Páginas Del Arcoiris

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Páginas del

ARCO IRIS
MORS, Alfredo
VALLE, Miguel
Páginas del ARCO IRIS.– 1ª ed.- Córdoba, 2009.

224 p. ; 21x13 cm

ISBN ...................................................

1. Narrativa Argentina I. Título


CDD A863¿????????????????

Edición independiente.........?

Diseño editorial, de cubierta e ilustración: Carolina Inés Moine


Impreso en:”.....”
Datos de la imprenta: dirección, fecha de impresión
nº de ejemplares

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cualquier medio o procedimiento, incluídos la reprografía y el tratamiento
informático.

IMPRESO EN LA ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA


Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
ISBN: 950-04ñ2695-1
PRÓLOGO

¡Qué bello es mostrar nuestra alma por medio de poesías!


¡Cuánto placer existe en imaginar nuestra vida como un
cuento que tendrá un final feliz! ¡Cuántas veces nos hemos
encontrado aprisionados por tristezas que no nos abando-
nan! ¡Cuántos momentos hemos clamado al cielo pidiendo
compasión!
Nuestro corazón ha atravesado tiempos difíciles y ha de-
bido luchar contra tormentas que parecían nunca acabar…
Sin embargo, después de tantas lágrimas, después de
la cruel tempestad, surge el arco iris con sus siete colores,
como mágico símbolo de un tiempo nuevo, que nos invita a
entregarnos sin miedo y sin medida a la felicidad.
El resultado de dicho proceso puede verse reflejado en
Páginas del Arco Iris. Este libro despierta nuestras emociones
desde la primera página. Cada uno de los colores —índigo,
violeta, verde, azul, amarillo, naranja y rojo— representa:
el misterio, todo aquello que atemoriza y a la vez inquie-
ta nuestros sentidos; la alegría, lo risueño que enaltece las
emociones; el dolor, la pérdida por lo que se deja atrás; la
esperanza, la confianza en que la presente situación podrá
mejorar; y, principalmente, el amor: ese sentimiento profun-
do que despierta el mejor de los ánimos…
Detrás de cada historia, los autores nos ofrecen un testi-
monio, una confesión, una revelación y un aprendizaje: Es
el espacio del tiempo sin tiempo, de la magia, del recuerdo,
de la nostalgia, del viaje y de la fantasía…


Páginas del ARCO IRIS

Según la leyenda irlandesa, hacia el final del arco iris, nos


espera una olla repleta de oro, joyas y brillantes. En cambio,
al terminar este libro nos aguarda un mensaje de riqueza
espiritual: no importa de dónde venimos o hacia donde
vamos, todos transitamos un camino que nos enfrenta a
diferentes vivencias, y cuando más desesperanzados y fati-
gados estamos, descubrimos a otros caminantes que, como
nosotros, llevan los pies cansados de tanto andar; entonces,
aprendemos también que la vida, bajos sus ropajes grises y
sombríos —y detrás de aquellos días tristes de invierno—,
todavía nos espera con la promesa de una sorpresa final que
nos colmará de plenitud, y aún puede revelarnos sus más
diversos colores para disfrutarlos… A ti, lector, te invitamos
a que los encuentres entre estas páginas...

Mariana, Laura y Eugenia


ÍNDIGO

RELOJ DE ARENA

Estaba allí, en la vidriera de la tienda de antigüedades


que tantas veces había visto de lejos al ir camino hacia mi
paseo por el parque.
No es que me atrajera particularmente ningún objeto
de los que, en desordenada acumulación, allí se exhibieran
hasta ese momento en que, no puedo explicarlo ahora,
algo me hizo cruzar de vereda, alterando así mi rutina de
caminar con rumbo definido -que podía seguir casi con los
ojos cerrados- y me llevó a pararme, casi como si fuera por
primera vez, frente al escaparate
No ocupaba el objeto del que hablo un lugar destacado;
es más, ni siquiera podría decirse que fuera el más bello de
los allí expuestos. Tampoco sé cuánto tiempo llevaba en ese
lugar, ni por qué fue en ese preciso día, a esa hora, en que,
emanando quién sabe de dónde, la fuerza de su presencia
alteró mi recorrido haciendo variar mi destino.
Había allí los más diversos objetos: floreros de fino cristal,
copas, juegos de porcelana fina, bandejas (otrora de bella
platería hoy desgastada), cajas de madera con tapas tara-
ceadas, cuchillos y navajas (con hojas de las más diversas
formas y con empuñaduras de distintos materiales). Tam-
bién anteojos, largavistas, y gemelos para teatro, libros en
rústica encuadernados en cuero que contaban vaya a saber
qué olvidadas historias.
En eso estaba cuando lo vi y supe que era ése el objeto
que había cambiado el rumbo de mi caminata, guiando mis

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Páginas del ARCO IRIS

pasos y mirada hacia él. Era un viejo reloj de arena- ni tan


grande ni tan pequeño- de manufactura sencilla con dos
extremos como tapas de madera (que aún conservaba bien
su lustre original) y, uniéndolas, cuatro delgadas columnas
de bronce pulido, entre las que se destacaba una ampolla
de vidrio transparente estrechada finamente en su punto
medio. En la parte que estaba hacia abajo, había una pirámi-
de o cono de fina arena ambarina.
Éste se encontraba junto a otros relojes de distinta na-
turaleza: péndulos de pared, de finas máquinas de bronce
encerradas en cúpulas de cristal, de bolsillo o de mesa… En
fin, una extraña variedad destinada a medir el tiempo del
tiempo de los hombres.
Pero solo fue ése: el reloj de arena, el que centró toda
mi atención, al punto que, por primera vez, entré en una
tienda de antigüedades. Me atendió su dueño, un sujeto de
cabellos blancos y anteojos, sencillamente vestido de oscuro,
con camisa blanca y un discordante chaleco negro de una
tela aterciopelada.
Le pregunté si lo vendía y me contestó que, en realidad,
estaba allí porque debía estarlo, que nunca había pensado
en su venta (ni siquiera en valorarlo en términos de precio)
y, mucho menos, en moverlo.
Como algo conozco de las estrategias que suelen desple-
gar los vendedores, tomé sus palabras sólo como un ardid
para aumentar mi interés en la pieza.
Insistí en que le pusiera un valor monetario y - entre
titubeos y negaciones- balbuceó “quinientos”. Me pareció
demasiado y di la vuelta para retirarme del local cuando
nuevamente hizo algo que desvió mi vista hacia la vidriera.
Allí seguía en su lugar el reloj de arena.
Retrocedí mis pasos, firmemente decidido a obtenerlo,
y, como tengo cierta práctica en ello, comencé un rega-

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ÍNDIGO

teo ofreciendo por el mismo no más de trescientos. Hubo


una negación inmediata de parte del propietario del local,
quien repitió que, para bien de todos, era mejor que el reloj
siguiera en aquel lugar.
Percibí que escondía algo misterioso en ese juego de
ofertas, números y precios sugeridos y no aceptados, hasta
que -de último momento- hice un nuevo ofrecimiento: tres-
cientos cincuenta como único precio que estaba dispuesto a
pagar.
Al ver la firmeza de mi decisión, éste accedió a la venta
por ese último valor. Pagué, envolvió mi adquisición y me la
entregó con mucha delicadeza. Cuando estaba por retirar-
me, me retuvo, tomándome suavemente el brazo, y pronun-
ció unas palabras que aumentaron mi interés por el objeto:
“Tenga cuidado cómo lo manipula, es muy delicado”.
No me había parecido así al verlo, pero contesté como
para terminar, que lo cuidaría y que no se preocupara.
Allí mismo, decidí dar por terminado el paseo de ese día
y volver a mi casa. Al entrar en la misma, me dirigí al estu-
dio, desenvolví el paquete y puse el reloj de arena sobre el
escritorio. Estuve un momento contemplando su estructura,
su forma y la quietud de su arena en el fondo de la ampolla
de vidrio; hasta que decidí darlo vuelta para permitir que la
arena empezara a pasar nuevamente, de uno a otro sector.
En ese instante algo comenzó a perturbar mi percepción;
fue como ingresar en una especie de ensoñación donde
desfilaban imágenes en rápida sucesión entre las que al-
cancé a percibir: una reunión de señoras tomando el té con
un juego de porcelana fina; una escena de concierto en el
teatro (que entreví a través de unos gemelos nacarados) y
una final del Premio Carlos Pellegrini.
No terminaba de asombrarme con esa extraña y des-
ordenada secuencia de escenas cuando, a la tenue luz de

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Páginas del ARCO IRIS

un farol callejero, vi el brillo de un cuchillo en manos de un


hombre y otro caído en el empedrado.
Eso terminó de trastornarme. Desperté de mi ensueño: la
totalidad de la arena había pasado de uno a otro sector del
reloj y estaba en reposo.
Varias horas habían pasado, casi sin darme cuenta, al
punto que ya era noche cerrada.
Al día siguiente, quise ir a la tienda de antigüedades a
contarle a su propietario mi extraña experiencia.
Emprendí el camino y, cuando llegué, noté que algo ex-
traño estaba ocurriendo: había, frente a su local, un grupo
de personas que miraban asombradas.
Abriéndome paso entre ellas, pude llegar a la vidriera y
fue grande mi sorpresa al entrever, entre un gran desorden,
una pila como de polvo o cenizas, en la que no se advertía
ningún objeto definido.
En ese mismo instante, comprendí el porqué de la nega-
ción del propietario de la tienda de antigüedades a mover,
siquiera de su lugar, aquel (detenido en el tiempo) viejo
reloj de arena.

Alfredo Mors

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ÍNDIGO

CALEIDOSCOPIO

Algo me conduce aquella tarde al viejo desván de la


casona, al que no accedo desde hace mucho tiempo.
En esa propiedad, ha ocurrido un crimen, cuyas cir-
cunstancias no han podido ser develadas totalmente. Se
me encomienda continuar la investigación a fin de poder
cerrar el caso.
Pocas pistas quedan luego de tanto tiempo, pero siento
que, una vez más, debo retomar la vista de la finca donde
todo se desarrolló.
Encuentro allí muchos objetos que han pertenecido a la
antigua dueña de la propiedad cuyo asesinato es el objeto
de mi investigación.
Empiezo a recorrerlos con la vista y entre un desordena-
do conjunto de ellos distingo: pequeños muebles, baúles,
valijas cerradas, una vitrola apoyada en una mesa, cajas de
madera y de cartón que acumulan pequeños objetos, cajo-
nes con libros y otras cosas. Me llama la atención un viejo
mueble de escritorio, con un cajón central y dos grupos de
éstos, más pequeños, a ambos lados.
Abro el más grande y -entre papeles, sobres y algún
lápiz que está allí- despierta mi interés un simple tubo
cilíndrico de cartón coloreado. Pregunto a quien me
acompaña, hombre de edad avanzada, qué puede ser ese
instrumento y por qué ha quedado junto a aquellas cosas
en ese escritorio.

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Páginas del ARCO IRIS

Me contesta que, para descubrir qué es, nada mejor


que mirar con detenimiento a través de un pequeño ori-
ficio que se encuentra en uno de sus extremos y dirigir el
otro hacia la luz, pues es ésta, penetrando en su interior,
la que develará su esencia, desplegando así la magia de su
infinito contenido y, quizá, su misterio más guardado.
Tomo el objeto, me aparto para estar cerca de una venta-
na pequeña que allí hay y miro…
Al instante se expone ante mí un rosetón que, al menor
giro del tubo de cartón, cambia su forma y colores.
Extasiado en observar la continua variación de formas y
combinaciones, percibo que la imagen está compuesta por
múltiples cristales de diversos colores reflejándose, al punto
de no saber cuándo se ve el original y cuándo su reflejo.
La magia, la incertidumbre y el misterio están allí, aprisio-
nados entre esa simple estructura.
De pronto, se despliegan ante mi vista formas que no son
ya el simple resultado de la agrupación aleatoria de cristales
y dan lugar a la percepción de imágenes más complejas.
Un brillo en medio de la oscuridad: No se distinguen
más detalles, pero todo se transforma en un instante…
Veo una mano en puño crispado sobre una empuñadura y
nuevamente el brillo, ahora sí, concentrado en la hoja de un
puñal.
Todo lo abarca. Siento una tensión creciente. Se acelera
el ritmo de la secuencia y la imagen cambia nuevamente:
Una mujer (con amplio vestido blanco de hombros des-
cubiertos) corre por el hall de la planta alta de una casa que,
descubro, es ésta misma.
Vuelvo a ver el destello de luz, ahora tras los cabellos
de una mujer que parecen volar impulsados por el viento.

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ÍNDIGO

Alguien está detrás de ella, persiguiéndola. Nueva imagen:


Ojos desorbitados abarcan todo mi campo visual. Hay terror
manifiesto en esa mirada…
Un estallido súbito de color rojo, lo invade todo.
Quiero retroceder las imágenes, pero no puedo. Rueda
un cuerpo, con blanco vestido, a todo lo largo de la escale-
ra, repitiéndose en mil imágenes: Cae y cae. Una figura de
mujer está tirada al pie de aquella.
Nueva visión: el cuerpo de un hombre, bañado en san-
gre, yace sobre una cama.
El brillo ha cesado. El puño sigue crispado y ahora se
advierte en él un puñal ensangrentado.
Del puñal a la mano, de esta al brazo y de allí, la cara de
un hombre joven, transformada por el odio. Su rostro me
resulta conocido, salvo su juventud.
Quiero nuevamente volver atrás. Trato de ver alguna de
las imágenes generadas, pero es inútil. Nada se repite y allí
comprendo que sólo una vez se me será revelado el misterio.
De pronto, algo me sustrae a ese continuo y cambiante
mirar. Un destello en la ventana desvía mi mirada. Alcanzo
a ver la imagen reflejada de un puño crispado y una hoja de
puñal que brilla a mi espalda. Se me nubla la vista. Voy ca-
yendo dentro de un tubo estrecho. Veo, por última vez, mi
propia imagen reflejada al infinito en espejos continuamente
cambiantes, mientras escucho, entre una carcajada siniestra,
una voz conocida que dice: “caso cerrado”.

Alfredo Mors

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Páginas del ARCO IRIS

EL MUNDO Y YO

El mundo y yo ayer fuimos al teatro,


y en primera fila, para el primer acto,
nos sentamos juntos para ver la obra:
“Aquel que no aplaude, es el que sobra”.

Transcurrió la trama de aquella historia,


en la que un valiente rescató la novia.
El mundo lloró y exclamó: _ ¡bravo!, ¡bravo!_,
Yo dije: _ permiso _ y fui al excusado.

Volví junto al mundo y, al segundo acto,


cantaron la ley y el cura su pacto.
El mundo a codazos gritó: _ ¡otra!, ¡otra!_,
Yo dije _ ¡cuidado, me rompes la boca!_.

Salió a las tablas una vieja loca,


vestida de muerte, miseria y derrota.
El mundo tembló de miedo y de espanto,
Yo dije: _¡qué fiasco, me voy de este teatro_!

Miguel Valle

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ÍNDIGO

COMEDIA

Hoy con comedia


despertó la escena.
Se escondió la pena
que aquella remedia.

La alegre careta,
que todo lo oculta,
tapó con disculpa
de bella opereta

La noche en el día:
recuerdos, colores,
de antiguos amores
y melancolía.

Alfredo Mors

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Páginas del ARCO IRIS

TRES PALABRAS

Efraín estaba en el local de su librería de viejos, de la ave-


nida del Fundador en la gran ciudad. Era un antiguo salón
con entrada directa desde la calle y que había heredado de
su padre que lo había adquirido al venir de Europa, hacía
de esto mucho tiempo. Él era un hombre de edad avanza-
da que había sabido atesorar en su negocio títulos de una
gran variedad y cuyo conocimiento lo enorgullecía, como
así también había adquirido una basta experiencia en el
arte de vender; al punto que se jactaba de poder descubrir,
hasta por el modo como cada cliente entraba a su local y se
dirigía a una de sus mesas o estanterías atestadas de libros,
cuál sería el que mejor le convenía a cada uno.
Rodolfo había sido un estudiante avanzado de Filosofía
y digo “había sido”, porque al presente comprendía que
la búsqueda de la verdad que lo había motivado en otro
tiempo no tenía correlato, a su modo de ver, con la suma de
títulos, materias y autores, cuyo pensamiento debía conocer
para aprobar las asignaturas de una carrera que ya no sentía
como propia.
Como tantas veces en el último tiempo, se hallaba en
estas cavilaciones cuando sintió que nuevamente no le
bastaría con releer los viejos autores o consultar las fuentes
que antes había conocido. Nada ya lo satisfacía y su mente,
afiebrada, le demandaba ir quizá más allá.
Abandonó la soledad de su departamento pequeño en el
que, en una gran austeridad, ocupaba un destacado lugar

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ÍNDIGO

una mesa rústica de madera con una silla esterillada y que le


servía muchas veces de escritorio o lugar para comer, según
su necesidad.
La biblioteca que había construido, como una repisa de
varios estantes de aglomerado simplemente apoyados en
bloques cerámicos, se encontraba llena de un desordenado
conjunto de libros, biblioratos, cuadernos y apuntes. Tam-
bién en el piso de la habitación había una gran cantidad de
ellos, en pilas que a todas luces no seguían ningún orden
preestablecido.
Pero hoy nada de aquello que parecería su mundo cono-
cido le alcanzaba. Y entonces salió.
Vagó sin rumbo fijo durante un tiempo que no podía
precisar, por esa ciudad que era suya, aún cuando no la
conociera cabalmente.
Fue a parar como tantas veces a ese banco de la pequeña
plazoleta, que a modo de patio público, se encuentra frente
a la antiquísima capilla reconstruida que hoy, por esas cosas
de lo cambiante de las ciudades, tiene a sus espaldas los
muros macizos de un moderno centro comercial.
Allí caviló sobre su realidad. La búsqueda que lo había
motivado en otro tiempo aún no tenía respuesta adecuada y
eso aumentaba su inquietud.
Se levantó del banco de la plazoleta y nuevamente decidió
caminar, esta vez mezclándose entre tantos y tantos seres,
que con distintos rumbos, circulaban por esas calles. Tomó
por la Avenida Mayor y torció en la esquina que forma con la
del Fundador, encaminándose por ésta. En un punto, a mitad
de una cuadra, vio un local que no conocía: era una librería
de viejos, no de esas modernas que ofrecen servicios varios
(con bar incluido y servicio de conexión mundial a bases de
datos internacionales por Internet). No. Esta era una simple
librería de viejos títulos, al modo tradicional.

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Páginas del ARCO IRIS

Entró en el local. Comenzó a recorrer sus mesas donde se


exponían, en raro orden, diversidad de temáticas.
Efraín, con ojo entrenado, captó en un instante varios
aspectos de este cliente que había entrado. Enseguida supo
que demandaría algo especial. No sería fácil atender a la
solicitud que seguramente le haría. Esperó. Por primera vez
no estaba totalmente seguro de cual sería el requerimiento
que se le plantearía.
_ Buenas tardes- Dijo Rodolfo.
_ Buenas tardes- ¿en qué puedo ayudarlo? dijo Efraín.
_ Mire, en realidad, estoy en búsqueda de algo que no sé
si usted podrá tener o saber quien puede suministrarme. Qui-
siera un libro o escrito muy especial. Algo que nunca nadie
haya contado, una cuestión absolutamente nueva y original,
nunca vista y que ningún autor haya escrito anteriormente.
Tampoco su temática debe ser repetida y su fuente no de-
biera atenerse a cánones preestablecidos, dando lugar a una
creación nueva.
_ Pero ¿es acaso ficción lo que usted busca?
_ Aún no lo sé. Quizá debiera ser una suerte de nueva
creación. No aceptaría textos ya conocidos. Mi naturale-
za está pidiendo algo distinto y pagaría lo que sea para
obtenerlo.
_ Su encargo realmente es novedoso. Aún no creo tener,
entre lo que aquí acumulo, algo que pueda cumplir con todo
lo que necesita. Déme usted tiempo. Quizá si vuelve mañana
pueda tener lo que pide.
_ Así lo haré, pero ¿tiene usted idea de su precio?
_ Aún no lo sé. Veremos primero que puedo suministrarle.
Se retiró del local Rodolfo y Efraín quedó meditando en el
extraño pedido al cual aún no sabía como atender.

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ÍNDIGO

Como era hora de cerrar el negocio, decidió hacerlo y


no continuar atendiendo nuevos clientes, pero no se fue del
mismo.
La demanda de Rodolfo, le había planteado un desafío
que nunca antes había experimentado con tanta fuerza.
Decidió recluirse en su trastienda y revisar en su vieja vitrina
(donde atesoraba sus títulos preferidos, que reservaba para
él o clientes muy especiales), a ver si encontraba algo que
cumplimentara las premisas dadas por Rodolfo.
Luego de un tiempo de búsqueda (que no pudo precisar),
comprendió que debía proponer definitivamente algo diferente.
Continuó trabajando y decidió que sería un objeto distin-
to lo que entregaría a Rodolfo.
Lo elaboró, lo colocó en un estuche y lo reservó para
entregárselo.
Al día siguiente, a poco de abrir su local, nuevamente se pre-
sentó Rodolfo. Al verlo, comprendió la ansiedad que lo embar-
gaba y casi anticipó su pregunta.
_ ¿Y?, ¿tiene algo para mí?
_ Sí, pero no se trata de un libro, al menos, no todavía.
_ ¿Y como es eso?
_ Solo cuando lo vea conocerá de qué se trata.
_ ¿Cuánto me costará?
_ Sólo usted determina qué precio tendrá. Se trata de un de-
safío. Si he cumplido con su deseo, usted sabrá cómo y cuanto
valorarlo. Aquí se lo entrego.
Rodolfo tomó el estuche y, agradeciendo, se retiró del local
intrigado por saber qué se trataba lo que Efraín le había propor-
cionado. Se dirigió resueltamente a su departamento decidido
a averiguarlo. Abrió la puerta, fue a la mesa y dispuso que nada

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Páginas del ARCO IRIS

de los escritos y objetos que en ella se hallaban podían distraerlo,


por lo que los apartó, dejando la tabla de la mesa vacía.
Ahora sí: abrió el estuche y grande fue su sorpresa: allí había
sólo una cinta de papel plegada sobre su eje y pegada en sus
extremos, de modo de constituir una única superficie.
Recordó: Cinta, Moebius, Infinito.
Observó con detenimiento. Había solo unas palabras escritas
en la cinta:
“HISTORIA” - “ESCRIBE “- “TÚ”
No comprendió el significado de las mismas y la relación con
su pedido. Entonces, recordó que con el objeto, Efraín le había
adjuntado una pequeña tarjeta. Volvió a leerla y en ella encontró
que decía:
“Este es el desafío mayor cuya respuesta es infinita y aún no
conocida. Verá que puede ir tomando la cinta y su frase y co-
menzar ésta en cualquiera de las palabras, ordenándolas como
usted quiera, siempre tomando las mismas de una en una, al
derecho o al revés, hasta descubrir la frase que quizás pueda
cambiar su vida”
Rodolfo volvió a mirar la cinta y la hizo girar en uno u otro
sentido, hasta que al fin fueron surgiendo diversas combinacio-
nes. En eso lo halló. Allí estaba lo único. Lo nuevo y diferente.
La respuesta a su demanda. Encerrada en tan solo tres simples
palabras. Algo que verdaderamente podría darle satisfacción a
tantos de sus interrogantes.
La frase resultante era:

“ESCRIBE TU HISTORIA”

Alfredo Mors

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ÍNDIGO

EL JOVEN Y EL LIBRO

Efraín había acudido, como tantas veces, al remate de


objetos donde se podían encontrar obras de arte y especial-
mente (para él) libros significativos. Muchos de ellos eran
antiguos y continuaban siendo una de sus pasiones a las que
dedicaba buena parte del tiempo extra laboral y con los que
complementaba -específicamente para destinarlos a algunos
clientes especiales- su actividad comercial como propietario
de la librería de viejos títulos que tenía en aquel local de la
Avenida del Fundador.
Esta afición de buscar, como husmeando, cualquier posi-
bilidad de compra en subastas o ventas particulares le había
desarrollado un particular sentido de la oportunidad. En esta
ocasión, había pujado por obtener un ejemplar de una apa-
rente novela contemporánea, que venía precedida de buena
crítica anterior y cuyo origen era incierto, aún cuando se la
ubicaba como procedente de oriente.
Se procuró obtenerla no solo por el texto en sí (su argu-
mento y estilo), sino porque algo distinto había observado
en ese tomo.
Lo impresionó especialmente la cubierta de sus tapas
encuadernadas en algo que reconoció como un cuero o piel
de animal (rústicamente trabajado) con letras ejecutadas a
mano al modo de los textos iluminados (propios de algunos
viejos conventos) y el tipo de papel artesanal que, cierta-
mente, denotaba una antigüedad muy superior al tiempo
de la obra: como si soporte y soportado no fuesen contem-

25
Páginas del ARCO IRIS

poráneos y hubiera entre ellos un desfasaje que los hiciera


casi incompatibles…
Efraín tuvo un presentimiento: quizá allí hubiera algo más
que mereciera ser conocido, aún cuando no se advirtiera en
una primera mirada.
Un joven (a quien no conocía como partícipe en ese tipo
de eventos) había resultado un contendiente encarnizado en
la lid de ofertar por este ejemplar. El aspecto de éste era por
demás extraño: En lo que se llegaba a ver de su rostro, se
advertía una extraña palidez remarcada por el largo cabello
renegrido que le caía casi hasta los hombros y por debajo de
un sombrero de anchas alas negras. Completaba su figura
un largo abrigo de paño, igualmente negro, y una bufanda
o chalina de un intenso color rojo.
Finalmente, y luego de sucesivas subas de las ponencias
de precio, el rematador le había otorgado el ejemplar a
Efraín quien, en el mismo acto, lo pagó y pidió que se lo
envolvieran para llevarlo a su local.
Nada más supo del personaje que había estado lidiando
con él, al punto que pareció como si se hubiera desvanecido
en el aire…
Llevó el ejemplar a su negocio y dirigiéndose a su tras-
tienda lo depositó (ya desenvuelto, pero cerrado) sobre
su escritorio, casi bajo la lámpara de bronce. Como ya era
hora, se dispuso a comenzar la atención de su comercio,
dejando para la hora del cierre el indagar más sobre el con-
tenido del libro adquirido.
No volvió en todo el día a observar su escritorio y mucho
menos el libro, que suponía estaría en el mismo estado que
lo dejó.
Al finalizar la jornada, se dirigió a la trastienda. Le costó
algo abrir la puerta que la comunicaba con el local. Cuando

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ÍNDIGO

entró, percibió de inmediato que todo estaba cambiado: ya


no era su trastienda sino una especie de celda conventual
con sólo una mesa, una silla y una pequeña abertura en la
pared, a modo de ventana.
Junto al libro, y alumbrándolo con tenue luz, se encontra-
ba encendida una antiquísima lámpara alimentada a aceite,
construida rústicamente al modo de los antiguos alfareros.
El libro -y allí estaba el mayor misterio- estaba abierto en
sus primeras páginas…
Reconoció por las tapas y el tipo de papel que se trataba
del mismo ejemplar que había adquirido en el remate, sólo
que (observándolo bien), el texto que se hallaba impreso o
-mejor dicho- escrito en el mismo, le resultaba incompren-
sible, al punto de no saber distinguir si se trataba de algún
idioma o dialecto desconocido o algún otro tipo de escritu-
ra ideográfica o de extraños símbolos.
No entendía qué podía ser eso ni que relación tendría
con la novela que había adquirido, pero reconoció que el
contexto de forma, (material sobre el que estaba escrito) y
hasta la cubierta del ejemplar resultaba, ahora sí, (a sus ojos
expertos) un conjunto coherente.
Pasó algunas páginas buscando siquiera un símbolo
que le resultara familiar o al menos comprensible, pero
nada halló.
En la semi penumbra en que estaba sumida esta especie
de habitación, comenzó a sentir un frío que lo iba ganando
paulatinamente, a lo que se sumaba una creciente angustia,
como si aquellos extraños y -por ahora- incomprensibles
caracteres encerraran un misterio aún no develado.
Mientras estaba cavilando sobre cual sería el significa-
do de esos símbolos o escritura que observaba, sintió que
alguien golpeba con los nudillos claramente en la puerta de

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Páginas del ARCO IRIS

ésta que (él suponía) seguía siendo la trastienda de su libre-


ría de viejos, salvo que él sabía que eso era algo imposible
porque había verificado, particularmente, que no quedara
nadie en el local a la hora del cierre y que la puerta exterior
del mismo estuviera cerrada.
Sin embargo, se dirigió a ella. La abrió y la sorpresa fue
mayúscula: allí parado frente a él se encontraba la figura de
un hombre joven de pálido rostro que se adivinaba bajo un
sombrero de anchas alas negras. Tenía el cuerpo envuelto
en una especie de túnica o sotana negra que le llegaba a los
pies y llevaba al cuello una estola de un intenso color rojo.
Los extremos de la misma caían a ambos lados de su pecho
y se advertía, cerca de ambas puntas, unos extraños ideo-
gramas o símbolos que reconoció similares a algunos de los
que había visto en el libro.
En la mano, llevaba una lámpara de aceite, también de
alfarería, encendida.
Sin pronunciar palabra entró al local con un movimiento
que pasó casi inadvertido al punto que, de inmediato, se
encontró al lado de Efraín y frente al libro.
Al instante, comenzó a emitir unos extraños sonidos
como si suavemente quisiera dirigirse al librero en algo que
semejaba la cadencia melodiosa de algún idioma pero que a
éste le resultaba incomprensible.
Siguió pronunciando algo que parecía (o sonaba) como
una mezcla de idiomas contemporáneos, pero aún Efraín no
lograba entenderlo: Parecía querer sintonizar una longitud
de onda que él pudiera comprender. Hasta que lo logró y
así dijo:
_ Vengo desde todos los tiempos a recuperar algo que no
me debió ser quitado.
Efraín, extrañado, le contestó que nunca a nadie había

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ÍNDIGO

quitado nada y que seguramente se trataría de un error ya


que él no tenía nada que no le perteneciera legítimamente.
El extraño joven insistió: _ Es este libro lo que busco. Me
pertenece. Sólo él me revelará el destino de mi vida y defini-
rá, definitivamente, el final de mi tiempo.
Extrañado cada vez más, Efraín le dijo que él nada más
había adquirido una vieja novela, a lo que el joven le res-
pondió:
_ Eso es lo que usted cree y así lo aparenta. Permítame
que le diga que también la lámpara que usted tiene sobre
la mesa me pertenece. Esta otra que llevo verá que es igual,
sólo que está alimentada con un aceite diferente .Cuando la
vea comprobará usted. En eso que decía apartó la primera
lámpara y acercó la suya al libro. Aparecieron letras, frases y
textos en idioma totalmente comprensible para el vendedor,
quien vio el texto de una novela contemporánea.
_ Vea: el libro y la lámpara que usted tiene me fueron
sustraídos. Ambos son una unidad, ya que ésta hace com-
prensible, sólo para mí, lo allí escrito desde siempre.
Dicho esto, apartó la lámpara que él había traído y acer-
có nuevamente aquella que primero había visto Efraín al
entrar en la trastienda.
Volvieron a aparecer extraños signos o símbolos de algo
que éste no alcanzaba a descubrir que podía ser.
El joven lo miró intensamente y luego dijo:
_ Ahora lo sabré todo sobre mi vida y mi tiempo. Al
momento, comenzó a observar página por página, mientras
aquél se colocaba frente a la mesa. Fue leyendo y pronun-
ciando unos extraños sonidos en singular cadencia.
Al llegar al final, a la última hoja, y luego de un tiempo
que Efraín no supo precisar, el muchacho volvió a mirar al

29
Páginas del ARCO IRIS

librero intensamente a los ojos. En eso pareció emanar de


la lámpara próxima al texto una intensa luminosidad, que
llegó a cegar éste, para luego escapar en una bola incandes-
cente de luz, a través de la ventana, sumiendo la habitación
en una penumbra.
Se recuperó Efraín de su deslumbramiento y trató de ver.
Allí, a la mortecina luz de una lámpara que, advirtió aho-
ra, era la que portaba el extraño joven, había en el piso, jun-
to a la mesa, una especie de plegada túnica o sotana negra
sobre la que se veía un aludo sombrero de idéntico color.
Sobre la mesa, cerrado y atado con una cinta de un in-
tenso color rojo, estaba el libro.

Alfredo Mors

30
ÍNDIGO

OMEGA

Qué lleva a Efraín a buscar algo diferente en la vitrina de


libros exclusivos que reserva para sí, en la trastienda de su
librería de viejos, nadie lo sabe.
Quizá es esa ansia de saber más o descubrir algo que ali-
mente con fuego nuevo sus horas de hombre viejo y solo…
Muchas veces antes ha acudido al refugio de sus lecturas
(esas que siempre lo han acompañado) para abrevar en ellas
en búsqueda de consuelo para sus nostalgias y desazones.
Sabe, casi sin mirar, los títulos de las obras que allí ateso-
ra. Qué contenidos puede llegar a encontrar entre las que
posee (algunas de las cuales ya ni recuerda cuándo fueron
incorporadas a su preferencia).
Pero hoy es diferente: Necesita como nunca antes algo
que lo movilice, despertando nuevas inquietudes que pue-
dan darle impulso a sus deseos de vivir.
Presiente que, indagando quizá por caminos nuevos, algo
distinto, fresco y novedoso, pueda abrirse a ser disfrutado
o, al menos, descubrir algo desconocido y eso que -por su
condición de librero y, especialmente, por su afición casi ob-
sesiva a leer- ha podido considerar y asir infinidad de títulos
y tópicos que pasaron ante su vista en tantos años matiza-
dos de noches de insomnio sólo mitigadas por la lectura.
Ese día no busca un libro conocido. Sabe que entre tan-
tos volúmenes de su particular vitrina hay uno que nunca
siquiera se ha atrevido a abrir. No es que no le haya atraído

31
Páginas del ARCO IRIS

la bella cubierta de sus tapas encuadernadas en cuero de


tafilete negro o la letra de molde del título grabado en oro.
Es que ha obedecido (a lo largo de su vida) al mandato de
su padre de no desatar la cinta roja que aprisiona entre sus
tapas, la que le fuera dada en su juventud cuando éste aún
era el dueño de la librería que hoy le pertenece.
Hubo momentos en que la intriga, el ansia de conocimien-
to o (simplemente) la curiosidad lo llevaron a sacar de su es-
tante aquel singular ejemplar, pero siempre - aún cuando ya
lo tuviera bajo la lámpara de bronce de su escritorio (la que
ilumina sus noches de lectura) - algo lo detenía y no desataba
la cinta.
Cuando eso ocurría depositaba de nuevo el libro en su
estante y cerraba con llave la vieja vitrina, no pudiendo ya
encontrar consuelo en otra lectura: Es que el misterio de lo
desconocido a la vez lo desafiaba y confrontaba con aquél
mandato recibido…
Aún recuerda las palabras de su padre: “quien suelte la
cinta roja y penetre el contenido de las páginas de este libro,
deberá atenerse a las consecuencias. Nadie sabe que extrañas
fuerzas pueden desatarse junto con esa cinta”.
Hoy (una vez más) repite el gesto: abre la vitrina, toma el
libro, lo deposita sobre el escritorio y aproxima la lámpara
para contemplarlo. Otra vez más, llama su atención que en su
tapa y lomo haya solo una letra como todo indicio del conte-
nido: ninguna alusión a autor, editorial u otra identificación,
sólo una letra griega, omega, grabada en dorada inscripción.
La cinta, de un rojo ya deslucido por el tiempo, cruza, en
ambos sentidos, las tapas del extraño ejemplar y las anuda
con un moño.
Como tantas otras noches, Efraín se queda después de la
hora de cierre en la trastienda del local y se dispone a pasar
algún tiempo en compañía de lecturas diferentes…

32
ÍNDIGO

Pero, como nunca antes, el libro ejerce una atracción pode-


rosa sobre él, se prende casi como un imán ante su vista, no lo
deja pensar más que en su figura, su misteriosa inscripción y la
curiosidad ante tal misterio se le presenta incontenible.
Decide en ese momento, dado que tiene descendencia
a quien legar el libro que a él le ha sido entregado (y que se
transmitió, sin abrir, de generación en generación en su fami-
lia) transgredir la instrucción paterna, aún sobreponiéndose a
un temor escalofriante…
Quita la cinta, comienza a abrir el libro cuando (de pronto)
en la quietud de su estudio, el ambiente empieza a transfor-
marse…
Una brisa y luego un fuerte viento se cuela en el local (que
sólo posee un tragaluz cerrado)
Las puertas de la vitrina se cierran con estrépito y estruen-
dosamente. Después la puerta que comunica su estudio con el
local de librería.
Intenta abrirlas pero parecen cerradas o trabadas por una
extraña fuerza imposible de abrir con una llave…
Un quejido suave o lamento resuena detrás del abrumador
sonido de del ventarrón que hace volar, un conjunto de hojas
(cuentas y anotaciones) y las desparrama en alocado desorden.
También un par de libros son arrastrados ahora por el furio-
so vendaval, hasta quedar tan sólo el libro prohibido sobre el
escritorio, con su cinta desatada y ahora abierto en la primera
página.
Ahora todo se torna de color rojo, a modo de sangre, derra-
mándose e impregnándolo en su conjunto.
Su entorno cambia en un plano totalizador. Se ve a sí
mismo (fuera de sí) suspendido en el espacio y contemplando
todo el mundo, que ahora se tiñe paulatinamente del mismo

33
Páginas del ARCO IRIS

intenso rojo. Percibe que, como un trazo grueso, se desplazaba


sobre éste y el espacio visto, un jinete de brillante color rojo.
El quejido o lamento se hace más intenso
Ve que la primera página de su libro ha pasado a la
segunda y de nuevo se opera un cambio notable, El rojo
vira a un intenso negro en el que, todo lo visible, se va
perdiendo más y más en una sombra que todo lo abarca
y se transmuta en las más absolutas tinieblas…
Ya casi no hay formas, colores o luces que puedan
percibirse…
Con una gran angustia, alcanza a ver y verse nueva-
mente frente a su libro, en el escritorio de su trastienda
del local de la librería. Empieza a experimentar un inten-
so frío que parece que lo va ganando progresivamente
mientras alcanza a ver que el libro se encuentra abierto
ya en la página tercera.
La visión nuevamente se torna abarcadora. Ahora él
gravita en el espacio (fuera de sí mismo y del mundo) y
contempla entre las tinieblas un jinete blanco que surca
el campo visual haciendo que todo cambie nuevamente
de color y se funda en un níveo blanco deslumbrante.
La sensación de frío aumenta intensamente hasta ha-
cerse intolerable. Nuevamente se ve a sí mismo contem-
plando el libro, esta vez abierto en la cuarta hoja.
Pero el frío se va entibiando hasta llegar a un calor
insoportable como el de un horno de fundición de me-
tales, y él lo percibe hasta en los huesos. Su piel, carne y
músculos experimentan el calor de un modo lacerante.
Ahora ya no se halla frente a su escritorio. Nueva-
mente flota en el vacío y ve la totalidad del mundo y su
espacio circundante, envuelto en una bola de fuego de
vívido color.

34
ÍNDIGO

Siente un lamento desgarrador seguido de un sonido


como de tropel lanzado al galope, mientras ve el cuarto
jinete, todo él como lenguas de fuego se desplaza por
el campo visual todo el mundo conocido y su espacio.
Nada escapa a su influencia.
En eso empieza a sentirse una suave melodía. Aparece a
la vista un disco que gira a velocidad alucinante despidiendo
rayos multicolores. En medio de este disco de colores, abso-
lutamente cambiantes y diversos, aparece una única imagen
en oro refulgente de una única letra omega, que brilla por
encima de todo y todo lo barca.
Efraín ve que el libro sigue abierto, pero en la última hoja
la cual se encuentra absolutamente en blanco...
Experimenta en su cuerpo un indecible cansancio. Sus
ropas están hechas jirones, su cabello en un gran desorden.
Se mira al espejo que tiene en la pared y advierte que ha
encanecido en su totalidad.
Lo invade una gran angustia. Mira nuevamente el libro
y decide cerrarlo atando nuevamente la cinta. Con dedos
temblorosos y cansados lo hace. Ahora puede abrir las
puertas de su vitrina que ceden fácilmente. Vuelve el libro al
lugar que siempre ocupó.
Decide salir de su escritorio para tratar de dirigirse a su
casa. Abre la puerta que comunica con el local y entra en
el mismo. Allí experimenta una nueva sorpresa. Nada está
como lo ha dejado la última vez que lo acomodó.
Sobre las mesas hay un gran desorden. Empieza a mirar,
comenzando por los libros de historia, viendo que muchos
de ellos están abiertos, mostrando toda suerte de castillos,
fortalezas, muros y defensas de ciudades diversas en estado
de ruinas, como si hubieran sido desbastadas por fuerzas
colosales.

35
Páginas del ARCO IRIS

Se dirige a los libros de filosofía y otros de ciencias del co-


nocimiento humano, que habían ocupado un lugar destacado
entre los ejemplares de su negocio y grande es su sorpresa al
advertir que, de los mismos, sólo queda una pila de cenizas
calcinadas por un fuego abrasador.
Los libros de ciencias físicas y naturales, aquellos que des-
criben los procesos de la vida de los seres conocidos, se en-
cuentran encerrados en la masa de un extraño material trans-
parente. Al aproximarse al mismo nota un intenso frío en su
superficie.
De allí va al sector donde tiene los libros de poesía. Al ir
aproximándose a los mismos siente una suave música, como
eco de aquella que percibiera junto a la presencia vista del gran
símbolo de la omega y el disco de rayos multicolores. Al mismo
tiempo comienza a envolverlo una suma de fragancias de las
más bellas flores que conociera.
Los libros están en perfecto orden. Sus páginas abiertas se
van pasando de una en una al ritmo de la música y todo a su
alrededor refleja una gran armonía, en medio de una atmós-
fera circundante de suaves tonos pastel. Todo este panorama
contribuye a brindarle una creciente sensación de paz, al punto
de querer quedarse en ese sector a recuperar la calma.
Por último se dirige al sector donde están los libros que
resumen el conocimiento de las distintas religiones y en los que
los hombres han procurado expresar el sentido trascendente
de sus vidas. Los mismos están deshojados, con sus páginas
entremezcladas, haciendo un enorme conjunto sin continui-
dad ni sentido, para el simple ojo humano, como si todos se
hubieran fundido en uno solo. Los símbolos de los distintos
credos se hallan rodeando esta nueva creación y por encima de
todo prevalece un único símbolo: una letra omega en una gran
esfera dorada, que no recuerda haber visto representada así y
que rememoró la grabada en la tapa de aquél libro.

36
ÍNDIGO

En ese momento comprende el sentido del mandato que le


ha sido transmitido: Al abrir el libro, después de desatar la cinta
que lo sujetaba, ha liberado las fuerzas que se harían presentes
al final de los tiempos, anticipando así, una visión de éste.
Toma la esfera y, haciéndola girar, ve un nuevo símbolo,
esta vez la letra alfa.
Así, en un mismo objeto están reunidos el principio y el fin…

Alfredo Mors

37
VIOLETA

DAMA DE NOCHE

Era muy tarde en la noche llegando la hora próxima al


amanecer. Hacía muy poco tiempo que me desempeñaba
como guardia nocturno en la vieja casona, que se encuentra
en el mismo solar contiguo a la iglesia mayor, dedicada a la
Virgen de Alta Gracia, hoy transformada en museo.
La casa presenta una entrada, como una interrupción
destacada de la continuidad del muro de calicanto, la que
bordea en su lado próximo a la iglesia, cerrada por una
puerta de hierro forjado con exquisita filigrana de época
colonial.
Casona e iglesia comparten un patio al que da acceso
la puerta antes mencionada. Por un camino enripiado de
finas piedras se llega, a través de este patio, a una escalera
casi palaciega, con dos tramos opuestos que conducen a un
descanso con balaustrada y de allí otro único tramo lleva a
la planta superior -anteriormente dedicada a vivienda por su
propietario Santiago de L. quien, siguiendo la disposición y
distribución de cuartos y ambientes de la casona, destinaba
la planta baja a la servidumbre y a ambientes de servicio,
tales como cocina-.
En el centro del patio aún se observa el prolijo brocal de
un pozo de balde, coronado por una reja, también de hierro
forjado al modo colonial y que aún conserva la roldana, algo
oxidada, que permitía extraer el agua del pozo.
Junto a ese brocal y adhiriéndose con zarcillos a la reja
del pozo, crecía una enredadera que ya había observado al

41
Páginas del ARCO IRIS

tomar el turno de guardia, era una dama de noche cubierta


de flores blancas que a esa hora estaban abiertas mostrando
el esplendor de su forma acampanada.
Algo me llevó, a esa hora de la madrugada, a recorrer la
planta baja en un caminar que seguía una misma pauta pre-
establecida, cuando de pronto alcancé a percibir una extra-
ña música de antiguo ritmo y que sonaba como ejecutada
con viejos clavicordios.
Sin ser visto, me asomé a una de la galerías de la planta
baja y allí, agazapado tras uno de los pilares que sostienen
la seguidilla de arcos que la conforman, pude observar una
escena como escapada del tiempo; En medio del patio,
alrededor del pozo, se desarrollaba un baile con caballeros
de levita, bastón y sombrero de copa, otros con uniformes
militares de época, acompañados de damas, curiosamente
ataviadas con vestidos con amplias faldas blancas que me
hicieron evocar las flores de la enredadera del pozo.
En medio del grupo de baile, acompañado de su dama,
estaba el antiguo dueño de casa (alto caballero de blancos
cabellos) y que reconocí idéntico al retrato al óleo que se
encuentra en la sala principal de la planta alta de la casa.
Miré hacia el brocal del pozo. Su reja lucía como platería
potosina, coronada al centro con una especie de pequeño
círculo que encerraba entrelazadas las iniciales “SL” del due-
ño de la casona.
No había junto al pozo y mucho menos adherida a la
reja, ninguna enredadera.
En eso que estaba mirando la extraña escena, se escuchó,
como a lo lejos, una única descarga de antigua fusilería.
Todo se transformó de repente: ya no estaban ni los ca-
balleros, ni las damas, ni la escena de baile.

42
VIOLETA

Por esas raras percepciones -que a veces se tienen al


recorrer los museos- supe que Santiago de L. Había muerto
aquella madrugada, en algún lugar, fusilado junto a otros.
Miré en ese instante hacia el pozo del centro del patio y
corrí, desde mi posición en la galería, para ver más de cerca.
Allí, junto al brocal, empezaba acrecer una pequeña plan-
ta que, advertí, era una enredadera, a la que suelen llamar:
Dama de Noche.

Alfredo Mors

43
Páginas del ARCO IRIS

MATICES

Que paleta desolada


nos pobló de tantos grises,
¿Por qué no existen matices
en esta tarde nublada?

Donde se fue el color


de aquellos atardeceres
envueltos en los placeres
de mil gestos de amor.

Fuego y pasión desbordada


sentimientos compelidos
a expresarse en acuerdo.

La tarde está saturada


con memoria de tiempos idos
de evocación, nostalgia y recuerdo.

Alfredo Mors

44
VIOLETA

FLOR MARCHITA

Contemplé de nuevo la flor


aquella que no aceptaste
cuando con rubor te negaste
a mi propuesta de amor.

Hoy el tiempo ha transcurrido


el recuerdo está guardado
y sabrás que no he olvidado
aquél momento dolido.

La flor ya está marchita


sus colores desleídos
recuerdan momentos idos
que mi corazón hoy grita.

Alfredo Mors

45
Páginas del ARCO IRIS

TUS COLORES

Del mismo color de tus ojos,


teñida quedó mi ilusión;
del negro color doloroso,
que causas con tu negación.

Del mismo color de tu boca,


escrita quedó mi canción,
la tinta que ves tu tan roja,
es sangre de mi corazón.

Del mismo color de tu pelo,


se viste la nube que hoy,
le quiere quitar a mis sueños,
los cálidos rayos del sol.

Del mismo color de tu encanto,


yo vuelvo a rimar mi obsesión;
tus bellos colores pintaron,
que debo sufrir por amor.

Miguel Valle

46
VIOLETA

APRISIONADA

Caminaba por la galería que circundaba uno de los varios


patios de la construcción a la que daban las puertas de pe-
queñas habitaciones que antes (hasta no hace mucho tiempo)
habían estado destinadas a celdas de la cárcel de mujeres -hoy
vacía- y ahora dedicadas a paseo público en un coqueto barrio
casi céntrico.
La historia que voy a contar me fue manifestada sin pregun-
tar y sin ser el resultado de información revelada en ningún
tipo de entrevista; más bien me fue develada: se impuso a mi
entendimiento con esas presencias que, no se sabe cómo, van
contando la historia.
Creí que el uso de aquellos muros, rejas y puertas ya había
cambiado y nada quedaría de su anterior destino, hasta que
comencé a percibir sonidos que no sabía de donde provenían.
Un llanto casi contenido, como mitigado por pudor o qui-
zás por estar refugiado contra una almohada casi húmeda por
las lágrimas, se sentía de forma nítida. No era un llanto violen-
to, sino que (me di cuenta) era el producto de una angustia no
contenida y que explotaba del único modo posible en aquella
soledad vigilada. Provenía de detrás de una de las puertas que,
sabía, habían pertenecido a una de las tantas habitaciones
pequeñas que se usaron como celdas en ese complejo edificio;
salvo que ahora, por esas raras circunstancias y características
de algunos de éstos, retenía entre sus muros esos sonidos de la
memoria y que hoy se estaban revelando.
No me atreví a abrir la puerta que guardaba aquel sonido.

47
Páginas del ARCO IRIS

Continué mi caminar por esa galería y llegué a un extremo


de la misma. Doblando un codo vi otra puerta pequeña que
estaba entreabierta. Pasé a través de la misma y entonces sentí
vivamente que algo o alguien comenzaba a hacerme com-
pañía de un modo casi sensible, como si quisiera, sin decirlo,
transformarse en mi guía o algo más. Entonces vi que ante mí
se extendía hacia abajo una recta escalera de varios peldaños
recubiertos de desgastados mármoles blancos, quizás producto
de su intenso uso en otra época.
No sabía que la construcción tuviera sótanos ya que, en la
guía de los nuevos espacios que se ofrecía a los visitantes, nada
se decía de ellos.
Una voz en mi interior me decía en ese momento que me
atreviera a bajar esa escalera, porque debía conocer toda la his-
toria. Así lo hice y desemboqué en un ángulo formado por dos
corredores angostos que se extendían en direcciones opuestas.
Opté por seguir lo que sentía se me indicaba, tomando el
pasillo de la derecha. Estaba tenuemente iluminado, por una
especie de ventanas ubicadas muy por encima del plano de las
miradas y de muy pequeño tamaño.
A uno de los lados de este corredor, se extendía una suce-
sión de puertas de gruesa madera, sólo abiertas en una peque-
ña ventanilla alta, cerrada del lado exterior, por un postigo,
también de madera.
La parte inferior de la puerta se hallaba ligeramente sepa-
rada del piso en una abertura a todo lo ancho de la misma y
que sólo permitía el paso de algún objeto, casi plano, pero ni
siquiera asomarse o mirar afuera.
Abrí la puerta que tenía ante mi vista y entré en la pequeña
celda, apenas iluminada por una pequeña ventana, con reja
de barrotes de hierro, ubicada a una altura inalcanzable para la
mano.

48
VIOLETA

Unas manos que no podía ver aprisionaron las mías a la


espalda. Quise defenderme. En ese instante, vino sin ser anun-
ciado un fuerte golpe en la boca del estómago. Me doblé en
dos y casi me hace perder el sentido. No veía a nadie. El dolor
me atenaceaba fuertemente. Sentía unas profundas nauseas.
Vino otro golpe, esta vez dirigido a mi cabeza, con algo, como
revestido de goma dura.
No sé cuanto tiempo pasó. Estaba desnudo y tirado de es-
paldas sobre un elástico de cama metálico, sin ninguna cober-
tura. Tenía las muñecas tomadas con algo como grilletes que
las mantenían separadas y unidas a los hierros de la cama.
No se percibía luz por la abertura que hacía las veces de
ventana. Ignoro cuanto tiempo había pasado. En eso siento un
sonido como de pasos que se aproximaban y alguien próximo,
como desde otra habitación, que grita: “¡Soy Claudia L! ¡Soy
Claudia L.!, acordate de mi nombre”...
En eso se oye una voz que grita: “¡Silencio putas de mierda
o las cago matando aquí mismo!”.
Siento que se abre una puerta cerca. Un golpe contra un
cuerpo. Inconfundible. Quizá a la rastra, sacan a alguien. No
puedo saber quien es. Sólo se escuchan sonidos indefinibles:
pasos, un cerrar de puerta, llaves, un arrastre y luego…nada.
Silencio y más silencio. Quise gritar y no pude articular ningún
sonido. Aún sentía un fuerte dolor.
Luego alguien o algo volvió en la oscuridad. De entrada me
golpeó todo el cuerpo, con algo que se me antojó como toalla
mojada, usada a modo de chicote o azote.
Comenzaron a preguntarme, no sé cuántas cosas, de algo
que tenía que ver con nombres y situaciones que no reconocí.
Sentí como que nada de eso tenía que ver conmigo. Querían
que confirmara aparentes datos que tenían. Seguía sin saber
qué o quiénes estaban conmigo.

49
Páginas del ARCO IRIS

Entre un cúmulo de agresiones, de la que los golpes y que-


maduras con brasa de algo como cigarrillos (aplicada hasta en
los lugares más íntimos de mi cuerpo) eran sólo dolores físi-
cos; empezó el tormento psicológico. Allí me alarmé, porque
comenzaron a llamar por su nombre a personas de mi entorno
más íntimo, refiriendo datos sobre sus actividades y movimien-
tos diarios, con horarios, contactos y circunstancias que ni yo
mismo recordaba con tanto detalle.
Allí estaban en la lista, mi madre, mis hermanos, mi esposa
y, lo peor de todo, mis propios hijos y hasta el nombre de sus
amigos.
Comprendí en ese instante, que hasta el producto de nues-
tro amor, en manos de un sádico, es un arma terrible y puede
ser utilizado en nuestra contra.
En algún momento, perdí el sentido y caí en un profundo
sueño.
No se cuento tiempo pasó. De pronto empecé a sentir
como una música suave que se filtraba a través de alguna
ventana alta.
Abrí los ojos. Me encontraba vestido como al comienzo de
esta historia. Estaba sentado en el piso de un corredor, en el só-
tano de la misma construcción. Frente a mí, había una puerta
de gruesa madera con una mirilla alta cerrada por un pequeño
postigo, también de madera.
Me incorporé. Seguía sintiendo la suave música.
Caminé y llegué a un cruce de corredores, a cuyo lado vi
que salía hacia arriba, una escalera con peldaños de mármol
desgastado.
Subí por allí. Llegué a una galería que daba a un patio que
ahora vi estaba cubierto de mesas de bar, con bellas sombrillas
de madera, con telas claras, a las que estaban sentadas varias
personas, que me vieron pasar, casi con indiferencia.

50
VIOLETA

Continué caminando mientras la música se oía con mayor


intensidad. Salí al exterior del edificio y entonces comprendí
todo. No sentía ya, ningún dolor en el cuerpo.
En la fuente principal, un danzar de aguas proyectadas
rítmicamente al compás de la suave melodía, daba un espectá-
culo de sonido, luz y color. La historia de las historias, corría así
una nueva página y no todos la conocían.

Alfredo Mors

51
Páginas del ARCO IRIS

PRINCESA

Impredecible fatal princesa,


siempre infalible, serena y buena,
quieres librarme de grandes penas
que voy cargando con mil cadenas.

En tu castillo, donde me esperas,


reina el silencio y la noche eterna.
No hay oro fino o naturaleza,
todo se duerme, nada despierta.

Ya estoy llegando, ya estoy muy cerca,


ya te respiro, tus pasos suenan,
vienes tranquila y, allí en tus puertas,
todo mi tiempo mortal se quema.

Miguel Valle

52
VIOLETA

EL ÚLTIMO REZO

Con la angustia y con el miedo,


estuvimos hoy temprano,
bajo un mudo campanario,
contemplando un viejo templo.

Ya metidos hacia adentro,


nos sentamos en un banco,
nos miramos con los Santos,
y lloramos en silencio.

Fue la angustia repitiendo,


a las cuentas de un rosario,
las plegarias, los milagros
y los golpes en el pecho.

De rodillas puesto el miedo,


con los ojos bien cerrados,
parecía resignado
al dolor de su tormento.

Fue tan triste el panorama


que el trueno, de repente,

53
Páginas del ARCO IRIS

con su voz tan estridente


llamó al viento y llamó al agua.

Y de pronto, lloró el cielo


con sus gotas muy dolientes,
intentando inútilmente,
apagar la sed del miedo.

Vi a la angustia en su pañuelo,
guardar llantos y vertientes,
de gemidos tan hirientes,
que rompían mis anhelos.

Mis anhelos desangraban,


por el día ya inminente,
que era éste, en que la muerte,
me invitaba a su morada.

Miguel Valle

54
VERDE

LA HERIDA DE LA VIDA

Hace un tiempo muy remoto, el Sol y la Lluvia eran jó-


venes enamorados que en el palacio del cielo se casaron, y
fueron recorriendo el mundo sobre una gran nube mágica.
Tiempo después, fruto del amor que se tenían les nació una
hija a la cual llamaron Vida.
Cuidaron a la Vida, el Sol con su calidez, la Lluvia con su
frescura…
Y así, la Vida pasó su infancia sumergida en un mundo de
maravillosas sensaciones, jugando con los peces y acariciando
las algas.
La verdad es que la Vida era muy bella y creativa, fue por
eso que, al llegar a su juventud, emergió a la superficie, y lo
primero que hizo fue tejer una alfombra verde para poder ca-
minar sobre ella y darle un poco de color al desértico paisaje
de entonces.
Después, se dedicó a crear aves para que alegrasen el lu-
gar con sus cantos e hizo muchos otros animales de diversas
formas y tamaños a los cuales cuidaba con mucho amor.
Un día, una de las criaturas de la Vida a la que le decían
el Mono Loco, empezó a tomar actitudes diferentes al resto
de sus hermanos animales, por ejemplo: manipulaba objetos
y hacía herramientas, bastante rústicas pero herramientas al
fin. La hermosa Vida quedó sorprendida de las habilidades de
Mono Loco, y lo convirtió en su criatura predilecta, lo alimen-
tó, lo mandó a la escuela donde aprendió buenos modales y

57
Páginas del ARCO IRIS

así el monito se iba convirtiendo en un buen señor mono.


Pero el ingenioso Mono Loco, también era muy curioso y
poco precavido. Pasó una vez que la Vida descansaba pláci-
damente en una playa a la orilla del mar y se había quedado
dormida. Mono loco aprovechó la oportunidad para tomar
del pecho de la Vida una piedra preciosa que contenía los
secretos de las ciencias. Cuando tuvo esto en sus manos, no
supo controlar el poder que tenía y empezó a usar las ciencias
para beneficio propio, causando mucho mal a la flora y a la
fauna. Contaminó el aire, extinguió a muchísimos animales,
destruyó extensos bosques, y, en vez de hacer herramientas
para trabajar, comenzó a fabricar armas para matar.
A todo esto, la Vida que dormía a la orilla del mar, comen-
zó a despertarse de su sueño. Mono Loco viendo que la vida
se despertaba, quiso poner la piedra en su lugar para que ella
no sospechara que el daño que había en el mundo lo había
causado él. Entonces arrojó la piedra de las ciencias sobre el
pecho de la Vida, pero con tanta violencia que le causó una
mortal herida; ¡pobre vida!, cayó desvanecida sobre la arena y
su sangre tiñó el mar.
El Sol, al enterarse que su hija agonizaba, oscureció de tris-
teza. La Lluvia, lloró amargamente, día y noche, sin consuelo,
día tras día, sus lágrimas inundaron toda la superficie terrenal
y Mono Loco se ahogó.
De pronto, unas burbujas emergieron de aquél torrente de
lágrimas: era la vida que estaba recobrando sus fuerzas y sus
heridas se borraban. La Lluvia corrió con la noticia al Sol para
decirle, que la hija de ambos estaba viva. El Sol recobró la
alegría y brilló de felicidad y, junto a la Lluvia, pintaron el más
bello arco iris para darle la bienvenida nuevamente a la Vida.

Miguel Valle

58
VERDE

LA FIEL

Deja mi cara la piel tan lozana,


deja mi día la fresca mañana,
deja mi árbol las flores y hojas,
dejan mis huellas de ser presurosas.

Deja mis brazos la fuerza del alba,


dejo quebrarse la línea en mi espalda,
dejan las horas de hacerme una aurora,
dejan mis ojos de ver el ahora.

Deja mi luna de ser serenata,


triste titila mi estrella de plata,
sólo una cosa el cruel tiempo perdona:
es la esperanza que no me abandona.

Miguel Valle

59
Páginas del ARCO IRIS

LÁGRIMAS DE LA ESPERANZA

Habíamos estado en una casa destinada al cuidado del


final de nuestras vidas, en un ambiente dedicado especial-
mente a ello; cuando nos hablaron que existía otra realidad
y que merecía la pena conocerla.
Una cuadra y media nos separaba de su casa. Fuimos allí
y nos recibieron varias de las que actúan como mamis de los
pibes que allí viven. Nos presentamos y pedimos autoriza-
ción para conocer y quizá conocerlos.
Empezamos a recorrer la casa. En eso, por el pasillo lo
vemos: en primer lugar sus enormes ojos que nos miran y
luego una media sonrisa achupetada. Caminaba ayudándo-
se con un andador de colores con rueditas. Estaba allí con
tan corta edad, rubio y cabezón. Un poco hijo o nieto. Nos
lo presentaron. Ramiro, nos dijeron, es su nombre. Por esas
raras casualidades que no son tales, nos resultó un nombre
muy familiar.
Y así, uno a uno, nos los fueron presentando con sus
nombres, por quienes brindan su cariño voluntario para
atenderlos, por encima de cualquier prejuicio de color, raza,
procedencia u otro; sin dejar nada al azar. El color en cada
detalle, el espacio para cada uno y la particularización en el
trato. Se nota que son sus hijos. Allí están sus cunitas, jugue-
tes y camas. Todo pensado uno a uno. A cada cual según la
medida de su necesidad.
Quisimos tomar sus manos para sostener algunos de sus
pasitos y fueron esas manitas las que sostuvieron y calenta-

60
VERDE

ron, ablandaron y quebraron nuestros corazones. Los pibes


nos mostraron algunos de sus cuentos con sus dibujitos con
los que se identifican.
Seguimos mirando su casa. Cada cosa estaba en su
lugar. Nada sobraba y nada faltaba: lugar de jugar, lugar de
comer, lugar de estar y lugar de dormir. Y todo liberado de
aquello que a cada uno podría haberlo oprimido, aunque
no lo supieran.
Todo esto es logrado y llevado adelante por un reducido
grupo de pequeños gigantes anónimos, que entregan su
tiempo y quizá su corazón de manos abiertas, a darlo todo.
Y esto se nota en cada gesto y en el gesto último que las
mamis nos brindaron en una frase: “Hasta pronto y vuelvan
cuando quieran”.

Jesús Barrera – Alfredo Mors

61
Páginas del ARCO IRIS

CARICIAS EN EL ALMA

Hubo un tiempo en mi tiempo


en que me sentí fracasado,
y así del todo anonadado
fui como sombra en el viento.

Hoja de otoño reseca,


me percibí casi acabado,
triste, solo, abandonado,
sin saber que estaban cerca.

Hoy recibí en el alma


sus caricias que tanto anhelo,
las que mitigan el desconsuelo
y traen al fin, la calma.

No son caricias de manos


las que expresan tanto amor,
son palabras con rubor
que dicen: somos hermanos.

Alfredo Mors

62
VERDE

MI NIÑO

Mi niño se ha dormido
en el cuenco de tu mano.
¿Qué poder sobrehumano
te llevó, hijo querido?

Mi niño se ha dormido
y he quedado desolado.
¡Cuánto sueño desvelado
en vacío lecho de nido!

Mi niño te has dormido


en suave cuna de nubes.
¿Será que así tú subes
al amor del más querido?

Mi niño te has dormido:


eres Francisco Javier.
Yo te busqué por doquier
y estabas en un sonido.

63
Páginas del ARCO IRIS

Ya mi tiempo he consumido,
volverás en tenue brisa.
¿Por qué con tanta prisa
mi niño, te has dormido?

Alfredo Mors

64
VERDE

DANZA DE COLORES

Al principio sólo eran tres, más el positivo y el nega-


tivo, destinados a influir en uno y otro sentido sobre los
tres. Parecería que tres es demasiado poco para confor-
mar el todo, pero el que todo lo dispuso quiso así dar
principio al término y término al principio; dando a cada
uno de los tres, características de participación con lo
absoluto, lo perfecto y lo inmutable; a partir de lo cual
sería posible imaginar y percibir realidades diferentes.
Cada uno de los tres era un absoluto en sí mismo y
nada de los otros estaba en el corazón de cada uno, que
tenía como una especie de vida en sí mismo, por lo que
no era posible definirlos: eran lo que eran.
No sucedía lo mismo con el positivo y el negativo que
se encontraban en permanente relación de asociación y
rechazo, dando lugar a situaciones donde uno parecía
prevalecer sobre el otro, pero sin lograr opacar total-
mente su presencia; hasta llegar a pensar que ninguno
de los dos podría existir sin su opuesto. De modo tal
que la afirmación de uno hacía suponer la existencia del
otro, como ambas caras de una misma moneda.
Los tres existían por sí mismos, primariamente y
próximos, pero distantes, en una sucesión extraña que
no suponía que ninguno de ellos prevaleciera sobre los
demás. Al percibirlos, era posible hacerlo individualmen-
te, según un orden aleatorio, no sujeto a ninguna prela-
ción.

65
Páginas del ARCO IRIS

Positivo y negativo, comprendiendo que no podían exis-


tir el uno sin el otro acordaron establecer alianzas e influir
sobre los tres de un modo nunca idéntico. Lo hicieron en
una amplia gama de posibilidades, que establecía una escala
de infinitas variedades entre uno y otro extremo, creando
situaciones que hacían pensar que positivo prevalecía sobre
negativo y viceversa.
Así apareció la luz y la oscuridad totales, y entre ellas,
toda una variedad de situaciones para las cuales fueron
creándose términos que trataban de definir sus combinacio-
nes y asociaciones: sombra, penumbra, semi-sombra, semi-
penumbra, hasta tener que dar nombre a los extremos. En-
tonces se pensó de nuevo en estos dos absolutos opuestos:
el positivo y el negativo. La absoluta presencia, la definitiva
ausencia y sus posibilidades intermedias eran consecuencia
de la existencia de una y otra.
Por otra parte, los tres creados como partícipes de lo
absoluto, sin ser ellos mismos más que una parte de éste,
comenzaron una danza; cada uno ataviado según su intrín-
seca esencia, con vestimentas sutiles, que les permitieron,
sin dejar de ser ellos mismos, que comenzaran a percibirse
como realidades diferentes.
Así se inició una infinita variedad de asociaciones, donde
en algunos casos uno participaba más que dos o así lo pare-
cía, como así también, dos más que tres o tres más que uno.
Estas uniones eran continuamente variables y nunca
repetidas de un único modo, hasta parecer extenderse al
infinito. Pero allí apareció una extraña cualidad: en estas
asociaciones debían renunciar al carácter de participación de
lo absoluto e inmutable que mantenían, en su estado puro,
tanto uno, como dos o tres.
Al ver la extraña danza y lo bella que resultaba, positivo y
negativo decidieron sumarse a ella creando así nuevas com-

66
VERDE

binaciones; en donde ya era casi imposible descubrir cuánto


de uno, dos o tres estaba presente, junto a tanto de positivo
o negativo.
El creador de uno, dos, tres más positivo y negativo pre-
senció la extraña danza y la comprendió. Así fue que decidió
que ésta continuara por siempre para realzar la belleza de lo
creado. Y sólo siguió interviniendo sutilmente para captar en
un instante perpetuo alguna de esas múltiples asociaciones
con el objeto de aplicarlas así a sus más bellas creaciones.
Así, las aves, peces, plantas y flores, participan de la eterna
danza del color, la luz y la sombra.

Alfredo Mors

67
Páginas del ARCO IRIS

A mis nietos

EL JARDÍN

Ese día había salido a caminar. Quería llegar hasta un


lugar que había heredado. Era un espacio no demasiado
grande. Le habían dicho que era un jardín y él deseaba
conocer de qué se trataba.
Llegó al jardín y desde el primer momento vio que
era muy singular. Estaba casi desierto. No se parecía a lo
que él recordaba como un jardín. Miró con más deteni-
miento y contempló dos plantas de flores que ante sus
ojos parecía que iban creciendo, sólo que había algo
muy particular en su crecimiento. Decidió observar me-
jor. Una de ellas empezó a desarrollar un tallo que más y
más se iba alargando; en tanto la otra trataba de lograr
una flor cada vez más grande y con mayor cantidad de
pétalos.
Observó con más detenimiento y le pareció percibir
que en determinados momentos, ambas flores pare-
cían querer mirarse y compararse, para luego volverse,
dándose la espalda, y seguir cada una con su propósito.
Éstas eran dos plantas de flores de entre las pocas que
allí parecían crecer.
Todo esto lo había desconcertado. No sabía a qué res-
pondía este comportamiento tan desusado en tan sólo
unas plantas de flores. Decidió acercarse más al cante-
ro en donde éstas estaban, y allí, escondidas tras unas
zarzas, encontró dos regaderas. Ambas eran de un color
gris neutro, pero se diferenciaban por las palabras que

68
VERDE

llevaban escritas. En una de ellas decía SOBERBIA y en la


otra ENVIDIA.
Allí comenzó a entender que quizás ese fuera el origen
del extraño comportamiento que había observado. De segu-
ro esas plantas habían bebido del agua de las regaderas.
Caminó un poco más, vio otro de los canteros y volvió
a sorprenderse. Observó que en un sector y siempre ante
su vista había un grupo de plantas que no se identificaban
bien, ya que crecían muy lentamente y sin ningún orden.
Nuevamente miró con más detenimiento y detrás de un
cerco vio una nueva regadera casi negra, muy deteriorada,
que también tenía unas inscripciones que decían en feos
caracteres: PEREZA y DESIDIA. Comprendió que las últimas
plantas habían crecido bebiendo de sus aguas.
Algo tenía que hacer ya que este lugar realmente no
respondía a lo que él conocía y recordaba como un jardín.
Salió y comenzó a caminar pensando qué podría hacer ante
el panorama que su jardín ofrecía a cualquiera que lo mira-
ra.
Mientras continuaba su caminar, se encontró con un
hombre ya viejo y muy cansado. Se lo veía sudoroso. Le
preguntó qué le pasaba y el viejo le respondió:
_ “El sol está demasiado fuerte para mí. No he encontra-
do ninguna sombra donde protegerme de sus quemantes
rayos. Parece que ya no hubiera un jardín donde reposar”.
Él se quedó cavilando. Este hombre había agregado nuevas
dudas respecto a su jardín y le había hecho advertir algo
que faltaba en él.
Siguió caminando y pasó frente a la puerta de una casa.
En su umbral se había sentado un niño. Su cara estaba muy
triste. Se notaba que había llorado. Le preguntó qué le pasa-
ba y así le respondió:

69
Páginas del ARCO IRIS

_ “Estoy solo y aburrido. Parece que todo está vestido


de gris, como copiando al duro color del cemento de este
lugar. ¡Ni siquiera hay un simple jardín donde ir a jugar! Se
han olvidado de mí”.
_ ¿Qué puedo hacer? - pensó. Emprendió el camino a lo
que le habían dicho era su jardín y decidió que algo debía
cambiar.
Buscó con más detenimiento, y detrás de la única planta
que crecía bien, que era un árbol, encontró varias regaderas,
todas llenas de agua de distintos colores y con palabras es-
critas en ellas. Decidió probarlas para ver si con ellas podría
mejorar la condición del jardín.
Comenzó con la primera y regó al mismo árbol que las
cobijaba. ¡Grande fue su sorpresa cuando observó que del
mismo, brotaban las ramas, con brotes y hojas nuevas, y
que todo se cubría de pimpollos de flores! El árbol comenzó
a arrojar una suave sombra sobre los distintos canteros y es-
pacios. Miró bien y leyó el rótulo que tenía la regadera que
había usado: ESPERANZA y MISERICORDIA.
Decidió tomar, casi sin mirarlas, ávidamente, cada una
de las otras regaderas esparciendo sus aguas por todos los
canteros y rincones.
Al instante comenzó un acelerado cambio en todo el pa-
norama de esto que, ahora sí, comenzaba a parecer un jardín.
Brotaban ante sus ojos toda suerte de plantas florales, en
una sinfonía de infinitos colores, como si el arco iris les fuera
prestando un sinnúmero de ellos con qué vestirse y mos-
trarse. Todo había cambiado. Hasta los senderos y caminitos
estaban lavados y muy ordenados.
Miró las regaderas que había usado y cuyos nombres
grabados con letras doradas, aún no había leído. Allí vio que
decían respectivamente: ALEGRÍA, ARMONÍA, PAZ, AMOR,

70
VERDE

FANTASÍA, MÚSICA, POESÍA y otras más cuya lista sería muy


largo enumerar, pero cuyo efecto estaba ahora desplegado
en plenitud.
Cuando estaba contemplando el jardín, vio que por el
camino central avanzaba el mismo hombre viejo con quien
se había encontrado antes, acompañado ahora por el niño
que venía colgado de su nudosa mano, y junto a él, muchos
otros niños, todos con rostro sonriente.
El viejo pasó a su lado y le sonrió pidiendo permiso para
entrar al jardín. Se dirigió donde estaba el árbol y se recostó
a su sombra, mientras los niños se dispersaban en pequeños
grupos, que fueron yendo de cantero en cantero de flores
recogiendo pétalos desprendidos de las mismas.
Luego se reunieron en un espacio central y comenzaron a
hacer con los pétalos los más bellos dibujos plenos de color,
como nunca antes él había visto.
En eso comenzó a soplar una suave brisa que agitaba las
cañas y tallos largos de las plantas y que desprendía de las
mismas una armoniosa y bella música acompañada de voces
de niños en grandiosa poesía.
Ahora pudo por fin contemplar el efecto total de las
distintas aguas en éste que, definitivamente, podía denomi-
narse un jardín.

Alfredo Mors

71
Páginas del ARCO IRIS

LA BELLA

De la mano del poeta floreció,


en la boca del amante se endulzó,
en el brillo de unos ojos se bañó
y al oído sin permiso se metió.

Es tan grande que del pecho se salió


y tan suave que una voz la susurró,
tan hermosa que hasta el tiempo se paró
para amarla como tú y como yo.

Ella huele a jazmines y a pasión,


siempre quiere llevar miel al corazón,
miel compuesta de armonía y de valor.

Ella siembra mil suspiros de emoción,


predilecta nunca es de la razón,
su belleza es la guía del amor.

Miguel Valle

74
AZUL

PREGUNTA

A ti que estás leyendo,


a ti yo te pregunto:
si puede el pensamiento,
salirse de este mundo.

Si estás tú respondiendo,
que sí, en un segundo,
entonces vas sintiendo:
la paz en lo profundo.

Miguel Valle

75
Páginas del ARCO IRIS

DICTADO

Verano de mi infancia,
tu cielo tan celeste
cubría mi alborada
y al este y al oeste,
tu sol me iluminaba.

Verano de mi infancia,
recuerdo de inocencia,
tus noches estrelladas
ponían a mi testa
la luna ilusionada.

Verano de mi infancia,
tu lluvia generosa
bañaba mi esperanza
de ver las mariposas
volver por la mañana.

Verano de mi infancia,
ahora que te has ido,
te escribo con nostalgia
palabras que me han sido
dictadas por el alma.

Miguel Valle

76
AZUL

COMPLICIDAD DE ÁRBOL

Volví a caminar por aquellas calles de la infancia. Muchas


habían cambiado y ya no producían aquella sensación de pe-
queña aldea de barrio. Todo se iba transformando en la gran
ciudad que hoy vemos y vivimos, y que a veces nos cobija o
abruma.
Estas mismas calles, antaño adoquinadas o con tramos de
simple tierra apisonada o enarenadas, me vieron pasar camino
a la escuela o yendo a jugar en muchos baldíos; que eran casa,
escuela de vida y potrero. Cerca de uno de esos baldíos, quizás
de uno de los más grandes, transformado en paseo público,
abierto a una de esas calles que tantos recuerdos traen, crecía
un árbol añoso. Quizás por curiosidad pensé si estaría o si sería,
hoy como ayer, confidente, protector y cómplice de algún chi-
quillo enamorado.
Digo esto porque este árbol fue alguna vez casa en las altu-
ras insondables de sus ramas para aquella escala de niño que lo
veía como trampolín de sueños para elevarse y así alzarse a la
altura de las nubes. Y otras veces, fue cobijo de sombras densas
donde reposar de los calores después de ganar en el potrero.
Con el tiempo se convirtió en cómplice y confidente de aque-
llos encuentros furtivos con ella, en ese despertar temprano de
tiernos amaneceres al amor. Allí su calor y su protectora som-
bra nos vieron muchas veces soñar con “ser y crecer”.
Fue ese mismo árbol quien les prestó a mis manos su tierna
corteza, admitiendo compartir y quizás recibir en su corazón
generoso aquel otro corazón con dos iniciales entrelazadas,

77
Páginas del ARCO IRIS

como si con esto quisiera guardar nuestro secreto. Fue el cor-


taplumas de mi viejo, hurtado en un descuido, el instrumento
para plasmar el intento de eternizar lo deseado, y así, dejar
plasmado en tierno símbolo la plenitud de un sentimiento.
Viejo árbol de mi infancia: hoy te busqué por el parque en
que transformaron mi baldío para ver si encontraba aquel sím-
bolo primero. Y estabas allí, casi igual, sólo que ahora custodia-
do por otros de noble estirpe y con nombres latinizados. Pero
Vos te destacabas por tu rusticidad, que alguien con mucha
bondad consideró tu mejor virtud, sin conocer quizás toda la
vida que atesorabas.
Recuerdo de infancia: al verte volvían aquellas imágenes
que resultan imborrables, como la de aquella cicatriz que dejó
en tus brazos muñón, cuando sin razón, nosotros, que éramos
un puñado de mocosos, nos trepamos en tus tiernas ramas.
Vos nos recibiste generoso en tu cuerpo leñoso, pero nuestro
peso quebró aquella rama.
Me aproximé a mirarte, ahora con detenimiento. Vos esta-
bas, un tanto arrugado. Tu piel de corteza evidenciaba como
remedo el mismo paso del tiempo que en mí había incidido.
Cerré los ojos y te palpé, como buscando el consuelo de en-
contrar aún guardado aquel secreto de mi infancia. De pronto,
sentí como flechazo profundo que la punta de mis dedos había
releído, ahora casi desleído, aquel símbolo preciado. Allí estaba
el corazón trazado en mi adolescencia con incisas señales en
tu cuerpo y que Vos conservaste guardado durante todo este
tiempo. Iniciales de nuestros nombres, entrelazadas con pudor,
para ocultar el rubor con que grabé tu corteza.
Hoy tengo la certeza de que cuidaste la promesa que en tu
cuerpo grabé. Quizás así guardaste el testimonio perpetuo de
aquel amor que evoqué.

Alfredo Mors

78
AZUL

TÍTERES

Hacía algún tiempo que el baúl de madera con su curva tapa,


remedando un viejo arcón, se encontraba en el cuarto de los ju-
guetes. Y hacía tiempo que nadie abría esa tapa, ni siquiera para
ver que contenía. Allí, Pedrito dormía en un sueño largamente
soñado junto a Rosita y a otros que hacía mucho que no eran
convocados a participar en la magia y color de fantasía de aquel
teatrino.
Debo decirles que Pedrito y Rosita eran unos títeres, de aque-
llos frágiles títeres construidos con cabeza de calabaza de mate y
papel maché. Sus nombres, con los que se identificaban, habían
sido tomados de un viejo cuento que los vio juntos por primera
vez. Él con su sombrero tirolés, con pluma y todo, y ella, con su
blusa blanca y con un vestidito de pechera bordada de gruesos
breteles y falda acampanada. Ellos no querían ser nombrados
de otro modo a pesar de haber sido convocados a participar de
otros muchos cuentos; donde habían encarnado con su piel de
trapo, cartón, mate y papel muchos otros personajes, que alen-
taban la ilusión de los niños de la casa.
Hoy, dormían en la quietud del baúl de madera. Quizá ya
había pasado el tiempo de estas fantasías de niños y ya no fue-
ran llamados a crear aquella magia de iluminar los ojos de los
pequeños.
Algo pareció despertar a Pedrito de su sueño de muñeco.
Un rayo de sol había penetrado por el hueco de la cerradura
reflejándose en aquel espejito mágico, que en viejo cuento
de hadas, le hablaba a la bruja. Ahora sólo conservaba su

79
Páginas del ARCO IRIS

carácter de objeto. ¡Y vaya a saber qué nueva magia podía


reflejar!
El reflejo en el espejo esparció en el interior del baúl de made-
ra una extraña luz, que de inmediato pareció animar la dorada
varita mágica de la hada de cuentos. Ésta cobró vida y comenzó
a danzar sola en el interior del baúl esparciendo como pequeñas
estrellas de luz que iban despertando los ojos de aquellos títeres.
Entonces todos comenzaron a mirarse. Nadie sabía quién los
podía estar convocando. Era como si estuvieran despertando de
un largo letargo de sueño dormido.
No se explicaban qué podía estar sucediendo. La niña de
la casa hacía tiempo había dejado de crear y recrear con ellos
aquellas viejas historias de príncipes, princesas, leñadores o de
jóvenes ataviadas con rojas caperuzas o dormidas doncellas en-
cerradas en torres de castillos a la espera de un azulado príncipe.
Ella había crecido y guardado en el baúl de madera aquellos
símbolos e instrumentos de historias de sus juegos de niña. Aho-
ra era una joven mujer, madre de una niña y un niño, para quie-
nes deseaba recrear las historias.
Pedrito, Rosita y con ellos muchos otros, fueron nuevamente
tomados en sus manos, que prestaban cuerpo y manos para ani-
marlos a contar nuevas historias; donde se mezclarían la intriga,
la valentía, el coraje, la pasión, el amor y la esperanza, para pro-
longar así la magia de iluminar con ilusión, la vida de los niños.

Alfredo Mors

80
AZUL

BROTA TUCUMÁN

Arrebol de la tarde, plenitud de color,


termina jornada el viejo labriego,
emprende el camino, llamado a sosiego,
él vuelve a su casa, buscando el calor.

Queda en el surco, esfuerzo y sudor,


crece en el bajo, su finca elegida,
caña de azúcar, la preferida
trae en sus tallos, promesa y dulzor.

Destino de zafra, sus cañas tendrán,


vendrán los braceros, trayendo ilusión,
duro trabajo, harán con pasión,
cargando los carros de todo Tucumán.

Alfredo Mors

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Páginas del ARCO IRIS

ÚNETE

Mira la luz del cielo,


oye la voz del viento,
huele la rosa abierta,
come la miel de un beso.

Toca la piel del suelo,


duerme al calor del fuego,
y únete a nuestro anhelo:
“PAZ EN EL MUNDO ENTERO.”

Miguel Valle

82
AMARILLO

CARBONCILLO

Se encontraba allí encerrado entre madera: un simple


carboncillo negro que solo, nada podría haber sido. Estaba
engalanado y a la vez condenado a vivir una vida de prisión,
de madera laqueada de color, con unas inscripciones que
pretendían mostrar, en pocas palabras, letras y números,
algo que definiera su esencia.
Él sabía que así, preso entre madera, nada podría declarar
ni decir. Sólo quizás lucir entre otros de su misma natura-
leza, en adornada cartuchera, o en un cuenco apropiado
a su fin, sobre la pulida superficie de madera de una mesa
especial. Pero se encontraba siempre a mano y disponible
para que su dueña liberara su alma y pudiera entregarse en
alguna rima poética.
Él trataba de destacarse de entre sus iguales, quizás por
el color de la laca de su madera, aún sabiendo que la misma
sólo era cárcel y sostén para permitirle ser lo que debía ser:
un instrumento en manos creativas.
Él quería expresarse y extinguirse poco a poco en un
rasgar continuo de papeles, que fueran recibiendo su negra
sangre de carbón, para así facilitar la transmisión del mensa-
je del cual era portador.
Una mano cariñosa lo tomó, miró sus inscripciones pe-
queñas y decidió que había llegado el momento en que
corriendo sobre blancas superficies, fuera él el instrumento
entre la mente y el papel. Fue elegido. Alguien lo liberaría
poco a poco de su prisión de madera con cortante herra-

85
Páginas del ARCO IRIS

mienta de agudo filo, quitando en cada astilla algo de su


cepo, para descubrir, en breve porción, algo de su alma.
Allí aparecía, expuesta a la luz, su lanza de carbón. ¡Al
fin respondería a su razón de ser! Entonces, la madera que
lo aprisionaba y con ella él mismo, fueron tomados, en un
gesto que parecía conocido, entre los dedos de una mano
femenina que se valdría de él para contar una historia.
Comenzó así a derramarse gota a gota, punto a punto y
trazo a trazo en una carta amorosa. Su alma iba quedando
adherida al papel, siendo parte del mensaje, sin ser él; pero
sabiendo que así cumplía con su fin último. Entonces com-
prendió que nunca más volvería a su prisión de madera y
que su esencia quedaría ligada por siempre, indisolublemen-
te, a ese particular mensaje.
La mente, el brazo, la mano y los dedos, presionando y
guiando suavemente la madera que lo aprisionaba, le ha-
bían dado vida. ¡Hoy había alcanzado, al fin, la madurez de
su ser! Hoy podía definitivamente denominarse lápiz.

Alfredo Mors

86
AMARILLO

LA FIESTA DE LA FAUNA

Sucedía una vez, en un lugar de la tierra


una gran fiesta en donde bichos y fieras,
se reunieron para ir celebrando
un nuevo año que iba llegando.
Era de noche y puro regaño
se escuchaba del pico del gallo,
que acostumbraba dormirse temprano,
pero esa noche se estaba aguantando.
Y estaba el lobo diciendo a la oveja,
que le parecía algo exagerado,
que ella haya ido a la fiesta,
con armadura de hierro y candado.
Mientras la orquesta sonaba de fondo,
alegres bailaban la rana y el mono.
Y los concurrentes abrían camino
para permitirle bailar al zorrino.
El puercoespín estaba extrañado,
porque todo el mundo quiso esquivarlo.
_ ¡Qué malos amigos! _, dijo enfadado,
_ ¡Yo que tan sólo quería abrazarlos!_
Y ya en lo mejor que marchaba la fiesta,
un apagón calló a la orquesta.
Y sólo un balido como un alarido,

87
Páginas del ARCO IRIS

se oyó desde el centro de esas tinieblas.


Volvía la luz mostrando la escena
de que la oveja se encontraba muerta.
El pavo asustado no esperó hasta la cena,
y se fue acercando sutil a la puerta.
_ ¡Tranquilos señores!_ rugía el rey león.
_ ¡Qué aquí no ha pasado nada,
que la oveja descanse en la ensalada
y que la orquesta siga su son !_.
¡Cómo aplaudían aquellas palabras,
el lobo, la hiena y otros más!,
Y preguntó una tortuga que recién llegaba:
¿Me he perdido de algo en especial? _.
Fue a buscar el león a la cebra,
porque aproximaba la hora cero,
y solo encontró esta nota discreta:
“Tuve que irme. ¡Feliz año nuevo!

Miguel Valle

88
AMARILLO

CINCO HERMANITOS

Cinco hermanitos
se van a jugar
y meñiquito
no quiere faltar,

aunque el de al lado
lo quiere anular,
porque es chiquito
y puede llorar.

Siempre en el medio
el hermano mayor
cuida de todos
en la formación.

Y el que está al lado


indica un lugar
muy apropiado
para descansar.

89
Páginas del ARCO IRIS

De la manito
felices se van,
y el más gordito
se llama pulgar.

Miguel Valle

90
AMARILLO

LA CADENITA DEL AMOR

Dicen viejas lenguas, que en lo oculto de una cueva,


vivía una brujita llamada Carafrita.
Ella no era bella, ni princesa, ni doncella,
ni salía con su escoba a volar por las estrellas.
Era esta brujita, de todas, la más fea,
que ni bestias ni alimañas se acercaban a su cueva.
Un día en su caldero vio una imagen claramente,
la del joven caballero, del linaje Grandes Dientes.
Carafrita enamorada de este joven Grandes Dientes
se ponía a hacer hechizos, para darle buena suerte.
Pero el joven caballero con sonrisa de conejo
se pasaba día y noche dando vueltas por el bosque.
Por el bosque él buscaba, entre las flores perfumadas,
a la más linda florcita, cuyo nombre era Jacinta.
Jacinta era tranquila, solitaria y algo extraña,
y soñaba huir del bosque para irse a la montaña.
La florcita soñadora, con su dulce pensamiento,
añoraba un día casarse, con su gran amor el viento.
Pero el viento no bajaba de la más alta montaña,
donde todas las mañanas, se metía, suavemente,
por la entrada que llevaba hasta el lecho de su amada.
Y aunque ella lo ignoraba, él la amaba intensamente.

91
Páginas del ARCO IRIS

Lo que al viento cautivaba eran los nobles sentimientos,


que tenía esta brujita, que llamaban Carafrita.

Miguel Valle

92
AMARILLO

TITICO EL PERIQUITO

Titico era nuestro periquito, de verde plumaje y de inculto


lenguaje. Llegó un día a casa, quién sabe desde dónde, con
alas muy cansadas y el hambre de dos hombres.
Papá, que es carpintero, le fabricó un lorero, con todo lo
preciso, para el genial Titico. Y allí pasó los días, en nuestra
compañía, repitiendo, casi a diario, algún nuevo comentario.
Mamá, que es enfermera, le brindó muchos cuidados: en
otoño, en primavera, en el invierno y el verano. Y así pasó los
días, nuestro amigo el gran Titico, y a todos nos parecía el
más lindo periquito.
Al parecer, no compartían de este buen concepto, mi
gatita Sofía y nuestro perro Prudencio. Estaban muy ce-
losos, ya que la algarabía, era la nuevo avecilla, que hasta
cantaba de gozo.
Cuando papá volvía del trabajo, Titico batía diez aletazos,
movía su cabeza de lado a lado, y daba vueltitas para feste-
jarlo. Luego, parlaba como para asombrarlo, diciendo que el
clima estaba algo templado, que el euro y el dólar estaban
bajando y que Navratilova era buena en el piano.
Cuando mamá estaba en la cocina, Titico gritaba: —¡Sin
ajo y sal fina! ¡La papa está dura! ¡La carne está oscura!
¡El postre está verde! ¡¿Qué quieres hacerme?! Mamá lo
calmaba con algo de agua, y caricias, al pico del buen pe-
riquito. Sofía miraba, Prudencio ladraba, y yo hacía barqui-
tos y algún avioncito...

93
Páginas del ARCO IRIS

Un día de verano, papá llegó mojado, porque caía una


tormenta con rayos y centellas. Ese día no se oían los alegres
aletazos, ni palabras del mal clima, o del dólar, o el trabajo.
Papá se fue a su cuarto a ponerse ropa seca, y no hizo gesto
ni pregunta de la emplumada ausencia.
Mamá volvió de compras y se puso a hacer la cena, y me
dio un par de bolsas de la comida “Mascotas crezcan”. La
serví en los dos platos, el de Sofía y el de Prudencio, y el perro
a poco rato no dejó rastro del alimento. Sofía no probó nada:
estaba echada y algo redonda... Se veía muy relajada, como
preñada sobre su alfombra, levantó su blanca cabeza, me
miró y me guiñó un ojo... Dio un maullido breve y le pude
ver los bigotes verdes.

Miguel Valle

94
AMARILLO

LA PRUEBA

Esta es la forma sencilla, en que quiero contar lo ocurrido.


Ayer, antes del mediodía, en la clase de Cívica... Sigo:
Estaba sentado en mi silla, con lápiz, cuadernos y libros,
manzana, un flan de vainilla, y araña en un frasco de vidrio.
Entró el profesor Simpatía (es que todos así le decimos),
les juro que un gallo de riña es más tierno que este cretino.
Nos dio un siniestro “buen día” y “sacar una hoja” nos dijo.
Fechar y poner prueba escrita y, por cierto, no dio previo aviso.
Con trece años yo encima, mal número, suerte o destino,
me vino a tocar por consigna: “Defina: honesto Individuo.”
Palabras jamás en mi vida, usadas en juegos de niños,
leídas en las golosinas, u oídas en los Pitufitos.
De tanto silencio que había, sentía mis propios latidos.
Mi mano, como gelatina, bajaba temblando hacia el cinto.
Allí estaba escondida, grabada en algún papelito,
la fiel respuesta pedida... ¡Copiarla debía mi alivio!
Y en esa maniobra emprendida, con suma cautela y sigilo,
el cinto enganchó con su hebilla, mi lindo reloj amarillo.
“La suerte a veces fastidia —y sin que le demos motivo—,
por eso no tengan envidia, del calmo vivir de un vecino.”
Disculpen la palabrería; les sigo contando del cinto:
el traidor accesorio quería que saque, yo, menos de cinco.
Por ver más de cerca la hebilla no puse atención al cretino,

95
Páginas del ARCO IRIS

y así, el profesor Simpatía, de pronto a mi lado se vino.


—Alumno, ¿algún problemilla? —me dijo con poco cariño.
Y yo, muy nervioso en la silla, pateé algún frasco de vidrio.
—¡Ponga sus manos arriba!, ¿o tiene usted algo escondido?
La causa estaba perdida: El tirano me había vencido.
En ese momento veía, subiendo por los botoncitos
de blanca y fina camisa (de aquel profesor tan temido),
mi muestra para biología, que había pasado su ombligo,
subía y no era chiquita. Y bueno... ¡Después vino el grito!
Cositas que tiene la vida —ya saben, humor y fastidio—;
y así, vi salir en camilla a quien entró con martirio.
Hoy cae una fina llovizna, y puedo quedarme dormido,
y junto a la araña este día, estamos los dos suspendidos.

Miguel Valle

96
AMARILLO

MI NEGRA

Al principio, no la había visto. Es más, ni siquiera sabía


que pudiera existir algo así, al punto que incursioné, quizá
tontamente, con otras que no terminaban de satisfacerme.
Era como si no hubiera con éstas, esa extraña compati-
bilidad que pocas veces se da. Algo siempre quedaba como
desajustado: o muy grande o muy chico. No sé...
Hasta que la vi. De entrada, fue como un sutil flechazo.
Había estado un tanto apartada, como si no quisiera mez-
clarse con las otras, que venían de haber hecho shopping
por largo tiempo.
Estas últimas, vestían con una suerte de prendas trama-
das o caladas de una extraña fibra que las cubría, dejando
solo a la vista, sus brazos y piernas —por cierto, nada des-
agradables.
Les decía que la vi y allí comenzó un gran enamoramien-
to. La miré con detenimiento y cabalmente comprendí que
sería una compañía casi perfecta. Su estructura sutil, con
piernas finamente torneadas y sus pies, enfundados en unas
pequeñas zapatillas, que las dejaban ver casi en su totalidad.
¡Y su color! Ébano purísimo. Al punto que se destacaba
claramente de las otras que allí estaban.
Al instante, comprendí que debía procurar, por todos
los medios, que fuera solo mía. Presentía que podría darse
entre nosotros una especie de compatibilidad total, como si
hubiéramos estado hechos el uno para la otra y viceversa.

97
Páginas del ARCO IRIS

Me aproximé, y de entrada nomás me aceptó, sin pa-


labras, en su presencia. Nos aproximamos y allí nomás
comenzó un romance que, ahora sé, se prolongaría por un
tiempo solo signado por un idilio permanente.
Allí donde yo estaba, me acompañaba como una presen-
cia eterna, donde parecía que una extraña simbiosis se había
producido.
Demás está decir que la consideré única e irrepetible.
Degustábamos juntos los más exóticos platos de la cocina
local, que parecía era de su preferencia; culminados, habi-
tualmente, los sábados con ese postre especial... Ustedes me
entienden. Y, luego de una larga noche, un desayuno con
café, finos productos de panadería artesanal y jugos de las
mejores frutas de estación.
Juntos pasamos largas horas a la luz de la luna en aquel
patio, compartiendo el aroma de algún buen cigarro y pro-
longada charla.
Sus curvas eran perfectas y enseguida lo comprobamos.
Fue un encuentro piel a piel, en algo que nos fundía en un
encuentro total, donde cada centímetro de ella se me ofre-
cía, generoso, hasta unirnos de un modo cabal.
¡Mi negra! Te nombro, y vuelven a mí los más bellos
recuerdos de tantos momentos compartidos...
Confieso que el entendimiento era tan profundo, que
hasta sentía celos si alguien siquiera te miraba y, mucho
más, si pretendía tener contigo algún acercamiento.
Todo se desarrolló armoniosamente, en un diálogo per-
manente, hasta aquel fatídico 15 de diciembre.
Como todos los días, desde no se cuando, estábamos
muy juntos. Nada hacía presentir que nuestra relación pu-
diera siquiera sufrir el más mínimo deterioro. Hasta que, no
se si tu intuición te hizo presentir que yo, tontamente, había

98
AMARILLO

mirado a aquella colorada de torneadas piernas, enfundadas


en largas botas plateadas.
¡Qué fatalidad! En un instante todo se quebró. Te me
escurriste como profundamente dolida, quebrada. Ya no
quisiste siquiera tener contacto conmigo. Me dejaste demu-
dado, vencido... Tirado en el piso con toda mi humanidad
afectada.
Allí, comprendí que nunca más podría tenerte y compar-
tir aquellos momentos que nos vieron juntos y que eran el
comentario de tantos.
Para qué seguir. Sólo me quedará, de ella, su bello re-
cuerdo.
Una cosa me resta decirles para despejar toda duda de
esta relación que me conmovió: mi negra era mi pobre silla
plástica, adquirida en el súper.

Alfredo Mors

99
ANARANJADO

101
ANARANJADO

LETRAS EN LA SELVA DE PAPEL

A una selva toda hecha de papel, habían viajado todas


las letras. Ellas eran muy aventureras, por eso decidieron
explorar la selva, y para este cometido, se dividieron en
pequeños grupos que irían por distintos lugares. Una vez
organizados los grupos, se fueron internando en ese no-
vedoso mundo para ellas e iban dejando sus huellas por
donde pasaban.
De los grupos de letras había uno bastante particular,
ya que para empezar, no se habían puesto un líder, lo que
permitía que los seis integrantes de ese grupo pudieran
expresar sus ideas y propuestas para seguir el mejor cami-
no.
La primera de las seis letras, iba acotando ánimo, ayu-
da, alivio, armonía, amor... y cosas así.
La segunda letra moldeaba mimos, melodías musicales,
momentos mágicos y muchas de estas cosas.
La tercera letra inspiraba igualdad, imaginación, inte-
gridad, ilusión, etc.
La cuarta letra gozaba de generosidad, gentileza, grati-
tud, genialidad y ganas de muchas cosas positivas.
La quinta letra olvidaba los rencores, oraba por la paz
del mundo, era ordenada y muy orgullosa de sus amigos.
Y por último, la sexta letra del grupo era sabia, solida-
ria, sincera y siempre servicial.

103
Páginas del ARCO IRIS

Así fue como este hermoso grupo de seis letras cami-


naron por esa selva de papel, impregnándola de todas
esas cosas buenas que llevaban.
Cuando retornaron al punto de encuentro acordado
para reunirse con las otras letras, se encontraron con que
muchas de ellas habían sufrido heridas, otras se extra-
viaron, y otras venían enojadas. Viendo este deplorable
panorama, el grupo de seis letras que llegaron sanas y
alegres decidieron no separarse jamás, y juntas vivieron
para siempre en una sola palabra: AMIGOS.

Miguel Valle

104
ANARANJADO

ANIMALANDIA

Animalandia era un gran país, en donde sus habitantes


(animales todos ellos), vivían en depredadora paz.
Un día, los animales gobernantes determinaron que,
una vez al año, se celebrase, en ese país, El día de la amis-
tad animal. En el cual, quedaría completamente prohibido
obedecer el instinto de cacería; y es más, hasta deberían
hacerse obsequios y buenas acciones para incentivar la
amistad.
Cuando ese comentado día llegó, las calles de Ani-
malandia estaban ornamentadas y llenas de colores ale-
gres. Un perro de gran porte ayudaba, gentilmente, a bajar
un gato que había quedado arriba de un árbol, quién sabe
porque extraña razón.
Un oso hormiguero permitía, con gran entusiasmo, que
unas traviesas hormigas se deslizasen por su larga trompa,
como si fuera un gran tobogán; lo raro fue que ninguna
hormiga logró tocar el suelo.
El sapo quiso demostrar su interés por la amistad del
grillo, así que compró un violín, y al regalárselo le dio un
beso, tan pero tan grande, que el pobre grillito desapare-
ció en él.
A la puerta de la casa del ratón, había llegado el gato,
quien invitó al roedor con un irresistible trozo de queso
puesto sobre una plataforma metálica, con una tarjetita
que decía: “Un ratón como vos vale por dos”. El ingenuo

105
Páginas del ARCO IRIS

ratoncito, al querer tomar el trozo de queso, sintió con es-


trépito cómo su vida realmente se dividía en dos.
Y bien, así estaban las cosas en Animalandia, con esa
extraña manifestación de la amistad. Los animales gober-
nantes, viendo que los festejos se desenvolvían en un clima
de misteriosas desapariciones y emigraciones, se les ocurrió
otra idea para estimular el fortalecimiento de los lazos so-
ciales de población, así que decretaron dar un premio al
mejor amigo, a aquel ciudadano que demostrase una acti-
tud de querer, realmente, ser amigo de los demás.
Pero las demostraciones de afecto entre los animales
volvieron a desarrollarse de forma similar: cada vez más ga-
tos se resignaban a vivir arriba de los árboles, lo que hacía
que las aves emigraran a otros cielos. Las hormigas ya no
salían de sus hormigueros y no sólo en el invierno, sino en
todo el resto del año. La música de los grillos era cada vez
más escasa, y había violines tirados en las calles, sin grillos
que los ejecutasen. Los ratones ya no comían queso por el
peligro que esto significaba y así, morían desnutridos.
Los animales gobernantes, sin saber qué hacer, agacha-
ron la cabeza y renunciaron al poder, para ir a lamentarse
junto al pueblo. El pueblo de Animalandia, al ver ese noble
gesto de sus exmandatarios, decidieron darles el premio
al mejor amigo con una placa que decía: “No gobierna el
que manda, sino el que da el buen ejemplo”.
Feliz día del amigo!.

Miguel Valle

106
ANARANJADO

AMIGA

Hoy quiero pensar contigo


en emprender nuevo camino,
imaginar que existe un destino
y puedo llamarme tu amigo.

Recibir tus versos de fantasía


es paladear la dulzura,
pues das plenitud y hermosura
a tu tierna, sentida poesía.

Alfredo Mors

107
Páginas del ARCO IRIS

INICIALES GRABADAS

Incisas señales grabadas


y en el árbol guardadas.

Iniciales de nuestros nombres


en su cuerpo de finos mimbres
se entrelazan, con pudor,
para ocultar el rubor
con que grabé su corteza.

Hoy veo, con gran certeza,


que guardaste la promesa
que aquel corazón confiesa.

Alfredo Mors

108
ANARANJADO

PERLA ESCONDIDA

La noche prestó su oscuro ropaje


a la perla dichosa, enamorada;
así escondió, bella, recatada,
piel de jazmines de blanco linaje.

Alfredo Mors

109
Páginas del ARCO IRIS

EL RÍO

Me arrimé un día al río,


y el río se arrimó a mí.
Manso correr de aguas que vienen
portando mensajes
de lejanos paisajes.

Me arrimé un día al río,


y el río se arrimó a mí.
Un llanto eterno sentí que lloraba,
había besado y así lo añoraba.

Playas de rosas, aroma a jazmines,


venía de lejos antiguos confines.
El río me trajo, memoria, calor,
tenía, en su aguas, nostalgias de amor.

Me arrimé un día al río,


y el río se arrimó a mí.

Alfredo Mors

110
ANARANJADO

QUIMERA

Siempre miraba, allá en lejanía,


azules montañas que no conocía;
así imaginaba, lugar que escondía
tesoros de dicha, ríos de alegría.

Siempre miraba, allá en lejanía,


arreboles, colores, en suave armonía;
instantes de luz, de bella poesía
que traen nostalgia y melancolía.

Hoy soñé con cruzar la tenue frontera,


elevarme a los cielos... cómo quisiera
cruzar las montañas, una quimera;
encontrarme contigo, por vez primera.

Alfredo Mors

111
ROJO

EL INTERMEDIARIO

El viejo corazón que me acompaña,


me dice que está loco por tenerte,
que quiere palpitarte hasta la muerte...
Me jura que, esta vez, no es una maña.

Parece que esta vez él no me engaña,


y quiere le permitas ir a verte,
su ritmo emocionado ya es tan fuerte,
que puede derribar una montaña.

Hermosa señorita veinteañera,


soy sólo yo un modesto intermediario,
que busca tu respuesta más sincera.

Tarea que me pide muy a diario,


mi amigo que te sueña, compañera;
quisiera, ahora, oír tu comentario.

Miguel Valle

115
Páginas del ARCO IRIS

EL PRONOMBRE ACOSADO

Por un papel perfumado se paseaba el pronombre acosa-


do, pues una palabra muy corta de él se había enamorado.
Y allí iba el apuesto pronombre, perseguido por esa palabra:
él corría por las oraciones, pero ella nunca se le despegaba.
En la línea de un juramento, él se metió y ella lo encon-
tró; los atraparon, en ese momento, los delatores signos de
exclamación. Para el colmo de las indiscreciones, los expu-
sieron como en tres renglones, como si ellos dos solos basta-
ran para reemplazar todas las palabras.
Ayudado por un punto y aparte, de renglón él pudo sal-
tarse, pero la palabra muy enamorada, no le daba tregua...
no lo abandonaba.
Y así, corría el pronombre hasta llegar al borde de una
confesión; y de un salto, al margen, él quiso aferrarse, pero
un lápiz marrón encerró al galante junto a la palabra dentro
de un corazón.
Ya estando solos en esa figura, él bien la miró, y sintió de
pronto inmensa ternura que hasta declaró, que en todo el
mensaje de aquella escritura, él siempre la nombró, y bajo
un púrpura beso al final del texto, se besaron los dos.

Miguel Valle

116
ROJO

ROMANCE DE HAMACAS

Hacía un tiempo que había regresado a la ciudad que lo


vio nacer, y donde se crió y vivió por largos años.
Muchos de los lugares aún conservan ciertos rasgos que,
para Rodolfo, constituyen hitos o referencias que él asocia
voluntaria —o involuntariamente— a hechos y circunstan-
cias de su propia vida.
Hoy, sintiéndose de vuelta de muchas experiencias que
lo habían marcado, entre las que destaca un matrimonio
fracasado y la falta de contacto con la que fue su familia,
decidió salir a caminar quizás, en busca de alguna evocación
de aquellos momentos en los que sentía que podía degustar
cada instante de su vida.
Caminó muchas de las calles que ya conocía, y fue en-
caminando sus pasos hacia el centro, cruzando esa especie
de largo tajo lineal arbolado de la vieja cañada que lo había
visto transitar en busca de algún encuentro furtivo. Pero hoy
no era ese el objetivo. Quería, para sí, algo distinto: un re-
cuerdo, una imagen olvidada, una sensación ya degustada y
que —por esas raras cosas que suelen suceder— hoy, quizás,
volviera a experimentar.
De pronto, supo que allí estaba el lugar que andaba bus-
cando. En medio de una cuadra de una estrecha calle urba-
na, se abría un gran patio, limitado al frente por una verja
alta adornada con rejas que, permitía ver hacia su interior,
un espacio muy amplio, arbolado y con juegos infantiles,
bancos, fuentes y algunas farolas de hierro fundido... Orga-

117
Páginas del ARCO IRIS

nizado, todo, mediante caminos y senderos con fino pedre-


gullo.
Allí estaba: gota de agua fresca en medio de la dureza del
cemento de las construcciones circundantes. Quizás, pro-
ducto de la generosidad de alguien que había experimenta-
do la necesidad de solaz, en medio de la inmensidad de la
ciudad que continúa su desenfrenado crecimiento.
Entró en este patio, y comenzó a recorrer sus senderos,
sin tener aún un rumbo fijo. Eligió sentarse en un banco, de
esos típicos de plaza, con estructura de hierro fundido y con
asiento y respaldo de listones de madera dura, separado en-
tre sí. El mismo se encontraba junto a otros, delante de un
cantero sobreelevado, construido recostado contra una de
las paredes laterales del gran espacio.
Era una tarde apacible luego de un soleado día de pri-
mavera, en el que el astro rey había acompañado toda la
jornada y, como suele suceder en esta estación, no soplaba
siquiera una brisa.
A su espalda, en el cantero, había dos plantas en espalde-
ra contra la pared y que, de inmediato, le recordaron otras
circunstancias y lugares, que le resultaban particularmente
gratos: un jazmín florecido y una glicina. Sus particulares
aromas comenzaron a incidir en su percepción lo cual indu-
jo en él, una ensoñación.
Frente a él, había un espacio abierto, ocupado por una
estructura metálica que sostenía tres hamacas —eterno jue-
go infantil— que se encontraban vacías, a esa hora de la
tarde. Algo hizo que las mirara detenidamente. Su mente
comenzó a experimentar una cierta nostalgia; quizás, evo-
cativa de su niñez. En eso, una de las hamacas comienza un
suave balanceo de adelanta hacia atrás. Sola, sin que nadie
la moviera, en ese tranquilo y apacible día. Más y más se iba
moviendo y elevando en cada pasada su vuelo. Sus cadenas

118
ROJO

tensadas parecían soportar algo como el peso de un niño


hamacándose. Si hasta se percibía ese curvarse de la tensión
de las cadenas al llegar al punto más alto del movimiento,
para luego iniciar el descenso en uno u otro sentido.
En eso, miró una segunda hamaca vecina, que estaba ya
en movimiento y comienza a elevarse desde una posición de
reposo y sin que se observe mano alguna que la impulsare.
Al principio, suavemente, y luego más y más iba creciendo,
en altura, el elevarse de esta hamaca. Las observa y, con
ellas, se percata de su color: la primera era de un intenso
azul brillante; en tanto, la segunda —la que se había suma-
do al movimiento— era de un suave rosa.
Al principio, el subir y bajar de ambas hamacas se diría
que era descompasado: Cada una seguía su propia pauta y
se cruzaban a ritmos diferentes, hasta que pareció que em-
pezaban una especie de danza, donde cada una interpreta-
ba una parte de una melodía que, primero en contrapunto
y luego en sutil armonía, las iba conjugando. La primera
hamaca, azul había aminorado su marcha para adecuarse al
suave balanceo de la segunda.
El aroma de jazmín y glicina pareció incrementarse su-
mándose, veladamente, a la conjunción armoniosa del ir y
venir de las hamacas que, ahora, ensayaban algún tipo de
movimiento lateral que las hacía aproximarse y alejarse en-
tre sí.
Rodolfo no salía de su asombro y así, abstraído y extasia-
do en ese mirar, fue recordando... ¡Hacía de esto tanto tiem-
po! Amalia con sus 12 años y él, con trece. La placita de su
barrio con juegos infantiles, sube y bajas, toboganes, pero
sobre todo, hamacas que invitaban a iniciar la sensación del
vuelo. Amalia, con su flequillo y pelo renegrido sujeto con
una de esas gomitas de colores, formando una cola de ca-
ballo; sus zapatillas de colores, y su corta pollera que parecía
agitarse a cada movimiento de la hamaca. Él, con su jean

119
Páginas del ARCO IRIS

azul y una remera estampada con la cara de vaya a saber


qué conjunto musical de moda.
Rodolfo y Amalia... y un entendimiento de gestos sobre-
entendidos que, casi sin palabras, los hacía compartir esos
momentos de hamacas y paseos, donde el sólo mirarse
hacía aparecer un subido rubor en sus mejillas. Un amor no
confesado. Alegría y timidez, a un mismo tiempo.
Vuelve a mirar las hamacas que, ahora, van ejecutando
un baile acompasado, subiendo y bajando juntas, como si
no quisieran alterar la armonía lograda.
El balanceo lateral se incrementa, llegan a tocarse, hasta
que en uno de los vuelos se produce el cruce: Sus cadenas
se entrelazan sin que se produzca ningún choque. Así, uni-
das, continúan el vuelo que va disminuyendo su intensidad
hasta lograr el reposo, pero siempre unidas. La hamaca rosa
y la azul.
La tarde va perdiendo los últimos rayos del sol, y los sua-
ves tonos de un atardecer acompañan el pensamiento de
Rodolfo que, hoy como ayer, volvía a elevarse a las alturas
de su sueño de niño, compartido con Amalia.

Alfredo Mors

120
ROJO

LLAMADAS EN LA LLUVIA

Caía una fina llovizna en esa tarde gris de otoño. Amalia


se encontraba sola, como tantas veces en el último tiempo,
en su departamento en el que había vivido casi desde que
tenía memoria.
Estaba en ese cuarto que le servía de lugar para encontrar
el reposo en las lecturas, en las que buscaba y a veces en-
contraba, alguna punta al ovillo en que se había convertido
su vida, y que muchas veces la sumía en una profunda me-
lancolía.
Sentía que, con sus 40 años, se encontraba en un par-
ticular momento de su vida, luego de haber concluido la
relación que mantuvo con Esteban, casi desde que eran
adolescentes, cuando lo había aceptado a él en ese que fue
su despertar al amor.
Dejó, junto al sillón, el libro que estaba leyendo y comen-
zó a mirar hacia la ventana —cuyas cortinas se encontraban
descorridas—, dejando ver los cristales en los que se iban
deslizando, suavemente, pequeñas gotas de agua de la
persistente llovizna. Ésta, la lluvia, y ella con sus recuerdos,
especialmente, de aquella despedida que la separó de Ro-
dolfo. Melancolía asociada, desde aquel momento, a la par-
ticular atmósfera generada por la llovizna.
Suena el teléfono: No esperaba ningún llamado en par-
ticular, ya que había restringido, sensiblemente, sus rela-
ciones. Como si buscara, en la tranquilidad de los rincones
conocidos de su hogar, una cierta sensación de paz.

121
Páginas del ARCO IRIS

Atendió el llamado:
—Hola, ¿quién habla?
Del otro lado, sólo se escuchaba algo como una respiración
y un raro silencio.
Vuelve a preguntar:
—¿Quién habla?
De nuevo, silencio, y un cortarse de la comunicación.
No entendía que podía ser ese extraño llamado. Pensó,
quizás, en una broma de mal gusto, o en alguien que esperaba
una respuesta distinta. No podía imaginar quién, de los que
tenían su número telefónico, podía estar actuando así.
Volvió junto a la ventana. Continuaba cayendo una fina
llovizna. Miró hacia la calle, dos pisos más abajo. Muy pocas
personas se divisaban a esa hora desapacible.
Una silueta con impermeable y paraguas dejaba la cabina
de teléfono público ubicada en la vereda de enfrente, casi lle-
gando a la esquina.
Algo en su modo de caminar o en su porte le resultó va-
gamente familiar o, al menos, conocido... pero no podía ser.
Sabía que él se había radicado en la Capital hacía mucho tiem-
po, cuando comenzó a trabajar como ingeniero de planta en
aquella industria; y luego, supo que se había casado.
En eso, le pareció que la figura en cuestión se daba vuelta y
elevaba su mirada hacia su ventana. Fue un leve gesto velado a
la distancia por la bruma de la llovizna.
¿Sería posible? ¿Después de tanto tiempo? Volvió a pensar
en el llamado. ¿Sería él? Y entonces... ¿por qué no se dio a co-
nocer?
Los recuerdos volvían en torbellino sin ser llamados. Aquella
placita del barrio con juegos infantiles: el tobogán, los sube y

122
ROJO

baja... pero por sobre todo, las hamacas. Aquellas en que había
experimentado, junto a Rodolfo, la sensación de volar.
¿Por qué justo hoy cuando acababa de cumplir los años
hacía menos de una semana?
Fijó la vista en los cristales de su ventana. Las pequeñas go-
tas se deslizaban formando dibujos desiguales, juntándose y
alejándose alternativamente, dejando finos trazos.
Así, como finos trazos de lluvia de lluvia en un cristal, se
mostraban sus recuerdos. Dos gotas de agua que un día se
juntaron e intentaron un viaje o vuelo de hamacas hasta que,
casi en un instante, comenzaron caminos divergentes.
¿Sería efectivamente él? ¿Por qué no se dio a conocer en el
llamado? ¿Qué ocultaría?
Rodolfo había vacilado. En el momento de escuchar nueva-
mente a Amalia, después de tanto tiempo, había vacilado. No
había encontrado palabras para darse a conocer y así, reesta-
blecer una comunicación interrumpida hacía mucho tiempo.
Al menos, eso sí, la había escuchado. Era la misma voz que,
aún, resonaba en sus oídos... Como un eco manifiesto de sus
propios recuerdos.
Había caminado varias cuadras desde aquella cabina tele-
fónica próxima al edificio dónde, hoy, había podido confirmar
que ella continuaba viviendo.
Decidió regresar. La lluvia continuaba mojando las calles,
veredas y árboles. Caminó cavilando y pensando cómo sería
restablecer una comunicación cortada hace tiempo.
Una gota de agua se deslizó por el borde de su paraguas.
Habían sido muchas las que, así, habían caído en esa particular
tarde. ¿Por qué fijarse hoy en esta?
Hace tiempo, otras gotas, otra lluvia. Un despedirse con un
suave beso y tantos besos que quedaron guardados y no com-

123
Páginas del ARCO IRIS

partidos, bajo aquella lluvia que los vio alejarse como gotas de
agua que se deslizaran, separándose en trazos diferentes, sobre
los cristales de una ventana.
Llegó a la cabina telefónica. Marcó el número que, ahora sa-
bía, continuaba siendo el de ella. Esperó lo que le pareció una
eternidad. Uno, dos, tres, cuatro veces sonó el teléfono antes
de escucharse:
—Hola, ¿quién habla?
—¿Amalia? Soy Rodolfo.
—¿Dónde estás? ¿De dónde estás llamando? Hace tanto
tiempo que no sabía de vos...
—Estoy aquí, casi frente a tu casa. ¿Podré verte?
—Puede ser. No podía creer que fueras vos. Ya bajo.
—Te espero.
Amalia buscó su impermeable de un suave mostaza y su pa-
raguas al tono, y bajó. Él se encontraba parado, mirando cómo
ella iba a su encuentro, bajo su paraguas negro.
Continuaba cayendo la fina lluvia.
Ambos, caminaron lentamente, como contemplándose —
primero— desde lejos. Las gotas de agua caían lentamente de
sus paraguas. Se pararon muy cerca. Se miraron. ¡Hacía tanto
tiempo! Se encontraron. Dos paraguas empezaron a moverse
muy juntos, alejándose, mientras de ambos caían pequeñas
gotas de agua que iniciaban, ahora sí, un nuevo viaje.

Alfredo Mors

124
ROJO

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Páginas del ARCO IRIS

REBELDIA

Debería dejar de mentirme,


y, con mucha sonrisa, vestirme;
y al pararme frente a tu presencia,
no tendría temor ni decencia.

Debería mostrar la cadencia


de mi cuerpo, gritando la urgencia
de tenerte o tener que morirme,
si no puedo, a tu piel, adherirme.

Debería poder permitirme;


ciegamente, llegar a sentirme
tan dichoso de que, mi existencia,
se dedique a cumplir tu exigencia.

Debería dejar la creencia,


de que dicta mejor la conciencia,
sobre asuntos que deben decirme,
si luchar por tu amor o rendirme.

Miguel Valle

126
ROJO

TABACOS ENCENDIDOS

El trozo de madera había estado allí durante mucho tiem-


po. Retazo vaya a saber de qué partida que se usó para cons-
truir algún mueble de estilo, en el taller de carpintería. No
era grande ni pequeño. Apenas un poco más que un taco o
despunte de un puntal.
De pronto, había adquirido importancia. Lo tomé entre
mis manos y lo deposité sobre el banco de carpintería. No te-
nía previsto realizar, con el mismo, ningún trabajo; ni cumplir
con ningún encargo particular.
Empecé a contemplarlo con detenimiento: Me llamó la
atención lo intrincado de su veta irregular, con infinidad de
pequeños nudos, el color rojizo de sus fibras. Empecé a ima-
ginar qué hacer con el mismo.
Busqué algunas herramientas —formones, gubias, alguna
sierra de arco pequeña—, y las fui disponiendo para tenerlas
a mano.
Tomé el trozo de madera, y lo coloqué en la prensa de
madera del banco de carpintero. Comencé a hacer algunos
cortes y, acompañando los mismos, empecé a percibir que,
junto con el aserrín que se generaba, se desprendía un aroma
de resinas contenidas que inundaron —como suave bálsa-
mo— la quietud del taller.
Continué quitando partes de esa —por ahora— informe
estructura de madera, y la forma comenzó a imponerse por
sí misma. Allí estaba aprisionada y pedía ser liberada. La labor

127
Páginas del ARCO IRIS

estaba definida. El cuenco para poner el tabaco ya podía con-


siderarse una adecuada cazoleta, y también empezaba a defi-
nir el cilindro destinado a conectarse con una boquilla negra.
Comencé el delicado trabajo de pulir las superficies que
habían quedado expuestas y, con esta labor, se evidenció
toda la belleza de la intrincada veta, con dibujos como pe-
queños puntos —o nudos— que semejaban flores. Pulí cada
segmento de la pequeña pieza y, cada tanto, la tomaba en
mi mano, como si hubiera estado destinada desde siempre a
estar allí.
Decidí aplicarle un lustre casi mate, con muy poco brillo, a
fin de permitir que la madera expresara toda su belleza natu-
ral, al par que permitiera percibir su calidez.
Ajusté una boquilla que ya tenía, y la contemplé: Había
completado la pequeña obra. Era uno de esos objetos pensa-
dos y logrados para darme un doble gusto: hacerlo y luego
disfrutarlo.
Comencé a usarlo del modo que había aprendido en
experiencias anteriores: coloqué una pequeña cantidad de
tabaco de la mezcla que más apetecía, encendí un fósforo de
madera, y comencé a degustar el sabor del tabaco, mientras
de la pipa —pues de ese objeto se trataba—, iban elevándose
unas volutas de humo blanquecino de formas indefinidas.
Estaba sentado en el mismo taller, en un sillón de madera
que nunca nadie retiró, y que había adoptado para mí: quizás
por su rusticidad o la comodidad de sus formas; y en el que
podía sentarme, sin cuidado, con la misma ropa de trabajo
—habitualmente, cubierta de fino aserrín que se adhería a su
tela.
El humo que se iba generando y, quizás, la mezcla elegida
de tabacos, me fue induciendo una especie de sueño en el
cual, el calor de la madera entre mis dedos, acompañaba la
calidez de algunos recuerdos que comenzaban a acudir.

128
ROJO

La tranquilidad del momento, inducida por la pausa que


me permitía, me llevó a contemplar a mi alrededor y fijar la
vista, especialmente, en la pila de astillas y virutas de made-
ra que se habían ido acumulando como resultado de horas
de trabajo.
La forma de estos retazos, aparentemente, nada decía
en sí misma; hasta que empecé a relacionar algunas de las
formas, de modo que comencé a ver, en aquellas volutas y
curvas de las virutas de madera, algo que me hizo recordar
aquellos rizos castaños, que adornaban la suavidad de sus
rasgos. Entonces, el humo se transformó en figura, la figura
en rostro y el rostro en ella. ¿Para qué decir su nombre si lo
llevo grabado en mi memoria de modo imborrable? Su mis-
ma sonrisa que dejaba entrever la perfección de sus dientes,
y esa chispa que iluminaba su mirada.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Por qué hoy volvía a mí
con esta figura de juventud? Unas breves vacaciones en las
sierras. Una cabaña rentada por días. Apenas una comida
preparada para agasajarla. Aún percibo esos condimentos
suavemente mezclados. Un vino elegido para la ocasión, y
degustado con placer. El fuego en el hogar. Otro aroma de
maderas; esta vez, consumiéndose. Sólo nosotros dos, sobre
la alfombra a la que habíamos arrojado unos almohadones
sueltos, para estar más cerca del fuego. Las llamas trazando
mil distintos dibujos.
Su boca que se entreabre. Sus ojos tiernamente me miran
anhelantes. Nuestras manos en suaves caricias. Las bocas se
juntan en interminable beso. Nos buscamos de mil modos,
recorriéndonos, sintiendo que a cada caricia va creciendo el
deseo. Nos revelamos totalmente. Nuestros cuerpos se fun-
den en un abrazo total. El goce. Todo estalla en un instante
brevísimo y, a la vez, eterno de placer. Mil chispas de colores
de ese fuego interior que nos quemaba, explotan a un mis-
mo tiempo.

129
Páginas del ARCO IRIS

Sus rizos castaños desparramados sobre uno de los almo-


hadones. Yacemos juntos, dueños del tiempo. El fuego se
ha consumido, quedan sólo tizones rojos que brillan en la
oscuridad.
Un pequeño brillo rojo en el fondo de una cazoleta de
madera, en mi mano. Un quemarse de tabacos, con su par-
ticular aroma, que se va extinguiendo. Quietud en el taller
de carpintería. Quizás, un nuevo fuego de tabacos encendi-
dos vuelva a traerme su presencia...

Alfredo Mors

130
ROJO

CITA PARA TRES

Hoy no será como un día más,


en el cual despertar, sea dejar de soñar;
porque hoy tú vendrás, en visita fugaz,
y harás de mis sueños, la cruel realidad.

¿Qué será, qué será?, que no puedo escapar


de tu hechizo tenaz, de mi suerte fatal.
Porque hoy tú vendrás, cual gaviota que al mar
se le acerca, lo besa y más pronto se va.

Hoy tú vendrás, y yo estaré,


y la distancia estará también;
y jugaremos, entre los tres,
a ser los ojos que no se ven.

Hoy tú vendrás, sonreiré,


y la distancia hará el café;
será el más negro que yo veré,
y el más amargo que probaré.

Hoy tú vendrás, ¿y para qué?,


si mis manos no alcanzarán,
de esa tu piel, la calidez,
tan peligrosa como el volcán.

Ni de tu nombre tengo el placer,


Y sólo me queda el adivinar:

131
Páginas del ARCO IRIS

¿Qué bellas letras serán tal vez,


las que mi pecho quiere gritar?

Hoy no será, como un día más.


Aunque el sol brillará y la luna saldrá,
estos nunca podrán ver el fondo del mar,
porque sólo iluminan lo superficial.

Hoy no será, sólo un día más,


será un día especial, un encuentro genial.
La distancia estará, como siempre puntual,
y yo haré tonterías, porque hoy tú vendrás.

Miguel Valle

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Páginas del ARCO IRIS

ÍNDICE

PRÓLOGO de Mariana, Laura y Eugenia 7

ÍNDIGO Reloj de Arena Alfredo Mors 11


Caleidoscopio Alfredo Mors 15
El mundo y yo Miguel Valle 18
Comedia Alfredo Mors 19
Tres palabras Alfredo Mors 20
El joven y el libro Alfredo Mors 25
Omega Alfredo Mors 31


VIOLETA Dama de Noche Alfredo Mors 41
Matices Alfredo Mors 44
Flor marchita Alfredo Mors 45
Tus colores Miguel Valle 46
Aprisionada Alfredo Mors 47
Princesa Miguel Valle 52
El último rezo Alfredo Mors 53

VERDE La herida de la vida Miguel Valle 57


La fiel Miguel Valle 59
Lágrimas de la esperanza A. Mors – J. Barrera 60
Caricias en el alma Alfredo Mors 62
Mi niño Alfredo Mors 63
Danza de colores Alfredo Mors 65
El jardín Alfredo Mors 68

134
AZUL La Bella Miguel Valle 74
Pregunta Miguel Valle 75
Dictado Miguel Valle 76
Complicidad de árbol Alfredo Mors 77
Títeres Alfredo Mors 79
Brota Tucumán Alfredo Mors 81
Únete Miguel Valle 83

AMARILLO Carboncillo Alfredo Mors 85
La fiesta de la fauna Miguel Valle 87
Cinco hermanitos Miguel Valle 89
La cadenita del amor Miguel Valle 91
Titico, el periquito Miguel Valle 93
La prueba Miguel Valle 95
Mi Negra Alfredo Mors 97

ANARANJADO Letras en la selva de papel Miguel Valle 103


Animalandia Miguel Valle 105
Amiga Alfredo Mors 107
Iniciales grabadas Alfredo Mors 108
Perla escondida Alfredo Mors 109
El río Alfredo Mors 110
Quimera Alfredo Mors 111

ROJO El Intermediario Miguel Valle 115


El Pronombre acosado Miguel Valle 116
Romance de hamacas Alfredo Mors 117
Llamadas en la lluvia Alfredo Mors 121
Rebeldía Miguel Valle 126
Tabacos encendidos Alfredo Mors 127
Cita para tres Miguel Valle 131

135

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