Placuit Deo
Placuit Deo
Placuit Deo
1.
Introducción
La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que
es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.
La presente carta pretende resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la
enseñanza del papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de
comprender debido a las recientes transformaciones culturales.
II. El impacto de las transformaciones culturales de hoy en el significado de la salvación cristiana
2.
El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el
único Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch. 4,12; Rm. 3,23-24; 1 Tm 2,4-5; Tt 2,11-15).
Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya
realización depende únicamente de su fuerza.
En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras
y gestos, que Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada
con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu.
Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte
convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar
nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado.
3.
El Santo Padre Francisco, en su magisterio ordinario, se ha referido a menudo a dos tendencias que representan
las dos desviaciones que acabamos de mencionar y que en algunos aspectos se asemejan a dos antiguar herejías:
el pelagianismo y el gnosticismo.
En nuestros tiempos, prolifera una especie de neopelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo,
pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás.
La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de
acoger la novedad del Espíritu de Dios.
Por otro lado, está claro que la comparación con las herejías pelagiana y gnóstica solo se refiere a rasgos
generales comunes, sin entran en juicios sobre la naturaleza exacta de los antiguos errores.
De hecho, la diferencia entre el contexto histórico secularizado de hoy y el de los primeros siglos cristianos, en el
que nacieron estas herejías, es grande.
Sin embargo, en la medida en que el gnosticismo y el pelagianismo son peligros perennes de una errada
comprensión de la fe bíblica, es posible encontrar cierta familiaridad con los movimientos contemporáneos
apenas descritos.
4.
Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en
Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el
hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el
neopelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y
resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las
limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica?
Frente a estas tendencias, la presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con
Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el
Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos
unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el “primogénito entre muchos
hermanos” (Rm 8,29)
III. Aspiración humana a la salvación
5.
Cada persona, a su modo, busca la felicidad e intenta alcanzarla recurriendo a los recursos que tiene a
disposición. Sin embargo, esta aspiración universal no necesariamente se expresa o se declara; más bien, es más
secreta y oculta de lo que parece, y está lista para revelarse en situaciones particulares.
Si bien la cuestión de la salvación se presenta como un compromiso por un bien mayor, también conserva el
carácter de resistencia y superación de dolor.
A la lucha para conquistar el bien, se une la lucha para defenderse del mal: de la ignorancia y el error, de la
fragilidad y la debilidad, de la enfermedad y la muerte.
6.
Con respecto a estas aspiraciones, la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de
autorrealización, que solo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él
mismo.
La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la
posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena
reputación o la autocomplacencia.
Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y
nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él. “La vocación suprema del hombre en realidad es una
sola, es decir, la divina”
7.
La salvación que la fe nos anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral. Es la
persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza,
y está llamada a vivir en comunión con Él.
IV. Cristo, Salvador y Salvación
9.
Teniendo en cuenta la perspectiva salvífica que desciende (de Dios que viene a rescatar a los hombres), Jesús es
iluminador y revelador, redentor y liberador, el que diviniza al hombre y lo justifica.
Asumiendo la perspectiva descendente (desde los hombres que acuden a Dios). Él es el que, como Sumo
Sacerdote de la Nueva Alianza, ofrece al Padre, en el nombre de los hombres, el culto perfecto: se sacrifica, expía
los pecados y permanece siempre vivo para interceder a nuestro favor.
De esta manera aparece, en la vida de Jesús, una admirable sinergia de la acción divina con la acción humana,
que muestra la falta de fundamento de la perspectiva individualista.
Por un lado, de hecho, el sentido descendiente testimonia la primacía absoluta de la acción gratuita de Dios; la
humildad para recibir los dones de Dios, antes de cualquier acción nuestra, es esencial para poder responder a su
amor salvífico.
Por otra parte, el sentido ascendiente nos recuerda que, por la acción humana plenamente de su Hijo, el Padre ha
querido regenerar nuestras acciones, de modo que, asimilados a Cristo, podamos hacer buenas obras que Dios
preparó de antemano para que las practicáramos (Ef 2,10)
10.
La asunción de la carne, lejos de limitar la acción salvadora de Cristo, le permite mediar concretamente la
salvación de Dios para todos los hijos de Adán.
11.
En conclusión, para responder, tanto al reduccionismo individualista de tendencia pelagiana, como al
reduccionismo neo-gnóstico que promete una liberación meramente interior, es necesario recordar la forma en
que Jesús es Salvador.|
No se ha limitado a mostrarnos el camino para encontrar a Dios, un camino que podríamos seguir por nuestra
cuenta, obedeciendo sus palabras e imitando su ejemplo. Cristo, más bien, para abrirnos la puerta de la
liberación, se ha convertido Él mismo en el camino: “Yo soy el camino” (Jn 14,6)
Además, este camino no es un camino meramente interno, al margen de nuestras relaciones con los demás y con
el mundo creado. Por el contrario, Jesús nos ha dado un “camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del
velo de Templo, que es su carne” (Hb 10,20)
V. La Salvación en la Iglesia, cuerpo de Cristo
12.
El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia, comunidad de aquellos que, habiendo sido
incorporados al nuevo orden de relaciones inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu de Cristo
(Rm 8,9)
Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda esencial para superar cualquier tendencia
reduccionista.
La salvación que Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue solo con las fuerzas individuales, como indica el neo-
pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de
la Iglesia.
La mediación salvífica de la Iglesia, “sacramento universal de salvación”, nos asegura que la salvación no consiste
en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fisión interior con el divino, sino en la incorporación
en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad.
13.
Tanto la visión individualista como la meramente interior de la salvación contradicen también la economía
sacramental a través de la cual Dios ha querido salvar a la persona humana.
La participación, en la Iglesia, al nuevo orden de relaciones inaugurado por Jesús sucede a través de los
sacramentos, entre los cuales el bautismo es la puerta, y la Eucaristía, la fuente y cumbre.
La fe confiesa, por el contrario, que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble de
pertenencia a Cristo y a la Iglesia, del cual deriva la transformación de nuestro modo concreto de vivir las
relaciones con Dios, con los hombres y con la creación (cf. Mt 28,19). Así, limpiados del pecado original y de todo
pecado, estamos llamados a una vida nueva existencia conforme a Cristo (cf. Rm 6,4)
14.
La economía salvífica sacramental también se opone a las tendencias que proponen una salvación meramente
interior.
El gnosticismo, de hecho, se asocia con una mirada negativa en el orden creado, comprendido como limitación de
la libertad absoluta del espíritu humano.
Como consecuencia, la salvación es vista como la liberación del cuerpo y de las relaciones concretas en las que
vive la persona. En cuanto somos salvados, en cambio, “por la oblación del cuerpo de Jesucristo” (Hb. 10,10; cf.
Col 1,22), la verdadera salvación, lejos de ser liberación del cuerpo, también incluye su santificación (cf. Ro 12,1)