El Pequeno Arpad
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FACULTAD DE PSICOLOGÍA
DEPARTAMENTO DE PUBLICACIONES
EL PEQUEÑO ARPÁD
(EIN KLEINER HAHNEMANN)
FICHA 2 1999
INDICE
INTRODUCCION
1.Los rasgos como pulsiones fijadas desde la infancia Juan Carlos Cosentino
EL PEQUEÑO ARPÁD
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INTRODUCCION Juan C. Cosentino
Freud escribe en el historial del pequeño Hans: “suelo, desde hace años, instar a mis
discípulos y amigos para que compilen observaciones sobre la vida sexual de los niños que
las más de las veces se pasa hábilmente por alto o se desmiente adrede” (1).
Entre el material que en virtud de esa exhortación llega a sus manos, además del de
Hans, ocupa un puesto sobresaliente el del pequeño Arpád.
Considera la fobia a los caballos del primero un caso de totemismo negativo. Allí el
tótem, es decir, el animal, sostiene ciertas prohibiciones y regula la relación del niño,
particularmente problemática en la fobia, con el deseo materno. A su vez, ubica al pequeño
Arpád como un caso de totemismo positivo, donde el tótem, a diferencia de la fobia, no
prohibe sino que más bien empuja y lo lleva a enfrentarse con el animal temido.
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cierto que en el pequeño Arpád, de quien informa Ferenczi, los intereses totemistas no
despertaron directamente en el contexto del complejo de Edipo, sino sobre la base de la
premisa narcisista de éste, la angustia de castración. Pero quien examine con atención la
historia del pequeño Hans hallará también en ella los más abundantes testimonios de que
el padre era admirado como el poseedor del genital grande y era temido como el que
amenazaba el genital propio. Tanto en el complejo de Edipo como en el de castración, el
padre desempeña igual papel, el del temido oponente de los intereses sexuales infantiles.
La castración, o su sustitución por el enceguecimiento, es el castigo que desde él amenaza
(7).
Teniendo el pequeño Arpád dos años y medio, intentó cierta vez, durante unas
vacaciones veraniegas, orinar en el gallinero, y una gallina le picó el miembro o intentó
picárselo. Cuando un año después regresó a ese mismo lugar, él mismo se convirtió en
gallina; sólo se interesaba por el gallinero y cuanto allí pasaba, y trocó su lenguaje
humano por cacareos y quiquiriquíes. En la época de la observación (cinco años) había
vuelto a hablar, pero en su conversación se ocupaba exclusivamente de cosas de gallinas y
otras aves de corral. No tenía otro juguete que ese, sólo entonaba canciones en que les
sucediera algo a unas aves de corral. Su comportamiento hacia su animal totémico era
ambivalente por excelencia, un odiar y un amar desmedidos. Lo que más le gustaba era
jugar a la matanza de gallinas. «La matanza de las aves de corral es para él toda una fiesta.
Es capaz de danzar horas y horas, excitado, en torno del animal muerto» (8). Pero luego
besaba y acariciaba al animal abatido, limpiaba y hacía mimos a los símiles de gallinas
que había maltratado.
Según Ferenczi, no quedó ninguna duda sobre la fuente de su interés por el ajetreo
del gallinero. «El movido comercio sexual entre gallo y gallina, la puesta de los huevos y la
salida de los pollitos del cascaron» satisfacían su apetito de saber sexual, que en verdad se
dirigía a la vida de la familia humana. Había formado sus deseos de objeto siguiendo el
modelo de la vida de las gallinas; cierta vez dijo a una vecina: «Me casaré con usted, y con
su hermana, con mis tres primas y la cocinera; no, en vez de la cocinera, prefiero a mi
madre».
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su antepasado y padre primordial. No hacemos más que tomar en sentido literal un
enunciado de estos pueblos, un enunciado con el cual los etnólogos no han sabido bien qué
hacer y luego le han restado importancia. El psicoanálisis nos advierte que, al contrario,
debemos escoger precisamente ese punto y anudar a él todo intento de explicar el
totemismo (10) (11).
Se trata de un ritual y un juego que no logran pacificar al niño, lo cual revela que
algo no se logra en la operación metafórica. “En suma, un ritual y un juego que no alcanzan
a constituirse como tales, lo cual refiere al incierto enmascaramiento del objeto de la
pulsión, ya que –y esta es la hipótesis freudiana- ese tótem esta demasiado vivo y, por
tanto, no cumple su verdadero papel de tótem y de interdicción” (12).
Pero ocurre que Ferenczi llama al gallo de Arpád animal sexual. En este sentido la
identificación como respuesta frente al ataque del animal lleva a preguntarse por el valor de
objeto pulsional que toma el mismo y que conlleva en si un peligro que se fija como rasgo
de carácter. En Arpád adopta la forma de una actitud desafiante (“difícilmente lloraba, no
pedía perdón“) que lo empuja, en una incesante repetición, a enfrentar al animal temido
(14).
Muchos años después, en 1939, para referirse a los efectos del trauma Freud vuelve
a pensar que son de índole doble, positivos y negativos.
Los primeros, es decir, las reacciones positivas, que intentan recordar la vivencia
olvidada, responden a la fijación al trauma y a la compulsión de repetición, y como
tendencias del yo le prestan unos rasgos de carácter inmutables, aunque su fundamento real
y efectivo, su origen histórico–vivencial (historisch), esté olvidado, o mas bien justamente
por ello. Así, “una muchacha que en su temprana infancia fue objeto de una seducción
sexual puede organizar su posterior vida sexual de manera de provocar una y otra vez tales
ataques”.
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Así, “la influencia compulsiva más intensa proviene de aquellas impresiones que
alcanzan al niño en una etapa en que no es posible atribuir receptividad plena a su aparato
psíquico: los rasgos de carácter, continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias o
bien formaciones reactivas contra ellas. Tales procesos de la formación del carácter son
menos trasparentes y más inasequibles al análisis que la neurosis de transferencia, los
procesos neuróticos y la dimensión fantasmática” (16).
Finalmente, nos enteramos –fue publicado en 1943– que Arpád cuando adulto
terminó siendo propietario de una granja avícola (18), así como Hans llegó a ser régisseur
(19).
1. S. Freud, Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans), AE., X, 8.
Las remisiones corresponden a O.C., Amorrortu Editores (A.E.), Buenos Aires, 1978-
85; las revisiones para la traducción del alemán corresponden, salvo aclaración, a
Studienausgabe, S. Ficher Verlag, Francfort del Meno, 1967-77.
6. S. Ferenczi, Un pequeño Hombre gallo, ob. cit., págs. 171-8. En esta ficha páginas 8-
13.
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cuanto a Arpád, un punto de partida sería preguntarnos si juega al gallinero o cayó bajo
el orden del gallinero. Una forma frecuente que adquiere el espíritu del grano es la del
gallo. En Austria advierten a los niños que no se alejen por entre las mieses, pues el
gallo del grano está allí dentro y les sacaría los ojos a picotazos. También matan al
espíritu del grano en forma de grano. En zonas de Alemania, Hungría, Polonia y
Picardía, los segadores ponen un gallo vivo en la última mies que va a ser cortada, lo
persiguen por el campo o lo entierran hasta el cuello en el suelo, y después lo decapitan
con una hoz o guadaña”. Así, resulta interesante esta vieja historia, “ya que todo pasa
cuando Arpád veranea en Austria, y nos lleva a preguntar ¿juega o está preso en un
mito de adultos?”
8. S. Ferenczi, Un pequeño Hombre gallo, ob. cit., pág. 175. En esta ficha páginas 8-13.
9. S. Freud, Tótem y tabú, AE., XIII, 134, nota 41: “este enunciado según Frazer (1910, 4,
pág. 5), encierra lo esencial del totemismo: «Totemism is an identification of a man
with his totem» («El totemismo es una identificación de un hombre con su tótem»)”.
10. A Otto Rank, añade Freud también a pie de página, le debo la comunicación de un caso
de fobia al perro en un inteligente joven; la explicación que este dio sobre el modo en
que contrajo su padecimiento recuerda notablemente a la teoría de los arunta sobre los
tótems, ya mencionada (en el texto pág. 117). Creía haber escuchado de su padre que su
madre fue asustada por un perro cuando estaba embarazada de él. Idem, nota 42.
13. S. Freud, S. Ferenczi, Correspondance 1908–1914, “Carta 268 Fer”, 18–I–12, y “Carta
275 F”, 1–II–12, ob. cit., págs. 349 y 359.
17. S. Ferenczi, Un pequeño Hombre gallo, ob. cit., pág. 178. En esta ficha página 13.
18. M. Gerez Ambertín, “Tesis Doctoral”, ob. cit., pág. 179, inédito.
19. J. C. Cosentino, Angustia, fobia, despertar, Eudeba, Bs. As., 1998, págs. 169-73.
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EL PEQUEÑO ARPÁD Sandor Ferenczi
Esta peculiar conducta del pequeño Arpád duró toda la estada del verano. Cuando la
familia retornó a Budapest volvió a hablar humanamente, pero su charla era casi
exclusivamente de gallos, gallinas y pollos, cuando más agregaba patos y gansos. Su juego
habitual repetido interminablemente todos los días era el siguiente: arrugaba todo periódico
en la forma de gallos y gallinas, y los ofrecía a la venta, entonces tomaba algún objeto
(generalmente un pequeño cepillo plano) llamémosle cuchillo, llevaba su “gallo” a la pileta
(donde la cocinera realmente acostumbraba a matar las aves), y le cortaba el pescuezo a su
gallina de papel. Mostraba cómo el gallo sangraba y con su voz y gestos hacía una
imitación excelente de la agonía de su muerte. Siempre que se ofrecían en venta aves de
corral en el patio, el pequeño Arpád estaba inquieto y no dejaba tranquila a su madre hasta
que ésta compraba alguna. Quería presenciar cuando la mataban; sin embargo tenía mucho
miedo de los gallos vivos.
Los padres muchísimas veces le preguntaban por qué le tenía tanto miedo a los
gallos, y Arpád siempre les relataba la misma historia: Una vez él se había metido en el
1
Publicado en el Internat. Zeitschr. f. arztl. Psychoanalyse, 1913.
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gallinero y había orinado en un nido, luego de lo cual el gallo de plumas amarillas (a
veces decía marrones), vino y le dio un picotazo en el pene, entonces Ilona, la sirvienta, le
vendó la herida. Luego le cortaron el pescuezo al gallo y murió.
Ahora bien, los padres recordaban este incidente que había ocurrido el primer
verano en el balneario cuando Arpád tenía dos años y medio. Un día la madre había
escuchado al pequeño chillando temerosamente y se enteró por la sirvienta que estaba
asustado de un gallo que había querido aplicarle un picotazo en el pene. Desde que Ilona ya
no estaba en el servicio de la familia no se pudo tener certeza de sí en la ocasión Arpád
había sido lastimado realmente, o bien (como creía recordar la madre), sólo lo había
vendado para calmarlo.
La parte curiosa de la cuestión era que los efectos posteriores de este acontecimiento
se habían manifestado en el niño luego de un período latente de todo un año, en su segunda
visita a la residencia de verano, sin que nada hubiese ocurrido en el ínterin que pudiese ser
atribuido por los parientes como causa de esta repentina recurrencia del miedo a las aves de
corral y su interés por ellas. Sin embargo, no dejé que la naturaleza negativa de esta
evidencia me impidiera hacerles una pregunta, suficientemente justificada por la
experiencia psicoanalítica, la pregunta de que si durante el curso del período latente, el niño
no había sido amenazado con la sección de su pene a causa de su jugueteo voluptuoso con
sus genitales.
La respuesta que fue dada de mala gana, fue en efecto que al presente el niño era
afecto a jugar con su miembro por lo que frecuentemente era castigado, y que también “era
posible” que alguien “bromeando” lo hubiese amenazado con cortárselo, más aún, que
Arpád tenía ese mal hábito desde hacía “mucho tiempo”, pero que no sabían si en el año
latente ya lo tenía.
Resultó ser que en realidad Arpád no se había salvado de esta amenaza ni aun
posteriormente, de modo que podemos considerar probable la presunción de que fue la
amenaza experimentada en el ínterin, la que había excitado al niño tanto al revisitar la
escena de la terrible primera experiencia, en la que el bienestar de su miembro había estado
en peligro de modo similar. Por supuesto no puede excluirse una segunda posibilidad: la de
que su primer temor ya había sido exagerado por amenazas de castración previas, y que la
excitación al revisitar el gallinero debe ser atribuida a un aumento del “hambre sexual” que
se había experimentado mientras tanto.
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gestos y comentarios curiosos. Sin embargo, pude establecer, para mí, que Arpád era
mentalmente alerta y no sin talento, sin bien era cierto que su interés mental y su talento
estaban centrados de modo peculiar alrededor del género plumífero de las aves de corral.
Cloqueaba y cacareaba de un modo magistral, a la mañana temprano despertaba a toda la
familia, un verdadero gallito de vigoroso cacareo. Arpád era musical pero sólo cantaba
canciones populares en las que aparecían gallos, gallinas o aves similares, le gustaba
especialmente la canción que dice:
Podía dibujar como ya fue dicho, pero se limitaba exclusivamente a pájaros de largo
pico, haciéndolo con considerable habilidad. De este modo podemos ver la dirección en que
buscaba de sublimar su interés patológicamente fuerte en estas criaturas. Finalmente los
padres tuvieron que aceptar sus hobbies viendo que sus prohibiciones no servían de nada, y
le compraron varios pájaros de juguete hechos de un material irrompible con los que
llevaba a cabo toda clase de juegos fantasiosos.
En general Arpád era un muchachito agradable, pero muy desafiante cuando recibía
reprimendas o era castigado. Difícilmente lloraba y nunca pedía perdón. Sin embargo
aparte de estos rasgos de carácter, no había rastros de rasgos verdaderamente neuróticos
que pudieran reconocerse. Se asustaba fácilmente, soñaba mucho (con aves por supuesto) y
frecuentemente dormía mal (Pavor nocturnus).
Las acciones y dichos curiosos de Arpád que fueron anotados por la dama
observadora, desplegaban mayormente un inusitado placer en fantasías sobre la cruel
tortura de las aves de corral. Su juego típico imitando la matanza de las aves ya ha sido
mencionado, a esto debe agregarse que hasta en sus sueños sobre pájaros, lo que más veía
eran gallos y gallinas “muertas”. Daré aquí una traducción literal de sus dichos
característicos:
“Me gustaría tener un gallo vivo desplumado” —dijo una vez espontáneamente.
“No debe tener plumas, ni alas, ni cola, sólo la cresta, y tiene que poder caminar así”.
Una vez estaba jugando en la cocina con un ave recién sacrificada por la cocinera.
De pronto fue a la habitación vecina, recogió unas pinzas de rizar de un cajón y gritó:
“Ahora voy a clavar esto en los ojos ciegos del ave muerta”. La matanza de las aves de
corral es para él toda una fiesta. Es capaz de danzar horas y horas, excitado, en torno del
animal muerto.
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Otra vez alguien señalando a un ave sacrificada le preguntó: “¿Te gustaría que
volviese a despertar?. “Me gustaría un cuerno, la volvería a matar yo mismo”.
Frecuentemente jugaba con papas o zanahorias (que decía eran aves), cortándolas en
pequeños trozos con un cuchillo. Difícilmente se le podía impedir que tirase al suelo un
vaso que tenía aves pintadas.
Los afectos desplegados con relación a las aves, sin embargo, de ninguna manera
eran simplemente el odio y la crueldad, sino claramente ambivalentes. Muy a menudo
besaba y acariciaba al animal muerto o bien “alimentaba” a su ganso de madera con maíz,
como había visto hacer a la cocinera; al hacerlo cloqueaba y piaba continuamente. En una
oportunidad arrojó su muñeco de madera irrompible en el horno porque no lo podía romper,
pero luego lo sacó de inmediato, lo limpió y lo acarició. Sin embargo, las figuras de
animales de su libro de figuras tenían peor suerte, las rasgó en pedazos y luego
naturalmente no pudo volver a reconstruirlas y se disgustó.
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En gran número de análisis de sueños y neurosis la figura del padre es descubierta tras la de un animal. Ver
Freud, Schriften, etc., Cap. I y el Internat. Zeitschr. f. Psychoanalyse, Jahrg. L. Heft 2. El profesor Freud me
ha dicho que una de sus próximas obras en “Imago” hará uso de esta identidad para explicar el totemismo.
(Éste ha aparecido desde entonces en forma de libro bajo el título de Tótem y Tabú).
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fuego?”. (También estaba muy interesado en los genitales de las aves. En cada ave que era
sacrificada tenían que aclararle el sexo, si era un gallo, una gallina o un pollo).
Una vez corrió a la cama de una muchacha adulta y dijo: “Te cortaré la cabeza, la
pondré en tu panza y la comeré”. Otra vez dijo repentinamente: “Me gustaría comer guiso
de madre” (por analogía con el guiso de gallina); “tienen que poner a mi mamá en la
cacerola y cocinarla; entonces sería guiso de madre a la cacerola y yo la podría comer”
(mientras gruñía y bailaba). “Le cortaría la cabeza y me la comería de este modo”
(haciendo movimientos como si comiese algo con un cuchillo y un tenedor).
No cabe ninguna duda que por aves, gallo, pollo, él significaba su propia familia;
una vez dijo espontáneamente: “Mi papá es el gallo”. En otra ocasión: “Ahora soy pequeño,
ahora soy un pollito, cuando crezca seré un pollo, cuando sea más grande aún seré un
gallo, y cuando sea el más grande de todos seré cochero”. (El cochero que guiaba el
carruaje le impresionaba aún más que su padre).
Entonces empezó a interesarse por ángeles y almas, se le explicó que sólo eran
cuentos de hadas. Ante esta respuesta se puso rígido de miedo y dijo: “¡No! ¡Eso no es
cierto! Hay ángeles. He visto uno que lleva los niños muertos al cielo”. Entonces preguntó
horrorizado: “¿Por qué mueren los niños?”. “¿Cuánto puede vivir uno?”. Sólo con gran
dificultad se calmó.
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Resultó que ese mismo día temprano, la mucama había levantado sus sábanas
repentinamente y lo había encontrado manipulando su pene, ante lo cual lo amenazó con
cortárselo. La vecina trató de calmarlo y le dijo que no le harían ningún daño, que todos los
niños hacían eso, ante lo cual Arpád gritó indignado: “¡No es cierto! ¡No todos los niños!
Mi papá nunca hizo nada igual”.
Ahora comprendemos mejor esa rabia inextinguible hacia el gallo que había querido
hacer con su miembro lo que los adultos habían amenazado hacerle, y ese temor por ese
animal sexual que se atrevía a hacer todo lo que le aterrorizaba; también comprendemos los
crueles castigos que se aplicaba a sí mismo (a causa del onanismo y las fantasías sadistas).
Para completar el cuadro, por así decir, más tarde comenzó a ocuparse grandemente
con pensamientos religiosos. Viejos judíos barbudos lo llenaban de una mezcla de respeto y
temor. Rogaba a su madre que invitase a esos mendigos a su casa. Sin embargo cuando
realmente uno vino, se escondía y lo miraba a una distancia respetable; cuando uno de ellos
se iba, el niño dejó que su cabeza colgase hacia abajo y dijo: “Ahora soy un ave mendiga”.
Los judíos viejos le interesaban, decía, porque vienen “de Dios” (del templo).
Para concluir daré otra expresión de Arpád que demuestra que no había observado a
las aves tanto tiempo en vano. Un día le dijo con toda seriedad a la vecina: “Me casaré con
usted, y con su hermana, con mis tres primas y la cocinera; no, en lugar de la cocinera,
prefiero a mi madre”.
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