Yuni y Urbano. Madurescencia en El Curso Vital
Yuni y Urbano. Madurescencia en El Curso Vital
Yuni y Urbano. Madurescencia en El Curso Vital
YUN,I J. – URBANO. C.
Durante el siglo XX la revolución de las mujeres y la de los ancianos marcaron profundas transformaciones sociales.
Han hecho visibles a las mujeres y a las personas mayores en su condición de ciudadanos y, por lo tanto, sujetos con
derechos y sujetados a ciertos saberes. Recién en el siglo pasado aparecen el género y la vejez como categorías
culturales específicas.
Si bien el proceso de envejecimiento es común a ambos géneros, las condiciones, posibilidades y oportunidades de
varones y mujeres marcan modos diferentes de reflexionar, sentir y actuar sobre los cambios que les acontecen.
Podemos decir que el envejecimiento es una cuestión femenina; la razón fundamental para particularizarlo así,
radica en el reconocimiento de que la vida social se estructura en torno a un conjunto de criterios en base a los
cuales se distribuyen los recursos y bienes sociales. Las relaciones sociales se organizan a partir de categorías como
la edad, el género, la clase social y la raza.
Los factores que contribuyen a configurar los universos vitales de las mujeres mayores son diferentes a los de los
varones. Las particularidades del trabajo doméstico, la discriminación y las desigualdades en las relaciones laborales,
los desequilibrios de poder dentro de las familias y los cambios en el valor social de las edades, son situaciones que
influyen en los procesos de desarrollo de las mujeres. Estos procesos de desigualdad y subordinación femenina que
son condicionantes de sus modos de madurar no sólo aparecen y operan en este momento del recorrido vital, sino
más bien expresan la continuidad de situaciones configuradas a lo largo de la vida.
Investigadoras feministas sostienen la teoría del “doble riesgo”, es decir que su condición asociada a la edad y al
género están a la base de sus dificultades para acceder en forma igualitaria a la distribución de los recursos sociales.
Pertenecer o portar algunas categorías sociales subordinadas socialmente implica ser depositario de ciertas formas
de estigmatización. Ser una mujer mayor de una etnia que vive en condiciones de pobreza supone una posición sub-
valorada en relación a una mujer mayor profesional de clase media alta, y por lo tanto, las posibilidades que se les
ofrecen para su desarrollo son no sólo distintas, sino desiguales.
Entonces, hay ciertos condicionantes sociales comunes y compartidos por todas las mujeres, mientras que otros son
producto de la interacción en intersección con los criterios sociales vinculados a la edad, la posición social y la etnia.
Los primeros se basan en las restricciones que la cultura patriarcal ha impuesto al género femenino y que influyen
en los modos de definirse, de sentir, de sentirse con derecho a ocupar determinados espacios, de sostener
determinados valores y realizar ciertas funciones.
La revolución del envejecimiento ha generado una crisis en la forma en que las sociedades se estructuraban a partir
de la edad de que a determinada edad corresponde el ejercicio de ciertos roles sociales o a la que el acceso a los
bienes y recursos sociales estaba en relación con llegar a determinada edad, se encuentra actualmente en una
profunda crisis.
Conceptos como viejas, ancianas, abuelas o mujeres de tercera edad, son etiquetas impuestas a las personas que
atraviesan el umbral de cierta edad cronológica, sin registrar que el significado social de estas palabras no
representa el significado y la experiencia subjetiva de los mayores.
Clasificaciones científicas que se basan en la edad cronológica imponen sus rígidos criterios para describir grupos o
colectivos que en su vida cotidiana relativizan el valor de ese tipo de edad. Ej: la costumbre de referirse a la
población de más de 65 años como la Tercera edad o como ancianos, a los que se atribuyen determinadas
características psicosociales, contradice la experiencia subjetiva de los que están por encima de ese límite simbólico.
Esas denominaciones y los significados sociales que portan generan mayor confusión en las personas al no coincidir
la descripción que las teorías y las palabras realizan con la vivencia subjetiva de su potencial de sus recursos y sus
posibilidades.
En ese contexto, experiencia femenina del paso de los años ha adquirido nuevos significados, presenta nuevas
posibilidades y se ha desmarcado de las asignaciones tradicionales que pesan en su condición de envejecientes y de
mujeres.
Así, la madurez más que un estado al que se llega y en el que se permanece, parece ser un largo proceso en el que se
van ensayando modos nuevos de funcionamiento, se van probando nuevas posibilidades, se van superando
situaciones críticas y se reavivan utopías e ilusiones que conducen a nuevas búsquedas. A la palabra madurez se la
resignifica utilizando la palabra madurescencia que denota movimiento, flexibilidad y procesualidad.
La madurescencia femenina seria entonces aquel momento del curso vital que, en la mayoría de las sociedades, se
ha extendido hasta cerca de los 70 años, y en los que las mujeres que atraviesan su madurez continúan
explorando nuevas posibilidades que les permitan alcanzar su punto de desarrollo óptimo.
El concepto de madurescencia integra algunos rasgos de la mediana edad y los proyecta de un modo renovado a
lo que tradicionalmente se ha llamado vejez temprana.
La madurez ha dejado de ser solo el punto de llegada, el espacio de seguridad, la síntesis de la plenitud personal,
el momento de contemplar lo conquistado, el nido confortable de la estabilidad. También es un tiempo de
búsqueda, de revisión, de adquisición de nuevos sentidos de aprendizajes y desaprendizajes.
LA MADURESCENCIA Y EL CURSO VITAL: DOS MODOS NUEVOS DE ENTENDER LA TRANSICION DE LAS MUJERES
HACIA LA MADUREZ
Es habitual encontrar referencias a las estaciones de la vida o a ciclos naturales en los que siempre se retorna al
origen. La expresión más acabada de estas imágenes quizás sea la definición de que el ciclo de la vida es nacer,
crecer, madurar y morir. Estas concepciones encierran una imagen del envejecimiento como un tiempo de
declinación y de deterioro progresivo que termina con la desaparición física. Sin embargo, las tecnologías de la salud
han logrado no solo incrementar notablemente la expectativa de vida, sino que también las personas se mantengan
en un nivel óptimo de sus facultades físicas, psicológicas, emocionales, y sociales hasta edades muy avanzadas. Asi la
idea de que el envejecimiento es un proceso opuesto al desarrollo, un proceso involutivo y no evolutivo va siendo
progresivamente abandonada.
La nueva comprensión del proceso de envejecimiento lo entiende como recorrido experencial en el que se integran
aspectos psicológicos, intelectuales, sociales, afectivos, culturales y espirituales que están en una dinámica
permanente de procesos de cambio orientados al logro de la adaptación de la persona a las circunstancias
variables de su vida o del entorno socio-afectivo que enmarca su existencia.
La ampliación del tiempo vital de las personas ha modificado también las demandas y expectativas sociales
vinculadas a determinado rango de edades cronológicas tradicionalmente asociadas a la vejez o a la tercera edad.
Abre otras nuevas posibilidades para elaborar y orientarse a cambios que fortalezcan la identidad y proyecten a los
sujetos a nuevas búsquedas de sentido y de autocomprensión.
En la actualidad, las mismas mujeres mayores se ven atrapadas en una red contradictoria de mandatos y se ven
obligadas a responder a diferentes demandas que se corresponden con la permanencia de imágenes culturales del
pasado que se confrontan con imágenes nuevas y con otras que están configurándose.
En el imaginario social contemporáneo pareciera que las referencias ligadas a la edad y al género se han vuelto más
difusas y la opciones de roles se han multiplicado. Hoy pocas mujeres mayores se definirían por un limitado número
de opciones personales o de roles tradicionales. En cambio se abocan de lleno a una tarea evaluativa de lo logrado
hasta aquí y a un trabajo de autoanálisis que les permita proyectar su vida y proyectarse en ella.
La madurescencia, es entonces el progreso en el que las mujeres que se encuentran en la segunda mitas de la vida
afrontan nuevas demandas para la reelaboración de su identidad personal, femenina y social. La problemática que
se les presenta es la de la recreación de una subjetividad, que las fortalezca y les otorgue sentido a su identidad de
mujeres mayores.
En la actualidad, las mujeres madurescentes parecen lanzadas a la búsqueda de nuevas filiaciones que les permitan
reelaborar y/o fortalecer su identidad. Las bases de esta exploración parecen estar relacionadas con la pérdida de
los modelos de identificación femenina asociados culturalmente con las mujeres mayores. Las dificultades para esta
generación de mujeres adultas mayores, remiten al reconocimiento de que la extensión de la expectativa de vida y
las nuevas posiciones e imágenes sociales sobre la mujer, la ubican frente a un horizonte de expansión de su
experiencia vital que alcanza tanto a las mujeres que están llegando a ser maduras y a las que ya llegaron a la
madurez.
La identidad personal representa el núcleo de la mismidad de un sujeto en el que se integran, como en una totalidad
unitaria, diferentes identidades particulares: la identidad personal, de clase social, religiosa, política, de género y de
edad. Este núcleo identitario permite el auto-reconocimiento como una mismidad, como producto de un Yo capaz
de narrarse y de convertirse en el principio y origen de todas las acciones personales. Llegar a definir el propio Yo,
supone poder reconocerse a sí mismo con un ser individual. Reconocerse como un sujeto expresa un Yo particular
que se mantiene a través del tiempo, permite mantener el sentido integridad y continuidad a lo largo del curso vital.
Reconocerse como un sujeto que siendo igual a sí mismo, se percibe como diferente y sufriendo modificaciones a
través del tiempo, posibilita al sujeto interpretar el carácter histórico y dinámico de su Yo, producto de la
reconstrucción subjetiva de las diferentes experiencias vitales por las que ha atravesado.
La identidad personal se adquiere a través de múltiples y permanentes identificaciones que realizamos a través del
curso vital, en un proceso en el cual se va configurando nuestra subjetividad. En al madurescencia, las fuentes y
modelos de identificación que se ofrecen como modelos a seguir para llegar a ser mujer y para ser mujer mayor, se
enfrentan a una profunda crisis de significado y de devaluación social.
El problema de la madurescencia femenina actual es que los modelos de identificación disponibles para las mujeres
mayores se han fragmentado. Los espejos sociales y personales, externos e internos a la vez, en los que las mujeres
madurescentes pueden espejarse para elaborar su identidad de mujer mayor, aparecen como fragmentados y
esparcidos por la presión de los cambios socio-culturales.
De este modo, el espejo es una metáfora de la imagen social, externa, que permite el reconocimiento y la
diferenciación (elementos claves de los procesos identitarios) y, simultáneamente, el espejo es también metáfora de
la propia imagen interior, dela imago mental que permite dotar de significados a la experiencia personal de captarse
a sí misma, como una unidad de sentido que busca su completud y que aspira a re-construirse en un proyecto
personal.
En definitiva, la adquisición de una identidad de mujer madura no será producto de la influencia arbitraria de
factores que se imponen externamente, sino el producto de filiaciones y elecciones de formas de ser, sentir, actuar y
pensar.
Las mujeres mayores tienen que reelaborar su identidad en un contexto socio-cultural caracterizado por el cambio
del sentido del tiempo social; por el cambio de roles y expectativas sociales asignadas a los mayores; por la
fragmentación de la historia colectiva, que soslaya el valor de la memoria social y desvaloriza los cuerpos de
conocimiento cultural que conservan las tradiciones; todo ello, lleva a centrar los valores de realización en un
presente sin sustento en el pasado. Lo anterior, sumado a la rápida obsolescencia tecnológica y a la aceleración de
los procesos de producción y circulación de conocimientos son procesos que afectan particularmente a los mayores.
Las mujeres mayores no sufren pasivamente estas situaciones, sino que conscientes de que aún tienen recursos y un
potencial personal por explorar, elaboran estrategias y orientan su acción con el fin de fortalecer su identidad
amenazada.
MADURESCENCIA, AQUEL MOMENTO VITAL EN QUE EL SUJETO SE DIRIGE EN POS DE ALCANZAR LA MADUREZ.
Supone un momento de replanteos de desestabilización de los modos habituales de funcionamiento, de selección de
aquellos modelos identificatorios que han servido al sostenimiento de la propia identidad. Momento de búsqueda y
de confrontación con los modelos y mandatos recibidos en otros momentos del curso vital.
La madurescencia es un momento existencial dinámico en el que se ponen en juego, en aquí y ahora, las
resoluciones de todos los conflictos actuales y de etapas anteriores; situación en el que emergen aquellas carencias
producto de elaboraciones incompletas.
La mujer madurescente adquiere conciencia de que este es su tiempo, que debe afrontar a tiempo y en este tiempo
las situaciones y desafíos que se le presentan para re-elaborar el trazado de su recorrido vital. En tanto proceso
evolutivo, la madurescencia implica la conquista de los aspectos positivos del envejecimiento, es decir, de aquellos
atributos que hacen que el sujeto que envejece en cuerpo de mujer, con un sentir, un actuar, y un pensar
construidos desde lo femenino, se proyecte en la consecución de su integridad personal.
Las razones que explican el proceso son complejas, ya que interactúan múltiples factores relacionados en diversos
niveles:
La experiencia individual de los cambios corporales asociados al paso del tiempo cronológico.
La interpretación psicológica del transcurso de los años y de los logros obtenidos durante el curso vital.
El pedo de las exigencias sociales que delimitan lo que debe ser una mujer madurescente.
La mujer madurescente manifiesta un clima emocional exagerado caracterizado por una serie de sentimientos
ambivalentes que oscilan desde un bienestar subjetivo pleno hasta un autoconcepto negativo de sí misma. Dicha
ambivalencia responde a la pugna que se establece entre aquellos aspectos de la personalidad que tiende a la
seguridad, a lo conocido, y a aquellos que nos impulsan hacia la aventura, a lo desconocido.
Los aspectos de la personalidad que tienden a la seguridad los podemos designar como Yo fusionador, mientras los
que impulsan la búsqueda de experiencias nuevas, Yo buscador.
El Yo fusionador es el yo más primario, que se constituye en el vinculo de dependencia con la madre; una
persona que cubre nuestras necesidades básicas y profundas de contacto. Este yo predomina en las
experiencias infantiles.
Por el peso de la socialización femenina, la mujer madurescente ha estado mas inclinada hacia el polo del yo
fusionador. En este momento del curso vital suele manifestar una tendencia hacia el yo buscador, lo que genera un
conflicto en sus vínculos y en sus elecciones. Es en este tiempo que comienza a tomar conciencia de que el tiempo se
acorta, que el tiempo comienza a ser medido como tiempo por vivir, la mujer experimenta la necesidad de salir al
mundo a explorar experiencias nuevas antes de que el tiempo se agote.
Este impulso a lo nuevo, conduce a mujeres en las que predominaba el yo fusionador, a una organización de su
entorno vital. Por ejemplo: reanudar ciertas carreras o proyectos.
Durante esta etapa, la mujer asume la responsabilidad del cuidado de las generaciones pasadas y futuras. Sus hijos
representan tanto el pasado como el futuro de ella, mientras que sus padres representan tanto el futuro como su
pasado personal. Esta mujer madurescente, se encuentra en una transición en donde se constituye a sí misma en el
propio modelo de dos generaciones: la pasada y la futura.
El proceso de madurescencia femenina no se limita al aprendizaje y a la evaluación de los roles dentro del círculo
familiar, también escruta sus valores y sus metas a fin de decidir si le son útiles para encarar esta nueva etapa. Se
produce aquí, una imperiosa necesidad de ser auténtica, y fiel a sí misma, determinada por la alteración de la
percepción del propio tiempo.
Durante este proceso se produce un debilitamiento en el sentimiento de identidad personal, es decir, que la mujer al
instaurar este proceso de autoevaluación genera cierta sensación de desconocimiento respecto de determinados
aspectos de sí misma. La autoevaluación deja vulnerable a la mujer, quien cuestiona su manera de ser y de sentir,
cuestiona sus seguridades, las afirmaciones, creencias y saberes acerca de si misma, y descubre ciertos aspectos de
su que hasta el momento no había tenido en cuenta o había mantenido negados.
La mujer, no trata de definir quién es sino más bien qué sentido se otorga a sí misma y a la vida en relación a los
compromisos sociales y personales que ha asumido varias décadas atrás. Levinson sostiene que la estructura vital se
genera a partir del compromiso del Yo con el mundo y que esta se manifiesta en el relato recíproco de ambos. Es
decir, que uno es lo que percibe de sí mismo y lo que otros dicen acerca de uno.
La estructura vital se constituye en un todo en el que se integran aspecto internos y externos que se articulan entre
sí. Estos aspectos constituyen polaridades que en este momento vital tienden a integrase y complementarse:
viejo/joven; la mujer se siente joven aspectos como sus ganas, en el despertar de sus intereses creativos, en
la necesidad de ser contenida y acompañada por su pareja afectiva, en la búsqueda y en el establecimiento
de sus vínculos sociales. Pero también se siente vieja en su experiencia, en su criterio de realidad, en el
conocimiento de sí, en las expectativas respecto del entorno, en el conocimiento de sus límites, etc.
creación/destrucción; es en esta etapa donde la mujer toma una intensa consciencia del tiempo. Siente que
el tiempo que le resta de juventud es limitado, por lo que debe hacer uso de él de una manera inteligente y
que responsa plenamente a sus necesidades. A partir de la percepción de mortalidad se llega a la conciencia
de la destrucción, como una polaridad que representa el deterioro, la vejez, la muerte.
Otro aspecto característico de este proceso, es el hecho de confrontar la propia imagen con el espejo. Desde la
cultura, la identidad femenina esta signada por la aprobación de la mirada de un “otro”. Esta aprobación se
transforma en el cumplimiento de un ideal en lo relacionado a las pautas impartidas respecto a lo que se considera
“cómo debe ser” y “como debe portar su ser femenino”.
Los cambios físicos relacionados con la edad producen en la mujer madurescente sentimientos de angustia, cierta
inseguridad y cierto orgullo herido producido por el enfrentamiento entre la realidad física y los ideales sociales
irrealizables. Surge el conflicto entre lo se puede y lo que se debe.
En esta etapa la capacidad de intimidad se ve afectada, esta es la que hace posible que un sujeto construya
adhesiones emocionales confiadas, intimas y de mutuo apoyo con otras personas.
La mujer madurescente al plantearse una relación de pareja, lo hace siguiendo patrones diferentes:
Algunas, descreen del amor romántico, adolescente, halagador y buscan establecer un vinculo que perdure
en el tiempo y que contenga ingredientes de acompañamiento cotidiano.
Otras, se plantean una relación cuyo fin es la consecución del placer, relación que ellas definen como “cama
afuera” y en la que la meta es establecer una relación con un compañero de salidas y en donde no se
entable ningún compromiso de lo cotidiano.
También, están las que plantean el establecimiento de una relación que desde la forma, reúna los requisitos
de un vinculo romántico, seguro y colmado de detalles, aunque a la hora de plantearse a sí mismas n esa
relación, solo desean ser “atendidas” pero no “invadidas” es sus espacios personales.
La mujer madurescente manifiesta cierta desorganización para vivir cómodamente en el presente. El tiempo ha
cambiado de significado. Junto con el tiempo va asociado un sentimiento de confianza o desconfianza, según hayan
sido las experiencias primeras en cuanto al aprendizaje del tiempo.
El tiempo se une al entorno externo. Si el entorno ha provisto satisfactoriamente soportes que satisfagan las
necesidades básicas, el sujeto asociara a la idea de tiempo un sentimiento de confianza, de lo contrario asociara un
sentimiento de desconfianza.
Es esta asociación entre tiempo, satisfacción de necesidades y el sentimiento de confianza, se encuentra el origen de
la percepción que poseen muchas mujeres madurescentes del tiempo como una amenaza.