El Hombre Mediocre

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EL HOMBRE MEDIOCRE

(José Ingenieros)

Introducción
“El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad, “Sin la sombra
ignoraríamos el valor de la luz”, estas son entre algunas de las frases que el
sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros utilizó en su obra acerca de la
cual gira la temática del libro dando referencia que existe en nuestra sociedad el
hombre que ha perdido sus ideales, que tiene miedo al cambio y a afrontar la
realidad con sus propios pensamientos y deseos, que no tiene deseo de superarse
al cual muchos hemos estado sumergidos a un mundo de conformismos,
siguiendo las ideas de alguien más y no las nuestras. Pero la decisión de
quedarnos en ese mundo de mediocridad depende de cada uno de nosotros o ser
personas soñadoras con imaginaciones que van más allá donde podamos
conseguir todos nuestros objetivos deseados y ser parte de esa raza en la
humanidad de ser un idealista.

Desarrollo
La palabra mediocre tiene su origen en el latín. Proviene de mediocris, mediocre
cuyo significado es mediano, regular, débil, insignificante. Para muchos
estudiosos, este vocablo está formado por el adjetivo medius, media, médium (que
está en medio, de en medio, central, a mitad de, central) y una antigua palabra
ocris que significa montaña o peñasco escarpado. De esta manera, el concepto
original de este vocablo es lo que está a mitad de la montaña o peñasco, el que se
queda a media altura.
En su libro José Ingenieros también manifiesta la otra personalidad del hombre
aquel que es idealista.
Para la Real Academia Española la definición de ser idealista es “que propende a
representarse las cosas de una manera ideal”; “que profesa la doctrina del
idealismo”. Entendiendo por esto “aptitud de la inteligencia para idealizar”;
“condición de los sistemas filosóficos que consideran la idea como principio del ser
y del conocer”.
Un ideal no es una fórmula muerta sino formaciones naturales que se anticipan a
nuestra imaginación, la imaginación es madre de toda originalidad y es aquella
que dará a conocer a unos el impulso hacia lo perfecto para conseguir sus ideales
(idealista) o hacia la imitación incapaz de pensar por su propia cuenta sino que se
sumerge ante un mundo incierto lleno de conformismo.
Los ideales pueden no ser verdaderos; son creencias. Su fuerza estriba en sus
elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que lo
creemos. Por eso, la representación abstracta de las variaciones futuras adquiere
un valor moral: las más provechosas a la especie son concebidas como
perfeccionamientos. El futuro se identifica con lo perfecto. Mientras que la
instrucción se limitará a extender las nociones que la experiencia actual considera
más exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se presumen
propicios a la perfección.
Estos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna
perfección más allá de lo actual, son los “idealistas”. La unidad del género no
depende del contenido intrínseco de sus ideales sino su temperamento: se es
idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas
impliquen un sincero afán de perfeccionamiento. Cualquiera. Los espíritus
afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra
los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas,
indisciplinado contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son
nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las
diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que
imagina.
Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos
pero nunca distinguen lo mejor de lo peor. La humanidad no llega hasta donde
quieren los idealistas en cada perfección particular; pero siempre llega más allá de
donde habría ido sin su esfuerzo. Lo poco que pueden todos depende de lo mucho
que algunos anhelan. Cuando los pueblos se domestican y callan, los grandes
forjadores de ideales levantan su voz. Una ciencia, un arte, un país, una raza,
estremecido por su eco, pueden salir de su cauce habitual. El genio es un guion
que pone el destino entre los párrafos de la historia. Si aparece en los orígenes,
crea o funda; si en los resurgimientos, transmuta o desorbita. En ese instante
remonta su vuelo todos los espíritus superiores, templándose en pensamientos
altos y para obras perennes.
Para concebir una perfección se requiere cierto nivel ético y es indispensable
alguna educación intelectual. Sin ellos pueden tenerse fanatismos y
supersticiones; ideales, jamás. ¿Por qué suprimir desniveles entre los hombres y
las sombras, como si rebajando un poco a los excelentes y puliendo un poco a los
bastos se atenuaran las desigualdades creadas por la naturaleza?
El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien,
diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño:
emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La función
capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la
imaginación creadora.
El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean; el original tiende a
diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la
sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que
suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un
hombre que aspira a pensar con su cabeza.
Constreñidos [los mediocres] a vegetar en horizontes estrechos, llegan hasta
desdeñar todo lo ideal y todo lo agradable, en nombre de lo inmediatamente
provechoso. Su miopía mental impídeles comprender el equilibrio supremo entre la
elegancia y la fuerza, la belleza y la sabiduría. "Donde creen descubrir las gracias
del cuerpo, la agilidad, la destreza, la flexibilidad, rehúsan los dones del alma: la
profundidad, la reflexión, la sabiduría. Borran de la historia que el más sabio y el
más virtuoso de los hombres -Sócrates- bailaba" Para los tontos nada más fáciles
que ser modestos: lo son por necesidad irrevocable; los más inflados lo fingen por
cálculo, considerando que esa actitud es el complemento necesario de la
solemnidad y deja sospechar la existencia de méritos pudibundo. Se desesperan
pensando que la calcomanía no figura entre las bellas artes.
Los grandes cerebros ascienden por la senda exclusiva del mérito; o por ninguna.
Saben que en las medicarías se suelen seguir otros caminos; por eso no se
sienten nunca vencidos, ni sufren de un contraste más de lo que gozan de un
éxito; ambos son obra de los demás. La gloria depende de ellos mimos. La Bullere
escribió una máxima imperecedera: "En la amistad desinteresada hay placeres
que no pueden alcanzar los que nacieron mediocres"; éstos necesitan cómplices,
buscándolos entre los que conocen esos secretos resortes descritos como una
simple solidaridad en el mal.
Siendo desleal, el hipócrita es también ingrato. Invierte las fórmulas del
reconocimiento: aspira a la divulgación de los favores que hace, sin ser por ello
sensible a los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un millón lo que
acepta. … Sus sentimientos son otros: el hipócrita sabe que puede seguir siendo
honesto aunque practique el mal con disimulo y con desenfado la ingratitud. La
mediocridad está en no dar escándalo ni servir de ejemplo.
Enseñan que es necesario ser como los demás; ignoran que sólo es virtuoso el
que anhela ser mejor. Cuando nos dicen al oído que renunciemos al ensueño e
imitemos al rebaño, no tienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasía
del propio ideal para sentarnos a rumiar la merienda común. Cada uno de los
sentimientos útiles para la vida humana engendra una virtud, una norma de talento
moral.

Hay filósofos que meditan durante largas noches insomnes, sabios que sacrifican
su vida en los laboratorios, patriotas que mueren por la libertad de sus
conciudadanos, altivos que renuncian todo favor que tenga por precio su dignidad,
madres que sufren la miseria custodiando el honor de sus hijos. El hombre
mediocre ignora esas virtudes; se limita a cumplir las leyes por temor a las penas
que amenazan a quien las viola, guardando la honra por no arrastrar las
consecuencias de perderla. Si el ejemplo supremo para los que combaten lo dan
los héroes y para los que creen los apóstoles, para los que piensan lo dan los
filósofos. Sin algún ingenio, es imposible ascender por los senderos de la virtud;
sin alguna virtud son inaccesibles los del ingenio. La duda debiera ser más común,
escaseando los criterios de certidumbre lógica; la primera actitud, sin embargo, es
una adhesión a lo que se presenta a nuestra experiencia.

La mediocridad es la ausencia de características personales que pueden distinguir


a la persona en la sociedad, ningún hombre es excepcional en todas sus
aptitudes pero llegan a ser mediocres cuando no son capaces de usar su propia
imaginación para conseguir sus ideales que se propongan, carentes de
personalidad, son imitadores y sumisos a toda rutina.
La manera primitiva de pensar las cosas consiste en creerlas tales como las
sentimos; los niños, los salvajes, los ignorantes y los espíritus débiles son
accesibles a todos los errores, juguetes frívolos de las personas, las cosas y las
circunstancias. Cualquiera desvía los bajeles sin gobierno. Esas creencias son
como los clavos que se meten de un solo golpe; las convicciones firmes entran
como los tornillos, poco a poco, a fuerza de observación y de estudio. … Vivir
arrastrado por las ajenas equivale a no vivir.
Los mediocres son obra de los demás y están en todas partes: manera de no ser
nadie y no estar en ninguna. Pensar es vivir. Todo ideal humano implica una
asociación sistemática de la moral y de la voluntad, haciendo converger a su
objeto los más vehementes anhelos de perfección el hombre es. La sombra
parece.
El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo;
asciende a la dignidad. La sombra pone el suyo en la estimación ajena y renuncia
a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su
caricatura: ser o parecer.
José Ingenieros manifiesta que los hombres no son iguales y los diferencias en el
hombre inferior aquel que debido a su ineptitud no se adapta al medio donde vive,
que no tiene una personalidad desarrollada y que siempre imitan a las personas
de su entorno, El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad
incapaz de usar su propia imaginación para obtener ideales, lleno de rutinas,
prejuicios, su característica es imitar a los que están a su alrededor y el hombre
superior es aquella persona que tiene sus ideales bien definidos que cada día
hace las cosas con excelencia pensando y soñando en ellos, en lo que debe hacer
y cómo hacerlo, hasta llegarlos a hacerlos realidad, es una persona creativa,
original e imaginativo con una personalidad única que destaca donde quiera que
se encuentre.
El que aspira a parecer renuncia a ser. El que aspira a ser águila debe mirar lejos
y volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho
de protestar si lo aplastan. El que envidia se rebaja sin saberlo, se confiesa
subalterno. Toda la psicología de la envidia está sintetizada en una fábula, digna
de incluirse en los libros de lectura infantil. Un ventrudo sapo graznaba en su
pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga.
Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería
jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su
vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el
sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué
brillas? Todo rumor de alas parece estremecerlo [al mediocre], como si fuera una
burla a sus vuelos gallináceos. Maldice la luz, sabiendo que en sus propias
tinieblas no amanecerá un solo día de gloria. ¡Si pudiera organizar una cacería de
águilas o decretar un apagamiento de astros! Sólo que la admiración nace en
el fuerte y la envidia en el subalterno. Envidiar es una forma aberrante de rendir
homenaje a la superioridad. El gemido que la insuficiencia arranca a la vanidad es
una forma especial de alabanza.
La que ha nacido bella -y la Belleza para ser completa requiere, entre otros dones,
la gracia, la pasión y la inteligencia- tiene asegurado el culto de la envidia. La
incapacidad de crear le empuja a destruir. Su falta de inspiración le induce a
rumiar el talento ajeno, empañándolo con espaciosidades que denuncian su
irreparable ultimidad. Donde todos pueden hablar, callan los ilustrados. Alabar a
los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, y
jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad.
El ambicioso quiere ascender, hasta donde sus propias alas puedan levantado; el
vanidoso cree encontrarse ya en la suprema cumbre codiciada por los demás.
La cuna dorada no da aptitudes; tampoco las da una urna electoral. Un régimen
donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas, sería
perfecto. Excluiría cualquier influencia numérica u oligarquía. No habría intereses
creados. El voto anónimo tendría tan exiguo valor como el blasón fortuito.
Los hombres se esforzarían por ser cada vez más desiguales entre sí, prefiriendo
cualquier originalidad creadora a la más tradicional de las rutinas.
Todo lo que existe es necesario y cada hombre posee un valor de contraste que lo
hace diferente a cada uno y cada individuo es producto de dos factores, la
herencia y la educación.
La mediocridad se ve reflejada a través de la vulgaridad ya que convierte el amor
de la vida en falta de ánimo o de valor para soportar las desgracias o para intentar
cosas grandes, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad, el respeto en
servilismo.
La mediocridad intelectual está reflejada en la rutina, los hombres rutinarios son
intolerantes defienden lo absurdo, desconfían de su imaginación, viven una vida
que no es vivir y el que no cultiva su mente, va derecho a la disgregación de su
personalidad.
Los mediocres van inclinados a la hipocresía y al odio, una audaz y la otra
cobarde. El hipócrita no aspira a ser virtuoso, sino a parecerlo, y es más honda
que la mentira. En fin muchas cualidades que posee el hombre mediocre que
incluso son errores que cometemos día a día en nuestra propia vida y darnos
cuenta que no todas las personas son como uno cree y piensa que son. La
sociedad en que vivimos está inmersa de personas sin ideales ni individualidad.
Este autor señala en su libro que la mediocridad no solo se da en personas
jóvenes, sino también en la vejez.
Inferior, mediocre o superior, todo hombre adulto atraviesa un período
estacionario, durante el cual perfecciona sus aptitudes adquiridas y mediocriza a
todo hombre superior. La vejez inequívoca es la que pone más arrugas en el
espíritu que en la frente. La juventud no es simple cuestión de estado civil y puede
sobrevivir a alguna cana: es un don de vida intensa, expresiva y optimista. Muchos
adolescentes no lo tienen y algunos viejos desbordan de él. Hay hombres que
nunca han sido jóvenes; en sus corazones. La vejez comienza por hacer de todo
individuo un hombre mediocre. El anciano se inferioriza, es decir, vuelve poco a
poco a su primitiva mentalidad infantil.
Siempre hay mediocres lo único que varía es su prestigio y su influencia, donde
quieran que se encuentren no osan por inmiscuirse en nada, solo cuando los
ideales se entibian se empieza a contar con ellas.
La desigualdad es la fuerza y la esencia de toda selección. No hay dos lirios
iguales, ni dos águilas, ni dos orugas, ni dos hombres: todo lo que vive es
incesantemente desigual.
Los ideales es algo que la mayoría de personas pierden en el transcurso de su
vida, pero aquellos que los mantienen, logran ser hombres superiores en la
sociedad actual. Sin embargo aquellos que quieren llegar a la genialidad pero no
lo han logrado no necesariamente cumplen con todos los defectos que tienen los
mismos hombres mediocres, sino que les falta hacer algunas correcciones en el
transcurso de la vida, para así llegar a dejar una huella en la sociedad.
La Moral De Los Idealistas.

Los seres cuya imaginación se llena de ideales y su sentimiento atrae hacia ellos
la personalidad entera son los IDEALISTAS. El ideal es un gesto del espíritu hacia
alguna perfección. Los filósofos del futuro irán poniendo la experiencia como
fundamento de toda hipótesis legitima, no es arriesgado pensar que en la ética
venidera florecerá un idealismo moral. Un ideal no es una formula muerta, sino
una hipótesis perfectible; la evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre
para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Un ideal es un punto y un
momento entre todo lo posible que puebla el espacio y el tiempo, evolucionar es
variar. En la evolución humana varia incesantemente el pensamiento. La vida
tiende naturalmente a perfeccionarse. A medida que la experiencia humana se
amplia, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación,
que es plástica y no reposa jamás. Los ideales son, por ende, reconstrucciones
imaginativas de la realidad que deviene. Un ideal colectivo es la coincidencia de
muchos individuos en un mismo afán de perfección. Todo ideal es una fe en la
posibilidad misma de la perfección. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos
ideales como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia
ellas.
El Hombre Mediocre.

La desigualdad humana no es un descubrimiento moderno. Hay hombres


mentalmente inferiores al término medio de su raza, de su tiempo y de su clase
social; también los hay superiores. Entre unos y otros fluctúan una gran masa
imposible de caracterizar por inferioridades o excelencias. Su existencia es, sin
embargo, natural y necesaria. En todo lo que ofrece grados hay mediocridad; en la
escala de la inteligencia humana ella representa el claroscuro entre el talento y la
estulticia. Las personas tienden a confundir el sentido común con el buen sentido.
El sentido común es colectivo, eminentemente retrogrado y dogmatista; el buen
sentido es individual, siempre innovador y libertario. La personalidad individual
comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás; en
muchos hombres ese punto es simplemente imaginario.
La Mediocridad Intelectual

La rutina no es hija de la experiencia; es su caricatura. En su órbita giran los


espíritus mediocres. Evitan salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es
preferible lo malo conocido que lo bueno por conocer. Su impotencia para asimilar
ideas nuevas los constriñe a frecuentar las antiguas. La Rutina, es el hábito de
renunciar a pensar. Los prejuicios son creencias anteriores a la observación; los
juicios, exactos o erróneos, son consecutivos a ella. Es más contagiosa la
mediocridad que el talento. Los rutinarios razonas con la lógica de los demás.
Ignoran que el hombre vale por su saber; niegan por la cultura es la más honda
fuente de la virtud. No intentan estudiar; todos los rutinarios son intolerantes; los
condena a serlo. Los hombres rutinarios desconfían de su imaginación.
Los Valores Morales
La hipocresía es le arte de amordazar la dignidad; ella hace enmudecer los
escrúpulos en los hombres incapaces de resistir la tentación del mal. Es falta de
virtud para renunciar a este y de coraje para asumir su responsabilidad. Ninguna
fe impulsa a los hipócritas; esquivan la responsabilidad de sus acciones son
audaces en la traición y tímidos en la lealtad. En su anhelo simulan las aptitudes y
cualidades que consideran ventajosas para acrecentar la sombra que proyecta en
su escenario. El hipócrita suele aventajarse de su virtud fingida, mucho más que el
verdadero virtuoso. La hipocresía tiene matices. Si el mediocre moral se aviene a
vegetar en la penumbra, no cabe baje el escalpelo del psicólogo. El odio es loable
si lo comparamos con la hipocresía.
Los Caracteres Mediocres

Viven de los demás y para los demás: sombras de una grey, carecen de luz, de
arrojo, de fuego, de emoción. Los caracteres excelentes ascienden a la propia
dignidad nadando contra la corriente. Nunca se obstinan en el error, ni traicionan
jamás la verdad. Su fisonomía es la propia y no puede ser nadie más; son
inconfundibles. Por ellos la humanidad vive y progresa. Las creencias son el
soporte del carácter; el hombre que las posee firmes y elevadas, lo tienen
excelente. Las sombras no creen. Las creencias son los móviles de toda actividad
humana.
La Envidia

La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la
mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena.
Es el grillete que arrastra los fracasos. El que envidia se rebaja sin saberlo, se
confiesa subalterno; esta pasión es el estigma psicológico de una humillante
inferioridad, sentida, reconocida. Sorprende que los sicólogos la olviden en sus
estudios sobre las pasiones, limitándose a mencionarla como un caso particular de
los celos. Es pasión traidora y propicia a las hipocresías. Se puede odiar a las
cosas y a los animales; solo se puede envidiar a los hombres. El odio que injuria y
ofende es temible; la envidia que calla y conspiran es repugnante. El odio puede
hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces,
cuando quieren borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envidia es de
corazones pequeños; el hombre que se siente superior no puede envidiar, ni
envidia nunca el loco feliz que vive con delirio de grandeza. Se envidia lo que otros
ya tienen y se desearía tener, sintiendo que el propio es un deseo sin esperanza:
se cela lo que ya se posee y se teme perder; se emula en pos de algo que otros
también anhelan, teniendo la posibilidad de alcanzarlo.

La Vejez Niveladora

La vejez mediocriza a todo hombre superior; más tarde, la decrepitud inferioriza al


viejo ya mediocre. Quien se pone a mirar si lo que tiene le bastara para que todo
su porvenir posible, ya no es joven; cuando opina que es preferible tener de más a
tener de menos, esta viejo; cuando su afán de poseer excede su posibilidad de
vivir, ya está moralmente decrepito. La avaricia es una exaltación de los
sentimientos egoístas propios de la vejez.

La personalidad individual se constituye por sobre posiciones sucesivas de la


experiencia. Inferior, mediocre o superior, todo hombre adulto atraviesa un periodo
estacionario durante el cual se perfeccionan las aptitudes.

La Mediocracia

En raros momentos la pasión caldea la historia y los idealismos se exaltan: cuando


las naciones se constituyen y cuando se renuevan. Platón, sin quererlo, al decir de
la democracia:” es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los
malos” definió la mediocracia. Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y
bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin
ideales. Siempre hay mediocres. Son perennes. Lo que varía es su prestigio y su
influencia. En las épocas de exaltación renovadora muéstrense humildes, son
tolerados; nadie los nota, no osan inmiscuirse en nada. Cuando se entibian los
ideales y se reemplaza lo cualitativo por lo cuantitativo, se empieza a contar con
ellos. Los gobernantes no crean tal estado de cosas y de espíritus: lo representan.
Florecen legisladores, pululan archivistas, cuentéense los funcionarios por
legiones: las leyes se multiplican, sin reforzar por ello su eficacia.

Los Forjadores De Ideales

Todo lo que vive es incesantemente desigual. Nacen muchos ingenios excelentes


en cada siglo, encuentran el momento adecuado para llegar a ser lo que son. Ese
es el secreto de su gloria: coincidir con la oportunidad que necesita de él.

La obra de genio no es fruto exclusivo de la inspiración individual, otorgar ese


título a cuantos descuellan por determinada aptitud significa mirar como idénticos
a todos los que se elevan sobre la medianía. Ninguna clasificación es justa por
que la genialidad no se clasifica. Un libro es más que una intención: es un gesto.
La adaptación es mediocrizadora.

El genio se abstrae; el alienado se distrae. Por eso, con frecuencia, toda


superioridad es un destierro. Son inquietos: la gloria y el reposo nunca fueron
compatibles. Solo esta vencido el que confiesa estarlo. El genio por su definición,
no fracasa nunca. Por eso los hombres excepcionales merecen la admiración que
se les profesa. Si su aptitud es un don de la naturaleza, desarrollarla implica un
esfuerzo ejemplar.

Los más bellos dones requieren ser cultivados como las tierras más fértiles
necesitan ararse. La memoria no hace al genio, aunque no le estorba; pero ella, y
el razonamiento a sus datos, no crean nada superior a lo real que percibimos.
Mientras existan corazones que alienten un afán de perfección, serán conmovidos
por todo lo que revela la fe en un ideal: por el canto de los poetas, por el gesto de
los héroes, por la virtud de los santos, por la doctrina de los sabios, por la filosofía
de los pensadores.

Conclusión

PERSONALES: Al leer el libro El hombre mediocre me di cuenta de que no todas


las personas son como uno cree, a veces pensamos que hay muchas personas
excelentes pero según el libro son muy pocas las que llegan a esta excelencia, por
qué?. Porque la mayoría de las personas hacemos las cosas por hacerlas,
muchas veces no le ponemos empeño a lo que nos piden y hacemos
estrictamente lo necesario y no vamos más allá de nuestras habilidades para
poder llegar a ser verdaderos hombres y mujeres que le sirven de manera total a
la sociedad.

SOCIALES: En este libro se habla muy claramente a la sociedad actual, ya que de


esta tienden a salir hombres sin saber para que están en la vida, para que sirven,
son personas mediocres que no le sirven a una sociedad que requiere con
urgencia sabios, que en esta época son muy escasos ya que la mayoría son
mediocres y esto es lo que trata de evitar José Ingenieros en este libro.

BÍBLICAS: En la biblia encontramos varios ejemplos de animales que no son


´´mediocres´´, entre estos encontramos el ejemplo de la abeja y la hormiga. Al ver
la vida de una abeja podemos admirar como es que vive y trabaja, su instinto las
lleva a trabajar sin cesar, con perseverancia, diligencia y una productividad
asombrante. Ellas tiene una vida muy corta pero esto no les impide para alcanzar
a producir varios gramos de miel siendo ella tan pequeña y su vida tan corta. Al
lado de la abeja encontramos el zángano, este no se mata trabajando como la
abeja, este es el símbolo del hombre mediocre, vive del trabajo ajena, del trabajo
de los excelentes, delos sabios, de los que le verdaderamente le sirven a la
sociedad. Cuanto más progreso y felicidad habría en esta sociedad, sino existieran
los mediocres y sí muchos sabios. Salomón en Proverbios nos da el segundo
ejemplo que es muy claro, “ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y se
sabio” (Prov. 6:6). Dios bendice a quienes son diligentes en el cumplimiento
de su deber.

FILOSOFICAS: El autor nos muestra en este libro, la clara imagen del hombre
moderno moldeado por el medio, la sociedad en que vive, sin ideales ni
individualidad, nos muestra esto para evitar que caigamos en este error para que
mundo salga de la idiosincrasia en que se encuentra y pueda llegar a ser prospero
social, cultural, y económicamente.
Después de haber analizado esta obra nos damos cuenta que realmente la
sociedad en la que vivimos la mayoría forma parte de los hombres sin ideales,
conformistas, que los intereses son cuantitativos solo a poseer cosas materiales
los valores se van quedando olvidados y cuando debieran ser lo primordial en los
seres humanos, por eso el país se enfrenta a situaciones de violencia, pobreza,
marginación, por la falta de ideales de nuestros gobernantes.
Los hombres faltos de ideales son incapaces de tratar de superarse, huyen al
amor, mueren sin haber amado, sin haber luchado y sin conocer más de lo que
estuvo a su alrededor. Tienen un mundo tan pequeño como pequeña es su alma y
sus valores morales.
Las acciones de la vida nos ponen trabas y obstáculos, para quienes persiguen un
objetivo no se dejan ganar si no que buscan la forma de vencerlos y uno a uno y
poco a poco porque lo que este tipo de situaciones no matan a un idealista si no
que lo educan para seguir adelante, buscando la forma de vencer las trabas que la
mediocridad le pone.
Sin ser la mejor esposa, ni la mejor madre del mundo, me esmero por ser una
buena madre, una buena esposa y una buena amiga. No soy la mejor en nada, y
eso me da motivos para seguir practicando, estudiando e intentando sin tener la
presión de ser la mejor, sino por mí misma y por las ganas de ser cada día mejor,
el espacio se lo gana con responsabilidad, dedicación, respeto y seguir siendo
diferente a los demás.
Los hombres mediocres se equivocan de vulgar manera; el genio, aun cuando se
desploma, enciende una chispa, y en su fugaz alumbramiento se entrevé alguna
cosa o verdad no sospechada antes. No es menos grande Platón por sus errores
ni lo son por ello Shakespeare o Kant. En los genios que se equivocan hay una
viril firmeza que a todos impone respeto.

JOSE ANGEL JIMENEZ ALVAREZ


Alumno.

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