Abraham Valdelomar - El Beso de Evans
Abraham Valdelomar - El Beso de Evans
Abraham Valdelomar - El Beso de Evans
Abraham Valdelomar
textos.info
Biblioteca digital abierta
1
Texto núm. 4630
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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(Cuento cinematográfico)
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I
8 de agosto - 12 m.
–Alice... A...li...ce...
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II
Había sido un hombre a la moda. Durante mucho tiempo, desde que su
viaje a la India lo consagró como hombre de buen gusto, sus libros
corrieron por las cinco partes del mundo. Después todos fueron triunfos.
Medalla en la academia. Traducción de sus libros. Legión de honor.
Reemplazó a Mr. Salvat en la primera columna de L'Echo. Fue en la
embajada de El Cairo. Exquisito gusto, admirable cultura, irreprochable
elegancia, ciertas óptimas condiciones orgánicas naturales, parisiense,
apasionado, con un bigote discreto, Villard lo fue todo. En el Jockey Club,
en el Casino, en los cabarets, en los bailes, la misma respuesta decidía el
éxito del buen tono:
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III
La comentada amistad de Evans y de Lady Alice nació en el mar, como
Venus, ocho días antes de la muerte de Evans: five o'clock a bordo del
Principessa Elena, en Marsella. Marinos ingleses, delgados, rubios y
severos, de manos finas y largas y de dedos casi transparentes. Marinos
italianos, bajos, de carrillos bermejos como manzanas; bigotes, vestidos
azulinos, franjas de oro, medallas. Franceses de ojos grandes, cuerpos
pesados, sin la severidad albionesa ni la grácil arrogancia italiana. Mujeres
cosmopolitas. Música. Lady Alice recostada sobre el barandal de popa,
mira al mar. El viento agita moderadamente su tul de seda. Al lado de la
costa los buques elevan sus múltiples mástiles agudos cual bayonetas...
La nave se menea con solemnidad. Lady Alice piensa en América.
Fantásticamente hace surgir del horizonte nebuloso el continente de los
hombres rudos. Ve los paisajes de palmeras reflejarse en la serenidad de
los ríos profundos; hombres cobrizos, atléticos, cazan fieras y hacen
sangrar, cuando besan, los labios de sus mujeres. Casas inmensas. En
estatua colosal, una mujer extiende el brazo, coronada, y señala el camino
entre el océano agitado: Nueva York. Más abajo, capitanes negros,
caudillos sanguinarios, revoluciones, riqueza, campos fértiles, la mies, el
trabajo, el sol ardiente y pródigo... Alice respira el vaho tibio del mar que,
bajo el sol, la sensualiza. Aspira el yodo de la atmósfera. Su pecho se
levanta armónicamente y su cuerpecillo vibra. Vuelve la vista sobre el
barco y torna a la realidad.
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–América -piensa Lady Alice- el viaje largo sobre el mar, días y noches.
Amores fugaces, coquetería, flirt...
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IV
7 de agosto - 5 p.m.
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V
El conde Bellotti ha invitado a comer a Evans Villard. Evans ha roto su
austeridad...
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VI
En el cielo. San Gabriel y el Eterno
–Bondad Infinita, Principio y Fin de todas las cosas, Alfa y Omega, Rey de
los cielos y de las alturas, de los hombres, de las almas y de las cosas...
–¡Habla!...
–Aquel hombre, el de Marte, el que entró junto con San Luis; aquél que
parecía tan bueno...
–¿Qué?...
–Ha desaparecido...
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Todos eran buenos y aquello era intolerable. Música de Palestrina,
cuadros de Fra Angélico y de Murillo. En la biblioteca, Kempis, San
Agustín, la Biblia. Aquello era una especie de convento.
–Pues bien, para reemplazar a los que se han marchado, permite entrar
hoy a todo el que venga; pero sólo por hoy. Hay que llenar esas vacantes...
–Amén, Sabiduría...
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VII
El palacio del demonio
–Éste saldrá. ¡Es nuestro!, salió a las 12. Tenía una cita en las Acacias.
Éste nos pertenecía. Era escritor. ¡Nos le han quitado!
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VIII
8 de agosto. En el cielo. 12 m.
Evans entra en el cielo de mal humor. Le hacen pasar, se pierde, sin ver a
nadie en un sendero azul rodeado de nubes. Está preocupado, casi parece
un demente. Se diría que existe con una preocupación constante, fija,
obcecadora.
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IX
8 de agosto - 3 y 1/2 p.m. En las Acacias
–... (fastidiada) Lady Alice recibe en su hotel los martes... las visitas de
cortesía...
–Y sustituirle...
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labios de Evans, carnosos, duros, elásticos: parecen una flor. Alice cierra
los ojos pensando en el beso, largo, lento, intenso, cálido. Se va
acercando la hora, sus labios tiemblan. Adalberto le sigue hablando. Ella
pretende no hacer caso, pero las palabras del conde le van describiendo
diabólicamente, el beso, el beso de Evans. Adalberto insiste, cuenta los
minutos, insinúa, mira, presiona una mano, oprime el talle. Falta un
minuto... medio minuto... Alice se ahoga...
Él sella:
–Evans...
Se alejan. Saca un papel del bolsillo del jaquet. Las últimas palabras se
pierden entre las gentes, y luego, bajo las sombras de las acacias jóvenes,
Alice termina:
–Mañana...
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X
En el cielo, 8 de agosto. 4 y 1/4 p.m.
–Mañana...
–... (indeciso)...
–Bien. ¿Qué queréis ver? ¿Lo pasado? ¿Lo futuro? Os puedo hacer vivir
una hora pasada, tal como fue la Voluntad del Eterno...
–¡Oh, sí! Llevadme a París... a las cuatro... a las Acacias... quiero ver...
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detienen. Gabriel señala:
–¡Aquí!
–¡Mañana!
Gabriel:
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XI
En el palacio de "Él"
–¿Qué dice?
–¿Qué dice?
–¿Qué dice?
–¿Qué tal?
–Bien. Consiente en escaparse del cielo y venirse aquí con una condición.
–¿Quién?
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–¡Acepto! -dice Luzbel, con la voz baja y honda del tercer acto de
Mefistófeles.
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XII
París, 9 de agosto. 10 a.m.
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