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Física

TODOS LOS SISTEMAS DE REFERENCIA SON VÁ LIDOS


LA TIERRA se mueve en el espacio como un grano de polvo en un vendaval:
gira alrededor del Sol a 30 kiló metros por segundo, y este astro se mueve a
su vez a 30 000 kiló metros por segundo alrededor del centro de la Vía
Lá ctea, que es só lo una galaxia entre los millones de galaxias que efectú an
un baile có smico enlazadas por sus mutuas atracciones gravitacionales.
Y, sin embargo, no percibimos ninguno de estos movimientos; la Tierra
parece ser lo ú nico firme e inmutable a nuestro alrededor.
La distancia entre dos puntos fijos de la Tierra o la altura de otro con
respecto a la superficie son tipos de medició n bien definidos, que pueden
repetirse tantas veces cuanto sea necesario, sin incertidumbre, pues la
Tierra es un excelente sistema de referencia.
La inmovilidad y la inmutabilidad de nuestro planeta eran evidentes a los
hombres de la Antigü edad, y só lo recientemente hemos podido aceptar que
se mueve en el espacio.
El hecho de que el movimiento de la Tierra sea prá cticamente
imperceptible en la experiencia cotidiana se debe a un principio
fundamental que Galileo Galilei enunció claramente en el siglo XVII: las
leyes de la física son independientes de cualquier sistema de referencia.
La Tierra constituye el ejemplo má s obvio de lo que es un sistema de
referencia con respecto al cual se efectú an la mayoría de las mediciones.
Podemos estudiar, por ejemplo, el movimiento de una piedra que se deja
caer desde lo alto de un poste: la experiencia demuestra que la piedra cae
exactamente a lo largo de una línea recta vertical (si no soplan vientos
fuertes que la desvíen).
Del mismo modo, si la piedra es arrojada con una cierta velocidad
horizontal, la piedra cae siguiendo una trayectoria curva y llega al suelo a
cierta distancia del pie del poste (Figura 1).
Se puede demostrar que la trayectoria es una curva geométrica llamada
parábola, y la distancia entre el pie del poste y el punto de caída es
simplemente la velocidad inicial de la piedra multiplicada por el tiempo que
dura la caída.
De hecho, esto sería exactamente lo que sucedería si el experimento se
realizara en un lugar sin aire (en una campana de vacío o en la Luna; por
ejemplo); en la prá ctica, la fricció n del aire con la piedra influye ligeramente
en su movimiento.

 
Figura 1. Trayectoria de una piedra.
 
Física

Pero la Tierra no es el ú nico sistema de referencia disponible.


¿Qué pasa si se repite el experimento de la piedra que cae en un barco en
movimiento?
Supongamos que la piedra se suelta desde lo alto de un má stil.
¿Caerá la piedra justo al pie del má stil o quedará rezagada debido al
movimiento del barco?
Esto era un problema filosó fico que, en la época de Galileo, se trataba de
resolver estudiando los escritos de Aristó teles y otros pensadores de la
Antigü edad.
No sabemos si Galileo realizó el experimento en un barco o en el
laboratorio de su casa, pero podemos afirmar que él comprendió por
primera vez las profundas implicaciones de ese problema.
En el ejemplo del barco, la piedra caería justo al pie del má stil si no fuera
por el aire que la empuja hacia atrá s.
Para evitar complicaciones innecesarias, se puede realizar el experimento
en el interior del barco, donde el aire está en reposo.
En este caso; la caída de la piedra ocurre exactamente como si el barco no
se moviera.
Un experimentador que se encuentra dentro de un barco que avanza en
línea recta y a una velocidad constante no puede decidir, por ningú n
experimento físico, si el barco se mueve. Tendría que asomarse por una
escotilla para saberlo.
(Es muy importante que el barco se mueva en línea recta y no varíe su
velocidad; si éste no es el caso, el experimentador podrá adivinar que se
mueve e incluso sentirse mareado por el movimiento; volveremos a este
punto má s adelante.)
La trayectoria de la piedra, vista en el sistema de referencia que es el barco,
es una línea recta vertical.
En cambio, en el sistema de referencia de la tierra firme, la trayectoria es
una pará bola.
Estas dos descripciones de un mismo fenó meno físico son perfectamente
compatibles entre sí: un observador en tierra firme ve una piedra que se
arroja con una velocidad horizontal que es precisamente la velocidad del
barco y ve la piedra caer siempre pegada al má stil, que se mueve con la
misma velocidad; un observador en el barco ve simplemente una caída
vertical (Figura 2).
Tanto el barco como la tierra firme son sistemas de referencia aceptables, y
es só lo una cuestió n de conveniencia escoger el má s apropiado.
 
Física

 
Figura 2. Trayectoria de una piedra vista desde dos sistemas de referencia.
  Hasta ahora hemos insistido en que el movimiento del barco (o cualquier
sistema de referencia) debe ser sin cambios de velocidad y en línea recta.
Sin embargo, sabemos por experiencia que la marcha de un vehículo se nota
cuando su velocidad varía; en un automó vil que toma una curva hacia la
derecha, los pasajeros son empujados hacia la izquierda, al enfrenarse son
arrojados hacia adelante y al acelerarse hacia atrá s.
Este tipo de fuerzas se debe a la inercia de los cuerpos masivos; todo objeto
tiende a moverse en línea recta, con la misma velocidad, y opone resistencia
a cualquier cambio de velocidad o trayectoria.
Los pasajeros de un autobú s que frena bruscamente son arrojados hacia el
frente del vehículo porque intentan mantener la velocidad que poseían
antes del enfrenó n: en otras palabras, es el autobú s el que se ha detenido
mientras que sus ocupantes prosiguen su viaje.
Las fuerzas que surgen en un sistema de referencia ú nicamente por el
cambio de velocidad o de trayectoria, y no por factores externos, se deben a
la inercia de los cuerpos masivos; por esta razó n, se les llama fuerzas
inerciales.
Un sistema de referencia inercial es aquel que se mueve en línea recta sin
variar su velocidad; evidentemente en tal sistema de referencia no surgen
fuerzas inerciales.
De acuerdo con el principio de relatividad de Galileo, las leyes de la física son
las mismas en cualquier sistema de referencia inercial.
En particular, no se puede distinguir un sistema de referencia inercial de
otro por medio de experimentos físicos; cualquier sistema es vá lido y só lo
es una cuestió n de conveniencia escoger el má s apropiado para describir un
fenó meno físico. Mientras un autobú s se mueve en línea recta y sin variar
su velocidad, la ú nica manera que tienen sus ocupantes de saber si avanzan
o no es asomarse por la ventana.
(El caso de los sistemas de referencia no inerciales es má s complicado;
volveremos a ellos en el capítulo VII.)
La relatividad de los sistemas inerciales choca en un principio con el
sentido comú n.
Si no hay manera de determinar el movimiento, los ocupantes de un
autobú s pueden postular que ellos está n parados y que es la Tierra la que
se mueve.
Física

En realidad, nada impide tal afirmació n, a no ser que, en la prá ctica,


cualquier enfrenó n, curva o bache en el pavimento recuerde a los pasajeros
que su sistema de referencia no es idealmente inercial.
Sin embargo, es innegable que nos sentimos má s seguros sabiendo que la
Tierra que pisamos es un sistema de referencia só lido, con respecto al cual
podemos efectuar mediciones inequívocamente.
Después de todo, tomó muchísimo trabajo a los seguidores de Copérnico
convencer al resto de la humanidad de que la Tierra se mueve a gran
velocidad por el espacio có smico.
Si nunca se detecta el movimiento de la Tierra en la experiencia cotidiana,
es justamente por el principio de relatividad de Galileo.
Recordemos, sin embargo, que la Tierra no es un sistema de referencia
adecuado para observar el curso de los astros.
En efecto, los planetas giran alrededor del Sol, por lo que sus movimientos
tienen una forma má s simple vistos desde un sistema de referencia en el
que el Sol está fijo.
Vistos desde la Tierra, los planetas parecen moverse de manera tan
complicada que desafiaron durante siglos los intentos de los astró nomos
antiguos de racionalizarla.
Y no olvidemos que el Sol gira alrededor del centro de nuestra galaxia, la
Vía Lá ctea, y así sucesivamente...
(Debido a su rotació n, la Tierra ejerce una ligera fuerza inercial sobre los
cuerpos en su superficie empujá ndolos en direcció n perpendicular a su eje
de rotació n; este efecto es casi imperceptible, pero se puede medir con
instrumentos suficientemente precisos.)
El hecho de que un cuerpo masivo tiende a moverse en línea recta y a la
misma velocidad, si ninguna fuerza actú a sobre él, es una ley fundamental
de la mecá nica, descubierta por el gran físico inglés Isaac Newton y llamada,
en su honor, primera ley de Newton.
A pesar de su sencillez, nadie la había descubierto porque, una vez má s,
parecía contradecir la experiencia comú n.
Así, Aristó teles enseñ aba que un cuerpo se mantiene en reposo si no actú an
fuerzas sobre él, y se mueve con la misma velocidad si se le empuja con una
fuerza constante.
En efecto, una carreta de bueyes avanza a la misma velocidad mientras los
bueyes la jalan y al dejar de hacerlo la carreta se detiene.
Sin embargo, esto se debe a la fricció n de las ruedas con sus ejes; si éstas
estuvieran lubricadas en forma perfecta, la carreta rodaría con cualquier
empujó n inicial.
La situació n ideal en la que se aplica la primera ley de Newton es la de una
nave espacial que se mueve en el espacio, suficientemente lejos de
cualquier planeta o estrella para que éstos no desvíen su trayectoria.
Si la nave alcanza una cierta velocidad y apaga bruscamente sus motores,
seguirá viajando indefinidamente en línea recta con la misma velocidad que
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había alcanzado. Para modificar su trayectoria, deberá volver a encender


sus motores.
Una nave espacial a la deriva es un ejemplo perfecto de un sistema de
referencia inercial.
Sus tripulantes no tienen ningú n medio para determinar si se mueven o si
está n en reposo, a menos que puedan observar las estrellas en el exterior.
EL ESPACIO ABSOLUTO DE ISAAC NEWTON
Galileo fue sin duda el fundador de la física como ciencia que estudia las
leyes de la naturaleza para aprender a servirse de ellas; contribuyó , má s
que nadie, a romper con los viejos esquemas aristotélicos que, en su época,
se habían vuelto dogmas de fe.
Galileo insistió en que el mejor camino al conocimiento era la
experimentació n y la observació n directa de los fenó menos naturales, y no
la interpretació n de los textos escritos en la Antigü edad.
Como es bien sabido, esta actitud le acarreó serios problemas con las
instituciones de su época... pero eso ya es otra historia.
Si bien Galileo contribuyó notablemente a aclarar muchos conceptos que
antes permanecían en la oscuridad (la relatividad del movimiento es só lo
un ejemplo), hacía falta un sistema preciso, basado en axiomas claros, que
permitiera estudiar matemá ticamente todos los fenó menos físicos en forma
unificada.
Tal fue la obra de Isaac Newton , nacido en 1642, el mismo añ o en que
murió Galileo.
Los fundamentos de la física teó rica aparecieron por primera vez en la obra
cumbre de Newton, los Principios matemáticos de la filosofía natural (1687),
donde Newton expone los principios bá sicos de la mecá nica (sus famosas
tres leyes) la ley de la gravitació n universal y un eficacísimo sistema
matemá tico que permitía resolver los problemas má s importantes de la
mecá nica.
El resultado má s espectacular que obtuvo fue, sin duda, la deducció n exacta
del movimiento de los planetas —en perfecto acuerdo con las
observaciones astronó micas—, a partir de la ley de la gravitació n universal.
Al parecer, el Universo había revelado finalmente sus secretos; todos los
cuerpos materiales, desde un grano de polvo hasta las estrellas, se movían
por el espacio de acuerdo rigurosamente con las leyes de la mecá nica
descubiertas por Newton.
El Universo era una inmensa má quina cuyas piezas interactuaban entre sí a
través de la fuerza universal de la gravitació n.
La primera ley de Newton, que afirma que todos los cuerpos se mueven en
línea recta y con velocidad constante mientras no actú en fuerzas externas
sobre ellos, es otra manera de expresar el principio de relatividad de
Galileo.
Newton nunca rechazó este principio, pero insistió en postular la existencia
de un espacio absoluto, que equivaldría a un sistema de referencia especial
y ú nico, con respecto al cual el Universo en su conjunto estaría en reposo.
Física

Hay que insistir en que la existencia de un sistema de referencia universal


no contradice el principio de relatividad de Galileo.
Este principio ú nicamente postula que las leyes de la física son las mismas
en cualquier sistema de referencia inercial, sea éste un sistema universal y
absoluto, o cualquier otro: no se puede determinar por medio de
experimentos físicos si uno se encuentra en reposo o en movimiento con
respecto al hipotético espacio absoluto.
Por otra parte, la existencia de un espacio absoluto parece bastante natural.
Después de todo, el sistema de referencia en el que las estrellas está n fijas
es un sistema universal, desde el cual el comportamiento global del
Universo debe tener una apariencia má s simple que desde otro sistema de
referencia en movimiento, como la Tierra.
Existe otra razó n, relacionada con el problema de la gravitació n, por la que
Newton recurrió a un espacio absoluto.
A pesar de que toda su mecá nica funcionaba a la perfecció n, Newton
siempre estuvo insatisfecho por lo que consideraba un hueco importante de
su teoría: la ausencia de una explicació n física del fenó meno de atracció n
gravitatoria.
La ley de la gravitació n de Newton precisa có mo se comporta
cuantitativamente la fuerza gravitacional entre los cuerpos masivos, pero
no aclara la naturaleza de dicha fuerza.
Los Principios matemáticos de Newton contestan brillantemente la
pregunta ¿có mo se atraen dos cuerpos?, Pero no a ¿por qué se atraen?
Newton propuso, como solució n transitoria, la existencia de una acció n a
distancia entre los cuerpos masivos, pero insistió en que dicha acció n era
un concepto provisional, en espera de una mejor teoría.
Incluso llegó a sugerir que la atracció n gravitacional, sin causa mecá nica
aparente, demostraba la existencia de Dios, pues de otra forma un cuerpo
no podía "conocer" la presencia de otro para interactuar con él.
En un plano menos místico, Newton especuló que el vacío no está
realmente vacío, sino que todo el espacio está permeado por una sutil
sustancia, el éter, imperceptible para los humanos, pero a través del cual se
produce la atracció n gravitacional.
La idea de un éter que llena todo el Universo había sido propuesta por
diversos filó sofos antes de Newton.
Así, el filó sofo francés René Descartes había intentado explicar el
movimiento de los planetas por medio de torbellinos en el éter: los planetas
serían arrastrados en círculos alrededor del Sol tal como corchos que flotan
en un remolino de agua.
Por supuesto, los torbellinos de Descartes fueron desechados a favor de la
atracció n gravitacional propuesta por Newton, pero el éter siguió
seduciendo a los sucesores de Descartes y Newton.
Una vez aceptada la existencia del éter, era natural suponer que existe un
sistema de referencia ú nico en el Universo, que es el sistema en el que el
éter está en reposo.
Física

Todos los movimientos de los cuerpos celestes pueden referirse, en ú ltima


instancia, a ese sistema có smico.
En realidad, el problema del éter y, junto con él, el de la acció n a distancia,
siguió presente en la física hasta principios del siglo XX, cuando Einstein los
liquidó definitivamente.
Como sucede comú nmente con las revoluciones científicas, las nuevas
teorías no resuelven todos los viejos enigmas, sino que vuelven irrelevantes
algunos de ellos; tal fue el caso del éter, como veremos en los siguientes
capítulos.
El concepto del espacio absoluto permaneció anclado en la física má s de dos
siglos después de Newton a pesar de no constituir un axioma esencial de la
mecá nica.
Ademá s, junto con el espacio absoluto, Newton introdujo el tiempo
absoluto. Tampoco necesitaba la mecá nica de un tiempo así, pero parecía
ló gico que, independientemente de las fó rmulas matemá ticas que describen
el Universo, exista una manera ú nica de medir el tiempo, algo así como un
reloj có smico... acaso el reloj de Dios.
La existencia de un tiempo absoluto independiente de quién lo mide, es una
consecuencia de nuestra experiencia cotidiana.
Estamos acostumbrados a la idea de que el tiempo transcurre siempre en la
misma forma, pues de lo contrario no tendría sentido sincronizar nuestros
relojes y determinar, así, el momento en que ocurre u ocurrirá cada suceso.
Nadie se atrevería a afirmar que el tiempo transcurre má s rá pido o má s
lentamente en un lugar o en otro del Universo.
Al menos eso era evidente hasta que llegó Einstein.

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