Cuando La Teología Se Une Con El Fuego
Cuando La Teología Se Une Con El Fuego
Cuando La Teología Se Une Con El Fuego
Por el Dr. Martyn Lloyd-Jones – Libro: Os Puritanos – Suas origens e seus sucessores
[Los Puritanos – Sus orígenes y sus sucesores]
Traducido del portugués por Diarios de Avivamientos – 2018 – Al final de la página
podrás descargar en formato PDF este artículo completo y una biografía de Edwards.
“Debo hablar particularmente sobre Jonathan Edwards, y admito como ciertos los
principales hechos concernientes a él. Él nació en 1703 y murió en 1758. Él recibió la
educación entonces posible en Nueva Inglaterra, y se fue a la Universidad de Yale. En
1727 fue ordenado como pastor asistente de su abuelo, Solomon Stoddard, en la ciudad de
Northampton, Massachusetts. Al cabo de un año, más o menos, el anciano murió, y
Jonathan Edwards se convirtió en el único pastor. Allí permaneció hasta 1750, cuando fue
literalmente echado de su iglesia. Esta fue una de las cosas más espantosas que hayan
ocurrido, y debe servir como una palabra de aliento para los ministros y predicadores. Allí
estaba ese genio imponente, ese poderoso predicador, ese hombre que estaba en el centro
del gran avivamiento, y aún así, fue derrotado en la votación de su iglesia por 230 votos a
23, en el año de 1750. ¡No se sorprendan, por lo tanto, hermanos, en cuanto a lo que pueda
suceder con ustedes en sus iglesias!
Me aventuro a aseverar que en Edwards llegamos al zenit, o al ápice, del puritanismo, pues
en él tenemos lo que vemos en todos los demás, pero, en adición, este espíritu, esta vida,
esta vitalidad adicional. No es que en los demás haya una completa falta de eso, pero es
una característica tan sobresaliente que afirmo que el puritanismo llegó a su más completo
florecimiento, en la vida y ministerio de Jonathan Edwards.
Lo que sobresale en la vida de este hombre, es el extraordinario avivamiento que eclosionó
en su ministerio en Northampton, iniciado a finales de 1734, y en 1735; y luego más tarde,
su participación en el llamado Gran Despertar, en conexión con la visita de George
Whitefield y otros, en 1740. Son estos los hechos sobresalientes de la vida de ese gran
hombre.
Él entró en escena después de un período de considerable falta de vida en las iglesias, es
muy importante que nosotros percibamos eso; y es sumamente reconfortante para
nosotros, porque vivimos en un período similar. He aquí una descripción del período
inmediatamente anterior a ese gran avivamiento, descripción hecha por el Rev. W. Cooper,
uno de los ministros de aquel tiempo, en su prefacio de la obra de Edwards, Marcas
Distintivas de una Obra del Espíritu de Dios: “¡Pero qué época muerta y estéril ha sido la
actual, por un gran período, con todas las iglesias de la Reforma! Las lluvias de oro fueron
retenidas, las influencias del Espíritu fueron suspendidas, y la consecuencia fue que el
evangelio no tuvo ningún éxito sobresaliente. Las conversiones han sido raras y dudosas;
pocos hijos e hijas han nacido de Dios, y los corazones de los cristianos ya no están llenos
de vida, calor y vigor bajo las ordenanzas, como lo eran. Que este ha sido el triste estado
de la religión entre nosotros en esta tierra, por muchos años (excepto uno o dos lugares
notables que a veces han sido visitados por lluvias de misericordia, mientras sobre otras
ciudades e iglesias no ha caído ninguna lluvia) será reconocido por todos cuantos tengan
sus sentidos espirituales ejercitados, como ha sido lamentado por fieles ministros y
cristianos serios.” (Vol. 2, 257).
Como dice el Sr. Cooper, hubo algunos toques aquí y allá, y particularmente en la iglesia
de la cual Jonathan Edwards se convirtió en ministro, bajo el ministerio de su abuelo, el
viejo Sr. Stoddard. Pero no se habían extendido, habían sido intermitentes y se habían
extinguido más o menos completamente. Así, había esta condición de inanición en la
Iglesia; pero ahora sucede algo nuevo. Después de la sequía, lluvias abundantes; la vida
comenzó a manifestarse una vez más. Aconteció algo que continuó afectando la vida de
América muy profundamente durante por lo menos 100 años, y de hecho hasta hoy.
Naturalmente, que él dividió también la opinión. Él ha sido denunciado sin medida.
Clarence Darrow escribió: “No es sorprendente que la principal ocupación de Edwards en
el mundo era asustar a mujeres tontas y niños, y blasfemar al Dios que él profesaba
adorar… Nada, sino una mente perturbada o enferma, podría producir su Pecadores en los
Manos de un Dios Airado (‘Sinners in the Hands of an Angry God’)”
Cité esto, a causa de esa alusión al sermón predicado por Edwards, con el título Pecadores
en las manos de un Dios Airado. Ustedes pueden oír frecuentes referencias a ese sermón
en la televisión y en otros lados. El hecho es que, según parece, todo lo que la mayoría
sabe sobre Edwards es que una vez él predicó un sermón con ese título, es todo lo que la
gente sabe acerca de él, y probablemente ni leyeron ese sermón.
Él dijo algunas cosas muy fuertes y alarmantes, factibles de ser mal interpretadas. El
propio Edwards dio respuesta a esa crítica.
“Otra cosa de la que algunos ministros han sido muy acusados, y pienso que injustamente,
es de transmitir gran terror a los que ya están aterrorizados, en vez de animarlos. De
hecho, si en estos casos los ministros andan aterrorizando a las personas con algo que no
es verdadero, o buscando atemorizarlas describiendo la situación de ellas peor de lo que
es, o modificándola en algún aspecto; esos ministros deben ser condenados. No obstante,
si las aterrorizan tan sólo por el hecho de lanzar más luz sobre ellas, y de hacerlas entender
más de su situación, deben ser completamente justificados. Cuando las conciencias son
grandemente despertadas por el Espíritu de Dios, se les comunica alguna luz, capacitando
a los hombres a ver su situación, en alguna medida, como realmente es; y, si les es dirigida
más luz, ésta los aterrorizará aún más. Sin embargo, los ministros no deben ser
condenados por su empeño en echar más luz a la conciencia en vez de aliviar el dolor bajo
el cual se hallan, interceptando y obstruyendo la luz que ya brilla. Decirles cualquier cosa
a los que jamás han creído en el Señor Jesucristo, o describir la situación de ellos de otro
modo que no sea como: extraordinariamente terrible, no es predicar la Palabra de Dios
porque la Palabra de Dios sólo revela la verdad; pero eso sería engañarlos ” (Obras de
Jonathan Edwards -Vol. 1, 392).
En otras palabras, Edwards creía que la Biblia dice cosas terribles sobre quien muere en
sus pecados. Eso era todo lo que Edwards hacía. Era puro argumento basado en las
palabras de las Escrituras. No era lo que Edwards decía, era lo que las Escrituras decían; y
él creía que era su deber advertir a las personas, pero aún así, nadie estaba más lejos de la
violencia de un estruendoso evangelista itinerante, que Jonathan Edwards.
Comencemos con el hombre propiamente dicho. La primera cosa que se debe decir es que
fue un fenómeno. Ahí está ese hombre criado en aquel país aún no desarrollado.
Naturalmente había gente capaz, y ya había escuelas – Harvard y Yale existían. Él nació
en una región relativamente aislada y, por todas partes, sobresale como un consumado
genio, poniendo en ridículo cualquier noción de evolución, o la teoría de los caracteres
adquiridos, y así sucesivamente. A diferencia de la mayoría de los demás hombres, sobre
los que estuvimos oyendo en esta Conferencia, no estuvo ni en Oxford ni en Cambridge.
Él era un intelecto vigoroso, capaz de florecer en un súbito estallido, original y
acompañado de una brillante imaginación. Admirable originalidad, sí, pero sobre todo, de
honestidad. Él es uno de los más honestos escritores que he leído. Nunca huye de un
problema; los enfrenta todos. Nunca está rodeando una dificultad; él tenía ese curioso
interés por la verdad en todos sus aspectos, y después, con todos aquellos dotes brillantes,
hay su humildad y modestia y, a su vez, su excepcional espiritualidad. Él sabía más de la
religión experimental que la mayoría de los hombres; y daba gran énfasis al corazón.
En otras palabras, lo que impresiona a la gente en cuanto a Edwards, cuando se mira al
hombre como un todo, es la entereza, el equilibrio. Él era al mismo tiempo un vigoroso
teólogo y un gran evangelista. ¡Cuán tontos nos volvemos nosotros! Este hombre era
ambas cosas, como lo fuera el apóstol Pablo. Él fue también un gran pastor; cuidaba de las
almas y de sus problemas. Era igualmente hábil con los adultos y con los niños. Era un
gran defensor de la conversión de los niños, y les daba gran atención, permitiéndoles hasta
tener sus propias reuniones.
¿Cuál era el secreto de este hombre? No dudo en decir esto: en él, siempre lo espiritual
dominaba a lo intelectual. Creo que él debe haber tenido una gran lucha con su elevado
intelecto y con su pensamiento original. Además, era un lector voraz y, para un hombre
como ese, habría sido la cosa más simple del mundo convertirse en un intelectual puro,
como Oliver Wendell Holmes, Perry Miller y muchos otros querían que se tornara. Sin
embargo, como ellos lo expresaban, la teología mantenía el mando. Ahora bien, eso
constituye la gloria especial de ese hombre -y eso es lo que lo explica- que él siempre
mantenía su filosofía y sus especulaciones subordinadas a la Biblia y las consideraba
simples siervas. Fuese lo que fuera que él intentase pensar, la Biblia era suprema: todo
estaba subordinado a la Palabra de Dios. Todos sus ricos y brillantes dones no sólo eran
mantenidos como subordinados, sino que eran usados como siervos. En otras palabras, él
era dominado por Dios. Alguien dijo de él que “él combinaba una apasionada devoción
con una mente profundamente completa”.
Comencemos examinando su concepto de religión. ¿Qué es la verdadera religión? Aquí
hay una pregunta que necesitamos hacernos a nosotros mismos; y, en el caso de Edwards,
la respuesta es perfectamente clara. Es lo que hoy se llama un encuentro existencial con
Dios. Es un encuentro vivo con Dios. Dios y yo, estas “dos únicas realidades”. La religión
es, para Edwards, algo que pertenece esencialmente al corazón. Es esencialmente
experimental, esencialmente práctica. Esto queda claro en el famoso relato que hace de
una experiencia que tuvo una vez. No olviden que estamos tratando con uno de los
mayores genios que el mundo ha conocido, y el mayor filósofo americano de todos los
tiempos.
Esto es lo que nos cuenta:
“Una vez, en 1737, mientras yo cabalgaba por los bosques debido a mi salud, habiéndome
bajado de mi caballo en un lugar apartado, así como era mi costumbre, de caminar en
divina contemplación y oración, tuve una visión, que para mí fue extraordinaria, de la
gloria del Hijo de Dios, como Mediador entre Dios y los hombres, y su hermosura,
grandeza, plenitud, pura y dulce gracia y amor, y mansedumbre y gentil condescendencia.
Esta gracia que se veía tan llena de paz y dulzura, aparecía también grande arriba de los
cielos. La persona de Cristo parecía inefablemente excelente, con una excelencia
suficientemente grande como para absorber todo pensamiento e imagen, la cual continuó
tanto como yo puedo juzgar, por cerca de una hora, que me mantuvo la mayor parte del
tiempo en un diluvio de lágrimas, y sollozando en voz alta. Yo sentía un ardor en mi alma,
un anhelo por ser, yo no sé otra forma de expresarlo, vaciado y aniquilado; postrado en el
polvo, y estar lleno únicamente de Cristo; amarlo con un amor santo y puro ; vivir para Él;
servirle y seguirle a Él; y ser completamente santificado y hecho puro, con una pureza
divina y celestial. En varias ocasiones tuve visiones de la misma naturaleza, y las cuales
han tenido también los mismos efectos.”
Pues bien, eso describe su idea esencial de la religión. Otra cita también ayuda a exponer
el mismo énfasis: “Todos admitirán que la verdadera virtud o santidad tiene su sede
especialmente en el corazón, y no en la cabeza. Se sigue, pues, de lo que ya hemos dicho,
que la religión consiste principalmente de afectos santos. Las cosas de la religión tienen
lugar en los corazones de los hombres, no más de lo que ellos son afectados por ellas. La
información del entendimiento es totalmente vana, si no afecta al corazón, o, lo que viene
a ser lo mismo, si no influye en los afectos.”
Aquí tenemos su idea esencial de religión: es moralmente asunto del corazón, y si no
afecta el corazón, no tendrá valor, haga lo que haga en la cabeza. Una cita más nos
ayudará a acentuar esta cuestión. Es tomada de uno de los más grandiosos sermones de
Edwards, que lleva el título: “Una Luz Divina y Sobrenatural, inmediatamente impartida al
alma por el Espíritu de Dios, lo que se muestra como una Doctrina Bíblica y Racional”
“Un sentido verdadero de la gloria divina y superlativa presente en estas cosas, una
excelencia que es de una especie inmensamente más elevada, y de naturaleza más sublime
que las otras cosas, una gloria que las distingue grandemente de todo cuanto es terreno y
temporal. El que es espiritualmente iluminado, verdaderamente aprende y ve eso, o tiene
una percepción de ello. Él no cree de manera meramente racional que Dios es glorioso,
sino que tiene un sentido de la naturaleza gloriosa de Dios en su corazón. No hay
solamente una percepción racional de que Dios es santo, y que la santidad es una buena
cosa, sino que hay una percepción del carácter atractivo de la santidad de Dios. No hay
sólo la conclusión especulativa de que Dios es bondadoso, sino el sentido cuán bueno Dios
es, por la belleza de este atributo divino” (Vol. 2, 14).
Tenemos entonces una idea del concepto de Edwards sobre la religión. La religión es eso,
y esa es la prueba por la que debemos examinarnos.
Pasemos ahora al método de predicación de Edwards. Notamos luego que él predicaba
sermones, y que no hacía discursos. Edwards no disertaba sobre verdades cristianas. A
menudo me dicen en estos días, que muchos predicadores parecen más conferencistas que
predicadores. Predicar no es hacer un discurso. Tampoco Edwards se limitaba a hacer un
apresurado comentario de un pasaje. Esto tampoco es predicar, aunque muchos hoy
parecen pensar que es. No era esa la idea que Edwards tenía de la predicación, y esa nunca
fue la idea clásica de la predicación. Él comenzaba con un texto. Él siempre fue
escriturístico. Él nunca tomaba meramente un tema y hablaba de él, excepto cuando estaba
exponiendo una doctrina, pero incluso entonces escogía un texto. Él era siempre
expositivo. También era invariablemente analítico. Su mente era analítica. Él hacía
divisiones de su texto, de su exposición; él quería llegar la esencia del mensaje; así, el
elemento crítico, analítico de su maravillosa mente entraba en acción. Él lo hacía para
poder llegar a la doctrina enseñada en el versículo o en la porción; y después argumentar
acerca de la doctrina, mostrar cómo ésta se puede encontrar en otras partes de las
Escrituras, y su relación con otras doctrinas, y entonces establecer la verdad doctrinal.
Pero no se detenía allí. Siempre había una aplicación. Él estaba predicando al pueblo, y no
haciendo una disertación, no dando expresión pública de los pensamientos privados que
había tenido en su oficina. Él estaba siempre interesado en dar a entender a los oyentes la
verdad, en mostrarles su relevancia. Sin embargo, por encima de todo, y yo lo cito, él creía
que la predicación debía ser siempre “caliente y celosa”.
Les recuerdo otra vez, que estamos lidiando aquí con un intelecto gigantesco y con un
brillante filósofo; y, sin embargo, éste es el hombre que pone todo su énfasis en el calor y
el sentimiento. Es como él expone este principio:
“La frecuente predicación usada últimamente ha sido, de manera particular, objetada como
sin provecho y perjudicial. La objeción es que cuando se oyen muchos sermones seguidos,
un sermón tiende a empujar al otro hacia fuera, de modo que los oyentes pierden el
beneficio de todos. Dos o tres sermones por semana, dicen ellos, es cuánto pueden
recordar y asimilar. Tales objeciones a la prédica frecuente, si no proceden de una
enemistad para con la religión, se deben a la debida falta de consideración de la manera en
que esos sermones generalmente dan provecho a un auditorio. El principal beneficio hecho
por la predicación es la impresión causada en la mente, en la misma hora, y no algún
efecto que surja más tarde por el recuerdo de lo que fue transmitido. Y, aunque un
recuerdo posterior de aquello que fue oído en un sermón muchas veces es provechoso, en
gran parte, ese recuerdo es de una impresión que las palabras produjeron en el corazón en
aquella hora; y la memoria se aprovecha, en la medida en que renueva e intensifica esa
impresión.” (Vol. 1, 394).
Me gustaría añadir que, muchas veces he desalentado la práctica de tomar notas mientras
estoy predicando. Esto se está tornando un hábito entre muchos evangélicos; pero, al
contrario de lo que muchos piensan, no es la marca por excelencia de la espiritualidad. El
primer y principal objetivo de la predicación no es tan solamente dar información. Es,
como dice Edwards, causar una impresión. Y la impresión en el momento es la que
importa, mucho más de lo que se puede recordar posteriormente. En este aspecto Edwards
es, en un sentido, un crítico de algo que era una prominente práctica y costumbre puritana.
El padre puritano solía catequizar e interrogar a los hijos en cuanto a lo que el predicador
había dicho. Edwards, en mi opinión, tiene la verdadera noción de la predicación. No es
principalmente transmitir información; porque mientras usted está revisando sus notas,
puede estar perdiendo algo del impacto del Espíritu. Como predicadores, no debemos
olvidar eso. No somos transmisores de información. Debemos decir a nuestros oyentes que
lean ciertos libros y obtengan información allí. La tarea de la predicación es dar vida a la
información. Lo mismo se aplica a los profesores en los colegios. La tragedia es que
muchos profesores simplemente dictan notas y los pobres alumnos las escriben. No es esa
la tarea de un maestro o profesor. Los alumnos pueden tener los libros, ellos mismos; la
tarea del profesor es dar calor a eso, darle entusiasmo, estimularlo, darle vida. Y esa es la
tarea primordial de la predicación. Tomemos esto en serio. Edwards daba gran énfasis a
eso; y lo que necesitamos por encima de todo, hoy más que nunca, es predicación
conmovedora, apasionada, poderosa. Esta debe ser “caliente” y debe ser “celosa”. A veces
Edwards escribía su sermón completamente, y luego lo leía a la iglesia; pero no siempre.
Pero, dejemos esto y pasemos a lo que es, al final de las cuentas, la cosa más
extraordinaria de todas acerca de Jonathan Edwards. Él fue, preeminentemente, el teólogo
del avivamiento, el teólogo de la experiencia, o, como algunos lo expresaron, “el teólogo
del corazón”. La cosa más espantosa sobre este fenómeno, ese intelecto poderoso, es que
nadie sabía más sobre las funciones del corazón, regenerado o no, que Jonathan Edwards.
Si usted quiere saber algo sobre la psicología de la religión, conversión, avivamientos; lea
a Jonathan Edwards.
En ese campo Edwards sobresale supremamente y sin rival. Un americano de nombre
Hofstadter publicó en la década de 1960 un libro titulado “El anti-intelectualismo en la
vida americana (“Anti-Intellectualism in América Life) Algunos evangélicos ingleses
parecieran haber descubierto esto recientemente e, invirtiendo su práctica anterior, ahora
nos están animando a que demos gran énfasis en el intelecto. La respuesta a esto, una vez,
es leer a Jonathan Edwards. No hay anti-intelectualismo en él. ¡Usted no puede emplear el
término anti-intelectual cuando está hablando de Jonathan Edwards! Es totalmente lo
inverso; en él usted tiene un intelecto calentado por el Espíritu Santo y lleno de él. Y eso
mismo se debería poder decir de todos nosotros. Mi alegación es, que lo que Edwards
escribió en esta conexión es una literatura única; y que no hay cosa alguna, en ninguna
parte que yo sepa o de que yo haya oído hablar, que de algún modo sea comparable a lo
que él escribió. Él lo realizó de varias maneras. Hace narrativas personales de experiencias
de las personas, ya he citado algo de su propia experiencia, y se ve más de eso en su
Narrativa Personal, en su Diario. Él nos hace un extenso relato de una de las admirables
experiencias que sobrevino a su esposa. La esposa de Jonathan Edwards fue una persona
tan santa como el propio Edwards, y ella tuvo algunas experiencias casi increíbles. Él nos
da un relato de ellas y las examina. Uno de los tratados que constan en dos volúmenes se
llama “Narrativa de Conversiones Sorprendentes” (A Narrative of Surprising
Conversions”) Es la más animadora y emocionante lectura que usted puede hacer jamás.
¿Usted las ha leído? ¡Bien, léalas! No será capaz de parar.
Otro importante grupo de sus escritos consiste en sus relatos de avivamientos. Se le pidió
que lo hiciera. Uno de sus tratados fue sobre el avivamiento de la religión en Nueva
Inglaterra. Se envió a amigos de Boston y luego a este país, y fue leído con gran avidez
por hombres de Inglaterra y Escocia. Hay referencias a avivamientos, y a lo que sucede en
ellos, en muchas de sus cartas, y también, con frecuencia, en sus sermones. Sin embargo,
lo que es único y superlativo es el modo en que él analiza las experiencias – tanto las
experiencias individuales como los avivamientos en general. Y aquí que él es
preeminentemente el maestro. Si usted quiere saber algo sobre avivamientos verdaderos,
Edwards es el hombre que se debe consultar. Su conocimiento del corazón humano y de la
psicología de la naturaleza humana es completamente incomparable.
Edwards escribió sobre estas cosas porque, en un sentido, fue obligado a hacerlo, debido a
las críticas y a los malentendidos. Él siempre estuvo luchando en dos frentes, toda la vida.
Se produjo en su iglesia un movimiento del Espíritu, y se extendió a otras iglesias, en un
área muy extensa, y entonces sobrevino el Gran Despertar de 1740, asociado a su nombre
y también a Whitefield y a otros. Todo esto dividió al pueblo de las iglesias en dos grupos.
Había algunos que eran totalmente opuestos al avivamiento. Eran hombres que defendían
la misma teología de Edwards, eran calvinistas, pero no les gustaba el avivamiento. No le
gustaba el elemento emocional, no le gustaba la novedad. Hacían muchas objeciones a lo
que estaba pasando; y Edwards tenía que defender el avivamiento contra esos críticos.
Pero había también hombres en el otro extremo, los hombres fogosos; y con ellos penetró
el fuego descontrolado, que siempre tiende a entrar en escena durante un avivamiento.
Estos eran los entusiastas, los hombres que se iban a los extremos, hombres culpables de
necedad. Edwards tenía que lidiar con ellos también; así, allí estaba él, combatiendo en
dos frentes. Sin embargo, claro está que su único interés era la gloria de Dios y el bien de
la Iglesia. No tenía deseo de ser polemista, pero tenía que escribir en favor de la verdad y
para defenderla.
Las principales obras que contienen esos análisis de las experiencias, y esas justificaciones
de experiencias y de avivamientos se hallan en obras como “Un Tratado Concerniente a
los Afectos Religiosos”. Este es uno de sus libros más famosos. Consistía realmente de
una serie de sermones sobre un solo versículo- 1 Pedro 1: 8: “A quien amáis sin haberle
visto, en quien, creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y
glorioso”. Lo que él hace en estos Libros es mostrar la diferencia entre lo verdadero y lo
falso en la esfera de la experiencia. Ese es el tema de todos estos diferentes tratados, y es
desarrollado a ambos sentidos, con el fin de tratar con los oponentes y con los entusiastas
al mismo tiempo.
A continuación, sigue el modo en que divide el asunto en el Tratado Concerniente a los
Afectos religiosos. Lo divide en tres partes. Aquí están sus títulos: (1) “Acerca de la
naturaleza de los sentimientos y la importancia de ellos en la religión.” Él tiene que probar
que ellos son legítimos. Los adversarios del avivamiento predicaban sus grandes sermones
doctrinarios, pero eran fríos, y toda emoción y cualquier fervor eran automáticamente
considerados tabúes. Por eso Edwards tenía que justificarlos y mostrar que hay lugar para
ellos. Entonces él prosigue y muestra que “La verdadera religión se apoya mucho en los
afectos”, y después, “Inferencias de ello”. A continuación, viene la segunda parte, “Viendo
que no hay señales definidas de que los afectos religiosos son benignos o no”. Eso es
típico de Edwards – el negativo y el positivo. Él continúa mostrando que el hecho de que
los afectos “se elevaren mucho no es señal de que sean verdaderos”, “la fluidez y el fervor
no son una señal“, “que no sean provocados por nosotros no es señal “, “que vengan
acompañados de textos de las Escrituras no es prueba de que sean reales“, “que haya una
apariencia de amor no es señal“, “afectos religiosos de muchas especies no son una señal“,
“alegrías que siguen cierto orden no son una señal“, “mucho tiempo y celo en el deber“,
“muchas expresiones de alabanza, de gran confianza, de relaciones conmovedoras no son
una señal“. Ninguna de estas cosas es necesariamente una señal verdadera de que son
genuinos o no. Después, la tercera parte muestra cuáles son los signos distintivos de los
afectos verdaderamente benignos y santos. “Los afectos benignos provienen de la
influencia divina.” “Su objetivo es la excelencia de las cosas divinas…”. “La práctica
cristiana es lo principal para los demás y para nosotros mismos.”
Así era Edwards. No es crédulo, y no es hipercrítico. Siempre examina los dos lados. Él
tenía que defender varios fenómenos inusuales y notables que ocurrieron en el
avivamiento de la década de 1740. Él tenía que defender, y defiende, el hecho de que
incluso el cuerpo puede ser afectado. La mujer de Edwards experimentó, en cierta ocasión,
el fenómeno conocido como levitación. Ella fue literalmente transportada de una parte de
la habitación a otra, sin hacer ningún esfuerzo o empeño. A veces las personas se
desmayaban y quedaban inconscientes en las reuniones. Edwards no enseñaba que tales
fenómenos eran del diablo. Él tiene algunas cosas sorprendentes para decir al respecto. Él
siempre advertía a ambos lados, advirtiendo de apagar el Espíritu, y advirtiendo también
del peligro de que la persona se dejara llevar por la carne y de ser engañada por Satanás
por medio de la carne. Él advertía a todos. Hubo una ocasión en que él advirtió hasta a
George Whitefield, que estaba viviendo con él. Whitefield tenía la tendencia de obedecer y
dar oído a los “impulsos” y actuar sobre ellos. Edwards se aventuró a criticar a Whitefield
en cuanto a eso, y a advertirle de los posibles peligros.
Hay algunas ilustraciones de la manera en que Edwards hacía ese maravilloso trabajo.
Ellas mostrarán cómo él advertía algunas personas del peligro de rechazar el avivamiento
como un todo, en términos de la filosofía de la historia, y del peligro de examinar sólo
aspectos particulares del avivamiento, en vez de observarlo como un todo y de reparar en
sus resultados extraordinarios.
Pero nada es más importante que el modo en que él advertía a las personas del terrible
peligro de juzgar en estas cuestiones en términos de sus experiencias personales, en lugar
de hacerlo en términos de la enseñanza de las Escrituras. Uno de nuestros mayores
peligros, en la Iglesia Cristiana, y particularmente en las iglesias evangélicas o
conservadoras hoy, es el hábito de reducir a algunas de las grandes afirmaciones de las
Escrituras a nivel de nuestras propias experiencias. Vean, por ejemplo, aquel versículo
sobre el cual Edwards predicó en conexión como su Tratado sobre los Afectos Religiosos:
“A quien amáis sin haberle visto, en quien, creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis
con gozo inefable y glorioso”. (1ª Pedro 1:8).
Hoy hay muchos que interpretan esto en términos de su experiencia personal y que nada
saben del “goce inefable y glorioso”. Ellos dicen que eso es experimentado por todos los
cristianos. Es como Edwards advierte de ese peligro:
“Desearía proponer que se considerara si es verdad o no, que algunos, en vez de hacer de
las Escrituras su única regla para juzgar esa obra, hacen de su propia experiencia la regla;
y rechazan todas las cosas ahora profesadas y experimentadas, porque ellos nunca las
experimentaron. ¿Acaso no existen muchos que, sobre todo sobre esta base, han
alimentado y ventilado sospechas, si no condenas perentorias, de aquellos terrores
extremos y de aquellos grandes, repentinos y extraordinarios descubrimientos de las
gloriosas perfecciones de Dios, y de la belleza y del amor de Cristo? ¿No han condenado
tales vehementes afectos, tales elevados transportes de amor y de alegría, tal compasión y
pesar por las almas de los demás, y ejercicios de la mente que ha producido tan grandes
efectos, meramente, o principalmente, porque nada saben de esas realidades por
experiencia propia? Las personas están muy dispuestas a sospechar de aquello que ellos
mismos no sintieron. Es para temerse que muchos buenos hombres son culpables de ese
error; lo que, sin embargo, no lo torna menos insensato. Y tal vez haya algunos que, sobre
esa base, no sólo rechazan esas cosas extraordinarias, sino también toda aquella
convicción de pecado, los descubrimientos de la gloria de Dios, la excelencia de Cristo y
la convicción interior de la veracidad del evangelio por la influencia inmediata del Espíritu
de Dios, que son necesarios para la salvación. Esas personas, que de ese modo hacen de
sus experiencias personales su regla para juicio, en vez de inclinarse a la sabiduría de Dios
y de rendirse su Palabra como una regla infalible, son culpables de lanzar una gran censura
sobre el entendimiento del Altísimo.” (Vol. 1, 371).
O vean su defensa de las inusuales, o altas experiencias, con Dios y con la obra del
Espíritu Santo. Él escribe:
“No es ningún argumento decir que no es obra del Espíritu de Dios que algunos que son
los sujetos de ella, estuvieron en una especie de éxtasis, en el cual fueron llevados más allá
de sí mismos, y tuvieron sus mentes transportadas por una corriente de vigorosas y
agradables imaginaciones, y por una especie de visiones, como si hubieran sido
arrebatados al cielo y allí hubieran visto cosas maravillosas. Conocí bien alguno de esos
casos, y no veo necesidad de introducir la ayuda del diablo en el relato que hacemos de
esas cosas, ni tampoco de suponer que son de la misma naturaleza de las visiones de los
profetas o del rapto de Pablo hacia el paraíso. La naturaleza humana, bajo estos intensos
ejercicios y afectos, es todo lo que se necesita introducir en el relato “(Vol. 2, 263).
Veamos ahora lo que él dice acerca del testimonio del Espíritu junto a nuestros espíritus.
Hay mucha confusión sobre esto en el presente. ¿Cómo interpretan ustedes, Romanos 8:
15-16? He aquí cómo Jonathan Edwards trata del testimonio del Espíritu:
“Hubo casos, anteriormente, de personas que gritaban en transporte de júbilo divino, en
Nueva Inglaterra. Tenemos un caso, en las Memorias del Capitán Clap (publicadas por el
Rev. Prince), no de una simple mujer o de un niño, sino de un hombre de sólido
entendimiento, que, en un elevado transporte de goce espiritual, se puso a gritar en alta voz
en su lecho. Sus palabras (p. 9) son: ‘El Espíritu Santo de Dios (lo creo) dio testimonio
junto a mi espíritu de que yo soy un hijo de Dios, y llenó mi corazón y mi alma con toda la
seguridad de que Cristo es mío, y de tal manera me transportó, que me hizo gritar en mi
cama, en alta voz, ¡Él ha venido!, ¡Él ha venido!’” (Vol. 1,370).
¿Será que todos los cristianos sienten y conocen ese testimonio del Espíritu? No permita
Dios que reduzcamos esas gloriosas declaraciones al nivel de nuestras pobres y débiles
experiencias. En el mismo párrafo se refiere a aquella experiencia inolvidable que John
Flavel tuvo cierta ocasión durante un viaje.
Aquí está su defensa de las asombrosas experiencias que se le fueron dadas a su esposa.
Habiendo hecho una extensa narrativa de sus experiencias, él las analiza y las da por
válidas. Había muchos en aquel tiempo, y aún los hay, que las catalogarían como: delirios,
fantasía, imaginación exacerbada, etc. Es como Edwards comenta esto:
“Si estas cosas no pasan de ser entusiasmo, o el fruto de un cerebro perturbado, ¡ojalá mi
cerebro sea siempre tomado de esa feliz perturbación! Si es locura, ¡oro a Dios para que
toda la humanidad sea atrapada por esa locura benigna, dócil, benéfica, beatífica y
gloriosa! ¡Qué noción tienen de la verdadera religión aquellos que rechazan lo que aquí se
ha descrito! ¿Qué hallaremos que corresponda a estas expresiones de las Escrituras: la paz
de Dios que excede todo el entendimiento; alegrarnos con gozo inefable y glorioso; el
resplandor de Dios en nuestros corazones, para iluminar el conocimiento de la gloria de
Dios, en la faz de Jesucristo; con cara descubierta, reflejando como un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu
del Señor; llamados de las tinieblas a su luz admirable; y la estrella de la mañana
resplandezca en nuestros corazones? (Filipenses 4: 7, 1 Pedro 1: 8, 2 Corintios 4: 6, 3:18, 1
Pedro 2: 9, 2 Pedro 1:19). ¿Entonces, permítanme preguntar, si esas cosas mencionadas
arriba no corresponden a esas expresiones, que otra cosa podremos encontrar, que
corresponda a ellas?” (Vol. 1, 69).
De esa manera Edwards defendía las inusuales y excepcionales experiencias que estaban
siendo concedidas a ciertas personas en aquella época particular. Todavía, con todo el
análisis que hace, y con todo su examen, interrogatorio y cuestionamiento, él nunca nos
deja confusos y desanimados. Edwards siempre nos eleva, siempre nos estimula y no nos
lleva a sentirnos sin esperanza. Él crea dentro de nosotros un deseo de conocer estas cosas.
Permítanme concluir con una nota de aplicación. Terminar sin hacer una aplicación sería
ser desleal a la memoria de este gran hombre de Dios. ¿Cuáles son las lecciones que nos
vienen de Jonathan Edwards para hoy? Ningún hombre es más relevante para la presente
condición del cristianismo que Jonathan Edwards. Ninguno es más necesario. Tomemos lo
que hemos estado considerando y, sobre todo, tomen el tratado que él escribió en 1748,
con el título de: “Un Humilde Intento de Promover Explícito Acuerdo y Unión Visible del
Pueblo de Dios en Extraordinaria oración por el Avivamiento de la Religión y por el
Progreso del Reino de Cristo en la Tierra”. Algunos amigos de Escocia se habían reunido
en oración de esa manera, y escribieron a Edwards y le hablaron de ello. Le preguntaron si
estaba de acuerdo con eso y si escribiría algo al respecto. Así, él escribe ese gran tratado
concitando a las personas a unirse, y acordar hacerlo de una vez al mes y de varias otras
maneras. Él argumenta y pleitea mucho, especialmente en términos de lo que él y ellos
consideraban entonces como la proximidad de la Segunda Venida de Cristo, y de la gloria
que habría de revelarse. Esta es una declaración vigorosa y gloriosa. Ciertamente el
avivamiento es la única respuesta para la presente necesidad y condición de la Iglesia.
Me gustaría exponerlo de esta manera: una apologética que deje de dar el supremo énfasis
a la obra del Espíritu Santo está condenada a ser un completo fracaso.
Todavía es lo que hemos estado haciendo. Hemos presentado una apologética altamente
filosófica y argumentativa. Hemos argumentado acerca del arte moderno, de la literatura
moderna, del teatro moderno, de conceptos políticos y sociales, como si eso fuera lo
necesario. Lo que es necesario es una efusión, un derramamiento del Espíritu, y cualquier
apologética que no nos lleve finalmente a la necesidad de ese derramamiento, en última
instancia será inútil. Creo que estamos de nuevo casi en la misma situación que prevalecía
antes de que sucedieran aquellas cosas grandiosas en la década del 30, en el siglo 18.
Las conferencias de Boyle habían sido instituidas en el siglo anterior con el fin de
propiciar una apologética y la defensa de la religión y del evangelio. Y hemos continuado
haciendo lo mismo con mucha asiduidad. No sólo eso; también la famosa Analogía
(“Analogy”) del obispo Butler había aparecido en defensa del evangelio. Pero no fueron
esos los factores que cambiaron la situación, fue el avivamiento. Y nuestra única
esperanza es el avivamiento, ya hemos intentado todo lo demás. Edwards nos recuerda una
vez más la suprema necesidad de avivamiento.
Tratemos de ver con claridad lo que él dijo al respecto de esto. Necesitamos saber lo que
significa avivamiento. Necesitamos saber la diferencia entre una campaña evangelística y
el avivamiento. No se pueden comparar. Necesitamos comprender la diferencia entre
experimentar el poder del Espíritu en el avivamiento y llamar a las personas para tomar
una decisión. Hace algunos años un cierto líder evangélico, muy conocido y preeminente,
insistía conmigo para asistir a una campaña evangelística y, lleno de entusiasmo, decía:
“Usted es debe ir. ¡Es maravilloso, magnífico! La gente va adelante en grandes grupos.
¡Nada de emoción! ¡Nada de emoción!” Y él repetía: “Nada de emoción.” ¡Él no había
leído a Jonathan Edwards! Deberíamos estar seriamente preocupados si no hay emoción.
¿Si las personas pueden tomar alguna supuesta decisión por Cristo sin emoción, que es lo
que realmente está sucediendo?
¿Es concebible que un alma pueda percibir el peligro de pasar la eternidad en el infierno,
conocer algo de la santidad de Dios, creer que el Hijo de Dios vino al mundo y hasta
murió en una atroz cruz, y que murió por nosotros, y que resucitó de los muertos para que
esa alma pudiera ser salva, y aún no sentir emoción?
Lean a Edwards sobre avivamiento. La expresión que él siempre usaba era “un
derramamiento del Espíritu“. Hoy, oímos hablar mucho de lo que llaman “renovación”.
No les gusta el término “avivamiento”; prefieren “renovación”. Lo que quieren decir con
eso es que, todos hemos sido bautizados con el Espíritu en el momento de la regeneración,
y que, por lo tanto, todo lo que tenemos que hacer es darnos cuenta de lo que ya tenemos y
rendirnos a eso. ¡Eso no es avivamiento! Ustedes pueden hacer todo lo que les enseñan y
obtener muchos beneficios; pero aún no habrán tenido avivamiento. El Avivamiento es un
derramamiento del Espíritu, es algo que nos sobreviene, que nos acontece. No somos los
agentes; sólo somos conscientes de que nos ha sucedido algo. Así que Edwards nos
recuerda de nuevo lo que es realmente el avivamiento.
Esto lleva a una advertencia a los que están apagando al Espíritu; y hay muchos sobre los
cuales pesa la culpa de ello en el presente. Un libro escrito por el finado Ronald Knox
sobre Entusiasmo se hizo popular entre ciertos evangélicos. Él fue un intelectual católico
romano, ignorante de estas cosas. Naturalmente, él menciona a Edwards y al famoso
sermón. El Nuevo Testamento nos advierte del peligro de “apagar el Espíritu”. Podemos
ser culpables de hacerlo de varias maneras. Podemos apagar al Espíritu interesándonos
exclusivamente por la teología. También podemos hacerlo interesándonos solamente por
la aplicación del cristianismo a la industria, a la educación, a las artes, a la política, etc. Al
mismo tiempo, Edwards hace advertencias similares a las que sólo dan énfasis a la
experiencia. Nada es más notable que el equilibrio de ese hombre. Debemos tener
teología; sin embargo ésta debe ser teología con fuego.
Es necesario que haya emoción y calor, así como luz. En Edwards encontramos la
combinación ideal: las grandes doctrinas con el fuego del Espíritu sobre ellas.
Cierro con dos palabras especiales de aplicación. La primera es para los predicadores.
Ternos urgente necesidad, hoy, de lo que Edwards decía a los predicadores en sus días:
“Creo que estaría cumpliendo con mi deber al elevar los afectos de mis oyentes tan alto
como me fuera posible, puesto que ellos no son afectados por nada, sino por la verdad, y
por afectos que no están en desacuerdo con la naturaleza del asunto. Sé que es vieja praxis,
despreciar un modo de predicar muy caluroso y dramático; y sólo han sido apreciados
como predicadores aquellos que muestran la más amplia cultura, poder de raciocinio y
corrección en el lenguaje. Pero humildemente creo que fue por falta de entender o de
estudiar debidamente la naturaleza humana, que se pensó que ella tiene de por sí, la mayor
propensión para atender a los fines de la predicación; y la experiencia de la época pasada y
de la actual confirma sobradamente este error. Aunque es cierto, como he dicho antes, que
la claridad del discernimiento, la ilustración, el poder de razonamiento y un buen método
de manejo doctrinal de las verdades de la religión, de muchas formas son necesarios y
provechosos, y no deben ser descuidados; no es el aumento en el conocimiento
especulativo de teología lo que las personas más necesitan. Los hombres pueden tener gran
cantidad de luz, y no tener ningún calor. ¡Cuánto de esta clase de conocimiento hay en el
mundo cristiano, en la época actual! ¿Ha habido alguna época en que el vigor y la
penetración de la razón, la extensión de la cultura, la exactitud del discernimiento, la
corrección del estilo y la claridad de expresión fueran tan abundantes? Y, sin embargo,
¿Ha habido alguna época en que haya habido tan poco sentido de la malignidad del
pecado, tan poco amor a Dios, disposición celestial y santidad en el vivir, entre los que
profesan la religión verdadera, como ahora? Nuestra gente no necesita tener sus cabezas
repletas, tanto como necesita tener sus corazones emocionados; y nuestra gente está en
gran necesidad de la especie de predicación que les proporcione eso.” (Vol. 1, 391).
Ahora, una palabra a los miembros de la iglesia. ¿Será que todo lo que dije les llevó a
sentirse desesperados? ¿Los llevó a dudar, tal vez, si son cristianos? Mi consejo a ustedes
es: lean a Jonathan Edwards. Dejen de frecuentar tantas reuniones; desapéguense de las
diversas formas de entretenimiento que actualmente son tan populares en los círculos
evangélicos. Aprender a quedarse en casa. Reaprendan a leer, y no sólo las historias
emocionantes de ciertas personas modernas. Regresen a algo sólido, real y profundo.
¿Estás perdiendo el arte de leer? Muchas veces los avivamientos comenzaron como
resultado de la lectura de obras como estos dos volúmenes de las obras de Edwards.
Pero, por encima de todo, habiendo leído a este hombre, intentemos, todos nosotros, captar
y retener su mayor énfasis: la Gloria de Dios. No nos detengamos en algún beneficio que
hayamos recibido, ni siquiera con las experiencias más altas que hayamos disfrutado,
busquemos conocer más y más la Gloria de Dios. Es lo que siempre lleva a una
experiencia genuina. Necesitamos conocer la majestad de Dios, la soberanía de Dios, y
necesitamos tener sentido de temor, sentido de lo maravilloso. ¿Tienen conocimiento de
ello? ¿Hay en nuestras iglesias un sentido de lo maravilloso y de lo espantoso? Esta es la
impresión que Jonathan Edwards siempre comunica y crea. Él enseña que estas cosas son
posibles al cristiano más humilde. Él predicaba y ministraba a la gente común y, aun así,
les decía que esas cosas eran posibles a todas ellas.”