El Príncipe Feliz

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El príncipe feliz

(Fragmento)

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Seis semanas
antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.
Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de
la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa
amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.
-¿Quieres que te ame? -dijo la golondrina, que no se andaba nunca con
rodeos.
Y el junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y
trazando estelas de plata.
Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.
-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese junco es
un pobretón y tiene realmente demasiada familia.
Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.
Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.
Una vez que se fueron sus amigas, la golondrina se sintió muy sola y empezó a
cansarse de su amante.
-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque
coquetea sin cesar con la brisa.
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el junco multiplicaba sus más
graciosas reverencias.
-Veo que es muy casero -murmuraba la golondrina-. A mí me gustan los viajes.
Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.
-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la golondrina al junco.
Pero el junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.
-¡Te has burlado de mí! -le gritó la golondrina-. Me marcho a las Pirámides.
¡Adiós!
Y la golondrina se fue.

Fragmento del cuento de “El príncipe feliz” de Oscar Wilde.


Recuperado el 7 de marzo de 2011, de http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/wilde/principe.htm
El gato negro*
[Fragmento] de Edgar Allan Poe

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La


ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en
objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los
animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su
lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les
daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y,
cuando llegué a la madurez, se convirtió en una de mis principales fuentes de
placer.
Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz
no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la
retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal
que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la
falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias.
Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de
procurarme los más agradables de entre ellos.
Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y
un gato. Este último era un animal de notable tamaño y hermosura,
completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su
inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con
frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son
brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo
menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi
camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa.
Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

1Metamorfosis: transformación, mudanza, conversión.


* Traducción
Romeo y Julieta
(Fragmento)

(Vuelve a sonar la música y los invitados bailan)


Teobaldo: La obligada paciencia se encuentra con la ira y en tal encuentro
tiembla mi carne acometida; he de partir, pero esta intrusión que hoy se ve
dulce, va a ser, un día, la más amarga hiel.
Romeo: (A Julieta, tocándole la mano) Si ahora profana con tan indigna mano
este sagrado altar, pagaría mi pecado: mis labios, ruborosos romeros, como en
rezos, limarían ese rudo tacto con tierno beso.
Julieta: Buen Romeo, ofendéis vuestra mano ofrendada, que sólo está
mostrando su devoción honrada. Los santos tienen manos que tocan los
romeros, y palma contra palma se besan los palmeros.
Romeo: ¿No tienen labios los santos y los palmeros?
Julieta: Sí, Romeo, los tienen para decir sus rezos.
Romeo: Entonces, dulce santa, dejemos que los labios, como las manos, alcen
a la fe su llamado.
Julieta: Los santos no se mueven, dan lo que se les ruegue.
Romeo: Pues no te muevas mientras mis rezos no te lleguen. (La besa). Mis
labios, en los tuyos, lavaron su pecado.
Julieta: Entonces son los míos lo que lo han recibido.
Romeo: ¿Pecado de mis labios? Oh, tan dulce atentado. Devuélveme mi
pecado. (La besa)
Julieta: Besas como entendido.
Nodriza: Tu madre quiere intercambiar dos palabras contigo. (Julieta va a ver a
su madre)
Romeo: ¿Quién es su madre, pues?
Nodriza: Elegante mancebo, su madre es la señora de esta encumbrada casa y
una dama virtuosa, benévola y prudente. Yo amamanté a su hija, con quien
recién hablabais. Os digo que el que logre quedarse con su mano se hará de
un tesoro.
Romeo: (Aparte) ¿Es una Capuleto? ¡Oh, qué precio! Mi vida, en deuda a mi
enemigo.
Benvolio: ¡Vámonos, ya la fiesta no puede ser mejor!
Romeo: Ay, eso temo, y creen mi inquietud, mi dolor.
Capuleto: No, señores, aún no es hora de partir. Un pequeño banquete todavía
nos espera. (le susurran algo al oído) Ah, bueno, siendo así… Os agradezco a
todos, honestos caballeros, gracias y buenas noches. Aquí, traed más
antorchas. Vámonos, a la cama. Ah, mozo, por mi fe, que se nos ha hecho
tarde. Ya me voy a dormir. (Salen)
William Shakespeare. Romeo y Julieta. México: SEP/Norma, Libros del Rincón, 2002, pp. 19, 51 a 59.
(Adaptación)

En nombre de Boby
(Fragmento)

Ayer cumplió los ocho años, le hicimos una linda fiesta y Boby estuvo contento
con el tren de cuerda, la pelota de fútbol y la torta con velitas. Mi hermana
había tenido miedo de que justamente en esos días viniera con malas notas de
la escuela pero fue al revés, mejoró en aritmética y en lectura y no había
motivo para suprimirle los juguetes, al contrario.
Le dijimos que invitara a sus amigos y trajo al Beto y a Juanita; también vino
Mario Panzani, pero se quedó poco porque el padre estaba enfermo. Mi
hermana los dejo jugar en el patio hasta la noche y Boby estrenó la pelota,
aunque las dos teníamos miedo de que nos rompieran las plantas con el
entusiasmo.
Cuando fue la hora de la naranjada y la torta con velitas, le cantamos a coro el
“apio verde” y nos reímos mucho porque todo el mundo estaba contento, sobre
todo Boby y mi hermana; yo, claro, no dejé de vigilar a Boby y eso que me
parecía estar perdiendo el tiempo, vigilando qué, si no había nada que vigilar;
pero lo mismo vigilando a Boby cuando él estaba distraído, buscándole esa
mirada que mi hermana no parece advertir y que me hace tanto daño.
Ese día solamente la miró así una vez, justo cuando mi hermana encendía las
velitas, apenas un segundo antes de bajar los ojos y decir como el niño bien
educado que es: “Muy linda la torta, mamá”
y Juanita aprobó también y Mario Panzani. Yo había puesto el cuchillo largo
para que Boby cortara la torta y en ese momento sobre todo lo vigilé, desde la
otra punta de la mesa, pero Boby estaba tan contento con la torta que apenas
la miró así a mi hermana y se concentró en la tarea de cortar las tajadas bien
igualitas y repartirlas.
“Vos la primera mamá”, dijo Boby dándole su tajada, y después a Juanita y a
mí, porque primero las damas. Enseguida se fueron al patio para seguir
jugando, salvo Mario Panzani que tenía al padre enfermo, pero antes Boby le
dijo de nuevo a mi hermana que la torta estaba muy rica, y a mí vino corriendo
y me saltó al pescuezo para darme uno de sus besos húmedos. “Qué lindo el
trencito, tía”, y por la noche se me trepó a las rodillas para confiarme el gran
secreto: “Ahora tengo ocho años, sabes, tía”.
Julio Cortázar, Cuentos completos 2: En nombre de Boby, Alfaguara, México, 1977.

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