El Hombre Mediocre
El Hombre Mediocre
El Hombre Mediocre
(José Ingenieros)
Introducción
“El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad, “Sin la sombra
ignoraríamos el valor de la luz”, estas son entre algunas de las frases que el
sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros utilizó en su obra acerca de la
cual gira la temática del libro dando referencia que existe en nuestra sociedad el
hombre que ha perdido sus ideales, que tiene miedo al cambio y a afrontar la
realidad con sus propios pensamientos y deseos, que no tiene deseo de superarse
al cual muchos hemos estado sumergidos a un mundo de conformismos,
siguiendo las ideas de alguien más y no las nuestras. Pero la decisión de
quedarnos en ese mundo de mediocridad depende de cada uno de nosotros o ser
personas soñadoras con imaginaciones que van más allá donde podamos
conseguir todos nuestros objetivos deseados y ser parte de esa raza en la
humanidad de ser un idealista.
Desarrollo
La palabra mediocre tiene su origen en el latín. Proviene de mediocris, mediocre
cuyo significado es mediano, regular, débil, insignificante. Para muchos
estudiosos, este vocablo está formado por el adjetivo medius, media, médium (que
está en medio, de en medio, central, a mitad de, central) y una antigua palabra
ocris que significa montaña o peñasco escarpado. De esta manera, el concepto
original de este vocablo es lo que está a mitad de la montaña o peñasco, el que se
queda a media altura.
En su libro José Ingenieros también manifiesta la otra personalidad del hombre
aquel que es idealista.
Para la Real Academia Española la definición de ser idealista es “que propende a
representarse las cosas de una manera ideal”; “que profesa la doctrina del
idealismo”. Entendiendo por esto “aptitud de la inteligencia para idealizar”;
“condición de los sistemas filosóficos que consideran la idea como principio del ser
y del conocer”.
Un ideal no es una fórmula muerta sino formaciones naturales que se anticipan a
nuestra imaginación, la imaginación es madre de toda originalidad y es aquella
que dará a conocer a unos el impulso hacia lo perfecto para conseguir sus ideales
(idealista) o hacia la imitación incapaz de pensar por su propia cuenta sino que se
sumerge ante un mundo incierto lleno de conformismo.
Los ideales pueden no ser verdaderos; son creencias. Su fuerza estriba en sus
elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que lo
creemos. Por eso, la representación abstracta de las variaciones futuras adquiere
un valor moral: las más provechosas a la especie son concebidas como
perfeccionamientos. El futuro se identifica con lo perfecto. Mientras que la
instrucción se limitará a extender las nociones que la experiencia actual considera
más exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se presumen
propicios a la perfección.
Estos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna
perfección más allá de lo actual, son los “idealistas”. La unidad del género no
depende del contenido intrínseco de sus ideales sino su temperamento: se es
idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas
impliquen un sincero afán de perfeccionamiento. Cualquiera. Los espíritus
afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra
los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas,
indisciplinado contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son
nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las
diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que
imagina.
Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos
pero nunca distinguen lo mejor de lo peor. La humanidad no llega hasta donde
quieren los idealistas en cada perfección particular; pero siempre llega más allá de
donde habría ido sin su esfuerzo. Lo poco que pueden todos depende de lo mucho
que algunos anhelan. Cuando los pueblos se domestican y callan, los grandes
forjadores de ideales levantan su voz. Una ciencia, un arte, un país, una raza,
estremecido por su eco, pueden salir de su cauce habitual. El genio es un guion
que pone el destino entre los párrafos de la historia. Si aparece en los orígenes,
crea o funda; si en los resurgimientos, transmuta o desorbita. En ese instante
remonta su vuelo todos los espíritus superiores, templándose en pensamientos
altos y para obras perennes.
Para concebir una perfección se requiere cierto nivel ético y es indispensable
alguna educación intelectual. Sin ellos pueden tenerse fanatismos y
supersticiones; ideales, jamás. ¿Por qué suprimir desniveles entre los hombres y
las sombras, como si rebajando un poco a los excelentes y puliendo un poco a los
bastos se atenuaran las desigualdades creadas por la naturaleza?
El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien,
diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño:
emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La función
capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la
imaginación creadora.
El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean; el original tiende a
diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la
sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que
suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un
hombre que aspira a pensar con su cabeza.
Constreñidos [los mediocres] a vegetar en horizontes estrechos, llegan hasta
desdeñar todo lo ideal y todo lo agradable, en nombre de lo inmediatamente
provechoso. Su miopía mental impídeles comprender el equilibrio supremo entre la
elegancia y la fuerza, la belleza y la sabiduría. "Donde creen descubrir las gracias
del cuerpo, la agilidad, la destreza, la flexibilidad, rehúsan los dones del alma: la
profundidad, la reflexión, la sabiduría. Borran de la historia que el más sabio y el
más virtuoso de los hombres -Sócrates- bailaba" Para los tontos nada más fáciles
que ser modestos: lo son por necesidad irrevocable; los más inflados lo fingen por
cálculo, considerando que esa actitud es el complemento necesario de la
solemnidad y deja sospechar la existencia de méritos pudibundo. Se desesperan
pensando que la calcomanía no figura entre las bellas artes.
Los grandes cerebros ascienden por la senda exclusiva del mérito; o por ninguna.
Saben que en las medicarías se suelen seguir otros caminos; por eso no se
sienten nunca vencidos, ni sufren de un contraste más de lo que gozan de un
éxito; ambos son obra de los demás. La gloria depende de ellos mimos. La Bullere
escribió una máxima imperecedera: "En la amistad desinteresada hay placeres
que no pueden alcanzar los que nacieron mediocres"; éstos necesitan cómplices,
buscándolos entre los que conocen esos secretos resortes descritos como una
simple solidaridad en el mal.
Siendo desleal, el hipócrita es también ingrato. Invierte las fórmulas del
reconocimiento: aspira a la divulgación de los favores que hace, sin ser por ello
sensible a los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un millón lo que
acepta. … Sus sentimientos son otros: el hipócrita sabe que puede seguir siendo
honesto aunque practique el mal con disimulo y con desenfado la ingratitud. La
mediocridad está en no dar escándalo ni servir de ejemplo.
Enseñan que es necesario ser como los demás; ignoran que sólo es virtuoso el
que anhela ser mejor. Cuando nos dicen al oído que renunciemos al ensueño e
imitemos al rebaño, no tienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasía
del propio ideal para sentarnos a rumiar la merienda común. Cada uno de los
sentimientos útiles para la vida humana engendra una virtud, una norma de talento
moral.
Hay filósofos que meditan durante largas noches insomnes, sabios que sacrifican
su vida en los laboratorios, patriotas que mueren por la libertad de sus
conciudadanos, altivos que renuncian todo favor que tenga por precio su dignidad,
madres que sufren la miseria custodiando el honor de sus hijos. El hombre
mediocre ignora esas virtudes; se limita a cumplir las leyes por temor a las penas
que amenazan a quien las viola, guardando la honra por no arrastrar las
consecuencias de perderla. Si el ejemplo supremo para los que combaten lo dan
los héroes y para los que creen los apóstoles, para los que piensan lo dan los
filósofos. Sin algún ingenio, es imposible ascender por los senderos de la virtud;
sin alguna virtud son inaccesibles los del ingenio. La duda debiera ser más común,
escaseando los criterios de certidumbre lógica; la primera actitud, sin embargo, es
una adhesión a lo que se presenta a nuestra experiencia.
Los seres cuya imaginación se llena de ideales y su sentimiento atrae hacia ellos
la personalidad entera son los IDEALISTAS. El ideal es un gesto del espíritu hacia
alguna perfección. Los filósofos del futuro irán poniendo la experiencia como
fundamento de toda hipótesis legitima, no es arriesgado pensar que en la ética
venidera florecerá un idealismo moral. Un ideal no es una formula muerta, sino
una hipótesis perfectible; la evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre
para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Un ideal es un punto y un
momento entre todo lo posible que puebla el espacio y el tiempo, evolucionar es
variar. En la evolución humana varia incesantemente el pensamiento. La vida
tiende naturalmente a perfeccionarse. A medida que la experiencia humana se
amplia, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación,
que es plástica y no reposa jamás. Los ideales son, por ende, reconstrucciones
imaginativas de la realidad que deviene. Un ideal colectivo es la coincidencia de
muchos individuos en un mismo afán de perfección. Todo ideal es una fe en la
posibilidad misma de la perfección. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos
ideales como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia
ellas.
El Hombre Mediocre.
Viven de los demás y para los demás: sombras de una grey, carecen de luz, de
arrojo, de fuego, de emoción. Los caracteres excelentes ascienden a la propia
dignidad nadando contra la corriente. Nunca se obstinan en el error, ni traicionan
jamás la verdad. Su fisonomía es la propia y no puede ser nadie más; son
inconfundibles. Por ellos la humanidad vive y progresa. Las creencias son el
soporte del carácter; el hombre que las posee firmes y elevadas, lo tienen
excelente. Las sombras no creen. Las creencias son los móviles de toda actividad
humana.
La Envidia
La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la
mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena.
Es el grillete que arrastra los fracasos. El que envidia se rebaja sin saberlo, se
confiesa subalterno; esta pasión es el estigma psicológico de una humillante
inferioridad, sentida, reconocida. Sorprende que los sicólogos la olviden en sus
estudios sobre las pasiones, limitándose a mencionarla como un caso particular de
los celos. Es pasión traidora y propicia a las hipocresías. Se puede odiar a las
cosas y a los animales; solo se puede envidiar a los hombres. El odio que injuria y
ofende es temible; la envidia que calla y conspiran es repugnante. El odio puede
hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces,
cuando quieren borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envidia es de
corazones pequeños; el hombre que se siente superior no puede envidiar, ni
envidia nunca el loco feliz que vive con delirio de grandeza. Se envidia lo que otros
ya tienen y se desearía tener, sintiendo que el propio es un deseo sin esperanza:
se cela lo que ya se posee y se teme perder; se emula en pos de algo que otros
también anhelan, teniendo la posibilidad de alcanzarlo.
La Vejez Niveladora
La Mediocracia
Los más bellos dones requieren ser cultivados como las tierras más fértiles
necesitan ararse. La memoria no hace al genio, aunque no le estorba; pero ella, y
el razonamiento a sus datos, no crean nada superior a lo real que percibimos.
Mientras existan corazones que alienten un afán de perfección, serán conmovidos
por todo lo que revela la fe en un ideal: por el canto de los poetas, por el gesto de
los héroes, por la virtud de los santos, por la doctrina de los sabios, por la filosofía
de los pensadores.
Conclusión
FILOSOFICAS: El autor nos muestra en este libro, la clara imagen del hombre
moderno moldeado por el medio, la sociedad en que vive, sin ideales ni
individualidad, nos muestra esto para evitar que caigamos en este error para que
mundo salga de la idiosincrasia en que se encuentra y pueda llegar a ser prospero
social, cultural, y económicamente.
Después de haber analizado esta obra nos damos cuenta que realmente la
sociedad en la que vivimos la mayoría forma parte de los hombres sin ideales,
conformistas, que los intereses son cuantitativos solo a poseer cosas materiales
los valores se van quedando olvidados y cuando debieran ser lo primordial en los
seres humanos, por eso el país se enfrenta a situaciones de violencia, pobreza,
marginación, por la falta de ideales de nuestros gobernantes.
Los hombres faltos de ideales son incapaces de tratar de superarse, huyen al
amor, mueren sin haber amado, sin haber luchado y sin conocer más de lo que
estuvo a su alrededor. Tienen un mundo tan pequeño como pequeña es su alma y
sus valores morales.
Las acciones de la vida nos ponen trabas y obstáculos, para quienes persiguen un
objetivo no se dejan ganar si no que buscan la forma de vencerlos y uno a uno y
poco a poco porque lo que este tipo de situaciones no matan a un idealista si no
que lo educan para seguir adelante, buscando la forma de vencer las trabas que la
mediocridad le pone.
Sin ser la mejor esposa, ni la mejor madre del mundo, me esmero por ser una
buena madre, una buena esposa y una buena amiga. No soy la mejor en nada, y
eso me da motivos para seguir practicando, estudiando e intentando sin tener la
presión de ser la mejor, sino por mí misma y por las ganas de ser cada día mejor,
el espacio se lo gana con responsabilidad, dedicación, respeto y seguir siendo
diferente a los demás.
Los hombres mediocres se equivocan de vulgar manera; el genio, aun cuando se
desploma, enciende una chispa, y en su fugaz alumbramiento se entrevé alguna
cosa o verdad no sospechada antes. No es menos grande Platón por sus errores
ni lo son por ello Shakespeare o Kant. En los genios que se equivocan hay una
viril firmeza que a todos impone respeto.