Introducción A La Patrología Según Quasten
Introducción A La Patrología Según Quasten
Introducción A La Patrología Según Quasten
Introducción
(corresponde a la unidad I)
Introducción.
Concepto e Historia de la Patrología.
Hacia el año 480, Genadio, sacerdote de Marsella, publicó bajo el mismo título una
continuación y adición muy útil, que en la mayor parte de los manuscritos aparece
como una segunda parte de la obra de San Jerónimo. Genadio era semipelagiano,
hecho que influye a veces en su manera de exponer las cosas. Por lo demás, se
muestra como hombre de extensos conocimientos y de juicio exacto. Su obra
continúa siendo de capital importancia para la historia de la literatura cristiana
antigua.
Hasta fines del siglo XI no hubo ningún nuevo intento de poner al día la historia de
la literatura cristiana. El cronista benedictino Sigeberto de Gembloux, en Bélgica
(+ 1112), acometió esta tarea en su De viris illustribus (ML 160,547-588).
Primeramente trata de los escritores eclesiásticos antiguos, siguiendo muy de cerca
a Jerónimo y a Genadio; compila luego escasos datos biográficos sobre teólogos
latinos de la alta Edad Media; no menciona a ningún autor bizantino. Honorio de
Autún, hacia el año 1122, compuso un compendio algo parecido, De Luminaribus
Ecclesiae (ML 172,197-234). Unos años más tarde, hacia el 1135, el Anónimo de
Melk publicó su De scriptoribus ecclesiasticis (ML 213,961-984). Su lugar de
origen parece ser Pruefening, cerca de Ratisbona, y no Melk, en la baja Austria,
donde se descubrió el primer manuscrito de esta obra. El De scriptoribus
ecclesiasticis del abad Juan Tritemio es una fuente de información mucho mejor.
Esta obra, compuesta hacia el año 1494, proporciona detalles biográficos y
bibliográficos sobre 963 escritores, algunos de los cuales no son teólogos. Tritemio
mismo toma de Jerónimo y de Genadio todo lo que trae de los Padres.
La inauguración de una nueva era para los estudios de la literatura cristiana antigua
quedó patente, sobre todo, con las primeras grandes colecciones y excelentes
ediciones particulares de textos patrísticos, que aparecieron en los siglos XVI y
XVII. El siglo XIX ensanchó el campo de esta literatura con un gran número de
nuevos descubrimientos, sobre todo de textos orientales. Se dejó sentir la necesidad
de nuevas ediciones críticas. Las Academias de Viena y de Berlín emprendieron
ediciones críticas de una serie latina y otra griega de los Santos Padres, mientras
que los eruditos de lengua francesa empezaron la edición crítica de dos grandes
colecciones de literatura cristiana oriental. Además, la mayor parte de las
Universidades fundaron cátedras de Patrología.
En el caso de que surgiera alguna nueva cuestión sobre la cual no se haya dado aún
tal decisión, habría que recurrir a las opiniones de los santos Padres, al menos de
aquellos que, en sus épocas y lugares, permanecieron en la unidad de comunión
y de fe y fueron tenidos por maestros reconocidos. Y todo lo que ellos hubieren
defendido, en unidad de pensamientos y de sentimientos, tendría que ser
considerado como la doctrina verdadera y católica de la Iglesia, sin ninguna duda o
escrúpulo (c.29,1). La posteridad no debería creer nada más que lo que la venerable
antigüedad de los Padres ha profesado unánimemente en Cristo (c.33,2).
Hoy día hemos de considerar como "Padres de la Iglesia" solamente a los que
reúnen estas cuatro condiciones necesarias: ortodoxia de doctrina, santidad de
vida, aprobación eclesiástica y antigüedad. Todos los demás escritores son
conocidos con el nombre de ecclesiae scriptores o scriptores ecclesiastici,
expresión acuñada por San Jerónimo (De vir. ill., pról.; Ep. 112,3). El título de
"Doctor de la Iglesia" no es idéntico al de "Padre de la Iglesia": a algunos de los
doctores de la Iglesia les falta la nota de antigüedad, pero, en cambio, tienen,
además de las tres notas características de doctrina orthodoxa, sanctitas vitae y
approbatio ecclesiae, los dos requisitos de eminens eruditio y expressa
Ecclesiae declaratio. En el Occidente, Bonifacio VIII declaró (1298) que deseaba
que Ambrosio, Jerónimo, Agustín y Gregorio Magno fueran considerados
como egregii doctores ecclesiae. Estos cuatro Padres han sido llamados también
"los grandes Padres de la Iglesia." La Iglesia griega venera solamente a tres
"grandes maestros ecuménicos": Basilio el Grande, Gregorio de Nacianzo y
Crisóstomo, mientras que la Iglesia romana añade a estos tres San
Atanasio, contando de esta manera cuatro grandes Padres de Oriente y cuatro de
Occidente.
Aunque los Padres de la Iglesia ocupan un puesto importante en la historia de la
literatura griega y latina, su autoridad en la Iglesia católica se basa en motivos
totalmente distintos. Lo que da tan gran importancia a los escritos y opiniones de
los Padres es la doctrina de la Iglesia que considera la Tradición como fuente de
fe. La Iglesia considera infalible el unanimis consensus Patrum cuando versa sobre
la interpretación de la Escritura (Vatic. sess.3 c.2). El cardenal Newman pone bien
de relieve la importancia de este consensus y su diferencia con las opiniones
privadas de los Padres, cuando dice:
"Sigo a los Padres de la antigüedad, pero no porque crea que en este punto
concreto les asiste la autoridad que tienen cuando se trata de doctrinas o preceptos.
Cuando hablan de doctrinas, hablan de ellas como de doctrinas universalmente
admitidas. Dan testimonio de que tales doctrinas son aceptadas, no sólo aquí o allí,
sino en todas partes. Nosotros aceptamos las doctrinas que ellos enseñan de esta
manera, no sólo porque ellos las enseñan, sino porque dan testimonio de que en su
tiempo las profesaban todos los cristianos, y en todas partes. Los tomamos como
informadores honrados, mas no como una autoridad suficiente en sí mismos, aun
cuando también tengan ellos cierta autoridad. Si, por ejemplo, afirmaran estas
mismas doctrinas, pero dijeran: "éstas son nuestras opiniones; las hemos sacado de
las Escrituras y son verdaderas," podríamos dudar en aceptarlas de sus manos.
Podríamos afirmar perfectamente que tenemos tanto derecho como ellos para
deducirlas de la Escritura; que las deducciones de la Escritura son meras opiniones;
que, si nuestras deducciones coincidieran con las suyas, sería debido a una
afortunada coincidencia; pero que, en caso contrario, no podemos evitarlo: hemos
de seguir nuestras propias luces. Indudablemente, nadie tiene derecho a imponer a
otro sus propias opiniones en materia de fe. Es cierto que el ignorante tiene un
claro deber de someterse a los que están mejor informados, y que es justo que el
joven se pliegue por un tiempo a las enseñanzas de los que son más viejos que él;
pero, fuera de eso, la opinión de un hombre no os mejor que la de otro. Pero no es
éste el caso en lo que respecta a los Padres de la antigüedad. Ellos no hablan de
sus opiniones personales. No dicen: "Esto es verdad, porque nosotros lo vemos en
la Escritura" — sobre esto podría haber discrepancias de opinión —, sino: "Esto es
verdad, porque de hecho es afirmado y fue siempre afirmado por todas las Iglesias,
desde el tiempo de los Apóstoles hasta nuestros días, sin interrupción." Se trata
aquí de una simple cuestión de testimonio, es decir, de saber si ellos dispusieron de
los medios necesarios para conocer que tal doctrina había sido profesada y seguía
siendo profesada de esta manera; porque si era la creencia unánime de tantas y tan
independientes Iglesias a la vez, y eso porque la consideraban transmitida por los
Apóstoles, indudablemente no podía menos de ser verdadera y apostólica"
(Discussions and Arguments II 1).
II. De todas las ediciones impresas antiguas de la literatura cristiana primitiva que
aparecieron a partir del siglo XVI, sólo una colección conserva aún su valor critico:
la publicada por los benedictinos franceses de San Mauro en los siglos XVII y
XVIII. La Congregación fue fundada en París en 1618. Atrajo a sus filas a eruditos
como Lucas d'Achéry, Mabillon, Thierry, Ruinart, Maran, Montfaucon y Martène.
Algunas de sus ediciones patrísticas no han sido superadas aún. Se editan los textos
griegos juntamente con su traducción latina y se añaden excelentes índices a cada
volumen.
IV. A las Academias de Berlín y Viena les cabe el honor de haber empezado dos
series de obras patrísticas que se esfuerzan en conjugar la exactitud filológica con
la integridad del texto. Ambas series, la griega y la latina, están en curso de
publicación.
Ni los autores del Nuevo Testamento ni los Padres griegos escriben en griego
clásico, sino que lo hacen en la Koiné, que podría muy bien definirse como una
mezcla del ático literario y del lenguaje popular, que llegó a ser la lengua de todo
el mundo helénico desde el siglo III antes de Jesucristo hasta el fin de la
antigüedad cristiana, es decir, hasta principios del siglo VI después de Jesucristo.