Paisajes Arqueólogicos Sagrados en Territorio Lache
Paisajes Arqueólogicos Sagrados en Territorio Lache
Paisajes Arqueólogicos Sagrados en Territorio Lache
RESUMEN
ABSTRACT
Lache - U’wa is a natives community, belongs to the Chibcha linguistic family
and still survive on the foothills of the Sierra Nevada of Güicán, Cocuy or
Chita on the septentrional area of the Colombian Eastern Cordillera.
Archaeological, ethno historical and ethnographic studies proved how they
demarked their territory through the time using even natural (rocs, cascades,
etc.) as artificial (menhirs, rectangular structures, etc.) elements included on
their mythology. There were distributed in a way that cover and control the
access to the Sierra and the places of their principal settlements on the valleys
of the rivers borne on the Sierra Nevada (sacred for them), becoming
landmarks or milestones. Works developed during the 90s years from the last
century, principally by us, show how this delimitation seems to prevail along
the time (Second Century b. C. until now); moreover, the principal centres of
power on the pre-Hispanic time were focused around those places where stone
demonstrations are more concentrated. Existing colonial references where the
construction of stone housing is mentioned (only case on the Eastern
Cordillera), where the first Spanish expeditions stayed when they explored the
territory. In this document we pretend to show the way they organized,
perceived and demarcated their territory shaping a menhirs landscape as said
the England investigator Ann Osborn. One of those monumental places
(Chipacentro) seems to be related with a workshop of exotic woods or elite that
circulated through the Sierra and neighbour areas since the Late Formative
Period plates or hanging winged. Those objects where reported on the three
sierras nevadas in the North of South America: Mérida (Venezuela), Santa
Marta and Güicán, Cocuy or Chita.
INTRODUCCIÓN
ESTUDIOS PRECEDENTES
1. Para concluir que se trataba de viviendas indígenas Silva se basa en algunos cronistas (Aguado, Simón,
Fernández de Piedrahita, etc.), quienes al relatar la expedición de Hernán Pérez de Quesada a las sierras
nevadas informan que al primer asentamiento Lache o U’wa que llegaron fue Ura donde se alojaron en las casas de
los indígenas cuyos muros eran de piedra. Esta es la única referencia a construcciones de este tipo en la Cordillera
Oriental y una de las pocas que se tiene para viviendas en piedra en territorio colombiano.
Debemos destacar también los trabajos de la investigadora inglesa Ann Osborn (1979,
1985a, 1985b, 1987, 1995), quien utiliza datos etnográficos procedentes de los mitos
cantados por los U'wa o Tunebo, específicamente el referente al vuelo de las tijeretas, con
el propósito de identificar los lugares de residencia de diferentes comunidades o clanes
pertenecientes a ese grupo. Es así como reporta varios sitios arqueológicos distribuidos por
la Sierra; entre estos algunos donde hay menhires (ver foto Nº 2). En otro documento
(1985a) señala que a partir del análisis del texto del mito del Vuelo de Las Tijeretas se
puede afirmar que el antiguo territorio de los U’wa se extendía desde la Sierra de Mérida
hasta el sur de Santander, con su centro alrededor de la Sierra, territorio que era habitado
por diferentes grupos sociales relacionados (clanes).
Al referirse a las zonas de residencia (actual) de los U’wa, precisa que los miembros de
cada grupo residen en "diferentes zonas altitudinales" y que sus movimientos o traslados
por tierras altas y bajas son debido a factores ceremoniales y no a razones materiales. Con
este fin los U'wa dividen el año en cuatro estaciones, correspondiendo cada una con un área
particular de ceremonias y residencia; encontrándose en una misma época del año en una
zona específica. Los grupos tenían acceso a lugares ceremoniales de otras comunidades,
que a su vez eran sitios de encuentro ceremonial, razón por la cual estaban señalados o
demarcados con menhires (Osborn 1985a). Estos parajes sagrados donde hay o habían
menhires generalmente se localizan en las rutas de acceso a la Sierra: el paso de Pamplona
por el Sarare; el de Chita por el Casanare y el del piedemonte de la Cordillera Oriental
(Osborn 1985a; Romero 1994; Aguablanca y Romero 1993) siendo, al mismo tiempo, vías
de peregrinación o intercambio ceremonial y lugares de encuentro entre los diversos grupos
U'wa, allí celebraban ritos relacionados con las "estaciones", no estando aislados sino que
se relacionaban unos con otros, existiendo en sus alrededores cementerios (individuales y
comunales) en cuevas y entierros secundarios, sugiriendo la práctica de la cremación (2).
2. Aunque esta referencia es importante debe aclararse que Osborn no excavó tumbas, es posible qué está
apreciación la haga basándose en información de los habitantes de la zona.
Por este motivo y siguiendo a Criado et al. (1986), para el estudio de los menhires (4) se le
debe prestar atención a su distribución en el paisaje - posición geomorfológica -, sin olvidar
que ésta, es el resultado de un proceso mayor en el que operan diversos aspectos del
sistema cultural de las comunidades que los elaboraron.
Se parte del supuesto que estos factores no obedecen al azar, ni son consecuencia de la
casualidad, sino que siguen condicionamientos concretos, que pueden ser descubiertos y
determinados con un estudio detallado. Por ende la localización de las estructuras
megalíticas, está fijada por un patrón de emplazamiento que obedece al control de vías de
paso y territorios, marcadores territoriales, fines agropecuarios, militares, minería,
comerciales, religiosos, etc.
Igualmente, aunque la elección del sitio donde se iba a construir el monumento estaba
condicionada, en parte, por el potencial de trabajo, los factores decisivos para su elección
serían de tipo cultural-ritualístico-territorial (Criado et al, 1986). Es decir, esos lugares
desempeñarían un papel importante en la cosmovisión de las comunidades que erigían el
monumento; en otras palabras el sitio tenía una connotación especial que generalmente
prevaleció a lo largo del tiempo.
Para Mohen (1985), el arte megalítico devela aspectos de la iconografía religiosa, que aún
no se pueden interpretar, pero su importancia se refleja en su localización y repetitividad,
en un territorio dado. Añade además, que las relaciones entre los monumentos y las formas
de organización del territorio están en realidad integradas, interpretadas y analizadas bajo
una perspectiva de un "todo social". Más allá del carácter meramente funerario, el lugar
donde se emplazaba el monumento tenía otra función, la de santuario, siendo el recuerdo de
los ritos allí desarrollados eternizados gracias a la arquitectura megalítica. Es decir se
trataría de un lugar o espacio sagrado, cuya condición era ratificada con la erección-
construcción de un elemento artificial (menhir, dolmen, petroglifo o pictografía).
Por tanto su distribución en el paisaje refleja indirectamente la repartición territorial de los
grupos que los construyeron, estando todo determinado por el patrón de asentamiento.
"Por lo tanto, cada uno de los elementos comprendidos dentro del proceso que
determinaba la distribución y localización de los túmulos megalíticos, nos remonta a
diferentes aspectos del entramado cultural de la sociedad que los construyó" (Criado et
al. 1986: 18). Siguiendo éste planteamiento, en los municipios de Jericó, Chita, Cocuy,
Güicán, Chiscas, etc., y en otras zonas de la Sierra, se ha determinado que esto parece
cumplirse y que algunos lugares, donde hay megalitos, guardan concordancia con el modo
de ocupación del territorio por las comunidades indígenas y aún actuales. Esto es evidente
para el territorio habitado por los U’wa o Lache desde tiempos inmemoriales; el cual
tendría y tiene aún una organización de tipo radial cuyo eje o centro simbólico son los
picos nevados de la Sierra desprendiéndose de ellos los principales cursos de agua (ríos
Nevado, Chitano, Tunebo, Casanare, etc.), los cuales son vías de comunicación naturales y
fuente de vida donde se encontraban asentadas las diversas comunidades pertenecientes a
esta etnia (5).
5. Algunos de los picos de la Sierra Nevada, que superan los 5.000 m de altura poseen nombres U’wa, tal es el caso
del Ritacuba.
Esta forma de ocupación del territorio se ratificaría por la existencia en cada una de estas
vías (valles de los ríos) de lugares o sitios que por sus características (control del territorio,
ubicación cerca de zonas de transito, etc.) tuvieron connotación especial. En algunos de
ellos, para reafirmar aún más su importancia, erigieron estructuras artificiales en piedra.
Esto se ha podido verificar en las cuencas de los ríos Nevado, Chitano, Chiscano, Róyota y
aún en el Cañón del río Chicamocha donde estaban establecidas comunidades U’wa o
Lache. Es probable que la misma situación se presente en la cuenca del río Casanare; que
nace en la laguna de Eucas, municipio de Chita (6).
6. La laguna de Eucas era sagrada para los Lache o U’wa. Hoy en día los habitantes de Chita hacen peregri-
naciones allí.
Renfrew afirma que la gran inversión de trabajo requerida para la construcción de los
monumentos (dólmenes), no se limitaría únicamente a su función funeraria, y se trataría -
retomando a Fleming - de tumbas para la vida, que reafirmarían la cohesión social de las
comunidades que las construyeron; es decir, se trataría de reproducir el mundo de los vivos,
siendo los monumentos marcas o mojones que delimitaban el territorio ocupado por
comunidades segmentarias. Estos se constituían en lugares públicos, donde se reunirían a
practicar ritos religiosos (Renfrew,1984).
Criado (1999), Criado et al (1986), Bello et. al (1989), Ruiz-Gálvez y Galán (1991),
Renfrew (1984) han señalado que en ocasiones se ha dicho que los túmulos megalíticos, y
otros elementos de ese tipo, están situados en puntos prominentes del relieve, desde los
cuales se domina una amplia panorámica; tal evento ha sido interpretado argumentando que
el túmulo no solamente era la tumba de los muertos, sino también una especie de santuario:
un mojón, un hito, un punto de referencia en el paisaje que funcionaría como auténtico
ombligo, centro agrupador e integrador de la comunidad que lo construyó. (Renfrew 1976;
Fleming 1973. en Criado et al. 1986). Este sería el caso de algunos de los lugares de la
Sierra, en los cuales se erigieron menhires u otro tipo de estructuras. En el estudio de los
elementos megalíticos según Criado et al. (1986), hay tres aspectos a considerar:
- Los tipos de patrones de emplazamiento topográfico que manifiestan.
- las condiciones de visibilidad de éstos.
- La orientación o panorámica que preferentemente se domina desde ellos (cuencas
visuales).
En el emplazamiento es necesario que el monumento pueda ser divisado con claridad sobre
el paisaje y que, así mismo, desde éste se tenga una buena panorámica del entorno que
rodea al monumento. Es decir el elemento megalítico debe destacarse sobre el medio que lo
rodea. Lo cual no implica que el patrón de asentamiento de estos deba ser uno y uniforme,
sino que de acuerdo a los condicionamientos del paisaje y a las necesidades de la
comunidad, se adapten patrones de emplazamiento diferente, pero sin variar los principios
generales. (Criado et al. 1986)
Por tanto el dominio de un paisaje, panorámica, etc., no necesariamente implica un control
o dominio efectivo del territorio. De esta forma el monumento serviría de punto de
referencia fundamental de una entidad social - trashumante -, el mojón que indica el
territorio de los individuos que públicamente pertenecen al grupo, de la misma forma que
señala el espacio de sus muertos. De acuerdo a esto, ningún grupo que construye éste tipo
de elementos que reafirman una territorialidad definida, va a abandonar ese territorio, o a
vivir aisladamente - estacionalmente - de él, por cuanto este es un referente obligado para
ellos. Es decir, los monumentos servirían para señalar el territorio de los vivos y los
muertos.
También se ha sugerido que los elementos megalíticos están vinculados a sociedades
sedentarias o cuasi-sedentarias, pues normalmente se encuentran cerca a tierras aptas para
labores agrícolas, o desde ellos se observan las tierras de cultivo actuales. Es decir, las
características del medio habrían condicionado las pautas de asentamiento, estando
normalmente los megalitos emplazados en la periferia de las zonas en que se asentaban
estos grupos, sirviendo de mojones y límites - políticos o simbólicos - de individualización
grupal; esto unido a condicionamientos ritualístico-culturales. Es decir el monumento
identificaría el territorio de explotación y de dominio del grupo que lo edificó. (Criado et
al 1986) .
Otros trabajos, referentes principalmente a la Península Ibérica, plantean que muchas de las
estructuras megalíticas y otros elementos del Bronce Final y la Edad del Hierro (las estelas)
asociadas a enterramientos o actividades funerarias, no cumplían en verdad esa única
función. Ruiz-Gálvez y Galán (1991), en su trabajo sobre las estelas del suroeste de la
Península, plantean que su función no era la de indicar la presencia de tumbas, sino que
probablemente eran "hitos" localizados en las inmediaciones de los caminos,
principalmente los de trashumancia, a modo de marcadores de recursos, señalando el
dominio de estos por una comunidad determinada, que se iba desplazando por un territorio
más amplio. Esto parece corresponder con lo observado en los U’wa, grupo que tenía, y
tiene, por costumbre efectuar desplazamientos por diferentes pisos altitudinales, en cada
uno de los cuales desarrollaba actividades de diversa índole, desde económicas hasta de
tipo ritual y simbólico. Añaden además, que su emplazamiento no era al azar, sino que
estaban ubicadas en sitios de contraste geográfico - ecotonos (7)-, ayudando a delimitar los
territorios explotados por los diferentes grupos humanos que habitaban una región (Ruiz-
Gálvez y Galán 1991).
7. Ecotono es la transición espacial entre dos o más comunidades (medioambientales), siendo una franja de tensión
más estrecha que los hábitats de las comunidades contiguas, pero que pueden tener una extensión lineal
considerable (Odum, 1971: 157 en Butzer, 1989). Normalmente un ecotono es un área donde hay mayor
disponibilidad de recursos.
Foto Nº 3. Jericó, Cocubal, menhir Loma El Dato. Este, al igual que algunas tumbas
que hay en los alrededores, ha sido intervenido (derribado) en busca de tesoros.
Al analizar su emplazamiento se observa que buena parte de ellos están localizados
en lugares desde donde se posee un amplio control visual del entorno (visibilidad) y
así mismo son notorios o prominentes dentro del paisaje (visibilización). Es de
anotar que para los observadores el menhir y el lugar donde éste está emplazado no
solamente tiene valor cultural simbólico, sino que también implica un manejo o
control territorial. Es así que, para un observador a la distancia, el menhir en sí no
va a ser el elemento de mayor interés pues debido a su tamaño no va a poder
distinguirlo bien, lo que va a apreciar es su emplazamiento. Por tanto lo que es
relevante es el carácter de demarcador territorial que éste ofrece como guía para los
desplazamientos que se dan entre diferentes zonas e indicativo de la ocupación o del
carácter sagrado de ese paraje. Además, desde estos se aprecian otros lugares donde
hay conjuntos de arte rupestre o menhires (intervisibilidad) y los asentamientos de
las comunidades que posiblemente los erigieron, los cuales muchas veces están
cerca de estos. Esto implica que no son solamente los elementos artificiales,
construidos en ellos, los que juegan un papel de importancia, sino que son los
lugares o sitios como tales, los que tienen una significación importante. Es
interesante añadir que la mayor parte están situados espacialmente con referencia a
un curso de agua, principalmente los ríos que bajan de la Sierra, elementos del
paisaje que se convierten en rutas de paso, ejes territoriales, y por lo tanto ejes
cósmicos (Ver perfiles No. 1-2).
ESPACIO Y PAISAJE
Cuando hablamos de la localización no interesa solamente la ubicación espacial de los
monumentos, también es importante conocer, en lo posible, la forma como utilizaron y
ocuparon el medio –entiéndase territorio- en el cual interactuaron. Esta actividad se facilita,
por cuanto las características actuales de la zona parecen sugerir que no ha sufrido cambios
drásticos en los últimos dos mil años. Aún así, aunque una zona posea unas condiciones
ambientales determinadas su utilización por parte de una comunidad estará mediada por su
manera de concebir-percibir el mundo (cultura); por lo tanto dos comunidades que habiten
una misma región, podrán tener respuestas o estrategias diferentes para utilizar ese
territorio. Igualmente aunque el aspecto de la zona no haya cambiado demasiado la
percepción de ésta, por parte nuestra, será diferente de la de las comunidades que nos
precedieron (arqueología de la percepción). Por este motivo se parte de la premisa que la
cultura deja huellas en el medio (paisaje-territorio); entendiéndolo como el territorio sobre
el cual una o varias comunidades ejecutan no solamente las actividades básicas de
supervivencia, sino que en él se encuentra inmerso el entramado cultural, el cual no
necesariamente está supeditado a lo económico como en el caso de los U’wa, donde este
aspecto pareciera estar relegado o en una posición secundaria frente a lo ceremonial. Esa
trama cultural modela el espacio, creándose de esta manera un paisaje característico que
termina siendo la representación de la relación que se da entre éste –espacio- y la cultura.
(Criado et al. 1985). Si asumimos los presupuestos de la arqueología del paisaje, la cual
según Criado (1999) tiene como meta el estudio y reconstrucción de los paisajes
arqueológicos, en otras palabras el estudio con una metodología arqueológica de los
procesos y maneras de culturización del espacio a través de la historia. Para él el paisaje
como producto social estaría compuesto por:
1. El espacio como entorno físico o matriz medio ambiental en el que se da la acción
humana. Para su estudio se debe contar con el apoyo de las disciplinas medio
ambientales.
PAISAJES SAGRADOS - CENTROS CEREMONIALES
Aunque los centros ceremoniales existentes en La Sierra están incorporados a la mitología
de los actuales U’wa, y que una buena parte se hallan emplazados en el territorio que a la
llegada de los europeos era habitado por esta etnia, surgen inquietudes con respecto a sí
fueron ellos quienes los erigieron o no. Entre estas tenemos que varios monumentos se
ubican en lugares habitados por los Lache; grupo que, para algunos autores (Falchetti
2003), sería diferente a los U’wa pero que en concepto nuestro y de otros autores (Silva
1945; Osborn 1985; Pérez, 2006) eran la misma etnia (siendo quizá diferentes linajes),
quienes adoraban las piedras (8). La otra inquietud se basa en que la mayor parte de los
centros ceremoniales, con estructuras en piedra, contienen materiales del período Formativo
Tardío. Es más las fechas radio carbónicas disponibles les otorgan una antigüedad de unos
2.000 años.
8. Según el padre Amaya (1930: 8) siguiendo al padre Rochereau el término Chita para los Tunebo (U’wa)
significa orilla, límite. Este significado no aclara si ese límite o orilla hacía alusión a otro grupo o que hasta ese
lugar llegaba el territorio U’wa. Para Enciso (1992) la palabra Schita en U’wa significa hermana, lo cual indicaría
una gran familiaridad entre los Lache y los U’wa.
En la Cordillera Oriental se conoce un sinnúmero de yacimientos del período
Formativo Final (prechibchas, prelaches, preguanes) y Muisca aunque solamente
en unos pocos hay evidencias de la presencia de estructuras en piedra: El
Infiernito (Villa de Leiva), el Templo de Goranchacha (Tunja) (9). Para Guatavita
en Cundinamarca hay reportes de dólmenes, cuya cronología aún es incierta
(Broadbent, 1965). Estos por sus características se podrían considerar
como espacios sagrados en la cordillera; pero aún así, según la información
disponible, la mayor concentración de espacios sagrados que incluyen
adecuaciones artificiales en piedra se concentran en La Sierra (10).
9. Esta condición de sitios sagrados puede extenderse a un sinnúmero de parajes: las lagunas de los páramos y los
sitios donde hay pictografías; lugares que han sido asociados a elementos del cristianismo, un ejemplo es la imagen
de la Virgen en las piedras de Suesca (Cundinamarca) y otro la pequeña capilla que hay en Chita encima de las
pictografías de la vereda La Playa.
10. Otros yacimientos en la Cordillera donde hay evidencias de elementos en piedra de gran tamaño son La Salina
de Mongua (Silva 1966) y los Dólmenes de Guatavita, Cundinamarca. Estructuras similares a las de Guatavita se
han identificado en Junín (Chipazaque), Cundinamarca y en el piedemonte llanero, cerca de San Juanito y El
Calvario en el departamento del Meta (comunicación personal Ricardo Riaño, 2002)
Esto último lleva a sugerir dos posibilidades:
Los U’wa o Lache serían una comunidad antigua en la Cordillera y fueron ellos
quienes erigieron estos centros (11). Dos hechos juegan a favor de esta posibilidad,
el primero es que la mayoría de estas manifestaciones culturales se halla en el
territorio Lache o U’wa, coincidiendo su ubicación con la delimitación etnohistórica
vigente para el siglo XVI. El segundo es la cronología asociada, la cual se remonta
al siglo I-II a. C.
11. Con la palabra erigir se hace referencia a los elementos artificiales menhires, alineamientos, estructuras, etc.,
pues como es lógico muchos de los sitios sagrados, como tal, sin modificaciones deben datar de épocas muy
tempranas (período Paleoindio), pero no se poseen evidencias materiales que permitan sustentar su ocupación
desde ese momento.
Los U’wa o Lache tomaron e incluyeron en su mitología estos centros ceremoniales
y las construcciones existentes en ellos. Esta proposición se basa en que, tal como lo
muestran los estudios etnográficos, los U’wa han reordenado su mitología y manera
de ver el mundo de acuerdo a los sucesos que han visto o padecido. Así mismo, se
sabe que para los Lache las piedras desempeñaban un papel esencial. La apreciación
anterior coincidiría con lo propuesto por Falchetti (2003) cuando anota que
pudieron existir conocimientos y costumbres antiguas compartidas por los Lache y
los U’wa y por extensión entre las etnias Chibcha, es decir podría tratarse de
comunidades diversas que compartían una tradición cultural común. Por
consiguiente, si los menhires y elementos megalíticos existentes en la Sierra son
producto de una comunidad anterior, su antigüedad se remontaría a unos 2000-3000
a. P. Siendo probable que los Lache o U’wa continuarán erigiendo, en estos sitios
sagrados, monumentos a manera de ejemplo tendríamos El Pedregal de La Estancia
y probablemente el sector del Cerezal en Jericó donde, hasta el momento, no se han
identificado, a excepción de los menhires, elementos que puedan provenir de esa
época.
Según Parcero et al. (1998) al referirse a los paisajes sagrados opinan que no solamente se
trata de hacer una síntesis diacrónica del paisaje social y de lo que pudo ser la constitución
de un cierto tipo de espacio sagrado, sino que deben analizarse otros factores o practicas.
Es decir, entender el significado de un área dentro de un código simbólico específico.
Entendiendo el espacio sagrado como un producto humano, un paisaje con intencionalidad,
significado y racionalidad que reflejaría en cierta forma la realidad.
El proceso de inventar - iniciar una tradición se basa en la incorporación de lugares
sagrados previamente existentes reescribiendo tradiciones y el paisaje, algo similar pudo
haber ocurrido en territorio U’wa o Lache. Por lo tanto el paisaje esta permeado por
significados, no siendo solamente una fuente de provisiones para las comunidades que lo
ocupan (Bradley et al. 1994)
12. Función similar tendría el área actual de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC) en
Tunja, lugar donde se encontraban las viviendas (cercados) de los caciques Muisca de la región (Pradilla et al,
1992).
13. En algunos humedales existentes en la Sabana de Bogotá se tienen referencias de la existencia de elementos en
piedra, quizá menhires.
Lamentablemente algunos de estos sitios, los que poseen estructuras artificiales, han sido
intervenidos pues son un obstáculo para las actividades agrícolas. Uno de los más
importantes La Plazuela de San Francisco en El Espino fue destruido por la construcción
de un aeropuerto. Este grado de alteración ha sido tal que ni los mismos centros
ceremoniales o paisajes sagrados que se encuentran en la vertiente nororiental de la Sierra;
dentro del Resguardo U’wa, en sus territorios más tradicionales y de difícil acceso
(Cobaría, Sínsiga, Róyota), han escapado a la acción de los colonos-campesinos, quienes
han efectuado excavaciones ilícitas y desplazado de su posición original algunos de los
menhires. En Jericó dos menhires fueron trasladados de su emplazamiento y son utilizados
actualmente como puentes para el paso de pequeñas quebradas (Ver foto Nº 6), mientras
que en Chita, Chiscas y Jericó hacen parte de linderos o se usan para amarrar el ganado
(Ver foto Nº 7).
Foto Nº 6. Jericó, Puebloviejo de Ura. Menhir utilizado
como puente para el paso de una quebrada.
Foto Nº 7. Chita, Chipacentro.
Menhir utilizado para amarrar el ganado.
Se ubican en lugares estratégicos desde donde se tiene un buen control del territorio
(visibilidad), también son visibles desde diversos sectores (visibilización) y en
ocasiones a partir de ellos pueden verse otros parajes de estas características
(intervisibilidad). Es preciso tener en cuenta que los estudios de visibilidad deben
ser tomados como una herramienta válida, pero con precaución por cuanto en el
pasado la masa vegetal pudo haber tenido una distribución diferente a la actual, esto
conlleva a que sitios o lugares que actualmente se ven o aprecian desde otros
sectores en otra época quizá no (Vicent et al. 2000. En De La Aleja, 2000). Es
imprescindible conocer los posibles puntos de referencia contemporáneos y las
áreas más frecuentadas; es decir, esta dimensión no es totalmente física y depende
de muchos criterios que orientan al observador (Gonzalves y Souza,,1997. En De La
Aleja, 2000). Esto explicaría la existencia de yacimientos importantes en lugares
aislados visualmente, pero que tienen una dinámica interna compleja basada en ejes
de visibilidad (Le Roux,1999. En de la Aleja s.f.). Esto es relevante para la vereda
de Cocubal (El Cerezal), en Jericó; pues en ese lugar se combinan diferentes tipos
de manifestaciones culturales de origen prehispánico, siendo el elemento principal
un conjunto de menhires, interrelacionados, pero desde allí no se tiene un buen
dominio del entorno. Para Criado (1994:23) la visibilidad puede definirse como la
manera “de exhibir y destacar los productos de Cultura Material que reflejan la
existencia de un grupo social” y en ella desempeña un papel muy importante
la percepción (14), pues “aunque una cosa sea visible para nosotros o para sus
autores, no tiene por qué ser percibida del mismo modo por ellos y por nosotros”
(Ibíd.: 23). Es más a veces para que ese elemento pueda ser identificado es
imprescindible tener un conocimiento previo de él – entenderlo - para así poder
reconocerlo y percibirlo.
Generalmente controlan cuencas visuales amplias tales como los valles de ríos
(Nevado, Chitano, Chicamocha, Róyota) lugares donde generalmente se hallan los
suelos con mejores aptitudes agrícolas. De todas maneras y tal como lo anotan
Criado et al. (1999, 2002), no se puede hacer extensiva esta apreciación, pues en el
pasado esta visión no necesariamente era similar. Es decir, los suelos o tierras más
aptas y por ende más apetecidas en la actualidad no lo podrían ser en el pasado; en
esto estarían mediando, factores culturales y las estrategias tecnológicas y culturales
utilizadas para su explotación por parte de esas comunidades. Es así como un suelo
que es catalogado como bueno por una comunidad para otra que posea un arsenal
cultural y tecnológico diferente no sería igual.
Estos lugares, tal como lo señaló Osborn (1985), y ha sido corroborado en este
estudio, se hallan emplazados cerca de la confluencia de cursos de agua que
generalmente descienden de la Sierra, y al mismo tiempo son rutas naturales, esta
ubicación además de estratégica se relaciona con lo simbólico, pues los ríos y el
agua para algunas comunidades son fuente de vida.
Se localizan o dominan áreas de paso o zonas de tránsito y señalizan, por decirlo de
esta manera, caminos considerados tradicionales por los U’wa. Es el caso de la
vertiente nororiental de La Sierra, donde en el Boquerón de Cardenillo situado a
4.300 msnm se inicia el camino que desde Güicán lleva a varias poblaciones U’wa
actuales (Róyota, Sínsiga, Bachira), pasando cerca de la Laguna Grande de Los
Verdes. Este se halla demarcado, en algunos lugares, con estructuras en piedra tanto
naturales como artificiales (Róyota, Sínsiga, La Selva Blanca). Para La vertiente
oriental, occidental y suroccidental de La Sierra parece que ocurría lo mismo.
Actualmente en el Boquerón de Cardenillo hay un muro en piedra, probablemente
moderno, ese lugar es para los U’wa una especie de puerta que comunica o separa
su territorio con el de los blancos. (Ver foto Nº 8)
Foto Nº 8. Güicán, Boquerón de Cardenillo a 4.300 msnm, por allí discurre el camino
tradicional que desde Güicán va a Róyota, Bachira, Bókota y Cobaría. Se aprecia el
muro que separa el resguardo del territorio de los blancos.
Como demarcadores territoriales para las sociedades que las erigieron. Para
reafirmar esa territorialidad muchas veces al interior de ellas o en sus cercanías
enterraron a sus muertos.
Esto es importante por cuanto se ha observado que los sitios sagrados descritos para La
Sierra se encuentran asociados o relacionados con una u otra de estas dimensiones y en
ocasiones ambas. Según Bradley (1988, en De La Aleja, 2000) esto corresponde con la
relación entre vida y muerte, lo cual estaría relacionado con la presencia de estructuras
asociadas a los túmulos megalíticos, algunas situadas en sus alrededores y otras por debajo
de estos, que generalmente se han considerado como espacios habitacionales. Para Bradley
esto asociado a la presencia de estructuras circulares nos llevaría a la noción de un tiempo o
movimiento continuo circular, basado en la interrelación de la vida y la muerte, que en base
a esta oposición dual se transforma en un tiempo ritual no cronológico. Lo anterior se
relacionaría también con los patrones circulares de organización del espacio, donde “el
individuo es un punto central de percepción; desde ahí controla, mediante la visión, lo que
le rodea, y así crea el espacio; después camina, aprehende el entorno y así comprende el
espesor de ese espacio; después piensa, y dispone, divide y establece distinciones
significativas, y así introduce sentido y orden en el espacio, lo transforma en paisaje”
(Criado, 1999:51); este mismo patrón se podría ver en la manera de manejo y concepción
del medio por parte de los U’wa, especialmente en sus relatos míticos (vuelo de las
tijeretas).
Lo expresado en el párrafo anterior se correspondería con las características de los
elementos megalíticos, es decir con su construcción monumental y sólida que le daría una
sensación de atemporalidad, basada en la relación espacio habitacional-espacio megalítico.
Coincidiendo con la definición de monumento de Criado (1994) para quien el rasgo que lo
identifica, con respecto a otros productos humanos, es su proyección temporal, siendo
diseñado para mostrarse espacialmente y mantenerse a lo largo del tiempo. Por la
información procedente de nuestros estudios, y datos suministrados por habitantes de la
zona, conocemos de la existencia de estructuras enterradas en algunos de los centros
ceremoniales o espacios sagrados de La Sierra y de estructuras (cimientos) aledaños a estas,
los cuales corresponderían a vestigios de viviendas contemporáneas o más antiguas que las
estructuras de tipo megalítico. Es decir allí se conjugaría la vida y la muerte, lo que lleva a
la noción de espacio circular.
A continuación enunciaremos los que consideramos espacios sagrados situados en
inmediaciones de La Sierra Nevada, pero antes de proseguir debemos tener en cuenta que
todos estos espacios sagrados se encuentran o hacen parte de un espacio o paisaje
sagrado mayor que es La Sierra como tal (Ver Foto No. 9. Mapa No. 1.):
1. Piedralarga o El Tablón, sector del Resguardo, municipio de Chita.
2. El Cenicero, vereda de Puebloviejo de Ura, municipio de Jericó.
3. El Cerezal, vereda de Cocubal, Jericó.
4. El Pedregal de La Estancia, vereda de La Estancia, Jericó.
5. La Loma El Dato, vereda de Cocubal, Jericó.
6. El Cucharo vereda de Bacota, Jericó
7. El Oratorio, vereda de La Ovejera, Jericó.
8. La Plazuela de San Francisco en el municipio del Espino.
9. El Upal, municipio del Cocuy.
10. El Jordán, municipio de Güicán (aguas termales).
11. La Cueva (cascada) de La Cuchumba, vereda La Cueva, Güicán.
12. Róyota, Güicán.
13. El Salado, Pueblo de Las Mercedes, municipio de Chiscas.
14. Las piedras masculina y femenina situadas en el sector de La Selva
Blanca, Bachira (Güicán).
15. La Laguna de Eucas, ubicada en Chita a más de 3.500 msnm.
Foto No. 9. En estas imágenes aparecen Luis Caballero, líder U’wa de Güicán y
Armando Berua Tegria secretario del Cabildo Mayor U’wa en la Sierra Nevada. Para
ellos ésta es sagrada y tienen entre sus prohibiciones pisar la nieve.
Si quisiésemos esta lista podría ampliarse, por cuanto en la elección de los lugares donde se
establecen los sitios de vivienda debieron mediar aspectos de tipo cultural y simbólico, no
solamente económicos. No se trataba solamente de construir una vivienda sino que este
lugar debería cumplir con unas condiciones básicas; que tal como se ha observado, para los
actuales U’wa, no solamente tenían que ver con la obtención de recursos. Por lo tanto casi
todo lugar donde había habitaciones prehispánicas tendría alguna connotación sagrada.
Como ejemplo de esto tendríamos los lugares donde se situaban las viviendas o cercados de
los caciques tales como El Cercado Grande de Tunja, El Pantano en Güicán y la zona
del Templo del Sol en Sogamoso, sitios donde se concentraba el poder político y religioso.
En ellos, además de vivir los caciques, había bohíos destinados a guardar las momias de
caciques anteriores; o para enterrar sus muertos, conjugándose allí la vida y la muerte. Esta
connotación también se puede apreciar entre los Tairona (Sierra Nevada de Santa Marta),
quienes hacían ofrendas en los cimientos de las casas en recipientes cerámicos
(ofrendatarios) que generalmente contenían piedras pulidas o sin pulir de diferentes colores
y formas.
A continuación presentaremos la información que sustenta nuestra apreciación; aunque
debe precisarse que dado el amplio territorio donde se hallan dispersos todos estos sitios,
solamente indicaremos los motivos que nos llevan a considerarlos lugares o espacios
sagrados (15).
15. La información referente al trabajo de campo y el inventario de estos bienes se presenta en el documento base
de este artículo. (Pérez 2006)
Si asumimos que los monumentos megalíticos existentes en La Sierra fueron erigidos por
un grupo anterior a los U’wa o Lache tendríamos que a lo largo de un amplio lapso de
tiempo estos sitios fueron un referente importante para las comunidades que habitaron
sucesivamente la zona. En ellos se pueden identificar tres períodos de ocupación:
El primero correspondería a los grupos del Formativo Final, comunidades que
habitaron el altiplano a partir del último milenio a. C. hasta el siglo IV-V d.
C. (16) y que en la literatura arqueológica se conocen como Tradición Herrera,
Premuisca, Prelache. Los lugares o espacios sagrados donde hay evidencias de su
presencia son: Piedralarga o El Tablón; El Cenicero; El Salado o Pueblo de Las
Mercedes; La Plazuela de San Francisco o el Aeropuerto; El Upal El Cocuy y El
Jordán. Para ellos las evidencias, disponibles, muestran un manejo y noción similar
del medio, lo cual se ve reflejado en su cerámica y en la presencia de lo que
podríamos llamar una industria, encaminada a la producción de bienes exóticos en
piedra pulida, cuyos productos (placas aladas, colgantes, cuentas, etc.) tuvieron una
amplia circulación por el extremo norte del altiplano llegando inclusive a territorio
santandereano (Ver foto Nº 10). Entre estos bienes se destacan las
denominadas placas o colgantes alados, elementos típicos en todo el norte de
Suramérica y parte de Centroamérica (Costa Rica, Panamá, Colombia y Venezuela)
y que poseían un alto valor simbólico intrínseco (Pérez 1999; Niño 1990; Wagner y
Shubert 1972) (17). Esta ocupación se tiene documentada para esta zona de la
Cordillera entre el siglo II a. C. hasta el III-IV d. C. y correspondería a sociedades
que, por el registro arqueológico, ya presentaban evidencias de diferenciación
social. La mayoría de los sitios de esta ocupación se hallan por encima de los 2.000
msnm.
Foto No. 10. Sitio Arboloco, vereda Vichacuca, Chita. En este lugar
se identificó un taller especializado en la elaboración de objetos
pulidos en piedra. A, C, D, E, F, G, L, M, N placas o colgantes alados:
H colgantes triangulares. I, J, K cuentas de collar;
O piedra con orificio utilizada como colgante. Se alcanzobservan
los diversas etapas de elaboración.
16. Para el área cercana a la Sabana de Bogotá en la cuenca del río del mismo nombre se poseen fechas que llevan
los inicios de esta ocupación hasta 800-900 a. C.
17. En el Resguardo de Chita, zona donde se ubica el centro más monumental de la Sierra se identificó y excavó
parte de un taller especializado en la fabricación de objetos en piedra pulida (cuentas, colgantes, placas aladas),
cuyos fechados lo remontan al Formativo Final (Pérez 1999).
La segunda ocupación estaría asociada a los Lache o U’wa, quienes ocuparían la
región a partir del siglo VI-VII d. C. hasta el XVI d. C. cuando son encontrados por
los europeos. Para este momento se trataría de sociedades tipo cacical, donde
destacaba la presencia de una confederación presidida por el cacique del Cocuy,
quien ejercería dominio en la mayor parte del área adyacente a la Sierra, en sus
vertientes occidental y suroccidental (Langebaek 1987, 1992). En este período se
podrían diferenciar dos momentos; el primero transicional se infiere por la presencia
de elementos diagnósticos en la cerámica que parecen compartir rasgos con el
período precedente (incisión, pintura). El segundo correspondería a las comunidades
vistas por los españoles las cuales se caracterizaban por un alto grado de
consolidación sociopolítica. Los sitios que podemos relacionar con este momento
son: Piedralarga o El Tablón; El Cenicero; El Salado o Pueblo de Las
Mercedes; La Plazuela de San Francisco o El Aeropuerto; El Upal y El Jordán, a
los cuales les sumamos El Pedregal de La Estancia, El Oratorio, El Cerezal, La
Loma El Dato, El Cucharo y La Loma del Zorro. A este momento pertenece la
mayoría de los sitios arqueológicos que se han identificado en la zona aledaña a La
Sierra y el río Chicamocha.
La tercera se extiende desde el período colonial hasta la actualidad y en ella se
continúa la ocupación de prácticamente los mismos lugares que estaban habitados
en el siglo XVI. Muchos de ellos siguen despertando o poseyendo importancia para
los campesinos y tienen denominaciones tales como: La Piedra del Diablo,
Malpaso, El Infiernito, El Oratorio, El Cenicero, etc. Aunque algunos son
incorporados a la tradición religiosa cristiana como La Cueva de La Cuchumba, El
Peñón de Los Muertos, etc., otros son mirados con respeto y quizá temor (El
Infiernito, La Piedra del Diablo, etc.)
Hay varios sitios como La Loma del Dato, Róyota, La Cueva de la Cuchumba,
Los Alcaparros, La Laguna de Eucas, las piedras masculinas y femeninas
situadas aguas abajo de Bachira y algunos de los lugares donde hay menhires
aislados; para las cuales no se puede precisar aún su cronología, pero en nuestro
concepto son parajes que han tenido una gran relevancia desde épocas muy
tempranas (18).
18. Además de los sitios mencionados hay información de la existencia de menhires en los sectores de Betabeba,
en Chiscas; Sínsiga, y tras la Sierra en el área conocida como Ranchería, en el predio Paloblancal, a unos 69
kilómetros en término de Güicán.
En conclusión, un buen número de estos yacimientos fueron ocupados durante los tres
períodos y albergan o albergaron estructuras en piedra: menhires, cimientos de planta
circular y cuadrada y a veces muros de contención. Otros elementos coincidentes son la
presencia de artefactos elaborados en piedra pulida (cuentas, colgantes alados, placas), astas
de venado, etc. estos son: Piedralarga o El Tablón; El Cenicero; El Salado o Pueblo de
Las Mercedes; La Plazuela de San Francisco o el Aeropuerto; El Upal y El Jordán. Todos
hacen parte de la mitología U’wa o Lache y presentan rasgos particulares:
Se ubican en sitios donde los suelos son bien drenados y de buena calidad
agrológica.
Generalmente están en lugares estratégicos, desde donde se tiene un buen control
del entorno. Además se hallan distribuidos en los diferentes costados de La Sierra,
siguiendo los cursos de agua que descienden de ella.
En ellos se concentra, actualmente, un buen número de población con respecto al
total de esos municipios.
Tres de ellos (donde se han realizado excavaciones) presentan estructuras enterradas
(Piedralarga o El Tablón en Chita; El Cenicero en Jericó; El Salado o Pueblo de
Las Mercedes en Chiscas).
Aun así, sigue la duda con respecto a la cronología de las estructuras líticas, por cuanto si
ellas provienen del Período Formativo Final o Tardío, tal como lo indican las fechas radio
carbónicas, tenemos que la lista anterior se amplia y en ella deben incluirse: Róyota,
Sínsiga, Cobaría, El Oratorio, El Pedregal de La Estancia, El Cerezal, La Loma El
Dato, Los Alcaparros, El Cucharo y La Loma del Zorro entre otros. Siendo así tenemos
que toda La Sierra y sus inmediaciones albergaron un buen número de sitios que han
desempeñado un rol sagrado desde hace unos 2.000 años.
Si esto es así y los Lache o U’wa son una misma etnia, podría explicarse de una manera
más fácil la variedad de elementos arqueológicos existentes en La vereda de Bacota, Jericó,
en un área relativamente reducida como lo es el sector El Cucharo, La Loma El Dato y La
Loma El Mercado. En esta zona los trabajos arqueológicos han permitido identificar un
conjunto pictográfico, dos posibles menhires, cimientos de vivienda, cuevas funerarias, un
sitio astronómico (¿) y dos rocas in situ, una de estas en el paraje que se conoce como La
Loma El Mercado. Todos estos elementos pertenecerían a diferentes épocas:
Los menhires de El Cucharo y la estructura de La Loma El Dato estarían asociados
al Formativo Tardío. Estos sitios se hallan conectados visualmente (intervisibilidad)
y se relacionan con el menhir emplazado en el sitio de Los Alcaparros en la vereda
El Juncal. Así mismo dominan visualmente el cañón del río Chicamocha;
particularmente la banda izquierda que estaba ocupada, en el siglo XVI, por
comunidades Muisca. Desde dos de ellos se aprecia claramente la confluencia del
río Chitano con el Chicamocha, sector conocido actualmente como La Rinconada,
lugar donde hay cimientos similares que parecen corresponder a viviendas
prehispánicas. En contra de esta suposición tenemos el hecho de que allí no se han
encontrado fragmentos cerámicos y objetos elaborados en piedra pulida (placas
aladas, cuentas, colgantes, etc.) relacionados con este período, aunque su ausencia
correspondería con su papel de sitios de intercambio silencioso tal como lo planteo
Ann Osborn (1985). (Ver fotos Nº 11-12)
Foto Nº 11. Jericó, Bacota. Estructura lítica Loma El Dato,
cerca de La Loma El Mercado,
desde allí se posee un amplio control visual del Cañón del Río Chicamocha.
Su función pudo haber sido de tipo astronómico.
Aún nos resta referirnos a otros parajes de importancia, en la región, y que harían parte de
la categoría de sitios sagrados; estos son los lugares donde no hay modificaciones
artificiales pero que han desempeñado o siguen desempeñando un rol importante, para los
U’wa y los campesinos actuales. Entre estos tenemos.
“…En las peñas había la candela. Pero faltaba el agua. Entonces Sira vuelve a
trabajar y masca Anará, otro hayo (22) celestial y llega Yaksowá. El viene de
abajo, de cerca de Yanuará con una petaca que contiene cuatro calabacitos,
además lleva bolsas con hayo propio. Lo primero que hace es retener el agua
del mar, para lo cual viaja hasta el cielo para solicitar a la familia de Sira, un
aparato que contenga el agua. Una vez que lo obtiene y tranca el agua empieza
a repartir el agua que lleva en los calabazos por los lugares donde están los
cerros, formando los ríos, quebradas, lagunas, también pone la lluvia, finaliza
su labor con las aguas termales arriba de Güicán.”
(Pradilla 1983: 11)
21. Este lugar es el mismo Pantano de Güicán mencionado en los documentos coloniales.
22. En los documentos coloniales el término hayo es utilizado para referirse a la coca.
23. Con el término Kókora los U’wa hacen referencia al momento en que las niñas se encuentran en la pubertad y
se relaciona con el rito de iniciación femenina, donde la niña tiene que usar en la cabeza una especie de sombrero-
gorro que también les cubre la cara.
La Cueva de La Cuchumba, vereda La Cueva, Güicán. Corresponde a una cueva por
debajo de la cual pasa el río Nevado, formando una cascada, a unos 3.500 msnm. En
este sector el río va serpenteando por un lecho rocoso y a unos 200 m, más arriba de
la cueva, hay otra cascada formada por el mismo río. Según la leyenda allí se
apareció en la colonia La Virgen Morenita de Güicán, o Virgen Negra, reverenciada
por los U’wa quienes la iluminaban con trementina (24). Los U’wa, según relata
Osborn (1995), dejaban en ese sitio sus productos de intercambio, se marchaban y al
regresar encontraban otros bienes (sal o ruanas). Los U’wa denominan la virgen con
el término Rika, es decir la asocian con la deidad de las fuentes de aguas termales
(vereda El Jordán) y de las aguas puras del mundo de arriba. Las comunidades
andinas manejaron un conjunto de oposiciones arriba-abajo, derecha-izquierda que
no fueron ajenos a los U’wa (Lleras 1994). Por esta razón ellos van a bañarse a la
cascada que hay al interior de la cueva, pues consideran que sus aguas son
purificadoras (Falchetti 2003). Según observaciones nuestras los campesinos le
tienen gran devoción a este lugar y también van a bañarse. Allí se observó una
familia campesina del Cocuy, que fue a rezar a una capilla que construyeron en ese
lugar y posteriormente procedieron a bañar, en la cascada, primero al niño más
pequeño (2-3 años) y posteriormente se bañaron todos los demás. (Ver fotos Nº 15-
16)
24. La trementina era obtenida por los U’wa a partir de la cera que recolectaban de los frailejones (vegetación
típica de las zonas de páramo a más de 2.800 msnm). Para Chita se poseen datos que indican que era uno de los
productos objeto de tributación en la colonia.
Según Osborn (1995) los blancos colocaban cruces pequeñas de madera en los
intersticios de las piedras que hay allí. La importancia de la vereda de La Cueva en
Güicán es tal que en una época quisieron separarse de Güicán y conformar un nuevo
municipio. Como vemos este lugar debió jugar, desde una época remota, un papel
importante para los U’wa, siendo su connotación tal que aún hoy es un referente
importante para los habitantes de Güicán y Cocuy, lo que llevó a la creación de un
mito católico (el de la Virgen Morenita). Este lugar junto con las fuentes de agua
termal del Jordán y otros sitios tales como La Plazuela de San Francisco en El
Espino parecen estar marcando, a través del río Nevado, una vía importante desde la
Sierra hacía el valle del Chicamocha.
La Selva Blanca-Bachira. Se trata de un conjunto conformado por tres rocas
naturales situadas aguas abajo del sitio donde está emplazada la actual comunidad
de Bachira, a orillas del río Róyata.
- La primera piedra se denomina Tejira y está a 1.680 msnm en la margen
izquierda del río Róyata, a unos 2-3 km. de distancia de Bachira, en el
camino a Bokotá. Según informantes U’wa tiene connotación femenina y
lleva un niño a cuestas (que es otra piedra más pequeña colocada encima de
esta).
- La segunda a unos 2-3 kilómetros más abajo de la anterior a 1.650 msnm., es
de mayor tamaño 3,9 m de alto por 5 m de largo y 3,3 m de ancho y tiene
connotación masculina. Se encuentra en una vega en la margen izquierda del
río Róyata, cerca de su confluencia con otro curso de agua que le llega por el
costado derecho. (Ver foto Nº 17)
- La tercera un poco más abajo del lugar anterior, en un sector que presenta
pendiente moderada, en la margen derecha del río Róyata. Cerca del sitio
conocido como La Esca-lera, en el camino hacia Bokotá. Este lugar no lo
alcanzamos a visitar y solamente se diviso desde lejos, tomándose fotos del
sitio. Por la visual que teníamos se puede inferir que se trata de una roca de
mayor tamaño que la anterior. Cerca de este lugar el río Róyata gira hacía la
izquierda y debe cruzarse, para seguir el camino primero a Kuyuba y
después a Bokotá.
Ellos relataron que se trataba de varios personajes (héroes míticos U’wa) que
iban subiendo hacía Bachira y otros lugares de tierra fría, pero eran perseguidos y
para evitar que los mataran se transformaron en piedras. Este relato corrobora o
coincide con lo mencionado por algunos cronistas y las leyendas existentes en la
región (Chita) con respecto a la transformación de hombres en piedras. Una de
estas piedras probablemente corresponde con la mencionada por Osborn (1985)
para el grupo I, en el Primer vuelo con el número 165 y que se denomina Shema.
Antes de terminar se debe mencionar que en el Pedregal de La Estancia en Jericó,
lugar que era un asentamiento –aldea- Lache U’wa y donde se han identificado
vestigios de al menos 20 viviendas en piedra en la parte central existe un menhir
y hay una roca de gran tamaño de forma piramidal que probablemente tuvo que
ver con la elección de este lugar para asentamiento. (Ver foto No. 18).
Foto No. 18. Jericó. Pedregal de la Estancia. Roca de forma piramidal
situada en la parte media del yacimiento, la cual no debió pasar
desapercibida para los antiguos pobladores del lugar.
Al marcar cada uno de estos lugares en un mapa podemos observar como su ubicación
corresponde con el territorio que a la llegada de los españoles estaba ocupado por los Lache
o U’wa y el recorrido de las tijeretas en sus vuelos (Ver Mapa No. 2.)
Mapa Nº 2
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2013
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