1) La historia describe la compleja familia de Zeus y cómo llegó a ser el líder supremo de los dioses tras derrotar a los Titanes.
2) Zeus, Hera y Atenea disputaron por ser consideradas la diosa más hermosa, por lo que Paris fue elegido como juez para decidir el ganador.
3) Paris se encontró en un dilema ya que tanto Hera como Atenea le ofrecieron grandes regalos si las elegía como la diosa más bella.
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1) La historia describe la compleja familia de Zeus y cómo llegó a ser el líder supremo de los dioses tras derrotar a los Titanes.
2) Zeus, Hera y Atenea disputaron por ser consideradas la diosa más hermosa, por lo que Paris fue elegido como juez para decidir el ganador.
3) Paris se encontró en un dilema ya que tanto Hera como Atenea le ofrecieron grandes regalos si las elegía como la diosa más bella.
1) La historia describe la compleja familia de Zeus y cómo llegó a ser el líder supremo de los dioses tras derrotar a los Titanes.
2) Zeus, Hera y Atenea disputaron por ser consideradas la diosa más hermosa, por lo que Paris fue elegido como juez para decidir el ganador.
3) Paris se encontró en un dilema ya que tanto Hera como Atenea le ofrecieron grandes regalos si las elegía como la diosa más bella.
1) La historia describe la compleja familia de Zeus y cómo llegó a ser el líder supremo de los dioses tras derrotar a los Titanes.
2) Zeus, Hera y Atenea disputaron por ser consideradas la diosa más hermosa, por lo que Paris fue elegido como juez para decidir el ganador.
3) Paris se encontró en un dilema ya que tanto Hera como Atenea le ofrecieron grandes regalos si las elegía como la diosa más bella.
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CAPÍTULO IV.
ZEUS Y SU GRAN Y ENREVESADA
FAMILIA
Finalmente, y ya sin derecho a morar en el Olimpo a
no ser que el Consejo de los doce grandes lo permitiese, estaban los semi-dioses o héroes, como lo fue el desdichado Tántalo. Se denominan así a aquellos hombres nacidos de la unión de un dios con una mujer mortal o bien un mortal con una diosa. A lo largo de esta historia irán saliendo nuevas aventuras de famosos héroes mitológicos. ¡Que son tantos o más que la pléyade de los dioses, figúrate!
-Pero siempre Zeus o Júpiter rigiendo toda esta larga
y complicada familia, ¿No es eso? -Exactamente. Y, sin embargo, fíjate qué detalle más curioso. No es él el primero de los dioses, cronológicamente hablando. -Ah, ¿No? -No. Te contaré brevemente su origen y cómo consiguió implantar su señorío único e incuestionable en la cima del Olimpo.
Creo haberte dicho que al principio de los tiempos
sólo existía el caos. De él surgieron Urano, dios de Cielo, y Gea, diosa de la Tierra, divinidades ambas las más primitivas de toda la mitología. Gea y Urano forman, pues, la primera pareja divina y engendran a los titanes, extraños e indomables monstruos de cincuenta cabezas y cien manos cada uno. Urano, al verlos tan horribles, monta en cólera y los encierra a todos en las entrañas del Tártaro, o sea, en el infierno. Pero Gea es una madre y las madres idolatran y protegen a sus hijos, sean feos o bellos. Así que se pone de parte de ellos e incluso incita al primogénito, Cronos - denominado luego Saturno por los romanos -, a que destrone a su padre y se deshaga de él como único medio de que todos sus hermanos puedan quedar libres. Cronos ocupa el trono divino de su padre y se casa con Rea. Pero hete aquí que pronto empieza a sufrir negras pesadillas y presagios, vaticinándole que quizá sus hijos puedan hacer con él lo mismo que él hizo con su padre, Urano. Ni corto ni perezoso -está visto que en esta familia el amor paternofilial no era la virtud más cultiva -decide deshacerse, uno a uno, de cuantos vástagos vaya dándole su esposa Rea. Y de nuevo es la madre la que pone orden en esta trágica historia. Profundamente desolada por la suerte de sus hijos, decide un día no entregarle ni un recién nacido más a Cronos-Saturno. Nace Zeus y Rea lo esconde en la isla de Creta, donde es amamantado por una cabra y alimentado con la miel de las doradas abejas de la joven y hermosa Ida. Pasa el tiempo. Zeus (Júpiter para los romanos, no lo olvides) es ya un mancebo apuesto y aguerrido que se siente predispuesto a ocupar el trono de su padre Cronos o Saturno, tanto más cuanto que éste sigue atentando contra la vida de sus propios hijos, es decir, hermanos de Zeus. Comienza por resucitar a todos aquéllos que su padre había ido matando al nacer, y con ellos declara la guerra a Cronos y a todos los hermanos de éste, a los terribles y monstruosos titanes. Ayudan, también, a Zeus los cíclopes, que otorgan al joven dios el trueno y el rayo, símbolos ya para siempre de su autoridad y de su omnipotencia. La batalla es formidable, mucho más que las que yo luego contaría en mi Illíada entre griegos y troyanos. ¡Versos labrados en oro serían precisos para narrar aquella divina epopeya! Finalmente vence Zeus, arroja a Cronos-Saturno y a los titanes a las profundidades del Tártaro, y se proclama rey y señor del Olimpo para siempre, repartiéndose el dominio del mundo con sus hermanos Poseidón y Hades (Neptuno y Plutón para los romanos). Al primero le otorga el mar y al segundo el tenebroso mundo subterráneo o también llamado infierno.
-Una extraordinaria historia. Pero muy violenta,
maestro, no me diga que eso de que los dioses anden liquidándose los unos a los otros o monten guerras entre ellos como si fueran... -...como si fueran simples mortales quieres decir, ¿No es eso?
Es que como tales se comportan no pocas veces,
muchacho, creo habértelo dicho ya antes. Y la razón es muy sencilla: a pesar de ser dioses, a pesar de dirigir e intervenir en la fortuna o infortunio de los hombres, nada pueden hacer contra su propio e irrevocable destino. El mismo Zeus Olímpico, padre y señor de todas las divinidades, se halla sometido a los hados caprichosos que pueden zarandearlo a su antojo. Hados que fueron, sin duda, quienes empujaron a Cronos, como acabamos de ver, a rebelarse contra su padre, Urano, a matar luego a sus propios hijos y a ser, finalmente, derrotado por uno de ellos: Zeus. Tan sólo el amor materno, como habrás podido comprobar, puede más y vence a los hados y al destino. Tanto Gea como Rea, abuela y madre de Zeus, imponen su voluntad en esta trágica historia. El amor, en la mitología griega y romana, y yo diría que, en todas las mitologías y religiones del mundo, siempre es más poderoso que el ciego destino, que el mal y que la misma muerte. Lo podrás comprobar en otras historias de dioses y héroes, amigo mío. Ahora, habíamos dejado al gran Zeus o Júpiter recién instalado en su trono del Olimpo, ¿No es así? Todos los dioses y todos los hombres, todos los estados y ciudades lo reconocieron de inmediato como el ser supremo. Él es quien mantiene el orden y la justicia en el mundo. A la puerta de su palacio del Olimpo, como cuento yo en mi Illíada, tiene dos jarrones de oro bruñido: uno contiene el bien y el otro el mal. Zeus distribuye a cada hombre el contenido de ambos recipientes por partes más o menos iguales. Aunque algunas veces hace uso únicamente de una de las ánforas, y entonces, ¡Ay!, el destino de ese mortal es del todo venturoso o completamente trágico. CAPÍTULO V. HERA, VENUS, PARIS Y LA MANZANA
-Tan trágico como el destino de Icaro, ¿No? Seguro que
para él Zeus sólo hizo uso del jarrón de los males
-Puede que sí. Como, sin duda, ocurrió también con el
pobre Paris, uno de los héroes de la guerra de Troya. Pero en su caso fue más bien la diosa Hera quien marcó su trágico destino.
- ¿La diosa Hera?
-Eso, he dicho, la diosa Hera, llamada luego Juno por
los romanos. Hera fue una de las esposas de Zeus, la más importante de todas ellas, la que el propio dios coronó, junto a él, como reina y señora del Olimpo. Zeus y Hera -Júpiter y Juno en versión romana -son las dos grandes divinidades de la mitología. Las bodas de ambos fueron esplendorosas, propias de dioses, como podrás suponer. Tuvieron lugar en el paradisíaco Jardín de las Hespérides, donde fructifican las manzanas de oro y donde las fuentes manan ambrosía de inmortalidad. Las siete hespérides o ninfas del ocaso prepararon el escenario para la boda de ensueño. Ellas mismas danzaron día y noche en torno a las mágicas fuentes, y al final de la danza, una a una, fueron entregando sendas manzanas de oro a la recién desposada Hera. -Una boda de película, vaya. ¿Pero qué tiene que ver Paris en todo esto? -No, Paris aparece en escena mucho más tarde, cuando ya Hera reinaba con Zeus en el palacio del Olimpo. Resulta que un día, el padre de los dioses organizó un soberbio banquete con motivo de las bodas de Tetis y Peleo e invitó a casi todos sus compañeros olímpicos, pero excluyó a Eride, diosa de la discordia y madre de Lete (el olvido), Limos (el hambre), Algos (el dolor) y Ponos (la pena). La siniestra diosa, como venganza, se presentó inesperadamente a los postres y lanzó sobre la meza una lustrosa manzana con un rotulito que decía: «Otórguese a la más hermosa de las diosas aquí presentes» ¿Y sabes quiénes eran las tres diosas presentes? Pues ni más ni menos que Hera, reina del Olimpo y esposa de Zeus; Atenea (llamada después Minerva por ya sabes quiénes), diosa del poder y la sabiduría, y Venus (denominada Afrodita por los griegos), diosa de la belleza y del amor.
- ¿Cómo, ¿cómo, ¿cómo...? Querrás decir Venus,
denominada Afrodita por los ro-ma-nos.
-No, no, he dicho bien, muchacho. Afrodita fue el
nombre griego, el auténtico nombre de la diosa. Pero es que en este caso el apelativo romano se ha impuesto de tal modo, se ha hecho, además, tan famoso, que hasta yo mismo voy a emplear el nombre de Venus en esta historia. Te decía, pues, que eran las tres diosas en litigio. ¡Y vaya diosas! Tan altivas las tres, que ninguna aceptó, por principio, que cualquiera de las otras dos pudiese ser la más hermosa. Cada una arrogaba para sí el privilegio de llevarse la manzana de la discordia.
Los propios dioses comenzaron a dividirse en bandos y
a ponerse del lado de una u otra de las candidatas. ¡La más hermosa es Hera! ¡Ni hablar, Atenea es mucho más bella! ¿Pero es que no tenéis ojos en la cara? ¡Nadie en el Olimpo gana en hermosura a la divina Venus! - ¡Oye, por lo que me cuentas, aquello fue como un concurso de belleza de los que se celebran ahora! ¡La elección de Miss Olimpo! -Algo parecido. Y fue tal el desconcierto a la hora de la elección, que Zeus se vio obligado a poner orden y a nombrar un juez que dirimiese el asunto. Un juez o árbitro que no tuviese nada que ver con el Olimpo ni con la familia divina, ya que así no habría intereses o preferencias de ningún orden que determinasen la elección. Y Zeus pensó en Paris, un joven, valeroso y apuesto príncipe troyano. ¡Menudo susto se llevó cuando Hermes, el heraldo del Olimpo, le comunicó la decisión del padre de los dioses!
Pero cuando de veras empezó a temblar de los pies a
la cabeza fue cuando se presentó ante él la primera candidata. Hera apareció en su máximo esplendor y le prometió a Paris que lo haría reinar sobre toda Asia. Llegó luego Atenea, diosa de la sabiduría y de la fuerza, y prometió a Paris dotarlo de ambos carismas, además de no ser derrotado jamás por sus enemigos, si era ella a quien le otorgaba la manzana. ¡Paris estaba hecho un mar de dudas! Hasta ahora la elección no podía ser más complicada: las dos aspirantes eran hermosas y las dos le ofrecían regalos a cuál más tentador.
Pero faltaba Venus (Afrodita). Reflexionaba Paris
mirando al mar, cuando de pronto, surgiendo de una ola, brillante de espumas, apareció de diosa del amor y de la belleza.
El joven se quedó absorto, embelesado. Diosa de la
belleza la llamaban y a fe que respondía con creces a tal nombre. Jamás Paris había visto tanta hermosura ni tanta armonía en un cuerpo de mujer. Venus se acercó al príncipe y le solicitó para ella la manzana. "- ¿Y qué me darás a cambio? - contestó Paris -. Las otras diosas me han prometido...
-Sé que amas la belleza por encima de todo, oh gentil
príncipe de Troya - lo atajó Venus -. Por ello yo no te prometo ni poder ni riquezas; si me eliges a mí, te otorgaré el amor de la mujer más bella entre los mortales: Helena de Esparta." Paris no dudó ya ni un momento. Se presentó ante el padre de los dioses, se inclinó profundamente ante él y se expresó así: "-Ya tengo la decisión tomada, oh gran Zeus.
-Que comparezcan, entonces, ante mi presencia las tres
diosas candidatas." Así lo hicieron y nuevamente Paris, al verlas reunidas, sintió un sudor frío que le corría por la espalda. Pero la decisión era bien firme. Tomó la manzana, irguió el pecho y caminó con paso decidido. Todos los dioses del olímpicos contuvieron el aliento. El joven príncipe se acercó al trío de diosas, se detuvo un instante frente a ellas y con un gesto enérgico, pero al mismo tiempo lleno de galantería, entregó el fruto a Venus. ¡Ella era la elegida, ella era la más bella de las divinidades del Olimpo! -Vuelvo a opinar -con todos mis respetos a la mitología -que parece un concurso de belleza de esos que abundan en las llamadas «revistas del corazón».
-Lo que ocurre es que en este caso el final no fue
color de rosa.
-Ah, ¿No?
-Trágico como pocos en la historia del mundo. La
decisión del joven Paris, aparentemente inocente, trajo como consecuencia una de las guerras más encarnizadas de la antigüedad.
- ¿Una guerra por una manzana?
-Justamente, muchacho. Al entregársela a la diosa
Venus, Paris estaba desencadenando la famosa guerra de Troya, la cantada por mí en los versos de La Illíada, la guerra entre griegos y troyanos a causa de la belleza de Helena de Esparta. CAPÍTULO VI. EL TALÓN DE AQUILES Y LA GUERRA DE TROYA
-Por una manzana y por una mujer... Me parece que no
es la primera vez que acontecen grandes males en la historia del mundo por causas semejantes. -Veo que no se te escapa nada, muchacho. Ya te dije al comienzo que tú mismo debes sacar tus propias conclusiones de cuanto vayas oyendo. -Pero dime una cosa, Homero: ¿Es que también la manzana de la diosa Discordia era maldita, como la del paraíso terrenal? -No. Fue la elección de Paris, al entregar la fruta a Venus, la que desencadenó el conflicto, la guerra. Verás cómo ocurrió. La diosa había prometido al príncipe troyano entregarle a Helena de Esparta como premio, ¿Recuerdas? Pero Helena estaba casada con el rey Menelao y Venus tuvo que urdir una estratagema para raptar a la bella reina. Aprovechando una ausencia del esposo, Venus prestó a Paris la figura y porte de Menelao y lo plantó en el palacio como si fuese el propio rey, que regresaba de viaje para llevarla consigo. Y se la llevó, en efecto, pero a Troya.
Pronto los griegos enviaron embajadores reclamando a
la raptada, pero todos fracasaron en su empeño. Los reyes troyanos Príamo y Hécuba, padrea de Paris, que habían quedado también prendados de la belleza de Helena, se negaron a devolver a la que ya consideraban como auténtica esposa de su hijo. Fue entonces cuando estalló la guerra. Agotados todos lo recursos diplomáticos, Menelao acude a pedir ayuda a su hermano Agamenón, rey de reyes entre los griegos, y éste convoca a los príncipes y ejércitos de los distintos reinos, que se concentran en Aulida dispuestos a atacar a Troya.
También los troyanos se aprestan al combate,
capitaneados por Héctor, primogénito del rey Príamo y hermano mayor de Paris.
Los dos bandos, pues, están ya formados y en pie de
guerra. Qué digo los dos, ¡Los tres!
- ¿Cómo que los tres?
-Eso he dicho, los tres: el bando de los griegos, el
de los troyanos y el de los dioses, que se dividen a favor de los unos o los otros. La diosa Venus o Afrodita encabeza a los que van a favor de su protegido Paris y de los troyanos; y Hera y Atenea se ponen del lado de los enemigos de quien las había menospreciado en el concurso de la manzana, es decir, a favor de Agamenón y los griegos.
-Y ya todo dispuesto, empieza la guerra que tú cuentas
en La Illíada, ¿No es eso?
-Así es. Aunque he de aclararte una cosa: yo en
mi Illíada, no narro toda la guerra de Troya, sino solamente un episodio ocurrido en el décimo y último año.
- ¿Diez años duraron los combates?
-Ni uno más ni uno menos; los ejércitos de Agamenón cercaron y sitiaron la ciudad de Troya, exigiendo la devolución de Helena, y el asedio duró diez años. Pero, como te decía, yo en mi poema épico sólo cuento un episodio acaecido poco antes del asalto final de la ciudad. Una reyerta entre Agamenón, jefe máximo, como sabes, de las tropas griegas, y Aquiles, uno de los principales caudillos.
- ¿Una pelea entre los propios griegos?
-Bueno, más bien una disputa. Algunos comunistas de
mi epopeya han dicho que el tema fundamental de La Illíada es la cólera de Aquiles, y en cierto modo tienen razón. En el poema se cuentan multitud de acontecimientos, pero todos en torno a la cólera de Aquiles, el héroe de los alados pies.
- ¿Pero por qué se enfadó Aquiles, si puede saberse?
-Porque Agamenón, en un capricho de mandamás, le había
quitado a su esclava Criseida. Entonces el héroe monta en cólera y se niega a seguir peleando. Una terrible decisión para las tropas griegas. Tan terrible, que la victoria empieza a ponerse del lado de los troyanos y algunos capitanes del ejército invasor piensan ya en reembarcar sus tropas y levanta el cerco.
- ¿Tanto era el valor de Aquiles?
-Aquiles, muchacho, es uno de los más grandes héroes
de la mitología. Hijo del rey Peleo y la diosa Tetis, ésta usó todos sus poderes divinos para hacer que su hijo perdiese su parte humana y se convirtiese en inmortal como ella. Para conseguirlo lo untaba con ambrosía durante el día y lo purificaba con fuego por la noche. Pero el padre, considerando que con tal proceder podía abrazar a Aquiles, lo arrebató de las manos de Tetis cuando aún no estaba consumado el experimento, y el niño quedó con los huesos del pie derecho quemados e inutilizados. Fue entonces cuando el centauro Quirón, experto en medicina y a quien se había encomendado la educación guerrera de Aquiles, lo curó injertándole los huesos del pie del gigante Damiso, veloz, en vida, como el propio viento huracanado. Nuestro héroe heredó esta misma ligereza de movimientos y de ahí que yo en La Illíada lo nombré siempre como «El de los pies ligeros» o «El de los alados pies»
-Pues volvamos a La Illíada, si te parece. Me contabas
que sin Aquiles las tropas griegas habían comenzado a perder terreno...
-Así es. Ten en cuenta que Aquiles, además de veloz
como el rayo, era un intrépido capitán y un aguerrido luchador. Su fuerza era proverbial. Y se atribuía también a la educación y adiestramiento del centauro Quirón, quien lo había acostumbrado a comer solamente carne de animales salvajes. Por eso su ausencia del campo de batalla era decisiva. Y por eso también el resto de los capitanes griegos le suplican que vuelva a la lucha si no quiere que la guerra se pierda. Patroclo, su más íntimo amigo, le pide que, al menos, lo deje usar a él sus armas para pelear contra los troyanos. Accede el héroe y Patroclo se presenta en el campo de batalla disfrazado de Aquiles de pies a cabeza. La noticia corre entre los troyanos y con la noticia el pánico: "- ¡Aquiles ha vuelto, Aquiles, el de los pies ligeros, empuña de nuevo su pica veloz y su espada poderosa!" Los ejércitos griegos avanzan de nuevo invencibles. Pero hete aquí que otra vez intervienen los dioses: Apolo -el más grande después de Zeus -está de parte de Troya y revela a Héctor la identidad del camuflado Patroclo, ayudándole, incluso, a derrotarlo y darle muerte.
Cuando Aquiles recibe la noticia de que su amigo ha
muerto a manos del caudillo troyano, su corazón se llena de amargura y lanza un grito de dolor tan terrible que los ejércitos enemigos comienzan a temblar. «En los hombres se turbó le ánimo», cantan mis versos en la Illíada, «Y hasta los potros de crines espléndidas se encabritaron sobresaltados. Tes veces gritó el divino Aquiles y doce de los más bravos guerreros de Troya murieron bajo los carros y heridos por sus propias lanzas»
Ahora sí que Aquiles vuelve al campo de batalla. Se
lo ha pedido su jefe Agamenón, devolviéndole antes a su esclava Criseida, pero a él lo empuja, sobre todo, el deseo de vengar a su amigo Patroclo.
El dios Hefesto le forja nuevas y más poderosas armas
y la diosa Atenea -que está a favor de los griegos, recuérdalo -pone en su frente un fulgor que deslumbra y atemoriza a los enemigos. Aquiles se lanza con un ímpetu arrollador al combate.
Y entre las apretadas filas de los troyanos, busca
ansiosamente a Héctor, culpable de la muerte de su amigo. Se encuentran frente a frente. Los dos ejércitos detienen la guerra para contemplar la singular pelea. Hasta los dioses del Olimpo contienen el aliento. Jamás dos contrincantes libraron duelo tan encarnizado como el del troyano Héctor, de brillante casco, y el griego Aquiles, de alados pies. Uno y otro pelean con furia irrefrenable. A la espada poderosa de Héctor responde la lanza veloz de Aquiles. Y es ésta, al final, la que va a clavarse mortalmente en la garganta del joven capitán troyano, que cae en tierra entre alaridos de victoria y los ayes lastimeros de uno y otro ejército. Pero Aquiles no está aún satisfecho. Ata el cadáver de Héctor a un tiro de caballos y lo hace arrastrar en torno a las murallas de la ciudad de Troya durante doce largos días. Un escarnio impropio de un héroe mitológico, creo habértelo comentado casi al comienzo de nuestra charla. La sed de venganza por la muerte de su amigo Patroclo ciega a Aquiles y lo empuja a cebarse en el enemigo vencido.
Solo las súplicas de un padre logran ablandar su
corazón. Príamo, padre de Héctor y de Paris, implora con lágrimas a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo y el héroe griego accede al fin.
Y con los solemnes funerales de uno y otro ejército
en honor a dos grandes guerreros muertos, Héctor y Patroclo, cierro yo el canto de mi Illíada. - ¿Y no cuentas el final de Aquiles?
-No, no lo cuento. Pero lo narran otros poetas
posteriores a mí y yo voy ahora a contártelo para que conozcas en su totalidad la vida y andanzas del más afamado de los héroes de la mitología, como antes te dije. Aquiles murió del mismo modo como él había matado a Héctor: de un flechazo. Pero no en la garganta, sino en el talón. - ¿En un talón? ¿Bromeas, maestro?
-No, no bromeo, muchacho. Murió de un flechazo en el
talón derecho en un nuevo combate ante las murallas de Troya y antes de que ésta fuera asaltada definitivamente. Pero volvamos a retomar la historia casi desde el principio para que la entiendas mejor. ¿Recuerdas a Tetis, la diosa madre de nuestro héroe? ¿Y recuerdas sus experimentos para hacerlo inmortal? Pues aún sometió a su hijo a otro que no te he contado. Las aguas del río Estigia transmitían el don de la invulnerabilidad a quienes en ellas se bañaban, y allí sumergió la diosa al pequeño Aquiles. Pero para ello agarró y sostuvo al niño por el talón derecho, de modo que fue esta minúscula parte de su cuerpo la única que no tocaron las aguas y por ende la única vulnerable. Y mira por dónde había de ir a clavarse la flecha que le quitó la vida junto a las murallas de Troya.
Bien es verdad que los hados ya habían vaticinado la
temprana muerte de nuestro héroe. Y fue por eso por lo que su madre Tetis, cuando Agamenón comenzó a organizar la expedición griega para atacar Troya, escondió a su hijo en la corte de Licomedes, rey de Esciros, disfrazándolo de muchacha para que conviviera con las hijas del monarca.
La guerra comienza y los ejércitos griegos van de
derrota en derrota. Un oráculo les revela que mientras Aquiles no participe seguirán perdiendo, y es entonces cuando Ulises - el protagonista de La Odisea, mi otro gran poema - se encamina a Esciros para convencer a Aquiles de que se incorpore a la lucha. Entra en palacio vestido de mercader y enseña a todas las doncellas preciosas joyas entre las que mezcla disimuladamente algunas armas. Todas se lanzan sobre los collares y brazaletes y sólo Aquiles se inclina por los puñales y dardos... Al astuto Ulises le ha salido bien la artimaña. "-Aquiles, - le dice, - Los griegos te necesitan. En nombre de Agamenón y todos sus ejércitos te suplico que intervengas en la guerra." La diosa Tetis intenta aún retener a su hijo: "-Si vas a Troya, - le dice con lágrimas en los ojos - Tu fama será grande pero breve tu vida. Si te quedas, por el contrario, vivirás largos y gozosos años - ¡Pero sin gloria! - respondió resueltamente Aquiles" Nuestro héroe no lo duda: escoge la vida corta pero gloriosa y parte a Troya. -Y allí muere, de un flechazo en el talón.
-Exacto. Muchos héroes y valerosos soldados perecieron
en aquella famosa y triste guerra.
- ¿Triste dices, maestro?
- ¿Acaso no lo son las guerras? En el canto XVIII de
la propia La Illíada lo proclamo yo con estos versos: «¡Ojalá la discordia perezca entre dioses y hombres y con ella la ira que al hombre cuerdo enloquece...!» -La diosa Discordia que provocó la guerra con la manzana y la ira de Aquiles que causó tantas desdichas, ¿No es así, maestro?
-Así es en efecto, muchacho, así es.
-Oye, pero dime una cosa: ¿Quién fue el que abatió al valeroso Aquiles, clavándole un flechazo en su famoso talón?
- ¿No te lo he dicho? Fue Paris, el raptor de Helena,
en venganza por la muerte de su hermano Héctor. Aunque según otros, quien disparó la flecha mortal contra el héroe de los alados pies fue el dios Apolo, protector de los ejércitos troyanos.