Flavio Josefo Antiguedades de Los Judios

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Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos, Tomo I (c. 93-94 e.c.

)
Viladecavalls: Editorial Clie, 2009, 324 págs.

Al sureste del Foro Romano, en la Vía Sacra, se encuentra un arco triunfal

en honor a las victorias militares de Tito Flavio; en específico, la destrucción y el

saqueo de Jerusalén en 70 e.c. Al interior de este arco, en las enjutas, se

encuentran relieves que identifican las campañas de Tito, incluyendo una escena

en la que soldados están regresando a Roma, entrando por el mismo Arco de Tito.

Sobre sus hombros, entre varios objetos, cargan una mesa típica romana, y un

candelabro de siete brazos.

Sin embargo, lo que aparenta ser una típica mesa romana, resulta ser la

mesa de madera de acacia para los doce panes del segundo Templo de

Jerusalén, y el candelabro de siete brazos su menorá; elementos rituales del

judaísmo y de los símbolos más antiguos del pueblo hebreo. Las monedas

acuñadas ese año por el imperio romano llevaban estas imágenes impresas, en

honor a este saqueo. Pero, más valioso que el menorá resultó ser el botín humano

de la guerra contra los judíos, ya que la trata de prisioneros de guerra como

esclavos consistía de judíos altamente educados, así como el autor de la obra

aquí reseñada.

Esta escena fue, tal vez, la que vio Flavio Josefo, y la que posiblemente

impulsó su segunda obra histórica, Las Antigüedades de los Judíos, que consiste

de veinte volúmenes. Hijo de Matthias, de descendencia sacerdotal judía, y de

madre descendiente de una familia real judía, Josefo había luchado con las
fuerzas judías durante la primera guerra Romano-Judía en 67 e.c. Fue capturado

por los romanos, convirtiéndose en esclavo e intérprete de Vespasiano, y,

eventualmente, declaró su lealtad al imperio Romano y obtuvo su libertad y la

ciudadanía romana. Durante las campanas de Tito, fue intérprete y asesor a lo

largo de la segunda guerra Romano-Judía —y el regreso victorioso plasmado en

el arco—, adoptando así el nombre Flavio.

El conflicto interno de Josefo, tan palpable en esta obra histórica, entre su

pueblo y el imperio, parece ser la razón por escribirla. ¿Cómo comunicarle a al

imperio romano que su pueblo no era uno extraño, sino uno con una larga y rica

historia, con héroes y gobiernos? ¿Cómo representar al pueblo hebreo más allá de

las prácticas y restricciones alimenticias y templos sin esculturas de dioses? En su

intento de educar al público goy greco-romano sobre la antigüedad del pueblo

judío, Josefo narra su historia en griego; desde la creación de Adán y Eva hasta el

66 e.c. En el prefacio de Las Antigüedades Judías, el autor detalla sus razones por

escribir su obra al decir que es para favorecer a los personajes que intervienen en

la historia, ya que él mismo está involucrado en los sucesos y no puede

abstenerse de relatarlos a la posteridad. Josefo declara haberse sentido obligado

a relatar la su historia al ver que otros escritores que lo habían hecho antes habían

falsificado la verdad. De esta manera, su historia es una reacción a las obras

escritas por los romanos sobre las guerras Romana-Judías, en especifico la de

Justo de Tiberiades.

Las fuentes utilizadas por Josefo son las escrituras sagradas judías que no

habían sido traducidas en la biblioteca de Alejandría, incluyendo el Tanakh, o la


biblia hebrea. Sin embargo, Josefo decide omitir elementos de los manuscritos

que no le sirven en su relato, y modifica otras para que el público greco-romano se

identifique. Críticos categorizan la obra como una apología; helenizando la historia

de los judíos para ser mas identificable y menos ajena. Por ejemplo, Josefo

asemeja a los personajes hebreos con los filósofos griegos, y alega que Abraham

le enseñó ciencia a los egipcios, que en cambio le enseñaron a los griegos.

Si bien Josefo narra esta historia (al menos el tomo reseñado aquí) como

una traducción y recopilación de fuentes antiguas, recomiendo completar esta

lectura después de leer la primera obra de Josefo, La Guerra de los Judíos. La

emoción y el conflicto que atormenta a Josefo —de querer ser valorado y

humanizado por un imperio que él entiende pero que no lo entiende a él, y a la

misma vez no traicionar a su propio pueblo brutalizado, humillado y negado su

propia historia— es un tema que aplica a varios pueblos sofocados por el

imperialismo. Interesante es el intento de Josefo de complacer a ambos, sin que el

lector culmine con una opinión clara sobre el autor: si su apología ayuda a su

pueblo o no.

Yeidy Luz Rosa Ortiz

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