Alegora del patrimonio Monumento y monumento histrico Franoise Choay

Fuente: Choay, Franoise. Alegora del patrimonio Gustavo Gili, Barcelona, 2007.

Patrimonio. Esta palabra, bella y muy antigua, estaba, en su origen, ligada a las estructuras familiares, econmicas y jurdicas de una sociedad estable, enraizada en el espacio y en el tiempo. Recualificada por diversos adjetivos (gentico, natural, histrico...), que han hecho de ella un concepto nmade, sigue hoy en da una trayectoria diversa y clamorosa. Patrimonio histrico. La expresin designa un fondo destinado al disfrute de una comunidad ampliada a las dimensiones planetarias, y constituido por la acumulacin continua de una diversidad de piezas vinculadas por su comn pertenencia al pasado: objetos y obras maestras de las bellas artes y de las artes aplicadas, trabajos y productos de todos los saberes y habilidades del ser humano. En nuestra sociedad errante -que no cesa en su transformacin de la dependencia del presente- patrimonio histrico se ha convertido en una de las palabras clave de la tribu meditica. Hace referencia a una institucin y a una mentalidad. Monumentos histricos. El culto rendido hoy en da al patrimonio histrico es el factor revelador, desatendido y sin embargo esplendoroso, de una condicin de la sociedad y de las cuestiones que la forman. Es con esta perspectiva como se aborda aqu el tema. Entre el fondo inmenso y heterogneo del patrimonio histrico, he elegido como categora ejemplar el que atae ms directamente al escenario en el que se desarrolla nuestra vida: el patrimonio construido. Antao se hablaba de los monumentos histricos, pero ambos trminos ya no son sinnimos. Desde los aos sesenta, los monumentos histricos ya no constituyen ms que parte de una herencia que no cesa de aumentar debido a la incorporacin de nuevos tipos de bienes y a la ampliacin del marco cronolgico y de las reas geogrficas donde se inscriben. En el momento de la creacin en Francia de la primera Comisin para los Monumentos Histricos, en 1837, las tres grandes categoras establecidas eran los restos de la Antiguedad, los edificios religiosos de la Edad Media y algunos castillos. Inmediatamente despus de la Segunda Guerra Mundial, el nmero de bienes inventariados se haba multiplicado por diez, pero su naturaleza no haba cambiado: corresponda esencialmente a la arqueologa y a la historia de la arquitectura culta. Desde entonces se han ido incorporando todas las formas del arte de construir, cultas y populares, urbanas y rurales, y todas las categoras de edificios, pblicos y privados, de lujo y funcionales, y hasta industriales. As pues, la esfera patrimonial ya no se reduce a los edificios individuales, sino que a partir de ese momento incluye tambin los conjuntos construidos: manzanas y barrios, pueblos y ciudades enteras.

Hasta los aos sesenta, el marco cronolgico en el que se inscriban los monumentos histricos era, como hoy en da, casi ilimitado hacia el pasado, y en esto coincida con el de la investigacin arqueolgica. No obstante, los franceses destruyeron Les Halles de Baltard en 1970, y los belgas la Maison du Peuple (1896), la obra maestra de Horta, en 1968. Hoy en da, la arquitectura haussmaniana y el modernismo han hecho su entrada en el terreno patrimonial, cuyas puertas se han abierto igualmente a los edificios del siglo XX. Los criterios de seleccin de estos ltimos, sin embargo, no dejan de presentar problemas, ya se trate de la innovacin tipolgica o estilstica, o de la calidad esttica o constructiva. Recordemos a ttulo simblico que en Francia once edificios de Le Corbusier estn catalogados y catorce inscritos en el Inventario Suplementario. Las mltiples campaas de restauracin de la Villa Saboya han costado ms que la restauracin de muchos monumentos medievales. As pues, la nocin de monumento histrico y las prcticas de conservacin asociadas a ella se han expandido fuera de Europa, que fue su lugar de nacimiento y su territorio exclusivo durante mucho tiempo. Cierto es que en la dcada de 1870 se asisti, dentro del marco de la apertura Meiji, a la discreta entrada del monumento histrico en Japn. Para este pas -que haba prolongado la vida de sus tradiciones hasta el presente, que no conoca otra historia que la dinstica, que no conceba arte antiguo ni moderno que no estuviera vivo, que no conservaba sus monumentos sino que los mantena siempre nuevos mediante la reconstruccin ritual-, la asimilacin del tiempo occidental pasaba por el reconocimiento de una historia universal, por la adopcin del concepto de museo y por la conservacin de los monumentos como testimonios del pasado. Pero esto no era ms que una excepcin. Los Estados Unidos, por ejemplo, no comenzaron a proteger su patrimonio hasta despus de la Segunda Guerra Mundial. Por lo dems, en la primera Conferencia Internacional Para la Conservacin de los Monumentos Histricos, celebrada en Atenas en 1931, se reunieron exclusivamente europeos. La segunda, celebrada en Venecia en 1964, atrajo a tres pases no europeos: Tnez, Mxico y Per. Quince aos ms tarde, ochenta pases de cinco continentes firmaban el Convenio del Patrimonio Mundial. Rcords de pblico. La triple extensin tipolgica, cronolgica y geogrfica de los bienes patrimoniales ha venido acompaada del crecimiento exponencial de su pblico. Sin embargo, el consenso patrimonial y la concertacin de las prcticas de conservacin no se ha producido sin disonancias. Los rcords comienzan a inspirar inquietud. No generarn acaso la destruccin de su objeto? Los efectos negativos del turismo no se hacen sentir nicamente en Florencia o en Venecia. La antigua ciudad de Kioto se degrada da a da. En Egipto ha sido preciso cerrar las tumbas del Valle de los Reyes. Por su parte, en Europa, como en otras partes, se combate y se denuncia la inflacin patrimonial en funcin de otros criterios: coste de mantenimiento, inadaptacin a los usos actuales, accin paralizante sobre los grandes proyectos urbanos. Se invocan asimismo la necesidad de innovar y las

dialcticas de la destruccin que, a travs de los siglos, han hecho que los monumentos nuevos sucedan a los antiguos. Sin remontarse a la Antiguedad o a la Edad Media, basta con recordar los centenares de iglesias gticas destruidas en los siglos XVII y XVIII en aras del embellecimiento y reemplazadas por edificios barrocos o clsicos. Los arquitectos reivindican el derecho del artista a la creacin. Quieren, como sus predecesores, dejar huella en el espacio urbano y no verse relegados extramuros o condenados al pastiche. Recuerdan que, a travs del tiempo, los estilos tambin han coexistido, yuxtapuestos y articulados, en una misma ciudad o un mismo edificio. La historia de la arquitectura, desde la poca romana al Barroco, es legible en una parte de los grandes edificios religiosos europeos. El atractivo de una ciudad como Pars proviene de la diversidad estilstica de sus arquitecturas y sus espacios. No se trata de embalsamarlos mediante una conservacin intransigente, sino de mantenerlos vivos: es el caso de la pirmide del Louvre. Las voces discordantes son tan potentes como su determinacin. Sin embargo, las amenazas permanentes que pesan sobre el patrimonio no impiden que exista un amplio consenso en favor de su conservacin y de su proteccin, oficialmente defendidas en nombre de los valores cientficos, estticos, conmemorativos, sociales y urbanos, de los que este patrimonio es portador en las sociedades industriales avanzadas. La combinacin de estos valores no bastara para dar cuenta del extraordinario favor de que disfruta actualmente el patrimonio histrico construido. Las explicaciones polticas y econmicas tampoco contribuyen a darle sentido. Mi objetivo es precisamente el enigma de ese sentido. Pero, para poder internarse en la arqueologa, antes es necesario concretar, al menos provisionalmente, el contenido y la diferencia entre los dos trminos que abarcan las prcticas patrimoniales: monumento y monumento histrico. La emocin de la memoria. Qu se puede entender en principio por monumento? El sentido original del trmino corresponde al latn monumentum, derivado a su vez de monere (advertir, recordar), y est directamente relacionado con la memoria. La naturaleza afectiva de su destino es esencial: no se trata de dejar constancia, de transmitir una informacin neutral sino de suscitar, a travs de la emocin, un recuerdo vivo. En este primer sentido, se denominar monumento a todo artefacto edificado por una comunidad para recordarse a s misma o hacer que otras generaciones recuerden a personas, acontecimientos, sacrificios o creencias. As, la especificidad del monumento se refiere precisamente a su modo de actuar sobre la memoria. No solamente la trabaja y la moviliza por medio de la afectividad -de forma que evoca el pasado hacindolo vibrar a la manera del presente-, sino que este pasado invocado y convocado, en cierto modo conjurado, no es uno cualquiera: est localizado y seleccionado con fines vitales, en la medida en que puede contribuir directamente a mantener y preservar la identidad de una comunidad tnica o religiosa, nacional, tribal o familiar. Tanto para los que lo edifican como para quienes reciben el mensaje, el monumento es una defensa contra el traumatismo de la existencia, un dispositivo de seguridad. El monumento asegura, tranquiliza y apacigua, conjurando el ser del tiempo. Es una garanta de nuestros orgenes y calma la

inquietud que genera la incertidumbre de los comienzos. Como desafo a la entropa, a la accin disolvente del tiempo sobre las cosas naturales y artificiales, trata de apaciguar la angustia de la muerte y de la aniquilacin. Su relacin con el tiempo vivido y con la memoria -es decir, su funcin filosfica-, constituye la esencia del monumento. El resto es contingente y, por tanto, diverso y variable. Lo es para los destinatarios y lo es tambin en cuanto a sus gneros y sus formas: tumba, templo, columna, arco de triunfo, estela, obelisco, ttem... El monumento se asemeja a un concepto cultural universal. Bajo mltiples formas, aparece en todos los continentes y en casi todas las sociedades, posean o no escritura. Sin embargo, el papel del monumento, entendido en su sentido original, ha perdido progresivamente su importancia en las sociedades occidentales y ha tendido a desvanecerse, mientras que la palabra misma adquira otros significados. Los lxicos lo atestiguan. En 1689 Furetiere ya parece otorgar al trmino un valor arqueolgico, en detrimento de una interpelacin directa: Testimonio que nos queda de alguna gran potencia o grandeza de los siglos pasados. Las Pirmides de Egipto y el Coliseo son bellos monumentos de la grandeza de los reyes de Egipto y de la Repblica romana. Algunos aos ms tarde, el Diccionario de la Academia Francesa instala de forma clara el monumento y su funcin conmemorativa en el presente, pero en esta ocasin sus ejemplos delatan un deslizamiento hacia valores estticos y de prestigio: Monumento ilustre, soberbio, magnfico, duradero, glorioso. Esta evolucin queda consagrada un siglo ms tarde por Quatremere de Quincy en su Diccionario de arquitectura, donde seala que aplicada a las obras de arquitectura, esta palabra, designa un edificio, ya sea construido con el objeto de eternizar el recuerdo de las cosas memorables, ya sea concebido, erigido o dispuesto de manera que se convierta en un factor de embellecimiento y de magnificencia en las ciudades. Y prosigue indicando que bajo esta segunda acepcin, la idea de monumenlo, referida ms bien al efecto del edificio que a su objeto o su destino, puede ser conveniente y de aplicacin a todo gnero de edificios: deslizamiento semntico irreversible. Monumento denota a partir de entonces el poder, la grandeza, la belleza. Le corresponde explcitamente consolidar las grandes intervenciones pblicas, promover los estilos y apelar a la sensibilidad esttica. Hoy en da, el sentido de monumento ha seguido avanzando. Al placer dispensado por la belleza del edificio ha sucedido la admiracin o el asombro que provocan la proeza tcnica y una versin moderna de lo colosal, en lo cual Hegel haba visto el inicio del arte en los pueblos de la Alta Antiguedad Oriental. En lo sucesivo, el monumento se impone a la atencin sin teln de fondo, interpela al presente, trocando su antigua condicin de signo por la de seal. Ejemplo: el Arco de La Dfense, en Pars. Arte y escritura. El desvanecimiento progresivo de la funcin rememorativa del monumento tiene sus causas, sin lugar a dudas. No aludir ms que a dos, inscritas ambas en la longue dure" (Braudel). La primera se refiere al espacio cada vez mayor que las sociedad occidentales han otorgado al concepto de arte a partir del Renacimiento. Anteriormente, los monumentos, cuyo objetivo

era que los hombres recordaran Dios o su condicin de criaturas, exigan parte de quienes los edificaban el trabajo ms perfecto y mejor realizado, y eventualmente una gran profusin de luz el ornamento de la riqueza. No era una cuestin de belleza. Al otorgarle a stas identidad y su rango, haciendo de ella el supremo del arte, el Quattrocento la asocia a toda celebracin religiosa y a toda conmemoracin. Aunque Alberti, el principal terico de la bel]eza arquitectnica, conserv piadosamente la nocin original de monumento, fue l quien inici la sustitucin progresiva del ideal de memoria por el ideal de belleza. La segunda causa reside en el desarro el perfeccionamiento y la difusin de las memorias artificiales. Platn hizo de la escritura su paradigma venenoso. Sin embargo, la hegemona conmemorativa del monumento no se ve amenazada hasta que la imprenta no aporta a la escritura una potencia sin precedentes. El perspicaz Charles Perrault se muestra encantado de ver desaparecer, debido a la multiplicacin de los libros, las restricciones que pesaban sobre la memoria: hoy en da (...), ya no se aprende casi nada de memoria porque normalmente se tienen al lado los libros que se leen, y se puede recurrir a ellos en caso de necesitarlos, y se pueden cita con mayor seguridad los pasajes de los mismos, en lugar de confiar en la memoria como se haca antao (Parallele des anciens et des modernes, Pars, 1688). Con todo su jbilo de hombre de letras, no imagina que el inmenso tesoro de saber puesto a disposicin de las personas cultsimas conlleva una prctica del olvido, ni que Ias nuevas prtesis de la memoria cognoscitiva sean nefastas para la memoria orgnica. Desde finales del siglo XVIII, historia' designa una disciplina a la que el saber, cada vez mejor acumulado y conservado, presta las apariencias de la memoria viva, que queda as suplantada y sin fuerzas. No obstante, la historia no se constituye ms que cuando se la contempla y, para contemplarla, es necesario estar excluido (R. Barthes, La Chambre claire, Pars, 1980): la frmula expresa la diferencia y el papel inverso del monumento, desbandado, por su presencia de objeto metafrico, a revivir un pasado privilegiado y a volver a sumergir en l a quienes lo contemplan. Un siglo y medio despus del elogio de Perrault, Victor Hugo, en Notre-Dame de Paris, pronunci la oracin fnebre del monumento, condenado a muerte por la invencin de la imprenta. Su intuicin de visionario se ha visto confirmada por la creacin y el perfeccionamiento de nuevos modos de conservacin del pasado: memoria de las tcnicas de almacenamiento de la imagen y el sonido, que aprisiona y transmite el pasado de una forma ms concreta, puesto que se dirige diretamente a los sentidos y a la sensibilidad; y memorias de sistemas electrnicos ms abstractos y desmaterializados. El hechizo rememorativo. Tomemos la fotografa. Roland Barthes ha comprendido que este objeto antropolgicamente nuevo no vena a competir con la pintura, ni a contestarla o recusarla. Prtesis de un gnero indito, aporta un orden nuevo de pruebas, esa certeza que ningn escrito puede ofrecer. Barthes ha sabido percibir y analizar la duplicidad de la fotografa, los dos rostros de este nuevo pharmakon que tiene el poder singular de actuar sobre los dos niveles de la memoria: avalar una historia y hacer que reviva un pasado muerto. Se puede as considerar que, por uno de sus modos de funcionamiento, la

fotografa se revela como una forma de monumento adaptado al individualismo de nuestra poca: el monumento de la sociedad privada, que permite a cada cual obtener en secreto el regreso de los muertos, privados o pblicos, en los que se funda su identidad. El hechizo rememorativo se consigue desde ahora ms libremente, al precio de una labor modesta sobre estas imgenes que conservan una parte de ontologa. Por otra parte, la fotografa contribuye a la semantizacin del monumento-seal. En efecto, es cada vez ms por la mediacin de su imagen, por su circulacin y difusin, en la prensa, la televisin o el cine, como estas seales se dirigen a las sociedades contemporneas. Ya no funcionan como signos ms que cuando estn metamorfoseados en imgenes, en rplicas sin peso, en las cuales se refleja su valor simblico, disociado as de su valor utilitario. Toda construccin, al margen de su destino, puede ser elevada al rango de monumento gracias a las nuevas tcnicas de comunicacin. Como tal, su funcin es la de legitimar y autentificar la esencia de una rplica visual, primordial, frgil y transitiva, sobre la cual ha delegado su valor a partir de ese momento. Poco importa que la realidad construida no coincida con sus representaciones mediticas ni con sus imgenes soadas. La pirmide del Louvre exista antes de que se iniciara la construccin. Y hoy en da sigue haciendo brillar los fuegos y transparencias con que la adorna la reproduccin fotogrfica de sus dibujos y sus maquetas, por mucho que, en la realidad, evoque ms bien la entrada de un centro comercial y que su opacidad oculte la perspectiva que desde la Cour Carre se tena de las Tulleras y del resto de Pars. No podra describirse mejor la desmaterializacin de lo que hoy en da se denomina monumento y su modo de existir que tal como lo hace el arquitecto de la futura gran biblioteca. Al preguntarle sobre la insercin de este edificio en su emplazamiento de Bercy, responde: Lo importante es que, dentro de diez o veinte aos, puedan hacerse las ms bellas postales de Pars en este sitio (Le Quotidien de Paris, 11 de septiembre de 1982). Monumentos de nuestra poca. En estas condiciones, los monumentos, en el primer sentido del trmino, juegan todava algn papel en las sociedades llamadas avanzadas? Aparte de los numerosos edificios culturales que conservan su uso, aparte de los monumentos funerarios y los cementerios militares de las ltimas guerras, constituyen algo ms que un resto del pasado? Se levantan otros nuevos? Los nicos monumentos autnticos que nuestra poca ha sabido edificar no dicen su nombre y se disimulan bajo formas inslitas, minimalistas y no metafricas. Recuerdan un pasado cuyo peso y horror les impide confiar exclusivamente en la memoria histrica. Entre las dos guerras mundiales, el campo de batalla de Verdn haba constituido un precedente: inmenso pedazo de la naturaleza, destrozado y torturado por los combates, bast con sealar en l un recorrido, al modo de un via crucis, para realizar el monumento conmemorativo de una de las mayores catstrofes de la historia modema. Despus de la Segunda Guerra Mundial, el centro de Varsovia, reconstruido idntico a como era, recuerda al mismo tiempo la identidad secular de la nacin polaca y la voluntad de aniquilacin que animaba a sus enemigos. De forma semejante, las sociedades actuales han querido conservar

vivo, para las generaciones futuras, el recuerdo del holocausto judo de la Segunda Guerra Mundial. Parte integrante del drama rememorado son los mismos campos de concentracin, con sus barracones y sus cmaras de gas, que se han convertido en monumentos. No ha sido necesaria la intervencin de ningn artista, se trata de una simple operacin metonmica. Pero estos monumentos conmemorativos gigantes, reliquias y relicarios al tiempo, siguen siendo tan excepcionales como los hechos que traen a la memoria del ser humano. En cuanto al monumento simblico, ungido ex-nihilo con fines conmemorativos, prcticamente ya no tienen cabida en nuestras sociedades desarrolladas a medida que se ha ido disponiendo de mnemotecnias ms eficaces, se han podido dejar gradualmente de edificar monumentos transfiriendo el fervor con que se envolvan a los monumentos histricos. Las dos nociones -que hoy en da se confunden a menudo- son sin embargo, a muchos efectos, opuestas, si no antinmicas En primer lugar, lejos de mostrar la casi universalidad del monumento en el tiempo en el espacio, el monumento histrico es una invencin, bien datada, de Occidente, y respecto a la cual los informes de las organizaciones internacionales demuestran que se trata de una nocin no disociable de un contexto mental y de una visin del mundo. La voluntad artstica. Otra diferencia fundamental fue puesta en evidencia por Alois Riegl a principios de este siglo (Der Moderne Denkmalkultus, Viena, 1903): el monumento es una creacin deliberada (gewollte), cuya funcin ha sido asumida a priori y de golpe, mientras que el monumento histrico no ha sido querido (ungewollte) y creado como tal inicialmente se ha constituido a posteriori a travs de las miradas convergentes del historiador y del aficionado, que lo seleccionan de entre la masa de edificios existentes, de los cuales los monumentos no representan ms que un, pequea parte. Cualquier objeto del pasado puede convertirse en testimonio histrico a pesar de no haber tenido, en su origen, un destino conmemorativo. A la inversa -hay que tenerlo en cuenta-, todo artefacto humano puede ser dotado deliberadamente de una funcin conmemorativa. En cuanto al placer que procura el arte, no es ni mucho menos atributo exclusivo del monumento. El monumento tiene como objetivo hacer revivir en el presente un pasado engullido por el tiempo. El monumento histrico mantiene una relacin diferente con la memoria viva y con el paso del tiempo. O bien se constituye simplemente en objeto de saber y se integra en una concepcin lineal del tiempo, en cuyo caso su valor cognoscitivo queda relegado de un modo inapelable al pasado o, mejor dicho, a la historia en general o a la historia del arte en particular; o bien puede, por aadidura, como obra de arte, apelar a nuestra sensibilidad, a nuestra voluntad artstica (Kunstwollen); en este caso, deviene parte constituyente del presente vivido. Las diversas relaciones que mantienen respectivamente los monumentos y los monumentos histricos con el tiempo, la memoria y el saber, imponen una diferencia capital en cuanto a su conservacin. En apariencia, esta nocin es consustancial a los dos. Sin embargo, los monumentos se ven expuestos de forma permanente a los ultrajes del tiempo vivido. El olvido, la desafeccin y el desuso producen su abandono y conducen a su desmoronamiento. Los amenaza tambin la

destruccin voluntaria y concertada, que puede adoptar dos formas: una, negativa, responde a un proyecto de aniquilacin poltica o religiosa y demuestra, por contra, el papel esencial que juegan los monumentos en el mantenimiento e la identidad de los pueblos y de los grupos sociales; la otra, creativa, est inspirada por el deseo de un mejor funcionamiento. As, con el fin de ampliar y otorgar ms esplendor al santuario donde el bienaventurado Denis permaneci durante quinientos aos, Suger hizo destruir en parte, durante la dcada de 1130, la baslica carolingia que la tradicin atribua a Dagoberto. Del mismo modo, el monumento ms precioso y venerable de la cristiandad, San Pedro de Roma, fue demolido tras una vida de ms de doce siglos por decisin de Julio Il. La intencin era reemplazarlo por un edificio grandioso cuya magnificencia y escenografa representaran tanto el poder de la Iglesia desde la poca de Constantino como las nuevas inflexiones de su doctrina. En cambio, y debido a que se inscribe con una posicin inmutable y definitiva en un conjunto objetivado y petrificado por el saber, el monumento histrico exige, por la lgica misma de este saber, y al menos en teora, una conservacin sin condiciones. El proyecto de conservacin de los monumentos histricos y su ejecucin han evolucionado con el tiempo y no pueden disociarse de la historia de ese concepto. Retorno a los orgenes. Situar el patrimonio histrico construido en el ncleo de una reflexin sobre las sociedades actuales, e intentar, por consiguiente, evaluar las motivaciones reivindicadas, reconocidas, tcitas o ignoradas en que se fundamentan hoy en da los comportamientos patrimoniales es un proyecto tal que no puede prescindir de un retorno a los orgenes. La bsqueda arqueolgica debe remontarse a la segunda mitad del siglo XIX, que marca la entrada del monumento histrico en los diccionarios; al ao 1830, cuando Guizot consagra su uso con la creacin del primer inspector de los monumentos histricos; y al ao 1790, fecha probable de la primera aparicin del trmino por obra de L.A. Millin (Antiquits nationales o Recueil de monuments, Pars, 1790-1798). Hay que excavar bajo los estratos de la edad clsica en la que el concepto de monumento histrico est prefigurado en el de antiguedades- para llegar hasta la gran revolucin cultural del Quattrocento, momento en que nace el proyecto, hasta entonces impensable, de estudiar y conservar un edificio por la nica razn de que se trata de un testimonio de la historia y de una obra de arte. En la frontera de los dos mundos, Alberti (De Re Aedificatoria, 1452) exalta aquella arquitectura que puede al mismo tiempo hacer revivir nuestro pasado, asegurar la gloria del arquitecto-artista y confirmar el testimonio de los historiadores.