Hora Santa Penitencial

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

HORA SANTA PENITENCIAL

1. ESTACIÓN
CANTO
Celebrante: En los cielos y en la tierra, sea para siempre alabado.
Asamblea: El corazó n amoroso de Jesú s sacramentado.
Celebrante: creemos, esperamos y amamos a Jesú s Sacramentado
Celebrante: Padre nuestro… Ave María… Gloria al Padre…
Ofrecimiento:
Soberano Señ or Sacramentado,
segura prenda de la eterna Gloria;
esta estació n recibe con agrado
por ser de tu pasió n tierna memoria.
Haz que destruido el reino del pecado
tu Iglesia Santa cante la victoria,
asístela con tus gracias y dones,
en sus necesidades y aflicciones. Amén.
Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y para conseguir
lo que nos prometes, ayú danos a amar lo que nos mandas. Por nuestro Señ or Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los
siglos.
2. PALABRAS INTRODUCTORIAS
El amor de Dios es un don para todos sus hijos, incluso para aquello que no cumplen su
voluntad, para aquellos no quieren dejarse amar por É l. Con su cruz redentora, Jesú s nos
mostró que el camino de la perfecció n se encuentra en la caridad, en la entrega sincera y
generosa en sacrificio por los demá s. Su entrega total es signo del amor que nos tiene, y al
mismo tiempo se convierte en ejemplo de vida para todos. En el evangelio, ante la pregunta de
los fariseos y los doctores del templo, Jesú s resume la ley en el amor. Es el mismo amor la
medida que debemos de tener en todas nuestras relaciones, es el amor el criterio para actuar
en cualquier circunstancia
CANTO
3. LITURGIA DE LA PALABRA 
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 7,36-50
Uno de los fariseos invitó a Jesú s a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.
[a]
 Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se
enteró de que Jesú s estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de
alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesú s,[b] de manera que se los
bañ aba en lá grimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía
con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría
quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora».
Entonces Jesú s le dijo a manera de respuesta:
—Simó n, tengo algo que decirte.

1
—Dime, Maestro —respondió .
—Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de
plata,[c] y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos.
Ahora bien, ¿cuá l de los dos lo amará má s?
—Supongo que aquel a quien má s le perdonó —contestó Simó n.
—Has juzgado bien —le dijo Jesú s.
Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simó n:
—¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha
bañ ado los pies en lá grimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella,
desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero
ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus
muchos pecados le han sido perdonados.[d] Pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Entonces le dijo Jesú s a ella:
—Tus pecados quedan perdonados.
Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?»
—Tu fe te ha salvado —le dijo Jesú s a la mujer—; vete en paz.
Palabra del Señor.
Breve momento de meditación
CANTO
4. SALMO
Salmo responsorial Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19
R. Señor, mi Dios, crea en mí un corazón puro.
Oh Dios, crea en mí un corazó n puro, Los sacrificios no te satisfacen;
renuévame por dentro con espíritu firme; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
no me arrojes lejos de tu rostro, Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
no me quites tu santo espíritu. R. un corazó n quebrantado y humillado,
Devuélveme la alegría de tu salvació n, tú no lo desprecias. R.
afiá nzame con espíritu generoso;
enseñ aré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverá n a ti. R.
5. REFLEXIÓN
Siempre que se mete uno a fondo en la propia vida y comprueba lo lejos de Dios que se
encuentra y ve có mo el pecado grave o menos grave nos domina, se puede sentir la tentació n
del desaliento o de la desesperació n. Del desaliento en cuanto a sentirse uno incapaz de
superar las propias limitaciones. De desesperació n en cuanto a pensar que no se es digno del
perdó n misericordioso de Dios.
Dios siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar, a renovar. Ahí tenemos la pará bola
del hijo pró digo en la que un padre espera con ansia la vuelta de su hijo que se ha ido
voluntariamente de su casa. Dios siempre nos espera; siempre aguarda nuestro retorno; nada
es demasiado grande para su misericordia. Nunca debemos permitir que la desconfianza en
Dios tome prisionero nuestro corazó n, pues entonces habríamos matado en nosotros toda
esperanza de conversió n y de salvació n. La misericordia del Señ or es eterna. En el libro del

2
Profeta Oseas leemos frases que nos descubren esa ternura de Dios hacia nosotros: “Cuando
Israel era niño, yo le amé... Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí... Con cuerdas
humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su
mejilla... ¿Cómo podría yo entregarte, Efraín? ¿Cómo podría abandonarte, Israel? Dentro de mí,
el corazón me da vuelcos, y se me conmueven las entrañas.” (11, 1-8).
Frecuentemente una de las acciones má s específicas del demonio es desalentarnos y
desesperarnos. “Ya no tienes remedio. Ya es demasiado lo que has hecho”. Y muchos de
nosotros nos dejamos llevar por esos sentimientos que nos quitan no só lo la paz, sino la
fuerza para luchar por ser mejores. Dios, en cambio, siempre nos espera, porque nos ama,
porque no se resigna a perder lo que su Amor ha creado. “Yo te desposaré conmigo para
siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión” (Os 2,21). Qué
nunca el temor al perdó n de Dios nos aparte de volver a É l una y otra vez. Hasta el ú ltimo día
de nuestra vida nos estará esperando.
La misericordia de Dios, sin embargo, no se puede tomar a broma. Ella nace en el
conocimiento que Dios tiene de nuestra fragilidad, de nuestra pequeñ ez, de nuestra condició n
humana, y, sobre todo, del amor que nos profesa, pues “Él quiere que todos se salven y lleguen
al conocimiento de la verdad”. Sin embargo, la misericordia divina no puede, en cambio, ser
algo con lo que se pueda jugar y a lo que recurrimos frecuentemente para justificar sin má s
una conducta poco acorde con nuestra realidad de cristianos y de seres humanos, o para
permitirnos atentar contra la paciencia divina por medio de nuestra presunció n.
A espaldas de la pecadora só lo hay una realidad: el pecado. En su horizonte só lo una
promesa: la tristeza, la desesperació n, el vacío. Pero en su presente se hace realidad Cristo, el
rostro humano de Dios. Ella nos va enseñ ar có mo actú a Dios cuando el ser humano se le
presta.
La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lá grimas que derrama son
realmente sinceras y demuestran todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una
vida de pecado, alejada de Dios, vacía. Hay lá grimas físicas y también morales. Todas valen
para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de É l. A ella no le importaba el
comentario de los demá s. Quería resarcir su vida, y había encontrado en aquel hombre la
posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdó n, de misericordia. Por eso está ahí,
haciendo lo má s difícil: reconocerse infeliz y necesitada de perdó n.
Cristo, toca en el corazó n de aquella mujer todo el dolor de sus pecados, por un lado, y
todo el amor que quiere salir de ella, por otro. Todo está así preparado para el re-encuentro
con Dios. Se pone decididamente de su parte. Reconoce que ella ha pecado mucho (debía
quinientos denarios). Pero también afirma que el amor es mucho mayor que el mismo pecado.
“Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”. Se realiza así
aquella promesa divina: “Dónde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia”. El corazó n de
aquella mujer queda trasformado por el amor de Dios. Es una criatura nueva, salvada, limpia,
pura.
La misericordia divina le impone un camino: “Vete en paz”. Es algo así como:
“Abandona ese camino de desesperació n, de tristeza, de sufrimiento”. Coge ese otro rumbo de
la alegría, de la ilusió n, de la paz que só lo encontrará s en la casa de tu Padre Dios. No sabemos
nada de esta pecadora anó nima. No sabemos si siguió a Cristo dentro del grupo de las mujeres
o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su vida cambio
3
definitivamente. También a ella la salvó aquella misericordia que salvó a la adú ltera, a Pedro,
a Zaqueo, y a tantos má s.
En nuestra vida de cristianos, y muy especialmente en la vida de la mujer, tan sensible
a la falta de amor, tan proclive al desaliento, tan inclinada a sufrir la ingratitud de los demá s,
es muy fá cil comprender lo que le dolemos a Dios cuando nos apartamos de su amor y de su
bondad. Por ello, abrá monos a la Misericordia divina para reforzar nuestra decisió n de nunca
pecar, de nunca abandonar la casa del Padre, de nunca intentar probar ese camino de tristeza
y de dolor que es el pecado.
La prueba de nuestras miserias, a veces reiteradas, nunca deben convertirse en
desconfianza hacia Dios. Má s aú n, nuestras miserias deben convencernos de que la victoria
sobre las mismas no es obra fundamentalmente nuestra sino de la gracia divina. Solos no
podemos. Es a Dios a quien debemos pedirle que nos salve, que nos cure, que nos redima. Si
Dios no hace crecer la planta es inú til todo esfuerzo humano. Somos hijos del pecado desde
nuestra juventud. Só lo Dios pude salvarnos.
Junto a esta esperanza de salvació n de parte de Dios, la Misericordia divina exige
nuestro esfuerzo para no ser fá ciles en este alejarnos con frecuencia de la casa del Padre. Hay
que luchar incansablemente para vivir siempre ahí, para estar siempre con É l, para defender
por todos los medios la amistad con Dios. El pecado habitual o el vivir habitualmente en
pecado no puede ser algo normal en nosotros, y menos el pensar que al fin y al cabo como
Dios es tan bueno... Estaremos siempre en condiciones o en posibilidades de invocar el perdó n
y la misericordia divina
No olvidemos que como la pecadora siempre tenemos la gran ayuda de la confesió n.
Ella hizo una confesió n pú blica de sus pecados, manifestó su profundo arrepentimiento,
demostró su propó sito de enmienda. Al final Cristo la absolvió . La confesió n es fundamental
para el perdó n de los pecados. Má s aú n, es necesaria la confesió n frecuente, humilde, confiada.
Como otras muchas cosas, só lo a Dios se le ha podido ocurrir este sacramento de la
misericordia y del perdó n. No acercarse a la confesió n con frecuencia es una temeridad.
Tenemos demasiado fá cil el regreso a Dios.
6. ACTO PENITENCIAL
Pidamos humildemente al Señ or Jesú s, nuestro salvador y abogado ante el Padre, que por
nuestro sincero arrepentimiento, perdone nuestros pecados, purifique nuestros corazones y
que nos libre de las ataduras del mal a quienes estamos hoy ante su presencia, que nos
conceda el perdó n de nuestras culpas y cure nuestras heridas.
R: Ten piedad y misericordia de nosotros Señor.
 Tú , que has sido enviado a anunciar la salvació n a los pobres y a sanar los corazones
afligidos.
 Tú , que viniste a llamar no a los justos, sino a los pecadores.
 Tú , que perdonaste mucho a quien amó mucho.
 Tú , que no rehusaste convivir entre publicanos y pecadores.
 Tú , que pusiste sobre tus hombros la oveja perdida y la llevaste al redil.
 Tú , que no condenaste a la mujer adú ltera, sino que le concediste ir en paz.
 Tú , que llamaste a la conversió n y a una vida nueva a Zaqueo, el publicano.
 Tú , que prometiste el paraíso al ladró n arrepentido.
4
 Tú , que está s sentado a la derecha del Padre, para interceder por nosotros.
 Tú , a quien Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificació n y redenció n.
 Tú , que has lavado, consagrado y perdonado a todos los hombres en el Espíritu de nuestro
Dios.
 Tú , que nos has dicho que pecamos contra ti, si pecamos contra los hermanos.
 Tú , que, siendo rico, te hiciste pobre por nosotros, para enriquecernos con tu pobreza.
 Tú , que, resucitado de entre los muertos, nos has librado del castigo futuro.
 Tú , que destruiste la muerte e iluminaste la vida.
 Tú , que te has convertido para todos los que te obedecen en autor de salvació n eterna.
 Tú , que has muerto, para que no perezca ninguno de los que creen en ti, sino que tengan
vida eterna.
Yo confieso
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de
pensamiento, palabra, obra y omisió n. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso
ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Á ngeles, a los Santos y a vosotros, hermanos, que
intercedá is por mí ante Dios nuestro Señ or.
Padre Nuestro
Ahora, como el mismo Cristo nos mandó, oremos todos juntos al Padre para que, perdonándonos
las ofensas unos a otros, nos perdone él nuestros pecados. Padre Nuestro…
CANTO
7. ORACIÓN
Porque eres bueno, Señ or, perdó nanos.
Porque eres limpio, Señ or, límpianos.
Porque eres siempre puro y nuevo, Señ or, renuévanos.
A tu mirada de Luz y de Gozo, acércanos.
De tu Espíritu de fuerza, llénanos.
Reconocemos nuestras culpas, Señ or, absuélvenos.
Inmersos en un clima de pecado, compadécenos.
Con tu alegría inagotable, Señ or, alégranos.
Con tu amistad gozosa, Señ or, afiá nzanos.
Y con el corazó n rendido, Señ or, tó manos.
Estamos arrepentidos, Señ or, perdó nanos. Amén.
8. ORACIÓN FINAL (TODOS)
“Espíritu Santo, eres el alma de mi alma, te adoro humildemente.
Ilumíname, fortifícame, guíame, consuélame.
Y en cuanto corresponde al plan eterno Padre Dios revélame tus deseos.
Dame a conocer lo que el Amor eterno desea en mí.
Dame a conocer lo que debo realizar.
Dame a conocer lo que debo sufrir.
Dame a conocer lo que con silenciosa modestia y en oració n, debo aceptar, cargar y soportar.
Sí, Espíritu Santo, dame a conocer tu voluntad y la voluntad del Padre.
Pues toda mi vida no quiero ser otra cosa que un continuado perpetuo Sí
5
A los deseos y al querer del eterno Padre Dios”.
 ALABANZAS DE DESAGRAVIO
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
Bendito sea el Nombre de Jesú s.
Bendito sea su Sacratísimo Corazó n.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesú s en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Pará clito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepció n.
Bendita sea su gloriosa Asunció n.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus Á ngeles y en sus Santos.
CANTO FINAL
REFLEXIÓN DESPUÉS DE LA HORA SANTA: LOS DOS HERMANOS Y EL PUENTE
No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas contiguas, tuvieron un conflicto.
É ste era el primer problema que tuvieron después de 40 añ os de cultivar las tierras hombro a
hombro, compartir el duro trabajo y de intercambiar cosechas y bienes en forma continua.
Esta larga y beneficiosa colaboració n terminó repentinamente. Comenzó con un
pequeñ o malentendido que fue creciendo hasta llegar a abrir una tremenda brecha entre
ellos, que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.
Una mañ ana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir, encontró a un hombre con
herramientas de carpintero. "Estoy buscando trabajo", dijo el extrañ o, "quizá s usted requiera
algunas pequeñ as reparaciones aquí en su granja y yo pueda serle de ayuda".
"Sí", dijo el mayor de los hermanos, tengo un trabajo para usted. Mire, al otro lado del
arroyo, en aquella granja, ahí vive mi vecino, es mi hermano menor. La semana pasada había
una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su buldó zer y desvió el cauce del arroyo para
que quedara entre nosotros.
Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve
usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca,
de dos metros de alto, para no verlo nunca má s.
El carpintero le dijo: Creo que comprendo la situació n. Muéstreme dó nde está n la madera, los
clavos y las herramientas y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho. El hermano mayor
ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir a
comprar provisiones al pueblo.
El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca del
atardecer, cuando el granjero regresó , el carpintero había terminado con su trabajo. El
granjero quedó , perplejo con lo que vio. No había ninguna cerca de dos metros; en su lugar
había un puente. Un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una verdadera
obra de arte.

6
En ese momento, su hermano menor, vino desde su granja, cruzando el puente, abrazó
a su hermano, con los ojos llenos de lá grimas, le dijo: Eres un gran hombre, por construir este
hermoso puente después de lo que te he hecho, gracias y perdó name.
En silencio el carpintero guardó las herramientas y se dispuso a marchar, cuando Luis,
el hermano que le había contratado grito: ¡No te vayas espera!, quédate, tengo muchos
proyectos para ti.
-Me gustaría quedarme dijo el carpintero, pero tengo muchos puentes por construir.

También podría gustarte