Intervencion Con Familias de Drogodependientes PDF
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Intervencion Con Familias de Drogodependientes PDF
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Sebastian Giron
Universidad de Cádiz
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All content following this page was uploaded by Sebastian Giron on 25 March 2015.
INTRODUCCIÓN
Una realidad se impone cuando abordamos una toxicomanía: la de que el contexto de referencia del
paciente, normalmente la familia, se encuentra involucrada en la misma. La forma en que cada
familia participa en el problema es diversa pero Cancrini señala que al mismo tiempo que se pueden
identificar patrones de conducta de los miembros de la familia que ayudan a que se mantenga el
problema, también se encuentra en ella el germen del cambio, la posibilidad de la cura.
A lo largo de este trabajo vamos a intentar ir aclarando cada uno de estos aspectos con el fin de que
podamos obtener una comprensión global que nos permita una intervención razonablemente lógica
o al menos evaluable.
El ciclo vital es un constructo para poder entender el proceso evolutivo en el que nos encontramos
los individuos y las familias. Aunque no parece fácil observarlo igual que se observa el ciclo vital
en el individuo, las familias, en tanto que grupo con historia, también atraviesan un ciclo vital.
Pasan por varias etapas perfectamente distinguibles que tienen sus propias características y
objetivos y para las que es preciso que desarrollen estrategias de adaptación. En efecto, las reglas de
funcionamiento familiar y los objetivos que deben alcanzar en cada etapa tienen por función
conseguir el mayor nivel de adaptación posible a las exigencias del crecimiento y a las del medio en
el que viven.
Ello significa que una vez adaptados a un determinado momento evolutivo, individuo y familia
aprenden una forma de funcionar que les hace tener un periodo de estabilidad que facilita el
desarrollo y el cumplimiento de objetivos de ese momento evolutivo.
Y también significa que los cambios que hay que introducir para adaptarse al crecimiento o a los
requerimientos del medio desestabilizan las situación previa, de forma que nos ponen en una
situación de crisis: es decir las conductas aprendidas para manejarse en un determinado momento
del ciclo vital resultan insuficientes para el siguiente momento por lo que habrá que generar y
adoptar nuevas reglas de funcionamiento.
La idea de CRISIS no es negativa en el ciclo vital, sino positiva, porque es la manera de transitar
hacia otro momento de la vida. Durante las crisis se ponen en cuestión todos los principios y reglas
que han sido útiles en el momento anterior, y predomina la necesidad de adaptación y cambio.
Nuestra resistencia a ese cambio es uno de los determinantes mas importantes sobre la intensidad de
malestar que va a alcanzarse durante la crisis hasta el punto de que si esa resistencia es muy grande,
va a imposibilitar que el individuo y la familia alcancen la siguiente etapa de su ciclo vital.
Quizás un ejemplo ayude a aclarar estos conceptos: Cuando se forma la pareja y se inicia la vida en
común, el espacio familiar es exclusivo de la relación de pareja, incluso aunque ya haya proyectos
de procrear. En efecto, la vida de cada uno de los cónyuges está dedicada casi al cien por cien uno
al otro y durante esa época los aspectos mas importantes de la vida familiar están centrados en
fomentar sentimientos de seguridad, de pertenencia y de identidad. El cariño es el pegamento que
facilita la consecución de esos objetivos y todo está dispuesto para que el nido se encuentre
disponible y preparado para la crianza.
Sin embargo, hasta que no nace el primer niño, hasta que no está presente entre nosotros, no se pone
realmente en funcionamiento lo que es la crianza, por más proyectos e ideas que se hubieran
planificado.
En esta etapa del ciclo vital cambian las prioridades y los objetivos: la crianza, en su aspecto de
conseguir la socialización de los hijos y la realización de proyectos personales (como sentirse madre
o padre) es el eje central alrededor del que se organiza todo el proyecto familiar. Los padres
nacemos como padres, y entonces es preciso afrontar una crisis.
No se puede seguir funcionando como pareja cuando hay un pequeño. Eso significa que ambos
cónyuges, en tanto que tales, deben renunciar a parte de esa atención dedicada uno al otro al cien
por cien. Y esa renuncia supone tener que aceptar que determinados aspectos afectivos y
emocionales que antes proporcionaba la relación van a quedar descubiertos. La mayor parte de las
personas aceptamos este cambio en beneficio de la realización de los proyectos de crianza, pero ya
les adelanto que habrá personas a la que les supondrá un mundo tener que asumirlo, y para algunas
incluso llegará a ser inaceptable. Una segunda fuente de estrés en este momento de cambio viene
directamente proporcionada por la necesidad de poner en marcha una cultura de crianza propia de la
familia. Cuando tenemos el primer hijo, cada uno de los padres actúa en su relación con él en
función de cómo percibió su propia crianza. Si está razonablemente contento con ella tenderá a
reproducirla, y si fue muy infeliz, tenderá a hacer lo contrario de lo que hicieron sus padres con
el/ella. Eso supone que los padres deberán discutir y encontrar soluciones a determinados aspectos
de la crianza que pueden ser convergentes o no. Como ejemplo, el de los castigos. Si en la familia
del padre los castigos eran físicos, y en la de la madre, no, los nuevos padres deberán encontrar una
manera de disciplinar a los hijos que sea propia de ellos y consensuada.
Los elementos de duelo, por lo perdido de la etapa anterior del ciclo vital, y los de discusión por
encontrar pautas y normas consensuadas frente a la crianza forman un todo sumamente estresante
para la vida familiar y cuya solución satisfactoria supondrá haber alcanzado una meta de
crecimiento que permitirá que los objetivos de la crianza se alcancen con cierta seguridad. De ahí
nuestra afirmación de que la CRISIS es una fase de cambio entre dos etapas y que no es negativa,
ya que su resolución permite un mayor grado de adaptación al crecimiento y al medio.
Una vez resuelta la crisis la familia logra un estado de equilibrio en el que desarrollar sus
actividades. Equilibrio dinámico, es decir, resultante de la necesidad de mantenerlo y de los
desafíos que cotidianamente han de afrontarse. Para regular dicho equilibrio la familia dispone de
tres clases de mecanismos:
- Rutinas cotidianas
- Rituales familiares y
- Episodios de solución de problemas
Rituales de la Familia: Son procesos o episodios de conducta bien delimitados en el tiempo, con un
comienzo y un final claros y que mientras se desarrollan no se pueden interrumpir. La familia tiene
conciencia de que se está desarrollando una conducta especial y mientras se ejecuta predomina
sobre cualquier otra conducta. Deben tener un componente simbólico. Son celebraciones familiares,
tradiciones y rutinas pautadas, como los de acostarse o cenar, o los de tiempo libre.
Por último, los Episodios de Solución de Problemas, son conductas que ayudan también a la
estabilidad interna de la familia. Básicamente se trata de que cuando la familia ha tenido que
afrontar una situación crítica y la ha resuelto con éxito, el proceso por el cual se llegó a solucionar
queda impreso en la vida de los miembros de la familia y habitualmente se tiende a reproducir el
mismo tipo de proceso ante problemas nuevos.
Cuando la familia atraviesa una crisis de ciclo vital tiende a revisar estos mecanismos reguladores
para ajustarlos a la nueva etapa en la que se encuentran, de forma que los podrán modificar para que
sigan sirviendo a la finalidad de mantener el equilibrio interno.
Dado que la mayor parte de personas que desarrollarán problemas de adicción lo harán durante la
adolescencia, nos vemos en la necesidad de reflexionar detenidamente sobre esta etapa del ciclo
vital. La adolescencia está atravesada por dos fenómenos claves:
El chico/a en la adolescencia:
De desear algo porque está en la expectativa de mis padres a desear algo porque yo quiero
La afirmación en los propios deseos contribuye a la construcción de la identidad
La Intimidad
a. El adolescente necesita tocar los limites: forma parte de un proceso de tanteo de sus
capacidades
b. Tocar los límites o traspasarlos tiene una utilidad fundamental: obtener espacios
cada vez mas amplios para el desarrollo de sus propias competencias
c. Por último, transgredir las normas u oponerse a las pautas o reglas familiares es un
elemento de la realidad que le devuelve que el es el: un ser diferente, protagonista,
lleno de deseos propios y de voluntad.
LA FAMILIA EN LA ADOLESCENCIA
La familia afronta la adolescencia con las mismas pautas de crianza que le han funcionado durante
la infancia.
Funcionamiento en la Infancia:
En general, durante la crianza, existe un supervisión estrecha del niño y se le facilitan todos los
cuidados, alimentarios, higiénicos, afectivos, etc.
Las normas de funcionamiento familiar están mas o menos claras y la familia ha logrado encauzar y
corregir las conductas del niño para adaptarlas al funcionamiento social.
Los padres están acostumbrados a tomar la mayor parte de decisiones que están relacionadas con
los niños, aunque poco a poco se les ha venido abriendo la posibilidad de tomar algunas por ellos
mismos.
Los padres tienen la responsabilidad de ejercer la autoridad, de una forma constructiva y para que el
niño aprenda a respetar a los demás.
Los padres tienen que permitir una adecuada autonomía del niño: deben supervisar menos, pero sin
alejarse demasiado
Las normas que funcionaron para criar niños se hacen obsoletas: el adolescente tiene mas “vuelo” y
por tanto necesita de otras normas que le permitan iniciar esos “vuelos”.
El chico cada vez es mas protagonista de sus tomas de decisión y los padres deben ir tolerándolas en
la medida en que el niño actúa con responsabilidad.
La autoridad de los padres es claramente cuestionada. Los padres deben aprender a modificar el
ejercicio de la autoridad desde donde estaban (una aproximación unilateral) a una mas de
cooperación
La familia debe transformarse y los padres deben tolerar la angustia suscitada por las
reivindicaciones y las demandas de autonomía del niño y soportar la inseguridad de que el niño
sabrá responder a la confianza que solicita.
Para que la familia alcance estas metas se van a producir Tensiones Relacionales (La Crisis):
• Los padres quieren seguir funcionando como cuando los niños eran mas pequeños
• Los niños se “asfixian” en ese contexto que no les permite tener mas autonomia, libertad
y autogobierno
Para que los cambios operados en la familia y en el niño le sirvan a este para obtener sentimiento de
identidad es imprescindible que se produzcan enfrentamientos:
• El chico debe acabar teniendo la sensación de que sus logros con respecto a la
autonomía son una conquista que ellos obtienen de sus padres y en contra de ellos
• Cuando se ha producido el conflicto, los padres deben estar en condiciones de
convertir los enfrentamientos en una negociación: a medida que demanda mas
libertad se debe exigir mas responsabilidad.
• Los niños que no tienen sensación de que les están conquistando poder a los
padres (porque los padres por ejemplo consienten con las transgresiones) tienen que
incrementar sus demandas, reivindicaciones, transgresiones y enfrentamientos.
• En resumen: es imprescindible mantener normas, hacerlas cumplir o castigar si no
se cumplen y conceder mas libertad si el chico responde responsablemente a lo que
demanda.
Durante la etapa del ciclo vital de la adolescencia el chico debe distanciarse emocionalmente de la
familia, debe diferenciarse y afirmarse en su identidad, y este recorrido vital es parejo al
crecimiento físico y al desarrollo mental y social que posibilita su maduración personal.
Adolescencia “normal”
Todos estos problemas son circunstanciales, y aunque aumentan las tensiones en las relaciones con
los padres no se mantienen de forma permanente y tanto los padres como el chico mantienen un
trasfondo de afecto en las relaciones más allá de las discusiones.
Además de los síntomas que vamos a comentar, un elemento clave para distinguir que la
adolescencia no se está resolviendo de forma adecuada es que su conducta supone una falta de
consideración hacia el hacerse daño. A veces amenazan abiertamente con dañarse y otras veces lo
hacen implicitamente:
- Presencia de patrones de conducta de los padres hacia los hijos influenciados por
sus propias experiencias personales. De dos tipos:
§ De evitación: padres que experimentaron su propia crianza
como traumática, bien porque tuvieron padres muy severos, o por que los
vivieron como muy alejados, intentan que sus hijos no sientan hacia ellos lo
que ellos sintieron hacia sus padres.
§ De identificación: Padres que en su crianza han sentido que no
han podido alcanzar lo que les hubiera gustado ser en la vida o que esperan
que los hijos sean como ellos, si han logrado hacerse a ellos mismos.
Presionan inconscientemente a los hijos a realizar los deseos propios y no
respetan los deseos de los hijos, que son rechazados si no responden a las
expectativas que tienen sobre ellos.
EL CONSUMO DE SUSTANCIAS
Shedler y Block, dos terapeutas norteamericanos, dirigieron una investigación con el objetivo de
estudiar y delinear algunos factores predictivos del consumo de drogas en los jóvenes. Los
resultados fueron publicados en 1990 pero aun hoy muchas de sus conclusiones merecen ser tenidas
en cuenta. Tomaron una muestra aleatoria de 101 sujetos de ambos sexos a los que siguieron entre
los 3 y los 18 años de edad, y en los que se compararon características de la personalidad y
propensión al consumo. A los 18 años de edad, de los 101 individuos estudiados, el 30 % no había
usado nunca ningún tipo de sustancia. El 36 % había usado alguna vez alguna droga,
frecuentemente derivados del cannabis y el 20 % eran consumidores frecuentes de derivados del
cannabis y otras sustancias (anfetaminas, alucinógenos o tranquilizantes, con un promedio de uso de
2,7 sustancias por cada individuo). El resto de los sujetos, 16, no pudieron ser clasificados
siguiendo este esquema porque eran consumidores primariamente de una sustancia diferente a los
derivados del cannabis. Al relacionar a los individuos de cada grupo con sus características de
personalidad, los autores descubrieron que los adolescentes que se ubicaban entre los
experimentadores, primariamente con derivados del cannabis, estaban socialmente mejor adaptados.
Los que utilizaban drogas frecuentemente se caracterizaban por tener rasgos de personalidad
diferenciados con dificultad para el control de los impulsos y síntomas de malestar emocional y los
chicos que con 18 años nunca habían utilizado sustancias eran relativamente ansiosos,
emocionalmente limitados y carecían de habilidades sociales. Los autores, a partir de estos
resultados, pensaron que las diferencias psicológicas entre experimentadores, abstemios y
abusadores podían ser delimitadas desde la infancia y se relacionaban con la cualidad de los
cuidados y la crianza recibidas. Sus hallazgos indicaban que el problema del uso de sustancias no es
la causa, sino un síntoma de desadaptación personal y social, y que el significado del uso de drogas
podía entenderse sólo en el contexto de una estructura de personalidad del individuo y de su
desarrollo biográfico.
Si pensamos que para los consumidores frecuentes o abusadores, el efecto que les produce el
consumo de la sustancia es de una cualidad tal que es preferible su experimentación a las
consecuencias negativas de la misma, entonces hemos de estar de acuerdo con los autores
mencionados en el sentido de que el uso de la sustancia es el fenómeno resultante de la interacción
de una serie de factores donde biografía y personalidad juegan un papel sustancial.
En efecto, las circunstancias que juegan a favor de que un consumo sea experimental o se convierta
en un hábito, parecen relacionarse con el descubrimiento del efecto beneficioso o modulador de la
sustancia sobre el estado mental de la persona. Un estado mental vivido como egodistónico,
doloroso o estresante y que encuentra alivio en el efecto psicotrópico de la sustancia. Esta es la base
de la consideración del consumo de drogas como autoterapéutico, desde el punto de vista
psicopatológico.
El individuo entra en una dinámica en la que la búsqueda del efecto deseado es el motor de su
conducta, pero posteriormente se va a encontrar con un segundo elemento que va a jugar en su
contra. Las propiedades farmacológicas de las sustancias consumidas que paulatinamente provocan
que el organismo se acostumbre a funcionar con ellas, hasta el punto de inducir tolerancia y en su
ausencia un síndrome de abstinencia que añade combustible para dificultar el cese de la conducta.
Al principio por tanto búsqueda de placer o alivio y al final evitación de dolor. Ese es el círculo
vicioso donde se instala el drogodependiente y que resulta tan complicado interrumpir.
Se ha postulado que los miembros de la familia que conviven con un adicto despliegan un conjunto
de conductas adaptativas a la convivencia que se caracterizan por:
No quiero entrar a valorar esta interpretación de la realidad en este momento, aunque si me gustaría
dejar constancia de que es posible verificar que el sufrimiento que produce la adicción en la familia
de los adictos circula por distintos vericuetos y que, efectivamente, casi siempre conduce a que, en
la búsqueda de soluciones al problema, la familia ensaye, generalmente con escaso éxito, distintas
alternativas (desde las amenazas o la expulsión del hogar hasta el hacerse cargo de las deudas de
consumo, como dos situaciones extremas).
Sí resulta observable que la familia atraviesa por diferentes momentos:
Creo que esta descripción se corresponde efectivamente con la vida de muchas familias que cuentan
en su seno con un familiar drogodependiente. Pero desde mi punto de vista es muy importante
entender cómo se gestan y que utilidad tienen, y para ello voy a intentar conectar el ciclo vital
familiar en la adolescencia con la emergencia y mantenimiento de la conducta de adicción.
Como ya hemos señalado antes, durante la adolescencia, y como parte del repertorio de
comportamientos de búsqueda de identidad, los chicos pueden consumir algunas sustancias dentro
de lo que sería su proceso de exploración de la realidad donde les ha tocado vivir. Algunos chicos
descubrirán en los efectos de la sustancia, puntos positivos y útiles para su disconfort psicológico y
serán mas vulnerables para repetir el consumo o incluso mantenerlo a pesar de sus consecuencias
negativas (sobre su propia salud o sobre sus relaciones familiares y sociales).
La cuestión clave desde el punto de vista familiar es qué utilidad puede tener para la vida de la
familia que uno de sus miembros presente una conducta adictiva. O dicho de otro modo, cómo esa
conducta se incorpora al funcionamiento familiar y termina por convertirse en un elemento
regulador de su vida.
Al reflexionar sobre este modelo de funcionamiento familiar es posible entender las dificultades del
adicto para abandonar su conducta, tanto por la utilidad que tiene para su propio funcionamiento
psicológico, como para su familia, así como los comportamientos familiares que inconscientemente
facilitan que el adicto se siga vinculando a la sustancia y que son los que se han descrito de forma
un tanto simplista como co-dependencia.
Al igual que en el caso anterior, los padres de este chico tienen problemas para afrontar el momento
de la adolescencia, pero hay una diferencia importante con respecto a los padres anteriores. Llevan
mucho más tiempo decepcionados con el otro cónyuge con respecto a ser suficientemente valorados
y reconocidos, y se sienten humillados de tener que aceptar ante el otro este extremo. De ahí que
uno de los dos, o los dos, vuelquen en uno de los hijos muchas expectativas personales. Digamos
que ese padre espera en la conducta del hijo hacia él, la fuente de reconocimiento que no tiene en su
cónyuge. Y esto lo hace desarrollando expectativas de cómo tiene que ser su hijo para él. Es decir,
espera que su hijo sea como el quiere que sea, pero sin aceptar que el hijo podría no responder a
dichas expectativas. En este caso el hijo siente que su identidad está comprometida, porque sólo
existe para su padre si cumple con dichas expectativas. Si a esto unimos que en la adolescencia uno
está buscando impenitentemente quien es el, se comprenderá cómo el encuentro con la sustancia
viene a resolver parcialmente este problema. Uno es alguien en la medida que el drogarse es algo
que no puede ser de ningún modo ignorado, frente a la ignorancia que supondría no ser nadie si uno
no acepta ser lo que el padre o la madre quieren.
El proceso de desvinculación del chico queda igualmente comprometido y la atención de los padres
a su problema es una forma de seguir buscando aspectos de reconocimiento y confirmación por
parte del otro cónyuge (que o bien se sacrifica o bien culpa al otro por todo lo que sucede).
Este chico no encuentra la manera de sentirse bien consigo mismo. Incluso a veces no lo logra con
la sustancia con la que suele perseguir aturdirse, por lo que combina sustancias y llega a consumos
bastante límites. Puede incluso manifestar síntomas psiquiátricos graves, y la familia no encuentra
la forma de poder transformar esta situación. Para esta familia, el problema también se convierte en
un mecanismo regulador de sus dificultades ya que al quedar centrada sobre el mismo toda la
actividad, evita tener que afrontar una ruptura familiar por las decepciones o por los desacuerdos
insalvables.
Nuevamente será posible identificar conductas en los familiares que parecen facilitar la progresión
del problema.
Aunque esta descripción adolece de una explicación en profundidad sobre los mecanismos que
conducen a los padres de estas familias a comportarse como lo hacen, lo cierto es que todas las
descripciones que encontramos en la literatura científica hacen referencia a que los padres de los
futuros toxicómanos han experimentado situaciones traumáticas en sus propias biografías bien en
forma de daños recibidos, bien en forma de carencias afectivas durante sus crianzas. Recomiendo la
lectura de “La Familia del Toxicodependiente” de Stefano Cirillo para profundizar en esta cuestión.
Atender estas posibles hipótesis del funcionamiento familiar nos permite entender aspectos claves
del tratamiento de las drogodependencias, como:
- Las dificultades del adicto para dejar el consumo, que se perciben como
resistencias al cambio
- Las conductas familiares que percibimos como facilitadoras o co-dependientes y
que también pueden ser sentidas por los terapeutas como resistencias.
Así mismo, y al considerar la conducta adictiva como un epifenómeno, es decir, como el emergente
de una situación problemática, y no solamente como el problema en sí, veremos que nuestro
objetivo de tratamiento es el paciente en su contexto, con su familia. De esta conclusión partimos a
la hora de idear una intervención terapéutica.
INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
De todo lo tratado hasta ahora se deducen varias ideas para el abordaje terapéutico de las personas
que presentan una drogodependencia.
Estamos ante un sujeto que está utilizando una sustancia con una finalidad autoterapéutica, y ante
una familia que en su afán por ayudar a resolver el problema se encuentra bloqueada y repitiendo
sistemáticamente el mismo tipo de soluciones intentadas sobre él.
Para complicar todavía un poco mas la situación, probablemente la demanda de intervención la
realice la familia y el adicto acepte esta petición sin involucrarse demasiado en ella (esperando que
la presión familiar ceda).
Lo cierto es que a los terapeutas se nos plantean diversas cuestiones muy importantes en ese
momento:
- La presumible falta de motivación del paciente para aceptar todos los cambios que
han de producirse hasta lograr superar la adicción
- Las capacidades o limitaciones personales con que cuenta el adicto para conseguir
vencer su adicción
- La utilización de la terapia como una especie de tregua que disminuya el cerco
que la familia le ha hecho
- El deseo familiar del cambio pero sin tener muy claro que los familiares también
han de cambiar sus conductas
- Y las propias limitaciones de las intervenciones terapéuticas, de los terapeutas y
de los recursos que disponemos para el tratamiento
Como no va a ser posible abordar en esta ponencia todos estos aspectos, me voy a centrar en los que
tienen que ver con el paciente y su familia.
En primer lugar, destacaré que si el adicto obtiene un beneficio psicológico del uso de la sustancia,
que es valorado como mas positivo que las consecuencias negativas que le aporta dicho uso, el
lugar de la terapia en su vida va a competir con el lugar que ocupa la sustancia. Dicho de otro modo,
el paciente deberá confiar y estar dispuesto a aceptar que los malestares que el se autotrata con el
consumo podrán ser tratados y mejorados por la intervención terapéutica. Y ni que decir tiene que
esto no es nada fácil ya que supone tener que demorar la recompensa, en una persona acostumbrada
a buscar recompensas inmediatas.
Por todo ello la intervención sobre una drogodependencia debe hacerse cargo tanto del paciente
como de su familia en la medida en que el sufrimiento está ubicado en ella y como dice Cancrini,
también la posibilidad de cambio.
1.- ACOGIDA
El principal objetivo de esta etapa es la creación del sistema terapéutico: básicamente se trata de que
el paciente y su familia depositen su confianza en que van a poder ser ayudados en sus problemas, y
en que este nuevo sistema, co-creado por los terapeutas y la familia, logre modificar las conductas
que les están haciendo sufrir.
Para los terapeutas es una fase de reconocimiento del terreno, de diagnóstico, para intentar
comprender qué significado tiene el problema para el individuo y para su familia. En esta etapa el
terapeuta también ayuda a que el paciente y su familia comiencen a contemplar la situación con
otros ojos, lo que probablemente les permitirá comenzar a vislumbrar nuevas estrategias de
afrontamiento del problema.
En esta fase el objetivo es lograr que desaparezca el uso de la sustancia. A nivel orgánico será muy
importante que el paciente recupere su equilibrio previo al consumo sobre todo por ver si la
recuperación de su estado de salud puede convertirse en un buen estímulo para su motivación hacia
el cambio. La desintoxicación es al mismo tiempo un buen momento para que la familia ensaye
otros tipos de aproximación al adicto y a su problema.
Cuando el adicto supera la abstinencia empieza realmente su terapia porque tendrá que aprender
nuevas estrategias del manejo del malestar que le condujo a encontrar la solución en el consumo.
La familia deberá estar en condiciones de soportar los vaivenes emocionales que se producen
durante esta fase y de poder ayudar a resolverlos con nuevas estrategias de afrontamiento. Habrá
comenzado igualmente su particular periplo hacia el cambio.
Lo mas indicado en esta etapa será reservar un espacio para el trabajo individual, en el que el
paciente explore soluciones mas saludables para su disconfort así como para retomar su proceso de
maduración y desarrollo personal. Y al mismo tiempo un espacio para la familia, en el que pueda
trabajarse sobre la estructura y el funcionamiento familiar que pueden haber sostenido
inadvertidamente la conducta problema. En este sentido es muy importante transmitir a los padres la
necesidad de que ellos puedan formar y trabajar en equipo, dejando de lado viejas estructuras de
funcionamiento, como la alianza que uno de ellos tiene con el paciente, o las desautorizaciones que
por diferentes motivos se lanzan uno contra otro. Es cierto que este funcionamiento es muy difícil
de cambiar, y que es posible que los dos no estén de acuerdo en como se tienen que hacer las cosas,
pero es importante que descubran que durante un tiempo, y en beneficio de su hijo, deberán dar su
brazo a torcer y plantear ante el chico un frente unido. Esto posibilitará que la familia retome el
bloqueo de la etapa del ciclo vital de la adolescencia y la afronte de una manera mas saludable para
todos. A veces resulta imposible que los padres venzan sus diferencias y consigan acordar una línea
común de trabajo, quizás porque predomina en ellos el daño recibido por el otro progenitor. En
estos casos quizás sea necesario que el paciente empiece su recuperación fuera de la familia, en una
Comunidad Terapéutica, pero será importante no olvidar que el resto de la familia necesitará
entender esto y sobre todo las razones profundas que han derivado en todo lo acontecido, por lo que
el terapeuta deberá continuar ofreciéndose a la familia como catalizador de este proceso.
3. REORGANIZACIÓN
En caso de que todo haya ido bien es posible que a lo largo de la intervención hayan emergido otros
problemas tanto del paciente como de su familia. De ahí que la familia pueda requerir atención para
los problemas que pueden haber quedado sin resolver. Y el paciente quizás necesite ayuda para
manejar situaciones emocionales negativas con mecanismos de defensa mas saludables. De ahí que,
durante un tiempo, también se necesite realizar un seguimiento.
Un buen resultado terapéutico sería que el paciente lograra las metas de la diferenciación y la
emancipación, situándose en condiciones de poder llevar una vida autónoma emocionalmente e
independiente de su familia de origen. Pero a veces ello no es posible: bien por las propias
limitaciones de los recursos terapéuticos, bien por limitaciones intrínsecas al caso. De cualquier
forma, la intervención siempre posibilitará una mejor calidad de vida del paciente y de su familia, y
este objetivo, por sí mismo, también puede ser asumido por el equipo terapéutico.
No quisiera terminar este epígrafe sin abordar la cuestión de las recaídas. Creo que es necesario
contextualizar las recaídas en la encrucijada paciente-familia-terapeutas. Por todo lo que llevamos
comentado hasta ahora, es posible entender que tanto el paciente como su familia presenten una
tendencia a volver a funcionar como lo hacían antes: al fin y al cabo todas las conductas
relacionadas con el consumo son predecibles, así como el funcionamiento familiar entorno al
mismo. Ante situaciones vividas como demasiado desestabilizadoras para la persona o para la
familia, y el tratamiento lo es, refugiarse en conductas conocidas y predecibles puede contemplarse
como un mal menor. La recaída puede tener múltiples lecturas pero yo prefiero entenderla no tanto
como una resistencia al cambio sino como que el planteamiento terapéutico estratégico que se está
desarrollando con el paciente y su familia va demasiado rápido (o al menos está desajustado con
respecto a su ritmo de evolución) y está produciendo sentimientos de zozobra. Es un aviso para ir al
ritmo de la familia asentando con seguridad cada uno de los pasos que se vayan dando.
No quiero terminar este trabajo sin hacer referencia a los estudios que, de alguna forma, sustentan el
enfoque que he venido planteando hasta aquí.
En 1995 el National Institute On Drug Abuse (NIDA) en su monografía nº 156 dedica un capítulo a
una revisión sobre los tratamientos basados en intervenciones familiares, de la que destacaríamos
los siguientes aspectos:
- Se ha demostrado que la terapia familiar ayuda a que los pacientes permanezcan
mas tiempo en los programas de tratamiento que otras intervenciones terapéuticas
- Los resultados terapéuticos son superiores, en términos de remisión de las
conductas de adicción, al compararlos con Terapia Grupal, educación de Padres o
intervención multifamiliar.
En 1997 Stanton y Shadish publicaron un meta-análisis cuyo objetivo era comprobar los resultados
que se obtienen en los tratamientos de drogodependientes cuando se utilizan técnicas de
intervención familiar. Dicho trabajo analiza en profundidad un total de 15 estudios seleccionados
que cumplían los siguientes criterios:
La muestra completa de este meta-análisis asciende a 1571 casos y fue diseñado de forma rigurosa a
nivel metodológico. Sus principales conclusiones fueron las siguientes:
Últimamente se han publicado otras revisiones exhaustivas sobre la materia, confirmando los
hallazgos mencionados anteriormente. Sin embargo todavía queda un gran camino por recorrer para
perfilar mejor qué tipo de intervención familiar es mas efectiva y el tiempo en que debe mantenerse
dicho tipo de tratamiento.
Aun con estas limitaciones, espero haber sabido transmitir en estos párrafos mis inquietudes como
terapeuta familiar sobre el tratamiento de pacientes y familias con problemas de drogodependencia.
BIBLIOGRAFÍA
Belart A., Ferrer M. El ciclo de la Vida: Una visión sistémica de la familia. Editorial Desclee de
Brouwer.
Girón García S, Martinez Delgado J.M., Gónzalez Saiz F.: (2002) Drogodependencias Juveniles:
revisión sobre la utilidad de los abordajes terapéuticos basados en la familia. Trastornos Adictivos,
4(3): 161-170.
Shedler J, Block J. (1990) Adolescent drug use and psychological health: A Longitudinal inquiry.
American Psychologist, 45:612-630.
Stanton D. Todd T.: Terapia Familiar del Abuso y Adicción a las Drogas. Editorial Gedisa