Tragedias de Esquilo

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Obras de Esquilo

- Las suplicantes:
La primera parte de esta obra trágica, considerándola antes de que intervenga Dánao,
muestra el problema de las suplicantes. Son el coro, y dan gritos y alaridos de verse
liberadas del yugo de los hijos de Egipto, que buscan casarlas y hacerlas perder la castidad.
Ellas la quieren conservar, y, por eso, buscan ayudan en Zeus, en los Olímpicos y en
Atenea, diosa casta hija del Cronión. Ellas provienen del exilio de la tierra vecina de Siria.
Dánao y el Corifeo entablan un diálogo en el cual se nota la confianza que el padre de las
suplicantes tiene en las deidades. Confía impresionantemente más en el poder de la deidad
que en el modo de proceder audaz de los hombres. Para esto, analizan, de acuerdo a la
cualidad del dios, a quién suplicar o hacer la petición a muchos (Apolo, Poseidón, Hermes,
etc). El rey Pelasgo hace su aparición y pide explicaciones de lo que está sucediendo y por
qué las suplicantes están de ese modo (vestidas a lo bárbaro) y sin ningún custodio o
heraldo. Luego, él hace una breve descripción de sus reinos y de cómo se fundó Apis, tierra
que él reina. Después de que el Rey comprueba que las suplicantes (representadas en el
Corifeo) son de Argos, y se aquieta su duda de cómo sufrieron tan ignominioso exilio, no
sabe qué hacer en cuanto a ayudarlas evitando que abusen de ellas las manos de los hijos de
Egipto, o entregarlas y evitar una guerra con ellos. Su conciencia está muy parecida a la que
tendría Hamlet cuando no sabe qué hacer con su tío Claudio. No obstante, primero decide
preguntarle a su pueblo para ver si aceptan refugiar a estas afligidas mujeres, ya que luego
no cargaría sobre él la culpa de una guerra que devastaría a la ciudad. Sin embargo, tiene
una gran conciencia de lo recto, que es ayudar la integridad de las mujeres; con la ayuda,
también, del castigo que recibiría de los dioses, se inclina más por ayudarlas. Ellas le
amenazan que quedaría en su conciencia el hecho de que ellas se suiciden por entregarlas al
varón. Finalmente, el Rey decide actuar a favor de las danaides, por temor a la conciencia
instigada por los dioses, aunque lamenta que toda una legión de hombres derrame su sangre
por unas mujeres (concepción machista). Las suplicantes, obedeciendo el mandato de
quedarse suplicando al Padre de Padres, esperando que el Rey hablara a su corte y Dánao
volviera, se quedaron a rezarle a Zeus. Dánao informa a sus hijas que el pueblo ha decidido
guardarlas dentro de sí. Es más, el que no las proteja sufra el destierro y los más crueles
castigos. Las suplicantes entonan varios votos de prudente sabiduría y de prosperidad y de
paz para toda la tierra de Argos que las acoge. No obstante, Dánao les da la mala noticia
que es inminente la guerra con los impúdicos hijos de Egipto, los cuales son descritos como
seres impuros, avaros, soberbios y llenos de maldad.
(Se ve que Esquilo tenía una gran devoción y temor de Dios hacia Zeus; otro tema capital
es el de la propia disposición de elegir qué estado de vida se quiere poseer). Finalmente,
atracan en tierra el barco de los egipcios que vienen en búsqueda de las danaides. Las
enceuntran en el altar y las raptan, pero aparece el Rey (qué gran personaje, de un gran tono
humano, sobrenatural y heroico; hombre de grandes virtudes como Atticus Finch de Harper
Lee), que las defiende a pesar de la inminente guerra que se le avecina, puesto que el
pueblo decidió protegerlas. Las hijas de Dánao se salvan y proclaman alabanzas a la ciudad.
Ellas reciben, al tener alojamiento propio en la ciudad de Pelasgo, unas sirvientas que les
ayudarán en todo y sus vidas quedan hechas. Dánao les da consejo de ser buenas y honrar a
los dioses siempre, y es eso efectivamente lo que hacen al final.

Temas clave
Democracia.
Autonomía Física y libertad.
Conciencia y compasión.

- Los Persas:
La tragedia inicia con el relato de las huestes persas que salen de Susa para dirigirse a
tierras helenas. Además, el coro entona himnos de desgracia y de soledad para la tierra del
difunto Rey Darío, pues las mujeres están solas y la ciudad sin protección. El coro se da
cuenta de que viene la Reina Atosa, madre del Rey Jerjes, hijo de Darío. Ella cuenta un
poco la aventura que han de vivir los que han partido, aunque no oculta su dolor,
especialmente por el hijo, ya que grandes peligros ha de afrontar y duras pruebas si desea
reinar de nuevo en su tierra. Ella se cuestiona por Grecia, rica en tesoros, armamentos.
Tuvo un sueño en el cual su hijo estaba apaciguando a dos mujeres muy bellas, una greca y
otra persa. No obstante, sufre allí. No sabe qué significa el sueño y necesita que se lo
interpreten. Llega un mensajero a la escena que venía de la batalla. Cuenta que todo el
ejército persa con sus caudillo más egregios perecieron en la batalla. No obstante, Jerjes,
comandante supremo e hijo de Atosa, no ha fallecido, lo cual da alivio al corazón de su
madre. Después, el mensajero cuenta cómo fenecieron (espadas, en buques, cuerpos
flotando en las islas, sangrientas puñaladas, etc) y contará lo sucedido. El mensajero cuenta
que el plan de Jerjes era aprovechar la noche oscura para coger por sorpresa a los helenos y
masacrarlos. No obstante, los helenos se dieron cuenta ya que no tuvo éxito el plan por la
salida del sol y, con la iniciativa helena, los persas fueron decayendo poco a poco en el
combate de galeras. El heraldo concluye en cómo fue la retirada y la muerte ignominiosa de
muchos otros. La reina posee una gran amargura interior por la desdicha que ha sufrido el
pueblo persa y la destrucción por parte de un dios. Se va a hacer unas ofrendas para que el
futuro sea más placentero. La Reina, después de haberse ido, reaparece en escena para
honrar a su difunto esposo. El coro, con ayuda de las divinidades inframundanas, desean el
regreso de Darío, dado que él sí era un Rey que ayudaba y gobernaba a su pueblo, y no los
llevaba a la perdición ni a la guerra. El Rey cuando aparece se cuestión qué es lo que ha
sucedido allí. La reina cuenta todo. Darío le echa la culpa a la ambición extrema y la
rebelde juventud de su hijo; hizo un recuento de todos los reyes gloriosos que había tenido
Persia hasta Jerjes, cuyo mal fue peor que los acumulados por todos los anteriores. Es
interesante cómo le echaban la culpa a los que, cuando Jerjes comandaba, le decían que no
servía para nada. Esto ocasionaría la guerra con los aqueos por simple ostentación y
orgullo, que provocaron tan ingente desgracia. Finalmente, aparece Jerjes, todo destrozado,
cantando lamentos con todo el coro por lo que ha sucedido.
- Los siete contra tebas:
Se puede apreciar un gran machismo y desprecio a la mujer como en muchas otras obras
trágicas griegas. El carácter de Etéocles es de gran sentido práctico, pero con gran respeto a
la divinidad. Tebas a entrado en guerra con un pueblo argivo. Las mujeres, que constituyen
el coro, como si abandonaran su función, van corriendo a las estatuas de los dioses para que
protejan la ciudad. El reproche e imprecación que hace Etéocles es de aquel que sabe que
los dioses están pero el hombre ha de poner los medios siempre.
La tragedia, con mucha majestuosidad en su contenido, cuenta la historia de la invasión de
la urbe tebana en manos de siete jefes, uno entre los cuales es Polinices, hermano del Rey
Eteocles que comanda la ciudad fundada por Cadmo. El Coro tiene una alta participación
en esta obra, describiendo los sentimientos, la intervención divina, las virtudes y desgracia
de los héroes, y finalmente los lamentos que las guerras ocasionan. Un guerrero famoso
combatiría con cada jefe enemigo que estaba en las puertas. Etéocles mismo va hacia la
séptima puerta para combatir a su congénere. Ambos se dan funesta muerte, pero la ciudad
honra al que la defendió y desprecia al que le atacó. Los dioses son la figura eminente que
se cree que protege a la ciudad. Antígona e Ismena lloran la desgracia maldita que ha caído
en la familia desde la desobediencia de su Padre-Abuelo Layo cuando desobedeció el
oráculo de Delfos en no tener hijos. No obstante, y este es el preludio de la obra trágica
Antígona de Sófocles, Antígona ve que es justo, por el hecho de ser de sangre, dar honras
fúnebres a su hermano Polinices. El heraldo le advierte que eso está prohibido pero ella no
le importa el dictamen de los hombres si le impide hacer algo bueno.
- Prometeo encadenado:
Esta tragedia narra el castigo y el sufrimiento que Prometeo tuvo que sufrir como motivo
por darle el fuego de los dioses a los hombres. Fuerza, personificación, es muy duro con
Prometeo por su altanería y bulla (que son temas primordiales en la obra de teatro).
Hefesto, que se va más compasivo, lo terminan clavando a un acantilado lleno de rocas por
mandato de Zeus, cuyo temor o desprecio es lo que se va revelando a través del relato.
Prometeo entabla diálogo con Océano, con las ninfas, con Ío, de las maldades de Zeus y de
su tiranía con los demás dioses del Olimpo. Prometeo ayudó a destronar a Zeus, pero luego
fue traicionado por él.
Un gran tema de esta obra es el temor a los dioses, el escuchar consejos, la altanería, la
humildad, etc.
- Agamenón:
“Agamenón es la primera obra de la trilogía de la Orestíada, que fue presentada en el año
458 a. C. por Esquilo.
Esquilo narra el regreso de Agamenón, rey de Micenas (aunque se le llama rey de Argos,
cuando Argos se refiere al Peloponeso y no a la ciudad de Argos), de la guerra de Troya
sólo para encontrar la muerte. Esperándole en casa está su esposa, Clitemnestra, quien ha
planeado su muerte en venganza por el sacrificio de su hija, Ifigenia. Más aún, durante los
diez años que ha durado la ausencia de Agamenón, Clitemnestra ha establecido una
relación adúltera con Egisto, primo de Agamenón y descendiente de una rama desheredada
de la familia, quien está decidido a recuperar el trono que cree que legalmente le pertenece”
Fragmento de: Esquilo. “Agamenón”. iBooks.
- Las coéforas:
Esta obra narra principalmente el plan que tejen Orestes y su hermana Electra, con ayuda
del Corifeo para vengar la muerte de su padre Agamenón. Con esto, logran asesinar a
Clitemnestra y a Egisto, principales culpables de aquello. Finalmente, Orestes termina un
poco atormentado por haber matado a su madre, aunque su conciencia no le condena en
totalidad porque hizo algo que necesitaba la ciudad y que lo imponía la Justicia divina. Él
se verá defendido en la siguiente obra.
- Las Euménides:
Como el nombre lo indica, esta es última parte de la trilogía en donde se va a decidir so
Orestes es verdaderamente culpable o no del asesinato de su madre (por eso las Erinias,
diosas de la venganza (justicia), le llaman matricida). Orestes está muy tranquilo de
conciencia, aunque quiere obtener la definitiva aprobación (por eso Atenea estará de juez
supremo guiada por Zeus aunque no sale en la obra), dado que siguió el mandato de la
divinidad de Apolo. Las moiras están obstinadas en hacer que se pague justicia, ignorando
las razones justas que daban los dioses jóvenes. A lo largo de la obra, Orestes va
escudándose en Apolo y también rezándole a Atenea en el Areópago, que es donde se
tendrá la sentencia. Las moiras a lo largo de la obra se quejan del irrespeto de la divinidad
por no querer apoyarla. Por eso, al final, cuando pierden el debate hacen un canto en donde
están lejos de rencor por no haber defendido su dignidad y apoyar a un mísero mortal.
Empero, con las promesas de Atenea, terminan felices por las nuevas autoridades y cargos
que tendrán, y porque Zeus, padre de los dioses, así lo ha dictado y él no se equivoca.

Frases Célebres de cada uno de las obras:


- Los persas.
Mas del artero engaño de los dioses, ¿quién escapar consigue? ¿Quién, con su pie ligero,
podrá escapar en salto afortunado? Pues amable, con su halago, Ate atrae hacia sus redes al
mortal, de donde al hombre nunca le será posible dar un salto y evadirse.
En vosotros yo baso mis buenas decisiones.
Me quita el miedo el habla, amigos.
Los hombres han de arrostrar su penas, si los dioses se las envían.
REINA. El que tiene experiencia en la miseria, sabe, amigos, que tras una tormenta de
miserias, el hombre se estremece ante cualquier evento, y cuando el hado le es favorable,
cree que esta brisa habrá de serle siempre bienhechora.
Humanas son las penas que alcanzan a los hombres: a miles del mar, a miles de la tierra
asalta al hombre, los pesares, si su vida se alarga.
Las montañas de caídos —hasta la generación tercera— han de pregonar aun sin hablar, a
los hombres, que quien es mortal no debe ser en exceso orgulloso. Florece la desmesura, y
da por fruto una espiga de ceguera, y la cosecha que produce es lamentable. Viendo, por
tanto, el castigo de sus actos, acordaos de Atenas y de los griegos, y que nadie, por
desprecio de su fortuna presente, y a otras cosas aspirando, no desparrame su dicha. Zeus
está allí, decidido a castigar los designios ambiciosos en exceso, y es un inspector muy
duro. Aconsejadle, por tanto, con prudentes reflexiones, pues tanto seso le falta, que deje ya
de insultar a los dioses con su audacia.
Pese a todo, aunque llenos de desdicha, conceded a vuestro espíritu el gozo de cada día.
Que a los muertos la riqueza ya para nada les sirve.
Que a los míos no dejo en la desdicha.
- Los siete contra tebas:
ETEOCLES. Palabras muy acertadas ha de decir, ciudadanos de Tebas, quien en la popa
del país, la maniobra dirige, timón en mano, sin permitir que sus párpados se cierren para
dormirse. Pues si el éxito logramos mérito será de un numen; por el contrario, si ocurre —
cosa que el cielo no quiera— un desastre, solamente fuera el nombre de Eteocles el que se
pregonaría por toda la ciudad, con injurias y con lamentos, de lo que Zeus Protector, fiel a
su nombre, proteja la ciudad de los cadmeos. Y ahora debéis vosotros —al que le falta
algún tiempo para alcanzar la sazón, y el que de ella ya ha salido procurando acrecentar
todo su vigor y fuerza, y, en fin, cada cual cuidando aquello para que sirve— prestar
concurso al estado y a las aras de los dioses de esta tierra, porque nunca sean sus honras
borradas; y a los hijos, y a la tierra, nuestra madre y queridísima nodriza. Pues ella, al fin,
cuando, de niños, reptabais por su benévolo suelo, tomó sobre sí el trabajo de dar a todos
crianza, y os ha ofrecido el sustento para que fuerais, un día, unos ciudadanos que saben
portar sus escudos, fieles a su obligación […]”.
Una ciudad que viven en la prosperidad honra a sus dioses.
¿Es ese el mejor modo de salvar la ciudad e infundir ánimos a este pueblo, encerrado entre
sus muros, caer ante la imagen de los dioses que esta ciudad custodian y dar gritos y voces,
actitud que execra el sabio? ¡Jamás, ni en la desgracia ni en la dulce bonanza, con el sexo
femenino, deba yo convivir! Cuando triunfa, muestra una audacia insoportable, y cuando le
asalta algún cuidado, es una peste mayor para su casa y para el pueblo. Ahora mismo, al
correr por las calles, en confusa espantada, habéis sembrado la ignava cobardía en las
entrañas de nuestros ciudadanos. De esta forma, prestáis un gran servicio a los de fuera, y,
dentro, nos labramos la ruina contra nosotros mismos. ¡He aquí el precio por haberte
tratado con mujeres! Si alguien no se somete a mi mandato, hombre o mujer, o un
intermedio de ambos, voto de muerte sobre su cabeza, se habrá de decretar. Y no hay
cuidado de que evite una muerte lapidaria a manos de la turba. Es cosa de hombres —no
intervengan mujeres— lo de fuera. ¡Quieta en tu casa y no me causes daño! ¿Oíste o no me
oíste? ¿Hablo a una sorda?
ETEOCLES. Rogad porque las torres nos protejan de la lanza enemiga. ¿O es que, acaso,
no es este asunto de los dioses? Dicen que cuando una ciudad es conquistada los dioses
salen de ella y la abandonan.
(Este es un diálogo)
ETEOCLES. No vayas, con tus preces a los dioses, a tomar en mala hora decisiones. Del
éxito que salva es la obediencia madre, oh mujer. Así reza el proverbio.
ANTISTROFA 2da. Verdad. Mas la fuerza de Dios es más puja muchas veces, a aquel que
se debate imponente, entre males, lo salvan de las nubes de infortunio que se yerguen,
horribles, a sus ojos.
ETEOCLES. Incumbe a los varones ofrecer ofrendas y holocaustos a los dioses, cuando
van a enfrentarse al enemigo. ¡A ti, callar, y estarte quieta en casa!
ETEOCLES. Que honres el linaje de los dioses no te lo impido yo. Pero procura no inyectar
el temor en las entrañas de nuestros ciudadanos; calma, pues; procura no temer en demasía.
¡Qué maldición, con la mujer, nos diste, oh Zeus!
Es la lengua acusador exacto de las fatuas ideas de los hombres.
El hontanar materno ¿puede extinguirlo una razón?
“quiere ser, no parecer, valiente, cosechando en su espíritu hondo surco de donde brotan
nobles decisiones. Te aconsejo que envíes esforzados y sabios adversarios contra este:
temible es siempre aquel que honra a los dioses.
ETEOCLES. Augurio infausto es siempre, para el hombre, asociar al justo con impíos. Que
no hay nada peor, en toda empresa, que mala compañía: no da fruto [el campo de Ate
recolecta muerte]. Así, un hombre piadoso que se embarca con marineros que arden por el
crimen perece al mismo tiempo que esta casta que los dioses escupen. Cuando un justo se
asocia a ciudadanos que al extraño no respetan y olvidan a los dioses, cae en la misma red,
muy justamente, y herido por la fusta inexorable de un dios, sucumbe al fin. De igual
manera, este adivino —el vástago de Ecleo quiero decir— prudente, justo, bueno, piadoso y
gran profeta, sin quererlo asociado a unos hombres jactanciosos, e impíos, que se lanzan a
un camino de dilatado fin, si Zeus lo quiere, será junto con ellos arrastrado. Y ni siquiera
atacará la puerta, yo creo, y no por falta de hidalguía ni porque tenga un corazón cobarde:
sabe que ha de caer en el combate, si el augurio de Loxias fructifica. Contra él apostaremos,
sin embargo, la potencia de Lástenes, portero que no gusta de extraños: si es de viejo su
talante, tiene el cuerpo de un joven, rápido el ojo, y no es remisa nunca su mano en atrapar
con una pica el flanco despojado del escudo. Pero es el don de un dios el triunfo humano.
Reintegraré este hombre a su ciudad, para que recupere su patria, y a su hogar volver
consiga.
ETEOCLES. ¡Raza de Edipo mía, lamentable, enfurecida por los dioses, y odio eterno de
los dioses! Hoy se cumple la maldición paterna. Pero ¡fuera lamentos y gemidos! que
podrían engendrar llantos aún más lamentables. Pero pronto sabremos de qué forma va a
cumplirse el emblema de un guerrero con un nombre tan justo, si esas letras, de oro y
cinceladas, que en su escudo, entre espasmos de loco, borbotean, van a traerlo a casa. Si
Justicia, hija de Zeus, acompañara siempre sus actos y su espíritu, es posible. Pero jamás, ni
cuando dejó el seno materno, ni en la infancia, ni de joven, ni al crecerle ya el bozo en la
mejilla a hablar con él dignóse la Justicia. Tampoco ahora, creo, en el momento en que
devasta el suelo patrio, que ella quiera estar a su lado —o llevaría en verdad un falso
nombre la Justicia si se uniera con quien tiene un talante que se ha atrevido a todo. Y
confiado en cuanto he dicho voy a hacerle frente yo mismo. ¿Puede haber alguien, acaso,
con más razón que yo? Rey contra rey, hermano contra hermano, y enemigo contra
enemigo yo voy a enfrentarme.
(Este es un diálogo)
CORIFEO. Hijo de Edipo, más que nadie amado, no sea tu furor cual el de quien se expresa
con tanta saña, no. Basta que los cadmeos con los argivos lleguen a las manos. Que esta
sangre puede purificarse. Mas la muerte de hermanos, bajo sus mutuos golpes abatidos…
No, no existe vejez para esta mancha.
ETEOCLES. Sí, soportar desdichas sin deshonra, que es la sola ganancia entre los muertos.
Para infortunio deshonroso, nunca existirá en el mundo buena fama.
CORO.
ESTROFA 1.ª ¿Qué te propones, hijo? ¡Que ese loco delirio que tu alma llena, sediento de
batalla, no te arrastre! ¡Arranca esa raíz de tu locura!
No dejes que te empujen. Tú, un cobarde nunca serás llamado, si eliges bien tu vida.
A echar la mercancía por la borda obliga la ventura en exceso engordada del hombre
diligente .
ANTÍGONA. Pues yo, a los gobernantes de esta tierra, les digo que si nadie va a ayudarme
a enterrar a mi hermano, yo en persona pienso enterrarlo y me hago responsable por el
entierro de un hermano, sin rubor alguno por no someterme a lo que ordena la ciudad.
Terrible es la entraña común de que nacimos —la de mi pobre madre— y la del padre. De
todo corazón, pues, alma mía, participa en el mal de quien no tiene ya voluntad, viviendo
para un muerto. Ni tampoco los lobos, con su vientre fláccido probarán sus carnes. Nadie
vaya a creerlo. Exequias y una fosa yo, aunque sea mujer, pienso ofrecerle, mal sea entre
los pliegues de mis ropas, y yo en persona tenga que enterrarlo. Y que nadie imagine lo
contrario, que mi audacia hallará un medio efectivo.
- Las Suplicantes:
Zeus salvador, en lugar tercero, que el hogar protege de los hombres puros.
Hacia los dioses corren votos y sacrificios de acción de gracias, cuando la muerte acecha.
DANAO. Más que torre es fuerte siempre un altar, escudo indestructible. Subid, pues, con
presteza, y sosteniendo piadosamente con la mano izquierda las blancas ramas, signo
suplicante, y el orgullo de Zeus, dios del respeto, dirigid, cual conviene, a vuestro huésped
palabras reverentes, suplicantes, llenas de angustia, y le informáis al punto que este
destierro vuestro no es por sangre. No acompañe la audacia a las palabras ante todo; que
vanidad ninguna en vuestros rostros de modesta frente, en vuestros calmos ojos se refleje.
Y no seas prolija ni ardorosa en tu lenguaje: que aquí son muy sensibles. Debes saber
ceder: que eres extraña y fugitiva y necesitas de ellos. Que lengua audaz al débil no le
cuadra.
Todo ha de acabar bien, si Él lo desea.
Ave que ha devorado a sus hermanas, ¿cómo puede ser pura? ¿Y cómo puro el que a mujer
desposa en contra del padre y en contra de ella misma? Ni en el Hades una vez muerto se
hurtará a un proceso por su lascivia, si esta acción comete. Porque, se dice, juzga allí las
culpas entre los muertos otro Zeus, en juicio inapelable ya.
Es muy vario el humano infortunio.
La Justicia protege a su aliado.
Aprende, aun siendo viejo, del que es joven. Serás feliz si acoges a aquel que a ti se vuelve.
La voluntad divina acepta las ofrendas de hombre puro.
Si en común se pierde la ciudad, debe el pueblo hallar remedio en común: no me atrevo a
hacer promesas sin consultar los hechos con mi pueblo.
No os puedo ayudar sin daño alguno, pero tampoco es sabio no atenderte. No sé qué hacer;
el miedo me domina. ¿Obrar? ¿No Obrar? ¿O tentaré el destino?
Zeus suplicante la ira aguarda al que no atiende el grito del que sufre.
Honrando a extraños la ciudad perdiste.
Porque el poder de Zeus es justiciero.
Criticar el poder le gusta al pueblo.
Siempre hay compasión para el más débil.
¡Dame fe con palabras y con obras!
Pero con calma y claridad de mente hay que mirar la cosa, de estos dioses sin olvidaros.
REY. Yo no acojo al que expolia a las deidades.
La claridad es del heraldo emblema.
¡Que sea la victoria para el macho!
Solo el tiempo prueba a la gente extraña.
Una calumnia se levanta pronto.
DÁNAO. Hijas, debemos dirigir las preces, los sacrificios y las libaciones a los argivos,
cual si dioses fueran: ¡sin duda han sido nuestros salvadores! Los hechos escucharon de mis
labios con el amor debido a unos parientes, con acritud respecto a vuestros primos. Para mí
dispusieron esta guardia de armas, para tener un privilegio que me honra, y no cayera, sin
preverlo, herido por el hado de una pica, lo que fuera un baldón para esta tierra.
A cambio del favor, debo ofrecerles un rendido favor, aún más honroso. Y, junto, ahora, a
los demás consejos de vuestro padre, y que están ya archivados, escribid el siguiente: solo
el tiempo prueba a la gente extraña; todo el mundo tiene presto el rumor contra el meteco, y
una calumnia se levanta pronto. Yo os invito, por tanto, a no afrentarme, pues que tenéis el
joven atractivo, que hace volver la vista. El fruto tierno no es fácil de guardar, y lo apetecen
los hombres y las fieras (¿o no es cierto?) sean bestias aladas o terrestres. Cipris pregona el
fruto sazonado.
Y así también sobre la delicada beldad de una doncella el viandante manda el dardo
hechicero de sus ojos por el amor vencido. Así que, alerta, no vaya esto a ocurriros después
que por ello tanto esfuerzo y tanto ponto hemos arado. Que eso nunca cause mi infamia y el
placer del enemigo. Casa, ya la tenéis, el doble incluso: una Pelasgo os da, la otra os da el
pueblo, para habitar sin renta. Así de fácil. Guarda solo el consejo de tu padre y honra la
castidad más que tu vida.
CORIFEO. Que en lo demás nos den suerte los dioses; sobre mi flor puedes estar tranquilo,
padre. Pues, si los dioses no han dispuesto otra cosa no voy a desviarme de la ruta que un
día me enseñaste
No puede quebrantarse el pensamiento de Zeus, augusto, impenetrable.
Nada en exceso.
- Prometeo encadenado:
Es grave desoir la orden paterna.
No te canses en vano, te aconsejo, por algo que no puede aprovecharte.
De tus penas tu oficio no es culpable en modo alguno.
Que aprenda al fin que, aunque muy listo, es torpe, una vez que con Zeus se le compara.
¿Vacilas, pues, y de los enemigos de Zeus lástima tienes? Que algún día no tengas que
llorar por tu persona.
Robé del fuego, en una oculta caña, la recóndita fuente que sería maestra de las artes y un
recurso para el hombre. Y aquí pago mi culpa clavado y aherrojado a la intemperie.
Porque es inaccesible, inexorable el corazón del Cronida y su genio.
PROMETEO. Sé que es duro, y que tiene la Justicia en sus manos, pero pienso que ha de
mostrarse bondadoso, cuando sufra ese golpe un día. Entonces calmará su ira indomable.
PROMETEO. Para mí es doloroso hablarte de ello mas también doloroso me es callarlo. De
cualquier forma, hacerlo me es muy duro. Tan pronto hubo estallado entre los dioses el
rencor y reinaba la discordia, los unos deseando echar a Crono de su solio y los otros se
oponían a que reinara Zeus entre los dioses, yo quise convencer a los Titanes, los vástagos
del Cielo y de la Tierra, con mi mejor consejo. Mas no pude. Y, desdeñando mi ingeniosa
maña, en su duro talante, por la fuerza esperaban alzarse con la palma y sin dificultades.
Gaya y Temis, mi madre (un ser que tiene muchos nombres) me había ya predicho de qué
modo —y no solo una vez— iba a cumplirse el futuro: que no era por la fuerza ni con artes
violentas; que la astucia era la sola forma de victoria. Pese a mi explicación, a mis razones,
ni siquiera accedieron a mirarme. Estando, pues, las cosas de esta guisa, me pareció que era
el mejor remedio a mi madre tomar como aliada y unirme, en actitud bien decidida, a las
filas de Zeus, que iba a acogerme. Gracias a mis consejos, el abismo tenebroso del Tártaro
hoy oculta al viejo Crono con sus aliados. Y el servicio que un día le prestara con terrible
castigo me ha pagado hoy el rey de los dioses del Olimpo. Tal es la servidumbre del tirano:
no fiarse jamás de sus amigos. Bien, pues, vuestra pregunta, por qué causa me está
ultrajando, paso a contestaros. Cuando el trono del padre hubo ocupado, repartió entre los
dioses sus prebendas, a cada cual lo suyo, organizando su imperio así. Mas de los pobres
hombres en nada se ocupaba, pues quería aniquilar toda la raza humana y crear una nueva.
A estos deseos nadie supo oponerse; yo tan solo tuve el valor de hacerlo, así salvando a los
hombres de verse destruidos y de bajar al Hades. Y por ello me veo sometido a estas
injurias que si causan dolor al soportarlas provocan compasión al contemplarlas. Y yo que
me ablandé por los mortales compasión no logré para mí mismo. Y ahora me somete a este
tormento, para Zeus espectáculo infamante.
PROMETEO Cuando se es bien ajeno a la desgracia es fácil cosa, a aquel que está
sufriendo, ofrecerle consejo y advertencias. Lo sabía muy bien; que yo, a sabiendas, sí, a
sabiendas, erré, ¿por qué negarlo? Por salvar al mortal yo me he perdido.
PROMETEO. ¿Qué es esto? ¿Tú también quieres asistir a mis tormentos? ¿Cómo, dime,
abandonando el río a quien das el nombre y las cuevas naturales que tienen techo de roca, a
llegar te has atrevido al país que el hierro pare? ¿Acaso a ver mis desdichas y a lamentar
mis desgracias compasivo aquí has venido? Contempla, pues, estos grillos: soy el amigo de
Zeus, aquel que ayudole un día a establecer su reinado, y ¡a qué penas me condena!
OCÉANO. Te veo, sí, y deseo aconsejarte, aunque eres muy astuto. Prometeo, lo mejor
para ti. Piensa en quién eres, y adopta nuevas formas de conducta. Nuevo es también quien
reina entre los dioses. Si quieres persistir en la dureza de tu acerada lengua, y le diriges
afilados reproches, Zeus podría oír tus amenazas, porque, al cabo, su trono se halla en un
lugar más alto. Y entonces pensarás que tus miserias son un juego de niños solamente. Ea,
infeliz, olvida tu talante, y busca algún remedio a tus pesares. Acaso pensarás que mis
razones son razones de vieja, y anticuadas. Pero eso que te ocurre es solo el fruto de tu
altanera lengua, Prometeo. Tú no te humillas ni a los males cedes. Con ello lograrás nuevos
castigos. Aprende, pues, de mí, y no perseveres en herir con tu pierna el aguijón. Mira que
es duro el nuevo rey, y nadie puede pedirle cuentas de sus actos. Y ahora yo me marcho, y,
si es que puedo, intentaré librarte de tus males. Calma, empero, tus iras y el lenguaje
altanero que brota de tus labios. ¿O es que, siendo tan sabio, acaso ignoras que temeraria
lengua es castigada?
Procura no sufrir ningún daño en tu camino.
“OCÉANO. Eres, sin duda, mejor consejero para los otros que para ti mismo. Y me baso en
los hechos, no en palabras. Mas no te empeñes en frenar mi ruta. Presumir quiero de que
Zeus, un día, tu libertad, al fin, va a concederme.
PROMETEO. Te elogio y nunca cesaré de hacerlo, que buena voluntad jamás te falta. Mas
no luches en vano, si es que, acaso, pretendes, en tu afán, salvar mi vida. Que nada has de
lograr. Mantente quieto y lejos del asunto; que, aunque sufro, no deseo por ello que otros
sufran por mi causa. Asaz ya he lamentado lo de mi hermano Atlante que, en Hesperia, de
pie sostiene el peso insoportable del Cielo y de la Tierra con sus hombros. También me
mueve a compasión el caso del hijo de la Tierra, aquel que habita los antros de Cilicia,
monstruo horrible, Tifón de cien cabezas, por la fuerza domeñado. La guerra hizo a los
dioses vertiendo horror de sus terribles fauces. Fiero fulgor brillaba en su mirada cual si por
fuerza derribar quisiera el dominio de Zeus. Mas alcanzole el dardo insomne que el
Tonante blande, el rayo que desciende desde el cielo, con aliento de fuego; y lo derrumba
de aquel lenguaje suyo tan altivo. Herido en plena entraña, hecho cenizas, el trueno
aniquiló todas sus fuerzas. Y ahora, fardo inútil e inservible, yace muy cerca del marino
estrecho, en la base del Etna aprisionado, en tanto Hefesto ocupa las alturas forjando el
hierro. Desde aquí, algún día, ríos de lava irrumpirán, los vastos y extensos campos de
Sicilia fértil con sus fauces salvajes devorando. Tal, pues, será la cólera que un día Tifón ha
de exhalar con ígneos dardos de tormenta insaciable y espantosa, aún después de que Zeus
carbonizara su cuerpo con el rayo. Tú eres sabio y de mí no te falta aprender nada. Salva tu
vida como hacerlo sabes. Yo, por mi parte, apuraré la infame suerte que me ha tocado hasta
que aplaque Zeus el rencor que ahora le domina.
OCÉANO. ¿ES que ignoras acaso, Prometeo, que el odio es mal que las palabras curan?”
OCEANO. Déjame padecer esta dolencia; que es ganancia, y no poca, el ser sensato, y
parecer, en cambio, un insensato.
“PROMETEO. (Que ha permanecido largo tiempo en silencio). No penséis que es desdén o
que es orgullo lo que cierra mi boca. Es que se angustia mi alma al verme atado de esta
guisa. Y, con todo, a ese nuevo soberano, ¿quién, sino yo, facilitole el trono? Mas me callo:
sabéis lo que diría. Y ahora oíd las penas de los hombres; cómo les convertí, de tiernos
niños que eran, en unos seres racionales, en mis palabras no tendrá cabida el reproche a los
hombres; lo que intento es mostrar la bondad de mis favores: Ante todo, veían, sin ver
nada, y oían sin oír; cual vanos sueños, gozaban de una vida dilatada, donde todo ocurría a
la ventura: ignoraban las casas de ladrillos, al sol cocidos, la carpintería. Vivían bajo tierra
en unas grutas sin sol, como las próvidas hormigas. Ignoraban los signos que revelan
cuándo vendrá el invierno y la florida primavera y los frutos del estío. Todo lo hacían sin
criterio alguno hasta que, finalmente, de los astros les enseñé a auspiciar orto y ocaso. Y el
número, el invento más rentable, les descubrí, y la ley de la escritura, recuerdo de las cosas,
e instrumento que a las Musas dio origen. Fui el primero que sometió las bestias bajo el
yugo, y al arnés; y al jinete esclavizadas las más duras fatigas soportaron en lugar de los
hombres. Bajo el carro yo sometí el caballo, humilde al freno, y vana ostentación de la
riqueza. Nadie más sino yo el marino buque de alas hechas de lino, descubrió, y que
errático el ponto va surcando. Y pese a los inventos que a los hombres un día enseñé yo,
infeliz, no tengo medio de sustraerme a mi desgracia.
PROMETEO. Aún más te admirarás si el resto escuchas, las artes y recursos que he
inventado. Ante todo, cuando alguien enfermaba, no había medio alguno de defensa —ni
comida, ni ungüento, ni bebida— y morían privados de recursos hasta que yo enseñeles la
manera de mezclar los remedios curativos con que todos los males se superan. De la
adivinación fijé las normas; fui el primero en saber qué significan los sueños en la vida; los
presagios que encierra un son oscuro, y los encuentros, yo les mostré. Y el vuelo de las aves
de curvas garras definiles; cuáles indican buen augurio, y las que ocultan un siniestro
presagio. La conducta que sigue cada especie: sus amores, sus inquinas y su aparejamiento.
La limpidez de las entrañas, cómo ha de ser la tintura de la bilis para ser aceptada por los
dioses, y las formas que el lóbulo presenta. Los miembros recubiertos con la grasa y el
ancho lomo al fuego consumiendo, enseñé a los mortales el camino hacia un arte difícil.
Las señales del fuego, luminosas a sus ojos hice que fueran, hasta entonces ciegos. Pero
basta ya de eso. Los recursos ocultos para el hombre bajo tierra —como son bronce y
hierro, plata y oro— antes de mí, ¿quién pudo descubrirlos? ¡Nadie que no desee hablar en
vano!, lo sé muy bien. En suma, por decirlo todo concisamente en una frase: sabe que el
hombre ha conocido todas las artes a través de Prometeo.
¿Es favor tu favor? ¡Dímelo, amigo, vamos! ¿Dónde hallarás defensa? ¿Qué ayuda pueden
darte los mortales? ¿No has reparado, acaso, en la insegura, débil capacidad de los
humanos, a un sueño semejante, a que está sometida la pobre raza humana? No, no; jamás
la voluntad terrena podrá violar de Zeus las decisiones.
Llorar y lamentar unas desgracias, cuando puede arrancarse alguna lágrima de quien
escucha, eso es esfuerzo vano.
ÍO. ¿Para qué, pues, vivir? Mejor sería precipitarme, al punto, de esta roca escarpada y
librarme de mis penas estrellándome en ella. Antes la muerte de una vez que ir sufriendo
cada día.
ÍO. Si me has hecho ya un don, no me lo quites.
PROMETEO. Todo lo enseña el tiempo envejeciendo.
HERMES. Por mucho que hable voy a hablar, yo creo, en vano; observo que no te
conmueves ante mis peticiones, ni te ablandas. Mordiendo el freno cual recién domado
potro, con fuerza con las riendas luchas. Mas con débil ardid muestras tu saña. Para quien
no razona, por sí misma, puede la obstinación menos que nada. Porque, si a mis razones no
te pliegas, mira qué tempestad, qué triple embate de mal te viene encima, inevitable: antes
que nada, esa escarpada cumbre, con el trueno y llama de su rayo, Padre la hará pedazos, y
tu cuerpo, acunado en los brazos de una roca tan solo, hará que se sumerja. Luego, pasado
ya de tiempo largo trecho, volverás a la luz. Y el perro alado de Zeus, entonces, águila
sangrienta, reducirá tu cuerpo, impetuosa, a enorme harapo, huésped no invitado, que te irá
devorando todo el día, y con tu negro hígado un banquete celebrará. Pero, de este suplicio,
no esperes nunca el fin, hasta que llegue un dios que quiera ser el heredero de tu pena, y
bajar al negro Hades y a las simas sin luz que hay en el Tártaro. Piensa, pues, que no son
vanas bravatas, sino palabras dichas con gran tiento. Pues los labios de Zeus no hablan en
vano: Él cumple, en todo caso, su palabra. Así que mira en torno y reflexiona. No creas que
es mejor que el buen consejo la terca obstinación.
CORIFEO. No es importuno, así lo creo yo, lo que te ha dicho Hermes: lo que te pide es
que abandones tu conducta obstinada y que procures hallar el buen consejo. Presta oídos.
Errar es para el sabio vergonzoso.
- Agamenón:
Un buey enorme pisa mi lengua.
ESTROFA 2.ª
Zeus, quienquiera que sea, si le place este nombre, con él voy a invocarle. No puedo
imaginarme, computándolo todo, más que a Zeus, si, en verdad, he de arrancar de mi alma
el peso de esa angustia tan inútil.
ANTÍSTROFA 2.ª.
El que un día fue grande, desbordando de audacia combativa, no se dirá de él, un día, ni
siquiera que ha sido. Y el que tras él surgiera, dio con su vencedor. Tan solo el que piadoso
invoca a Zeus en cantos de triunfo alcanzará la prudencia suprema.
ESTROFA 3.ª.
Él, que abrió a los mortales la senda del saber; Él, que en ley convirtiera «Por el dolor a la
sabiduría». En vez de sueño rezuma dentro el pecho un dolor que recuerda el mal antiguo.
Así, aun sin querer, le llega al hombre la prudencia. ¡Favor violento de los dioses que en su
augusto trono se sientan, junto al timón!
Cruel es mi destino si no cumplo, pero también cruel si degüello a mi hija, de mi hogar la
alegría, y con un chorro de sangre virginal yo mancho junto al altar estas manos de padre.
¿Cuál de los dos partidos está libre de males? ¿Y cómo puedo abandonar mi escuadra
traicionando así mis alianzas? Pues que este sacrificio, que ha de calmar los vientos, que
esta sangre de virgen, con todo ardor deseen, no es, en verdad, un crimen, ¡que sea para
bien!
A los mortales los enardece la funesta demencia, consejera de torpes acciones, causa
primera del sufrimiento.
«De Zeus el golpe es», puede afirmarse. Y es fácil rastrear estas verdades. Todo ha ocurrido
conforme a sus designios. Alguien ha dicho que los dioses no se dignan ocuparse de
aquellos que han hollado la majestad de lo que es intocable. Mas quien lo dijo no era un ser
piadoso. Porque brota, prolífica, la maldición que cae sobre el osado, sobre quien alienta
metas que sobrepasan la medida, cuando su casa desborda abundancia. Venga sin daño la
fortuna, y baste así a los que poseen la prudencia. No es baluarte bastante la riqueza a evitar
la ruina para quien, en su hartazgo el gran altar de la justicia ha hollado.
ANTÍSTROFA 1.ª Lo azuza, con violencia, la tenaz Persuasión, la hija insoportable de
Ceguera. Y vano ya resulta todo antídoto. No consigue ocultarse, y cual tétrica luz, su
perversión fulgura, y, sometido al toque de Justicia, se ennegrece, cual bronce, de mala ley,
roído por el uso y los golpes. Es como un niño que corre tras un pájaro alado y que provoca
entre los suyos aflicción infausta. Ningún dios presta oído a sus plegarias; al criminal autor
de esas maldades los númenes lo abaten.
Cual Paris que penetró en el palacio Atrida y deshonró su mesa hospitalaria a una esposa
raptando.
ANTÍSTROFA 3.ª Pesado fardo, una nación airada; la maldición de un pueblo, se cobra,
finalmente, la factura. Yo, en mis ansias, espero una noticia oculta entre tinieblas. Los
dioses siempre acechan a los que han provocado tantas muertes, y la lúgubre Erinia, con el
tiempo, a aquel que injustamente la dicha haya alcanzado, lo cubrirá de noche,
transformando en ruinas su existencia. Y cuando ya ha llegado entre los muertos, no hay
remedio. Terrible cosa es la gloria con exceso, pues de Zeus el rayo sobre su hogar se abate.
La dicha yo prefiero que no despierte envidia. No sea yo jamás un destructor de pueblos, ni,
vencido a mi vez, tenga que ver mi vida sometida al arbitrio de terceros.
EPODO. Veloz recorre la ciudad una nueva, que nos trajo una llama de feliz augurio. Si es
cierta, si es engaño de los dioses, ¿quién podría saberlo?
¿Hay nadie tan pueril, de mente tan enferma, que deje que su pecho se caliente por extraños
mensajes de una hoguera, para, luego, al trocarse ya el relato, caer en el desánimo? Es
propio del talante femenino aceptar la alegría antes de comprobarse realmente. Crédulo con
exceso, corazón de mujer es presa fácil. Pero también desmaya fácilmente fama que una
mujer ha difundido.
Ha tiempo que tengo el callar por medicina de mi desgracia.
Pues siempre tiene el anciano facilidad para aprender de la juventud.
“CLITEMNESTRA. Antes lancé, alborozada, un clamor por la victoria, cuando nos llegó el
primer mensajero, ígneo, nocturno, para anunciar la conquista y la destrucción de Troya.
Pero entonces, en un tono de reproche, alguien me dijo: «Por una simple fogata fuiste
convencida, y crees que Troya es ahora ya alimento de las llamas. Es propio de la mujer
dejar que se le enardezca el corazón». Frente a tales razones yo parecía, sin más, ser una
demente. Y, sin embargo, seguía ofreciendo sacrificios mientras los hombres lanzaban, por
toda la ciudad, gritos de victoria, cual mujeres, y sus votos ofrecían en los templos de los
dioses para apagar, ya más tarde, esas llamas perfumadas que la ofrenda consumían.
(Al HERALDO).
¿A qué contarme ya más, si de labios del rey mismo habré de saberlo todo? Y ahora, yo me
dispongo a ofrecer a mi marido, la más digna bienvenida porque, al fin, ha regresado. ¿Hay
acaso luz más dulce para una esposa, que abrir las puertas de su morada al esposo, a su
regreso de la guerra, cuando un dios la vida le ha conservado? ¡Y que llegue cuanto antes,
rodeado del afecto de su patria! Que a su esposa a su regreso, tan fiel, hállela cual la dejara
al partir, tal como un perro guardián de la morada, tierna con él, mas hostil con los
extraños, y siempre conservándose la misma; que, después de tanto tiempo, ningún sello ha
traicionado. Pues del amor de otros hombres y de cualquier reprensible murmuración, no sé
más que de trabajar el bronce. Y si altivo es mi lenguaje es que rebosa verdad, a tal punto
que no puede sonar impropio en los labios de una mujer de prosapia.
No existe modo de que yo te cuente hermosas mentiras para que mis amigos saquen de ellas
provecho por largo tiempo.
ANTÍSTROFA 3.ª Existe, entre los hombres, un refrán muy antiguo:
«La mortal opulencia al llegar a un exceso engendra nuevos hijos, no permanece estéril. Y
de esta buena suerte luego brota dura miseria para su familia». Pero, frente a los otros, yo
pienso a mi manera: un acto impío engendra, después, nuevas maldades de rostro semejante
al de los padres. Mas la casa do reina la justicia un destino conoce que tiene hermosa prole.
ESTROFA 4.ª En cambio, entre malvados, una insolencia antigua suele parir nueva
insolencia, un día u otro, cuando llega la hora fijada para el parto: espíritu sediento de
venganza, invencible, impío, incombatible: la audacia, la ceguera fatal para las casas,
espectro vivo de su propia madre.
ANTÍSTROFA 4.ª Brilla, empero, Justicia incluso en las cabanas negras de humo, y
enaltece al mortal que es piadoso. Abandona la estancia adornada con oro por unas sucias
manos dirigiendo sus ojos a otra parte, mirando lo que es puro. Y no practica el culto al
poder de los bienes con sus anhelos de una falsa gloria. Y todo lo conduce al fin primero.
“Entra AGAMENÓN, montado en un carro, con su séquito, y acompañado de
CASANDRA, que se halla a su lado, de pie, en el carro).

Mi Rey, vencedor de Troya, vástago de Atreo, ¿cómo he de saludarte? ¿Cómo expresarte


mi homenaje, sin pecar por un exceso o un defecto, en lo que exige un acto de cortesía?
Que muchos hombres prefieren lo que es mera apariencia y ultrajan a la justicia. Todos
dispuestos están a compadecer al que es infeliz, mas el dolor de la desgracia no llega a
morder su corazón. Y así, fingen compartir la alegría, violentando a veces un rostro que se
resiste a sonreír. Pero el que es un buen pastor de sus rebaños, no deja engañarse por el
rostro que solo parece fiel, y que el afecto le muestra con una amistad fingida. Cuando
otrora disponías tus escuadras al rescate de Helena —mis sentimientos no quiero ahora
ocultarte— de ti me formé una imagen harto tosca, como si no supieras manejar el timón de
la prudencia. ¡Rescatar a una mujer —pensaba— que se ha entregado, con el precio de la
vida de tantísimos guerreros! Pero ahora —y te lo digo desde el fondo de mi entraña y con
mi afecto— ¡cuán dulce la fatiga, para quien con su deber ha cumplido! Con el tiempo, si te
informas, ya sabrás qué ciudadanos a la ciudad defendían cumpliendo con su deber, y
quiénes no lo cumplían.
AGAMENÓN. A Argos primero es justo que salude, y a los dioses, coautores, de mi vuelta
y del justo castigo que yo he impuesto a la ciudad de Príamo. Pues los dioses sin escuchar
las partes en litigio, y sin vacilación, depositaron en la urna sangrienta, para Troya, voto de
destrucción, voto de muerte para sus campeones; en la otra, sin voto, por llenarla solamente
estaba la esperanza. Una humareda señala todavía el punto donde se erguía la ciudad hoy
conquistada. Solo los torbellinos de Ceguera dan signos aún de vida, y, compartiendo con
la ciudad la muerte, todavía despide la ceniza el vapor denso de su riqueza. Y por ello
debemos a los dioses eterna gratitud: hemos vengado el rapto con castigo que ha superado
todas las medidas. Por solo una mujer, una ciudad entera por el argivo monstruo fue
arrasada —la cría del caballo, hueste armada con escudos que diera enorme brinco al caer
de las Pléyades, saltando por encima del muro, y cual león, hasta hartarse lamió sangre de
reyes.
(Pausa).
He prolongado un tanto mi discurso con un preludio dedicado al cielo. Cuanto a tus
sentimientos —ya he oído y recuerdo muy bien cuanto me has dicho— yo te digo lo
mismo, estoy contigo. Son pocos los mortales que, de forma natural y espontánea, su
homenaje, sin asomo de envidia a sus amigos rinden en la bonanza. De la envidia cuando el
veneno se asentó en el pecho duplica la dolencia contraída, y gime viendo la ventura ajena.
Porque lo sé muy bien puedo afirmarlo; de la amistad conozco yo el espejo: y que son solo
espectro de una sombra seres que imaginaba muy adictos. Tan solo Ulises, que a la mar se
hiciera por la fuerza, una vez ya se vio uncido a igual yugo que yo, estuvo dispuesto a tirar
de la cuerda que yo mismo tiraba; y te lo digo tanto si ya muerto está como si sigue en vida.
Por lo que toca a la ciudad y los dioses, lo habremos de tratar en la asamblea, en público
debate, procurando que lo que es bueno se prolongue, y si algo exige aplicar duros
remedios, hemos de procurar, con gran cuidado expulsarlo, quemando o bien cortando. Y
ahora voy a entrar en mi palacio, en mi casa, y ante todo, a los dioses saludaré, que lejos me
enviaron y aquí me han retornado. ¡Y que Victoria que hasta aquí me siguió, siga a mi
lado!.
Con los años va perdiendo la timidez el ser humano.
Primero, para una esposa es ya un tormento sin par estarse en casa sentada sola y sin la
compañía del marido, toda suerte de desalmados rumores escuchando; que uno viene a traer
malas noticias, y después, otro, con nuevas peores y, así, van todos anunciando mil
desgracias para la casa.
AGAMENÓN. Hija de Leda, guardia de mi casa conformes con mi ausencia tus palabras
han sido: porque mucho te extendiste. Mas debe proceder de otras personas el elogio
adecuado. Y no me trates en forma delicada y femenina ni me acojas a la manera bárbara,
rodilla en tierra y el halago presto. Tampoco extiendas ante mí ninguna alfombra, pues que
la envidia mis pasos podría acompañar. Es a los dioses a quien hay que rendir este
homenaje. Un hombre soy: me causa escalofríos caminar sobre estos ricos bordados.
Quiero decir que me honres como a un hombre. Sin bordados y alfombras, por sí sola,
habla mi gloria ya; y el ser sensato es el don más precioso de los dioses. Hay que llamar
feliz y venturoso al que acaba su vida en la bonanza. Ya te lo he dicho, no me atrevo a
hacer esta acción que tú acabas de indicarme.
No respetes la censura humana.
Tiene mucho poder la voz del pueblo.
No es afortunado aquel a quien nadie envidia.
No es propio de una mujer estar deseosa de discusión.
Con agrado mira la deidad desde lejos al que ejerce el poder con benignidad, porque nadie
lleva por su gusto el yugo de la esclavitud.
Todo el mundo es más delicado cuando es feliz.
Nadie que sea feliz oye elogios.
Más dulce es la muerte que la tiranía.
“De una salud suprema no es alcanzable el límite más alto. Que la amenaza siempre,
vecina, pared contra pared, la enfermedad, y un humano destino que avanza viento en popa,
choca en oculto escollo. Si sabia precaución echa en las olas parte de las riquezas
adquiridas, con honda mesurada, no se hundirá del todo la casa repleta con exceso, ni al
fondo de la mar se va el navío. El don de Zeus, profuso, la cosecha de un año, aleja el
morbo del hambre.”
CLITEMNESTRA. (Que aparece ante la puerta con frialdad y dueña de sí misma). Si antes
dije palabras que exigía este trance y ahora lo contrario proclamo, no voy a sentir rubor.
Pues, ¿cómo en otro caso el que se apresta a descargar su bilis contra aquel que le odia a su
vez, fingiendo ser amigo suyo podría una trampa insalvable de muerte levantar? Ha tiempo
que tenía preparado este proyecto. Y ya llegó la hora del triunfo final, ¡tras tanto tiempo!
Aquí me yergo, do descargué el golpe ante mi víctima; y obré de tal manera, no os lo voy a
negar, que no ha podido ni huir ni defenderse. Una red sin salida, cual la trampa para peces,
eché en torno a su cuerpo —la pérfida riqueza de un ropaje—. Lo golpeo dos veces, y allí
mismo entre un grito y un grito se desploma. Cuando está ya en el suelo, un tercer golpe le
doy, ofrenda al Zeus de bajo tierra, protector de los muertos. Ya caído, su espíritu vomita;
exhala, entonces, un gran chorro de sangre, y me salpica con negras gotas de sangrante
escarcha. Y yo me regocijo cual las mieses ante el agua de Zeus, cuando está grávida la
espiga. Y eso es todo. Alegraos por ello, argivos. Si es que os causa gozo. Yo exulto, y si
fuera razonable verter sobre un cadáver libaciones, ahora fuera justo y más que justo. A tal
punto, la crátera, de males execrables llenó, y ahora lo paga.
- Las coéforas:
CORIFEO. Y ¿cómo no va a ser santo y piadoso devolver mal por mal al enemigo?
ELECTRA. (Mientras vierte la libación). Oh tú, heraldo supremo de quien vive en tierra y
bajo tierra, oh Hermes Ctonio, socórreme, pidiendo a las deidades del subsuelo que
escuchen mis plegarias, y a la Tierra que da vida a los seres y una vez les ha dado su
alimento en su seno, de nuevo, los acoge. Y yo entre tanto, mientras voy vertiendo agua
lustral en honor de los muertos invocando a mi padre, así le digo: «Ten compasión de mí, y
de mi querido ORESTES. Haz que brille en esta casa la luz de nuevo. Pues cual
vagabundos caminamos, vendidos por aquella mujer que un día nos pariera, y que en tu
lugar tomara por esposo a Egisto, de tu muerte un día cómplice. Yo misma soy tratada
como esclava. ORESTES vive desterrado, lejos de su heredad, cuando ellos con el fausto,
que tú con tus fatigas “conseguiste, gozan ahora. Yo también te pido —y préstame
atención, padre querido— que vuelva ORESTES por un don del hado. En cuanto a mí, más
casta que mi madre concédeme que sea, y una mano más piadosa también». He aquí los
votos para nosotros; para mi enemigo yo imploro, oh padre, que aparezca un día quien te
vengue, y que en justicia mueran tus asesinos. E intercalo en medio contra ellos en mis
votos favorables esta maldición: «Para nosotros sé portador de gozo en este mundo con la
ayuda del cielo, de la tierra y de justicia, que da la victoria». Mis súplicas son estas;
después de ellas yo derramo en tu honor estas ofrendas. Y vosotras, de acuerdo con el rito,
con la flor del lamento coronadlas entonando el peán de los difuntos.
Que el gozo no extravíe tus sentidos.
«A cambio de palabras enemigas, que palabra enemiga se tribute».
Por un golpe de muerte, golpe también de muerte; contra acto criminal, el escarmiento»
CORO. Aún, si lo quisiera, un dios podría hacer que de este daño más gozosos acentos
emergieran; y en lugar de lamentos funerarios, un canto de triunfo aún podría traer a las
estancias del palacio vino recién mezclado.
¡No son vanos los sueños de los hombres!
Un discreto lenguaje os pido: a callar cuando convenga y a hablar las palabras adecuadas.
El recato, en las conversaciones, enturbia las palabras; pero un hombre habla a otro hombre
sin recelo alguno y expone claramente su objetivo.
Pues en cuanto a mí concierne, mi ilusión hubiera sido trabar mi conocimiento con
huéspedes tan honrados, y ser de ellos acogido por traerles buenas nuevas. Pues, ¿quién hay
mejor dispuesto hacia un huésped que otro huésped? Mas me hubiera parecido cosa impía
no dar cima al encargo de un amigo después que lo prometí y de haberme él acogido.
Llegó la hora de que un huésped que ha caminado su jornada encuentre ya su descanso tras
largo camino.
NODRIZA. Mi señora me ha ordenado que comunicara a Egisto que acuda aquí a toda
prisa a hablar con los forasteros, para que así, de hombre a hombre, se entere, sin sombra
alguna, del mensaje que han traído. Adoptó, ante los esclavos, un gesto muy doloroso, si
bien por dentro ocultaba el gozo que le causaba hecho tan fausto para ella, —mientras que
para esta casa es todo desolación por la nueva que han traído estos huéspedes. Sin duda su
corazón ha saltado de gozo cuando esta nueva escuchó. ¡Infeliz de mí! Y las desgracias
antiguas, tan duras, amontonadas en casa de los Atridas, han destrozado mi pobre corazón
dentro del pecho. Mas yo nunca he recibido golpe tan cruel como este: que los demás
infortunios aún podía soportarlos con toda resignación… Mas que mi pequeño ORESTES,
un pedazo de mi vida, a quien cuidé desde el mismo instante en que de su madre yo le
recibí en mis brazos… ¡Las mil torturas causadas por sus llantos, que me hacían toda la
noche velar!… todo lo he sufrido en vano. Puesto que a una criatura sin el uso de razón hay
que tratarla —¿no es eso?— como a un pequeño animal, siguiendo la intuición. Porque un
niño de pañales no dice que tiene sed, ni hambre, ni que ha de orinar. Se basta a sí mismo el
vientre. Y yo en muchas ocasiones acertaba, pero en otras, me equivocaba, lo sé, y con ello
lavandera de pañales era, que entrambos oficios se confundían. Y porque yo conocía estos
dos oficios, pude recibir al niño ORESTES de los brazos de su padre. ¡Y ahora me entero
que ha muerto! Mas del hombre voy en busca que es la ruina de esta casa. ¡Me imagino con
qué gozo recibirá esta noticia!
CORIFEO. Vete ya a toda prisa con tu encargo. Los dioses cuidarán de lo que falte.
NODRIZA. Voyme pues a cumplir estos consejos. Y que todo resulte, con la ayuda de
Dios, de la manera más perfecta.
CORO. Jamás mortal alguno tendrá gratis una existencia sin dolor, ¡ay, ay! Un dolor viene
hoy, y otro mañana.
CORIFEO. Pero tu acción fue acertada. No unzas ahora tus labios bajo el yugo del
reproche, y no impreques contra ti palabras de maldición, después que toda esta tierra de
Argos has liberado, y de feliz golpe, cortado la cabeza a estas dos sierpes que despedían
veneno.
CORO. Es ley, sí, que las gotas vertidas en el suelo con un asesinato exijan nueva sangre.
Pues conjura la muerte a las Erinias que en nombre de los que antes han caído van trayendo
desgracia tras desgracia.
Habrá de ser tu tumba para mí la riqueza más preciada.
Los hijos son la voz que salva a los hombres de la muerte. Ellos son como el corcho que
tira de la red, así impidiendo que el tejido de lino vaya al fondo.
¿Cómo debo juzgarla, verdadera y real, o se trata más bien de esas leyendas de mujeres,
forjadas por el miedo, que saltan en el aire y que se esfuman? ¿Cómo podrías tú aclarar mi
mente?
A una mente que sabe discernir, no logrará engañarla, ciertamente.
CORO. ¡Oh Zeus, oh Zeus!, ¿qué hacer? ¿Por dónde he de empezar mis oraciones, mi
llamada a los dioses, y, en mis buenos deseos, cómo decir lo justo? Porque, ahora, los filos
de la espada matadora, tiñéndose de sangre consumarán la ruina sempiterna de los Atridas,
o, prendiendo ORESTES de libertad una brillante llama, y de poder legal, la gran riqueza
habrá de recobrar de sus mayores. Tal es la lucha que él solo, contra dos, y sin reservas, se
dispone a afrontar, el muy divino ORESTES. ¡Y que todo conduzca a la victoria!
Mejor tener enfrente a todo el mundo que a los dioses, cree.
No reproches, en el hogar sentada, a aquel que lucha.
CLITEMNESTRA. Es muy duro, hijo mío, para una esposa estar sin el marido.
ORESTES. El afán del esposo las mantiene en casa vagarosas.
Siempre vencen los dioses; y su ayuda no otorgan al impío. Justo es que honremos el poder
celeste de las deidades todas: la luz ya se divisa.
Y vosotros, que de oídas tan solo conocéis nuestro infortunio, la trampa contemplad y los
grilletes que echaron sobre el cuerpo de mi padre, pobre infeliz, el cepo de sus manos, los
lazos de sus pies. Desenrolladlo y un círculo formando, desde cerca “mostrad la red tendida
contra un hombre, y que así el padre —mas no el mío, sino el astro sol que todo lo
contempla— pueda ver con sus ojos las acciones de mi madre, y que pueda un día, acaso,
servirme en el proceso de testigo de que en justicia ejecuté a mi madre. A Egisto ni lo
miento; ya ha tenido el premio que merece un adulterio de acuerdo con las leyes. Sin
embargo, la mujer que tramó contra su esposo tanto horror y de quien llevó en el seno el
peso de los hijos —peso ayer querido, y hoy, al parecer, odiado—, ¿qué te parece?, ¿qué
es? ¿Una murena, una víbora, acaso, que inficiona tan solo, sin morder, por los efectos de
su audacia y su espíritu perverso? ¿Qué nombre debo darle, aunque me exprese con
benigno lenguaje? ¿De alimañas trampa? ¿Sudario de un cadáver que enteramente un ataúd
recubre? Red llámala mejor; o bien, un peplo que aprisiona los pies, cual para sí un bandido
quisiera que se gana el sustento a los otros engañando y hurtando su dinero: con un lazo así,
¡cómo gozara, provocando la muerte a tantos seres! ¡Ah! Que nunca en vida tenga en mi
morada yo una esposa cual ella: antes los dioses me hagan morir privado de los hijos.
- Las Euménides:
“no es justo insultar sin tener ninguna queja, que lo veta la equidad”
“Quieres llamarte justa, antes que obrar justamente.”
“ATENEA. Un juramento no puede a la injusticia dar victoria”
“los testigos y las pruebas, juramentado auxilio del derecho.”
“ESTROFA 3.ª No elogies una vida licenciosa ni la que al despotismo está sujeta. Que Dios
ha concedido la victoria siempre al término medio. Porque el resto, lo rige de otra guisa.
Comedido es también lo que proclamo: de la impiedad es la insolencia el hijo, ciertamente;
de la salud del alma brota toda ventura, de todos tan querida y anhelada.
ANTÍSTROFA 3.ª En términos supremos te lo digo: tú venera el altar de la Justicia, no la
ultrajes con tus impías plantas porque hayas divisado una ganancia. Que el castigo vendrá;
su cumplimiento espera, soberano. Coloca, pues, el paternal respeto en un lugar muy alto.
Y acepta con piedad la visita del huésped que acude a tu morada.
ESTROFA 4.ª Quien, porque quiere, es justo, y sin presiones, no quedará sin dicha; no irá
jamás a una total ruina; El rebelde que, a fuerza de atropellos amontona riqueza
injustamente, con el tiempo —te digo— habrá de amainar velas, cuando tenga sus cuitas al
rompérsele el mástil de la nave.”
“Más que Zeus nunca puede un juramento.”
“APOLO. Sí, porque no es lo mismo que el que muera sea un noble investido con el cetro
de Zeus, y a más, a manos de una esposa —que no cometió el crimen con la ayuda de un
arco impetuoso, cual podría hacerlo una Amazona— mas del modo que vais ahora a
escuchar, Ralas Atenea, y vosotros, que estáis para dar vuestro voto en este proceso:
regresaba del campo de batalla, do lograra en casi todo un éxito notable. Ella lo acoge con
palabras tiernas, … y lo envuelve en un manto, y cuando ya lo ha prendido en los pliegues
de aquel peplo recamado, golpe mortal le asesta. Tal fue, como os he dicho, el cruel destino
del gran hombre caudillo de la armada. A ella os la he pintado de este modo, para que el
pueblo, que ha de dar el fallo sienta en su pecho el diente de la ira.
CORIFEO. Zeus, según tú, da mayor importancia a la muerte de un padre. Y, sin embargo,
al suyo, al viejo Crono, de cadenas un día lo cargó, y ¿ahora tú afirmas que no hay
contradicción en tus palabras? (Al tribunal). Prestad mucha atención: sois mis testigos.”
“APOLO. ¡Monstruos aborrecibles, de los dioses espanto! Las cadenas él podía desatarlas,
tiene remedio, existen mil formas de romperlas. Pero cuando la sangre de un varón bebió la
tierra, no hay medio de volverle a la existencia. Contra este mal mi padre no fabrica
hechizos, él que todo lo conmueve sin perder el aliento en el esfuerzo.
CORIFEO. Mira de qué manera lo defiendes para que sea absuelto. Fue la sangre de una
madre lo que virtió —¿lo escuchas?— ¿Y luego va a vivir en Argos, bajo el techo de su
padre? ¿Y a qué altares podrá acercarse? Di. ¿Qué cofradía podrá acogerlo en sus sagrados
ritos?
APOLO. Te lo diré, y acepta mis razones: del hijo no es la madre engendradora, es nodriza
tan solo de la siembra que en ella se sembró. Quien la fecunda ese es engendrador. Ella, tan
solo —cual puede tierra extraña para extraños— conserva el brote, a menos que los dioses
la ajen. Y daré mis argumentos: puede haber padre sin que exista madre, y muy cerca
tenemos un testigo, la propia hija de Zeus, rey del Olimpo. No fue gestada en las tinieblas
de una materna entraña, mas, ¿qué dios podría dar a luz a un retoño semejante? En cuanto a
mí, oh Atenea, cual sé hacer en otros casos, quiero engrandecerte a ti, y a tu ciudad, y sus
habitantes. A este (por ORESTES) en suplicante, lo he enviado a tu templo, porque te sea
fiel eternamente, y en él halles, diosa, fiel aliado en sus descendientes. Y esa fidelidad se
hará extensiva a sus hijos futuros, para siempre.
“Pensad, y no os encolericéis”
“Si algo no he de cumplir, no lo prometo.”
“CORIFEO. ¿Qué me mandas pedir para esta tierra?
ATENEA. Aquello que no tenga un mal triunfo en su punto de mira; que la brisa de la
tierra, del mar, y la del cielo oree en la región bajo los rayos desbordantes del sol; y que los
frutos del país, y el ganado no se cansen de dar prosperidad a los ciudadanos. Que se
proteja la simiente humana, y se arranque de cuajo a los impíos; pues me llena de gozo,
cual si fuera yo un hortelano, que no sufra daño la raíz de los justos. Y esta es tu misión ya,
y en cuanto a los combates que gloria dan, jamás consentiré que, si obtiene el triunfo, no
resulte sin honra mi ciudad entre los hombres.
ATENEA. Al escuchar los dones que, en su bondad, aseguran a mi pueblo, me invade el
gozo, y siento gratitud, a los ojos de Persuasión, que ha cuidado mis labios y mi boca ante
estas, que, en forma tan salvaje, rehusaban. ¡La victoria es de Zeus, el dios de la palabra! Se
ha impuesto para siempre nuestra tenacidad, al bien orientada.
“¡Salud, salud en los dones benditos de la riqueza! ¡Salud, pueblo de Atenas que te sientas
al lado de la Virgen hija de Zeus, y la amas y eres por ella amado, y cada día tu prudencia
acrecientas! Quien de Atenea está bajo las alas, su padre le protege.
ORESTES. ¡Soberano Apolo, tú que la maldad ignoras! Y, puesto que la ignoras, deberías
mostrar tu valimiento. Es tu poder aval de la justicia.
APOLO. Yo no voy a traicionarte, no. Protector tuyo hasta el final, de lejos y de cerca, no
voy a ser contra tus enemigos blando jamás. Ahora ya rendidas puedes ver a estas furias por
el sueño, a estas abominables criaturas, viejo brote de un antiguo pasado, con quienes no se
tratan ni los dioses ni los hombres ni las fieras. Nacieron para el mal, pues que habitan la
horrorosa tiniebla, y, en la entraña de la Tierra, el Tártaro, el encono de mortales y de los
dioses del Olimpo. Tú, escapa, sin embargo, y no te muestres cobarde en modo alguno.
Tras tus huellas correrán a través del continente doquiera que tu planta vagabunda pise,
allende el mar y las ciudades que las ondas circundan. No desistas, sin embargo, en tu
empeño; y cuando llegues a la ciudad de Palas, esta imagen antigua, abraza arrodillado. Allí
disponiendo de jueces y de frases seductoras, un medio hemos de hallar para poder,
definitivamente liberarte de tu infortunio: pues yo fui el que te ha inducido a dar la muerte a
tu madre. Recuerda mis palabras. No domine el temor tus sentimientos.
Y tú, Hermes, sangre de mi sangre, e hijo de un mismo padre, has de velar por él. De
acuerdo con tu nombre sé un pastor que a su destino lleve al suplicante. Zeus mismo
reconoce a los proscritos aquel respeto que al mortal le llega con el apoyo de una fausta
suerte.
APOLO. ¿No consideras, pues, y sin honores quieres dejar los juramentos de Hera, que las
bodas sanciona, y los de Zeus? ¿Y sin honor a Cipris, que ha quedado según tu propia
cuenta, desdeñada, ella que fuente ha sido para el hombre de todas las delicias? Porque el
lecho do el destino juntó a esposa y esposo es más fuerte que todo juramento, por ley
sagrada protegido. Y si tú te muestras tan blanda contra aquellos que entre sí se asesinan, y
no buscas, mirándolos con ira, su castigo, niego que sea justo que persigas a Orestes. Pues
estoy viendo que pones mucho empeño en un caso, mas que el otro lo tomas con más
calma. Será Palas la que habrá de entender en esta causa.
APOLO. Voy a otorgarle mi protección, salvaré al suplicante. Porque entre dioses y
hombres es terrible la ira de un suplicante, si queriendo, alguien lo traiciona.
Mas esto no es posible: que la sangre vertida de una madre no puede recogerse, ¡por los
dioses!, y una vez derramada el líquido se escapa.
Verás lo que recibe allí, cual la justicia exige, aquel mortal que haya pecado contra un
huésped o un dios, o bien contra sus padres, a sabiendas de lo que hacía. Bajo tierra es
Hades un terrible exactor de mortales: con su mente en donde toda acción es registrada, él
lo contempla todo.
(Este es un canto del coro largo)
CORO. (Que va rodeando a ORESTES). Nuestro coro anudemos, pues que está decidido
que vamos a entonar nuestra musa de horrores y a proclamar de qué suerte reparte
nuestro conjunto los destinos de los hombres. Nos consideramos rectas justicieras; contra
el hombre que tiene limpias las manos no se precipita nunca nuestra cólera. Así vive su
vida sin daño alguno. Pero cuando uno ha pecado “como ha hecho este individuo y quiere
tener ocultas sus manos ensangrentadas, nos erguimos ante él en testigos de los muertos, y
cual de sangre exactoras a su vista aparecemos, hasta la gota postrera.
ESTROFA 1.ª Madre que me engendraste, ¡oh Noche, madre mía!, implacable castigo de
quienes ven la luz o la han perdido, escucha mis plegarias. El retoño de Leto pretende
arrebatarme mis honores, de esta liebre privándome, cabal ofrenda para la sangre expiar
vertida de una madre.
EFIMNIO 1° Sobre la víctima nuestra, este canto, que es delirio y un extravío mortal de la
mente, himno de Erinia que las almas encadena, un himno sin lira que va marchitando a
los hombres.
ANTÍSTROFA 1.ª El destino implacable me ha hilado una misión que debo mantener con
toda solidez. Acosar a los hombres que, en su loca maldad, al crimen se han lanzado, hasta
que, al fin, desciendan bajo tierra. Y una vez muertos ya ni entonces se ven libres de mi
acoso.
EFIMNIO 1.° Sobre la víctima nuestra este canto, que es delirio y un extravío mortal de la
mente, himno de Erinia que las almas encadena, un himno sin lira que va marchitando a
los hombres.
ESTROFA 2.ª Ya desde el nacimiento —nosotras proclamamos— esta misión fatal nos fue
asignada. Intervenir en ella no es lícito a las manos de los dioses; ninguno es comensal de
mis banquetes. Conmigo nada tienen que ver los blancos peplos.
EFIMNIO 2.° Para mí reservé la total destrucción de los hogares, cuando algún Ares
doméstico asesina algún deudo. Entonces nos lanzamos en su persecución y, por fuerte que
sea, al fin lo aniquilamos con el peso de la sangre derramada.
ANTÍSTROFA 2.ª Es librar nuestro empeño, a otros de esta empresa; eximir a los dioses,
con nuestra diligencia, de comenzar procesos. Pues Zeus considera indigna de su
audiencia esta raza execrable, ensangrentada.
EFIMNIO 2.° Para mí reservé la total destrucción de los hogares, cuando algún Ares
doméstico asesina algún deudo. Entonces nos lanzamos en su persecución y, por fuerte que
sea, al fin lo aniquilamos con el peso de la sangre derramada.
ESTROFA 3.ª Y las glorias humanas, aun las más ilustres bajo el cielo, cual cera se
derriten bajo tierra, aniquiladas por mi negro asalto, por los malignos ritmos de mis
piernas.
EFIMNIO 3.° De un brinco, desde arriba, yo lanzo la pesada potencia de mis plantas que
hacen caer incluso al más ligero, infortunio en verdad insoportable.
ANTÍSTROFA 3.ª Y aunque cae, lo ignora, en su loca quimera; tal es la negra noche que
ha extendido su mancha sobre sus ojos. «Bruma sombría —dice el pueblo— sobre su
hogar se abate»
EFIMNIO 3.° De un brinco, desde arriba, yo lanzo la pesada potencia de mis plantas, que
hacen caer incluso al más ligero infortunio, en verdad insoportable.
ESTROFA 4.ª La desgracia le aguarda; que en medios somos ricas, tenaces en la empresa,
sin perder la memoria de toda fechoría; Augustas e Impecables, para los hombres; siempre
con la misión humilde por todos despreciada, que nos mantiene lejos de los dioses, en
cenagal sin luz, misión tan dura para el que tiene ojos como para aquel hombre que los
tiene cerrados.
ANTÍSTROFA 4.ª Así pues, ¿qué mortal no ha de sentir respeto ni temor al oír de mis
labios las leyes que las Moiras me asignaron, y fue ratificada por los dioses? Antigua es
mi misión. No me faltan honores, aunque tenga mi estancia bajo tierra, envuelta en la
tiniebla que nunca el sol visita.

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