3 - Mercados Libres y Utilidad, Adam Smith
3 - Mercados Libres y Utilidad, Adam Smith
3 - Mercados Libres y Utilidad, Adam Smith
Al dirigir [su] industria de tal manera que su producto sea del mayor valor, [el
individuo] persigue sólo su propia ganancia, y en esto recibe la guía, como en
muchos otros casos, de una mano invisible para promover un fin que no era
parte de su intención. [...] Al buscar su propio interés, con frecuencia promueve
el de la sociedad con mayor efectividad que cuando en verdad desea promover
este último.
A principios del siglo xx, los economistas Ludwig von Mises y Friedrich A.
Hayek complementaron las teorías de mercados de Smith con un ingenioso
razonamiento. Argumentaron que un sistema de libre mercado y propiedad
privada no sólo sirve para asignar recursos con eficiencia, sino que en principio
es imposible que el gobierno o un individuo asignen esos recursos con la
misma eficiencia. Los seres humanos son incapaces de asignar recursos con
eficiencia porque nunca tendrá suficiente información ni podrán calcular tan
rápido como para coordinar de forma eficiente los cientos de miles de
intercambios diarios que se requieren en una economía industrial compleja. En
un mercado libre, los precios altos indican que se necesitan recursos
adicionales para satisfacer la demanda del consumidor, y motivan al productor
a asignar sus recursos a esos consumidores. Entonces, el mercado asigna
recursos con eficiencia de un día a otro a través del mecanismo de precios. Si
una organización intentara hacer lo mismo, aseguran Mises y Hayek, tendría
que saber qué productos desean los consumidores cada día, qué materiales
necesitará cada fabricante para elaborar los numerosos bienes que desean los
consumidores, y luego tendría que calcular la mejor manera de asignar los
recursos entre los productores interrelacionados para permitirles satisfacer los
deseos de los consumidores. La cantidad infinita de información detallada y el
número astronómico de cálculos que esta organización necesitaría, afirman
Mises y Hayek, está más allá de la capacidad de cualquier ser humano. Así, los
mercados libres no sólo asignan bienes con eficiencia, sino que es imposible
que la planeación del gobierno iguale su desempeño.
Por último, es importante observar que, aunque Adam Smith no analizó la idea
de la propiedad privada con profundidad, es una suposición clave de sus
puntos de vista. Antes de que los individuos estén en condiciones de operar
juntos en los mercados para venderse bienes unos a otros, deben tener algún
acuerdo acerca de lo que cada uno “posee” y de lo que tiene derecho de
“vender” a otros. Sólo si una sociedad tiene un sistema de propiedad privada
que asigne sus recursos a los individuos, podrá tener un sistema de libre
mercado. Por esta razón, Adam Smith supuso que la sociedad con mercados
libres tendría un sistema de propiedad privada, aunque no dio argumentos
utilitarios explícitos que mostraran que un sistema de propiedad privada era
mejor que, por ejemplo, un sistema en el que todos los recursos productivos
fueran “propiedad” común de todos. Sin embargo, filósofos anteriores habían
dado argumentos utilitarios en apoyo de un sistema de propiedad privada.
En el siglo xiii, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino argumentó que la
sociedad no debería tener un sistema en el que todas las cosas fueran
propiedad “común de todos”. En su opinión, la sociedad prosperaría sólo si sus
recursos fueran propiedad de los individuos que, de esa manera, tendrían un
interés en mejorar y cuidar tales recursos. Un sistema de propiedad privada,
dijo,
[...] es necesario para la vida humana por tres razones. Primero, porque cada
hombre tiene más cuidado de procurarse lo que es para sí mismo que lo que es
común a muchos o a todos: ya que cada uno eludirá el trabajo y dejará a otro lo
que se refiere a la comunidad. [...] Segundo, porque los asuntos de los seres
humanos se realizan de una manera más ordenada si cada uno se encarga de
cuidar cierta cosa específica para sí mismo, mientras que habrá confusión si
todos tienen que cuidar lo mismo de manera indeterminada. Tercero, porque se
asegura un estado más pacífico si cada quien está contento son lo suyo. Así,
debe observarse que surgen pleitos con más frecuencia cuando no hay división
de las cosas que se poseen.
La crítica keynesiana
El darwinismo social del siglo xix imprimió un nuevo giro a las justificaciones
utilitarias de los mercados libres al afirmar que éstos tienen consecuencias
benéficas más allá de las que Adam Smith identificó. El argumento es que la
competencia económica genera progreso humano. Las doctrinas del
darwinismo social recibieron su nombre en honor de Charles Darwin (1809-
1882), quien afirmaba que las diferentes especies de seres vivos
evolucionaban como resultado de la acción de un entorno que favorecía la
supervivencia de unos mientras que destruía a otros: “A esta preservación de
las diferencias y variaciones individuales favorables y la destrucción de
aquellos que son perjudiciales la he llamado selección natural o supervivencia
del más apto”. Los factores ambientales que dieron como resultado la
supervivencia del más apto fueron las presiones competitivas del mundo
animal. Darwin sostiene que, como resultado de esta “lucha por la existencia”
competitiva, las especies cambian de manera gradual porque sólo el más
“apto” sobrevive para transmitir sus características favorables a sus
descendientes.
Aun antes de que Darwin publicara sus teorías, el filósofo Herbert Spencer
(1820- 1903) y otros pensadores habían comenzado a sugerir que el proceso
evolutivo que describía Darwin también se aplicaba a las sociedades humanas.
Spencer afirmaba que al igual que la competencia en el mundo animal asegura
que sólo sobrevive el más apto, la libre competencia en el mundo económico
asegura que sólo los individuos más capaces sobreviven y llegan a la cima. La
implicación es que Inconveniencia, sufrimiento y muerte son las penas que
impone la Naturaleza a la ignorancia, lo mismo que a la incompetencia; pero
también son los medios para subsanarlos. Al eliminar a los de menor
desarrollo, y al dejar a los que quedan sujetos a la disciplina continua de la
experiencia, la Naturaleza asegura el crecimiento de una raza que deberá
entender las condiciones de la existencia y será capaz de actuar según ellas.
Aquellos individuos cuyo trato agresivo en los negocios les permite tener éxito
en el competitivo mundo empresarial son los “más aptos” y, por tanto, los
mejores. En opinión de Spencer, al igual que la supervivencia del más apto
asegura el progreso continuo y la mejora de una especie animal, también la
libre competencia que enriquece a algunos individuos y reduce a otros a la
pobreza da como resultado una mejora gradual de la raza humana. No debe
permitirse al gobierno interferir con esta competencia severa porque sólo
impediría el progreso. En particular, el gobierno no debe prestar ayuda
económica a quienes se quedan atrás en la competencia por sobrevivir. Si
sobreviven los no aptos económicamente, transmitirán sus cualidades
inferiores y la raza humana declinará.
Fue muy sencillo para los pensadores posteriores revisar los puntos de vista de
Spencer para quitarles la insensibilidad aparente. Las versiones modernas del
spencerismo sostienen que la competencia es buena no porque destruya a los
débiles, sino porque saca del partido a la empresa débil. La competencia
económica asegura que las “mejores” empresas sobreviven y, como resultado,
el sistema económico mejora de forma gradual. La lección del darwinismo
social moderno es la misma: el gobierno debe quedarse fuera del mercado
porque la competencia es benéfica.
Las deficiencias del punto de vista de Spencer eran obvias, incluso para sus
contemporáneos. Los críticos se apresuraron en señalar que las habilidades y
rasgos que ayudan a los individuos y a las empresas a avanzar y “sobrevivir”
en el mundo de los negocios no son necesariamente las que ayudan a la
humanidad a sobrevivir en el planeta. El avance en el mundo de los negocios
en ocasiones se logra a través de la cruel indolencia frente a otros seres
humanos. Sin embargo, la supervivencia de la humanidad bien podrá depender
del desarrollo de las actitudes de cooperación y de la disposición de los
individuos a ayudar a otros.