazos para su alma”.
Proverbios 18:6–7

También hay diversos pasajes que nos enseñan los


beneficios de las palabras sabias. Este es solo un ejemplo:

“Hay hombres cuyas palabras son como golpes de


espada; mas la lengua de los sabios es medicina”.
Proverbios 12:18
Además de esforzarnos por decir buenas palabras,
debemos actuar sabiamente. Proverbios nos enseña que la
sabiduría es lo más valioso que podemos buscar y practicar.
Las promesas hechas a los sabios son muchas y codiciadas:
protección, riqueza, larga vida, ascenso, claridad y resguardo,
por nombrar algunas.
Es evidente que no cosechamos o experimentamos de
inmediato los efectos de las decisiones necias que hemos
tomado, porque de lo contrario estaríamos en graves
problemas. Afortunadamente, podemos recibir la misericordia
y el favor de Dios, pero cuando sembramos necedad
constantemente cosecharemos las consecuencias y tendremos
algún tipo de sufrimiento.
Vivimos en un mundo fundamentado sobre bases morales
y el comportamiento inmoral trae consecuencias. Por ejemplo,
si alguien bebe alcohol y conduce un automóvil, puede salir
lastimado o lastimar a otros. Si alguien tiene mal genio
constantemente, es muy probable que termine quedándose
solo. Si alguien asesina a otro, aunque reciba el perdón de
Dios es probable que pase su vida en prisión. Quizás sea
buena idea comenzar el día pensando que todas nuestras
palabras y acciones tienen consecuencias. Eso nos ayudará a
tomar mejores decisiones.
El apóstol Pedro habló sobre el sufrimiento que merecemos
y el que no merecemos. Él dice que es mejor sufrir
injustamente por hacer el bien que sufrir justamente por hacer
el mal (ver Proverbios 2:19–20; 4:15–16).
Definitivamente, puedo decir que cuanto más estudio la
Palabra de Dios, aprendo de su sabiduría y la aplico en mi
vida, menos sufro. ¡La Biblia es nuestro libro de instrucciones
para la vida! Y puede ayudarnos a pensar cuidadosamente
cada decisión que tomemos, lo cual es muy importante
porque cada decisión trae consecuencias. Quienes siguen la
Palabra de Dios nunca serán víctimas de las circunstancias, no
solo porque pueden tomar decisiones que los ayuden a
superarlas, sino porque pueden aprender de ellas. Yo fui
víctima de abuso sexual antes de conocer la Palabra de Dios,
pero ahora estoy libre de sus efectos porque he tomado
decisiones que están en sintonía con los caminos de Dios.
Sufriremos persecución a causa de nuestra fe
cristina
Pablo le escribió a Timoteo recordándole que cualquiera que
quiera vivir una vida consagrada sufriría persecución a causa
de su posición religiosa (ver 2 Timoteo 3:12). Pablo también
dijo que aunque él había sufrido persecución, Dios lo había
liberado de todas (ver Timoteo 3:11). Aprecio mucho el hecho
de que en medio de cualquier sufrimiento tengamos la
promesa de ser liberados y el privilegio de contar con Dios
para ello. Tenemos que ser pacientes y soportar las
dificultades durante un poco de tiempo, pero Dios es fiel, y
hasta que el momento de la liberación llegue nos fortalecerá
para que soportemos con buena actitud, si estamos dispuestos
a hacerlo.
Muy pocos son los que pueden decir que no han
experimentado alguna clase de persecución a causa de su fe
genuina en Jesucristo. A menudo esta persecución llega en la
forma de rechazo. Mi experiencia personal en este aspecto fue
muy profunda y dolorosa. Cuando seguí el llamado de
enseñar la Palabra de Dios, se me pidió que abandonara mi
iglesia y mis familiares y amigos me rechazaron. Como seres
humanos, nos resulta difícil encontrar unidad en la diversidad.
Queremos que todos sean como nosotros porque si no lo son,
sentimos que nuestros pensamientos, ideas y acciones están
bajo ataque.
Yo me salía del rol tradicional aceptado de la mujer y
además creía que había escuchado a Dios. Eso era suficiente
para que la gente enloqueciera. ¿Quién me creía que era? ¡No
tenía la educación requerida! Era mujer, y las mujeres no
hacen esas cosas en nuestros círculos religiosos. No me di
cuenta de eso en el momento, pero fue el primer intento del
diablo para que me diera por vencida y me quedara como
estaba, infeliz e insatisfecha.
El Espíritu Santo les advirtió a los apóstoles que serían
perseguidos, pero ellos valientemente siguieron adelante.
Jesús nos enseña que los que escuchan la Palabra y la reciben
con júbilo resisten durante un poco de tiempo, pero cuando
las persecuciones (el sufrimiento) llegan por causa de la
Palabra, se ofenden inmediatamente, tropiezan y caen (ver
Marcos 4:16–17).
Todos queremos ser aceptados. Nadie disfruta el dolor del
rechazo; es un dolor emocional que puede llegar a ser muy
intenso y sus efectos pueden quedarse en nosotros durante
mucho tiempo. Jesús fue rechazado y despreciado (ver Isaías
53:3). De hecho, Juan 15:25 dice que lo odiaban sin ninguna
razón. Era bueno y no había hecho nada malo, y aun así era
perseguido. Y Él nos dice que el alumno no es mejor que el
maestro (ver Lucas 6:40). Si Él sufrió, podemos esperar que
nosotros también.
Me gustaría compartir algunos versículos sobre sufrimiento
que en años anteriores me costaba entender:

“Porque esto merece aprobación, si alguno a causa


de la conciencia delante de Dios, sufre molestias
padeciendo injustamente. [… ] Pues para esto
fuisteis llamados; porque también Cristo padeció
por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis
sus pisadas”.
1 Pedro 2:19, 21

No podía entender cómo era que Dios se podía llegar a


complacer en mi sufrimiento, pero al final me di cuenta de que
no es mi dolor y sufrimiento lo que le agrada, sino el hecho de
que estoy dispuesta a sufrir por Él. No es nuestro sufrimiento
lo que glorifica a Dios, sino nuestra capacidad de mantener
una buena actitud en medio del sufrimiento. Cada vez que
sufrimos Dios lo hace con nosotros, del mismo modo en que
nosotros sufrimos cuando nuestros hijos sufren. Nada nos
puede separar del amor de Dios, y Él nunca nos deja, ni por
un instante (ver Romanos 8:38–39; Hebreos 13:5). Aunque
sintamos que Él nos ha abandonado, como le ocurrió a Jesús
en la cruz, no es así. Sea lo que sea que usted esté atravesando
en este momento, sepa que Dios está con usted y que tiene un
plan de liberación y sanación.
Jesús dijo que somos bendecidos cuando se nos persigue
por causa de la justicia, y que nuestra recompensa será grande
en el cielo (ver Mateo 5:10–12). Si usted es ansioso como yo y
preferiría no tener que esperar a llegar al cielo para recibir la
recompensa, Jesús le dice que si damos todo por Él y el
evangelio, cosecharemos en esta vida y también en la venidera
(ver Marcos 10:29–30). En estos dos pasajes tenemos una
promesa de recompensa tanto en el cielo como en la tierra.
Una de las cosas a las que muchas veces hay que renunciar
para servir a Dios de todo corazón es la reputación. Jesús no
tenía ninguna reputación (ver Filipenses 2:7), y ahora puedo
entender por qué. Si nos preocupa demasiado lo que los
demás piensen de nosotros, jamás seguiremos a Cristo con
total entrega. Yo sacrifiqué mi reputación frente a la gente que
conocía cuando Dios me llamó, y Él me ha recompensado.
Ahora tengo muchos más amigos que los que perdí en aquella
ocasión.
Dios recompensa a quienes lo buscan diligentemente (ver
Hebreos 11:6). Cuando sufra persecución, ¡acuérdese de la
recompensa que Dios tiene para usted! Si ha perdido su
reputación, o ha sido juzgado y criticado injustamente por
causa de su fe en Dios, no se desanime. Siga confiando en
Dios y acuérdese de su recompensa.
CAPÍTULO 11

Las razones de nuestro


sufrimiento (Parte 2)

En el capítulo anterior, mencioné tres razones por las cuales


sufrimos. La primera es la existencia del pecado. En segundo
lugar hablé del sufrimiento ocasionado por las malas
decisiones. Y en tercer lugar hablé del sufrimiento como
consecuencia de la persecución por nuestra fe en Dios.
Sufrimos injustamente debido a los pecados de los
demás
Este tipo de sufrimiento es muy difícil de soportar porque
sentimos que somos completamente inocentes y que estamos
sufriendo por algo que está fuera de nuestro control. El primer
pensamiento que tenemos es: esto no es justo, y ciertamente
no lo es. Pero aunque la vida no siempre es justa, quienes
confían en Dios podrán ver su justicia a su debido tiempo y a
su manera. Como Dios ama la justicia, se deleita en
transformar lo malo en bueno. Él es nuestro Vindicador, y nos
recompensa cuando hemos sido tratados injustamente.
Sea por abuso en la infancia; tratos injustos debido al color
de su piel, su género, nacionalidad o miles de otros motivos, el
trato injusto lastima profundamente, y si no lo manejamos
adecuadamente puede dejar profundas cicatrices en el corazón
que afectan nuestra forma de vivir.
Una de las características de Dios que más me encantan es
que es un Dios de justicia. Aquí una de las promesas en las
que podemos confiar:

“Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza,


yo daré el pago [a quien mal actúa], dice el Señor. Y
otra vez: El Señor juzgará a su pueblo”.
Hebreos 10:30

¡Vaya! Qué pasaje maravilloso y reconfortante; y si usted


está sufriendo debido al trato injusto de parte de otra persona,
guarde estas palabras en su corazón y confíe en que Dios
cumplirá esta promesa en su vida.
Yo he experimentado su justicia muchas veces en mi propia
vida. Mencioné el rechazo que sufrí al principio de mi
ministerio, y aunque tuvo que pasar mucho tiempo, muchos
de los que me hirieron se han disculpado y han admitido que
su forma de tratarme fue equivocada.
Ser recompensado por una injusticia significa que se nos
resarce por lo que nos ha pasado. No hay nada mejor que
observar cómo Dios nos honra y nos bendice porque alguien
nos ha tratado injustamente. Pero debemos rehusarnos a tratar
de hacer que los demás paguen por las injusticias que hemos
sufrido, si queremos que Dios nos vindique.
Después de sufrir abuso sexual por parte de mi padre, y de
ser abandonada por mi madre y otros parientes que no
hicieron nada para ayudarme en medio de esa situación,
definitivamente tenía actitudes que estaban envenenado mi
vida. Quería vengarme de la gente que me había lastimado, así
como de los que no me habían ayudado. Estaba amargada,
llena de resentimiento y sentía que el mundo me debía algo.
Por supuesto, ninguna de esas actitudes funcionaba. No
solucionaban mi problema ni me hacían sentir mejor. Al
contrario, solo perpetuaban mi infelicidad. Había sido
abusada, y eso ya era muy malo, pero muchos años después
aún era una víctima y me había quedado estancada en lo que
había pasado. De verdad, sentía que nunca tendría una vida
emocional normal o saludable.
Era cristiana, pero no conocía realmente la Palabra de Dios.
Había nacido de nuevo, pero todavía hacía todo a mi manera,
en vez de aprender a seguir la dirección de Dios. Cuando
entendí que Dios ama la justicia y que Él mismo quería
enfrentar las cosas de mi pasado en vez de dejarme que yo lo
hiciera a mi manera, todo comenzó a cambiar para mí. No diré
que todo cambió de un día para otro, pero poco a poco mi
quebranto fue sanado y Dios tomó todo lo malo que me había
pasado y sacó algo provechoso de ello.
Dios quiere que soltemos el pasado y perdonemos a
nuestros enemigos completamente; que oremos por ellos e
incluso los bendigamos, mientras Él nos va mostrando cómo
hacerlo. Mi padre con el tiempo me pidió perdón y lloró de
arrepentimiento. Tuve el privilegio de llevarlo a los pies del
Señor y de bautizarlo. Me expresó lo orgulloso que estaba de
mí y del trabajo que estaba haciendo en el ministerio.
Creo que no me equivoco al decir que la mayoría de
nuestros sufrimientos provienen de un trato injusto por parte
de personas malvadas, pero algunas veces puede ser por parte
de gente que dice amarnos. En ese caso, las heridas son aun
más profundas. Pero independientemente de la profundidad o
intensidad del problema, Dios puede tratarlo, sanarlo, sacar
algo bueno de él y compensarnos por el dolor pasado.
Él nos da belleza por cenizas, y gozo para reemplazar el
duelo (ver Isaías 61:1–3). Y promete compensar lo que hemos
perdido.

“Entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y


tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de
entre todos los pueblos a donde te hubiere
esparcido Jehová tu Dios”.
Deuteronomio 30:3

Nadie quiere sufrimiento y dolor en la vida, pero debemos


saber que cuando los estamos enfrentando, Dios está listo
para recompensarnos si seguimos su dirección y confiamos en
que Él lo hará.
Sufrimos porque tratamos de cambiar aquello que
solo Dios puede cambiar
Creo que una de las primeras cosas que tuve que aprender y
que alivió mucho mi sufrimiento emocional fue que yo no
estaba en control del universo. Nací con un temperamento
naturalmente fuerte y una agresiva actitud de “llevar las
riendas” que me impulsaba a tratar de controlar y cambiar
muchos asuntos sobre los que no tenía autoridad. Me tomó
varios dolorosos años entender que Dios estaba mucho más
interesado en cambiarme a mí que a mis circunstancias
desagradables. Yo, por supuesto, también trataba de cambiar a
la gente que me rodeaba para que pudieran hacerme más feliz
y se adaptaran mejor a mí, pero tenía que aprender (y eso no
ocurrió fácil ni rápidamente) que solo Dios puede cambiar a la
gente, y que incluso Él no puede hacerlo si la gente no quiere
su ayuda.
Una vez que aprendí a valorar a la gente como era en vez de
como yo quisiera que fuera (y aún lo aprendo diariamente)
mucho de mi sufrimiento e infelicidad cesó. Necesitaba
humildad urgentemente y aunque Dios nos invita a
“humillarnos” muy pocos están dispuestos a hacerlo, así que
Él lo hace por nosotros. Lo logra poniéndonos en medio de
gente que nos frustra y nos irrita, y como consecuencia de
nuestra desesperación por parar de sufrir por culpa de ellos,
nos damos cuenta de que Dios los está usando para tratar un
problema arraigado en nosotros. Dios es nuestro Liberador, y
aunque le pueda tomar más tiempo del que nos gustaría, ¡Él
siempre usará lo malo en nuestra vida para sacar algo bueno!
¿Alguna vez ha pensado que nuestra reacción ante el
problema puede ser el verdadero problema y no lo que
inicialmente creíamos? Durante años pensé que era infeliz
porque Dave no satisfacía mis necesidades, pero Dios me
mostró que el verdadero problema era mi actitud egoísta.
Vivía tratando de cambiarlo, pero ninguno de mis esfuerzos
producía el cambio deseado, porque Dios estaba usando la
situación para llegar a la verdadera raíz de mi problema.
La Palabra de Dios nos dice que un pastorcito llamado
David fue ungido para ser rey. Pero mucho antes de usar la
corona, tuvo que trabajar y tratar con el malvado rey
enloquecido que estaba destinado a reemplazar. Mucho de lo
que le pasó a David en manos de Saúl parecía injusto, pero
había un propósito en ello.
Una vez escuché que Dios usó al rey Saúl para sacar el
“Saúl” de David antes de que se convirtiera en un rey como
Él. Lo mismo me ocurrió a mí. Al analizar la crueldad que
había en el comportamiento de mi padre, ahora reconozco
que adquirí muchos de sus rasgos de carácter, aunque en ese
momento no me daba cuenta. Era una mujer llamada a
trabajar en un ministerio, pero tenía el corazón endurecido por
el abuso que había sufrido en mi niñez. Mis modales eran
rudos y era muy legalista en relación con lo que la gente podía
o no podía hacer. Para tener una relación conmigo había que
seguir mis reglas, y recalco, ¡“mis” reglas! Tenía carisma, pero
me faltaba el carácter cristiano que necesitaba para hacer la
labor que tenía por delante. No veía mi comportamiento
porque estaba enfocada en las heridas y lesiones que tenía en
el corazón y que necesitaba resolver. Ser cristianos no
significa que nos pasemos la vida cambiando nuestro
comportamiento, pero sí debemos dejar que Jesús nos
transforme de adentro hacia afuera y nos moldee a su imagen.
Dios usó a un líder espiritual y algunas personas que no me
trataban bien para ayudarme a entender que nunca debo tratar
a otros de la forma en que ellos me han tratado. Dios me hizo
un gran favor poniéndome en contacto con esta gente durante
varios años, y aunque fue muy doloroso, me ayudó
tremendamente y me hizo una mejor persona. Suelo decir que
a veces necesitamos que algo difícil o desagradable nos ocurra
para poder vernos como realmente somos y no como creemos
que somos. Nuestro pensamiento se puede obnubilar
fácilmente con el orgullo, ocasionando que juzguemos y
critiquemos a los demás. Aunque estemos haciendo algunas
de las cosas que criticamos en ellos, no lo vemos (Romanos
2:1).
Me parece que Pedro es un buen ejemplo de esto. Pedro
era agresivo y quería opinar en todo. Estaba destinado a
grandes cosas, pero su ego era enorme. Su actitud debía
cambiar por su propio bien. Cuando Jesús le dijo que Satanás
lo iba a sacudir como trigo en las pruebas que enfrentarían, y
que Él había orado para que no cayeran, Pedro declaró
rápidamente que estaba listo para ir a prisión, incluso morir
con Jesús si era necesario. Terminó negando a Cristo tres
veces ese día y, a causa de su falla, terminó viéndose como
realmente era. Era un hombre débil que necesitaba perdón y la
ayuda de Dios (ver Lucas 22:31–34, 55–62). Cuando Jesús le
dijo a Pedro que había orado por él, Pedro debió haberle
agradecido y haber admitido que necesitaba urgentemente
toda la ayuda que le pudiera dar.
Después de negar a Cristo, Pedro se arrepintió y lloró
amargamente, y se convirtió en uno de los apóstoles más
extraordinarios y efectivos. No es nuestra debilidad lo que nos
causa problemas, sino nuestra poca disposición a enfrentarla.
Es más sabio pedirle a Dios que nos ayude todos los días y
que nos muestre lo que le esté impidiendo a Él hacer lo que
desea con nosotros. Siempre debemos desear la voluntad de
Dios más que cualquier otra cosa.
Pedro nos exhorta a humillarnos bajo la poderosa mano de
Dios para que en su momento Él nos exalte (ver Pedro 5:6).
Humillarnos significa quedarnos en una situación en vez de
batallar para liberarnos de ella porque es difícil. Nadie quiere
sufrir, pero debemos estar dispuestos a hacerlo si eso es lo que
se requiere de nosotros.
Supongamos que una mujer está casada con un hombre
que abusa físicamente de ella y sus hijos. En esa situación,
ella definitivamente no debe permanecer en el abuso. Debe
alejarse del hombre. Mi madre se quedó con mi padre
sabiendo lo que él me estaba haciendo, y ese fue
probablemente el peor error que cometió en toda su vida.
Pero digamos que un individuo trabaja en una compañía
donde él es el único cristiano, y por ende el único en la
posición de ser testigo de Cristo. Este individuo es rechazado
y escarnecido por los demás compañeros, incluso ignorado
para ascensos y reconocimientos. ¿Debería irse y evitar esta
situación incómoda, u orar para que Dios le deje claro si desea
que se vaya, y en caso de que no, aceptar que se haga su
voluntad? En este caso, Dios tal vez quiera que permanezca
un poco más en la situación difícil porque Él necesita un
instrumento allí que lo represente y que Él pueda usar. En 2
Timoteo 4:2 dice que debemos estar preparados para servir a
Dios, “que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera
de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina”.
Cuando una situación o persona nos causa sufrimiento,
siempre debemos preguntarle a Dios cómo debemos
manejarla. No es sabio tomar decisiones cuando estamos
sufriendo sin pedir la dirección del Espíritu Santo. Pablo les
dijo a los Gálatas que si eran espirituales, se sobrellevarían
(tolerarían) las cargas los unos a los otros (ver Gálatas 6:2). Mi
primer pensamiento sería decir: “No tengo por qué tolerar
esto y no voy a hacerlo”, pero por otro lado, Jesús me tolera y
me siento feliz de que así sea.
Después de atravesar tantas vicisitudes en mi vida, me he
dado cuenta de que Dios siempre nos concede su gracia en
medio de nuestra situación. Es decir, si hacemos lo que Él
quiere, Él nos dará todo lo necesario para que podamos
realmente disfrutar lo que para otros puede ser una situación
insoportable.
Recuerdo que en mis primeros años como cristiana parecía
que siempre estaba luchando contra algo. Si no era una cosa,
era otra. Mi estado de ánimo dependía casi totalmente de mis
circunstancias. Por ejemplo, cuando a una de mis
conferencias asistía mucha gente, me sentía feliz, pero cuando
no asistía mucha gente me desanimaba y decía un montón de
cosas negativas. Así que hacíamos todo lo posible por
aumentar la asistencia, pero cuando la asistencia bajaba y
subía, mi estado de ánimo también bajaba y subía.
Finalmente, me di cuenta de que estaba tratando de cambiar
algo que no podía cambiar, pero que Dios sí podía, y que lo
haría en el momento adecuado. Nuestro tiempo está en sus
manos (ver el Salmo 31:15). Con el tiempo le entregué mis
preocupaciones a Dios y les puedo asegurar que su paz llegó,
tal y como él lo prometió (ver Filipenses 4:6–7).
Nuestras conferencias tienen mejor asistencia ahora, pero a
veces alguna no la tiene por alguna razón, y aunque aún no
me gusta, no sufro como antes, simplemente porque no me
niego a aceptarlo. Lo acepto y sigo con mi vida.
La próxima vez que se encuentre sufriendo emocional y
mentalmente por estar tratando de cambiar algo que no le
gusta, pregúntese si está tratando de hacer algo que solo Dios
puede hacer, y si es así, le invito a soltarlo y dejar que Dios
actúe.
Sufrimos porque vivimos en un mundo imperfecto
Hemos visto que podemos sufrir debido al pecado propio o al
pecado de otros. Pero una de las causas principales de nuestro
sufrimiento es simplemente que vivimos en un mundo lleno
de pecado, y parece que cuanto más perdura la tierra, más se
agrava el pecado. Creo que en cada generación la gente se
sorprende más de lo mal que las cosas se han puesto en el
mundo. Recuerdo que cuando era niña escuchaba a los
adultos hablar sobre lo mal que estaba todo, y ahora hablamos
de lo sorprendidos que estamos por lo que está pasando en el
mundo, y a menos que el Señor regrese primero, nuestros
hijos algún día se sentarán a hablar sobre lo terrible que se ha
vuelto todo, mucho peor de lo que ha estado nunca. La
maldad y la perversión son progresivas. No se quedan
estáticas, sino que se agravan y se multiplican. Dave recuerda
cuando por primer vez le robaron a un repartidor de
periódicos en nuestra ciudad, y eso fue alrededor de 1950.
Para la gente fue impresionante, simplemente no podían
entender que algo así estuviera ocurriendo. Pero si
observamos lo que está ocurriendo actualmente, el robo a un
repartidor de periódicos no sorprendería a nadie. Es
preocupante que la situación sea tan mala y, tristemente, a
medida que vaya empeorando más sufrimiento habrá.
Aunque no tenemos todas las respuestas, sí tenemos el
privilegio de confiar en Dios.
¿Protege Dios a los que ponen su confianza en Él? Creo
firmemente que sí. A menudo escuchamos historias de cómo
Dios protegió a alguien, y también tenemos nuestras propias
historias. Pero, ¿qué podemos decir de esos momentos en los
que pareciera que no tenemos su protección y terminamos
sufriendo por algo que simplemente no entendemos?
Volvamos al brillante comentario de Lee Strobel: “La
respuesta final de Dios al sufrimiento no es una explicación,
sino la encarnación”. Nadie puede explicarlo todo, pero Jesús
puede redimirlo todo.
Una de nuestras empleadas recientemente perdió su hogar
y todos sus enseres en una inundación que ocurrió en San
Luis. Ella es la directora de nuestras misiones médicas y ha
sacrificado mucho para viajar a los países del tercer mundo y
ayudar a la gente. Es una mujer consagrada y proviene de una
buena familia. ¿Por qué le tuvo que pasar esto a ella? Algunas
veces las tragedias ocurren simplemente porque estamos en el
mundo. La buena noticia es que Dios está redimiendo su
situación. La gente y varios ministerios están ayudando a su
familia a reconstruir y comprar lo que necesitan, y cuando
todo esté terminado, tendrá una casa y muebles mucho
mejores que los que tenía antes.
Conozco otros cristianos que casi perdieron sus hogares.
Ellos sintieron que Dios los protegió, y cuando escuchamos
sus testimonios, nos regocijamos con ellos. ¿Por qué unos
fueron preservados y otros no? Una vez más, no debemos
concentrarnos en buscar una explicación, acerquémonos a la
encarnación y observemos a Dios redimir y restaurar el dolor
y convertirlo en ganancia.
CAPÍTULO 12

Al otro lado del sufrimiento

“Afligieron sus pies con grillos; en hierro fue puesta su


alma”.
Salmo 105:18 (JBS)

José era un hombre joven que soñaba con lograr grandes


cosas. Sus hermanos lo odiaban y estaban celosos de él
porque era el hijo menor de Jacob y su favorito. Su odio se
volvió tan intenso, que un día se lo llevaron y lo vendieron a
unos comerciantes de esclavos, luego volvieron con una
prenda de ropa empapada con sangre y le mintieron a su
padre diciéndole que José había sido asesinado por un animal
salvaje.
José vivó muchos años de situaciones trágicas e injustas
que le causaron un gran sufrimiento, y sin embargo se
mantenía fiel a Dios y seguía confiando en Él. Dios lo
favoreció dondequiera que estuvo y finalmente lo posicionó
como segundo al mando por debajo del faraón de Egipto.
Como resultado, Dios utilizó a José para salvar a mucha
gente, incluyendo a su propia familia de la inanición durante
una hambruna que hubo en esa tierra. Es asombrosa la
reacción de José hacia sus hermanos cuando estos
descubrieron que estaba en una posición de poder y podía
hacerles pagar todo el dolor y el sufrimiento que le habían
hecho pasar injustamente por el trato cruel que le dispensaron
en aquellos años:

“Vinieron también sus hermanos y se postraron


delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos
tuyos (tus esclavos). Y les respondió José: No
temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a
bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener
en vida a mucho pueblo”.
Génesis 50:18–20

Este extracto es maravilloso si lo analizamos


cuidadosamente. Después de todo lo que José había pasado,
en vez de estar amargado vio la mano de Dios sacando lo
bueno de toda la situación. En vez de estar amargado estaba
preparado para ayudar a sus hermanos. Esto es el resto de lo
que dijo:

“Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a


vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló y les
habló al corazón”.
Génesis 50:21

José es mi héroe si hablamos de alguien que ha


experimentado tratos injustos y trágicos y los ha manejado
exactamente de la manera que Dios quiere que lo hagamos.
No en balde fue un hombre poderoso. Vivió hasta los 110
años y disfrutó muchos más buenos años en su vida que años
de sufrimiento. José tuvo una gran victoria al otro lado de su
sufrimiento. Se podría decir que su sufrimiento lo elevó a una
vida mejor. Si nos mantenemos constantes y seguimos
confiando en Dios, incluso en medio del sufrimiento seremos
el tipo de persona a la que Dios le puede dar grandes
responsabilidades y bendiciones.
Cuando estamos dispuestos a perdonar a quienes nos han
lastimado, nos estamos haciendo un gran favor a nosotros
mismos, porque es imposible disfrutar la vida y al mismo
tiempo estar llenos de amargura. Este ejemplo que acabamos
de ver sobre la vida de José es uno de los que deberíamos
seguir.
Unos años después de haber sido vendido como esclavo,
José estuvo en prisión durante trece años por un delito que no
había cometido. Estaba atado con cadenas de hierro y el
Salmo 105, el cual cité anteriormente, dice que “en hierro fue
puesta su alma” (JBS). ¿Qué significa eso? Si lo analizamos
desde el punto de vista práctico, pareciera que si su alma
entraba en el hierro, se fortalecería. En otras palabras, su
sufrimiento lo estaba convirtiendo en una mejor persona y lo
ayudaba a prepararse para gobernar Egipto.
Con frecuencia escuchamos la frase “lo que no te mata te
fortalece”, y es una gran verdad. Confiar en Dios en todo
momento durante las situaciones dolorosas siempre trae una
recompensa y rinde sus frutos al final. Una de las
recompensas es que nos hacemos más fuertes.
En el libro de Isaías vemos a Dios hablándole a la gente por
medio de los profetas y exhortándolos a no tener miedo por lo
que iban a atravesar, porque Él los estaba fortaleciendo:

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes,


porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te
ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi
justicia [… ]. He aquí que yo te he puesto por trillo,
trillo nuevo, lleno de dientes; trillarás montes y los
molerás, y collados reducirás a tamo”.
Isaías 41:10, 15

Este es otro ejemplo de la promesa que Dios nos ha hecho


de utilizar nuestros problemas para hacernos más fuertes y
mejores de lo que éramos, pero todo depende de si estamos
dispuestos a depositar nuestra confianza entera en Dios
cuando atravesemos situaciones dolorosas en la vida. Sea lo
que sea por lo que usted esté atravesando en este momento,
esta promesa es para usted. Nuestros enemigos tal vez son
peligrosos, pero Dios sacará lo mejor de la situación y en el
proceso nos convertirá en mejores seres humanos. Cuando la
vida sea dolorosa y difícil, debemos recordar que Dios nos
ama y que gracias a eso no tenemos nada que temer. He aquí
una corta historia que escuché una vez, la cual ilustra
hermosamente este punto:
Un hombre recién casado regresaba a casa con su esposa.
En una parte del viaje, debían atravesar un lago en una
embarcación. Cuando lo estaban haciendo, se desató una
tormenta que sacudía la embarcación fuertemente y la mujer
comenzó a asustarse. Pero el esposo se veía muy calmado, así
que ella le preguntó por qué no tenía miedo.
Él sonrió, sacó un cuchillo de su estuche y lo acercó a la
mujer como si fuera a hacerle daño. Ella ni siquiera parpadeó
y cuando él le preguntó por qué no tenía miedo ella le dijo:
“¿Por qué debería asustarme? Sé que me amas y que es
imposible que me hagas daño”.
El hombre le respondió: “Esa es la misma razón por la que
no estoy asustado por la tormenta. Sé que Dios nos ama y, a
pesar de lo que pase, el sacará lo mejor de esto para nuestro
bien”.
Independientemente de cuántas tormentas atravesemos en
la vida, siempre estaremos seguros en las amorosas manos de
Dios.
Compasión y empatía
He descubierto que mi propio sufrimiento me ha ayudado a
sentir más compasión por aquellos que de alguna manera
están sufriendo. Si nunca hemos experimentado el dolor de
ser maltratados, o enfrentado una pérdida, será muy difícil
identificarnos con lo que están atravesando los demás.
Es muy fácil dar consejos, pero si no tenemos ninguna
experiencia nuestra actitud podría terminar siendo hasta poco
considerada. Vamos a suponer por un momento que tengo
veinticinco años y que mi vida ha sido bastante fácil hasta
ahora. Tengo unos padres grandiosos que siempre han velado
por mí y me han dado casi todo lo que he querido. Soy
inteligente, así que sacar buenas notas en la universidad no es
problema para mí. Mi padre me aseguró un trabajo soñado en
una de sus empresas, incluso antes de graduarme en la
universidad. ¡La vida es buena! Pero una compañera de
trabajo, a quien he llegado a conocer muy bien, parece estar
desanimada e incluso deprimida y yo me pregunto cuál será el
problema, pero no me molesto en preguntarle. Finalmente, mi
amiga trata de contarme sobre las graves dificultades
financieras que tiene. Rápidamente le sugiero que llame a sus
padres y les pida ayuda, porque eso es lo que yo haría. Me
cuenta que sus padres abusaron de ella cuando era niña y que
están distanciados. Me asegura que no es posible recibir
ayuda de ellos. Como no puedo imaginarme a unos padres
abusando de sus hijos, desestimo su problema con una
afirmación desconsiderada. Digo: “No te preocupes, ya saldrá
algo” y me marcho.
Dejo a mi amiga vacía y sola. Lo más triste de todo es que
estoy muy bendecida financieramente gracias a la generosidad
de mis padres y pude haberla ayudado un poco, pero mi falta
de experiencia con el sufrimiento me ha vuelto indiferente con
los que han sido lastimados.
En el mundo hay mucha gente así. No son malos, ¡pero no
tienen ninguna experiencia! En algún momento tendrán
alguna dificultad en la vida que espero los cambie para mejor.
Yo no soy como esa chica de veinticinco años que ha
tenido una vida fácil. Nunca tuve padres que realmente me
amaran o que de alguna forma me ayudaran cuando era niña,
y además eran abusivos. Mi infancia estuvo llena de miedo,
sufrimiento y soledad. Me gustaría decir que cuando llegué a
la adultez sentía mucha compasión por quienes estaban
sufriendo, pero tenía el corazón endurecido. Antes de poder
cambiar, necesitaba una profunda relación con Cristo y
muchos años de experiencias a través del dolor personal y el
sufrimiento.
Cuando tuve cáncer, comencé a sentir mucha más
compasión por los que han recibido un diagnóstico tan grave.
Después de padecer de migrañas durante diez años, tengo la
fe para orar compasivamente por la sanación de los que
padecen dolores de cabeza. Gracias a la misericordia y la
Palabra de Dios, finalmente pude perdonar a mi padre por
abusar sexualmente de mí y sé de primera mano que es
mucho mejor perdonar que llenarse de odio y amargura.
Comencé un ministerio sin nada, excepto Dios y un sueño, y
sigo en él cuarenta años después. He aprendido mucho gracias
a la experiencia, pero ha sido costoso. He lidiado con gente
que me ha juzgado y me ha criticado y he sentido que no era
apta para el ministerio por muchas razones, pero también
sentí el consuelo de Dios en esos momentos y ahora puedo
consolar a los demás. Dios nos enseña a consolar a los que
sufren consolándonos Él mismo cuando somos nosotros los
que estamos sufriendo.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor


Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda
consolación, el cual nos consuela en todas nuestras
tribulaciones, para que podamos también nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación,
por medio de la consolación con que nosotros
somos consolados por Dios”.
2 Corintios 1:3–4

Recuerdo vívidamente cuántas veces traté de compartir con


los demás lo que me estaba pasando y simplemente no sabían
cómo ayudarme. No podían identificarse con mi dolor porque
nunca lo habían sentido. No podían consolarme porque nunca
habían necesitado el consuelo de Dios o a lo mejor sí lo
necesitaban, pero no sabían cómo pedirlo y recibirlo. Siempre
digo que no podemos dar lo que no tenemos. Primero
debemos recibir de Dios y luego lo que Él nos ha dado podrá
fluir a través de nosotros hacia los demás.
La gente que acude a nosotros con sus problemas, la
mayoría de las veces sabe de antemano que no podemos
resolverlos. Lo que están buscando es comprensión, consuelo
y compasión. Al otro lado del sufrimiento, nos volvemos más
blandos, tiernos, gentiles, compasivos y empáticos. Estas
cualidades son algunas de las que admiramos en nuestro
Señor y las que nos califican para ministrar en su nombre.
Desarrollar empatía y compasión por los demás es una de
las bendiciones que adquirimos al otro lado del sufrimiento.
¡El simple don de la compasión es muy valioso para el que
está lastimado!
No es solo nuestro sufrimiento lo que nos califica para ser
utilizados por Dios y ayudar a los demás. Ciertamente, Dios
utiliza de forma poderosa a quienes han tenido padres
grandiosos, una buena infancia, abundancia económica y
cualquier otra ventaja. Sin embargo, ese tipo de gente es
escasa, simplemente porque la vida nos toca vivirla a todos y
no siempre es bonita.
Una relación más profunda con Dios
Uno de los beneficios que encontré del otro lado del
sufrimiento fue una relación más estrecha con Dios. Cuando
estamos en una posición en la que nadie puede ayudarnos
excepto Dios y depositamos nuestra confianza en Él,
experimentamos las abundantes maravillas de su ser y su
bondad. Experimentamos su fidelidad, su justicia, su gracia,
su misericordia, su sabiduría y su poder, solo por nombrar
algunas. Pablo dijo que estaba decidido a conocer a Cristo y
familiarizarse íntima y profundamente con sus maravillas.
Dijo que quería conocer el poder de la resurrección de Cristo
y afirmó: “la participación de sus padecimientos” (ver
Filipenses 3:10).
Hay varias nociones poderosas en este pasaje:

1. ¡Pablo estaba decidido!


Debemos tener determinación si queremos alcanzar algo en la
vida. No es lo que hacemos bien una o dos veces lo que nos
da la victoria, sino lo que hacemos bien repetidas veces.

2. Pablo quería conocer a Cristo más íntima y


profundamente.
Pablo no quería simplemente saber de Cristo, ¡él quería
conocerlo! Quería tener una relación personal y estrecha con
Él. Esto es posible para cualquiera que lo desee y esté
dispuesto a buscar a Jesús de todo corazón.
3. Pablo quería conocer mejor y claramente las maravillas
de Cristo.
Pablo conocía a Cristo. Tuvo un asombroso encuentro con Él
en el camino a Damasco, pero él quería más. Nunca debemos
darnos por satisfechos si no estamos creciendo
espiritualmente. Hay mucho que aprender sobre lo asombroso
que es Jesús y cuanto más lo busquemos, más lo
conoceremos. Cuando caminamos en la vida junto a Él,
descubrimos que está con nosotros en toda clase de
situaciones. Nunca nos deja, ni nos abandona.

4. Pablo quería sentir el poder de la resurrección de Cristo,


que nos levanta de entre los muertos, incluso mientras
estamos en el cuerpo.
Cuando conocemos a Jesús de verdad, íntima y
profundamente, podemos tener paz y gozo incluso en los
momentos difíciles. Debemos confiar en que Él sacará lo
bueno de cualquier situación que estemos enfrentando, por
muy dolorosa que sea. No tenemos que vivir una vida de
derrota si tenemos el poder de la resurrección de Jesús.
Cuando hemos experimentado el poder de Dios en nuestra
vida, se hace más fácil confiar en Él la próxima vez que
tengamos una necesidad. Dios quiere mostrar su poder en
nosotros y a través de nosotros. No solo quiere liberarnos,
sino utilizarnos como embajadores para atraer a los demás
hacia Cristo.
Si estamos atravesando algún problema serio y los demás
ven que seguimos confiando en Dios y que mantenemos una
actitud tranquila y alegre, estaremos dando un testimonio del
poder de Dios. Cuando esperamos pacientemente sin importar
cuanto se demore, damos testimonio ante ellos del poder
estabilizador de Dios. Luego, cuando seamos liberados y ellos
vean que Dios es fiel, daremos testimonio de su presencia y su
poder, así como de su deseo de ayudarnos. Nuestro ejemplo
personal puede ser el punto de inflexión que haga que alguien
entregue su vida a Cristo.

5. Pablo dijo que estaba dispuesto a compartir el


sufrimiento de Cristo si con eso era transformado a su
imagen.
Esto no quiere decir que tenemos que ser crucificados como
lo fue Jesús. Simplemente que debemos estar dispuestos a
atravesar por lo que sea necesario para ser como Jesús y verlo
glorificado a través de nosotros.
¿Significa esto que Dios nos hace sufrir y nos pone pruebas
para que aprendamos cosas que nos beneficiarán en el futuro?
Él no es un Dios que toma sus hijos y se los lleva detrás de la
cabaña para darles una paliza y aleccionarlos.
Prefiero decir que cuando tenemos problemas o
dificultades, Dios los utiliza para impulsar su propósito en
nuestra vida. Si vamos a sufrir, ¿por qué no obtener algún
beneficio de ello? Yo he sufrido sin Dios y he sufrido con Él y
puedo decir con absoluta seguridad que con Dios siempre es
mejor. Creo que Dios siempre tiene un plan para nuestra
liberación, pero quizás lo retrase durante un tiempo para
impulsar nuestro crecimiento y desarrollar nuestro carácter. Su
tiempo es perfecto y mientras esperamos tenemos el privilegio
de confiar en Él.
Por el gozo de recibir el premio
Jesús dijo que aunque despreció el oprobio de la cruz, lo
soportó por el gozo de recibir el premio al otro lado de ella
(ver Hebreos 12:2). Mucha gente me ha dicho que no
cambiaría nada de lo que les ha pasado, simplemente porque
saben que eso los transformó y los acercó a Dios.
Podemos despreciar la situación por la que estemos
atravesando mientras estamos en ella. Nadie disfruta del dolor
o el sufrimiento, pero si podemos enfocar nuestra mente en el
premio, al otro lado, seremos capaces de soportarla con
mayor entereza. Si tenemos fe en que veremos la bondad de
Dios a pesar de lo lastimados que estemos o cuánto tiempo se
demore, probaremos la dulzura del éxito y la victoria.
Con frecuencia digo que tenemos que “atravesar” para
“superar”. No debemos tener miedo de las dificultades porque
Dios no nos dará más de lo que podamos soportar con Él
ayudándonos y guiándonos en la vida.
CAPÍTULO 13

Día a día

“Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan


del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la
porción de un día”.
Éxodo 16:4

Cuando Dios les envió pan del cielo a los israelitas, no era
solo para alimentarlos, sino también para probar su fe. Les
ordenó que tomaran solo lo que necesitaban para un día y que
confiaran en que al día siguiente Dios volvería a enviar
alimento para un día. Imagínese lo difícil que debió haber sido
para muchos de ellos. Estaban en un desierto sin comida ni
medios para obtenerla. Estoy segura de que tenía muchísimo
miedo. ¡Sé que yo sí lo hubiera tenido!
Hay momentos en los que Dios nos prueba para ver si
realmente creemos en Él o no. Si los israelitas trataban de
guardar un día la porción del día siguiente se les descomponía
y comenzaba a heder. ¿Con cuánta frecuencia tratamos de
guardar preocupados la porción de mañana, solo para
terminar sintiéndonos más infelices?
Hace poco me desperté muy temprano y de inmediato
comencé a pensar en todos los proyectos de escritura que
tenía pendientes, cuyas fecha límites se vencían casi al mismo
tiempo. Además, pronto tendría una conferencia y debía
prepararme; también debía hacer un poco de televisión, asistir
a algunas reuniones de negocios, ¡y a varias citas personales!
Cuanto más pensaba en todo lo que tenía que hacer en el
próximo mes, más presionada y sobrecargada me sentía. Dios
le habló a mi corazón, recordándome algo que yo ya sabía:
Vive un día a la vez. Inmediatamente desapareció la presión,
porque gracias a mi experiencia con Dios sé que, sin lugar a
dudas, Él nos ayuda a hacer todo lo que quiere que hagamos,
si nos tomamos un día a la vez.
Cuando usamos el presente para preocuparnos por el
futuro, malgastamos el presente. ¡Esto es inútil! Jesús dijo que
no nos afanáramos por el mañana, porque el mañana traería
su propio afán (ver Mateo 6:34). Dios nos ayuda cuando
confiamos en Él, no cuando nos preocupamos e inquietamos
por no saber cómo vamos a solucionar nuestros problemas.
En el 2013 lanzamos un devocional llamado Trusting God
Day by Day, que ha sido uno de nuestros devocionales más
exitosos. ¿Por qué? Porque nos presenta algo que sentimos
que podemos hacer. Pensar en todo lo que tenemos que hacer
en la vida de una sola vez, incluso en una semana o en un
mes, puede ser abrumador, pero un día a la vez suena factible.
Alcohólicos Anónimos usa este principio con los hombres y
mujeres que acuden a ellos para recibir ayuda. La gente a
menudo siente que no hay manera de poder vivir el resto de
su vida sin un trago; el miedo a fallar es tan fuerte que ni
siquiera quieren intentarlo. Pero el intento de no beber un día
a la vez suena factible. La meta es permanecer sobrios durante
un día, y muchos pueden dar testimonio de cuántos días
exactamente han estado sobrios, aunque hayan pasado años
desde la última vez que tomaron.
Este principio viene directo de la Palabra de Dios y por eso
funciona en casi todos los aspectos de la vida. Podemos salir
de deudas, ejercitarnos, perder peso, graduarnos en la
universidad, ser padres de un niño con necesidades especiales
o triunfar en cualquier cosa que tengamos que hacer si
confiamos en Dios y vivimos la vida un día a la vez.
Me encanta esta cita de un autor desconocido: “Trato de
vivir la vida un día a la vez, pero a veces varios días me atacan
a la vez”.
La diferencia entre fe y confianza
Las palabras “fe” y “confiar” se usan a veces indistintamente,
pero, ¿hay diferencia entre ellas? Ambas son similares de
muchas maneras, ya que requieren confianza en Dios, pero
“fe” es un sustantivo y algo que tenemos, mientras que
“confiar” es un verbo y algo que hacemos.
Dios nos da fe. Su Palabra dice que a cada quien se la ha
dado una medida de fe (ver Romanos 12:3), pero depende del
individuo lo que haga con ella. La confianza es fe en acción.
Es una fe que ha sido liberada. Solo piense en todo aquello en
lo que la gente pone su fe aparte de Dios: los sistemas
financieros del mundo, el gobierno, la educación, otras
personas, fondos de retiro, ellos mismos, etcétera. De todo
aquello en lo que la gente pone su confianza, Dios es lo único
realmente confiable.
Quiero que ponga atención en la frase que estoy usando:
“Ponga su confianza en Dios”. “Poner” es una palabra que
implica una acción. Cuando ponemos algo en algún lado, es
nuestra decisión. Puedo poner esta computadora a cargar de
nuevo cuando termine de usarla, para que esté completamente
cargada y lista para usarla la próxima vez, o puedo dejarla
abierta encima del sofá y la próxima vez que la necesite estará
descargada y no la podré usar. Es probable que no se
descargue, pero si es así, pasaré un mal momento. Algo
similar ocurre cuando ponemos nuestra confianza en algo o
alguien que no es Dios. Hay probabilidades de que las cosas
salgan bien, pero nuestra experiencia nos demuestra que no
siempre ocurre así.
Obviamente, hay cosas y personas en las que podemos
confiar, pero no hay garantía de que el resultado será siempre
satisfactorio. Puedo decirle honestamente que después de
caminar con Dios durante tres cuartos de mi vida, estoy
completamente satisfecha de haber puesto mi confianza en Él.
Aunque las cosas no siempre resultaron como yo quería o
como pensaba que lo harían, ahora me doy cuenta de que
Dios siempre hizo lo mejor.
Si no lo ha estado haciendo, ¿tomaría usted la decisión de
comenzar a confiar en Dios en cualquier situación en la que se
encuentre? Tómelo como un esfuerzo de un día a la vez y le
aseguro que le será más fácil hacerlo. ¿Puede confiar en Dios
por el día de hoy? ¿Puede colocar su confianza en Él por hoy?
Sea cual sea la situación que esté atravesando hoy, ¿se la
entregará a Dios y confiará en Él?
La Biblia está llena de historias de gente que dijo que
“pondría” su confianza en Dios. Fue una decisión que
tomaron. Los escritores a menudo usan la frase en tiempo
futuro cuando hablan de confiar en Dios. Tomar la decisión es
la primera parte, pero luego hay que seguir, una hora a la vez
si es necesario. Los pequeños logros con el tiempo nos
ayudan a alcanzar grandes objetivos.
La Biblia dice:

“Jehová Dios mío, en ti he confiado; sálvame de


todos los que me persiguen, y líbrame”.
Salmo 7:1, itálicas añadidas

“En el día que temo, yo en ti confío. En Dios


alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré;
¿qué puede hacerme el hombre?”.
Salmo 56:3, itálicas añadidas

Confiar en Dios será más fácil los días en los que la vida
nos sonríe, pero en los días en los que nuestros asuntos no
salen tan bien, será más difícil. Si estamos atravesando algo
muy trágico o doloroso también se nos hará difícil, pero
debemos recordar que Dios nunca nos dice que hagamos algo
que no podemos hacer. ¡Podemos confiar en Dios día a día!
Aunque haya días en lo que debamos decirnos mil veces:
“Confiaré en Dios”, vale la pena hacerlo. Esto no solo honra a
Dios, sino que nos libera de cargas para las que no estamos
preparados y que no estamos obligados a llevar.
Cuando me diagnosticaron cáncer de mama en 1989 estaba
asustada, y mi primer impulso fue preocuparme. Mi mente
estaba llena de dudas, pero Dios me pidió que dijera: “Señor,
en ti confío” en vez de hablar sobre mis miedos y
preocupaciones. Algunos días tenía que repetirlo una y otra
vez, pero persistí. Finalmente llegó el día de la operación, con
el examen de mis ganglios para ver si el cáncer había
avanzado. Esperar los resultados de los exámenes requirió
más confianza en Dios día a día. Parecía que había pasado
mucho tiempo, pero todos los días decía: “Señor, en ti
confío”. Finalmente, nos dieron los resultados y todo estaba
bien. No había cáncer en los ganglios, pero los doctores no
estaban seguros de si se necesitaba algún otro tratamiento.
Solo el oncólogo podía decirlo. Pedí una cita con el oncólogo,
que por supuesto no fue de inmediato, así que siguieron más
días de confianza en Dios para saber qué sería de mi vida en
los próximos meses. Todos sabemos lo difícil que es querer
respuestas y tener que esperar por ellas.
Durante ese tiempo de espera tuve muchas oportunidades
de dejar vagar mi mente hasta el peor escenario posible, pero
Dios me recordaba que confiara en Él. Cuando finalmente vi
al oncólogo, me dijo que no había necesidad de tratamientos
adicionales porque el cáncer había desaparecido
completamente. Podía seguir mi vida normalmente,
haciéndome solo un chequeo anual. ¡Qué alivio! Sentía que
había soltado un peso de quinientas libras. Cada año, cuando
llegaba la hora de hacerme la mamografía, debía atravesar
nuevamente todo el proceso. Un día el radiólogo creyó ver
algo en la imagen y quiso que me quedara para hacerme un
ultrasonido. ¡Tuve que esperar nuevamente! ¿Y si el cáncer
regresó? ¿Y si se expandió a otros lugares? Estas preguntas
y muchas otras me pasaron por la mente durante la espera,
pero dije: “Señor, en ti confío independientemente de lo que
pase”.
Me hicieron el ultrasonido, ¡y no tenía absolutamente nada!
De nuevo fui declarada libre de cáncer, y así ha sido durante
veintisiete años.
Le cuento esta historia para que sepa que sé que confiar en
Dios a menudo requiere que luchemos la buena batalla de la
fe, como le dijo Pablo a Timoteo en Timoteo 6:12. El diablo es
un mentiroso, y trata de aprovechar cualquier situación para
llenarnos de temor, ¡pero podemos arruinar sus planes
escogiendo deliberadamente “confiar” en Dios!
Es probable que cuando usted lea esto piense que ha
confiado en Dios en el pasado y las cosas no salieron como
usted quiso. Si es así no me sorprende, porque ciertamente las
cosas no siempre resultan como queremos. Confiar en Dios (o
mejor dicho, confiar totalmente en Dios) no es igual a recibir
lo que queremos. Cuando tomamos la decisión de confiar en
Dios, nos estamos comprometiendo a confiar en Él sin
importar el resultado. Le damos el honor de confiar en que Él
sabe más que nosotros.
Job expresa esta confianza total cuando dice: “He aquí,
aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). Job sabía
que su Redentor vivía y que al final se levantaría sobre el
polvo (ver Job 19:25). La fe y la confianza en Dios que Job
mostró es el mensaje más importante del libro de Job. A
menudo nos enfocamos tanto en las razones de nuestro
sufrimiento que obviamos las demás lecciones que hay en el
libro. La fe de Job me sorprende, y leerlo me anima a confiar
en Dios a pesar de lo que me esté pasando.
Job se quejaba y pensaba que no se merecía el sufrimiento
que estaba atravesando, pero nunca dejó de confiar en Dios.
Al final, Dios le restauró el doble de todo lo que había
perdido, y me imagino que se sintió estupendamente. Creo
firmemente que Dios recompensa a quienes confían en Él
constantemente.
Muy pocos podemos atravesar un incidente trágico sin
quejarnos aunque sea un poco, y probablemente pensamos
que no merecemos nuestros problemas, tal como ocurrió con
Job. Pero en medio de todo, podemos tomar la decisión de
confiar en Dios un día a la vez y, si lo hacemos, podemos
enfrentar cualquier cosa.
¿Cómo será mi futuro?
A todos nos encantaría conocer el futuro. La gente gasta
millones de dólares en adivinos y psíquicos deseando tener
alguna información sobre lo que les sucederá. La Palabra de
Dios condena tales prácticas y es interesante que la gente
gaste tanto dinero en eso. Cuando confiamos en Dios no
necesitamos hacer nada de eso porque sabemos que Él nos
revelará nuestro futuro en su debido momento y, hasta que
llegue ese momento confiaremos en Él.
Abraham Lincoln dijo: “Lo mejor sobre el futuro es que
viene un día a la vez”.9 ¿De verdad nos gustaría saber nuestro
futuro? Creo que si lo llegáramos a saber, desearíamos nunca
haberlo hecho. En cada vida existen cosas buenas y cosas no
tan buenas. Si viéramos el futuro, estaríamos contentos con
una parte de él, pero tal entusiasmo de disiparía cuando
viéramos las cosas difíciles, dolorosas, decepcionantes o
desafiantes.
El hecho de que enfrentemos los días difíciles uno a la vez
nos permite hacerlo sin darnos por vencidos. Podemos hacer
cualquier asunto un día a la vez siempre que confiemos en
Dios, apoyándonos y descansando en Él. Pensar en exceso en
nuestros problemas hace que nuestra mente se canse y
queramos tirar la toalla con la vida. Si supiéramos el futuro, tal
vez nos preocuparíamos por todas las dificultades que vimos
en él, y lo más probable es que nos sintiéramos abrumados.
Estoy bastante segura de que si Dios quisiera que
conociéramos el futuro, se las habría arreglado para que lo
conociéramos. Todo lo que oculta de nuestro conocimiento es
por una buena causa, y podemos descansar en la certeza de
que Él nos revelará lo que necesitemos saber en el momento
adecuado.
A veces vivimos humillados y a veces en abundancia, y
Pablo nos anima a estar conformes en ambos casos (ver
Filipenses 4:11–12). Dios usa ambas situaciones en nuestra
vida. No todas las épocas son iguales, pero cuando las
combinamos, se convierten en una vida hermosa. Después de
un largo invierno la primavera siempre llega y las flores brotan
nuevamente.
No sé lo que me depara el futuro, pero confío en que será
maravilloso y creo que lo mismo le ocurrirá a usted. Vivamos
la vida un día a la vez y disfrutemos la victoria que Dios nos
da cuando confiamos en Él con toda nuestra mente y nuestro
corazón. Por favor, ¡no cometa el error de desperdiciar el
presente preocupándose por el futuro! Dios nos sostiene en
sus manos, estamos en su mente y podemos hacer todo a
través de Él, que es nuestra fuerza (ver Filipenses 4:13).
CAPÍTULO 14

Lo desconocido

“¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la


voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de
luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su
Dios”.
Isaías 50:10

Una cosa es confiar en Dios cuando creemos que tenemos


una idea bastante clara de lo que está ocurriendo en nuestra
vida, o cuando vemos que ya tenemos todo resuelto y que el
plan que nos abrirá las puertas para obtener lo que queremos
está en marcha; y otra muy diferente cuando no tenemos la
más mínima idea de nuestras circunstancias o nuestro futuro.
Charles Spurgeon dijo: “Confiar en Dios en la luz no es
nada, pero confiar en Él en la oscuridad: eso es fe”.10 El
hombre tiene un deseo casi insaciable de conocer todo. Quiere
estar bien informado porque cree que eso le da el control en la
vida. Pero cuando entablamos una relación con Dios,
debemos cederle el mando y confiar en Él para que nos dirija.
La mayoría no podemos hacerlo sin que Dios nos ayude un
poco, ¡así que Él nos ayuda! Nos coloca en situaciones que
no podemos resolver y decide no darnos las respuestas en el
momento en que quisiéramos. La vida está llena de muchos
misterios y nuestras opciones para manejarlos son limitadas.
Podemos frustrarnos y confundirnos tratando de entender las
cosas ocultas que solo conoce Dios, o podemos indagar en las
mentes de los demás, preguntándoles su percepción sobre lo
que nos está ocurriendo. Aunque a veces esto ayuda, también
puede aumentar nuestra confusión. El camino más rápido
hacia la paz es aprender a confiar en Dios. Creo que confiar en
Dios es una de las maneras en las que lo honramos. Esto
demuestra respeto y afirma que creemos en su Palabra y
confiamos en su carácter.
El espíritu del miedo es la raíz de nuestro deseo insaciable
de tener todas las respuestas de la vida. Queremos saber qué
es lo que vendrá y como será nuestra situación en el futuro.
No queremos sorpresas, o al menos ninguna que no sea
totalmente agradable.
Aunque hay mucho que Dios nos permite saber, no es algo
que hace todo el tiempo y cuando es así, la confianza debe ser
nuestra “herramienta” de seguridad. Cuando confiamos en
Dios y estamos dispuestos a ser pacientes, veremos que Él
nunca nos fallará.
Sé que la expectativa es desconcertante y estresante.
Nuestra mente pasa de una cosa a la otra, tratando de
encontrar algo que tenga sentido, pero por extraño que
parezca, aunque pensemos que tenemos todo descifrado, tal
vez estamos equivocados. Nos gusta tener todo bien
organizado en un pequeño y bonito espacio, pero hay veces
en que la vida es caótica y desordenada. Nadie, incluido Dios,
hace lo que queremos, lo cual nos causa frustración. Muchas
veces basé mis expectativas en lo que yo pensaba que iba a
ocurrir, pero solo terminaba afligida porque no ocurría de esa
manera.
Este tipo de situaciones nos sirven para aprender, pero para
que eso pase debemos tranquilizarnos y preguntarle a Dios en
qué momento nos equivocamos. Yo a menudo me doy cuenta
de que he hecho planes según lo que yo he querido que pase,
en vez de tomar en cuenta lo que Dios quiere.
El paso más básico de fe que podemos dar en lo que
respecta a las situaciones de nuestra vida, es decir: “Señor,
esto es lo que yo quisiera que pasara, ¡pero que se haga tu
voluntad y no la mía!”.
Cuando empecé mi ministerio, escogí a un grupo de
amigos que creía que podían ayudarme a materializar aquello
que Dios me había revelado que haría como maestra de su
Palabra. Fíjese que dije que los escogí. Lo hice sin haber
orado y sin tomar en cuenta a Dios en mis decisiones. Cuando
Jesús escogió a sus discípulos (los hombres que trabajarían
con Él) oró toda la noche antes de tomar su decisión (ver
Lucas 6:12–13).
Toda esa gente que escogí no era la que Dios había elegido
y todo resultó ser un desastre que me causó un gran daño
emocional. Chismeaban sobre mí, mentían, hacían
acusaciones falsas y casi me descarrilan antes de comenzar la
carrera hacia mi destino.
Nuestras decisiones con respecto a aquellos con los que
nos asociaremos son importantes, especialmente si se va a
tratar de una asociación cercana y personal. Con frecuencia
Satanás utiliza gente, incluso cristianos, para hacernos daño y
debilitarnos. La gente puede ser sincera y aun así estar
sinceramente equivocada. Aquel grupo pensó que recibía
informaciones de Dios sobre mí y era completamente falso,
pero su orgullo finalmente se convirtió en su caída.
Después de tomar muchas decisiones en la vida, he
aprendido por las malas que la oración debe preceder cada
decisión importante que tomemos. ¡Nuestras presunciones y
suposiciones no son del agrado de Dios! No cometamos el
error de planear algo y luego orar para que Dios haga que
nuestro plan funcione. Debemos orar primero y dejar que el
Espíritu Santo nos guíe hacia la buena voluntad de Dios para
nuestra vida.
Conformémonos con no saber
El apóstol Pablo era un hombre tremendamente educado y,
sin embargo, llegó a un punto de su vida en el que dijo: “Pues
me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a este crucificado” (1 Corintios 2:2). Cuando le
presentó el evangelio a la gente, decía que la salvación por
medio de Cristo era un misterio y un secreto de Dios, pero
que él había escogido creer en vez de tratar de entenderlo.
Hay muchos que se niegan a disfrutar de los beneficios de una
fe sencilla, como la de un niño. Quieren comprender
mentalmente todos los misterios de la cruz de Cristo y de la
salvación por medio de Él, pero esto solo puede entenderse
con el corazón, no con la mente.
Si todas las preguntas de la vida tuvieran respuesta, no
necesitaríamos fe. ¡Se puede decir que muchas veces la fe
sustituye las respuestas! Debemos concentrarnos en conocer
la Palabra, conocer a Dios y conocer su voluntad, en vez de
andar buscando incesantemente todas las respuestas a
nuestras circunstancias. Cuando alguien nos pregunte que
vamos a hacer cuando nos enfrentemos a un problema,
podemos decir simplemente: “No lo sé”. Digámosle a la gente
que estamos orando por todo y que estamos seguros en
nuestro corazón de que Dios nos guiará en el momento
indicado. Aunque sonemos un poco más seguros de lo que
realmente estamos, es bueno expresar nuestra fe. Si decidimos
confiar en Dios, nuestros sentimientos con el tiempo se
alinearán con nuestras decisiones.
Ciertamente no hay nada malo en buscar respuestas a los
misterios de la vida, pero confundirnos o frustrarnos es una
señal de que hemos llegado muy lejos en nuestra búsqueda.
La gente siente mucha confusión a lo largo de la vida y creo
que la mayor parte de esta confusión viene de una necesidad
desequilibrada de querer saberlo todo. ¿Podemos tener fe en
Dios cuando estemos en la oscuridad, sin comprender nada
sobre nuestra situación actual? Esa es la clase de fe que Dios
anda buscando. Él quiere que confiemos en Él, especialmente
cuando estamos en la oscuridad o cuando la vida es un
misterio y no lo vemos obrando ni sentimos su presencia.
Esas situaciones son beneficiosas para nosotros porque nos
ayudan a crecer en la fe. La Biblia habla de la fe pequeña y la
fe grande. ¿Por qué conformarnos con una fe pequeña,
cuando podemos desarrollar la fe grande que surge cuando
confiamos en Dios en los momentos difíciles?
“Necesito saber”
Hace poco vi una película sobre dos agentes del FBI que
tenían diferentes niveles de autoridad. Uno parecía estar al
tanto de cierta información que el otro no conocía sobre un
caso y, cuando preguntó por qué, le dijeron que esta había
sido suministrada bajo un criterio de “el que necesite saberlo”.
En otras palabras, los únicos que serían informados de los
detalles del caso eran los que necesitaran saberlos.
Yo creo que Dios también opera bajo este principio. Si
necesitamos saber algo, podemos estar seguros de que
siempre nos lo dirá, pero si no necesitamos saberlo, o es
mejor para nosotros no saberlo, entonces no nos dirá nada y
nosotros debemos aprender a estar conformes con eso.
Saber ciertas cosas puede ser una carga para el alma y hacer
que nos preocupemos o nos sintamos ansiosos. No
necesitamos eso. ¡En estos tiempos, permanecer sin saber
algo puede ser fuente de paz! La semana pasada estaba
hablando por teléfono con alguien y salió a colación cierto
tema desagradable sobre la inmoralidad de alguien que ambos
conocemos. Estuvimos conversando, pero también tuvimos
cuidado de no caer en el chisme o decir cosas innecesarias. Mi
amiga me preguntó algo respecto al tema y antes de que
pudiera decidir si contestarle o no me dijo: “Olvídalo, no
necesito saberlo”.
Pienso que esa actitud demostró madurez espiritual y que
puede ser un ejemplo para todos. Hay una diferencia entre
querer saber algo por curiosidad o por querer controlar la
situación, y querer saber algo porque realmente necesitamos
saberlo. En vez de confundirnos y frustrarnos intentado
razonar y cuestionar lo ocurrido, ¿por qué no mejor
confiamos en Dios para que obre en nosotros utilizando el
criterio de “el que necesite saberlo”?
En la Biblia hay situaciones en las que el hombre debe
razonar con Dios, pero no tienen que ver con tratar de
descifrar asuntos que Dios todavía no está listo para revelar.
He aquí dos ejemplos de las Escrituras que nos demuestran la
diferencia entre razonar en la voluntad de Dios y fuera de la
voluntad de Dios:

“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si


vuestros pecados fueren como la grana, como la
nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como
el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”.
Isaías 1:18

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te


apoyes en tu propia prudencia”.
Proverbios 3:5

Una vez más, quiero aclarar que no está mal hacerle


preguntas a Dios. Él a menudo trata de razonar con nosotros,
pero no debemos permitir que el razonamiento saludable se
vuelva perjudicial o impío. Dejemos que la paz sea el árbitro
de nuestras vidas (ver Colosenses 3:15). Es decir, dejemos que
la paz sea el factor decisivo para saber si a Dios le complacen
o no nuestras dudas.
Cuando no parece haber un camino
El miedo se apoderará de nosotros si estamos convencidos de
que no hay solución para nuestros problemas. ¿Qué tan a
menudo decimos o escuchamos a alguien decir: “No hay
manera de hacer que esto funcione”? Solo porque no
sepamos cuál es la manera, no quiere decir que no la haya.
Jesús dijo: “Yo soy el camino” (Juan 14:6). Isaías dijo que
Dios guiará “a los ciegos por camino que no sabían” (Isaías
42:16). Dios puede guiarnos en las tinieblas porque para Él la
luz y las tinieblas son lo mismo. Tal vez nosotros estamos en
tinieblas con respecto a lo que está pasando, pero Dios es luz;
por lo tanto, Él nunca habita en las tinieblas. Cuando el
salmista David escribió uno de los capítulos más grandiosos
de la Biblia sobre la confianza plena en Dios, dijo:

“Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo


del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu
diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me
encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor
de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la
noche resplandece como el día; lo mismo te son las
tinieblas que la luz”.
Salmo 139:9–12

Cuando hemos atravesado una larga temporada de pruebas


o cuando estamos enfrentando algo extremadamente difícil,
no es extraño que nos desanimemos y comencemos a pensar
que el estado en el que nos encontramos será permanente.
Pensamos así: “Esto nunca va a parar. He hecho todo lo que
sé que debo hacer y nada funciona. ¡Tal parece que no hay
manera! Pero Dios cuenta una historia distinta. Él dice:

“No os acordéis [encarecidamente] de las cosas


pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas.
He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a
luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el
desierto, y ríos en la soledad”.
Isaías 43:18–19

Estos pasajes me han animado en muchos momentos y oro


para que puedan hacer lo mismo por usted. Cuando esté
sufriendo, ¡recuerde que Dios abrirá un camino!
Piense en alguna ocasión en la que Dios abrió un camino
para usted cuando parecía no haber salida, ¡y recuerde que lo
hará de nuevo! Sus caminos no son los nuestros, pero como
dijo Isaías, Él puede abrir un camino en el desierto y traer un
río en las temporadas de sequía de nuestra vida.
Aunque decidamos creer que Dios abrirá un camino, nos
puede surgir otra interrogante: “¿Cuándo lo hará?”. Solo Dios
lo sabe con certeza y la mayoría de las veces que le
preguntamos, no está muy interesado en darnos una
respuesta. Tal vez porque quiere que confiemos en Él.
CAPÍTULO 15

En la sala de espera de Dios


(Parte 1)

“Los guerreros más poderosos son la paciencia y el


tiempo”.
León Tolstoy

Si usted es como yo, aprender a ser paciente es uno de los


retos más grandes de su vida.
¿Alguna vez ha estado en la sala de espera de un hospital
en el que familiares y amigos esperan que el doctor venga a
traer noticias sobre un ser querido que ha sido operado? La
mayoría de la gente que espera luce ansiosa, con una
expresión facial intensa y mirada preocupada. Están
esperando que les den un resultado, pero en ese momento no
saben nada. Solo esperan, esperan y esperan. ¿Las noticias
serán buenas o serán malas? Si la espera se prolonga más
horas de lo esperado, la ansiedad aumenta. Nuestro
pensamiento nubla, pero en este mundo físico en el que
vivimos eso es comprensible.
La gran pregunta es: ¿Cómo nos comportamos en la sala
de espera de Dios? ¿Nos sentimos ansiosos y preocupados, o
esperamos pacientemente que las noticias sean buenas? Si la
espera es mucho más larga de lo esperado, ¿seguimos
sintiéndonos positivos y esperanzados? A menudo decimos
que confiamos en Dios pero, ¿estamos mostrando los frutos
de la confianza en Él?
Dios cuenta con la eternidad para resolver las cosas
Dios raramente está apurado por nada, ¡y nosotros siempre
estamos apurados por todo! No nos satisface saber que Dios
nos abrirá un camino; queremos saber cuándo abrirá el
camino. Las Escrituras nos prometen que en el momento
correcto, Dios hará lo que necesitamos, pero, ¿cuándo es el
momento correcto? El tiempo que Dios determine es el
momento correcto, y casi nunca nos revela su duración. Sin
embargo, podemos estar seguros de que no será demasiado
largo. Nuestro Señor sabe de lo que somos capaces, ¡y nunca
nos presionará más allá de ese punto!
Lo que pensamos que es un largo tiempo es corto desde el
punto de vista de Dios:

“Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el


Señor un día es como mil años, y mil años como
un día”.
2 Pedro 3:8

Dios ve las cosas desde el punto de vista de la eternidad,


por lo tanto, nunca está apurado. Él ve el fin desde el
principio. Dios ya estuvo en el sitio al que vamos, ¡y ya sabe
exactamente lo que va a pasar! Siempre tiene una buena razón
para lo que hace, y saberlo nos ayuda a creer en Él, sea la
espera larga o corta.
Con frecuencia queremos las cosas antes de estar lo
suficientemente maduros para manejarlas adecuadamente,
pero Dios sabe cuál es el mejor momento, y le puedo asegurar
que Él no nos dará nada hasta que llegue el momento preciso.
Dios puede decir: “Espera”, e incluso decir: “No”, pero lo que
decida será lo más perfecto en el momento perfecto. ¡Todo lo
que Dios hace relacionado con nuestra vida y nuestra relación
con Él es para nuestro bienestar!
Como hijos de Dios, tenemos el fruto de la paciencia en
nosotros, según Gálatas 5:22, pero a veces toma años de vida
cristiana verlo manifestarse. La paciencia se deposita en
nosotros como una semilla, pero se requiere de tiempo y
experiencia para que crezca y se fortalezca.
La palabra griega traducida como “paciencia” implica
“permanecer debajo”; es decir, quedarse en una situación
aunque pueda ser desagradable o incluso dolorosa. Significa
atravesar las cosas hasta el final. La mayoría de nosotros
quiere huir de lo que le genera cualquier tipo de sufrimiento.
El pensamiento de atravesar dificultades sin siquiera saber
durante cuánto tiempo debemos hacerlo es muy desagradable.
Dios no siempre nos da las respuestas que deseamos cuando
las deseamos, simplemente porque Él está comprometido con
nuestro crecimiento espiritual, y para Él eso es mucho más
importante que darle un alivio instantáneo a algo que estamos
viviendo.
Antes de saber lo que sé sobre confiar en Dios, me sentía
frustrada cuando necesitaba que Dios hiciera algo que yo
sabía que a Él le sería muy fácil hacer, pero no lo hacía. Ahora
me doy cuenta de que aunque nada estaba cambiando en mi
situación, Dios estaba trabajando en mí. Él estaba probando
mi fe, y al hacerlo la estaba expandiendo y fortaleciendo.
Como yo no sabía confiar en Dios, me sentía infeliz cuando
tenía que esperar, y estoy segura de que mi espera fue mucho
más larga de lo que hubiera sido si yo hubiera sabido confiar
en Dios.
La vida se va haciendo más fácil a medida que vamos
teniendo más experiencia con Dios. Aprendemos que aunque
Él por lo general no actúa temprano, ciertamente tampoco lo
hace tarde, al menos no según su horario. La paciencia no es
solo la capacidad de esperar, sino también nuestra forma de
comportarnos mientras esperamos. Todos esperamos muchas
cosas en la vida, pero “la espera paciente” es la meta que Dios
tiene en mente para nosotros. Esperar con paciencia
simplemente no es posible a menos que confiemos que el
carácter de Dios es sin mácula, que es bueno y que nos brinda
su bondad a lo largo de la vida. El hecho de que algo no nos
“parezca” bueno, no quiere decir que no lo sea. Tal vez con el
paso del tiempo nos demos cuenta de que lo que pensábamos
que era malo, era a largo plazo muy bueno para nosotros.
Nunca es demasiado tarde
Marta y María le enviaron un mensaje a Jesús diciéndole que
su hermano Lázaro estaba enfermo. Las Escrituras dicen que
Jesús amaba a Marta, María y Lázaro, y que eran sus amigos
queridos. Pero Jesús, incluso sabiendo que Lázaro estaba
enfermo, se quedó dos días más donde se encontraba antes de
ir a verlo (ver Juan 11:3–6). Para cuando Jesús llegó, Lázaro
había muerto y tenía ya cuatro días en la tumba. La pregunta
obvia es: “Si Jesús los amaba tanto, ¿por qué esperó antes de
ir a ayudarlos?”.
Esperó porque quería que la situación pareciera imposible
de solucionar para cuando Él llegara. Cuando Jesús llegó,
Marta le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no
habría muerto” (Juan 11:21). A menudo pensamos o decimos
lo mismo de nuestras propias circunstancias: “Jesús, si
hubieras querido, hubieras evitado que esto ocurriera”.
Nosotros, por supuesto, nos sentimos decepcionados y no
entendemos por qué Dios pudo permitir algo doloroso que
pudo haber evitado, así como le pasó a Marta.
Si conoce la historia de Lázaro, sabe que Jesús no veía el
hecho de que Lázaro hubiera estado cuatro días muerto como
un obstáculo insuperable. De hecho, Él quería que la situación
pareciera imposible de solucionar para que los seres queridos
de Lázaro, al igual que nosotros, aprendiéramos que con Dios
todo es posible y que nunca es demasiado tarde para que Él
haga lo que debe hacer. Jesús levantó a Lázaro de la muerte y
estoy segura de que después de presenciar ese milagro, los
testigos estaban felices de que todo hubiera ocurrido de esa
forma. Aunque en lo personal nunca he visto a nadie que
regrese de la muerte, he visto que Dios revive muchas
circunstancias y situaciones muertas. Pienso que esta historia
debe considerarse un ejemplo de que nunca es demasiado
tarde para que Dios realice maravillas en nuestra vida.
En vez de querer que Dios haga las cosas a nuestra manera,
debemos recordar que sus caminos siempre son mejores que
los nuestros a largo plazo. Hay muchos misterios ocultos en la
sabiduría de Dios. No siempre entendemos por qué las cosas
salen de cierta forma, pero tenemos el privilegio de confiar en
Dios, y eso hace que nuestro dolor sea llevadero.
La paciencia es poder
La paciencia nos da el poder de disfrutar de la vida mientras
esperamos por aquello que deseamos. Malgastamos nuestra
vida cuando nos sentimos infelices por situaciones que no
podemos cambiar. Si podemos cambiar algo desagradable,
hagámoslo, pero si no, confiemos en Dios y tomemos la
decisión de no sentirnos infelices mientras esperamos que Él
actúe. Cada día malgastado es irrecuperable, y una persona
sabia y prudente no desperdicia el tiempo que Dios le ha dado
sobre la tierra.
La frustración, el desánimo y la infelicidad nunca han
mejorado una situación, pero sí han causado enfermedades,
acortado vidas y arruinado relaciones. El apóstol Santiago dijo
que los hombres pacientes son “perfectos, cabales e
intachables” (Santiago 1:4, BLPH). ¡Vaya! Eso me suena muy
bien, y estoy segura de que a usted también. Cuando leo este
pasaje pienso que quisiera ser más paciente, pero todavía no
he llegado a ese punto. Pero sí podemos liberarnos de la
impaciencia. Hay una forma, y esa forma es pensando
correctamente Si creo que tengo que tener lo que quiero para
ser feliz, mi propio pensamiento está destinado a hacerme
infeliz. Pero si pienso: Creo en Dios y sé que sus tiempos son
perfectos, por lo tanto, entraré en su descanso y disfrutaré
de la vida mientras espero, no es porque no me falta cosa
alguna en el momento presente. Sea lo que sea que Dios vaya
a hacer por nosotros, no lo hará antes si nos impacientamos.
Una cosa es segura: independientemente del tiempo que
tengamos que esperar para que Dios actúe a nuestro favor, ¡la
paciencia tiene el poder de manteneros felices mientras
esperamos!
Siempre está pasando algo aunque pensemos que no es así.
Piense en cómo crece un árbol. No lo podemos ver crecer,
pero está creciendo. Se hace más alto y sus ramas se
ensanchan. Dicen que los árboles que crecen lentamente dan
los mejores frutos, y creo que lo mismo aplica con los seres
humanos. Tal vez no veamos nuestras ramas ensancharse,
pero nuestras raíces se profundizan. Algún día llevaremos
buen fruto y nos daremos cuenta de que estuvimos creciendo
durante todo el tiempo que esperamos.
¡Olvídese de eso!
Si miramos algo constantemente no lo podemos ver crecer,
pero si nos alejamos durante un tiempo y regresamos, nos
sorprenderá. Mi familia tenía una propiedad que necesitaba
vender, y aunque había estado en el mercado durante más de
tres años, no había pasado absolutamente nada. No solo no la
vendíamos, sino que nadie la había mirado. No tuvimos ni
una sola oferta en más de tres años, ¡ni siquiera una mala! Me
sentía frustrada porque en realidad quería venderla. Oré
mucho por ello, y declaré por fe que ya estaba vendida. Y
cada día que no se vendía, me sentía frustrada. Una mañana,
comencé a orar de nuevo y el Señor me habló al corazón,
diciéndome: Solo olvídate de la propiedad y déjame hacerme
cargo. Me di cuenta en ese instante de que había gastado una
cantidad de tiempo excesiva enfocándome en eso, y que Dios
quería que yo lo expulsara de mi mente y simplemente
confiara en que Él estaba obrando.
Cada vez que me acordaba de la venta de la propiedad
pensaba: ¡Dios se está encargando de eso! Finalmente entré
en el descanso de Dios con respecto al tema, ¡y dos semanas
después la propiedad se vendió! Me gustaría decir que fui
paciente mientras esperé esos tres años, pero la verdad es que
no fue así, y mi impaciencia puedo haber sido la razón por la
que tardó tanto. Con frecuencia pensamos que estamos
esperando en Dios, ¡pero quizás es Él el que está esperando
por nosotros!
El miedo de no recibir lo que queremos es una de las
razones principales de nuestra impaciencia, pero déjeme
repetirle que cambiar nuestra manera de pensar nos ayudará
inmensamente. En vez de pensar: Nada está pasando, es
mejor pensar: No veo que nada esté pasando, ¡pero creo que
Dios está obrando!
Dios sabe todo lo que ocurrió en el pasado, lo que está
ocurriendo y lo que ocurrirá en el futuro, y está en control de
todo. Él no está ansioso ni impaciente. Nuestra impaciencia
viene del hecho de no saber cómo o cuándo llegará nuestra
respuesta. Mientras menos información tengamos, más fácil
es impacientarnos en la sala de espera de Dios, pero la Palabra
y la experiencia me dicen que su tiempo es perfecto y que la
espera que tanto nos disgusta en realidad está obrando cosas
buenas en nosotros.
Leemos historias en la Biblia de los llamados grandes
hombres y mujeres de Dios, y muchos hemos deseado
secretamente que sus testimonios fueran los nuestros. Al
menos nos gustaría ser admirados como ellos, aunque
probablemente no deseemos tener sus experiencias. En
realidad son extraordinarios, pero permítale recordarle que
todos estuvieron en la sala de espera de Dios. Moisés esperó
cuarenta años en el desierto; David esperó veinte años para ser
rey, quince de ellos escondiéndose en cuevas para evitar que
Saúl lo matara. José esperó trece años para ser liberado, diez
de ellos en prisión. Abraham esperó veinte años antes de tener
el hijo que Dios le había prometido. ¡Si usted y yo estamos en
la sala de espera de Dios, quizás algún día tendremos un
magnífico testimonio que alguien leerá y admirará!
CAPÍTULO 16

En la sala de espera de Dios


(Parte 2)

“Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón;


sí, espera a Jehová”.
Salmo 27:14

Es muy común que malinterpretemos lo que realmente


significa esperar en Dios. Tal vez veamos la espera como un
período de pasividad e inactividad en el que ponemos la vida
en pausa. Casi todos nos sentimos mal cuando no estamos
haciendo nada, y si además tenemos un concepto errado de lo
que es esperar en Dios, descubriremos que nuestra
equivocación nos impide hacerlo cuando realmente hace falta.
Un estudio más profundo del idioma original de donde
proviene el término “esperar”, nos revela que esperar en Dios
debería ser algo bastante activo desde el punto de vista
espiritual. Aunque Dios podría pedirnos que no intentemos
cambiar nuestras circunstancias, no nos dice que no hagamos
nada. Él desea que tengamos una buena actitud con respecto a
lo que Él está haciendo, y que esperemos con optimismo que
Él haga una obra maravillosa en nuestra vida. Quiere que le
demos gracias por lo que hace, incluso antes de que podamos
verlo con nuestros ojos físicos.
Nuestros pensamientos y actitudes nos pueden mantener
con gozo mientras estamos en la sala de espera de Dios si los
manejamos adecuadamente. Analicemos estas dos formas de
pensar y veamos cuál nos podría generar mayor gozo: Está
esta forma de pensar:

• He esperado tanto que ya no creo que pueda esperar


más.
• ¡Nada está pasando!
• Siento como que si Dios se hubiera olvidado de mí.
• Me temo que no hay solución para mi problema.
• Creo que voy a rendirme.

Y está esta forma de pensar:

• Estoy ansioso de ver lo que Dios va a hacer.


• Creo que Dios está trabajando, aunque no vea
ningún cambio todavía.
• Dios me ama y sé que se ocupará de mi problema.
• El Salmo 139 dice que Dios piensa en mí todo el
tiempo, así que sé que no se ha olvidado de mí.
• ¡No voy a vivir con miedo y nunca me voy a rendir!

Es muy evidente cuál es la forma de pensar que nos brinda


mayor gozo. Si eso es así, ¿por qué nos inclinamos hacia las
actitudes y pensamientos negativos? La mentalidad carnal de
la que habla Pablo en Romanos 8:6, es “muerte” y está basada
en razonamientos y lógicas que llevan al pecado. Por lo tanto,
si nos guiamos por ella, no tendremos más opción que tomar
decisiones basadas en la apariencia de nuestras circunstancias.
Pero si tenemos la mente puesta en el Espíritu, como se
menciona en el mismo versículo, se nos promete vida y paz
en el corazón. Cuando tenemos la mente puesta en el Espíritu
podemos pensar como lo hace Dios y nuestros pensamientos
estarán llenos de esperanza, a pesar de como luzcan las
circunstancias.
¿Qué está viendo usted?
Podemos poner la mente en la carne o en el Espíritu, es
nuestra decisión. Desafortunadamente, mucha gente vive
pensando en cualquier cosa que le pase por la mente, sin
percatarse jamás de que nuestro enemigo Satanás es la fuente
de sus pensamientos negativos, pesimistas, temerosos y
dubitativos. No se dan cuenta de que pueden elegir sus
propios pensamientos, descartando los pensamientos errados
que no concuerdan con la Palabra de Dios y reemplazarlos
por los que sí lo hacen.
En 2 Corintios 4, Pablo habla de una vez en la que él y
otros cristianos atravesaron circunstancias muy difíciles. Dice
que estaban “atribulados en todo, mas no angustiados [… ] en
apuros, mas no desesperados [… ] perseguidos, mas no
desamparados [… ] derribados, pero no destruidos” (4:8–9).
También nos dice por qué:

“No mirando nosotros las cosas que se ven, sino


las que no se ven; pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas”.
2 Corintios 4:18

Pablo y aquellos a quienes ministraba sabían que sus


circunstancias eran malas y estoy segura de que así lo vieron,
pero también vieron algo más. Vieron a Jesús y sus promesas
de liberación y victoria. No vieron solo con los ojos físicos,
sino también con los ojos espirituales. Vieron con sus
corazones lo que no podían ver con sus ojos físicos, creyendo
que todo era real.
Creemos en Dios aunque no podemos verlo con nuestros
ojos físicos. Creemos en los ángeles, creemos en la gravedad
y creemos que el sol está allí en los días nublados, aunque no
podamos verlo. Creemos en muchas cosas aunque no las
podamos ver, así que, ¿por qué no creer que Dios está
trabajando mientras esperamos, aunque no tengamos ninguna
evidencia de ello? Es porque no nos hemos entrenado para
hacerlo, pero eso puede cambiar.
Nuestra vida real está dentro de nosotros. Lo que ocurre en
nuestro interior (nuestros pensamientos y actitudes) es más
importante que nuestras circunstancias. Independientemente
de lo difíciles que sean las circunstancias que nos rodean, si
mantenemos una buena actitud y pensamientos positivos
basados en la Palabra de Dios, tendremos paz y gozo. Creo
que un individuo que esté en prisión, que haya aprendido a
pensar positivo y tenga buena actitud, será más libre que
alguien que viva en sociedad pero que esté lleno de odio,
amargura y actitudes negativas. Cualquiera puede mejorar su
calidad de vida inmediatamente con el solo hecho de pensar
en cosas buenas y mantener una actitud optimista.
Podemos tener circunstancias favorables, mucho dinero, un
buen empleo y una buena familia y sin embargo llevar una
vida infeliz porque somos malagradecidos, egoístas y
reaccionamos con ira hacia quien nos ofende. También
podemos vivir en una situación difícil, solos, con dinero
suficiente apenas para sobrevivir y no obstante tener paz y
gozo, porque somos agradecidos y tratamos de ser una
bendición para los demás.
Nuestras actitudes y pensamiento nos pertenecen, ¡y nadie
puede hacer que sean malos si no queremos!
En las Escrituras no hay evidencia de que José haya tenido
algo más aparte de esperanza y buena actitud durante los trece
años que esperó que Dios lo liberara. Él tenía un sueño y no
se rindió, aunque nada en su situación indicara que su sueño
se pudiera hacer realidad (puede leer la historia de José en
Génesis 37–50).
Abraham también esperó veinte años para ver cumplida la
promesa que Dios le había hecho de tener un hijo. Veinte años
es mucho tiempo para estar en la sala de espera de Dios.
Tengo la certeza de que Abraham tuvo muchas
oportunidades para rendirse, pero en las Escrituras vemos
que, aunque no tuvisera razones para mantener la esperanza,
aguardó con fe que sus sueños se harían realidad y que Dios
cumpliría sus promesas. Ni siquiera cuando consideró
(observó y pensó en) la impotencia de su propio cuerpo y la
esterilidad del útero de Sara se dejó llevar por la incredulidad
y la desconfianza, sino que siguió confiando en la promesa de
Dios. Se fortaleció alabando y glorificando a Dios. La
alabanza es una narración o historia sobre la bondad de Dios,
así que Abraham debió haber estado pensando en aquello que
Dios había hecho por él a lo largo de su vida. La gloria es la
manifestación de toda la excelencia de Dios y, una vez más,
Abraham debió haber analizado y sopesado todas las cosas
grandiosas que Dios había hecho en el pasado. Su decisión de
recordar y pensar en las cosas buenas lo mantuvieron fuerte
mientras estuvo en la sala de espera de Dios (ver Romanos
4:18–21).
¿Está usted en la sala de espera de Dios? ¿Tal vez ha estado
durante mucho, mucho tiempo? ¿Ha durado más de lo que
esperaba? ¿Qué tan bien ha llevado la espera? ¿Cuáles son sus
pensamientos y cuál es su actitud? Le animo a elegir los
pensamientos y actitudes que le permitan esperar
pacientemente en Dios, quien hace bien todas las cosas.
Aguarde con esperanza
Afortunadamente, la esperanza no es algo que debemos sentir
para poder tenerla. Es algo que podemos escoger, por muy
difícil que parezca nuestra situación. Dios nos promete que si
nos convertimos en prisioneros de la esperanza, Él restaurará
el doble de nuestras bendiciones anteriores (ver Zacarías 9:12).
Es decir, si estamos dispuestos a abrazar la esperanza, al
punto de estar tan llenos de ella que no podemos dejar de
tenerla a pesar de lo que pase, entonces Dios nos devolverá
cualquier cosa que hayamos perdido y nos bendecirá el doble.
Esperanza no es solo desear que las cosas salgan bien; es
una fuerza poderosa que nos libera cuando nos aferramos a
ella diligentemente. Una de las cosas más útiles que podemos
hacer para mantenernos fuertes en la fe y llenos de optimismo
cuando estamos esperando es estudiar diligentemente la
Palabra de Dios (sus promesas) y reflexionar en ella. La
Palabra de Dios tiene un poder inherente que anima y
empodera a quienes esperan en Él.
El salmista David, un hombre joven que también esperó
veinte años para ver cumplida la promesa que Dios le hizo,
dijo esto:

“Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra


he esperado”.
Salmo 130:5
La esperanza debe tener un fundamento. Debe haber una
razón para tener esperanza y David dijo que su razón era la
Palabra de Dios. David solo confió en que Dios era fiel y
cumpliría su Palabra.
¿Por qué es tan útil estudiar la Palabra de Dios y meditar en
ella? Porque es una semilla, y la semilla siempre da frutos de
su misma especie. Cuando la Palabra se planta en un corazón
que es terreno fértil (dócil y tierno), no puede hacer otra cosa
que producir una cosecha. Vemos este principio a lo largo de
las Escrituras, pero el capítulo 4 de Marcos nos ayuda a
entender esta verdad. Dice lo siguiente sobre las semillas:

“Y estos son los que fueron sembrados en buena


tierra: los que oyen la Palabra y la reciben, y dan
fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno”.
Marcos 4:20

Debemos leer, estudiar, escuchar y reflexionar en la Palabra


de Dios tan a menudo como sea posible y hacerlo con un
corazón abierto, manso (puro y bondadoso). Santiago nos
dice que cuando la Palabra es “implantada” en nuestro
corazón tiene el poder de salvar nuestra alma (ver Santiago
1:21). La Palabra de Dios nos transforma, nos permite ser lo
que Dios quiere que seamos y hacer lo que Dios quiere que
hagamos. Cuando estamos en su sala de espera, Él no quiere
que nos rindamos y su Palabra nos da la fuerza para
mantenernos fuertes hasta que venga el momento de nuestra
liberación.
¡Pongamos nuestra esperanza en Dios y en su Palabra!
¡Esperemos escuchar buenas noticias en cualquier momento!
Cuando vivimos con esperanza, somos liberados de nuestros
problemas y disfrutamos el viaje.
Seamos obedientes durante la espera
“Espera en Jehová, y guarda su camino, y él te
exaltará para heredar la tierra”.
Salmo 37:34

Debemos esperar con optimismo para poder ver la victoria en


nuestra vida, pero la espera en obediencia a Dios es un
aspecto que también hay que tomar en cuenta.
Afortunadamente, todos conocemos la importancia de la
obediencia, pero también debemos darnos cuenta de que por
muy difícil que sea obedecer en los buenos momentos, es
mucho más difícil hacerlo cuando nos encontramos en la sala
de espera de Dios soportando situaciones complicadas y sin
ver ningún cambio en mucho tiempo. En esos momentos no
siempre tenemos ganas de hacer lo correcto, como ser
amables y bondadosos con los demás, servir o dar.
Mostrar el fruto del Espíritu es mucho más difícil cuando
estamos preocupados y bajo presión. Puede ser más difícil
orar o estudiar la Palabra de Dios, pero es en esos momentos
cuando es más importante hacerlo. Hacer el bien cuando no
nos está pasando nada bueno tal vez sea una de las actitudes
más poderosas que podamos tener. Pablo nos dice que no nos
cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo
cosecharemos si no desmayamos (ver Gálatas 6:9). ¡Quiero
tomar un momento para animarle a que siga haciendo lo
correcto aunque esté en la sala de espera de Dios! Hágalo
porque ama a Dios y porque agradece todo lo que Él ha hecho
y está haciendo por usted, incluso en este instante.
Dios quiere que vivamos por fe y vivir por fe significa que
no vivimos según lo que vemos o sentimos, sino por lo que
sabemos que es correcto. Y hacer lo correcto solo porque es lo
correcto es algo muy poderoso. Es una declaración firme de
que confiamos en Dios y estamos comprometidos a honrarlo
con nuestras acciones, a pesar de nuestra situación.
Se nos ha prometido que si permanecemos firmes y
constantes, siempre creciendo en la obra del Señor, nuestro
trabajo no será en vano (ver 1 Corintios 15:58). Dios siempre
ve la fidelidad, incluso si nadie más lo hace. Y los que se
mantienen firmes durante las pruebas reciben la corona de la
victoria de la vida (ver Santiago 1:12).
Confiemos en Dios y esperemos ansiosos nuestra
recompensa, aunque estemos en la sala de espera de Dios.
Esperemos que nos pasen cosas buenas, ¡y regocijémonos en
la esperanza de que todo es posible con Dios!
CAPÍTULO 17

Cuando Dios guarda silencio

“Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te


estés quieto”.
Salmo 83:1

En ocasiones he pensado: ¡Desearía que Dios viniera y se


sentara aquí conmigo y me dijera qué quiere que haga!
Estoy segura de que usted ha tenido pensamientos similares
en algún momento de su vida. Yo creo que eso facilitaría
mucho todo, pero al parecer Dios piensa diferente, porque eso
no es lo que hace. Si Él no quiere hacer las cosas a nuestra
manera, tendremos que aprender a hacerlas a la suya. ¡Él
quiere que confiemos en Él incluso cuando guarda silencio!
¿Siente usted a veces que Dios empacó y se mudó a un
sitio lejano sin dejar una dirección de contacto? Cuándo
vemos que Dios no hace nada en nuestra vida ni lo
escuchamos decirnos nada, nos sentimos como si
estuviéramos a tientas en la oscuridad, tratando de encontrar
el camino en un laberinto. Aunque en esos momentos se nos
hace difícil mantener la fe, podemos aprender una lección
importante: confiar en Dios aunque Él guarde silencio. El
hecho de que guarde silencio no quiere decir que no esté
actuando.
Dios permaneció callado durante cuatrocientos años, entre
el final del Antiguo Testamento y el inicio del Nuevo
Testamento, pero siguieron ocurriendo cosas durante ese
tiempo que prepararon al pueblo para la llegada del Mesías.
¡La Biblia dice que Jesús nacería a su debido tiempo! (ver
Gálatas 4:4) Dios siempre tiene un tiempo perfecto para todo.
Cuando Él esté listo hablará, y hasta que llegue ese momento,
nuestro trabajo es mantenernos atentos y aguardar.
Veamos lo que nos dice la Palabra de Dios sobre Elías en 1
Reyes 17:1. Elías le profetizó al pueblo que no habría lluvia
durante varios años, y en efecto no llovió durante tres años y
seis meses. El pueblo sufrió una grave sequía y era muy
probable que Elías no fuera muy popular en esa época. Me
imagino que él quería escuchar una palabra nueva de Dios con
respecto a la sequía, pero según 1 Reyes 18:1 “Pasados
muchos días, vino palabra de Jehová a Elías” dándole otras
instrucciones. Esta vez, debía anunciar que la lluvia vendría, y
así fue.
Hubo otros momentos en los que Dios se quedó callado
con quienes confiaban en Él. Guardó silencio con Job y con
Abraham. Job 23 nos muestra claramente la desesperación
que sentía Job cuando no podía encontrar o escuchar a Dios.
Veamos algunos de los versículos:
“¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo
iría hasta su silla”.
Job 23:3

“He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; y al


occidente, y no lo percibiré”.
Job 23:8

“Ahora escuche lo que dice Job por fe, aun


encontrándose en medio de este terrible silencio de
Dios: ‘Mas Él conoce mi camino; me probará, y
saldré como oro’”
Job 23:10

Aunque Job no podía ver o escuchar a Dios, dijo que sabía


que Dios lo cuidaba y se preocupaba por él. ¡Hablaba de
“cuando” Dios lo liberara, no de “si” lo liberaba!
Abraham se enfrentó al silencio de Dios cuando debía
sacrificar a su único hijo, Isaac. Dios le había instruido que lo
sacrificara como muestra de su fe y obediencia, y esperó hasta
el último segundo para decirle que no le hiciera daño al
muchacho. Pero hasta ese momento, Abraham solo seguía su
fe ciega. Estaba tan convencido de la fidelidad de Dios que
creía que aunque asesinara a Isaac, Dios lo levantaría de los
muertos (ver Génesis 22:1–12).
Yo nunca he vivido nada tan extremo como lo que
describen Job o Abraham, pero he tenido largos períodos de
silencio entre momentos en los que he escuchado a Dios. Son
momentos difíciles en los que solemos pensar que Dios no
está con nosotros o que no le importamos. También podemos
pensar que hemos perdido nuestra capacidad de escucharlo.
Yo me obligué durante muchos años a “tratar” de escuchar
a Dios, hasta que me di cuenta de que si Dios quisiera decirme
algo, tenía muchas maneras de asegurarse de que yo lo
supiera. En vez de tratar de escuchar a Dios y de sentirnos
frustrados cuando no lo escuchamos, confiemos en que
cuando Dios quiera hablarnos, se hará entender claramente.
En vez de tener miedo de no escuchar a Dios, crea que sí lo
hará. Si Dios sabe que nosotros realmente queremos escuchar
su voz y que estamos preparados para seguirla, Él no dejará
de hablarnos en el momento adecuado. Cuando llegó el
momento, Dios le volvió a hablar a Elías, ¡y hará lo mismo
con usted!
Seis cosas que podemos hacer cuando Dios guarda
silencio
1. Cuando Dios esté en silencio, siga haciendo lo que Dios
le pidió que hiciera la última vez que creyó escucharlo.
Pablo instó a los creyentes a permanecer firmes en las
libertades que se les había dado, y no quedarse atrapados
nuevamente en un yugo de atadura (ver Gálatas 5:1). Aférrese
a lo que tiene y no deje que un período de silencio de Dios lo
desanime y debilite su fe.
Hay muchas cosas que no sé, pero muchas que sí, y en este
momento de mi vida estoy haciendo todo lo que sé hacer. A
veces me preguntan: “¿Qué viene ahora para su ministerio?”.
Como no puedo predecir el futuro, casi nunca puedo
responder la pregunta. Si hemos planeado algo, puedo
hacérselos saber, pero como casi nunca es así, simplemente
les digo que estaré haciendo lo que la mayoría hace: tomar
cada día como venga y confiar en Dios. Lo que viene será una
sorpresa tanto para mí como para los demás.
Otra cosa que me preguntan mucho es: “¿Qué te ha dicho
Dios?”. Esta pregunta me la formulan especialmente el primer
día del año, como si el hecho de comenzar un año significa
que debo tener una nueva revelación de Dios. Aunque el 1 de
enero pueda ser visto como una oportunidad de hablar de
nuevos planes, Dios no siempre tiene una palabra nueva solo
porque es el primer día del año. Dios no es una rocola llena de
opciones que podemos pedir en cada ocasión. Él habla
cuando quiere, y cuando guarda silencio debemos seguir
haciendo lo que sabemos hacer.
Dave y yo nos reíamos hace poco con unos amigos porque
la mujer nos contó que cuando ella y su esposo se casaron, él
era excesivamente espiritual y le asignó a ella una cierta
cantidad de lectura bíblica al día. Cuando él regresaba de su
trabajo como copastor en una iglesia, una de las primeras
preguntas que le hacía era: “¿Qué te mostró Dios hoy?”. Me
imagino la presión que esto ejercía sobre ella y lo fracasada
que se debe haber sentido cuando le tocaba decir: “Nada”.
Ahora es divertido, pero dudo que lo haya sido en ese
momento. No se presione ni presione a los demás para que
transmitan una “palabra de Dios”, a menos que quiera abrir
una puerta para que el diablo lo engañe.

2. El silencio de Dios puede ser un cumplido para nosotros


Tal vez Él no nos esté dando instrucciones específicas porque
confía en que nosotros tomaremos la decisión correcta. Es un
error creer que Dios nos va a indicar cada movimiento que
debamos hacer. Ese tipo de relación es para padres y bebés,
no para hijos e hijas maduros. Uno de mis hijos me dijo esta
mañana: “Mamá, voy a pasar por tu casa esta tarde”. No le
envié una lista de instrucciones sobre cómo espero
exactamente que él venga a la casa. Confío en él, y confío en
que él sabe cómo pienso y actuará en consecuencia. Por
ejemplo, sé que él no dejará la puerta abierta después de
entrar. No estacionará el automóvil en un lugar que impida
que otra persona pueda retirar el suyo del garaje. No traerá un
invitado a la casa sin que yo lo sepa. No tengo necesidad de
decirle nada de eso, porque él ya sabe cómo soy.
Dios nos da la libertad de tomar decisiones de acuerdo con
su Palabra y lo que sabemos de su voluntad y carácter.
Recientemente escuché a un hombre de Dios muy famoso
decir que Dios nunca le había dado instrucciones específicas
mientras se encontraba en una encrucijada importante de su
vida. Él se dio cuenta de que a veces, cuando debía tomar
decisiones realmente importantes y oraba por la dirección de
Dios, sentía que debía intentar varias cosas hasta que sintiera
la paz de estar haciendo lo correcto. Debemos recordar que
aunque pueda parecernos que Dios se queda en silencio, Él
siempre se comunica con nosotros de muchas maneras: a
través de su Palabra, su paz, su sabiduría, nuestra experiencia
del pasado, entre otras.
Si Dios no nos dice exactamente lo que debemos hacer, ¡es
porque Él confía en que nosotros tomaremos las decisiones
correctas! Es imposible conducir un automóvil estacionado,
así que hay veces en las que debemos poner nuestra vida en
drive y comenzar a avanzar de a poco, antes de saber si
vamos en la dirección correcta o no.

3. ¡No se compare con los demás!


Con frecuencia escuchamos gente hablando de cómo Dios
actuó con ellos y suponen que Dios actuará con nosotros de la
misma manera, pero no es así. He leído libros de autores que
hablan como si Dios se sentara en la orilla de su cama a darles
instrucciones diariamente sobre lo que deben hacer. “Dios
dijo” y “Dios me dijo” son sus expresiones favoritas. Yo
también las utilizo, y tal vez más de lo que debería porque hay
veces en las que la gente malinterpreta lo que decimos.
Podemos ser guiados por Dios constantemente, pero eso no
significa que vamos a recibir una presentación multimedia
indicando con pelos y señales lo que debemos hacer todo el
día, cada día.
Sé de gente que parece escuchar instrucciones específicas
de Dios con mayor frecuencia que yo, pero he aprendido a no
compararme a los demás. Si lo hacemos, es probable que
nunca estemos satisfechos en nuestra relación con Dios.
Somos individuos y Dios trata con nosotros de diferentes
maneras por diferentes razones, y debemos confiar es eso.
Cuando nos sentimos cómodos con alguien, ¡podemos
sentarnos en una habitación sin decir una palabra! ¡A veces
debe bastarnos con creer que Dios está con nosotros!

4. Siga hablándole a Dios, aunque crea que no le está


respondiendo.
Necesitamos expresarnos y Dios quiere que le hablemos
sobre cualquier cosa con toda la frecuencia que queramos o
necesitemos. El salmista David derramó su corazón ante Dios,
y lo hizo con gran honestidad. Tal vez no nos importe mucho
lo que nos tengan que decir, solo queremos alguien que nos
escuche y que guarde nuestros secretos, y Dios es siempre
muy bueno para eso.

5. Permanezca atento, aunque haya pasado un largo


período sin escuchar nada.
Cuando permanecemos atentos le decimos a Dios que nuestro
corazón está abierto a Él y que estamos esperando por Él.
Muy a menudo le pregunto si hay algo que quiera decirme y
me quedo unos minutos en silencio. Esa es mi manera de
obedecer lo que Él nos dice en Proverbios:

“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará


tus veredas”.
Proverbios 3:6

Aunque no escuche nada cuando hago esa pregunta, sigo


creyendo que mi actitud de escuchar es valiosa. He
descubierto que Dios puede quedarse en silencio cuando le
hago una pregunta, pero luego dirige mis circunstancias de tal
manera que se me hace muy claro que Él tuvo que ver con el
desenlace de mi situación.

6. Pídale a Dios que lo examine.


En varias ocasiones, David le pidió a Dios que lo examinara
para ver si había algo en su corazón que no fuera correcto (ver
Salmos 26:2; 139:23–24). Este es un paso valeroso, pero
también una prueba fehaciente de que queremos hacer la
voluntad de Dios, sin importar cuál sea.
¿Es posible que haya algo que nos esté impidiendo
escuchar a Dios claramente? Un pecado, una actitud
equivocada o el desconocimiento de cómo escuchar a Dios
pueden estar obstaculizándonos. No debemos temer a la
verdad, porque esta nos hará libres. Cuando Dios está en
silencio tal vez no estamos haciendo nada malo, pero no hace
daño averiguarlo.
Aunque Dios guardó silencio con Job durante un largo
período de tiempo, con el tiempo le respondió, y cuando lo
hizo tenía algunas cosas que decirle que Job tal vez no se
esperaba. Lleno de frustración, Job llegó al punto de decirle a
Dios que él no merecía el trato que estaba recibiendo, y más o
menos le exigió algunas respuestas. Dijo que creía que Dios lo
trataba injustamente. No era consciente de la guerra espiritual
que se desarrollaba detrás del escenario. La Biblia dice que
Job se arrepintió, así que obviamente había pecado.
Aunque Job era un hombre justo en todos sus caminos,
cuando las pruebas empezaron, comenzó a pensar que Dios
no lo estaba tratando adecuadamente (ver Job 42:3–6). Su
justicia se convirtió en una especie de justicia propia que es
peligrosa para cualquiera de nosotros. Job atravesó momentos
realmente difíciles (ciertamente más que cualquier persona
que conozcamos), pero al final dijo que conocía a Dios
mucho mejor que antes (ver Job 42:5). Dios también le
restauró el doble de todo lo que había perdido y lo bendijo
grandemente (ver Job 42:10–17).
El viaje fue difícil, ¡pero terminó bien! Nosotros podemos
esperar lo mismo. Recuerde: lo que Satanás hace con la
intención de dañar, Dios lo encamina para bien (ver Génesis
50:20).
CAPÍTULO 18

Confiar en Dios en tiempos


de cambio

“Quienes no pueden cambiar sus mentes no pueden


cambiar nada”.
George Bernard Shaw

A mucha gente no le gusta el cambio y se resiste fuertemente.


Pero en este mundo todo cambia siempre, lo queramos o no,
así que es inútil negarnos a aceptarlo. Lo que debemos hacer
es cambiar nuestra forma de pensar sobre los cambios, ya que
al hacerlo la vida se hace más llevadera. Veamos lo que
algunos piensan sobre los cambios y por qué.
Hay quienes dicen enfáticamente: “¡Odio el cambio!”. Tal
vez lo dicen porque les gusta llevar el control, o porque son
inseguros y le tienen miedo a lo nuevo, o incluso porque se
han habituado a pensar que no les gusta el cambio. Ciertos
patrones de pensamiento pueden ser hábitos heredados de
quienes nos influenciaron en la niñez, o reductos que Satanás
ha construido en nuestra mente para alejarnos de la vida
perfecta que Jesús quiere para nosotros.
El cambio es algo constante en nuestra vida y resistirse a él
es como resistirse al viento cuando sopla. Tengo una nieta que
planea muy bien todo y cuando hay algún cambio relacionado
con lo que ella había planeado, le cuesta adaptarse; incluso se
llena de ansiedad. Nada de lo que hagamos evitará que haya
cambios en ciertos casos. Hay algunos cambios que podemos
evitar, ¡pero también pudiéramos estar evitando algo bueno
que Dios ha planeado! No podemos ir desde donde estamos
hasta donde queremos estar sin que ocurran algunos cambios.
Es imposible seguir haciendo lo que siempre hemos hecho y
obtener resultados distintos. Hay gente que quiere resultados
diferentes a los que están obteniendo, pero se resisten
enérgicamente al cambio.
Cambie su forma de pensar sobre el cambio
Si no nos gustan los cambios, debemos preguntarnos por qué.
Quizás nos demos cuenta de que ni siquiera nosotros
entendemos la razón de nuestra actitud y que un simple
cambio en nuestra manera de pensar nos dará una nueva
perspectiva sobre el cambio.
He aquí algunas formas destructivas de pensar sobre el
cambio que solo logran hacernos infelices:

• Odio el cambio.
• Le tengo miedo al cambio.
• No me gusta el cambio.
• Me gusta tener el control de lo que está pasando en
mi vida.
• Me gusta como está todo actualmente y no quiero
que cambie.

He aquí algunas formas constructivas de pensar sobre el


cambio que nos ayudarán a llevarlo con gozo:

• Me gusta el cambio.
• Creo que los cambios en mi vida mejorarán las
cosas.
• Me emociona ver los resultados de este cambio.
• Quiero ser todo lo que pueda ser y sé que los
cambios son parte del proceso.
• Quiero estar donde Dios quiere que esté y eso puede
requerir un cambio.

Todos podemos renovar nuestra manera de pensar


escogiendo pensamientos que estén de acuerdo con la Palabra
de Dios y su voluntad. En las Escrituras Dios deja claro que Él
es el único que nunca cambia y que todo lo demás está sujeto
a cambios (ver Malaquías 3:6; Hebreos 12:27).
Cuando algo cambia, no significa necesariamente que lo
que se estábamos haciendo antes estaba mal. ¡También puede
significar que algo mejor está por venir! Recientemente, uno
de nuestros empleados renunció, dándonos solo dos semanas
de preaviso, y no teníamos a nadie para reemplazarlo. Su
trabajo era importante y no sería fácil encontrar un reemplazo.
Estaba preocupada, pero seguí confiando en que Dios
proveería y que nos elevaría más alto gracias a este cambio,
haciendo que la nueva situación fuera incluso mejor que la
anterior.
Al final resultó que no tuvimos necesidad de reemplazar al
empleado, porque otros dos hombres de su equipo nos
dijeron: “Creemos que podemos asumir más
responsabilidades y hacer el trabajo con menos gente”. Esto
ha funcionado maravillosamente y no podíamos estar más
contentos con el cambio. Así que algo a lo que en principio
nos resistimos y que no nos gustaba, terminó siendo una
bendición más grande de lo que esperábamos.
Para todo hay un tiempo y todo es hermoso en su
momento (ver Daniel 2:21; Eclesiastés 3:1, 11). En la Biblia
vemos que mientras exista la tierra habrá épocas cambiantes
(Génesis 8:22). El invierno da paso a la primavera, la
primavera al verano, el verano al otoño y el otoño al invierno.
La temperatura, la velocidad del viento y la humedad cambian
a diario. Sabemos que el clima cambia y no nos sorprende.
Del mismo modo debemos esperar cambios en muchos otros
aspectos de la vida, porque siempre ocurren. Cambiamos de
muchas formas a medida que envejecemos. La gente a
nuestro alrededor cambia, sus obligaciones también y tal vez
nuestras relaciones con ellos también deban cambiar.
Cuando nuestros hijos crezcan y se vayan de casa nuestra
relación con ellos cambiará, pero ellos no tienen que ser
menos que lo que quieren ser; solo deben ser diferentes y
serán mejores que nunca.
El otro día, mi hija pasó por mi casa a dejar algo y yo
deseaba compañía y hablar un poco, así que cuando se estaba
yendo, a solo pocos minutos de haber llegado, le dije: “¿Por
qué estás tan apurada? Ven y siéntate un rato”. Ella respondió:
“Mamá, tengo una familia en casa y quiero regresar con ella”.
Comenzaba a sentirme herida, pero cuando le pedí a Dios que
me ayudara entendí que ella tenía muchas responsabilidades
en su vida además de visitarme, y que yo no debía ponérselo
difícil haciéndome la ofendida. Deseo que se sienta libre de
vivir su vida de la forma que quiera, sin ninguna presión de mi
parte. Ella pasa mucho tiempo conmigo y hace mucho por mí,
así que presionarla cuando está ocupada con su familia es
egoísta de mi parte y podría dañar nuestra buena relación.
Debemos dejar que nuestros hijos crezcan y tomen sus
propias decisiones. Y aunque puedan no gustarnos todas las
decisiones que tomen, ellos están en su derecho de tomarlas y
debemos respetarlo.
La gente a menudo se siente muy infeliz después de que
sus hijos se marchan de casa. Esto es particularmente difícil
para Mamá. Ella ha dedicado su vida a darle amor y atención
a su hijo, tal vez demasiado, y ahora los hijos están afuera
haciendo cosas nuevas, mientras Mamá está sola tratando de
encontrar un rumbo nuevo. Una manera de reaccionar es
seguir presionando a los hijos para que pasen tiempo con ella
y arruinar su relación con ellos o, en el mejor de los casos,
manipularlos, y así cualquier cosa que hagan por ella no será
porque tienen el deseo de hacerlo, sino porque es un deber.
Una reacción mucho mejor es dejar a los hijos en libertad y
desarrollar una nueva relación con ellos que esté basada más
en la amistad que en la dinámica madre/hijo. Después de
aceptar que las cosas están cambiando y de comenzar a
pensar diferente, ella se dará cuenta de que Dios nunca cierra
una puerta sin abrir otra. Una puerta que será hermosa en su
momento, como lo fue la anterior.
Conozco a una mujer que dijo: “El hijo que nunca pensé
que me rompería el corazón, lo hizo ¡y el que siempre pensé
que lo haría, no lo hizo!”. Los demás no siempre hacen lo que
pensamos que harán y cuando esto pasa, estamos frente a uno
de los mejores momentos para confiar en Dios. La gente
puede cambiar de formas que son difíciles de aceptar para
nosotros, pero incluso eso puede obrar en nuestro beneficio si
mantenemos una actitud positiva y seguimos confiando en
Dios. La confianza en Dios es la clave para todo. Nos permite
entrar en el descanso de Dios y mantenernos en paz durante
los tiempos de cambio.
Dios sabe todo lo que ha ocurrido en el pasado, lo que está
ocurriendo ahora y lo que ocurrirá en el futuro y tiene el
control de todo, así que no se sienta ansioso ni impaciente.
Nuestra impaciencia y preocupación derivan del hecho de que
desconocemos mucho de lo que nos gustaría saber,
especialmente durante los cambios, y esto nos hace sentir
intranquilos. Dios, por supuesto, podría revelarnos lo que va a
pasar en el futuro y hacernos saber cómo serán los cambios
en nuestra vida, pero no lo hace.
Y no lo hace porque espera que confiemos en Él. ¡Es un
privilegio para nosotros confiar en Él!
Cuando ocurren cambios inesperados en nuestra vida,
incluso cambios planeados, nos quedamos con muchas
preguntas que solo Dios puede responder. Por supuesto que
nos gustaría saber el plan entero para nuestra vida, pero creo
que si supiéramos todo lo que va a ocurrir en el futuro, la vida
sería más aburrida o más aterradora que si no supiéramos
nada.
Dios es bueno, y eso esa es razón suficiente para estar
seguros de que si el hecho de saber de antemano lo que va a
pasar fuera lo mejor para nosotros, Él lógicamente arreglaría
todo para que así fuera. Si no lo hace, podemos tener la
certeza de que esperar y ser sorprendidos es lo mejor para
nosotros. Confiar en Dios significa que confiamos en sus
métodos. No debemos confiar en Él simplemente para que
nos dé lo que nosotros queremos, sino confiar en que Él nos
dará lo mejor para nuestra vida, y eso incluye su tiempo y su
manera de actuar con nosotros.
Si a usted no le gustan los cambios, le recomiendo que
cambie su forma de pensar sobre el cambio, porque muchas
de las cosas positivas que ocurren en nuestra vida provienen
de él.
El arroyo seco
Tal vez nos gusta nuestra vida como está, pero, ¿y si Dios
decide que es el momento de cambiar? ¿Y si ese lugar a donde
nos llevó no luce tan bien como el que tuvimos que dejar?
Aparentemente, esto fue lo que le pasó a Elías, pero no se
hace mención alguna de que no le gustara o de que se quejara
por ello.
Elías vivió una época de sequía tremenda, pero Dios se
hacía cargo de él milagrosamente. Vivía cerca de un arroyo de
agua fresca y los cuervos le traían comida todos los días. Pero
con el tiempo el arroyo se secó (ver 1 Reyes 17:7). Dios le dijo
a Elías que se fuera a otro pueblo, donde una viuda se haría
cargo de él. Cuando llegó, descubrió que la mujer se disponía
a comer por última vez y había planeado que después de que
ella y su hijo comieran, se dejarían morir. Me parece que era
una situación deprimente por la que ciertamente nadie querría
pasar, pero, como dije antes, no se menciona en ningún
momento que Elías se quejara. Le dijo a la viuda que si lo
alimentaba primero a él, su suministro de comida no se
acabaría mientras durara la sequía. Ella hizo lo que él le dijo y
por supuesto tuvieron mucho alimento (ver 1 Reyes 17:8–16).
El cambio en la vida de Elías no lo benefició
necesariamente a él, pero sí a la viuda. Ha habido ocasiones
en mi vida, y las habrá en la suya, en las que Dios cambia algo
para ayudar a alguien más. Puede parecer que esto no nos
ayuda o que retrocedemos uno o dos pasos, pero Dios nos
está utilizando como agentes de cambio en la vida de otro.
Cuando hayamos culminado nuestra misión, podemos estar
seguros de que Dios nos elevará a un lugar que es mucho
mejor que el que dejamos atrás.
Estoy segura de que a Jesús le gustaba mucho más estar en
el cielo con su Padre, que venir a la tierra a pagar por nuestros
pecados colgado de la cruz, sufriendo y muriendo por
nosotros. Sin embargo, Él aceptó la misión por el bien que
significaba para los demás. Si queremos ser utilizados por
Dios, puede que de vez en cuando sean necesarios algunos
cambios que no nos benefician.
Si su arroyo se seca, no se preocupe. Puedo asegurarle que
Dios tiene un nuevo plan. Por ejemplo, si alguien pierde su
trabajo por recortes inesperados en su empresa, a lo mejor se
siente aterrado por ese cambio. Esto es comprensible, pero
seguir confiando en Dios durante los tiempos de cambio es
una de las claves para que el cambio nos impulse hacia
adelante.
Confiar en Dios en todas y cada una de las situaciones es el
ingrediente principal para vivir una vida llena de paz, gozo y
victoria.
Espere a que pase la tormenta
Hace más de treinta años, dejé mi trabajo en el ministerio de
una iglesia para hacer lo que yo creía que Dios me pedía.
Tenía buenas oportunidades en el ministerio de la iglesia, pero
sentía que podría tener aún más oportunidades en una
situación diferente. Durante un buen tiempo me pareció que el
cambio que había hecho no estaba produciendo frutos tan
buenos como los que había dejado atrás. En verdad parecía
que había retrocedido uno o dos pasos, en lugar de avanzar.
Con el tiempo la situación cambió, probando que
efectivamente había tomado la mejor decisión. Pero tomó más
tiempo de lo que pensé que tomaría. Si estamos en una época
de cambios y pareciera que las cosas no están resultando,
debemos ser pacientes y fieles para hacer lo que sentimos que
Dios quiere que hagamos. Sería una pena si nos rindiéramos
antes de nuestra revelación. Debemos pensar de esta manera:
cuando hay una tormenta, tenemos que resguardarnos y
esperar a que pase antes de poder seguir con nuestros planes.
Algunos cambios en la vida parecen tormentas. Son
repentinos e inesperados y pueden impedirnos hacer lo que
habíamos planeado. ¡No todas las tormentas aparecen en el
pronóstico del tiempo! Las emociones brotan durante los
tiempos de cambio y hay que esperar que se calmen antes de
tomar cualquier decisión. No creo que sea sabio tomar
decisiones durante altibajos emocionales. Necesitamos tiempo
para adaptarnos a los cambios, tiempo para pensar y tiempo
para escuchar a Dios. En vez de tomar decisiones importantes
en medio del cambio, es recomendable esperar. Dese tiempo
para acostumbrarse a la nueva forma de actuar, a la nueva
responsabilidad, o a la gente nueva en su vida. Mientras
espera, apunte su mente en una dirección positiva. ¡Crea que
van a pasar cosas buenas y mantenga una buena actitud!
Todo se acomoda en la vida si le damos un poco de tiempo.
Recuerdo una ocasión en la que algunos de los líderes más
importantes del ministerio quisieron hacer un cambio con el
que yo no estaba muy de acuerdo, pero por respeto a ellos
decidí que lo aceptaría. En realidad durante algún tiempo no
me gustó y a veces tenía que resistir pensamientos y
sentimientos críticos que sabía que Dios no aprobaría. Me
tomó varios meses, pero finalmente me acostumbré al
cambio. Pude haberle hecho caso a mis sentimientos,
insistiendo en que nos olvidáramos del cambio solo porque
no me gustaba, y tenía la autoridad para hacerlo. Pero en lo
profundo de mi ser, sabía que esa no era la manera de
proceder, ¡así que esperé! Cesó la tormenta que había dentro
de mí y la paz regresó. Resultó que los cambios fueron muy
buenos y al final estaba complacida de haber seguido el
consejo de mis compañeros.
Quizás no le guste un cambio en su trabajo sobre el cual
usted no puede hacer nada, o un cambio en cualquier otra
circunstancia o persona de su vida, pero si decide sacar lo
mejor de ello, descubrirá que después de todo la nueva
situación es mejor.
Hace poco me cortaron el cabello más corto de lo que
nunca lo había tenido y al principio no me gustaba, pero ahora
lo adoro. Creo que me hace lucir más joven y es más fácil
ocuparme de él. Dave tuvo bigotes durante cuarenta años y un
día salió del baño con el bigote rasurado. A mí me parecía que
le faltaba un labio y durante mucho tiempo en verdad no me
gustó, pero ahora lo adoro y pienso que se ve más joven así y
no quiero que se lo vuelva a dejar crecer.
Lo que estoy tratando de explicar es que debemos darle
tiempo a las cosas, ya que cuando lo hacemos casi siempre
nos adaptamos y terminan gustándonos los cambios.
CAPÍTULO 19

Realmente quiero cambiar

“Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa


en cambiarse a sí mismo”.
León Tolstoi

En la vida hay situaciones que quisiéramos que cambiaran, y


seríamos muy felices si Dios quisiera cambiarlas, pero, ¿qué
pasaría si fuéramos nosotros los que necesitamos cambiar?
Yo desperdicié muchos años pensando que si mis
circunstancias o quienes me rodeaban cambiaran, yo sería
más feliz. Traté de cambiarlos y oré a Dios para que los
cambiara, pero descubrí que Dios quería cambiarme era a mí.
Hasta ese momento, nunca había pensado que era yo quien
debía cambiar, y que esa era la solución a mucha de la
infelicidad y descontento que había en mi vida. Cuando pude
hacer una introspección honesta, me di cuenta de que nada ni
nadie podría hacerme feliz hasta que me sintiera feliz conmigo
misma. La verdad era que no me gustaba quien era yo, pero
había pasado tanto tiempo tratando de echarle la culpa de mi
infelicidad a los demás, que estaba totalmente alejada de la
realidad.
A satanás le gusta que nos concentremos en lo que está mal
en los demás, porque así nunca veremos lo que está mal en
nosotros. Nuestro juicio sobre ellos nos cierra los ojos a
nuestras propias fallas. Para mí ha sido de gran ayuda
entender que cuando mi tiempo aquí en la tierra se acabe,
estaré frente a Dios y solo tendré que rendir cuentas sobre mí
(ver Romanos 14:12). Dios no me preguntará por nadie más
que por mí. Por lo tanto, debo concentrarme en dejar que
Dios haga lo que quiere hacer en mi vida, en vez de intentar
que cambie a alguien o algo más.
Cuando Dios nos enfrenta por comportamientos o
actitudes nuestras que Él no aprueba, podemos sentirnos
confundidos. La Palabra de Dios denomina este proceso
como “convicción” y es el trabajo del Espíritu Santo. Quizás
sentimos que “algo anda mal”, pero no sabemos qué es. En
vez de intentar descubrirlo, ¡le recomiendo ampliamente que
confíe en Dios! Cuanto más vivamos en el reino de la mente,
menos capaces seremos de discernir y comprender lo que
Dios nos quiere mostrar.
Digamos que estoy discutiendo con Dave por algún
motivo, y aunque me siento incómoda, no se me ocurre
pensar que el Espíritu Santo está tratando de hacerme sentir
culpable por mi mal comportamiento, simplemente porque
estoy totalmente convencida de que estoy en lo correcto y que
Dave está equivocado.
A menos que aprendamos a reconocer rápidamente estos
sentimientos por lo que son, continuaremos resistiéndonos al
trabajo del Espíritu Santo y no seremos conscientes de lo que
estamos haciendo. Pero si confiamos en Dios para que nos
muestre la verdad, aprenderemos y la verdad nos hará libres.
Creo que es sabio que oremos para no ser engañados en
ningún aspecto de nuestra vida y para que Dios nos cambie y
nos transforme a la imagen de Jesucristo (ver Romanos 8:29–
30).
¿Estamos dispuestos a cambiar?
Yo creo en el destino, pero no creo que es un resultado
automático, totalmente controlado por Dios y en el cual nada
podemos hacer. Dios tiene una tarea para cada uno de
nosotros, pero lo más probable es que necesitemos ser
cambiados antes de que Él pueda usarnos de la manera en que
desea. Me emocionó mucho el llamado de Dios para que
enseñara su Palabra, pero al principio no tenía idea de todo lo
que Él debía hacer en mí, antes de poder trabajar a través de
mí.
Dios tiene un buen plan para cada quien, pero a veces nos
salimos del camino y tomamos la dirección equivocada.
Afortunadamente, con la ayuda de Dios, siempre podemos
corregir el rumbo. Incluso podemos ver que nuestros errores
se convierten en bendiciones al seguir la guía de Dios. En la
Biblia se habla de dos hombres que iban en la dirección
equivocada, Jacob y Pablo, pero cuando Dios obró en sus
vidas ambos cambiaron y aunque habían cometido muchos
errores graves, terminaron teniendo vidas asombrosas.
Jacob era un embaucador, timador y conspirador que se
convirtió en un gran hombre de Dios (ver Génesis 32:22–28) y
Pablo era un perseguidor de cristianos que se convirtió en un
gran apóstol (ver Hechos 7:58; 8:1–3; 9:1, 4, 17, 22). Nunca es
tarde para cambiar y cumplir nuestro destino.
Muchas veces, para poder ver los cambios que nos gustaría
tener en nuestra vida, debemos estar dispuestos a cambiar
nosotros primero. A Jacob y Pablo no solo les cambió la vida,
sino que aceptaron los cambios que debían realizar en ellos
mismos. Quiero recomendarle que si no está feliz con el
rumbo que lleva su vida, antes de pedirle a Dios que la
cambie, le pida que cambie cualquier cosa que necesite
cambiar en usted. Debemos convertirnos en lo que Dios
quiere que seamos; así en poco tiempo estaremos haciendo lo
que Él quiere que hagamos y tendremos lo que Él quiere que
tengamos. Ser transformados a la imagen de Cristo puede
representar un viaje largo y doloroso, pero puede ser más
rápido y fluido si cooperamos con el Espíritu Santo mientras
trabaja en nosotros.
A veces en nuestro viaje podemos sentir que somos los
únicos que necesitamos cambiar. Para mí fue especialmente
difícil cuando sentí que era la única en la que Dios estaba
trabajando. Una vez, mientras me quejaba de eso con Él, me
susurró en el corazón: “Joyce, me has pedido muchas cosas,
¿las quieres o no?” Dios por supuesto trabaja en todos
nosotros, o al menos lo intenta, pero no todos escuchamos y
aceptamos los cambios que Él quiere hacer. Me gustaría
aconsejarle que nunca se preocupe en exceso por lo que Dios
está o no está haciendo en la vida de alguien más, y aceptar lo
que está haciendo en la suya.
Si en este momento Dios está trabajando en su vida, puede
parecer que usted ya no es quien solía ser, pero tampoco
quien debería ser, ¡y se siente como si estuviera estancado!
No puede retroceder ni avanzar sin la ayuda de Dios, y
pareciera que Él está tomando una siesta. No es el momento
de rendirse: ¡debe seguir confiando en Dios! Confiar en Dios
no es un acto breve, que ocurre solo una vez en la vida, sino
una experiencia diaria. Dios nos cambia poco a poco y a
menudo ni siquiera notamos que está ocurriendo un cambio
hasta que después de un tiempo vemos hacia atrás y nos
damos cuenta de que somos diferentes a lo que solíamos ser.
Con frecuencia digo: “No estoy donde debo estar, ¡pero
gracias a Dios no estoy donde solía estar!”.
Tuve varios trastornos graves de personalidad después de
que mi padre abusó de mí y aun después de admitirlo y de
querer cambiar, me tomó mucho tiempo lograrlo. No se
desanime si su progreso parece lento; solo crea que Dios sabe
lo que está haciendo y disfrute mientras va cambiando.
¡Recuerde que sentirse infeliz no hace que el cambio ocurra
más rápido!
En nuestro viaje hacia la madurez espiritual necesitaremos
confiar en los tiempos y métodos de Dios, aunque estos
probablemente no sean los que hubiéramos elegido. Sin
embargo, dentro de muchos años, cuando miremos hacia
atrás, ¡nos daremos cuenta de que fueron perfectos!
Ser transformados a la imagen de Cristo es el cambio más
grande de todos y requiere de muchas etapas en nuestra vida,
pero cada una de ellas es muy hermosa en su momento. Dios
tiene un programa diseñado específicamente para cada uno de
nosotros, así que disfrute de cada etapa, disfrute de Dios, ¡y
disfrute mientras hace el viaje!
Aprender a actuar de forma diferente
Cuando reflexiono en los cambios maravillosos que Dios ha
hecho en mí a lo largo de los años, me doy cuenta de que en
cada uno de ellos fue necesario que aprendiera cómo actuar o
responder ante las circunstancias de forma diferente a como lo
hacía antes.
Yo solía ser muy egoísta, pero cuando Dios me reveló la
profundidad de mi egoísmo y los problemas que esto me
estaba ocasionando, en verdad quise cambiar. Pero la
“voluntad propia” muere lentamente y a menudo de forma
dolorosa. Me tomó mucho tiempo solamente ver la
profundidad de mi egoísmo y mucho más aprender a
permanecer feliz y tener buena actitud cuando las cosas no
iban como yo quería. Cuanto más aprendía a confiar en Dios,
más fácil se me hacía, ¡pero con toda certeza esto no ocurrió
de la noche a la mañana!
Aprendí que para poder disfrutar la paz debía adaptarme a
la gente y a las circunstancias, en vez de esperar siempre que
ellos se adaptaran a mí (ver Romanos 12:16). Me llevó
algunos años darme cuenta de que tener paz en realidad era
mejor que salirme con las mías todo el tiempo. La paz es una
de las cosas más preciosas que podemos tener y debemos
apreciarla enormemente. ¿Desea la paz tanto como para hacer
cualquier cambio que sea necesario para tenerla?
También aprendí que le daba demasiada importancia a
tener la razón, y que si tengo que perder mi paz para probar
que tengo la razón cuando discuto con alguien, entonces
simplemente no vale la pena. Podemos confiar en que si es
necesario Dios se encargará de probar que tenemos la razón, y
si no, podemos elegir estar conformes de todas maneras.
El proceso de aprendizaje no termina nunca. Seguimos
aprendiendo mucho a lo largo de la vida, y aprender a seguir
los caminos de Dios es igual. Yo sigo aprendiendo diariamente
sobre mi relación con Él y estoy segura de que usted también.
El proceso de cambio
Una vez que hemos decidido que queremos cambiar y
estamos dispuestos a dejar que el Espíritu Santo obre en
nuestra vida, debemos aprender una lección importante: no
podemos cambiar por nosotros mismos, y para poder cambiar
de verdad debemos confiar en que Dios hará en nosotros el
trabajo que haya que hacerse. La mayoría de nosotros
luchamos y terminamos frustrados y decepcionados porque
intentamos cambiar y fallamos. Hacemos un pequeño
progreso y luego parece que regresamos a las viejas
costumbres. Quizás decidamos esforzarnos más o
desarrollamos nuevos planes y fórmulas para cambiar, pero
seguimos sin tener éxito.
Si queremos cambiar y lo intentamos, ¿por qué no
podemos lograrlo? ¿Por qué no podemos simplemente dejar
de hacer algo que no queremos hacer? Si sé que hablo sin
pensar y que eso me está ocasionando problemas en mis
relaciones, y quiero cambiar ese rasgo de mí, ¿por qué no
puedo hacerlo? La respuesta es simple: porque no podemos
tener éxito sin Dios. Él quiere que le pidamos y recibamos su
ayuda en todo lo que hacemos. Solo Dios puede cambiarnos
de verdad, porque se trata de una obra interna.
Si hacemos un gran esfuerzo para quedarnos callados y no
generar discusiones diciendo cosas inapropiadas, tal vez
tengamos éxito durante un tiempo, pero en lo que estemos
desprevenidos el problema surgirá nuevamente. En cambio, si
aprendemos a confiar en Dios para que nos ayude en todas
nuestras comunicaciones, descubriremos que Él nos va
cambiando poco a poco. Un día nos daremos cuenta de que
ese viejo problema ya no es un problema y no podremos
hacer otra cosa si no agradecerle, porque sabemos que Él lo
hizo. ¡Solo aquellos que permanecen en la voluntad de Cristo
vivirán el cambio verdadero! El plan de Dios es este: “El que
permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Nuestra naturaleza humana nos impulsa a actuar por
nosotros mismos para poder sentirnos orgullosos, pero Dios
quiere que confiemos en Él en todo y que luego le demos las
gracias por lo que ha hecho.
¿Está usted batallando consigo mismo? ¿Está tratando de
cambiar aspectos de usted que no le gustan o que sabe que no
concuerdan con la voluntad de Dios? Tal vez se preocupa
mucho y esté tratando de no preocuparse, o tal vez está
molesto con alguien y está tratando de perdonarlo. Pueden
ser mil razones diferentes, pero debe saber que no puede
cambiar solo con intentarlo: necesita la ayuda de Dios.
Afortunadamente, podemos orar y confiar en Él, para que
haga lo que tenga que hacer en nosotros. Cualquier esfuerzo
que hagamos debemos hacerlo apoyándonos en Dios, no
estando lejos de Él. Esto parece sencillo, pero es una de las
cosas más difíciles de aprender, simplemente porque la carne
humana es muy independiente. Debemos intercambiar
nuestra independencia por la dependencia de Jesús si
queremos tener éxito verdadero. ¡Aprenda a apoyarse!
¡Aprenda a confiar!
El apóstol Pablo nos dice en Romanos 7:15–25 que intentó
y fracasó hasta que aprendió que solo Dios podía liberarlo, y
que lo haría a través de Cristo. Después de lo que parecía ser
una tremenda lucha de Pablo consigo mismo intentando hacer
lo correcto y fracasando, dijo:

“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este


cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro”.
Romanos 7:24–25

Es evidente por el lenguaje y la puntuación que vemos en


estos versículos, que Pablo estaba siendo muy enfático y que
estaba seguro de haber encontrado finalmente la respuesta.
Solo Dios podía hacer lo que era necesario en él, ¡y solo Dios
puede hacer lo que es necesario en nosotros!
Pida y reciba
Si usted quiere cambiar, ¡Dios lo ve y se complace! El
próximo paso es confiar en que Él hará lo necesario y le dará
la fuerza que necesita para cambiar. Demasiado a menudo,
cuando queremos cambiar, tratamos de dejar a Dios
totalmente fuera de todo el proceso. ¡Eso no funciona! No
funcionó para el apóstol Pablo y no funcionará para nosotros.
La conclusión es que debemos confiar en que Dios hará su
voluntad en nosotros en lugar de intentar hacerlo por nuestra
propia cuenta.
Santiago 4:6 dice que Dios “da mayor gracia [a través del
poder del Espíritu Santo para derrotar el pecado y vivir una
vida obediente que refleje tanto nuestra fe como nuestra
gratitud por nuestra salvación]”. La gracia es el favor y el
poder capacitador de Dios, y sin un flujo constante de esto en
nuestra vida terminaremos frustrados y agotados.
Recuerdo lo eufórica que me sentí cuando descubrí esta
verdad. Me había esforzado mucho para ser quien yo pensaba
que Dios quería que fuera, pero constantemente fallaba y me
sentía confundida y decepcionada. Traté y fallé miles de
veces. Decía que me daría por vencida, pero luego recuperaba
la determinación y lo intentaba, y fracasaba algunas veces
más. Cuando finalmente entendí que la gracia de Dios era el
ingrediente que faltaba en mis planes y comencé a confiar en
que Él me cambiaría, comencé a tener victorias.
Como dice el himno: “Sublime gracia del Señor, que a un
infeliz salvó”. Pero debemos pedirle a Dios su gracia. Santiago
4:2, dice: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís [a
Dios]”. ¡Es muy sencillo! ¡Pida! Pida y recibirá, “para que
vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24). Cuando estaba
tratando de cambiar, lo estaba intentando pero no estaba
pidiendo. No estaba confiando. La confianza en Dios es a
menudo el ingrediente que falta en todos nuestros fracasos. Si
cambiamos nuestros intentos terrenales por más confianza en
Dios, ¡nos asombraremos con los resultados!
¿Cuál es nuestro papel?
La Biblia nos enseña que cuando estudiamos la Palabra de
Dios habitualmente somos cambiados a la imagen de Cristo
de gloria en gloria (ver 2 Corintios 3:18). Nuestro papel es
estudiar la Palabra de Dios y confiar en que esta tiene el poder
de cambiarnos. Debemos tomar la Palabra como una
medicina para el corazón y confiar en que hará su trabajo.
Santiago dijo que la Palabra de Dios tiene el poder de
salvarnos (ver Santiago 1:21).
¡Confiar en la Palabra de Dios es lo mismo que confiar en
Él! No debemos leer la Biblia solamente para cumplir una
obligación religiosa, sino abordarla con reverencia,
conscientes de que está llena de poder. Debemos recibirla
como si fuera nuestro alimento diario, porque es el alimento
que necesitamos para nuestra fortaleza espiritual. Debemos
confiar en que hará el trabajo que hay que hacer en nosotros.
Así como confiamos en la medicina que nos recetan para
sanar nuestro cuerpo, podemos confiar en la medicina (poder
sanador) de la Palabra de Dios para sanar nuestra alma.
Me gustaría sugerirle que convierta lo que está leyendo en
oraciones. Por ejemplo, cuando lea las instrucciones sobre la
importancia de amar a los demás, no se limite a leerlas, pídale
a Dios que lo ayude a amar a los demás. Cuando lea sobre la
importancia de perdonar a sus enemigos, conviértalo en
oración. Pídale a Dios que siempre lo ayude a ser rápido para
perdonar y a ser grande en misericordia. Al hacer esto, no
estamos simplemente leyendo la Palabra de Dios, sino que le
estamos pidiendo a Él que la haga realidad en nuestra vida.
¡Recuerde siempre que lo más poderoso que podemos
hacer es apoyarnos, descansar y confiar en Dios!
CAPÍTULO 20

Confiemos en que Dios


cambiará a los demás

“Aprenda a valorar a la gente como es, no como le


gustaría que fuera”.
John Maxwell

Creo que una de las actitudes más fáciles para los seres
humanos es encontrar faltas en los demás. ¡También es una de
las actitudes más tristes! Todos tenemos defectos, pero
pareciera que en nuestro afán de cambiar a los demás,
dejamos de ver aquello que necesitamos cambiar en nosotros.
Solo Dios puede cambiar realmente a la gente, porque el
cambio es algo que debe ocurrir de adentro hacia afuera. Para
que el comportamiento de un individuo cambie realmente,
debe cambiar el corazón, y solo Dios puede darnos un
corazón nuevo. En Ezequiel 36:26, dice: “Os daré corazón
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré
de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de
carne”. Eso significa básicamente que Dios nos dará su
corazón y su Espíritu; que se llevará nuestro corazón duro
como la piedra para remplazarlo por uno que sea sensible a su
voluntad y su toque. Sin este cambio, no hay muchas
esperanzas de que nos amemos unos a otros realmente y de
que logremos vivir en paz.
Tal vez haya alguien en su vida a quien le gustaría ver
cambiar. Puede ser un cónyuge, hijo, padre, otro pariente,
amigo o compañero de trabajo. La gente no cambia a menos
que quiera, así que el primer paso es orar por ellos, pidiéndole
a Dios que le dé la disposición de enfrentar la verdad sobre su
comportamiento y el deseo de cambiar. Lo único que
podemos hacer después de eso es servir de ejemplo para ellos
y enfocarnos en sus atributos, en vez de sus defectos.
Ore con humildad
Orar para que otros cambien debe ser un acto de total
humildad; de lo contrario, podemos caer en la misma trampa
en la que creemos que otros han caído. En 1 Corintios 10:12
se nos dice: “Así que, el que piensa estar firme [inmune a la
tentación, demasiado confiado y farisaico], mire que no caiga
[en el pecado y la condenación]”. Yo por lo general oro así:

“Padre, te pido que cambies a si esta


persona realmente necesita cambiar. Si no es así,
cambia mi corazón y permíteme ver mi propio
error por pensar de esta manera. También te pido
que cambies cualquier cosa de mí que deba
cambiar. ¡Amén!”.

Hay muchas cosas que sabemos que son pecado porque la


Palabra de Dios lo dice claramente, pero hay muchas otras
que no nos gustan de la gente simplemente porque no nos
caen bien. Cuando alguien no es como nosotros o tiene
opiniones diferentes a las nuestras, es fácil encontrar faltas en
él o ella, pero más sabio es ampliar nuestro círculo de
inclusión y aprender que todo el mundo tiene valor, si solo lo
buscamos.
¡Uno de los mayores retos de la vida tiene que ver con el
trato a los demás y lo que no nos gusta de ellos! Queremos
que cambien para nuestro beneficio, pero rara vez nos damos
cuenta de lo egoísta que es esa actitud. Al menos yo solía ser
así. En nuestro orgullo, suponemos que nuestra manera de ser
y actuar es correcta y que el resto del universo debe actuar
como nosotros. Es esta actitud la que ocasiona la mayoría de
los divorcios y el fracaso de muchas otras relaciones
familiares y en la vida en general.
El primer paso hacia la humildad es darnos cuenta de que
probablemente tengamos más defectos que aquellos que
juzgamos. Pero no vemos nuestras faltas en parte porque
estamos muy preocupados por las faltas que creemos que
hemos visto en otros. También nos inclinamos a justificarnos
cuando nuestro comportamiento es poco menos que perfecto,
pero no les otorgamos el mismo nivel de misericordia a los
demás.
¡Una de las sacudidas más grandes de mi vida fue cuando
Dios me presentó conmigo misma! Un día estaba orando para
que Dave cambiara, cuando Dios interrumpió mi oración. ¿Se
lo puede imaginar? ¡Yo estaba tratando de orar y Dios me
interrumpía! Cuando lo pienso ahora, me avergüenza lo tonta
que era; pero en ese momento no tenía idea. Dios me
interrumpió cuando estaba orando por Dave y me dijo que
Dave no era el problema en nuestra relación, sino yo. ¡Me
quedé estupefacta! En los próximos tres días Dios me hizo ver
la realidad de lo que era vivir conmigo. Me reveló lo egoísta y
controladora que era, lo difícil que era tratar conmigo, y cómo
solo podía ser feliz cuando las cosas se hacían a mi manera.
Lloré casi todos los tres días, pero ese fue el comienzo de
algunos cambios saludables en mi vida.
El poder de la misericordia
La misericordia siempre triunfa sobre el juicio (ver Santiago
2:13). En otras palabras, la misericordia es mayor que el juicio.
Dudo que alguien pueda mostrar misericordia a los demás si
no se ha dado cuenta de la profundidad de su propia
fragilidad, debilidad y faltas. Cuando nos damos cuenta de la
gran cantidad de misericordia que Dios tiene para con
nosotros cada día, estamos más dispuestos a tener
misericordia. A continuación una linda historia sobre un rey
que no entendía la misericordia y un jardinero que sí:
Un rey tenía un gran huerto, donde tenía una gran variedad
de árboles frutales. Contaba con un excelente jardinero para
que cuidara de los árboles.
Todos los días, el jardinero recogía las frutas maduras y
jugosas de los árboles y las colocaba en una cesta. Todas las
mañana cuando la corte real sesionaba, el jardinero le llevaba
las frutas al rey.
Un día, el jardinero recogió unas cerezas y se las llevó al
rey. El rey estaba de mal humor. Cuando probó una de las
cerezas, estaba ácida. Así que la pagó con el jardinero. Lleno
de ira, le tiró una cereza. Le pegó en la frente, pero el jardinero
dijo: “¡Dios es misericordioso!”.
El rey le dijo: “Deberías sentirte herido y enojado, pero
dijiste ‘Dios es misericordioso’. ¿Por qué?”
El jardinero le dijo: “Su Majestad, hoy iba a traerle piñas,
pero cambié de opinión. Si usted me hubiera arrojado una
piña, me habría hecho mucho daño. Dios fue misericordioso
por haberme hecho cambiar de opinión”.
El jardinero, obviamente, había aprendido a confiar en
Dios, incluso en las situaciones injustas. Las situaciones
siempre pueden ser peores de lo que son, y si no fuera por la
misericordia de Dios, ¡lo serían!
Para tener misericordia de los demás no necesitamos más
razones que el hecho de que Dios tiene misericordia de
nosotros. Él espera que demos a otros de lo que Él
generosamente nos da. Él nos perdona y espera que
perdonemos, nos ama incondicionalmente y espera que
amemos a los demás de la misma manera, tiene misericordia
de nuestras faltas y espera que tengamos misericordia de los
demás. Dios no espera que demos lo que no tenemos, así que
nos otorga cosas muy buenas que necesitamos para disfrutar
la vida y representarlo bien. ¡Me imagino que el rey
inmisericorde reflexionó durante mucho tiempo en la actitud
agradecida del jardinero! Cuando tenemos misericordia, los
demás se quedan sorprendidos, especialmente si están
plenamente conscientes de que merecen castigo.
Me gustaría sugerirle que tome unos minutos para pensar si
conoce a alguien que necesita de su misericordia. La
misericordia es un regalo. No puede ser ganada o merecida, y
cuando se da gratuitamente la gente experimenta el poder del
amor de Dios de una forma práctica que a menudo es
transformadora.
Dios nos dio a Dave y a mí la capacidad de perdonar a mi
padre por haber abusado sexualmente de mí cuando yo era
niña. Tuvimos misericordia de él en su vejez y cuidamos de él
hasta que murió. Recuerdo cuando nos dijo: “La mayoría de
la gente hubiera querido asesinarme por lo que hice, ¡pero
ustedes siempre han sido bondadosos conmigo!”. Él recibió a
Jesús tres años antes de morir, y estoy muy agradecida por
eso. Dios le mostró misericordia a través de nosotros. Dios
obra a través y en sociedad con la gente, y quiere usarnos a
todos constantemente. Hay muchísimas personas en el
mundo que están perdidas y sufriendo. Tal vez han intentado
con alguna religión que los decepcionó, pero si conocen a
Jesús, nunca volverán a ser los mismos. Tal vez Él solo pueda
llegar a alguien a través de nuestro ejemplo.
Comprometámonos a mostrarles a los demás como es Jesús
en verdad, en vez de solo tratar de explicárselo. Las palabras
pueden ser inútiles si no están respaldadas por acciones.
Yo vi mucha gente tratando de convencer a mi padre de que
cambiara su comportamiento, porque fue malvado y abusivo
casi toda su vida. A pesar de toda la gente que habló con él,
nada bueno pasó. Pero cuando experimentó la misericordia de
Dios, su duro corazón empezó a derretirse y Dios pudo
cambiarlo. Después de recibir a Jesús como su Salvador y ser
bautizado, experimentó un cambio verdadero. Solo vivió tres
años más, pero afortunadamente, ahora está en el cielo.
El libre albedrío
Dios no obliga a nadie a actuar contra su voluntad, y nosotros
tampoco deberíamos hacerlo. No es malo tratar de hablar con
alguien sobre un mal comportamiento que le hace daño a sí
mismo, a nosotros o a los demás, pero si la persona rechaza
nuestras palabras, estamos perdiendo el tiempo tratando de
convencerla de que cambie. He visto cambios asombrosos en
personas a los largo de los años, pero nunca fue porque yo las
convencí de que cambiaran. ¡Dios realizó los cambios cuando
oramos!
La Palabra de Dios dice que si una mujer tiene un esposo
no salvo, puede ganarlo con un comportamiento piadoso,
pero no con su conversación (ver 1 Pedro 3:1). Estoy segura
de que cuando una mujer trata de convencer a su esposo de
que cambie, ¡él más se aferra y se decide a no cambiar! Dios
es mucho mejor que cualquiera de nosotros convenciendo a la
gente para que haga o no haga algo.
Comprométase a orar en vez de tratar de cambiar a los
demás, y verá resultados mucho mejores.
La presunción
La presunción es un pecado del que rara vez hablamos, pero
debemos saber más de él. La presunción surge de un corazón
orgulloso. Quien presume toma decisiones que no tiene la
autoridad de tomar y hace cosas que no tiene permiso de
hacer.
Un empleado presuntuoso casi nunca recibe un ascenso, un
niño presuntuoso termina perdiendo sus privilegios, y un hijo
de Dios presuntuoso debe ser transformado antes de poder ser
utilizado eficazmente en la obra de Dios. Tomar nuestras
propias decisiones sin tomar en cuenta a Dios, es presunción.

“¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana


iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y
traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo
que será mañana. Porque, ¿qué es vuestra vida?
Ciertamente, es neblina que se aparece por un poco
de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo
cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y
haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en
vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es
mala”.
Santiago 4:13–16

¡Actuar sin tomar en cuenta a Dios, sin orar y sin confiar en


su dirección no es bien visto en el cielo! Esto demuestra una
actitud orgullosa que es necesario cambiar.
Decidir que alguien necesita cambiar y tomarse el trabajo
de intentar cambiarlo, es presunción. Es por ello que le
recomiendo encarecidamente que incluso cuando ore para que
Dios cambie a alguien, lo haga con una actitud de humildad,
consciente de que usted también tiene mucho que cambiar.
Me encanta cuando Dios tiene paciencia conmigo, pero a
veces cuestiono su paciencia con los demás. No siempre
entendemos por qué Dios no hace cambiar a esa persona que
no nos trata bien. Según Pablo, Dios demuestra su benignidad
y retrasa el juicio para guiarnos al arrepentimiento (ver
Romanos 2:4). Si Dios puede tener misericordia y tolerar el
mal comportamiento para guiar a la persona al
arrepentimiento, tal vez nosotros deberíamos hacer lo mismo.
En una oportunidad tuve un jefe que no trataba bien a sus
empleados. No valoraba su trabajo, no les pagaba lo justo, se
apresuraba a corregir hasta el más mínimo error y no era
respetuoso. Era cristiano y debía comportarse mejor, y admito
que muchas veces le pregunté a Dios por qué permitía que
aquel hombre continuara con su mal comportamiento y no lo
detenía. ¡Solo la gente presuntuosa cuestiona a Dios! Mejor
hubiera sido que orara así: “Señor, sé que estás obrando en
, y oro porque él te escuche y haga lo correcto. Me hace
daño, pero sé que este comportamiento te hace mucho más
daño a ti. Gracias, Señor, por tu paciencia extrema con todos
nosotros”.
Desafortunadamente, el hombre no cambió hasta que Dios
lo enfrentó fuertemente. Como resultado, su vida no terminó
siendo lo que hubiera sido si se hubiera sometido a Dios. Me
entristece pensar en ello, y ahora desearía haber pasado más
tiempo orando por ese hombre que molestándome con él y
preocupándome por cómo me trataba.
Cuando quienes nos rodean no actúan de la manera que
deberían y su comportamiento nos hiere a nosotros o a los
demás, tenemos que orar diligentemente por ellos. Debemos
orar para que escuchen a Dios antes de que sea demasiado
tarde. ¡Este tipo de actitud piadosa es mucho mejor que
juzgar! Dietrich Bonhoeffer dijo: “Al juzgar a los demás
cerramos los ojos a nuestra propia maldad y a la gracia que les
pertenece a ellos tanto como a nosotros”.11
Tenemos más paz en nuestra vida cuando oramos por los
demás, en vez de intentar cambiarlos, para que Dios haga lo
que solo Él puede hacer. Mientras esperamos por los cambios
que deseamos en nuestra vida, debemos asegurarnos de
cumplir con todo lo que Dios nos pida. ¡Hagámonos plegables
y moldeables en sus manos, e invitémoslo a que nos convierta
en vasijas buenas para su uso!
CAPÍTULO 21

Lidiar con la duda

“No arranques en la duda lo que has plantado en la


fe”.
Elizabeth Elliot

Sería fácil confiar en Dios si la duda nunca nos embargara;


pero lo hace, así que debemos aprender a enfrentarla. A todos
nos gustaría no enfrentar oposición en nada, pero es un deseo
poco realista. Si tan solo no existieran las tentaciones. Si tan
solo no existiera el miedo. ¡Si tan solo no existiera la duda!
Pero existen.
Sin embargo, no tenemos que dejar que se conviertan en el
problema en que a menudo se convierten. Dios nos dice que
tengamos fe y no dudemos, pero no dice que la duda no nos
visitará de vez en cuando. La verdadera razón por la que el
Señor nos dice que no dudemos es porque sabe que la duda
llegará y quiere que estemos preparados para enfrentarla de
forma rápida y precisa.
Hace poco hice un programa de televisión en el que
respondía las preguntas de los televidentes sobre la confianza.
Una mujer envió una pregunta sobre la duda por nuestra
página de internet. Ella afirmaba que trataba de confiar en
Dios y que quería hacerlo, pero no podía liberarse de la duda
que la consumía, y me preguntaba qué podía hacer.
Tal vez usted se está haciendo la misma pregunta. Yo me la
hice en algún momento. La verdad es que no podemos evitar
que la duda aparezca y trate de robarnos nuestra fe y nuestra
confianza en Dios.
Cuando la duda llegue, podemos escoger no permitir que
nos afecte. ¡Podemos aprender a dudar de las dudas!
Cuando Dios nos pide que no hagamos algo, no está
diciendo que no estaremos tentados a hacerlo, o que nunca
tendremos ganas de hacerlo o que no necesitaremos
resistirnos a hacerlo. En realidad, nos dice todo lo contrario.
¿Para qué va a decirnos “no tengáis miedo”, si no vamos a
tener la oportunidad de tener miedo? ¿Para qué va a decirnos
que no caigamos en tentación, si no vamos a ser tentados?
¿Para qué va a decirnos que no dudemos, si no vamos a tener
la oportunidad de dudar?
La duda llegará, pero no tenemos que dejar que nos haga
tambalear con respecto a las promesas de Dios.
Un ejemplo bíblico
Abraham es el mejor ejemplo que conozco de cómo debe
manejar la duda una persona de Dios. Abraham recibió la
promesa de Dios de que él y Sara tendrían un hijo. En el
mundo físico, su situación era imposible porque ambos
habían pasado la edad de tener hijos. Según las Escrituras,
Abraham no tenía absolutamente ninguna razón para tener
esperanzas, pero él creyó contra toda esperanza (ver Romanos
4:18, NVI).
Cuando consideró la impotencia de su propio cuerpo y la
esterilidad del vientre de Sara, Abraham no se debilitó en la fe
(ver Romanos 4:19). No puso en tela de juicio (no cuestionó)
la promesa de Dios, porque se fortaleció alabando a Dios (ver
Romanos 4:20). Dios cumplió la promesa que le había hecho
a Abraham y a Sara, aunque tomó un poco más de tiempo de
lo que habían pensado.
Me imagino cómo la duda intentó evitar que toda esta gente
sobre la que leemos en la Biblia avanzara con Dios. La Biblia
está llena de ejemplos de hombres y mujeres que confiaron en
Dios aunque sufrieron una gran oposición, dificultades, y a
veces trato injusto. Seguramente la duda embargó a José
cuando estaba en prisión por un crimen que no cometió, o a
Ester cuando se preparaba para presentarse ante el rey sin ser
invitada, aunque eso era un crimen que se pagaba con la
muerte, o a Pablo cuando viajaba llevando el evangelio de
Cristo solo para enfrentar terrible persecución, cárcel, azotes,
hambre y otras dificultades. Pero todos vieron la fidelidad de
Dios y pelearon la buena batalla de la fe.
Cómo entender la oposición
Hace poco me di cuenta de que ser liberados de algo por la
misericordia de Dios no siempre significa la desaparición de
ese algo. Somos libres de nuestro pasado doloroso, pero este
podría tratar de visitarnos de vez en cuando. Fuimos liberados
del miedo, pero a veces este aparece en momentos
inoportunos, solo para ver si puede entrar en nuestra vida una
vez más.
En Lucas 4, encontramos la historia de cuando Jesús es
llevado por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado por el
diablo. Durante los cuarenta días que estuvo allí, enfrentó con
éxito varias tentaciones. Pero la Biblia dice que cuando el ciclo
de tentaciones terminó, el diablo se apartó durante un tiempo,
esperando un momento más oportuno (ver Lucas 4:13). Es
decir, Jesús ganó esa batalla, pero otras batallas vendrían.
¡Tendremos oposición!
Los retos que enfrontamos prueban nuestra fe en Dios. Es
probada en el horno de la aflicción, de donde saldrá
fortalecida e incorruptible. La duda, el miedo y la
preocupación forman parte de la oposición (ver 1 Corintios
16:9). Pablo dijo que cuando él quería hacer el bien, el mal
aparecía (ver Romanos 7:21). No debemos dejar que el mal
venza a nuestra fe, ¡pero vendrá!
La oposición viene en varias formas. Independientemente
de la forma en que aparezca, su intención es hacer que
abandonemos nuestras esperanzas de recibir lo que Dios nos
ha prometido.
Quienes se oponen a
nosotros:
Cuando deseamos hacer la voluntad de Dios, puede haber
gente que se oponga a nosotros. Los apóstoles tuvieron que
enfrentar oposición constante de los líderes religiosos y los
romanos. Jesús ciertamente tuvo que afrontar oposición de
gente que lo rechazaba y lo despreciaba. Lo acusaron
falsamente, lo criticaron y los menospreciaron, pero Él siguió
enfocado en hacer la voluntad de su Padre. A veces, quienes
se oponen a nosotros son los que se supone que deberían
animarnos, algo que puede resultar particularmente doloroso.
Los propios hermanos de Jesús pensaban que estaba loco y
sentían vergüenza de estar con Él.
Situaciones que se nos
oponen:
Todos hemos vivido situaciones que se nos oponen y nos
hacen difícil cumplir con nuestras metas. Una vez, durante un
mes, hice una lista de todas las cosas inesperadas y frustrantes
que me ocurrían a diario y que requerían de mi tiempo y
energía. En ese tiempo, estaba tratando de terminar el
manuscrito de un libro, preparándome para las próximas
conferencias, grabando para la televisión y viajando para
compartir el evangelio de Jesucristo. Luego de los treinta días,
recopilé una larga lista de situaciones que se me opusieron,
desde derramar una bebida vitamínica de color rojo sobre un
sofá blanco, hasta caerme en las escaleras.
Este tipo de cosas son cuando menos molestas, pero
algunas situaciones son más graves y requieren aún más
atención. Cuando algo se nos oponga, debemos seguir
haciendo lo que teníamos la intención de hacer. Usted puede
tener la seguridad de que cuando intente seguir a Dios de
corazón, Satanás encontrará una forma de oponerse.
Emociones y pensamientos
que se nos oponen:
Aparte de las cosas tangibles que he mencionado, también
encontramos oposición a través de pensamientos y emociones
que intentan debilitar nuestra confianza en Dios. La duda es
solo una de ellas. También están el miedo, la ansiedad, el
pesimismo, la preocupación y muchas otras. Pero podemos
animarnos pensando que muchos de los hombres y mujeres
de Dios que vivieron antes que nosotros hicieron un gran
esfuerzo y lograron cumplir la voluntad de Dios. Y con la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, nosotros también
podremos hacerlo.
Debemos “velar y orar”, como nos instruye la Palabra de
Dios (ver Mateo 26:40–41; 1 Pedro 4:7). Ponga atención a
todo lo que se oponga a su fe y esté tratando de evitar que
obedezca a Dios. Reconózcalo por lo que es y no deje que le
robe su herencia en Dios.
En cuanto a la duda, recuerde que tener dudas no significa
que no tengamos fe ni confiemos en Dios. Significa que
Satanás nos pone la tentación para evitar que confiemos en Él,
pero debemos pensar en la fuente de la duda y darnos cuenta
de que no debemos creer en ella.
Por ejemplo, digamos que escuché que alguien dijo algo
crítico sobre mí, pero fue alguien que ha criticado a mucha
gente y en realidad no sabe nada de mí. No me enfadaré por
su crítica, porque debo tomar en cuenta la fuente. Lo mismo
aplica cuando los sentimientos y pensamientos impíos
aparecen y nos tientan a dejar de confiar en Dios. Jesús les
dijo a sus discípulos que oraran para que no cayeran en
tentación (ver Lucas 22:40). La tentación llegaría, pero ellos
podrían escoger si la recibirían o no.
En lo personal, me ha sido muy útil entender que el solo
hecho de sentir miedo no significa que sea cobarde y que el
solo hecho de tener dudas no significa que ya no confíe en
Dios. ¡No podemos vencer al enemigo si no lo reconocemos!
La duda es amiga del miedo, ¡y ambos son nuestros
enemigos!
Apagar el ruido
¿Alguna vez ha escuchado un ruido molesto y ha encendido
la radio o la televisión para no escucharlo? A veces me quedo
en un apartamento que normalmente es bastante callado, pero
una vez a la semana, en horas de la noche, un bar restaurant
que se encuentra en esa calle presenta una banda que toca una
música muy alta que no me gusta y me distrae. Tienen una
especie de pared portátil deslizante que se abre para que la
música suene tanto adentro como afuera. Me di cuenta de que
si le doy un poco de volumen al televisor, puedo atenuar el
sonido de la música.
Creo que lo que hizo Abraham cuando venció la duda y la
incredulidad alabando a Dios es un ejemplo de esto mismo. El
escuchó y sintió la duda, pero apagó el ruido de Satanás
alabando.
Se dice que parte de la alabanza incluye narrar un cuento o
historia sobre algo bueno que Dios ha hecho. Tal vez cuando
Abraham sintió dudas, comenzó a preguntarle a Sara si
recordaba cuando dejaron su hogar para seguir a Dios sin
tener idea de a dónde quería llevarlos. Dios los guió paso a
paso, y estoy segura de que hubo muchas historias sobre la
bondad de Dios sobre las que podían hablar.
Dave y yo a menudo hacemos lo mismo. Disfrutamos
hablando de los primeros días de nuestro ministerio, de todos
los retos que hemos enfrentado y de lo fiel que ha sido Dios.
Cuando recuerdo esa época, se me hace difícil dudar de Dios.
Eso no significa que no sienta dudas, ¡pero recuerdo su origen
y las ignoro!
Dios no nos habría dado en su Palabra instrucciones de no
dudar si no hubiera sabido que la duda vendría a atacar la fe.
La duda es la herramienta del diablo para evitar que hagamos
aquello que Dios quiere que hagamos y tener lo que Él quiere
que tengamos.
Cuando Jesús iba en camino para sanar a la hija enferma de
un hombre, los demás lo detenían pidiéndole también
sanación. Él se detenía para ayudarlos, y en uno de esos
momentos, cuando ministraba a una persona enferma, los
sirvientes del hombre vinieron y le dijeron que no continuara
su viaje porque la niña había muerto. La Biblia dice que Jesús
los escuchó pero los ignoró, y le dijo al hombre que siguiera
creyendo (ver Marcos 5:22–43). Como puede ver, hasta Jesús
tuvo que ignorar noticias cuya intención era sembrar dudas.
Estuvo tentado de la misma manera que nosotros, pero nunca
pecó (ver Hebreos 4:15).
Nunca sin un camino
En el Vine’s Expository Dictionary of New Testament Words,
el término “duda” es parcialmente definido como “estar sin
un camino” o “estar sin recursos”. Nunca estamos sin un
camino porque Jesús es el camino (ver Juan 14:6). La fe y la
confianza son para esos momentos de la vida en los que no
sabemos qué hacer o no contamos con nuestros propios
recursos. Jesús no solo es el camino, ¡también es nuestra
Fuente! No hay nada que alguno de nosotros desee que Él no
pueda proveer.
Algunos, incluyendo el diablo, podrían decirnos que “no
hay camino”, ¡pero recordemos que “el Camino” vive en
nosotros y está en nosotros! ¿Confiaremos en Él a lo largo de
nuestro recorrido hacia la victoria?
Hace cuarenta años, cuando Dios me llamó para enseñar su
Palabra, trabajaba cuarenta horas a la semana, además de
atender a mi esposo y mis hijos. Mi horario ocupado no me
dejaba tiempo para estudiar la Biblia adecuadamente y
preparar las clases que debía dar en nuestra reunión bíblica
semanal.
Sentía fuertemente en mi corazón que debía dar un enorme
paso de fe y dejar mi trabajo para pasar más tiempo
estudiando la Palabra de Dios. Dave estuvo de acuerdo, así
que abandoné mi empleo y mi ingreso. Nuestras cuentas
mensuales eran un poco más elevadas que el sueldo de Dave,
y recuerdo cómo me atacaban las dudas y el miedo,
diciéndome que Dios no proveería y que había tomado una
mala decisión al renunciar a mi empleo.
En mi corazón sentía que había hecho lo correcto, pero en
mi cabeza continuaba discutiendo conmigo misma. Me
atormentaba, al punto de hacerme realmente infeliz. Pero una
mañana cuando estaba caminando por la casa, Dios me habló
al corazón y simplemente me dijo: “Puedes tratar de cuidar de
ti misma y vivir con miedo y dudas, o confiar en que yo
proveeré de formas milagrosas”. Estaba en una encrucijada de
la fe; necesitaba dejar las dudas y decidir si confiaría en Dios
o no.
Dios me dio la fortaleza para confiar y durante cinco años
vimos como Dios proveía mes a mes de formas asombrosas.
Durante esos años mi fe creció y aprendí por experiencia
propia que Dios es fiel. Todavía veo hacia atrás, recuerdo esos
años y me alegra haberlos vivido, porque sirvieron para
acercarme más a Dios que nunca.
Si usted siente que Dios le pide que haga algo, pero tan
pronto avanza por fe es atacado por las dudas, no se
sorprenda. Su fe está siendo probada y aunque es difícil, es
algo bueno. Cuanto más aprendemos a confiar en Dios a
través de la experiencia, más fácil se nos irá haciendo. Usted
experimentará su fidelidad de muchas maneras y, cada vez
que lo haga, se volverá más fuerte.
Una vez escuché que la duda mata más sueños que el
fracaso. No permita que la duda descarrile su fe. Reconózcala
por lo que es, ¡y enfréntela con fe!
CAPÍTULO 22

¿Cuánta experiencia tiene?

“Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y


que obtiene la inteligencia”.
Proverbios 3:13

Si alguna vez se ha postulado para un empleo, probablemente


el entrevistador le hizo esta pregunta: “¿Tiene algún tipo de
experiencia?”. Si la respuesta fue sí, la siguiente pregunta
pudo haber sido: “¿Cuanta experiencia tiene?”. Aunque
podamos tener un título universitario en un campo específico
en el cual deseamos trabajar, la sola educación no siempre nos
califica. Independientemente de cuánto creamos que sabemos,
a menos que nuestro conocimiento haya sido puesto a prueba,
no habrá evidencia de cómo nos desempeñaremos en un
trabajo.
Dios busca exactamente lo mismo cuando desea utilizarnos
para su gloria y sus propósitos en la tierra. Cuando Moisés
necesitaba ayuda para liderar a los israelitas, bajo la dirección
de Dios dio estas instrucciones a la gente:

“Dadme de entre vosotros, de vuestras tribus,


varones sabios y entendidos y expertos, para que
yo los ponga por vuestros jefes”.
Deuteronomio 1:13

¿Se fijó que la lista de requisitos no incluye el talento?


Alguien puede tener un talento natural para algo, pero para
que sea un recurso valioso también necesita sabiduría,
entendimiento y experiencia. Moisés buscaba hombres que
tuvieran algo de experiencia para ponerlos en posiciones de
liderazgo.
Cuando comenzamos a levantar el ministerio que Dios nos
había pedido que creáramos, también necesitábamos gente
que nos ayudara. Cuando conversé con mi pastor sobre
algunas de las necesidades, me dijo: “Joyce, recuerda siempre
que no conocerás a alguien realmente sino hasta que lo veas
en todo tipo de situaciones”. ¿Por qué? Porque nadie sabe
cómo se comportará una persona hasta que su carácter y
conocimientos son puestos a prueba. Ni siquiera sabemos
cómo somos nosotros mismos hasta que adquirimos
experiencia enfrentando diferentes desafíos en la vida.
Es fácil pensar y hasta decir que confiamos en Dios pero,
¿lo hacemos realmente cuando es necesario? Mientras
escribía este libro sobre confiar en Dios, estaba enfrentando
un problema muy doloroso que se extendió durante mucho
tiempo. En todo ese tiempo fui capaz de confiar en Dios para
que Él se hiciera cargo de todo gracias a que he tenido años de
experiencia con Él y he sido testigo de su fidelidad una y otra
vez.
Podemos leer un libro que hable sobre la confianza en
Dios, pero debemos experimentarla para volvernos
verdaderamente buenos en eso. Como maestra de la Palabra
de Dios, trato de enseñarle a la gente que escuchar o leer es
solo una parte de lo que se necesita. También necesitamos
“practicar” lo que estamos aprendiendo. Al hacerlo,
aprendemos tanto, si no más, que con el conocimiento que
obtenemos a través del estudio.
Jesús era experimentado
Hebreos 5:8–9 afirma:

“Y aunque era Hijo [… ] aprendió la obediencia; y


habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de
eterna salvación para todos los que le obedecen”.

Incluso Jesús fue preparado para hacer la obra de Dios


atravesando situaciones y ganando experiencia. No sé para
usted, ¡pero para mí eso es alentador! Me ayuda a entender
que vamos a aprendiendo a medida que avanzamos, por así
decirlo. Tal vez como cristianos inexpertos se nos haga difícil
confiar en Dios, pero a medida que los años vayan pasando y
nuestra fe vaya siendo probada, vamos entendiendo que
podemos confiar en Él. El conocimiento racional representa
un grado de sabiduría, pero el conocimiento experimental es
mucho más profundo.
Necesitamos educación (de la Palabra de Dios), pero
también necesitamos revelación. Creo que esta última aparece
en esos momentos en los que nuestro conocimiento es puesto
a prueba y experimentamos la bondad y la fidelidad de Dios
en nuestras propias circunstancias.
Cuando el apóstol Pablo instruía a los corintios, les dijo
que nunca se enfrentarían a nada que no pudieran soportar.
Dios siempre provee una salida porque es fiel a su Palabra (ver
1 Corintios 10:13). Creo que Pablo estaba hablando en base a
su experiencia. Había atravesado por una gran cantidad de
situaciones difíciles confiando en Dios, y una y otra vez había
sido liberado o había recibido fuerzas para seguir adelante con
una actitud victoriosa.
Recientemente, en una sesión de preguntas y respuestas
que hice sobre la confianza en Dios, una mujer me preguntó:
“¿Cómo puedo confiar en Dios después de haber confiado en
Él en el pasado y no me cumplió?”. Hace veinte años me
habría costado responderle, pero después de cuarenta años de
experiencia con Dios, yo ya sabía la respuesta. Le dije: “Si
confiaste en Dios para algo y no lo obtuviste, estabas
confiando en Él para algo que tú querías, pero que no estaba
en sus planes para ti”. Un individuo que tenga una fe madura
puede confiar en Dios para algo y seguir confiando en Él
aunque no lo reciba. Confía en que si lo que pide es la
voluntad de Dios, Él se lo dará, y entiende que si lo que quiere
no es la voluntad de Dios, estará mucho mejor sin eso. De
hecho, ¡puede aprender a agradecer a Dios por no darle lo que
quiere! No confía en Dios simplemente para recibir, sino a lo
largo de todo el camino.
Pablo dijo lo siguiente:

“Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre


la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de
le esperanza”.
Hebreos 6:11

Cada vez que depositamos nuestra confianza en Dios


cuando atravesamos dificultades o cuando tenemos una
necesidad, se nos hace más fácil la siguiente vez. Poco a poco
(a veces muy poco a poco) vamos aprendiendo a confiar en
Dios, así que no se desanime si siente que no lo hace tan bien
como sabe que debería hacerlo.
La escuela de la vida
Todos estamos en la escuela de la vida y aprendemos cada vez
más durante nuestro recorrido. El salmista David habla en
diversas oportunidades de aquellos que tienen experiencia con
el Señor. Dice que quienes han experimentado la misericordia
del Señor se apoyarán y pondrán su confianza en Él (ver el
Salmo 9:10). Cuando experimentamos la bondad, amabilidad,
misericordia, amor incondicional y generosidad de Dios,
estamos seguros de que podemos confiar en Él en cualquier
situación. Aunque no nos dé lo que estábamos esperando,
veremos que al final siempre nos da lo que es mejor para
nosotros. El hecho de no entender las razones por las que
Dios actúa como lo hace, no significa que sus métodos sean
incorrectos. Al final entenderemos, aunque a veces nos tome
una vida para hacerlo.
A menudo la gente dice: “Quisiera ser joven otra vez y
saber lo que sé ahora”, pero eso es imposible. Sabemos lo que
sabemos ahora solo porque hemos atravesado la escuela de la
vida.
Yo no podía poner la vida en espera para inscribirme en la
escuela bíblica cuando Dios me llamó a enseñar su Palabra,
pero estaba y aún estoy en la escuela de la vida y he
aprendido muchas cosas que jamás podría haber aprendido
estudiándolas.
David habló de lo que él llamó “experiencias santificadas”
(ver el Salmo 119:7). ¡Me encanta eso! Probablemente no
habríamos escogido algunas de las experiencias que hemos
vivido, sin embargo en la sabiduría infinita de Dios, esas
experiencias se vuelven “santificadas”. En otras palabras, son
vivencias santas que nos ayudan a confiar en Dios y en el
poder de su resurrección.
Durante los seis años después de que renuncié a mi
empleo, en los que Dios probó nuestra fe y en los que
tuvimos que depender totalmente de Él, crecí espiritualmente
de formas asombrosas. No fue de la forma en que yo habría
elegido, ¡pero definitivamente fue la forma correcta!
Me gusta pensar en la manera en que Dios se hizo cargo de
los israelitas cuando atravesaban el desierto en la escuela de la
vida. Los alimentaba con maná (un alimento sobrenatural) de
cuyo origen no tenían ninguna idea o evidencia, salvo la
promesa divina de que lo volverían a tener al día siguiente, y
al siguiente. Literalmente, tuvieron que confiar en Dios un día
a la vez. A veces, la única manera de aprender a hacer algo es
cuando no tenemos más opción.
Durante los cuarenta años que viajaron por el desierto, las
vestimentas de los israelitas no se gastaron (ver Deuteronomio
8:4). No recibieron vestiduras nuevas, ya que las que tenían
duraron un tiempo milagrosamente largo. Dios dijo que los
estaba probando para ver si podían seguir sus órdenes. Como
podemos ver, ¡no hay demostración de confianza sin una
prueba! Su propósito era elevarlos a una situación mucho
mejor, pero primero tenía que enseñarles a depender tanto de
Él que nunca lo olvidaran, después de atravesar todas las
cosas que vivieron junto a Él (ver Deuteronomio 8:2, 7, 11).
En la escuela de la vida he sufrido la traición de quienes
pensaba que eran buenos amigos, el rechazo de miembros de
mi familia y amigos cuando no estuvieron de acuerdo con mis
decisiones, malos entendidos, falsas acusaciones,
persecuciones y muchos otros incidentes dolorosos, pero
también he aprendido la importancia de perdonar a los que me
hicieron daño y de negarme a estar amargada o furiosa. He
aprendido integridad, excelencia, paz, paciencia y autocontrol;
cómo escoger a los amigos correctos; cómo mantener a Dios
primero en mi vida, valorar a la gente y, literalmente, miles de
lecciones más. La mayoría no fueron sencillas de aprender
porque requirieron de una prueba que finalmente se convirtió
en la experiencia que ahora me permite confiar en Dios con
mucha, mucha más facilidad que antes.
Sí se vuelve más sencillo
Creo que no me equivoco al decir que confiar en Dios se va
haciendo cada vez más fácil, al igual que la vida con Él.
Cuando escogemos “poner” nuestra confianza en Él y no en
otras cosas aprendemos, y nuestra capacidad de hacerlo crece
cada vez más. He visto a Dave vivir con lo que yo llamo una
“santa tranquilidad” durante la mayor parte de los cincuenta y
tantos años que llevamos casados. Durante un tiempo me
molestó mucho que la vida pareciera tan fácil para él y tan
difícil para mí. Después aprendí que la vida no es fácil para
ninguno de los dos, pero podemos vivir en una santa
tranquilidad confiando en Dios en todo momento, en todas las
cosas.
Al parecer, Dave aprende un poco más rápido que yo. Soy
un poco cabeza dura y con frecuencia necesito tener algunas
“experiencias santificadas” más que él antes de aprender. Él
aprendió rápido a poner sus preocupaciones en Dios y a dejar
que Dios se hiciera cargo de él. Recuerdo que en los primeros
años de matrimonio, cuando teníamos dificultades, él
intentaba decirme que no lograría nada preocupándome y
alterándome y que debería confiar en Dios. Quería hacerlo,
pero simplemente no sabía cómo. Si a usted le está costando
confiar en Dios, le aseguro que sé cómo se siente, pero sé por
experiencia propia que aprenderá a lo largo del viaje. No se
desaliente si a veces parece que tiene poca fe; solo recuerde
que si la pone en práctica, esa pequeña fe puede convertirse
con el tiempo en una fe enorme.
Cuando los discípulos entraron en pánico durante una
tormenta, Jesús les dijo que tenían poca fe (ver Marcos 4:40).
Sin embargo, pocos años después estos mismos hombres
ejercitaban una gran fe cuando difundían activamente el
evangelio de Cristo en una época de intensas persecuciones.
Su pequeña fe creció y se convirtió en una fe enorme, y lo
mismo puede pasar con la nuestra. Ellos no aprendieron a
tener una fe enorme acostados en la playa en un día soleado:
¡La aprendieron en una tormenta que parecía un huracán! No
pudieron confiar en Dios durante esa tormenta, pero
finalmente aprendieron a confiar en Él en todo momento, en
todas las cosas. Estos hombres enfrentaban la muerte a diario
y aun así continuaron presionando, porque bien fuera en la
vida o en la muerte, ¡sabían que podían confiar en Dios!
Cuando Jesús estaba sufriendo en la cruz y a punto de
exhalar su último suspiro, sus últimas palabras fueron de
confianza. Dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!” (Lucas 23:46).
¡Oro para que todos aprendamos a confiar en Dios hasta el
último suspiro que exhalemos! Vivir una vida de confianza en
Dios hace agradable una vida que de otra forma sería infeliz.
La confianza es un regalo poderoso que Dios nos ha dado, así
que desenvolvámoslo y usémoslo todo el tiempo, de todas las
formas.
CAPÍTULO 23

Encomiende todo a Dios

“El mundo todavía tiene que ver lo que Dios puede


hacer a través un hombre que está totalmente
encomendado a Él”.
D. L. Moody

La gente se preocupa por muchos asuntos, pero estos son los


tres temas más frecuentes en las peticiones de oración: orar
por los seres queridos y los hijos, orar por las finanzas, y orar
por salud y sanación.
La preocupación es enemiga de la confianza en Dios y trata
continuamente de robarnos la fe y mantenernos bajo el
dominio del miedo. Nadie nunca recibió lo que le pidió a Dios
a través del miedo. Solo a través de la una inamovible y la
confianza en Dios podemos tener la vida que realmente
queremos y tener la paz y el gozo que deseamos. Veamos
estas tres preocupaciones principales, tomando en cuenta que
podemos aplicar estos principios en cualquier otro aspecto de
nuestra vida.
1. Preocupación por los hijos
¿Cómo resultarán? ¿Somos buenos padres? ¿Cómo debemos
corregirlos cuando haga falta? ¿Somos demasiado estrictos o
muy “blandengues”? Si vemos que nuestros hijos tienen
problemas de algún tipo cuando son adolescentes o adultos
jóvenes, nos preguntamos si la raíz de los problemas fue
algún error que cometimos. Al diablo le encanta sobrecargar a
los padres con muchos tipos de falsa culpa, que son inútiles y
un desperdicio de energía.
Dave y yo tenemos cuatro hijos grandes y once nietos, a
los cuales hemos visto luchar contra muchos problemas
personales diferentes. Dios me ha enseñado que la oración es
mi mayor aliada y la ayudante más potente que tengo cuando
debo ayudar a mis hijos con sus problemas. Preocuparme por
lo que los preocupa, no me ayuda a mí ni a ellos.
Vemos que nuestros hijos u otros seres queridos toman
malas decisiones y queremos desesperadamente convencerlos
de que cambien. Sin embargo, la mayoría de las veces, aunque
sepamos la respuesta al problema que tienen, no nos
escucharán. En especial los adolescentes y adultos jóvenes,
quienes al parecer necesitan cometer sus propios errores y
descubrir por sí mismos qué funciona en la vida y qué no.
A causa de nuestra gran cantidad de nietos, en este
momento Dave y yo conocemos a alguien dentro de cada
rango de edad. Actualmente tenemos dos nietos adolescentes
que abordan sus problemas de formas totalmente diferentes.
Uno de ellos lucha contra inseguridades que se manifiestan de
diferentes maneras, mientras que la otra le da cabida a la
ansiedad con sus cavilaciones constantes y excesivas y un
falso sentido de responsabilidad.
A mí, que tengo esta edad y cierto nivel de experiencia, se
me hace fácil ubicar rápidamente la raíz de los problemas de
ambos, pero para ellos no es fácil simplemente porque apenas
están tratando de entender la vida. Están tratando de
entenderse a sí mismos y luchando por su independencia,
apoyándose a la vez en sus métodos a veces juveniles e
infantiles.
Tenemos otros nietos más grandes a los que hemos visto
luchar con otros problemas y salir victoriosos, y que ahora
llevan vidas consagradas y fructíferas. Uno de ellos tenía
problemas de ira; otro, de drogas; otro lidiaba con su rebelión
extrema; y cuando veo hacia atrás, me doy cuenta de que orar
fervientemente por ellos al final produjo resultados
maravillosos. La oración nunca debe ser vista como el último
recurso, sino como lo primero que debemos hacer en cada
dificultad. La oración le abre la puerta a Dios para que trabaje
y esa puerta se queda abierta cuando seguimos orando y
agradeciéndole a Dios porque se encarga de la gente y las
cosas que le hemos encomendado.
Nuestros cuatro hijos tuvieron problemas, como casi todos
los hijos, pero ahora son hombres y mujeres adultos que
sirven a Dios, y tenemos con ellos una amistad maravillosa.
No podría estar más orgullosa de ellos. Tal vez usted esté
atravesando una situación con alguno de sus hijos y esté
preocupado por algunos problemas graves que
definitivamente necesitan de la atención de Dios. Los padres
tienden a preocuparse. ¡Queremos ayudar a nuestros hijos!
¡Queremos liberarlos! Preferiríamos llevar nosotros su dolor
antes de verlos sufrir. Así reaccionó el amor de Dios ante
nuestra condición pecaminosa y la infelicidad que esta
ocasionó, y es bastante normal para nosotros como padres
sentirnos de la misma manera. Sin embargo, no podemos
liberar a nuestros hijos de todas las incomodidades de la vida,
y a veces debemos, por el mismo amor que les tenemos,
dejarlos que sufran las consecuencias de las semillas que han
sembrado. Podemos confiar en la Biblia, específicamente en
Proverbios, cuando nos enseña a instruir a nuestros hijos en
su camino, ya que cuando sean mayores, no se apartarán de él
(ver Proverbios 22:6).
Aunque los muchachos se pueden descarriar durante un
período de tiempo, volverán al buen camino si continuamos
orando y siendo un buen ejemplo para ellos.
¿De quién es la culpa?
Si usted tiene un hijo con un problema o que es algo
problemático, ¿de quién es la culpa? Como padre, ¿cometió
usted un error que generó los problemas de su hijo, o fueron
solo malas decisiones por parte de él? ¿Fueron las personas
que su hijo escogió como amigos, o simplemente la sociedad
de la que formamos parte?
Creo que pasamos demasiado tiempo tratando de encontrar
a un culpable y nada de tiempo pensando que,
independientemente de quién sea la culpa, ¡la solución es
Dios! Yo definitivamente cometí errores con mis hijos. De
verdad me sorprende que resulté ser una buena madre. Yo
crecí en un hogar extremadamente disfuncional, viendo un
mal ejemplo tras otro, pero Dios me dio el privilegio de criar a
mis hijos mucho mejor de lo que pude haber imaginado. Mis
dos hijas me dijeron: “Mamá, tomando en cuenta la manera
en que fuiste criada y el abuso que sufriste, ¡hiciste un trabajo
fantástico con nosotras!”.
Debemos recordar que aunque no seamos padres perfectos,
Dios puede arreglar las consecuencias de cualquier error que
hayamos cometido. Lo único que desea de nosotros es un
corazón arrepentido y una oración sincera en la que le
encomendemos el problema a Él, para que Él lo pueda
solucionar.
Le animo a resistir la tentación de preocuparse por sus
hijos, y a confiar en que Dios hará en ellos lo que usted no
puede hacer. ¡Solo Dios puede cambiar a la gente! Sé que ese
“no se preocupe por sus hijos” es más fácil decirlo que
hacerlo, pero le prometo que Dios es fiel y, aunque no
podamos controlar las decisiones que otros toman, nuestras
oraciones pueden abrir la puerta para que Dios obre en sus
vidas. No hay problemas demasiado grandes para Él.
Podemos encomendar nuestros hijos a Dios y dejar que Él
nos guíe en nuestra paternidad y obre en ellos para que no se
aparten del camino estrecho que lleva a la vida, o podemos
preocuparnos por ellos y temer que los lastimen o tomen
decisiones equivocadas.
He intentado ambas cosas y le puedo asegurar que
encomendárselos a Dios es por mucho la mejor opción.
Nuestra fe y confianza se liberan a través de la oración y la
confesión. Ore por sus hijos y diga lo que ora. Cuando toman
decisiones que parecen oponerse a la voluntad de Dios,
continúe confiando en Él. ¡Nunca le ponga límites de tiempo a
la confianza!
Podemos orar por nuestros hijos y otros seres queridos de
la misma manera en que el apóstol Pablo oró por aquellos que
amaba y ministraba. Use este pasaje como ejemplo de cómo
encomendar a sus seres queridos al cuidado de Dios:

“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la


palabra de su gracia, que tiene poder para
sobreedificaros y daros herencia con todos los
santificados”.
Hechos 20:32
He aquí un ejemplo de cómo podemos crear nuestra propia
oración personal a partir de este pasaje. Digamos que la
persona por la que usted quiere orar se llama Samuel, y que
en vez de preocuparse por Samuel y tratar de cambiarlo, usted
ha llegado a un punto en el que está dispuesto a
encomendárselo a Dios. Lo puede hacer con las siguientes
palabras:

“Padre, te encomiendo a Samuel. Lo pongo bajo tu


custodia y lo encomiendo a la Palabra de tu gracia.
Confío en que mantendrás a Samuel a salvo y
llevarás una relación cercana y personal con él”.

Ahora, cada vez que sienta la tentación de preocuparse por


Samuel, convierta la preocupación en una oración de
agradecimiento porque Dios está obrando en la vida de
Samuel.
Yo he visto ocurrir maravillas en las vidas de mis hijos cada
vez que sigo este método. A veces oro basándome en
extractos bíblicos específicos por uno u otro de mis hijos
durante meses, y me ha sorprendido ver la obra de Dios. Ni la
preocupación, ni el miedo, mueven la mano de Dios. Pero la
fe, la confianza y el compromiso sí.
2. Preocupación por las finanzas
En la vida necesitamos dinero para sobrevivir, ¡pero parece
que nunca hay suficiente! De nuevo, preocuparnos por los
problemas no es la solución. Dios nos dice que llevemos los
diezmos y las ofrendas al alfolí (la obra de su Reino) y que Él
abrirá las ventanas del cielo para que sobreabunden las
bendiciones. Él también reprenderá al devorador por nosotros
(ver Malaquías 3:10–11). No podemos esperar cosechar si no
hemos sembrado, así que lo primero es asegurarnos de que
estamos siendo fieles para poder acercarnos Dios y orar con
aplomo, esperando que todas nuestras necesidades sean
satisfechas de acuerdo con sus riquezas (ver Filipenses 4:19).
También necesitamos manejar nuestras finanzas con
sabiduría.
Dios no nos ha prometido darnos todo lo que queramos,
pero prometió satisfacer nuestras necesidades. Somos libres
de pedir lo que queramos y Él ha prometido concedernos los
deseos de nuestro corazón (ver el Salmo 37:4), pero esos
deseos y anhelos no deben ser simples deseos carnales que no
nos beneficien espiritualmente.
Dios ha provisto para nosotros durante muchos años, y su
nivel de provisión ha aumentado con el tiempo, pero
definitivamente puedo decir que vivimos muchos años en
austeridad. Dios no quiere que nos enfoquemos demasiado en
cosas materiales, y en su sabiduría a menudo detiene lo que
queremos obtener de inmediato, simplemente porque él tiene
algo mejor en mente para nosotros. Recuerde siempre que un
retraso no es una negativa, y que debemos confiar en sus
tiempos. Dios puede retener lo que creemos que queremos
porque Él tiene en mente algo mejor para nosotros, algo que
no estamos pidiendo en el tiempo presente porque no
tenemos la claridad suficiente para hacerlo.
Menos preocupación por las finanzas y más sabiduría para
usarlas correctamente, es una de las mayores necesidades de
nuestra vida. La sabiduría hace en el presente lo que nos
satisfará más adelante en la vida, pero nuestra sociedad nos
empuja a llenarnos de deudas, ofreciéndonos muchas formas
de comprar dejando el pago para después. Se llama crédito y
cuanto más tengamos, más problemas financieros estamos
creando. Cuando pagamos a crédito cosas que en realidad no
podemos permitirnos, estamos gastando hoy la prosperidad
de mañana y cuando llegue el mañana, no nos quedará nada,
sino desolación.
Quisiera exhortarlo a que tenga paciencia mientras espera
por aquello que desea, en vez de buscar caminos para
obtenerlo de inmediato a pesar de lo que eso signifique para
su futuro. Ahorrar dinero para pagar en efectivo las cosas que
queremos también es una opción que se debe tomar en
cuenta, pero muy poca gente lo hace.
¡La paz es mucho más valiosa que las posesiones! Cuando
tenemos una deuda agobiante, la paz nos abandona y pueden
surgir problemas en nuestras relaciones. Cuando las finanzas
no son bien manejadas, nos sentimos preocupados y
presionados, lo cual a su vez ocasiona problemas en nuestras
relaciones. Si ya se encuentra endeudado, no le puedo dar una
solución rápida, pero le prometo que si le da a Dios primero
de forma diligente, comienza sistemáticamente a pagar su
deuda, y se disciplina para no comprar lo que en realidad no
necesita, poco a poco quedará libre de deudas y disfrutará de
la alegría de la libertad financiera.
Siempre hay excepciones, pero la mayoría de las veces
nuestro problema no es que no tenemos suficiente dinero,
¡sino que gastamos más dinero del que tenemos! No sea del
tipo de persona que se siente con derecho a poseer bienes por
los que no ha trabajado y que no se ha ganado. ¡Sea paciente
y confíe en que Dios proveerá aquello que usted quiere, en el
momento indicado!
3. Preocupación por nosotros y todo lo relacionado
con nosotros
Esta es probablemente la preocupación número uno en todo
el mundo. Tendemos a preocuparnos literalmente por cientos
de asuntos que tienen que ver con nosotros. Nos
preocupamos por nuestra salud. Si el doctor nos da un
informe negativo, nuestra mente se llena inmediatamente de
pensamientos sobre lo que nos podría pasar. ¿Sufriremos?
¿Moriremos? Aunque Dios ha provisto una gran cantidad de
tecnología médica de punta, ¡debemos recordar que Jesús es
nuestro Sanador! Él desea que confiemos en Él y sigamos sus
consejos para nuestra salud.
Cuanto más envejezco, más saludable me siento, porque
sigo aprendiendo sobre el cuidado de este cuerpo que Dios en
su misericordia me ha dado. No podemos, por ejemplo, vivir
bajo un estrés constante y estar saludables. Cuando tenía
treinta y tantos años siempre me sentía mal, pero ahora que
estoy en mis setentas, ¡me siento bien casi todo el tiempo!
Este cambio se lo atribuyo principalmente a hábitos
alimenticios saludables, al hecho de haber aprendido a vivir
con muy poco estrés y a confiar en que Jesús aplica sus
poderes de sanación en mí en todo momento. ¡No tenemos
que esperar que la enfermedad aparezca para pedir sanación!
Tenemos el privilegio de confiar en que Dios nos mantenga
sanos, lo cual es mejor que simplemente recibir su sanación
cuando nos enfermamos.
Dios se deleita en cuidarnos. Si Palabra declara que Él se
preocupa por todo lo que tiene que ver con nosotros:

“Jehová cumplirá su propósito en mí; tu


misericordia, oh Jehová, es para siempre; no
desampares la obra de tus manos”
Salmo 138:8

Somos su creación, sus hijos, y Él se compromete a cuidar


de nosotros si se lo permitimos. Uno de mis versículos
favoritos sobre el tema de la confianza en Dios se encuentra
en 1 Pedro. Por favor, lea este pasaje cuidadosamente.

“Quien cuando le maldecían, no respondía con


maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente”.
1 Pedro 2:23

Este único pasaje resume todo lo que quería decir en este


libro. Podemos confiar en Dios en todo momento, de
cualquier forma, con nosotros y con todo. Nada que le
encomendemos está fuera de su control. A pesar del trato que
recibió, Jesús no intentó cuidarse a sí mismo, sino que
confiaba constantemente en que su Padre lo haría.
¿Cuánto estrés e infelicidad creamos en nuestra vida
cuando intentamos que nos traten correctamente y que nadie
se aproveche de nosotros? Creo que mucho más de lo que
podemos imaginar. Ahora que vamos llegando al final del
libro, me gustaría preguntarle si usted se encuentra en un
punto de su vida en el que está dispuesto a encomendarse
usted y todo lo que tenga que ver con usted a Jesús. ¿Se
entregará a Él y se comprometerá completamente a
obedecerlo en todo lo que Él le pida que haga, mientras confía
en que Él cuidará de usted?
¿Cuánto de “usted” tiene usted en su mente?
Queremos saber quién cuidará de nosotros y nos preocupa si
hará o no un buen trabajo. Si dependiéramos de otros, ¿nos
tratarían bien? Nos preocupamos por lo que los demás
piensan de nosotros, o si le gustamos o no. ¿Los estamos
complaciendo? ¿Qué pasará en el mundo y cómo nos afectará
a nosotros? ¿Perderemos nuestro empleo si la economía se
hunde?
“¿Qué pasará conmigo?” es seguramente el temor más
grande que tenemos, pero la buena noticia es que podemos
dejar de preocuparnos ahora y saber que Dios cuidará de
nosotros.
Pídale a Dios que le ayude a mantenerse fuera de su mente,
porque mientras menos piense en usted mismo más feliz será.
Mientras confiamos en que Dios cuida de nosotros, debemos
asegurarnos de ir plantando también buenas semillas,
ayudando a otros. Cada vez que ayudamos a alguien
necesitado, sembramos semillas para recoger una cosecha de
ayuda de Dios en nuestra vida.
Yo llegué a un punto en la vida, hace muchos años, en el
que mi infelicidad era tan asfixiante que estaba dispuesta a ver
cualquier cosa que Dios quisiera mostrarme, simplemente
para ser feliz. Es una larga historia, pero la versión corta es que
Él me mostró que yo era infeliz porque era egoísta. Pensaba
en mí misma la mayor parte del tiempo y con mis excesivos
esfuerzos por ponerme a resguardo le impedía a Dios hacerlo.
Dios quiere cuidar de nosotros, pero debemos
encomendarnos a Él.
Encomiéndele todo a Dios
Encomendarnos a una persona o cosa quiere decir que nos
entregamos completamente. Podemos encomendarnos a una
persona o a un empleo. Estamos encomendados a nuestros
amigos y familiares. Estoy encomendada al llamado de
enseñar la Palabra de Dios. Pero sobre todo, debemos
encomendarnos a Dios total y completamente, y pedirle que
su voluntad sea hecha en nuestra vida. Un compromiso total
no tiene fecha de expiración. Permítame sugerirle que haga
diariamente una oración que dice más o menos así:

“Padre, me entrego de nuevo en tus manos. Confío


en que cuidarás de mí en todo y de todas las
formas. Guíame y dame la gracia de seguirte
siempre. Si soy lastimada, confío en que me
consolarás. Si me enfermo, confío en que me
sanarás. Si tengo una necesidad, confío en que la
satisfarás. Si no sé qué hacer, confío en que me lo
mostrarás. ¡Soy tuyo y tú eres mío y confío en ti!
En el nombre de Jesús, ¡amén!”.

¿Cómo podemos entregarle a Dios todo lo que tiene que


ver con nosotros, si no nos entregamos a Él completamente?
Tal vez nos convertimos en cristianos cuando aceptamos a
Jesús como nuestro Salvador pero, ¿nos hemos encomendado
completamente a su cuidado? ¡Pienso que esta es nuestra
necesidad más urgente!
¡Nuestra mejor vida puede comenzar ahora si estamos
dispuestos a poner todas nuestras preocupaciones en Jesús y
dejar que cuide de nosotros!

“Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él


tiene cuidado de vosotros”.
1 Pedro 5:7

He disfrutado escribiendo este libro y oro para que usted


disfrute al leerlo, pero también para que sea un libro al que
usted regrese cuando renueve su compromiso de confiar en
Dios, ¡en todas las cosas, en todo momento!
¿Tenemos una verdadera relación
con Jesús?

¡Dios nos ama! Él nos creó para que seamos individuos


especiales, únicos e irremplazables, y tiene un propósito y un
plan específico para cada uno de nosotros. Y a través de una
relación con nuestro creador (Dios) podemos encontrar una
forma de vivir que realmente satisfaga nuestra alma.
Independientemente de quienes seamos, de lo que
hayamos hecho, o de lo que seamos en este momento, el
amor de Dios es más grande que nuestro pecado (nuestros
errores). Jesús dio su vida voluntariamente para que
pudiéramos recibir el perdón de Dios y tuviéramos una nueva
vida en Él. Y solo espera que nosotros lo invitemos a ser
nuestro Señor y Salvador.
Si usted está listo para encomendar su vida a Jesús y
seguirlo, lo único que tiene que hacer es pedirle que perdone
sus pecados y le dé un nuevo comienzo en la vida que Él tiene
preparada para usted. Comience con esta oración…

Señor Jesús, gracias por dar tu vida por mí y por


perdonar mis pecados para que yo pueda tener una
relación personal contigo. Me arrepiento sinceramente
por los errores que he cometido, y sé que necesito de tu
ayuda para vivir correctamente.

Tu Palabra dice en Romanos 10:9: “Que si confesares


con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás
salvo”. Creo que tú eres el Hijo de Dios y confieso que
eres mi Señor y Salvador. Tómame como soy, obra en
mi corazón y hazme la persona que tú quieres que sea.
Quiero vivir para ti, Jesús, y estoy muy agradecido de
que hoy me des un nuevo comienzo y una nueva vida
contigo.

¡Te amo, Jesús!

¡Es asombroso saber que Dios nos ama tanto! Él quiere


tener una relación estrecha y profunda con nosotros, una
relación que crezca cada día a través del tiempo de oración y
el estudio de la Biblia. Queremos animarlo en su nueva vida
en Cristo.
Por favor visite joycemeyer.org/salvation para solicitar mi
libro A New Way of Living [Una nueva forma de vivir]
[disponible en inglés], el cual es un regalo para usted. También
contamos con otros recursos en línea para ayudarlo a seguir la
vida que Dios le tiene preparada.
¡Felicitaciones por su nuevo comienzo en Cristo!
Esperamos saber de usted pronto.
SOBRE LA AUTORA

Joyce Meyer es una de las líderes y maestras bíblicas más


reconocidas del mundo. Su programa diario Disfrutando la
vida diaria, se transmite en cientos de canales de televisión y
estaciones de radio a nivel mundial.
Joyce ha escrito más de cien libros motivacionales. Entre
sus éxitos de ventas se encuentran La batalla es del Señor,
Conozca a Dios íntimamente, Controlando sus emociones,
Adicción a la aprobación, Cómo oír a Dios, Belleza en lugar
de cenizas y El campo de batalla de la mente.
Joyce realiza conferencias todo el año para miles de
personas en todo el mundo.
Joyce Meyer Ministries
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Joyce Meyer Ministries Suráfrica


P.O. Box 5 Cape Town 8000 South Africa
(27) 21-701-1056
NOTAS

1. “Trust”, Webster’s Dictionary 1828, edición en línea,


http://webstersdictionary1828.com/Dictionary/trust.
2. “Trust”, Merriam-Webster.com, www.merriam-
webster.com/dictionary/trust.
3. Dr. Erwin W. Lutzer, “WhoCanYouTrust?”, Moody
Church Media, 2002, www.moodymedia.org/articles/who-
can-you-trust/.
4. “Charles Dickens Quotes”, Goodreads,
www.goodreads.com/quotes/18876-no-one-is-useless-in-
this-world-who-lightens-the.
5. “John Bunyan Quotes”, Goodreads,
www.goodreads.com/quotes/41980-you-have-not-lived-
today-until-you-have-done-something.
6. “Saint Augustine Quotes”, BrainyQuote,
www.brainyquote.com/quotes/quotes/s/saintaugus108487.html.
7. Lee Strobel, “Why Does God Allow Tragedy and
Suffering?”, CT Pastors,
http://www.christianitytoday.com/pastors/2012/july-
online-only/doesgodallowtragedy.html.
8. “C. S. Lewis Quotes About Conscience”, A Z Quotes,
www.azquotes.com/author/8805-
C_S_Lewis/tag/conscience.
9. “Abraham Lincoln Quotes”, Goodreads,
www.goodreads.com/quotes/24046-the-best-thing-about-
the-future-is-that-it-comes.
10. “Charles Spurgeon Quotes” A Z Quotes,
www.azquotes.com/quote/1411293.
11. “Dietrich Bonhoeffer Quotes”, Goodreads,
www.goodreads.com/quotes/328974-judging-others-
makes-us-blind-whereas-love-is-illuminating-by.
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