La Rebelión de Los Idiotas
La Rebelión de Los Idiotas
La Rebelión de Los Idiotas
El temor a disentir.
Quiero empezar este abordaje sobre los temores de la razón, revisando uno de los
aspectos que parecen extenderse con extremada rapidez, como si de un incendio
en un bosque seco se tratara. El temor a las ideas y expresiones disidentes, las
expresiones que nos interpelan y nos disputan la solidez de nuestras
argumentaciones. Las proyecciones racionales no son simples diferencias
ideológicas, como no lo es una diferencia en la codificación de las cadenas
genéticas. Los patrones culturales se estructuran desde el mundo de lo social, pero
se realizan individualmente. La homogeneización cultural propia de la producción
industrial de la cultura, intenta eliminar todo aquello que no pueda ser asimilado por
el sistema capitalista, aquello que no pueda ser convertido en producto consumible
y comerciable. No pensar de una determinada manera, poco a poco se va
convirtiendo en un "no pensar" en general.
Esas formas en las que hoy se expresa el temor al disenso, son formas que en otros
tiempos requerían maquillaje para, por lo menos, intentar suavizarles el rostro
durante su presentación social. Por otra parte en otros tiempos la evidencia de la
expresión de esas diferencias no podía quedar registrada ni en la extensión ni el
detalle ni la inmediatez con que ahora es posible. Tiempos en dónde los consensos
mayoritarios reclaman evitar esos ruidos molestos que implican las versiones o las
“opiniones y prácticas que nos incomodan”, que nos “insultan”, que nos “intoxican”.
Tiempos y espacios en dónde la grupalidad ha "ganado la facultad de segmentar" de
tal forma la espacialidad social, que esta se acomoda rápidamente, permitiendo que,
un grupo determinado puede darse el lujo de refundarse permanentemente a partir
de la exclusión adaptativa como principio. Hoy es tan “económico” como posible,
conformar un mismo grupo con las mismas unidades (personas) que le conforman,
menos la persona molesta e incómoda (aclarando que efectivamente ya nunca será
el mismo grupo), aquella que resulta intolerable para nuestra “preciada opinión” y
por lo tanto representa un riesgo para nuestras convicciones más profundas sobre lo
bueno, lo malo, lo correcto, lo justo o lo injusto, lo humano o lo divino.
Ahora bien, la eliminación sistemática del disenso que viene ocurriendo en los
diversos entornos de los sistemas sociales, parece que no ha sido bien
dimensionado aún. La paradoja de la ilustración1 y los modelos de dominación
1
Esta paradoja se presenta cuando el acceso a la cultura se convierte en domesticación y no en
ampliación de las libertades individuales-sociales. Se expresa de diferentes maneras, la primera de
ellas es la que aparece en quien tiene la posibilidad de pertenecer a la franja de población ilustrada,
pero pierde la capacidad de rebelarse e indignarse, convirtiéndose en alguien conservador(a), que
velará por el sostenimiento del “statu quo” por temor a esa masa de “ignorantes” que “sólo pueden
llevarlos a un estadio de barbarie previo a la gloriosa cultura ilustrada de la modernidad, si se les
permitiese tomar decisiones a esa masa de ignorantes”. Por otro lado, esta paradoja también se
expresa en la incapacidad del ejercicio de la autonomía por parte de una persona sometida a la
exclusión del mundo social, el mismo que posibilita el acceso la riqueza, al desarrollo cognitivo y a la
diversidad cultural existente. Una persona reducida a su condición animal, regida por los impulsos de
sus instintos y sus más básicas pasiones. Esta persona jamás podrá disfrutar de los beneficios (por
escasos que sean) que nos puede brindar el “logos”, el conocimiento o la inserción al mundo de la
cultura, que paradójicamente, surge como parte de un proceso de castración y de represión de esa
forma “animal” de existencia, siendo precisamente este aspecto el que nos distingue como especie,
racional ejercidos de múltiples maneras, tanto desde los regímenes burocráticos
como los tecnocráticos de la modernidad y la contemporaneidad, parecen darle la
legitimidad suficiente a un fenómeno social que bien puede calificarse como “la
rebelión de los(as) idiotas”. Este aspecto correspondiente al poder de la nominación
y la clasificación social que se disputan los grupos que se denominan como
“expertos” lo he abordado previamente en un artículo que lleva por nombre ‘Las
clasificaciones sociales a partir del discurso experto’(2013), en donde se presentan
algunas de las problemáticas que afectan al conjunto social, al permitir que la
racionalidad científica se imponga como modelo de dominación desde la nueva
inquisición, que implica la legitimación indiscutida de la racionalidad tecnocientífica
contemporánea, frente a la cual se deben proponer modelos de resistencia y
emancipación.
Lo primero que debo señalar es que el ubicarse en esta categoría (idiota), es tan
solo una cuestión de perspectiva y simplemente tiene la función de servir de lente
de aumento, al fenómeno social de la ignorancia en los entornos
individuales-sociales. La ignorancia se convierte en el fundamento reprochable de
un comportamiento “inadecuado”, hasta el punto de convertir en un(a) verdadero(a)
idiota a cualquier persona (por supuesto incluyéndome en esa categoría) en
infinidad de campos. Los dominios del saber en un determinado campo, se
convierten en fragmentos cerrados del campo de la cultura. Es indudable que entre
más intento conocer, más crece la sensación de mi infinita ignorancia, que llevado al
ejercicio de su representación matemática me indica que: entre más conozco más
ignoro o por lo menos, más crece la conciencia sobre todo aquello que aún ignoro.
Mientras mi intento por conocer a lo largo de la vida, perfectamente se puede
representar en una gráfica de campana de Gauss, la certeza de mi ignorancia se
parece a una función exponencial creciente. En su expresión filosófica la frase “sólo
sé que nada sé”, cobra un peso aplastante para quienes hemos apostado nuestra
vida al ejercicio de la razón y quienes hemos perseguido esa efímera ilusión del
conocimiento, o las alucinaciones emanadas de una tenue ilustración.
dentro del gran conjunto de formas de existencia biológica que nos sustenta, del cual dependemos y
que tampoco podemos negar como base constitutiva de nuestra existencia. La conciencia de la
ilustración se transforma en pérdida de conexión con nuestra existencia biológica y en un tipo de
domesticación que se vuelve voluntaria al generar la creencia de superioridad por el acceso al
conocimiento científico-técnico, pero una existencia biológica sin acceso al conocimiento y la cultura,
nos condena a ser bestias temerosas y agresivas, fácilmente domesticables.
que este orden social quiere revestirle de sus formas individuales exclusivamente, al
igual que se hace con la apropiación del capital, se acumula individualmente la
riqueza que es producida socialmente. El miedo a disentir se refuerza con la
realidad aplastante de la homogeneización, pero se construye a partir de una
distorsión del fenómeno que le sustenta. La sociedad capitalista hace sentir al
conjunto de sujetos sociales, que es el capitalista el legítimo poseedor del capital.
Esto lo hace invirtiendo la realidad del proceso financiero, haciendo creer al
pequeño productor-consumidor que su labor es insuficiente e irrelevante. Le
distorsiona la perspectiva ocultando la realidad cruda que enseña, que no es el(la)
capitalista quien financia a la clase trabajadora, son los(as) trabajadores(as) quienes
financian al(la) capitalista.
Así se vivían en aquellos momentos esos rituales promovidos desde el “templo del
saber”, un misticismo pregonado por sus apóstoles, sacerdotes y sacerdotisas...
¡Los parciales conjuntos! Todos los niveles de matemáticas que se debían cursar en
aquel entonces (5 niveles) por quienes fuesen aspirantes al sufrido título de
Ingeniero(a), eran evaluados en un solo día y con una organización que envidiarían
muchos cuerpos de ejército contemporáneos. El disciplinamiento lucía con orgullo
sus garras. Más de once carreras con una base variable en un rango de 80-30
estudiantes por nivel, como evidencia irrefutable de esa pirámide que te presentaba
una alta probabilidad de ser excluido, en la medida en que se avanzaba en esa
difícil ruta. Todos(as) al unísono debíamos enfrentarnos a pruebas diseñadas por
los mismos sádicos que disfrutaban ver cómo nos estrellábamos contra el mundo,
los mismos quienes planeaban con frío cálculo, las trampas que seguramente
pisaríamos, las mismas que cercenarían nuestras aspiraciones al anhelado título.
Esa sensación de angustia con el pasar del tiempo dejó de sentirse de forma tan
intensa, al igual que dejan de sentirse esas cosquillas estomacales, que en la
adolescencia, anunciaban el encuentro con esa persona que solía colarse en tus
sueños. Con el pasar de los años y de las pruebas perdidas que se iban
acumulando como capas sedimentadas que se iban endureciendo. La sensación de
inseguridad en torno a esos procesos de evaluación que antaño nos hacían perder
el sueño, ahora se presentaban como una sensación de cierta picardía cínica, la
misma que nos llevó a modificar el refrán popular que decía: “el que nada debe
nada teme”, transformándolo en: el que nada sabe nada teme. Esta pequeña
modificación implicaba una desmitificación de esos rituales, que poco a poco
dejaban de ser el motivo principal para sentarse a estudiar.
“No sea sapo(a)”; “No se meta en lo que no le importa”; “no patee la lonchera”;
“agache la cabeza”; “usted coma callado”; “el que se mete a redentor, termina
crucificado”; “el que manda, manda, aunque mande mal”; “el que peca y reza,
empata”; “si puede hacer plata honestamente, haga plata. Si no, haga plata”… Esta
pequeña selección de expresiones populares altamente difundidas y enraizadas en
la base de “valores” sociales, contrastan con la limpieza comportamental que se
predica en los estándares de conducta convertidos en textos ceremoniales. Estos
perviven como las momias de los antiguos reyes, una muestra del poder y la
grandeza de los poderosos, que simplemente esconde la realidad de la mortaja que
cubre una carne putrefacta, así yacen estos testimonios momificados en normas
jurídicas o morales, envueltos en su mortaja, vaciados completamente de su
contenido. Ya sea en su forma de norma moral consagrada como “texto sagrado”, o
como norma jurídica consagrada en la constitución o la ley, estas normas
tranquilizan la conciencia de quien las lee o consulta, pero en la cotidianidad de
nuestro conjunto social se presentan desprovistas de sentido. Así como se habla de
una doble moral, se debería hablar de una doble normativa del poder.
Todo juicio, toda verdad, toda perspectiva se torna válida, pero al mismo tiempo
falseable y controvertible. El juicio racional que emana del sistema jurídico o moral,
debería llevarnos al ejercicio de la justicia. Lamentablemente se ha convertido en un
artilugio que opera por lo general en favor de los(as) poderosos(as). El sentido
común, que como bien se afirma “es el menos común de los sentidos”, es una estela
difusa de valores entreverados, con acuerdos parciales, que pueden cambiar a la
velocidad y el designio de las opiniones, cualificadas o no, que bien podrían
agruparse y graficarse como transacciones mercantiles de la bolsa de valores de los
sistemas financieros. La opinión pública es el actual escenario de tortura pública,
donde se ejecutan las más crueles sentencias y donde se presentan las más
grandes injusticias, como el alimento para una muchedumbre hambrienta de carne
putrefacta, sedienta de sangre y ansiosa de venganza. No resulta difícil demostrar
cómo la imagen del( de la) otro(a) ha sido deformada hasta el absurdo, permitiendo
llenar las producciones cinematográficas de la cultura popular (pop), de seres
convertidos en zombis, todos deambulando en busca de cerebros frescos con los
cuales saciar el único instinto de vida que les queda.
Permitirse construir un refugio para una entidad difusa como lo es la memoria hoy
en día, requiere poder hacer una semblanza de aquello que alguna vez fue,
recodificado desde una perspectiva presente. Un eco que no responderá una cosa
diferente a lo que hayamos pronunciado. Un acceso a los sucesos de un pasado
que no solo se va e irá perdiendo en la distancia, sino que exige un constante
trabajo y una ardua elaboración en el intento de mantenerlo actual en el ejercicio de
la memoria. Este proceso mental y emocional es sumamente difícil, así como
también resulta bastante costoso.
... "Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio
no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno,
sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido.
Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia,
empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el
nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y
aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin
pasado.” (García M., 2001) De la misma forma que el cerebro utiliza la
memoria para dar lugar a aquello que damos por llamar cognición, la cual es
fundamental para construir una noción de conocimiento, los grupos sociales
inscriben en la cultura, por medio de las instituciones, esa memoria que le
permite funcionar en su conjunto. Afirmar que se tiene el conocimiento que
permite por ejemplo, montar una bicicleta, es la certeza de haberlo
experimentado. Es haber realizado todos los pasos que requiere esa
actividad, permitiéndole al cuerpo adquirir las memorias que permiten
mantener el equilibrio, a partir de mantenerse en movimiento bajo un conjunto
de condiciones en los que es posible tal actividad.”
En todo caso, ese saber sólo es posible si se lleva a la acción presente de montar
una bicicleta y poder pedalear. En caso contrario esa memoria nos habla de una
habilidad que se vivió o experimentó, pero que ya no es realizable por nuestro
cuerpo, a pesar del recuerdo que intenta convertir esa memoria en una posibilidad
de acción viva. En realidad, ese saber que no puede ser ratificado por la acción, se
ha traducido en un no saber, en una carga cognitiva densa que nos empuja al
abismo de la nostalgia. No se puede afirmar que se cuenta con un conocimiento, si
este no puede transformase en una acción presente. Por tal razón el ejercicio de la
memoria es un trabajo que busca mantener un orden preexistente que debe
realizarse en la actualidad, de otra manera es tan solo un difuso destello del pasado.
Al igual que sucede en otros campos del conocimiento, cuando se trabajan desde
los conceptos, estos nunca aparecen solos, por ejemplo en la física el concepto de
materia no puede desligarse de otros como espacio, energía, o masa. Estos últimos
a su vez se ligan a otros conceptos constituyendo una red intrincada que crecen en
la medida que se intenta construir una representación mental sobre la realidad, en
este caso del mundo físico y sus particularidades. La soberanía aparecerá por tanto,
ligada a nociones como la auto-determinación, la voluntad general, el Estado, las
leyes o los sistemas normativos, el territorio, la población, así como un conjunto de
categorías derivadas como la soberanía alimentaria, la soberanía territorial, la
soberanía económica, la soberanía política, la soberanía individual, entre muchas
otras.
En una de las obras maestras del año 1982, Blade Runner del director Ridley Scott,
en uno de sus diálogos finales que marcan parcialmente el cierre dramático de la
película el replicante "inhumano" le plantea a su contrincante "humano" encargado
de asesinarle: “Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que
significa ser esclavo”. Como bien lo señala Foulcaut en su libro 'Vigilar y Castigar',
en su capítulo sobre el cuerpo de los condenados, la función de la muerte pública no
tiene como finalidad matar al individuo condenado, puesto que esa ejecución puede
llevarse en el más impune de los silencios, alejando ese sufrimiento de la escena
pública, pero resulta que la muerte y la ejecución publica se realizaba precisamente
para lograr colocar en las cabezas, en las mentes de las personas el temor a la
muerte, a merced de la orden impartida por el soberano.
El miedo a pensar por sí mismo es uno de los mejores resultados del proceso de
colonización en los denominados países tercermundistas. El miedo que siente un(a)
académico(a) a hablar desde sus propios términos, sin utilizar la autoridad de otros
autores(as), por lo general europeos o norteamericanos o de autores(as)
latinoamericanos formados en sus instituciones educativas, es un temor profundo
que marca la dependencia cultural al que hemos sido sometidos durante estos
largos cinco siglos de colonización. La sofisticación que ha logrado el proceso de
eliminación del(de la) otro(a), inicia con los procesos de exclusión y de desigualdad
persistente, al que ya se presenta como una situación completamente normal.
Ese ritual violento se narra cotidianamente,al igual que hoy se infecta de miedo las
conciencias de las personas, en un experimento de aislamiento social sin
precedentes en la historia humana. Pero poco se habla, por el contrario se oculta
férreamente, el robo sistemático del delincuente de cuello blanco, el impuesto
imperceptible de la emisión monetaria, o el mismo diezmo que se sustrae al pobre
creyente quien sufre el asalto a sus pocas pertenencias en nombre de su fe.
Depositen todos sus valores en las autoridades, sean estas los gobiernos de
cualquier índole, las autoridades religiosas, o las autoridades académicas,
desconfíen de sus pares y sus congéneres, de su entorno y de su ecosistema,
desconfíen hasta de sus propias certezas, conéctense voluntariamente a la matriz
que todo lo sabe y todo lo puede. Tales son los llamados que nos hacen los
apóstoles del desastre, los profetas del Apocalipsis, los escuderos del capital.
Renuncie a su soberanía, no tema morir tema a la muerte que nosotros (el poder) le
podemos causar, no piense que nosotros(as) pensamos mejor y le proveemos un
pensamiento sencillo y fácil de utilizar. No viva, que nosotros(as) le proveeremos los
escenarios de simulación donde el riego de la muerte desaparece. Lo que nunca
dirán es el costo que se paga por esas "tentadoras" consignas. Una vida sin muerte,
una vida sin riesgo, una vida de simulación, una vida sin productividad, una vida
deleznable, sustituible, serializable, estandarizable... en últimas una no vida,
cargada de miedo, una vida de esclavitud y dependencia. Como diría Estanislao
Zuleta en el elogio de la dificultad,