Manfredo Tafuri - Entrevista
Manfredo Tafuri - Entrevista
Manfredo Tafuri - Entrevista
Manfredo Tafuri
La entrevista fue realizada en forma colectiva durante la única visita de Tafuri a Buenos Aires, en
julio‐agosto de 1981, por el grupo del Programa de Estudios Históricos de la Construcción del
Habitar, y luego publicada en la revista "Materiales" en marzo de 1983. Estaban presentes en la
entrevista y contribuyeron con la elaboración de las preguntas y luego de la desgrabación y edición
del reportaje: Fernando Aliata, Anahi Ballent, Mercedes Daguerre, Jorge F. Liernur, Jorge Mele,
Jorge Grin, Adriana Pérsico, Marcelo Gizzarelli, Pablo Pschepiurca, Jorge Sarquis y Alberto Varas.
El presente texto está basado en la reproducción que “BazarAmericano Arquitectura” realizó a
partir de fragmentos significativos de las intervenciones de Tafuri organizados de acuerdo a los
temas abordados a partir de las diferentes preguntas.
Sobre el trabajo histórico como interpretación de representaciones
Yo no querría que se interpretara el trabajo que yo hago y que muchos hacen en Venecia como algo
factible de ser etiquetado, como suelen hacer muchos simplificadores (a menudo de origen
anglosajón) mediante el rótulo vago, impreciso, de "crítica a la ideología". Hace ya mucho tiempo
que la ideología ‐por lo menos a mí‐ no me interesa. Trataré de explicarme. Generalmente damos al
término ideología una interpretación basada en Lukács ‐digamos, clásica‐ que es aquella de la falsa
conciencia. Ahora bien, si se habla de falsa conciencia intelectual, la pregunta es ¿y cuál es la
verdadera? El término falso implica su opuesto, la falsedad implica la verdad. En realidad, ser
profundamente nietzscheano supone estar profundamente convencido de la desaparición de
cualquier concepto de verdad, de modo que el concepto de ideología como falsa conciencia es una
contradicción en sus términos. Para eliminar este obstáculo podemos referirnos a otra cosa más
simple, y hablaremos entonces de representaciones. Estas sí que me interesan. Nosotros sabemos
que las sociedades han tenido necesidad de representaciones, pero éstas no siempre se han visto
satisfechas del mismo modo, no siempre han sido descriptas, arquitecturizadas, dibujadas, pintadas.
Muy a menudo las representaciones están escondidas dentro de más prácticas y forman un
substrato común a todos los individuos: el código intersubjetivo de una sociedad o de un grupo
social. Podemos entenderlos como lentes no necesariamente deformantes a través de las cuales se
ve la realidad. Un ejemplo simple lo proporciona "La flagelación de Cristo" de Piero della Francesca,
el cuadro que analizábamos ayer. Veíamos entonces algo que también fuera demostrado por
Panofsky, vale decir, que la perspectiva artificial con un solo punto de fuga no es para nada una
representación objetiva de lo real, sino una representación construida. Pero en el cuadro de Piero
yo quería demostrarles además que no se trata apenas de una representación racional, matemática
del espacio, como dice Panofsky, sino que se trata de una representación matemática racional de la
historia, que la racionalidad clásica se dispone sobre una línea, del mismo modo en que sólo una
línea se dispone sobre un plano, porque sólo una línea y un plano se pueden poner en perspectiva.
El espacio de Proust, en cambio, no se puede poner en perspectiva, porque avanza a los saltos,
hacia atrás y hacia adelante, porque es fragmentario, vale decir que no tiene la posibilidad de un
único punto de fuga, aceptando sólo infinitos puntos de fuga o ninguno. Pero los sistemas de
representación del mundo yacen fuera de nuestro control: son ellos los que se expresan a través de
nosotros, no somos nosotros quienes los hablamos. Esto significa que las representaciones son
siempre verdaderas construcciones de la realidad, lo cual presupone que la realidad no existe sino
en cuanto la construyamos.
Les daré otro ejemplo ya no de la representación del mundo, sino de representaciones más precisas.
En 1528 Benedetto Bordone dibuja un mapa de Venecia. En 1500, exactamente, Giacopo di Barbari
había producido su famosa vista a vuelo de pájaro de Venecia. Veámoslas juntas. El mapa de
Giacopo di Barbari fue el primer mapa perspectívico, muy preciso, en el que Venecia se ve con
mucha claridad. A ambos lados del mapa se ven dos dioses, Neptuno y Mercurio, y sobre el fondo
del dibujo un camino, que parte de Venecia hacia las montañas, en lo alto; se trata del camino que
va a Alemania. Ahora bien, a partir de restituciones perspectívicas se ha comprobado que la Venecia
que dibuja de Barbari no es la Venecia real, sino una Venecia muy alargada, lo que señala su interés
en mostrar, con muchos detalles, toda la zona que va de la desembocadura del Canal Grande en
Plaza San Marco hasta el Arsenal. El resto es extremadamente realista, es el fruto de un trabajo de
equipos de personas que han relevado y dibujado minuciosamente la ciudad.
Veamos qué tipo de representación hay aquí. Se puede comenzar por algunos detalles. Por ejemplo,
el mapa de Barbari muestra todos los defectos de la navegación en laguna, así que se ven muy claro
en el mapa los hombres que en el medio de la laguna están levantando una red. De este modo se
daba a entender que en ese sitio había un pozo. También nos muestra que las naves grandes y muy
pesadas no pueden entrar en el puerto, por lo que están atascadas afuera con el alto costo de
energía debido a que de la nave grande se debe trasbordar a una más pequeña, que es la única que
puede pasar entre las partes de la laguna, y recién después entrar al Canal. El mapa muestra todo
eso, todas las disfunciones de la navegación. Hasta hace poco este mapa era interpretado como una
acción de espionaje por parte de Alemania, porque el editor es un hombre de Munich, Antonio
Kolb.
Pero lo que es más importante de todo es que los dioses que él ha puesto en defensa de Venecia
sean el dios del comercio y el de la navegación. Esto lo hace en el 1500, es decir en un momento
muy preciso, cuando se está rompiendo la alianza con el emperador Maximiliano I, por lo tanto en
Venecia se está perfilando una guerra, que será para ella desastrosa, con el emperador del Sacro
Imperio Romano de Occidente. Aquel que en la representación está, en cambio, ligado a Venecia
(por el camino a Alemania). Esta es una guerra que parte del patriciado veneciano no quiere, a la
que se opone desde tiempos lejanos, desde los tiempos del dux Mocenigo, mientras que su sucesor,
Francisco Foscari, era más decididamente expansionista. Tenemos entonces una Venecia dividida en
dos, de una parte los "viejos" y de otra los "jóvenes". Los viejos son las viejas familias nobiliarias,
ligadas al comercio y que consideran al comercio sagrado; los jóvenes son los que están interesados
en la tierra y buscan la libertad de comprarlas y conquistarlas. Hasta se publicaba un famoso diario
del Friuli que demuestra esta oposición de las familias antiguas y comerciales a la guerra. Así existe,
durante todo el siglo, un partido de la paz contra un partido de la guerra. Y este mapa es la
representación exacta del destino comercial de Venecia que busca el partido de la paz. Venecia
tiene a Mercurio y a Neptuno que la defienden. Tiene defectos, porque hay sectores que piensan en
la guerra en vez que en la navegación. Y entonces el mapa muestra todos los defectos, como en una
especie de plan regulador a la inversa, donde se señala que está mal esto y aquello. Justamente, un
plano que indica las reformas a efectuar y proporciona incluso una dirección política: es necesario
aliarse con el emperador. En efecto, alrededor de 1506‐1507 una parte del patriciado quiere aliarse
con el emperador. Más aún, cuando Giorgione pinta sobre la tienda de los alemanes el famoso
desnudo, aquella mujer desnuda no es otra cosa que Venecia en forma de justicia, pero también de
paz, es la representación exacta del partido de los viejos que frente al emporio internacional de
Rialto le hace pintar a Giorgione un mensaje de paz. En cambio, cuando se hace la guerra y la
pierden, Tiziano pinta exactamente frente al cuadro de Giorgione la alternativa ideológica:
nuevamente Venecia es justicia, pero esta vez con la espada en la mano. Si ahora miramos el mapa
de 1528, de Benedetto Bardone, quedamos estupefactos. Es un mapa pequeño, sin la precisión del
de Giacopo de Barbari, donde se representa a Venecia pequeñísima. Pero lo que es importante es
que exactamente en la dársena de San Marcos se entrecruzan los ejes del mundo: Venecia
"umbelicus mundi". No basta, Venecia es colocada dentro de una especie de laguna elíptica, se la
representa en medio de un pozo de agua, como si estuviese en un lago casi geométrico. Salteo
muchas representaciones para mostrarles que representaciones de Venecia hay detrás de esto. Hay
una ideología clarísima: Venecia es el centro del mundo. Pero hay otra más interesante. Observen
que la ciudad está dentro de un lago regular. En 1526 Tomás Moro había publicado la primera
edición de la Utopía, y en la portada del volumen una ilustración mostraba la ciudad de México, la
ciudad Utopía, dibujada a la manera en que los primeros viajeros que regresaban de México
representaban Tenochtitlán, vale decir, en medio de un lago de agua dulce. Así, la lejanía mental de
la Utopía coincidía con la lejanía de un país perteneciente a la nueva tierra americana. Estamos en
el 1516. Doce años después del desastre de Agnatello, a un año de la primera paz del 17, a un año
de diferencia de la paz de Bologna. Venecia comienza entonces a representarse a sí misma dentro
de un lago, es decir, la isla de Utopía, es un lugar que no tiene necesidad de ser buscado en el libro
de Tomás Moro puesto que existe en la realidad, se llama Venecia. En el 1520, Gaspar Contarini,
que terminará siendo el amigo cardenal de Miguel Ángel, está cercano a Camandalese y construye
el mito político de Venecia, que no es república o monarquía, ni oligarquía, sino república,
monarquía y oligarquía simultáneamente como gobierno mixto. Así lo habían escrito Platón y
Aristóteles y así había confirmado Santo Tomás. Pero este gobierno mixto, que es monárquico en la
figura del Dux, republicano en la del Consejo Mayor, y oligárquico en la del Consejo de los Diez, es
como dirá también Giucciardini, gobierno atemperado. Es decir, cada forma de gobierno es
moderada por las otras. Por eso el mito de la armonía perfecta, de la armonía musical a la que se
vincula esta visión cosmogónica de Venecia. Pero esta representación, a su vez, incide sobre la
realidad: cuando hacia 1531 a Michele Sanmichele le sea encargado estudiar un sistema de
fortificaciones para la laguna de Venecia, él se remitirá ante todo a los historiadores venecianos de
geografía que hablan siempre de Venecia como ciudad sin murallas, la única ciudad en el mundo
que tiene el agua por muralla. Así, Sanmichele propondrá simplemente excavar alrededor, en forma
elíptica, como en el mapa de Bordone, un canal navegable. De este modo, el mapa de Bordone es
por una parte utopía, representación, y al mismo tiempo avant‐proyecto de aislamiento.
Como pueden ver, las diversas representaciones de ciudad, la mítica de Contarini, la perspectívica y
la cosmogónica, se unen a otras prácticas institucionales en un partido preciso que tiene una
política precisa. Puede entenderse entonces que la importancia de las representaciones está ligada
estrechamente a su capacidad de entrar en diálogo con las instituciones y modificarlas, vale decir, a
su capacidad de reforma. A menudo se suele decir que una representación del mundo es más débil,
más sintética, más simple que los procesos reales que acontecen. La representación sería de ese
modo un nuevo reflejo de las instituciones. Aunque hay quien sostiene lo contrario, por lo que
cabrá preguntarse, ¿es la institución o la representación quien existe "in primis"? Probablemente
ninguna de las dos. Por eso surge la necesidad de estudiar algo completamente diferente, algo que
ligue representaciones e instituciones y que nosotros llamamos estrategia. Las estrategias operan
en ausencia del sujeto, hablan aun sin que nadie haya planificado nada. Justamente porque no hay
un plan, existe la estrategia. La estrategia es algo extremadamente flexible, que puede entenderse
como un complejo de lenguas. Por ejemplo, el concepto de unidad en el Renacimiento. El concepto
de unidad forma parte de una estrategia, comprende tanto lo económico como lo político, lo
figurativo como lo mental. Pero también pueden encontrarse estrategias parciales, no sólo globales:
estrategias de la casa, estrategias del campo, estrategias de la locura, de la reclusión, de la prisión,
como las estudiadas por Foucault, estrategias de la suciedad o de la limpieza (importantes en el
700), de la sexualidad, etc. Dentro de estas prácticas que tienen que ver con la arquitectura, se
asignan tareas, pero que no tienen que ver con un cerebro pensante. Es sólo la lengua la que se
transforma sobre sí misma. Las lenguas de las estrategias, no las de la arquitectura, que se
transforman sobre sí mismas. Esto es lo que estamos estudiando nosotros.
Las representaciones y las prácticas de arquitectura: la crítica
Por eso el problema de los arquitectos no es construir esas representaciones, siempre que por
representaciones entendamos ese modo colectivo de entender la realidad. Arquitectos o no
arquitectos, queriéndolo o no, somos construidos apenas venimos al mundo, somos construidos y
construimos simultáneamente esas imágenes de la realidad. Ahora bien, existen movimientos que
pueden alterar las representaciones, pero no son subjetivos. Por ejemplo, la crítica. La crítica,
poniendo continuamente al desnudo las representaciones en tanto tales (observen que no digo el
crítico, sino la crítica), o sea un trabajo intersubjetivo, social, internacional. La crítica, decía, puede
introducir tantas dudas sobre las representaciones vigentes que puede forzar a hacer un esfuerzo
para ir adelante, puede forzar un salto. En cuanto a la relación entre esa actividad y el arquitecto, se
me ocurre una imagen: en un cuarto, en el que parecen no existir puertas ni ventanas, está el
arquitecto. Y en cierto momento la habitación comienza a inundarse. En esta acción consistiría la
operación de la crítica, absolutamente dispuesta a ahogar al arquitecto, no por maldad, sino para
que aquel señor descubra que la habitación no tiene paredes, ni pisos, ni techo. En otras palabras,
para que se dé cuenta de que la habitación no existe. Parece una imagen kafkiana, pero es real. Si
aquel personaje que está en el cuarto se obstina en creer que la habitación es verdadera, se
ahogará. Pero es probable que, desesperado, a último momento quizás, exclame: "pero esta
habitación no existe!" y así se salve. De este modo, obligado por el agua a tratar de salvarse o morir,
habrá inventado un nuevo espacio. Por supuesto que no me refiero a una persona. Se trata de un
trabajo larguísimo que no corresponde a la duración de nuestra vida. Aunque podemos ver,
mientras tanto, algunos efectos: por ejemplo, 10 o 15 años atrás ninguno se habría permitido tomar
la planta de San Pedro de Miguel Ángel y transformarla en una jardín. Si esto se realiza, es una
demostración de desesperación. Naturalmente, ante tales gestos el crítico frunce el ceño, puesto
que se trata de una desesperación inconsciente y, por ende, inútil. Pero esto ya demuestra una
duda tan grande sobre los instrumentos que el arquitecto tiene en la mano que genera, por lo
menos, un cierto optimismo sobre el trabajo hecho de 15 años al presente. Por supuesto que es
necesario continuar haciéndolo, pero eso demuestra que existe ya una perplejidad difundida en
todo el mundo que ponen en cuestión instrumentos construidos en los últimos 100 años. Esa
perplejidad corresponde a comenzar a abrir la puerta.
Los instrumentos de la crítica
En nuestro trabajo existe una fidelidad a aquellas tradiciones del pensamiento que Benjamin
hubiera llamado del pensamiento destructivo. Es mejor este término que el más usual, de "crítica
negativa", porque si el término "negativo" se usa solamente con su significado represivo o, si se me
perdona la tautología, negativo, entonces no nos interesa: no veo qué utilidad pueda tener una
crítica planteada así. En cambio, el concepto de "destrucción" que da Benjamin es más claro. Aquel
breve ensayo de Benjamin, "El carácter destructivo" es para mí fundamental, y es tan rico que
disolver sus metáforas me parece un delito. Bastaría con repetir lo que él dice: "cuando el espíritu
destructivo mira alrededor no ve nada positivo en torno de él. Pero justamente porque no ve nada
positivo, en todos lados ve caminos". Aceptando el espesor metafórico de este discurso, bastaría
recordar otra frase de Benjamin: "Es necesario talar el bosque con el hacha afliada de la razón". Esto
significa que tenemos frente a nosotros no caminos recorribles, sino un bosque, y que aquello que
hasta ahora parecía negativo es fruto de una destrucción, porque hay un hacha afilada, la de la
razón. Por lo tanto, ¿es esto negativo, es destructivo, es positivo? Dejemos suspendidos los
interrogantes, porque cerrarlos significa convertir el discurso en algo infantil. Pero este planteo
habla de la imposibilidad de la noción de método, porque no sé cómo se podría destruir con
método. Aldo Gargani, uno de los pensadores italianos más interesantes sobre la crisis del método,
la llama la tradición del pensamiento sin fundamentos. En suma, no se trata de algo que inventamos
hoy o ayer. La crítica al concepto de fundamento está ya en "El nacimiento de la tragedia" y ha sido
desarrollada en todo el arco de su vida por el que quizás sea el más grande filósofo que toma sus
orígenes en Nietzsche, Martin Heidegger. Toda su obra es una crítica del fundamento y por lo tanto,
una crítica del método. Es Nietzsche quien en "El nacimiento de la tragedia" individualiza como
enemigos actuales a Sócrates y Eurípides. A Sócrates por su filosofía, y a Eurípides por ser aquel que
ha destruido la tragedia griega, aquel que ha hecho imposible el pensamiento trágico y el concepto
de lo trágico. Es evidente que el filón completamente racionalizador es aquel que se hace cómplice,
digamos con Heidegger, de la edad de la técnica, y éste es precisamente el objetivo fundamental de
nuestra crítica. Por eso, más allá de sus juegos formales, si la arquitectura nos interesa es como
consecuencia de su rol en esta edad y en su episteme, en la que nos movemos. Entendiéndola de
este modo podremos dejar nuestra alma en paz y no decirnos continuamente: "hoy desperté a las
nueve de la mañana, entonces el mundo va hoy en esta dirección". Simplemente, si hoy me
desperté a las nueve significa que tal vez esté más descansado que ayer que me había despertado a
las ocho, y que entonces quizás hoy trabaje más. Dentro de cinco siglos, el episteme
contemporáneo puede ser otro. El concepto de una crítica que sirve para que un arquitecto en vez
de hacer los cuadrados de una manera los haga de otra, esa crítica no me interesa. Para eso llamen
a Zevi, o a Frampton, o a Scully, llamen a quien les parezca. Yo hago la historia. Mi deber con
respecto de la arquitectura consiste en entender la arquitectura como un pequeño fragmento de
los modos de conocimiento de lo real, y basta. Por lo tanto, qué cosa cambia mientras yo estoy vivo,
no importa en absoluto, porque el cambio que deseo, aquel que deseo profundamente, es tan
fuerte que espero que de Buenos Aires, de Roma, de Manhattan no quede absolutamente ni una
brizna sobre la faz de la tierra. Por lo tanto, como se quedarán en pie las ciudades del enemigo
mientras yo esté vivo, tengo el alma serena, tranquila y vivo como estoico y epicúreo. En tanto, sé
que mi trabajo, como el de tanta otra gente, tendrá consecuencias. Como no creo en la escatología
de un juicio universal, entonces estoy tranquilo. Hecha esta precisión, que sirve simplemente para
medir las escalas en las que nos movemos, podemos analizar entonces por qué ningún método.
Ningún método porque debemos accionar con astucia. Las representaciones ‐delirantes, en el
sentido de Freud‐ son producidas socialmente, esto es, son construidas. Esta es una construcción
social. Para construir la representación del mundo capitalista burgués se necesitaron alrededor de
nueve siglos. Ni veinte ni treinta años, nueve siglos. En nueve siglos, el capitalismo burgués ha
tenido fracasos, ha tenido derrotas, ha tenido momentos de drama profundo, y también tuvo
momentos de ascenso y expansión. No existen otros modelos frente a nosotros fuera de los que
esta cultura ha creado en nueve siglos. Esto debemos tenerlo bien presente. Entre los instrumentos
que aquella cultura ha forjado, que aquella cultura ha inventado, está la crítica, lo que significa
autocrítica, puesto que al comienzo servía para poder dirigir con mayor racionalidad sus propias
acciones. Pero esa misma crítica se ha dirigido después contra aquellos mismos que iniciaron el
proceso en su etapa de fundación. En consecuencia, esta crítica debe ser astuta. ¿Qué significa
astuta? Debe tomar en sus manos el fenómeno histórico que tiene de frente y atacarlo en todas las
formas que sea capaz, puesto que si lo ataca de una sola manera será una crítica académica, inútil.
El análisis de una obra debe ser capaz de combinar todos los métodos, iconología, filología,
iconografía, purovisibilismo, lecturas históricas sobre las diferencias entre las escuelas, biografía,
crítica sociológica, contextual, política. Pero lo importante es entender que ninguna funciona sola.
Tal es así, que cuando leemos un texto de Calvese, de Bettisti, del mismo Panofsky, que no logra
poner en relación su análisis iconológico con el lugar, con el momento, quedamos todos fastidiados.
Y es que la reconstrucción que se nos presenta es una reconstrucción que se conforma con hechos
fácilmente expresables. Si se los entrecruza, no todo se habrá dicho. Mucho puede dejarse abierto
para quien lee, para quien quiere continuar el análisis. Y esto se vincula a la influencia en nuestro
trabajo de los nuevos estudios relativos al psicoanálisis. No es tanto Lacan en sí mismo lo que nos
interesa, sino su contenido profundo en tanto retorno a al texto de Freud. Releyendo a Freud
hemos descubierto la extraordinaria validez que tienen para nuestro trabajo las ideas expuestas en
el "Lady Godiva" y especialmente en las dos últimas tesis, "Construcción en psicoanálisis" y "Análisis
terminable, análisis interminable", habiendo encontrado allí mucha afinidad con los principios que
veníamos siguiendo. Me refiero al concepto de un análisis que no se cierra, puesto que la
profundidad metafórica tanto del texto figurativo como del propio contexto histórico en el cual
aquel se coloca, precisamente por ser metafórica es interminable y no se extingue como cualquier
discurso, sino que cambia según las construcciones que lo sustentan. Sobre este punto quisiera
hacer algunas precisiones. La construcción histórica, como construcción crítica, implica una fuerte
arbitrariedad. Se presentan entonces dos problemas, el de los límites de esa arbitrariedad, y el de la
validez de las construcciones. Comencemos por el segundo: ¿sobre qué bases nosotros construimos?
Sobre una base productiva. Quien decide sobre la validez de nuestras construcciones es la
productividad de nuestra crítica. Por eso la pregunta sobre la influencia que puede tener una crítica
puntual sobre un objeto puntual es correcta e incorrecta. Correcta porque se plantea el problema
de la productividad, e incorrecta porque lo hace en un ámbito demasiado restringido. La
productividad de la crítica, la productividad de nuestras construcciones solamente puede ser
verificable a gran distancia; es decir, sobre largos períodos, no sobre tiempos breves. En este
sentido no es ciertamente el disenso o el consenso del público lo que nos interesa, sino la capacidad
que tengan las hipótesis que formulemos para provocar ciertas consecuencias, e incluso para
dibujar ciertas prefiguraciones. El tema de los límites de la arbitrariedad, por su lado, hace entrar
inmediatamente en juego la parte objetiva del trabajo histórico. Yo les propongo a mis estudiantes
que tomen algo simple para analizar, el Palazzo Sachetti, por ejemplo. En torno a la obra sería
necesario comenzar a estrechar redes cada vez más cerradas mediante datos absolutamente ciertos
con la idea de llevar hasta el límite la idea de objetivación. Palazzo Sachetti, ¿de quién es? ¿Para
quién es? ¿Cuántos han sido los pasajes de propiedad? Sabemos que el palacio no está hecho para
los Sachetti, sino que se trata de una operación de especulación edilicia llevada a cabo por Antonio
da Sangallo el joven, quien se había propuesto construir una casa con el objetivo de venderla.
Debemos pasar a través de los testimonios de Vasari advertir que él nos habla de una casa que tiene
muchos más locales comerciales que los que hoy existen. Haremos entonces un ensayo sobre la
mampostería para descubrir los locales de los que habla Vasari comprobar que fueron
originalmente construidos y luego desechados. Buscaremos en la sala de dibujo de los Ufizzi y luego
en el archivo Sachetti para descubrir que el palacio no era de ellos, sino que muerto Sangallo, la
familia lo cede a la familia Ricci y son ellos los que duplican su superficie, un trabajo que realiza
Nanni di Baciopigio, por lo que en definitiva el palacio no es de Sangallo. Se trata de en realidad de
un injerto: sobre una pequeña idea de Sangallo, una obra de Nanni di Baciopigio. El mismo Nanni di
Baciopigio que es rival de Miguel Ángel, aquel que disputa con Miguel Ángel el encargo de San
Pedro, quien construye la Loggia sobre el Tevere, luego recibida por la familia Sachetti (incluso es
posible que en el patio haya contribuido con lo que sería su opera prima Pietro da Cortona). Una vez
hecho esto, puede indagarse todavía cuánto costó. Pero entonces deberemos prestar atención a
cómo procede la especulación en Roma, al porqué de las variaciones en el precio de estos locales en
diferentes años y de este modo se confirma la importancia de la zona (Sangallo, que es toscano, se
instala en aquella zona fiorentina para poder tener así una relación con la parroquia de San
Giovanni dei Fiorentini), al tiempo que se detecta una serie pasajes de propiedad y de enfiteusis
(que era entonces la forma del alquiler), que también demuestran la calidad y la cantidad de la
especulación. Todo esto demuestra que un arquitecto vivía más de la especulación edilicia que de
un salario. Llegado a ese punto, habré alcanzado un límite. Como pueden ver, luego de estrechar
cada una de estas redes en torno al objeto, a la interpretación le queda un círculo pequeño, muy
pequeño. Y comprimido. Parecería que no tengo libertad, y sin embargo dentro de este pedacito
que me ha quedado, mi libertad es máxima. Me ha quedado una superficie diminuta de máxima
libertad. Ahora bien, cuanto más tienda a cero la superficie de este último círculo, significa que
aquella obra habla solamente a través de los datos que he recolectado. Quiere decir que el palacio
es solamente obra de la especulación, que es la puesta en lenguaje de las condiciones edilicias de
una época, de una determinada estrategia. Pero veamos otros límites que pueden condicionar
nuestra construcción. Tomemos una obra de Miguel Ángel: San Giovanni dei Fiorentini. Los dibujos
que realiza para esa obra son seis, dibujados entre 1558 y 1562, unos años de grandes luchas para
Miguel Ángel. Primero con Paolo IV y luego con Pío IV, a pesar de lo cual él sigue siendo de todos
modos arquitecto de San Pedro. Puedo también estrechar tramas en torno a San Giovanni dei
Forentini, pero la obra es muy metafórica y por lo tanto me queda mucho por decir. ¿Cómo hago
para no dispersarme? ¿Cuáles son los criterios que tengo para verificar mis interpretaciones?
Comenzar a tejer todos los datos que tengo a mi disposición, antes, después, atrás, adelante, sobre
varios planos, y qué encuentro (no solamente en el último proyecto de Miguel Ángel, sino también
en los anteriores): una fuertísima tendencia paleocristiana, un retorno a una arquitectura de los
orígenes cristianos y por lo tanto una tendencia antiarqueológica (lo que no significa anticlásica).
Debemos inmediatamente hacer un excursus en este punto sobre la religiosidad de Miguel Ángel.
Debo recabar todos los datos necesarios para esto, y comenzar a enlazarlos; debo saber quiénes
son sus amigos, saber que él forma parte, primero, del círculo de Savonarola, para después
pertenecer al ambiente del círculo de los Teatinos de Viterbo; debo tener presente todas las
polémicas sobre los desnudos del "Juicio universal", entender cómo se ubica Miguel Ángel respecto
a la Contrarreforma, respecto a Paolo IV, que introduce la inquisición; advertir cuáles son las
contradicciones entre el círculo de religiosos de Viterbo y Miguel Agel; avanzar aun más y
preguntarme por qué Miguel Ángel, a punto de morir, rechazó los sacramentos, aunque pidió el
crucifijo; etc., etc. Simultáneamente debo colocarlo en serie con las otras obras religiosas, porque
esta tendencia que aparece de improviso en San Giovanni dei Fiorentini se manifiesta también más
adelante en la refacción de las Termas de Diocleciano y en Santa Maria degli Ángelli. Pero entonces
me debo plantear el gran problema del significado de San Pedro. Comprenderé de este modo que
puedo entenderlo en relación con San Giovanni solamente si examino el proceso paralelo de
construcción, desde 1508 en adelante, de ambas iglesias, comprobando que están continuamente
relacionadas: cuando una es de panta central, la otra también lo es cuando se modifica una según
una planta longitudinal, la otra también. Es que San Pedro y San Giovanni son los símbolos de la
alianza Firenze‐Roma. Pero no solamente expresan esa alianza, está también el hecho de que
Miguel Ángel, quien debe llevar adelante ambas obras, expresa en San Giovanni lo que no puede
hacer en San Pedro: su oposición total a la simbología pietrana, que significaba la reivindicación, por
parte del Papa, del poder terreno. De este modo, aquello que nosotros hemos creído que era
Miguel Ángel en el ático, es en realidad Piero Ligorio, o sea una broma atroz hecha a Miguel Ángel.
Una broma que se ha descubierto en los últimos años y cuya importancia se advierte solo por
intermedio de San Giovanni. En realidad, el ático de Miguel Ángel se presentaba completamente
desnudo, es decir que entre la cúpula y todo el murallón absidal había un muro completamente
blanco, enorme, con grandes ventanales de efecto perspectívico que pueden verse en un grabado.
Ahora bien, esta separación tan violenta hubiera provocado una serie de problemas a la unidad del
edificio, la unidad hubiese saltado por los aires. Pero, además, ese ático intermedio hubiera
producido una polémica increíble y su hubiera espejado en la gran cúpula, blanca también ella, sin
relieves arquitectónicos, que se veía desde la vecina orilla al otro lado del Tíber. Es así que la
interpretación de una obra se apoya y se confronta con este arco múltiple de relaciones adelante y
atrás, de tal modo que las obras son solamente algo aleatorio que forma parte de esta red, a tal
punto que el análisis de la obra debiera en cierto momento diluirse en esta red de relaciones, una
red tan múltiple que es la que constituye en realidad al verdadero sujeto.
Sobre la crítica operativa
Ya hace más de diez años escribí contra la crítica operativa en "Teorías e historia de arquitectura", y
sigo pensando lo mismo. Más hoy, con los nuevos elementos que han aparecido. En "Teorías e
historia..." era la primera vez que alguien atacaba dicha cuestión. Ahora estoy tan convencido que
no creo que merezca la pena atacarla, porque creo que murió sola. También aquí aparece un
criterio de productividad. De cualquier modo, la mitología de la llamada crítica operativa no tiene
ninguna influencia y por otra parte no la ha tenido jamás. Sólo que ahora no la llamo más operativa,
sino normativa, por cuanto pienso que esta crítica en realidad pretende dar normas de
comportamiento. Veamos entonces cómo la crítica, aun cuando no lo quiera, es operativa. Pero
atención, sería miope pensar en una crítica que absuelva sus responsabilidades influenciando lo que
hará al día siguiente una particular categoría de operadores. Dicho de otro modo, ¿por qué razón
piensan ustedes que yo hablo desde hace tiempo de un entrecruzarse de historias en plural y no de
"una" historia de la arquitectura? ¿Por qué nos ocupamos continuamente de tantas
manifestaciones de trabajos diversos evitando escindir pintura, escultura, música, arquitectura, bajo
relieve, trabajo manual, trabajo del capataz, etc.? ¿Por qué nos interesan además las condiciones
del trabajo y la especulación? Hemos visto antes hablando de Antonio da Sangallo que si bien es
importante la presencia de Nanni di Baciopiglio, en el fondo lo que contaba en aquel caso era una
operación especulativa. ¿Por qué nos interesan estos temas? Porque nosotros como historiadores
tenemos un deber más importante que cualquier otro: tenemos que golpear, cuestionar, descubrir
la trama de la división del trabajo. Allí donde en cambio el arquitecto, por estar dentro, no lo puede
hacer y debe dar por descontada la división del trabajo. Les doy un ejemplo: ¿quién ha dicho que es
el arquitecto el que construye? ¿Ustedes piensa que en toda cultura, en todo lugar, en toda época,
han existido siempre arquitectos? No. Ya en "Teorías e historia..." he demostrado que en la
Inglaterra de 1500 los arquitectos no existían, y me parece que también allí demostraba que el
término "architect" se emplea por primera vez en el 1563, si no me equivoco, por John Shute ("The
First and Chief Grounds of Architectura") que trae el término de Italia. Sin embargo, sólo muchos
años después, en Iñigo Jones la palabra adquiere una figura real. Y esta figura adquiere existencia
real sólo entonces porque, sólo entonces, con la reina, existe la necesidad de este tipo de operador,
que por más de tres siglos no había existido. Y si nos dirigimos a las culturas orientales, la cuestión
de la figura del arquitecto es todavía más complicada. En el Japón, por ejemplo, en el 1500, el 1600
y el 1700 el arquitecto del templo no existía, como tampoco existía la palabra arquitectura. Existen
sí dos maneras de designar los problemas del construir a través de dos actividades: por medio de
una se indica la tarea de conseguir fondos necesarios, por medio de la otra se refiere a la actividad
de quien diseña el jardín, algo mucho más importante que el templo mismo. Se valoriza así el vacío
sobre el lleno, y ese vacío no es diseñado por arquitectos, sino por pintores o maestros de la
ceremonia del té, sacerdotes, mediante una operación no figurativa, sino sagrada. Y lo que se
expresa en el diseño no son conceptos intelectuales, sino una actitud del individuo ante el cosmos.
Y como estos hay muchísimos ejemplos más. Recuerden solamente cómo se hacía una catedral
románica: no se usaban modelos, ni tipos, todo se basaba en el uso de cuerdas. Había por lo menos
tres cuadrillas, que trabajaban en forma y tiempo diversos. Comenzaban los que hacían las
fundaciones. Para ello, el obispo fijaba en el terreno la medida del ancho de la nave central, y a
partir de allí, mediante una serie de triangulaciones, clavando estacas aquí y allá, se iban
determinando las medidas de las naves y la colocación de los pilares, mediante el uso de cuerdas
anudadas marcando unidades. Venían luego los que levantaban los muros, quienes usaban de sus
propias cuerdas y medidas y aplicaban a un dato prexistente ‐las bases‐ sus propios procedimientos.
Y por último llegaban los que trabajaban los capiteles y los demás detalles, también con sus propias
cuerdas, medidas y criterios. Como pueden ver, en este sistema no existe arquitectura, en el sentido
de una idea unitaria de proyecto y alguien que la garantiza durante toda la obra. Aquí nada de eso
existe, a pesar de lo cual la obra sigue adelante, a veces durante varios siglos. Esto significa que no
había una división del trabajo como aquella que luego se iniciará en Florencia hacia el 1200‐1300.
Por eso es un hecho inédito que Florencia contrate a Arnolfo di Cambio para hacer sus
fortificaciones, y tan novedoso es el hecho que será como tal registrado. De aquí que el primer
deber del historiador no es andar fastidiando al arquitecto porque éste hizo un ángulo agudo en vez
de un ángulo recto, porque hace proyectos como Aldo Rossi o porque no los hace... El primer deber
es oponerse a la división del trabajo, una división que corresponde a un modo específico de
producción como el capitalista. Y no se trata de proponer otro modelo, una tarea que corresponde
a la sociedad entera determinar. Pero la labor de destrucción es imprescindible, y entre quienes
contribuyen a la destrucción de esta opresiva construcción del mundo está también el historiador
que hace su pequeño trabajo. Un trabajo que no es demiúrgico, decisivo, fundamental, pero... Es
interesante que esta pregunta sobre la productividad de la crítica es bastante frecuente, incluso
hace muy poco se le planteó a Foucault, durante un seminario sobre sus ideas en el que participaba
un conjunto de historiadores políticos italianos y franceses. Alguien le preguntó a Foucault algo muy
similar a lo que veíamos aquí pero sobre las prácticas carcelarias: "su análisis es todo negativo, le
decía, sabemos ahora cómo comienzan las prácticas carcelarias, qué significan, cuáles son sus
conexiones institucionales, pero aquellos que trabajan en las cárceles viven en un gran desasosiego
por lo que usted plantea, pues no saben cómo salir del impasse". La respuesta de Foucault fue
hermosísima. Les dijo: "Bien, pero atención, yo no soy un legislador ni sustituyo a siglos de
encarcelamiento. Mi deber es simplemente colocar, a los operadores carcelarios en posición
incómoda, desagradable, y lograr que ese desagrado abarque la máxima extensión posible. No es mi
misión inventar alternativas, lo que sería un proyecto de tablero, una utopía y de las más banales. Lo
que yo hago no es poner en cuestión tal o cual modelo de cárcel, sino el propio concepto de delito,
demostrando que ha sido históricamente inventado". Yo trato de hacer algo similar en lo que se
refiere a la arquitectura. Mi objetivo es poner en crisis a los operadores en su condición misma,
demostrándoles que son hablados por una lengua, históricamente inventada y determinada, que se
llama arquitectura. Recuerden siempre que Cluny fue hecha sin arquitectos, que las "Mansion
houses" elizabethianas también fueron hechas sin arquitectos, y que todo el Oriente, quince siglos
de historia de los lugares en que habitan y habitaron centenares de millones de personas fueron
hechos sin arquitectos y sin arquitectura. No digo que esto sea mejor o peor, simplemente digo que
es así. Quisiera ahora hacerles ver algo respecto de la crítica normativa y la crítica operativa. Tiene
que ver con lo que antes se planteó acerca de la relación entre psicoanálisis e historia. El
psicoanalista no nos dice lo que debemos hacer, simplemente analiza nuestras reacciones buscando
aquellos trozos del pasado que pesan sobre el presente. El analista histórico (y no casualmente a
nuestro centro de investigación lo hemos llamado Departamento de análisis crítico e histórico) hace
exactamente lo mismo. No le dice a la arquitectura aquello que debe o no ser o hacer, analiza
también simplemente aquellos trozos del pasado que vuelven como pesadilla al sujeto. Lo del
psicoanalista no es un mero ejemplo, la afinidad es realmente profunda. Franco Rella, un
importante filósofo italiano joven que trabaja con nosotros en Venecia, ha mostrado la profunda
unidad estratégica entre el análisis histórico y el análisis terapéutico. Y uso el término "estrategia"
puesio que creo que se lo debe sustituir al de metodología, ya que el enemigo no despliega ante
nosotros solo un método, sino, precisamente, complejas estrategias de poder. Si nosotros usamos
"método", estaremos empleando un arma simple que no basta para enfrentar la compleja y plural
formación que estamos atacando. Como el psicoanálisis, que debe ser continuamente cambiante.
La elección de los temas Pienso que con frecuencia un historiador comienza su trabajo por
determinado motivo y luego lo continúa por motivos bien diversos. Si uno tuviese que responder a
interrogantes como ¿cómo se comienza?, ¿por qué analizar aquel sujeto o aquella obra?, debería
hacer grandes distinciones. Eric Auerbach decía a sus alumnos en las lecciones universitarias que
sirvieron de base a sus principales libros: "Queridos amigos, ¿quieren saber cómo he encontrado a
Dante o cómo he encontrado a Shakespeare? Me gustaban muchísimo". ES fácil advertir que de
este modo Auerbach insistía sobre la irracionalidad total de la elección inicial. Pero vaya uno a saber
qué cosas emergen después. Partamos entonces, por ejemplo, de mi estudio sobre el rascacielos. Al
principio, cuando me propuse ir a los Estados Unidos mi intención era estudiar el rascacielos por las
razones que recién recordaba Pancho Liernur (porque era la empresa edilicia más grande y la
inversión más concentrada que ha producido el sistema capitalista en la ciudad, y porque desde el
punto simbólico es una operación significativa de la cultura norteamericana y, en su reproducción,
genera una ciudad tan peculiar como Nueva York). De este modo, lo primero que produje como
fruto de los dos primeros viajes a los Estados Unidos fue aquel capítulo de "La ciudad americana":
"La montaña desencantada". Pero allí ya había una deformación; o sea, yo entendí que el problema
no era el del rascacielos como tal, sino otro, y que referirme al rascacielos permitiría descubrirlo.
Por eso hice una historia del rascacielos perversa. Un especialista en historia del rascacielos podría
comprobar que mi ensayo es perverso, porque en vez de partir de allí donde el desarrollo se inicia,
lo hago después del punto máximo, cuando el rascacielos ya está en crisis. O sea, comienzo con el
Woolworth Building, y estamos justamente en el borde de la crisis total. ¿Por qué? Porque a mí me
interesaba demostrar otra cosa: que para aquello que se refiere a la metrópolis, el New Deal de
Roosevelt se llama Mr. John Rockefeller. Habiendo entendido esto, que es mucho más importante
que los símbolos, el problema histórico, la estrategia para la metrópolis terminaba siendo el
Rockefeller Center, un complejo cuya organización implica una división del trabajo, una
organización completa de las responsabilidades, una particular función del equipo de arquitectura,
todo lo cual era tan diferente de lo hecho hasta entonces, que después quedó casi sin continuidad
(tan único, porque tienen necesidad de la Depresión para poder existir). Habiendo continuado el
estudio del rascacielos en un capítulo de "La esfera y el laberinto", propuse una interpretación
completamente distinta; es decir, entonces me interesó cómo se había llegado a la Depresión
también a través del sistema rascacielos. Buscaba mostrar, en primer lugar, que mientras en otros
sitios la expresión folk era la choza, en Estados Unidos es el rascacielos, y lo he demostrado
filológicamente a través del texto de Francisco Mujica, etc. Por otra parte, me intersaba demostrar
la influencia del espectáculo de Broadway, mostrando al rascacielos como un Broadway invertido.
La calle 40 como Broadway invertido que vuelve a entrar en el cine y sale nuevamente. Por lo cual
se produce el intento de transformación de la "fiction" en realidad inmediata, con todo lo que en
ello subyace. Allí el protagonista es otro, el arquitecto Ely J. Kahn, que es, por una parte, un gran
coleccionista de cerámica persa, lo que refleja inmediatamente en la decoración de sus rascacielos,
mientras que por otra parte es el único profesional de Nueva York que tiene un archivo económico,
con los datos de todas las áreas de la ciudad, lo que le permite ofrecer al cliente que lo visita un
servicio completo, aconsejándolo en principio sobre el rendimiento económico de cada posible
localización. De este modo, el producto era un círculo completo, por cuanto la parte cultural y la
parte científicamente especulativa estaban dentro del mismo estudio de arquitectura. Esta unidad
es lo que se escinde en el Rockefeller Center. Pero sin encontrar este personaje para luego
estudiarlo filológicamente, no hubiese jamás entendido esto, del mismo modo que sin estuidar a
Mujica no hubiese jamás entendido el carácter folk, aquello que para Hitler estaba dado por los
monumentos a Bismarck donde se hacían las grandes manifestaciones, y que en los Estados Unidos
será la calle 40 de los años del gran boom, los años 20. Mujica afirma rotundamente que el
rascacielos es la única forma exclusiva y auténticamente americana. Para ello, busca sus
antecedentes en los templos mayas y precolombinos, sosteniendo que así como los españoles han
destruido esas civilizaciones, será el capitalismo, con su alma también netamente americana, quien
habrá de reconstruirlas, proceso del cual el rascacielos es una avanzada. Es sin duda una
construcción perfecta; un poco ingenua, es cierto, pero casi hermosa. He aquí una representación
en pequeña escala que ha funcionado muy bien. Basta pensar qué justificación sofística, complicada
y al mismo tiempo muy americana, había detrás de estas formulaciones.
Ahora bien, en términos generales yo pienso que los temas habrán de elegirse allí donde uno intuye
que existe un nudo que no es exclusivamente arquitectónico. Por ejemplo: estudiar a Miguel Ángel
significa seguramente estudiar un caso relativo a la autonomía del intelectual, un caso de
entrelazamiento con todos los temas de la reforma protestante, de la contrarreforma, de los
círculos relativos a la libertad de conciencia. O sea, estudiar a Miguel Ángel implica abordar el gran
problema religioso del 1500. Para eso habrá que estudiar las técnicas de represión y también la
independencia del artista con respecto a esa represión, puesto que se trata de un verdadero
contrapoder intelectual. No debemos olvidar que al Juicio Universal se lo condena apenas se lo
descubre, en 1541, y que Miguel Ángel logra mantenerlo inalterado hasta su muerte. Tan es así, que
la congregación que se realiza en el 1563, el año de su muerte, necesitará sacar por lo menos a
Santa Caterina y cubrir alguna figura, cosa que ocurrirá pero después de la muerte de Miguel Ángel.
En efecto, él muere y en 1564 el cardenal Da Volteria mutila la Santa Caterina. Esto muestra la
fuerza que tenía todavía ese hombre. ¿Pero a qué precio existe esa fuerza? Lo que sucede es que la
fuerza de Miguel Ángel es inversamente proporcional a la falta de fuerza de una masa de artistas.
De modo que si se diviniza a Miguel Ángel, al punto que puede hacer lo que quiere en cuanto es
divino, esto significa que todos los demás pintores y arquitectos son una masa de maniobra que
deberá tener perfectamente clara la diferencia. Dios hay uno solo. Y recordemos que hasta a nivel
internacional existe este culto de Miguel Ángel en vida. En el mundo contemporáneo se presentan
los mismos tipos de problemas y también pueden entenderse los nudos en los que se entrecruzan
tantas historias: historias económicas, políticas, religiosas, aquellas estratégicas, aquellas de
pequeñas especulaciones, de alta cultura, etc., etc. El problema es dónde se entrecruzan, dónde
crean problemas juntas. ¡En Argelia, Le Corbusier "es" problema! Basta pensar que sin los grupos
fascistas que lo sostienen, sin la ideología de los grupos del sindicalismo anárquico y revolucionario
no se hubiera hecho el proyecto de Argelia. Esos temas son como una habitación en la cual se
suman súbitamente cien ecos, de los cuales uno seguramente es más fuerte y da nombre a la
habitación: por ejemplo, "Le Corbusier en Argelia", pero en verdad el problema es otro, más amplio
y complejo que aquello que le da el nombre.
El Gran Juego de Le Corbusier
[Frente a una pregunta sobre por qué la obra de Alvar Aalto ocupa muy poco espacio en sus escritos]
Yo creo que el más grande "form‐giver" de la historia es Le Corbusier, no Aalto. Aalto es demasiado
tranquilizador, no plantea problemas, su representación del mundo es una representación en la que
todo funciona bien... Efectivamente él realiza un juego de lenguaje, pero el suyo es un juego de...
bromistas. Cuando Le Corbusier juega en cambio, practica un Gran Juego, tan grande que llega al
límite de superar nuestra completa civilización, porque está tan dentro del juego ‐en Ronchamps,
en Chandigarh, por ejemplo‐, porque está tan en el punto de superar todo lo que ha sido hecho
hasta ahora, que entonces crea formas tan simples, en espera, suspendidas, formas a las que hace
entrar en coloquio con el Himalaya, con el silencio. También en Le Corbusier están la ausencia y el
silencio, pero de una manera diferente que en Mies van der Rohe: fuera de la ciudad, más allá.
¿Recuerdan a Zaratustra frente a la ciudad? Le Corbusier también la ha sobrepasado, la ha dejado
atrás, lejos, en las manos de Maxwell Fry, Pierre Jeanneret, mientras él se ha colocado más allá, en
el Himalaya. Doy por descontado que no confundiremos el juego con los juguetes. Wittgenstein nos
recuerda qué cosa significa originariamente juego, el famosos "coup de dés" del que hablan los
surrealistas, que no es otra cosa que un recuerdo del juego de dados de los dioses griegos, el juego
en que se apuesta sobre el destino de los hombres determinando la total aleatoriedad de su
existencia. de esta casualidad de la existencia da cuenta Wittgenstein en la primera parte del
"Tractatus", cuando sostiene que el mundo es todo aquello que acaece, lo que significa que el
mundo está puesto porque sí, que está fundado en la casualidad. Ahora bien, cuando Wittgenstein
habla de juego, habla de un "coup de dés" que no puede seguir jugándose hasta el infinito, como
Alvar Aalto, sino que lo que debe buscar lograr es, por su sola movida, cambiar el juego. Cambiar las
reglas del juego con una sola movida: esta es una operación de grandes estrategas, una operación
que, como pueden ver, no puede suceder de hoy para mañana en el estudio de un arquitecto. Es
una metáfora general sobre un deber que no puede ser subjetivamente experimentado.
¿Comprenden por qué me parece inútilmente reposado, inútilmente tranquilizador el juego de
Aalto? De este tipo de jugadores prefiero a Carlo Scarpa o a Frank Lloyd Wright, porque el juego de
ellos es más problemático, más ansioso, más abierto, mientras que Aalto está siempre cerrado
sobre sí mismo. Ronchamps es una demostración del juego de Le Corbusier. No sé si han advertido
que Ronchamps es la metáfora del Partenón. Su planta está perfectamente planificada sobre la
Acrópolis de Atenas. Noten la colocación del acceso, noten cómo ha puesto el edificio bajo la
recepción exactamente en la posición que respecto del acceso y del Partenón tiene el Erection. El
acceso coincide con la colocación de los propileos repitiéndose incluso el mismo largo recorrido en
el que no se ve nada hasta que súbitamente aparecen los propileos para después verse girado el
templo de Atenea, del mismo modo que girado en Ronchamps se descubre el cuerpo de la capilla.
Claro que todo esto es irreconocible a primera vista, sin embargo para Le Corbusier es ése el
significado de esos tres fragmentos, y lo dice claramente cuando habla de las formas que pueden
escuchar otras formas y resonar con ellas: "arquitectura acústica"; formas que "escuchan y emiten".
Esto tiene un significado muy preciso de algo que no da más fé, pero que escucha, y aquel que
escucha es alguien que está esperando. Exactamente como en el templo de Atenea, que es índice
de una forma completamente terminada que está oponiéndose a aquello de que hablamos la otra
noche: está oponiéndose a lo indefinido, que es negatividad. Esto es el "apeiron" de Aristóteles.
Pero puede transitarse en forma diversa este único modo de relacionarse con el infinito aceptado
por nuestra cultura: penetrando en la forma finita y disgregándola. ¿Cómo? Dando un golpe brusco
y haciendo un salto súbito hacia atrás. Así aparece una serie de formas arcaicas basadas en el
megaron. Y por eso podrá verse en Ronchamps que los muros se oponen siempre de a dos, e
incluso la cubierta está separada de manera de parecer que está volando. La referencia a lo arcaico
total, algo que expresa una no linearidad del tiempo mediante la posibilidad de vregresar al más
remoto pasado. La oreja no escucha entonces sólo a la naturaleza; escucha ese pasado, y
haciéndolo proyecta su fragmento en el futuro. Esto es un formidable "coup de dés" jugado con la
civilización entera. Esto es el Gran Juego. El de Aalto, en cambio, es un... juguete.
Precisamente, en estos años de Ronchamps y Chandigarh, Le Corbusier toma el "Así hablaba
Zaratustra" y dice: "Hace cincuenta años que no tomaba en mis manos este libro, pero toda mi obra
ha sido influenciada por Nietzsche. He decidido retomar de nuevo este libro y anotar cada página".
Por eso el libro contiene unas anotaciones estupendas que explican el espesor de la obra de Le
Corbusier.
La historia en la arquitectura
Cuando el arquitecto hace arquitectura, él también hace historia. Pero no recordando algo del
pasado, sino construyendo algo completamente nuevo. Como es evidente, yo no puedo soportar
eclecticismos de moda, pero cuando esos eclecticismos los hace James Stirling, me parecen muy
bien. En el sentido que, por otra parte, también Borromini los hacía. ¿Por qué me parecen muy bien?
Por el hecho de haber superado una censura. recuerdo cuando enseñaba en Milán, hace ya muchos
años, como suplente de Rogers. Cuando me llevaba a ver la Milán neoclásica, pero la neoclásica de
los años 20 y 30, no del 800, Rogers me decía: "ves, esta arquitectura me parece estupenda, pero
no lo puedo decir porque si no los jóvenes se arruinan". Hoy en cambio se puede decir. ¿A qué se
debe? Se debe también a que los arquitectos han roto ciertas censuras, que han roto un sistema de
terrorismo por el cual un arco y una columna eran reaccionarias. Pero atención, estos arquitectos
no son Charles Moore ni Robert Venturi. Es justamente Le Corbusier aquel que nos lo ha mostrado.
¿Quién es el que ha hecho por primera vez columnas y arcos? Es él: en Chandigarh está todo eso, no
falta nada; no hay capiteles, pero de todos modos no hay necesidad de citas literales, ¿no? Más allá
de las polémicas, en aquel caso Le Corbusier recuerda historia, da una enseñanza histórica. Esto es,
me enseña a mirar otras cosas que antes no hubiese jamás mirado. Me enseña a mirar la
arquitectura de la India. ¿Cuándo hubiese ido yo a fotografiar el observatorio de Jantar Mantar si no
hubiese existido Le Corbusier, por ejemplo?