El Patriarcado Productor de Mercancías Libro PDF

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Roswitha Scholz * 1

2 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 3

EL PATRIARCADO
PRODUCTOR DE MERCANCÍAS
Y OTROS TEXTOS

ROSWITHA SCHOLZ

COEDICIÓN
4 * El Patriarcado...

EL PATRIARCADO
PRODUCTOR DE MERCANCÍAS Y OTROS TEXTOS
Roswitha Scholz

Coedición
Quimera Ediciones y Editorial Pensamiento & Batalla
1ª Edición, invierno 2019.
Tiraje, 150 copias.
Santiago, Chile.
Se conservan las notas de la autora, salvo que se indique lo contrario.
Edición y correcciones: N. C. y M. S.
Contacto: [email protected]
Antidiagramación–Antidiseño
Roswitha Scholz * 5

EL PATRIARCADO
PRODUCTOR DE MERCANCÍAS
Y OTROS TEXTOS

ROSWITHA SCHOLZ
6 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 7

ÍNDICE

PRESENTACIÓN 9

PRÓLOGO 13

EL PATRIARCADO PRODUCTOR DE MERCANCÍAS


Tesis sobre capitalismo y relaciones de género 31
EL SEXO DEL CAPITALISMO
Apuntes sobre las nociones de “valor”
y de “disociación-valor”
55
¡FUERA HOLGAZANAS!
Sobre la relación de género 73
y trabajo en el feminismo

ESCISIÓN DEL VALOR, GÉNERO


Y CRISIS DEL CAPITALISMO 107
Entrevista con Roswitha Scholz
8 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 9

PRESENTACIÓN

La crítica del patriarcado, sin duda, en los últimos años en la


región dominada por el Estado chileno, y en varios puntos más
del mundo, ha tomado un rol protagónico en las luchas socia-
les. La urgente necesidad de frenar la brutal violencia estruc-
tural que viola, mata, golpea, humilla, y, transforma en cuer-
pos-objetos a las mujeres –pero que también afecta a cuerpos
disidentes, niñxs y varones puestos en lugar de opresión–, ha
copado las calles por medio de masivas y contundentes movili-
zaciones, abriendo la posibilidad de profundizar un aspecto de
la dominación que había sido históricamente menospreciado,
dejado de lado, o tachado de “secundario”, por el amplio es-
pectro del movimiento antagonista.

En la lucha inmediata por la superación de nuestras condicio-


nes materiales y espirituales de existencia, el contexto actual,
ha afirmado correctamente la necesidad del cuestionamiento
de aquellos roles, relaciones sociales y conductas que usual-
mente son relegadas a la “esfera privada” y que se intentan
pasar por naturales e históricas, y que no son más que cons-
trucciones sociales, y, por lo tanto, mutables. Combatir aquella
“normalidad”, que tanto nos daña, se ha vuelto prioritario. Sin
embargo, cualquier construcción social –y las circunstancias
que la originan–, con la simple voluntad, de manera individual,
10 * El Patriarcado...

aisladamente, o en pequeños “grupos seguros” –que siempre


estarán amenazados por un entorno hostil, siendo susceptibles
a reproducir prácticas estructuralmente violentas–, no puede
ser destruida. Desprenderse totalmente de aquella “herencia”
nefasta es una ilusión subjetivista. En cualquier sociedad, la
vida está determinada por la forma en que se organiza la pro-
ducción de sus condiciones de existencia: liquidar las bases ma-
teriales y relaciones sociales que renuevan y mantienen dicha
sociedad, es eminentemente una tarea de carácter colectivo y
social.

Por otra parte, cualquier lucha “reivindicativa”, “separada” o


“parcial”, siempre corre el riesgo de ser recuperada por el sis-
tema de dominación, anulando su potencialidad subversiva, si
es que no apunta a la raíz y al origen que la produce. Además,
el “identitarismo” y la “ultrapolitización” de lo particular, son
un peligro que se encuentra a la vuelta de la esquina, ya que
puede fomentar aún más la atomización de las y los individuos,
tal y como lo promueve la lógica de la separación intrínseca al
capital. Si nos encerrarnos en “lo particular”, creamos ghettos
diferenciados, apostando a la constitución de “comunidades
restringidas” –enfrentadas a otras “comunidades restringidas”
distintas–, y no a la constitución de una comunidad humana
mundial que cuestione de manera total este mundo.

La publicación de los siguientes textos en castellano de la cama-


rada de origen alemán, Roswitha Scholz, constituye un esfuerzo
editorial mancomunado, que busca contribuir a la clarificación
y profundización del debate teórico–práctico de la compleja
relación entre patriarcado y capital, el papel del “trabajo repro-
ductivo” en esta relación, y el problema de la valorización del
valor. En este sentido, la siguiente edición, se suma al esfuerzo
de publicación reciente de otros materiales que intentan abor-
dar este mismo problema desde diversas perspectivas, entre
los cuales destacamos: La lógica del género y la comunización de
Roswitha Scholz * 11

Endnotes Collective, Género y capitalismo. Debate en torno a Re-


flexiones Degeneradas (discusión entre Cinzia Arruzza, Johanna
Oksala, Sara R. Farris y FTC Manning) editado por el Grupo de
Estudios Feministas (GEF), El feminismo ilustrado o el complejo
de diana de Gilles Dauvé, y diversos textos de Silvia Federici,
Mariarosa Dalla Costa, y otras autoras que, desde una vereda
feminista, también se posicionan contra el Capital.

Quimera Ediciones y Editorial Pensamiento & Batalla,


invierno del 2019
12 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 13

PRÓLOGO

Los feminismos se han tomado las calles y la escena pública


en Chile: estos últimos dos años así lo han demostrado. Desde
hace una década, distintas agrupaciones feministas comenza-
ron a visibilizar demandas que apuntaban principalmente a las
monstruosidades más evidentes a las que son sometidos los
cuerpos de las mujeres dentro de una sociedad patriarcal: los
femicidios, y la violencia sexual doméstica y pública, enfatizan-
do dentro de esta última, desde el 2015 el acoso callejero. Tam-
bién otras demandas de más larga data comenzaron a tener
mayor aceptación y visibilidad, tal como ocurrió, con el dere-
cho al aborto. El año 2016 comienza a agitarse en Argentina la
consigna de “NI UNA MENOS” a raíz del asesinato de Lucía Pé-
rez -de 16 años- quien fue brutalmente asesinada en la ciudad
de Mar del Plata después de ser drogada y violada. El lema se
masificó rápidamente por América latina: Chile, Perú, Bolivia,
Colombia, México, entre otros países. Por otro lado, en este
mismo ámbito internacional, en medio oriente, las mujeres de
Rojava y la revuelta armada de la que son participes en el Kur-
distán también daban mucho que hablar.

En el año 2017 en Chile comienzan las primeras movilizaciones


estudiantiles secundarias que denunciaban el abuso y el acoso
sexual por parte de profesores dentro de establecimientos es-
colares –principalmente en liceos emblemáticos de Santiago–
lo que se tradujo en la toma de dichos recintos. Durante el 2018
estas demandas explotan en los recintos universitarios (regio-
nales primero) y secundarios, pero de manera mucho más ma-
siva, con denuncias de acoso y abuso sexual contra académicos
de las instituciones, pero también, contra compañeros de ca-
rrera o de Universidad. Las demandas del movimiento feminis-
ta son: una educación no sexista, la expulsión de profesores y
14 * El Patriarcado...

estudiantes acosadores, realizar protocolos en caso de acoso,


y, también las reivindicaciones del movimiento LGTB.

Esta movilización, tuvo un carácter histórico por dos motivos:


es la primera vez en Chile que el movimiento estudiantil asume
demandas de este tipo, y, en segundo lugar, muchas de estas
tomas asumieron un carácter separatista –mujeres y disiden-
cias eran quienes tenían permitido el ingreso a los recintos
tomados–, cuestión insólita por estos territorios. El análisis de
estos elementos debe ser profundo y preciso, y, salir de los ses-
gos de cualquier tipo para poder comprender su composición.

Respecto de los resultados, algunas estudiantes lograron


aprobar petitorios de expulsión, y se logró montar un posi-
cionamiento en el discurso público respecto de las demandas
inmediatas del feminismo. Por otro lado, se gestó la posibili-
dad de dar un debate abierto y masivo en torno a la demanda
del aborto, situación que tiene su correlato en América latina
principalmente en Argentina. En este contexto, se conformó la
“Coordinadora Feminista 8 de Marzo” (CF8M) el año 2018, con-
virtiéndose en la organización feminista con mayor visibilidad y
en la que recayó la organización y convocatoria de la “Huelga
General Feminista” del 8 de marzo del 2019. Convocatoria que
concluyó con una marcha histórica por la cantidad de personas
que fue capaz de agrupar, pero también, porque quienes sa-
lieron a las calles fueron principalmente mujeres de todas las
edades: niñas, jóvenes, adultas y ancianas.

La masividad de este hito y las temáticas que abordan las de-


mandas han generado:

A) una recepción reaccionaria principalmente de los hombres,


pero también de mujeres, reciclando y reutilizando lenguajes/
conductas misóginas, exacerbándolas, ninguneando o ridiculi-
zando las reivindicaciones con estereotipos heteronormados y
Roswitha Scholz * 15

machistas. Esta reacción también se ha dado dentro de las pro-


pias organizaciones sociales, donde hay una resistencia a las
demandas o a dialogar en torno a los temas que ponen sobre la
mesa los feminismos;

B) denuncias y funas en distintos espacios educacionales, labo-


rales, o dentro de las propias organizaciones sociales/políticas
a individualidades particulares;

C) una visibilización mayor y condena pública al acoso callejero


y sexual, desnaturalizándolo.

El actual panorama, también ha traído consigo algunos proble-


mas que surgen a partir de la misma masividad y por las cons-
trucciones subjetivas del neoliberalismo capitalista que tienen
que ver con las formas de análisis y de comprensión para la ac-
ción de las reivindicaciones feministas. Las formas de aprender
y conocer de este tiempo tienen que ver con el propio historial
conductual de consumo de nuestra era donde la “civilización
produce las correspondientes formas de conciencia”1: las res-
puestas rápidas y satisfactorias, los estereotipos, los sesgos, la
separación, los particularismos desconectados unos de otros,
la forma antes que el fondo. Elementos que han afectado la
reflexión teórica de fines del siglo XX y el siglo XXI, donde los
discursos hegemónicos del quehacer teórico están en manos
de visiones posmodernas, que en palabras de Scholz tienen las
siguientes consecuencias: “Esta perspectiva positivista y coti-
diana no se limita a la cultura dominante. Las controversias entre
feministas de la igualdad y feministas multiculturalistas, entre
gays e islamistas, se producen desde un particularismo basado en
la propia posición. Hay gays de derechas y feministas conserva-
doras, etc… Los esfuerzos se dirigen a fijar las identidades indivi-
duales y grupales, en lugar de ver que tanto ellas como las luchas
que producen son resultado de la forma capitalista–patriarcal. En
1 – “Escisión del valor, género y crisis del capitalismo. Entrevista con Roswitha
Scholz”, entrevista realizada por Clara Navarro Ruiz.
16 * El Patriarcado...

consecuencia, una perspectiva al margen de este horizonte glo-


bal lleva a la barbarie. Eso no quiere decir que haya que dejar de
lado las particularidades, ciertas singularidades e individualida-
des, incluidas también las identidades híbridas, sino que hay que
pensar estas dimensiones como algo que está siempre en cierto
modo diluido”2.

En otras palabras, la negación de las estructuras, el análisis


parcial de estas o el análisis superficial, puede llevarnos a pro-
fundizar y perfeccionar las relaciones de explotación, mante-
niéndonos en un conflicto de todxs contra todxs, perdiendo la
posibilidad de ver estructuras sociales comunes que nos afec-
tan en nuestras particularidades, o como diría Kurz, mante-
niéndonos en la “barbarie multicultural”. Dicho de otro modo,
existen universales en la posmodernidad, en el mundo globali-
zado y estos son estructurales: el Estado, el patriarcado, el co-
lonialismo, subsumidos en el capitalismo. Sin embargo, estos
universales no pueden ser entendidos bajo la lógica universal
de la Ilustración (parafraseando a Scholz) que se basa en lo
único, lo homogéneo, lo estático, lo ideológico, sino que estos
son universales en tanto estructuras sociales que nos afectan
y que compartimos de maneras cualitativamente diversas en la
faz de la tierra, según la etnia/raza, clase, sexo–género, disca-
pacidad física y/o mental, grupo etario, incluso nuestra especie
–para integrar a los ecosistemas como seres igualmente afec-
tados por estas estructuras–. Todas estas particularidades y su
reconocimiento son necesarias y profundamente útiles para
impulsar el cambio social, sin embargo, si las leemos de manera
particularista sin distanciarse de la propia posición, sin ver las
intersecciones que nos atraviesan y los lugares comunes com-
partidos, es caldo de cultivo o cuna de posicionamientos fascis-
tas y/o argumentos para el fascismo, la barbarie. Comprender
las particularidades desde el extrañamiento de mi particulari-
dad, dejando que hablen, que se muestren otras, analizando
y comprendiendo la praxis tal cual se va dando con sus movi-
2 – Ídem.
Roswitha Scholz * 17

mientos, para luego conectar esa posición particular con otras


diversas. Esto requiere de un proceso de constante autovigilan-
cia y de comprender que queda mucho por hacer en términos
teóricos y prácticos.

Por otro lado, sería interesante realizar una investigación psi-


coanalítica/psicológica social que nos lleve a comprender y en-
camine a sanar los dolores propios que acarreamos como muje-
res, hombres y diversidades sexuales, en cada uno de nuestros
particularismos en un sistema patriarcal/capitalista/colonial,
que nos puja a actuar a la defensiva cada vez que tocamos te-
máticas que nos afectan directamente como sujetxs, cuando
se nos insta a “mirarnos el ombligo”, sin ser capaces de superar
el lugar egoico para observar la crítica y aprender, actuando
desde los dolores y el sufrimiento, depresiones, desde el ego
herido, el narcisismo, incluso activando estructuras de pen-
samiento fascistas bajo las cuales hemos sido educadxs. Este
análisis/ terapéutico es necesario, para no reaccionar, sino que
accionar, para deshacernos de la fatalidad con que educaron
nuestras emociones. En este sentido, un camino que nos puede
llevar a buen puerto en estos aspectos es que la comprensión
de estos malestares psíquicos –pero también los particularis-
mos que nos atomizan y fragmentan–, no pueden encontrar la
solución solo en la voluntad individual; claro la voluntad indivi-
dual es fundamental y es una parte, pero también es solo eso,
fragmento. Si la respuesta no es mancomunada y no forma
parte de un proyecto colectivo, solo se trata de rasguños en el
agua. La conciencia de clase, en su conceptualización más am-
plia, puede ayudarnos en esta ardua tarea de cambiarlo todo,
para reencontrarnos y negarnos como tal para superarnos.

Con todo, hay demandas contingentes, urgentes e inmediatas


desde los feminismos: frenar el acoso callejero, la violencia se-
xual, los femicidios, el fin de las agresiones y discriminaciones
a las disidencias, reflexiones en torno a las prácticas misóginas
dentro de las organizaciones sociales. Estas reivindicaciones
18 * El Patriarcado...

propias de nuestro particularismo como mujeres y disidencias,


por sí solas, y sí no apuntan a desbaratar, desmontar la estruc-
tura y visibilizar las relaciones sociales que sostienen estas po-
sibilidades, solo perfeccionarán el modelo. La crítica debe ser
radical y feroz: el análisis de nuestras posiciones particulares
debe servir para evidenciar la estructura y darnos herramientas
para destruirla.

Los feminismos, particularmente los más radicales, han deve-


lado una cuestión fundamental: un modo de producción es el
modo en como producimos y reproducimos la vida. En La Ideo-
logía alemana, Marx y Engels plantean que el primer hecho his-
tórico consta de tres momentos o aspectos:

A) El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción


de los medios indispensables para la satisfacción de necesida-
des (vestirse, comer, beber, alojarse, entre otras). Es decir, la
producción de la vida material misma.

B) La satisfacción de esta primera necesidad, la acción de sa-


tisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello
conduce a nuevas necesidades, esto es parte de una de las di-
mensiones de este primer hecho histórico.

C) El tercer factor que aquí interviene de antemano en el de-


sarrollo histórico es que los seres humanos que renuevan dia-
riamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a crear a
otrxs humanxs, a procrear: es la relación entre hombre y mujer,
entre padres e hijos, “la familia”. Esta familia, que al principio
constituye la única relación social, más tarde, cuando las nece-
sidades al multiplicarse, crean nuevas relaciones sociales y, a su
vez, al aumentar el censo humano brotan nuevas necesidades,
pasando a ser una relación secundaria y tiene, por tanto, que
tratarse y desarrollarse con arreglo a los datos empíricos exis-
tentes, y no ajustándose al “concepto de la familia” misma.
Roswitha Scholz * 19

Con esta trinidad del primer hecho histórico, surge la siguiente


pregunta: ¿Por qué Marx, si ve la reproducción biológica mis-
ma, y con ello la relación entre hombres y mujeres, ésta pasa
a un segundo plano respecto a la producción de la vida, dando
primacía a la producción técnica o tecnológica productivista y a
otras formas de relación más evidentes en el análisis? ¿Por qué
el resto de los “marxistas” no prestan atención a esta parte
reproductiva y a toda la esfera que involucra: emotividad, afec-
tos, cuidados, sensualidad, erotismo, cuerpo, etcétera? La epis-
temología feminista tiene razón cuando habla de los sesgos de
género para hacer y construir conocimiento. Es más, Marx y
Engels, plantean más adelante en este mismo texto, que es en
la familia donde encontramos el germen de la propiedad priva-
da, por tanto, de la división social del trabajo, donde la mujer
y los hijos son propiedad del marido3. De hecho, en el prólogo
de 1884 de El Origen de la familia, la propiedad privada y el Esta-
do, Engels plantea que: “Según la teoría materialista, el factor
decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la re-
producción de la vida inmediata. Pero esta producción y repro-
ducción son de dos clases. De una parte, la producción de medios
de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y
de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de
otra parte, la producción del humanx4 mismo, la continuación de
la especie. El orden social en que viven los humanxs en una época
o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de
producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte,
y de la familia, de la otra”. Si logran dar con estas premisas ¿Por
qué no se desarrolla, ni por ellos ni por los posteriores teóricos
marxistas o marxianos?
3 – Este elemento, hay que contextualizarlo en varias particularidades, como, por
ejemplo, lxs muchxs hijxs que han nacido en la historia de madres solteras, sin
que exista este concepto o esta relación de familia tradicional como tal. Mujeres
que trabajan y mantienen sus familias, sin embargo, al tratarse de una relación
social, podríamos decir a priori que éstas mantienen una relación de doble ex-
plotación, y de propiedad con el sistema patriarcal, Estado–capital, que las ubica
y mantiene en posiciones estructuralmente sociales de subyugación y propiedad
(propiedad, corporal, física e intelectual) [N. de la A.].
4 – La traducción al español dice hombre, habría que acceder al texto en alemán
para identificar la palabra que se traduce aquí como hombre. [N. de la A.]
20 * El Patriarcado...

Scholz, plantea que el análisis de Marx está incompleto, que es


insuficiente para explicar la parte de la vida que nos falta por
incorporar al análisis. En este sentido, todo aquello que ha sido
invisibilizado, ninguneado o vilipendiado, es lo que se ha sig-
nificado como femenino: sentimientos, emociones, erotismo,
reproducción, maternidades, relaciones sociales de reproduc-
ción, relaciones sexo-género. Este es un debate fundamental al
interior de los movimientos sociales y la teoría crítica respecto
de la importancia social y el potencial subversivo/revoluciona-
rio que puede contener este análisis para el movimiento social.
La importancia de una crítica radical al trabajo y al capital consi-
derando estos aspectos, el punto de vista de género y decolo-
nial, son fundamentales para alcanzar un análisis profundo, que
desnaturalice condiciones de opresión/explotación, diferentes
según la distribución biopolítica del poder en los cuerpos y las
relaciones sociales que sostienen estas jerarquías. Este aporte
al movimiento real puede llevarnos al fin a la liberación de toda
ideología y encaminarnos a una sociedad de lo común, de la
comuna, de las comunidades.

Los textos que estoy presentando, son un aporte teórico que


apunta radicalmente en esta línea, insumos, herramientas que
nos interpelan hacia nuestro interior, en nuestras propias con-
tradicciones individuales, pero también hacia el exterior como
parte de una vida social.

Roswitha Scholz, como mujer –con esto me refiero a su con-


dición de particularidad dentro del cosmos de las opresiones/
explotaciones– y crítica del capitalismo/patriarcado, le tocó vi-
vir los sesgos de género en el interior del Grupo Krisis en donde
era la única mujer. Este grupo finalmente se fraccionó por las
posiciones defendidas por Scholz en torno a la tesis de la esci-
sión del valor y al patriarcado productor de mercancías. Poste-
riormente, Scholz fundó junto a otrxs compañerxs, el grupo de
estudio y construcción teórica “Exit!”, el cual orienta su activi-
dad reflexiva a partir de la teoría de la escisión del valor, las po-
Roswitha Scholz * 21

siciones de Adorno y la “Teoría Crítica”, y de lo que denominan


la “Crítica del Valor”.

Algunos insumos teóricos para comprender el texto

Este pequeño apartado pretende ser un ayuda/lectura que


permite o facilita la comprensión de los textos compilados en
esta edición. Sin duda, será un acercamiento introductorio a los
conceptos que se expondrán, pero siempre la invitación es a la
lectura, la investigación, la tensión, al diálogo. Otras interpre-
taciones pueden salir de lecturas que cada quién realice, y que
aporten al movimiento del conocer–aprender–transformar. Así
definiré ciertos insumos teóricos que considero ayudarán al
entendimiento de los textos, ciertamente hay muchos otros,
pero espero que esta pequeña selección de conceptos ayude
y/o motive a la indagación y necesaria profundización.

A) Breve explicación de la dominación masculina: Bourdieu, en


su libro La dominación masculina, ofrece un material teórico
que nos ayudará a comprender del orden simbólico de la Ley
del Padre. Para él

“la dominación masculina, y en la manera como se ha impuesto y


soportado, el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica, con-
secuencia de lo que llamo la violencia simbólica, violencia amor-
tiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se
ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbóli-
cos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente,
del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término,
del sentimiento”5

En este sentido, la violencia simbólica, es una violencia de algún


modo normalizada, en sus significados y en el intercambio de
bienes simbólicos, a modo de violencia implícita. Así:

5 –Bourdieu, Pierre (2000) La dominación masculina. Barcelona: Anagrama. P.


11.
22 * El Patriarcado...

“el mundo social construye el cuerpo como realidad sexuada y


como depositario de principios de visión y de división sexuantes.
El programa social de percepción incorporado se aplica a todas
las cosas del mundo, y en primer lugar al cuerpo en sí, en su rea-
lidad biológica: es el que construye la diferencia entre los sexos
biológicos de acuerdo con los principios de una visión mítica del
mundo arraigada en la relación arbitraria de dominación de los
hombres sobre las mujeres, inscrita a su vez, junto con la división
del trabajo, en la realidad del orden social. La diferencia biológica
entre los sexos, es decir, entre los cuerpos masculino y femenino,
y, muy especialmente, la diferencia anatómica entre los órganos
sexuales, puede aparecer de ese modo como la justificación na-
tural de la diferencia socialmente establecida entre los sexos, y
en especial de la división sexual del trabajo”6

Así, la dominación masculina hace referencia a la construcción/


producción no solo material y la jerarquización de los cuerpos
en la organización de la sociedad, sino a la construcción simbó-
lica, binaria y heteronormativa que organiza todos los aspectos
de la sociedad. Este binarismo, atraviesa todos los aspectos de
la sociedad: el trabajo, la ciencia, la educación, la salud, políti-
ca, la educación, la familia, la forma en que nos subjetivamos
y relacionamos. De este modo, razón, poder–violencia, deter-
minación, confianza, intelectualidad, conocimiento, ciencia,
aventura, civilización, rebeldía, acción, fuerza, independencia,
son valores positivos dentro de la construcción cultural de los
cuerpos y la cultura, valores atribuidos a lo masculino y corpo-
reizado en el falo, quienes detentan el falo pueden acceder a
estos recursos y se encontrarán mermados de otros que son
degradados a una escala valórica inferior. Digo pueden, por-
que es una condición de posibilidad, un cuerpo de hombre es
eso, dar una mayor posibilidad para acceder a estas cuestio-
nes, pero habría que hacer el cruce con la etnia/raza, elecciones
sexo–afectivas, y clase. En este sentido, aquellas cualidades o
valores atribuidos a lo femenino, quedan degradados a un nivel
inferior. Elementos como: sumisión, fragilidad, emocionalidad,
necesidad de protección, cuidados, naturaleza, irracionalidad,
6 – Ibid. P. 24.
Roswitha Scholz * 23

incivilizado, dificultad para la individuación, baja autoestima,


dependencia, abnegación, pasividad por represión de agresi-
vidad, son atribuidos a cualidades femeninas, que en lo más
explícito están considerados como mandatos de género de los
cuerpos de las mujeres, pero que construyen y dan significado
a un entramado de aspectos de la sociedad. Por ejemplo: en la
política, espacio masculino por excelencia, donde tanto la re-
presentación de las mujeres y las ideas triunfantes son general-
mente las ligadas a lo masculino –punitivas, o donde las penas
contra la propiedad privada son más importantes que las que
atentan contra la vida misma, como violaciones u homicidios–;
o en términos más cotidianos, en esta sociedad se valora más a
una mujer por ser docta, letrada, por tener una carrera, –mas-
culino, mundo público– antes que por ser una madre cariñosa,
protectora, etc. –femenino–. La paradoja está en que, dentro
de esta misma sociedad, esas mujeres valoradas por su éxito en
lo masculino son vilipendiadas directa o indirectamente por no
cumplir con sus mandatos de género femeninos. Esta misma
comprensión binaria y jerárquica de la sociedad puede aplicar-
se a otras construcciones sociales, por ejemplo, lo que ocurre
con los pueblos originarios. Estos construidos discursivamente
a partir de las ideas de barbarie como lo incivilizado, lo irracio-
nal, lo mítico, lo cercano a la naturaleza, en otras palabras, lo
femenino y como oposición a la cultura, la razón, la ciencia, lo
masculino. Los conflictos medioambientales también son parte
de este constructo, ya que la naturaleza es lo dominable, lo con-
quistable, lo irracional, lo cosificado, lo femenino: este ejemplo
es más claro para comprender cómo la dominación masculina
es a su vez una forma no solo de comprender el mundo, sino
de actuar sobre él.

B) Sistema Sexo–Género: A lo largo de la historia, los roles socia-


les que (re)producen la humanidad son fruto de un entramado
de situaciones, relaciones, y eslabones que se construyen so-
cialmente desde las prácticas, las que incluyen la construcción
del lenguaje y el orden simbólico. Dentro de estas construccio-
24 * El Patriarcado...

nes sociales, encontramos lo que Gayle Rubin denominó el Sis-


tema Sexo–Género (SSG), concibiéndolo como:

“el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transfor-


ma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana,
y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transforma-
das”7

Es decir, los SSG son:

“los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas


y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la dife-
rencia sexual anátomo–fisiológica y que dan sentido a la satis-
facción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie
humana y en general al relacionamiento entre las personas”8

Rubin basa su análisis en las obras de Lévi–Strauss, Freud, Marx


y Engels, para develar generalidades básicas de la organización
de la sexualidad humana: el tabú del incesto, la heterosexua-
lidad obligatoria y la división social del trabajo asimétrica de
los sexos, caracterizan al SSG que nos mandata. La diferencia
sexual anatómica es el puntapié de partida para esta organiza-
ción social jerárquica de los sexos, la que puede ser entendida
como “un tabú contra la igualdad de hombres y mujeres, un tabú
que divide los sexos en dos categorías mutuamente exclusivas,
un tabú que exacerba las diferencias biológicas y así crea el géne-
ro”9. Todo esto sugiere que esta división excluyente y binaria,
“requiere de represión tanto en hombres y mujeres, sea cual sea
la versión local de rasgos ‘femeninos y masculinos’ respectiva-
mente que se construyan en uno y otro sexo. Por tanto, tiene el
efecto de reprimir algunas características de la personalidad de
prácticamente todos, hombres y mujeres”10.
7 – Rubin, Gayle (1986) El tráfico de mujeres. Notas sobre la “economía política” del
sexo Nueva Antropología. México: Asociación Nueva Antropología A.C. Distrito
Federal, México.
8 – Barbieri, Teresita (1993) “Sobre la categoría género. una introducción teórico-
metodológica” en “Revista Debates en sociología” N° 18. P. 145-169.
9 – Rubin. Op. Cit. P. 114.
10 – Ibid. P. 115.
Roswitha Scholz * 25

C) Escisión del valor: Se entiende que aquel trabajo que produce


valor11 (como valor de cambio), está en la esfera del mercado
(lo público, lo masculino). Pero, existen otros elementos nece-
sarios para la producción de este propio valor, indispensables
para la reproducción de la sociedad y la vida misma, que se dan
en una esfera escindida de la producción de ese valor, donde
están los afectos, los cuidados, la sensualidad, etc.

“Así de acuerdo con esto, la escisión del Valor remite a que las
actividades reproductivas identificadas sustancialmente como
femeninas, así como los sentimientos, los atributos y actitudes
asociadas con ellas (emocionalidad, sensualidad, cuidado, etc.),
están escindidos precisamente del valor/trabajo abstracto. Así
pues, el contexto de vida femenino, las actividades reproducti-
vas femeninas tienen en el capitalismo un carácter diferente al
del trabajo abstracto”12

Es por eso que se habla de una escisión del valor, donde todo lo
que queda fuera de él es invisibilizado y no considerado como
parte fundamental de la producción/reproducción de la vida
misma. Considerando estos elementos, se asume que el capita-
lismo en su faceta neoliberal ha reforzado como necesidad fun-
dante la dominación masculina, reestructurando y refundando
los elementos simbólicos del patriarcado productor de mercan-
cías, para poder generar plusvalía de actividades humanas que
antaño no pertenecían directamente a la esfera del mercado,
a la esfera del valor: todas las actividades de cuidados que co-
mienzan a mercantilizarse a un menor valor.

En el caso chileno, desde la Dictadura, nos encontraremos con


un reordenamiento del valor de las actividades humanas que
antes no se encontraban valorizadas o al menos no de la for-
ma neoliberal, es decir, que no producían valor directamente,

11 – Valor en términos de Marx. [N. de la A.]


12 – Scholz, Roswitha (2013) “El patriarcado productor de mercancías” extraído
de “Constelaciones. Revista de Teoría Crítica”, ISSN 2172-9506 <http://constela-
ciones-rtc.net/article/view/815/869> [Consultado el 1 de agosto de 2017]
26 * El Patriarcado...

o, que, si lo hacían, no estaban totalizadas por la producción


del valor puro, por ejemplo: la educación, la salud, las viviendas
sociales, el sistema de pensiones, pues el Estado funcionaba
como intermediario entre el mercado y las necesidades. Por
otro lado, la Dictadura, marca un ingreso al campo laboral de
las mujeres como nunca antes en la historia del país, pero así
mismo, este ingreso se encuentra anclado a la pauperización
de las condiciones laborales de la clase trabajadora y, además,
condicionado por la dominación masculina, volviendo aún más
precarias las condiciones laborales para las mujeres. Así desde
la Dictadura, los “derechos sociales”13 que se habían obtenido
desde comienzos del siglo XX quedan subsumidos al mercado
junto a las diferentes reivindicaciones, entre ellas las de las mu-
jeres, que son integradas como parte del proceso de la obten-
ción de valor.

Hoy nos vemos enfrentados a la catástrofe de la actual descom-


posición social mundial: el derrumbe de los sectores medios, la
desintegración a diferentes velocidades del proletariado por la
tecnologización de los sectores productivos, la precarización
del trabajo, el escenario de la posmodernidad neoliberal, la
proliferación de identificaciones atomizadas e individualizadas,
etc. En este contexto, requerimos como nunca antes herra-
mientas teóricas que nos tensionen y que promuevan nuevas
luces. En este sentido, y adelantándome un poco a las conclu-
siones de Scholz, podremos observar en sus análisis como el
sesgo de género nos impidió ver que finalmente, la gran con-
tradicción fundamental del capital no es la del capital v/s traba-
jo, sino que la del capital v/s vida. El Capitalismo está en contra
de la vida misma, la depreda, la devora, la consume por la “ra-
zón/producción del mercado”.

13 –Con esto, aclaro, no estoy haciendo una apología al Estado, solo se trata de
un análisis histórico que permite comprender el juego y el movimiento de piezas
del neoliberalismo. Por lo tanto, no se plantea este análisis desde la lógica de la
“nostalgia estatal” [N. de la A.].
Roswitha Scholz * 27

Finalmente, y si las formas de pensamiento son resultado de


relaciones sociales, pues ¡vamos, que en este derrumbe no está
todo perdido!, ¡vamos a buen puerto! Sí estamos teorizando
esto, es porque de algún modo en nuestras relaciones socia-
les ya está pasando algo distinto, algo estamos haciendo, o en
palabras de Gilles Dauvé: “en realidad, el comunismo es la pro-
longación de necesidades reales que se manifiestan desde hoy
pero que no llegan a buen término ni encuentran su verdadera
satisfacción porque la situación actual lo impide. Hay ya desde
ahora todo un conjunto de prácticas, de gestos, de actitudes mis-
mas, comunistas: no sólo expresan un rechazo global del mundo
actual, sino sobre todo un esfuerzo para, a partir de él, construir
otro”14. Y con ello pequeñas y minúsculas prefiguraciones están
viviéndose por ahí, hay que potenciarlas, y, porque no, crear
nuevas formas del germen de lo que es y de lo que puede llegar
a ser.

Emelina Valdés

14 – Dauvé, Gilles: “Capitalismo y Comunismo”. Extraído de: https://artilleriain-


manente.noblogs.org/post/2016/04/20/gilles-dauve-capitalismo-y-comunis-
mo/?fbclid=IwAR1LTiX9RiVzFs6oLov4ONRs3FO2GwYUY3nurKktkMzNRsr-
Dk-jnSv-aVjY
28 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 29

EL PATRIARCADO
PRODUCTOR DE MERCANCÍAS
Tesis sobre capitalismo y relaciones de género15

 15 – Traducción de José A. Zamora y Jordi Maiso. [N. del E.]


30 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 31

En los años 90, tras el colapso del bloque soviético, las corrien-
tes culturalistas y diferencialistas alcanzaron gran notoriedad
en los estudios feministas, que terminarían mutando en estu-
dios de género. Las concepciones marxo–feministas, que ha-
bían sido determinantes en la discusión hasta finales de los
80, quedaron en un segundo plano. Entretanto, a causa de la
creciente deslegitimación del Neoliberalismo en una crisis cada
vez más aguda (precariado, desclasamiento, Hartz IV en la Re-
pública Federal Alemana, etc. — ¡las españolas y los españoles
podrían decir mucho respecto a todo esto!), los diferentes mar-
xismos vuelven a cobrar fuerza.

A la ideología que dominó desde mitad de los años 80 hasta


los años 90, que sostenía que nos encontrábamos ante una
“confusión de los sexos”, le ha seguido un desengaño. Resulta
patente que no se ha avanzado tanto en la tan ensalzada igua-
lación de los sexos y que el “juego deconstructivista con los
signos” no ha aportado gran cosa.

El “redescubrimiento” de la teoría marxista, por un lado, y la


comprensión de que el feminismo no se ha vuelto de ningu-
na manera anacrónico y superfluo, aunque ya no pueda con-
tinuarse en la senda de las variantes de las últimas décadas,
exigen ahora, desde mi punto de vista, un nuevo marco teó-
rico marxo–feminista que permita dar cuenta de la evolución
actual después del final del “socialismo real” y del avance de la
crisis mundial del capitalismo. Pues resulta evidente que en el
siglo XXI no es posible enlazar sin solución de continuidad con
las concepciones marxistas tradicionales. Sin desarrollo crítico
tampoco es posible una conexión directa con aquellas teorías
en las que yo misma me voy a apoyar en parte en lo que si-
32 * El Patriarcado...

gue, como por ejemplo la “Teoría Crítica” de Adorno, aunque


en esas investigaciones, según mi parecer, se ofrezcan impor-
tantes aportaciones para una teoría del presente que plantee
una crítica del patriarcado. Así pues, hay que modificar también
algunos planteamientos que se han apoyado en Adorno y en la
Teoría Crítica en general en el debate feminista de los últimos
20 años. Sin embargo, esto es algo que no podré abordar aquí
de manera detallada16.

En lugar de eso, desearía presentar algunos aspectos de la teo-


ría de las relaciones de género que defiendo, de la teoría de la
escisión del valor, que he elaborado a partir de la confronta-
ción con las mencionadas concepciones teóricas. Las relacio-
nes de género asimétricas actuales, tal como mostraré, ya no
pueden ser analizadas en el sentido de las relaciones de géne-
ro “clásicas” propias de la modernidad; sin embargo, resulta
imprescindible alcanzar una comprensión clara de los orígenes
de la historia de modernización. El punto de referencia teóri-
co es, además de la mencionada “Teoría Crítica” de Adorno,
una nueva teoría crítico–fundamental del “valor” y del “trabajo
abstracto” como desarrollo de la Crítica de la Economía Política
de Marx, cuyos representantes más prominentes en las últimas
décadas han sido Robert Kurz y, en parte, Moishe Postone17.
Pretendo dar un giro feminista a sus planteamientos. En ese
contexto abordo también ciertas tendencias de la individuali-
zación posmodernas.

16 – Cf. sobre esto, Scholz, Roswitha (2000) Das Geschlecht des Kapitalismus. Fe-
ministische Theorien und die post–moderne Metamorphose des Patriarchats. Bad
Honnef: Horlemann; Scholz, Roswitha: “Die Theorie der geschlechtlichen Abspal-
tung und die Kritische Theorie Adornos”, en Kurz, R. / Scholz, R./ Ulrich, J. (2005)
Der Alptraum der Freiheit, Perspektiven radikaler Gesellschaftskritik. Ulm/Blau-
beuren: Ulmer Manuskripte.
17 – Cf. Kurz, Robert (1991) Der Kollaps der Modernisierung. Vom Zusammen-
bruch des Kasernensozialismus zur Krise der Weltokonomie. Frankfurt a. M.: Eich-
born; Kurz, Robert (1999) Schwarzbuch Kapitalismus. Ein Abgesang auf die Mar-
ktwirtschaft. Frankfurt a. M.: Eichborn; Postone, Moishe “National–sozialismus
und Antisemitismus. Ein theoretischer Versuch”, en Diner, D. (ed.) (1988) Zivilisa-
tionsbruch. Denken nach Auschwitz. Frankfurt a. M.: Suhrkamp; Postone, Moishe
(2006) Tiempo, trabajo y dominación social. Madrid: Marcial Pons.
Roswitha Scholz * 33

1 – De acuerdo con la comprensión de la crítica del valor, lo que


está en el punto de mira de la crítica no es la llamada plusvalía
como un fenómeno aislado, es decir, la explotación del trabajo
determinada desde fuera por el capital, considerado éste como
relaciones jurídicas de propiedad, sino la forma del valor mis-
ma, es decir, el carácter social del sistema productor de mer-
cancías y, con ello, la forma de actividad del trabajo abstracto.
Según esto, el “trabajo” sólo surge en el capitalismo, vinculado
a la universalización de la producción de mercancías, y no debe
ser ontologizado. En cuanto mercancías, los productos repre-
sentan el “trabajo abstracto pasado” y, por lo tanto, el “valor”,
es decir, representan una determinada cantidad (reconocida
en el mercado como la socialmente válida) de energía humana
gastada. Y esa “representación” se expresa a su vez en el dine-
ro en cuanto mediador universal y, al mismo tiempo, fin en sí
mismo en la forma del capital.

De ese modo las personas aparecen desprovistas de su carác-


ter social y la sociedad como constituida por cosas mediadas a
través de la cantidad abstracta de valor. El resultado es la alie-
nación de los miembros de la sociedad, pues su propia sociali-
dad se constituye a través de sus productos, esto es, a través
de cosas muertas, desvinculadas en la forma de representación
social de cualquier contenido concreto y sensorial. A esta pro-
blemática se refiere el concepto de fetichismo.

En las sociedades premodernas, por el contrario, se producía


bajo otras relaciones de dominación (personales en vez de co-
sificadas por la forma de la mercancía) y principalmente para
el uso, y ciertamente esto era así tanto en el ámbito agrario
como en el de la artesanía, que contaba con leyes gremiales
especiales que excluían una pretensión abstracta de obtener
ganancia. El intercambio de mercancías premoderno, muy limi-
tado, no se producía a través del mercado en sentido moderno,
marcado por relaciones de competencia. En esa época no pue-
de hablarse de una “totalidad” social como hoy, en la que el
34 * El Patriarcado...

dinero y el valor se han convertido en el abstracto fin en sí mis-


mo de la revalorización del capital. En la modernidad de lo que
se trata es de hacer más dinero a partir del dinero y, por tanto,
de generar “plusvalía”; pero no como mera meta subjetiva de
enriquecimiento, sino como referencia sistémica del valor a sí
mismo de carácter tautológico. Marx habla en este sentido del
“sujeto automático”. Las necesidades humanas pasan a ser se-
cundarias y la misma fuerza de trabajo se convierte en mercan-
cía; es decir, la capacidad humana de producción se vuelve una
capacidad heterodeterminada, aunque no en el sentido de una
dominación personal, sino en el sentido de unos mecanismos
anónimos ciegos. Sólo por esta razón las actividades produc-
tivas se ven forzadas a adoptar la forma de trabajo abstracto.
Finalmente, con el despliegue del capitalismo, la totalidad de
la vida a lo largo y ancho del planeta se ve configurada por el
automovimiento del dinero, y en conexión con esto el trabajo
abstracto, que surge solo con el capitalismo, aparece como si
fuera algo ahistórico, como un principio ontológico.

Frente a ese nexo sistémico, el marxismo tradicional sólo pro-


blematizó la apropiación jurídica de la plusvalía por la “clase
de los capitalistas”. La crítica del capitalismo y las concepcio-
nes de una sociedad postcapitalista se limitaban, por tanto, a la
meta de un “reparto justo” dentro de un sistema productor de
mercancías y de sus formas no superadas.

Hoy ese planteamiento se revela inapropiado para una reno-


vación de la crítica del capitalismo, porque había hecho suyos
todos los principios fundamentales de socialización capitalista,
especialmente las categorías del valor y del trabajo abstracto.
Esas categorías fueron malinterpretadas como condiciones su-
prahistóricas de la humanidad. Así pues, desde la perspectiva
de una crítica radical del valor, también el socialismo “real” del
pasado es contemplado como un sistema productor de mer-
cancías propio de un proceso de “modernización rezagada”
en el Este y el Sur por medio de burocracias estatales; sistema
Roswitha Scholz * 35

que, a través de la mediación de los procesos de los mercados


globales y de la competición con occidente por desarrollar las
fuerzas productivas en el nivel postfordista del desarrollo capi-
talista, no tuvo más remedio que colapsar18. Desde entonces,
como consecuencia de la crisis y de la globalización, se desman-
telan las reformas sociales.

2 – Desde mi punto de vista, con el valor o el trabajo abstracto


no queda suficientemente especificada la forma fundamental
del capitalismo en cuanto relación fetichista. También habría
que dar cuenta del hecho de que en el capitalismo se producen
actividades reproductivas que realizan sobre todo las mujeres.
De acuerdo con esto, la escisión del valor remite a que las ac-
tividades reproductivas identificadas sustancialmente como
femeninas, así como los sentimientos, los atributos y actitudes
asociadas con ellas (emocionalidad, sensualidad, cuidado etc.),
están escindidos precisamente del valor/trabajo abstracto. Así
pues, el contexto de vida femenino, las actividades reproduc-
tivas femeninas tienen en el capitalismo un carácter diferente
al del trabajo abstracto; por tanto, no se las puede subsumir
sin más bajo el concepto de trabajo. Se trata de un aspecto de
la sociedad capitalista que no puede ser captado a través del
instrumentario conceptual marxiano. Ese aspecto se estable-
ce junto con el valor, pertenece a él necesariamente; pero, por
otro lado, se encuentra fuera de él y, por ello, es también su
condición previa. En ese contexto me sirvo de una idea de Frig-
ga Haug, que afirma que en la modernidad existe, por un lado,
una “lógica de ahorro del tiempo” que pertenece principal-
mente a la esfera de la producción, a la “lógica del desgaste de
la economía empresarial” (Robert Kurz), y, por otro, una “ló-
gica del gasto del tiempo”, que se corresponde con el ámbito
de la reproducción, aunque por lo demás Haug está más bien
vinculada a planteamientos veteromarxistas19.
18 – Cf. con más precisión al respecto Kurz, Robert, Der Kollaps der Moderni-
sierung, op. cit.
19 – Haug, Frigga: “Knabenspiele und Menschheitsarbeit. Geschlechterverhaltnisse
als Produktionsverhaltnisse”, en Haug, F. (1996) Frauen–Politiken. Berlin: Argu-
ment.
36 * El Patriarcado...

Valor y escisión se encuentran en una relación dialéctica entre


ambos. No puede derivarse uno de otro, sino que ambos mo-
mentos se presuponen mutuamente.

Por tanto, la escisión del valor puede ser concebida como una
lógica superior, que va más allá de las categorías propias de la
forma de la mercancía. En este sentido ha de alcanzarse una
comprensión de la socialización (fetichista), y justamente no
sólo a través del “valor”.

Sin embargo, es preciso subrayar que la sensualidad en el ámbi-


to de la reproducción –aparentemente dada de forma inmedia-
ta–, el consumo y las actividades que le rodean, así como las ne-
cesidades que se satisfacen en estas esferas, se han constituido
históricamente, incluso desde el trasfondo de la disociación del
valor como proceso global. No deben ser malinterpretadas
como esferas naturales y carentes de mediaciones, aunque el
comer, el beber, el amar, etc. no se disuelvan en simbolizacio-
nes, tal como afirman los constructivistas vulgares.

Sin embargo, hay otro sentido en el que no basta con quedarse


en las categorías de la crítica de la Economía Política. La esci-
sión del valor implica una relación específica de carácter psi-
cosocial. Determinadas propiedades consideradas de menor
valor (la sensualidad, la emocionalidad, la debilidad de carácter
y de entendimiento, etc.) se atribuyen a la mujer y quedan así
disociadas del sujeto moderno–masculino. Este tipo de atribu-
ciones específicas de género caracterizan de manera esencial
el orden simbólico del patriarcado productor de mercancías.
De ahí que, a la hora de analizar las relaciones de género ca-
pitalistas, haya que tener en cuenta, además del factor de la
reproducción material, tanto la dimensión psicosocial como la
dimensión cultural y simbólica. Porque en estos planos de la
existencia la escisión del valor se revela un principio formal del
patriarcado productor de mercancías.
Roswitha Scholz * 37

3 – En mi opinión, el análisis teórico de la relación asimétrica


de los sexos ha de limitarse a la modernidad y la postmoderni-
dad. Esto no quiere decir que esa relación no posea una historia
premoderna; sin embargo, con la universalidad de la forma de
la mercancía alcanzó una cualidad completamente nueva. Las
mujeres han de responsabilizarse ante todo del ámbito de la
reproducción, menos valorado socialmente y no representable
en dinero, mientras que los hombres se ocupan de la esfera de
la producción capitalista y del ámbito público. Con ello se re-
baten las concepciones que ven las relaciones de género en el
capitalismo como un “residuo” precapitalista. Así, por ejemplo,
la familia nuclear tal como la conocemos no aparece hasta el
siglo XVIII, del mismo modo que la constitución de dos esferas
–pública y privada— como las conocemos hoy sólo surge con la
modernidad. Con ello quiero decir que en esa época no sólo co-
mienza su curso la producción capitalista de mercancías, sino
que más bien se puso en marcha una dinámica social que tiene
la relación de escisión del valor como principio fundamental.

4 – Así, de nuevo con F. Haug, parto de que el patriarcado pro-


ductor de mercancías debe ser concebido como un modelo
civilizatorio, pero modifico sus consideraciones siguiendo la
teoría de la escisión del valor20. Como es sabido, el orden sim-
bólico del patriarcado productor de mercancías se caracteriza
por los siguientes presupuestos: la política y la economía son
atribuidos al varón; se asume que la sexualidad masculina es
algo propio de un sujeto activo, es agresiva, violenta, etc. Las
mujeres, por el contrario, funcionan como puros cuerpos. “El
varón” es visto, así como hombre/espiritual/vencedor del cuer-
po; la mujer, por el contrario, como no–hombre, como cuer-
po. La guerra tiene connotación masculina, por el contrario, las
mujeres son consideradas como pacíficas, pasivas, indecisas,
estúpidas. Los varones han de aspirar a la gloria, a la valentía,
a las obras inmortales. A las mujeres está confiado el cuidado
de los individuos y de la humanidad. Al mismo tiempo, sus ac-
20 – Cf. Haug, Frigga. Frauen–Politiken, op. cit., P. 229 y siguientes.
38 * El Patriarcado...

tos son minusvalorados y dejados de lado en la formación de


la teoría, mientras en la sexualización de la mujer está incluida
su subordinación al hombre e inscrita su marginación social. El
varón se concibe como un héroe y como alguien trabajador.
De esta forma la naturaleza ha de ser sometida y dominada de
manera productiva. El varón siempre se encuentra compitien-
do con otros.

Esta concepción también determina las imágenes sobre el or-


den de las sociedades modernas en su conjunto. Más todavía:
la capacidad de rendimiento y la disposición hacia él, el gasto
racional, económico y efectivo del tiempo, determinan el mo-
delo civilizatorio, también en sus estructuras objetivas como
entramado global, en sus mecanismos y en su historia, así
como las máximas de acción de los individuos. Por tanto, po-
dría hablarse de manera algo exagerada del género masculino
como del “género del capitalismo”; y, desde este trasfondo,
cabría decir que una comprensión dualista de masculinidad y
feminidad es la concepción dominante del género en la moder-
nidad. El modelo civilizatorio productor de mercancías tiene su
condición de posibilidad en la opresión de las mujeres, en su
marginalización, así como en una postergación de lo social y de
la naturaleza. Por eso las dicotomías sujeto–objeto, espíritu–
naturaleza, dominación–sometimiento, varón–mujer, etc., son
dicotomías típicas y oposiciones antagónicas del patriarcado
productor de mercancías21.

Sin embargo, en este contexto es necesario evitar algunos mal-


entendidos. En este sentido, la escisión del valor debe ser en-
tendida como un meta–nivel, dado que se trata de una teoría
que se mueve en un plano de abstracción muy elevado. Para
los individuos empíricos esto significa que no pueden sustraer-
se a los patrones socio–culturales de la cultura ni tampoco se
agotan en ellos. Por otra parte, las representaciones de género
están sometidas al cambio histórico, como veremos a continua-
21 – Cf. Haug, F., ibídem.
Roswitha Scholz * 39

ción. De ahí que haya que alertar frente a una interpretación


simplificadora de la teoría de la escisión del valor, ya sea según
el modelo de la “nueva feminidad”, que conocemos a partir del
feminismo de la diferencia de los años 80, ya sea en el sentido
de un nuevo “principio Eva”, como se propaga en los últimos
tiempos desde posiciones conservadoras22.

En todo esto no hay que perder de vista que el trabajo abstrac-


to y el trabajo doméstico, así como los correspondientes patro-
nes culturales de masculinidad y feminidad se condicionan mu-
tuamente. carece de sentido preguntar aquí qué fue primero, si
el huevo o la gallina. Las deconstructivistas recurren a un plan-
teamiento no dialéctico de este tipo cuando insisten en que
masculinidad y feminidad debieron ser generadas “ante todo”
culturalmente, “antes” de que se produjera un reparto de las
actividades por sexos23; pero también lo hace F. Haug cuando
presupone frente a esto, de manera ontologizadora, que a lo
largo de la historia (de la humanidad) las significaciones cultu-
rales se fueron fijando sobre la base de una previa división del
trabajo por sexos, que en el fondo es pensada como “base”24.

5 – Desde el punto de vista de la teoría de la escisión del valor


tampoco se puede asumir el primado del plano material de la
división del trabajo por géneros/sexos, como hace el esquema
tradicional de base–superestructura. Más bien hay que colocar
los factores materiales, simbólico-culturales y psicosociales en
el mismo nivel de relevancia. La dimensión simbólico–cultural,
esto es, cómo se forman las representaciones colectivas sobre
qué son los hombres y las mujeres, se puede desentrañar, por
ejemplo, por medio de los análisis del discurso siguiendo a Fou-

22 – Herman, Eva (2006) Das Eva-Prinzip. Für eine neue Weiblichkeit. München:
Pendo.
23 – Cf. Gildemeister, Regine/Wetterer, Angelika: “Wie Geschlechter gemacht wer-
den. Die soziale Konstruktion von Zweigeschlechtlichkeit und ihre Reifizierung in
der Frauenforschung”, en Gildemeister, R./Wetterer, A. (eds.) (1992) Traditionen
Brüche. Entwicklungen feministischer Theorie. Freiburg i. Br.: Kore. P. 214 y si-
guientes.
24 – Cf. Haug, Frigga: Frauen–Politiken, op. cit., P. 127 y siguientes.
40 * El Patriarcado...

cault25. El lado psicosocial del ser varón, del ser mujer y de la


constitución patriarcal–capitalista de los individuos puede ser
captada con un instrumentario psicoanalítico. De esta manera
se hace visible que en el niño varón, que más tarde será domi-
nante, ha de producirse una desidentificación con la madre y de
esta manera una escisión/represión de lo femenino para poder
formar una identidad masculina. Por el contrario, la chica debe
identificarse con la madre para adquirir una identidad femenina
y estar dispuesta a asumir una posición subordinada no sólo en
el ámbito doméstico. Esto tiene validez al menos para la mo-
dernidad clásica. Lo que habría que investigar es lo que pasa
cuando la familia nuclear se disuelve26.
En esta confrontación se trata, sobre todo, de mostrar tanto
las limitaciones de determinadas concepciones (por ejemplo,
la imagen behaviorista del ser humano, el positivismo, la onto-
logía del poder de Foucault), como al mismo tiempo entender
su razón de ser en una sociedad cosificada, dispar y fragmen-
tada. Por tanto, la integración de las diversas concepciones en
un planteamiento de crítica de la escisión del valor no puede
proceder por deducción lógica. Precisamente en la postmo-
dernidad tienen que cuestionarse con Adorno las unificaciones
teóricas coactivas. Más bien se trata de “sintetizar sin sistema-
tizar de manera unidimensional”, y ciertamente sin nivelar las
premisas epistemológicas, como dice acertadamente la discí-
pula de Adorno, Regina Becker–Schmidt -aunque por otro lado
su planteamiento se diferencie de la teoría de la escisión del
valor27.
25 – Como hacen los trabajos de Landweer, Hilge (1990) Das Martyrerinnen-
modell. Zur diskursiven Erezeugung weiblicher Identitat. Pfaffenweiler: Centaurus;
Honegger, Claudia (1991) Die Ordnung der Geschlechter. Die Wissenschaften vom
Menschen und das Weib 1750–1850. Frankfurt a. M.: Campus; Duden, Barbara
(1987) Geschichte unter der Haut. Ein Eisenacher Arzt und seine Patientinnen um
1730. Stuttgart: Klett–Cotta.
26 – Cf. por ejemplo Chodorow, Nancy (1999) The Reproduction of Mothering.
Psychoanalysis and the Sociology of Gender. Berkeley: University of California
Press [trad. esp.: (1984) El ejercicio de la maternidad. Psicoanálisis y sociología de
la maternidad y la paternidad en la crianza de los hijos, Barcelona: Gedisa].
27 – Becker–Schmidt, Regina: “Frauen und Deklassierung. Geschlecht und Klasse”,
en (1987) Klasse Geschlecht. Feministische Gesellschaftskritikund Wissenschaftskri-
tik. Bielefeld: AJZ. P. 214.
Roswitha Scholz * 41

6 – Tal como se ha mostrado, en el patriarcado productor de


mercancías moderno se constituye un ámbito público que abar-
ca diferentes esferas (economía, política, ciencia, etc.) y un ám-
bito privado, y las mujeres son asignadas fundamentalmente al
ámbito privado. Los diferentes ámbitos son, por un lado, rela-
tivamente autónomos, pero, por otro lado, se condicionan mu-
tuamente; se encuentran en una relación dialéctica entre sí. Lo
decisivo aquí es que la esfera privada no puede ser concebida
como algo que se deriva del “valor”, sino que es un ámbito es-
cindido. Es necesaria una esfera a la que desplazar actividades
como la protección, el cuidado, el “amor”, que se contrapone
a la lógica del valor, a la lógica de ahorro del tiempo, con su mo-
ral de competitividad, beneficio, rendimiento, etc. Desde esa
relación entre la esfera privada y el ámbito público se explica
también la existencia de alianzas masculinas que se basan en
la aversión hacia lo “femenino”. Así, todo el Estado y la política
están constituidos desde el siglo XVIII sobre los principios de
libertad, igualdad y fraternidad como alianzas masculinas.

Con ello no pretendo decir que el patriarcado “queda fijado”


en unas esferas disociadas de esta forma. Las mujeres, por
ejemplo, actuaron en ámbitos laborales desde el principio. Sin
embargo, también aquí se pone de manifiesto la escisión: las
mujeres ocupan posiciones menos valoradas en la esfera públi-
ca, ganan menos que los varones y, a pesar de Angela Merkel
& Co., para ellas el camino hacia las posiciones dirigentes no
está sin más despejado. Todo esto apunta a la escisión del va-
lor como principio formal universal de la sociedad (no divisible
mecánicamente en esferas) en un nivel de abstracción más ele-
vado. Esto significa que el efecto de la escisión del valor pasa
a través de todos los niveles y ámbitos y, por tanto, también a
través de los diferentes ámbitos de la esfera pública.

7 – De esta manera, desde la perspectiva de la teoría de la esci-


sión del valor, resulta inaceptable el procedimiento que sigue
la lógica de la identidad, que disuelve todo en el concepto,
42 * El Patriarcado...

en la estructura, y subsume lo no unívoco, y lo hace tanto en


lo que respecta a la traslación de mecanismos, estructuras y
rasgos del patriarcado productor de mercancías a sociedades
no productoras de mercancías, como en lo que afecta a una
unificación de los diferentes niveles, esferas y ámbitos dentro
del mismo patriarcado productor de mercancías, ignorando las
diferencias cualitativas. Frente a esto hay que partir de la re-
lación de escisión del valor en cuanto estructura básica de la
sociedad, que se corresponde con el pensamiento androcéntri-
co–universalista de la lógica de la identidad, y no partir simple-
mente del valor. Pues lo decisivo no es meramente que sea un
tercero común —prescindiendo de las diferentes cualidades-,
el tiempo de trabajo medio, el tiempo abstracto, lo que en cier-
to modo está tras la forma de equivalencia del dinero; más bien
es necesario además que el valor, por su parte, considere que
el trabajo doméstico y todo lo que se refiere al mundo de la
vida, a lo sensual, lo emocional, lo no conceptual o lo no unívo-
co tiene menos valor y lo excluya.

No obstante, la escisión no coincide completamente con lo


no–idéntico en Adorno; representa más bien el reverso oscuro
del valor mismo. De este modo, la escisión es la condición de
posibilidad de que lo contingente, lo no–habitual, lo no–analí-
tico y lo que no es comprobable con medios científicos no sea
tomado en consideración suficientemente en los ámbitos de la
ciencia, la política y la economía dominados por los varones, de
modo que lo que lleva la voz cantante es el pensamiento clasifi-
cador que no puede captar la cualidad singular, la cosa misma,
y no es capaz de percibir y preservar las diferencias, rupturas,
ambivalencias, discronicidades, etc. que las acompañan.

Sin embargo, esto también significa, por su parte, que en la


“sociedad completamente socializada” del capitalismo –por
usar aquí una formulación de Adorno– los mencionados nive-
les y ámbitos no se relacionan entre sí como niveles y ámbitos
“reales” en un sentido puramente irreductible, sino que en la
Roswitha Scholz * 43

misma medida deben ser considerados en su vinculación obje-


tiva “interna”, como corresponde al plano basal de la escisión
del valor en cuanto principio formal de la totalidad social, que
constituye la sociedad en cuanto tal, tanto en el plano esencial
como en el plano fenoménico. Al mismo tiempo la teoría de
la escisión del valor es consciente siempre de sus limitaciones
como teoría.

8 – El cuestionamiento que la teoría de la escisión del valor


hace de sí misma llega hasta el punto de poner coto a su ab-
solutización como principio formal de la sociedad. Aquello que
se corresponde con su concepto no puede ser elevado a “con-
tradicción principal”. Pues según mi exposición hasta aquí, la
teoría de la escisión del valor, del mismo modo que la teoría del
valor, no puede postularse como “monológica”. Sólo se man-
tiene fiel a sí misma en su crítica de la lógica de la identidad, y
no puede sostenerse más que relativizándose y, allí donde es
necesario, incluso desmintiéndose. Y eso quiere decir también
que la teoría de la escisión del valor ha de hacer sitio a otras
formas de discriminación social (disparidades económicas, ser
víctima de racismo y antisemitismo) y tratarlas en igualdad de
condiciones a nivel teórico. No puedo desarrollar aquí esta
idea, que en algún sentido quizás pueda parecer algo críptica28,
y he de limitar mi exposición a la relación de género moderna
en sentido estricto.

9 – Según las premisas epistemológicas de la crítica de la esci-


sión del valor no puede adoptarse ninguna forma de conside-
ración lineal cuando se trata de analizar la evolución patriarcal
bajo la forma de la mercancía en las diferentes regiones del
mundo. Esa evolución no se ha producido en todas las socie-
dades del mismo modo, y ha permitido incluso la existencia de
28 – Cf. más ampliamente sobre todo Scholz, Roswitha (2005) Differenzen der
Krise–Krise der Differenzen. Die neue Geseüschaftskritik im globalen Zeitalter und
der Zusammenhang von Rasse, Klasse, Geschlecht und postmoderner Individuali-
sierung. Bad Honnef: Horlemann.
44 * El Patriarcado...

sociedades (antaño) simétricas desde el punto de vista de los


sexos que hasta el día de hoy no han asumido las relaciones
de género modernas o no lo han hecho completamente29; pero
también habría que dar cuenta de relaciones patriarcales “te-
jidas de otra manera”, que en el curso del desarrollo del mer-
cado global se han solapado con las del patriarcado cosificado
moderno–occidental, sin haber perdido completamente su es-
pecificidad.

En este contexto hay que tener en cuenta que las relaciones de


género y las concepciones de masculinidad y feminidad tampo-
co se representan de la misma manera en la historia occidental
moderna. Se impone constatar que tanto el concepto moderno
de trabajo como también el dualismo de género son productos
de la evolución específica hacia el capitalismo y que ambos van
de la mano.

El “sistema de sexualidad dual” moderno (Carol Hagemann–


White) no se formó hasta el siglo XVIII, y sólo entonces se llegó
a una “polarización de los caracteres de género” (Karin Hau-
sen); hasta ese momento las mujeres eran consideradas más
bien una variante más del ser varón. Por esta razón, en la cien-
cias sociales e históricas de los últimos quince años se parte
de la institución de un “modelo mono–género” en las socie-
dades pre–burguesas. Por ejemplo, la vagina se percibía como
un pene vuelto hacia adentro30. Aunque también entonces las
mujeres eran consideradas inferiores, hasta que no se formó
una esfera pública moderna a gran escala, tuvieron muchas po-
sibilidades de tener influjo a través de vías informales. En so-
ciedades premodernas o de la modernidad temprana el varón
ocupaba más bien una posición de privilegio simbólica. A las

29 – Cf. por ejemplo Weiss, Florence: “Zur Kulturspezifik der Geschlechterdif-


ferenz und des Geschlechterverhaltnisses. Die Iatmul in Papua-Neuguinea”, en
Becker-Schmidt, R./Knapp, G. A. (1995) Das Geschlechterverhdltnis als Gegen-
stand der Sozialwissenschaften. Frankfurt a. M.: Campus.
30 – Laqueur, Thomas W. (1996) Auf den Leib geschrieben. Die Inszenierung der
Geschlechter von der Antike bis Freud. München: dtv.
Roswitha Scholz * 45

mujeres aún no se las definía exclusivamente como amas de


casa o madres, como sí ocurriría a partir del siglo XVIII. En las
sociedades agrarias la contribución femenina a la reproducción
material se consideraba tan importante como la del varón31.
Si bien las relaciones de género modernas, con las correspon-
dientes atribuciones de género polarizadas, estuvieron limi-
tadas inicialmente a la burguesía, con la generalización de la
familia nuclear se fueron extendiendo poco a poco a todas las
capas y clases con el último impulso de desarrollo fordista en
los años 50.

10 – Por tanto, la escisión del valor no es una estructura rígi-


da al estilo de las de algunos modelos estructurales en socio-
logía, sino un proceso. De ahí que no pueda ser concebida de
manera estática y como si fuera siempre igual. En la postmo-
dernidad presenta a su vez un nuevo rostro. Se da por hecho
que las mujeres están “doblemente socializadas” (Regina Bec-
ker–Schmidt), es decir, son responsables al mismo tiempo de la
familia y la profesión, incluso en los cambios biográficos. Pero
lo nuevo no es el hecho en sí –una buena parte de las mujeres
siempre ejerció de alguna manera una profesión–, sino que ha
llegado a ser consciente en el curso de las transformaciones
de las últimas décadas y de las contradicciones estructurales
que las acompañan, como se ha señalado, en este terreno es
preciso partir de una dialéctica entre individuo y sociedad: por
un lado, los individuos no se agotan nunca en las estructuras
objetivas y en los modelos culturales, sin embargo, por otro
lado, sería erróneo asumir que esas estructuras y modelos se
les imponen de manera puramente exterior; de modo que las
contradicciones de la “doble socialización” solo resultan visi-
bles con la diferenciación del rol de la mujer, resultante de las
tendencias individualizadoras de la postmodernidad. Los análi-
sis actuales del discurso fílmico, publicitario, literario, etc. po-
31 – Cf. Heintz, Bettina/Honegger, Claudia: “Zum Strukturwandel weiblicher Wi-
derstandsformen im 19. Jahrhundert”, en Heintz, B./Honegger, C. (eds.) (1981)
Listen der Ohnmacht. Zur Sozialgeschichte weiblicher Widerstandsformen. Frank-
furt a. M.: Europaische Verlagsanstalt.
46 * El Patriarcado...

nen de manifiesto que desde hace ya tiempo las mujeres no son


percibidas primariamente como amas de casa y madres.

Por ello no sólo resulta inútil la asunción del deber de decons-


truir el dualismo de género moderno por parte de los movi-
mientos Queer, cuya teórica de referencia clásica es Judith
Butler, sino también muy cuestionable. Estos movimientos
consideran que la subversión interna del dualismo de género
burgués a través de prácticas paródicas repetitivas, como se
pueden encontrar en las subculturas gay y lésbica, ofrece una
posibilidad de desacreditar radicalmente la identidad sexual
moderna32. Sin embargo, el problema es que aquí la caricatu-
rización desacredita algo que en sentido capitalista ya se ha
vuelto obsoleto. Hace ya tiempo que se han producido “de-
construcciones reales”, observables por ejemplo en la “doble
socialización” de las mujeres, pero también en el vestir y en el
comportamiento de hombres y mujeres, etc., sin que por ello
haya desaparecido la jerarquía de género. En lugar de cuestio-
nar las concepciones de género clásicamente modernas y las
postmodernas modificadas o flexibilizadas, Butler se limita a
confirmar la mala realidad postmoderna (de los géneros). De
modo que la concepción culturalista de Butler no da respues-
ta alguna a las cuestiones actuales, sino que más bien su ges-
to progresista presenta como solución el auténtico problema
de las relaciones de género jerárquicas en la postmodernidad
–problema que también se muestra en la mujer (pseudo)her-
mafrodita.

Entretanto se intenta enriquecer la Queer–Theory con una pers-


pectiva material, especialmente en el sentido de una dimensión
de cuidados. En mi opinión esto no supone ningún avance. No
se trata de entremezclar de manera aparentemente sencilla
ambos planteamientos; más bien habría que plantear todo el
análisis desde un nuevo fundamento, esto es, desde la teoría
32 – Butler, Judith (1991) Das Unbehagen der Geschlechter. Frankfurt a. M.: Suhr-
kamp.
Roswitha Scholz * 47

de la escisión del valor, que también permite una crítica de la


denominada heteronormatividad y permite descifrar lo queer
como una reelaboración de la contradicción adaptada al capita-
lismo y que no rebasa su inmanencia. A veces se tiene la impre-
sión de que en estos círculos las identidades transgénero casi
se confunden con la realización del ideal del “hombre nuevo”.
Sin embargo, es de suponer que esto no tiene tanto que ver
con esas identidades y con las discriminaciones correspondien-
tes como con los intereses mismos de una cultura del dominio
hetero que ha cambiado de orientación.

11 – Lo decisivo en la definición de la relación de género post-


moderna es insistir en la dialéctica entre esencia y apariencia.
Es decir, las transformaciones de la relación de género deben
ser interpretadas a partir de los mecanismos y estructuras de
la escisión del valor, que en cuanto principio formal determi-
na todos los planos sociales. El desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas y la dinámica del mercado, que justamente se basan
en la escisión del valor, socavan sus propios presupuestos al
provocar que las mujeres se distancien en buena medida de su
rol tradicional. De este modo, desde los años 50, cada vez más
mujeres se han incorporado al ámbito del trabajo abstracto y
a los procesos asalariados entre otras razones condicionadas
por los procesos de racionalización de las tareas del hogar, la
posibilidad de la contracepción, la igualación con los hombres
a nivel formativo, la actividad profesional añadida de las ma-
dres, etc., como ha mostrado sobre todo Ulrich Beck33. A este
respecto, ciertamente, la “doble socialización” de las mujeres
ha adquirido una nueva cualidad.

Aunque buena parte de las mujeres se ha integrado en la socie-


dad “oficial”, ellas siguen siendo responsables de las tareas do-
mésticas y de los niños, tienen que luchar más que los varones
33 – Beck, Ulrich (1986) Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne.
Frankfurt a. M.: Suhrkamp. P. 174 y siguientes [Trad. esp. (2006) La sociedad del
riesgo. Hacia una nueva modernidad. Paidós, Barcelona].
48 * El Patriarcado...

para llegar a las posiciones sociales más altas, su salario medio


sigue siendo inferior al de los hombres, etc. Con todo ello la es-
tructura de la escisión del valor se ha transformado, pero sigue
existiendo en lo fundamental. En ese contexto hay indicios que
señalan que probablemente nos movemos hacia un “modelo
mono–género”, en el cual las mujeres son hombres, sólo que
de otra manera. Un modelo, sin embargo, que ha transitado a
través del proceso clásico–moderno de escisión del valor; y por
ello tiene un rostro diferente que en tiempos pre–modernos34.

Las viejas relaciones de género burguesas ya no se ajustan al


“turbocapitalismo” con su exigencia rigurosa de flexibilidad;
esto lleva a la formación de flexi–identidades coactivas que
se siguen caracterizando de manera diferente según los gé-
neros35. La vieja imagen de la mujer se ha vuelto obsoleta, la
mujer “doblemente socializada” está a la orden del día. Más
todavía: los nuevos análisis sobre el tema “globalización y re-
laciones de género” sugieren la conclusión de que después de
un tiempo en el que parecía (o quizá fue realmente así) que las
mujeres habían conquistado cada vez más espacios de libertad
dentro del sistema, las tendencias de la globalización han lleva-
do a un embrutecimiento salvaje del patriarcado. Por supuesto,
en este sentido hay que tomar en consideración los diferentes
contextos socio–culturales en las distintas regiones del mundo.
También hay que tener en cuenta que, si triunfa una lógica de
ganadores y perdedores que amenaza con tragarse incluso a
los ganadores a causa del hundimiento de la clase media36, las
34 – Cf. también Hauser, Kornelia: “Die Kulturisierung der Politik. Anti–Political–
Correctness als Deu– tungskampfe gegen den Feminismus”, en Bundeszentrale für
politische Bildung (ed.) (17 Mai 1996) Aus Politik und Zeitgeschichte. Beilage zur
Wochenzeitung Das Parlament.
35 – Cf. Schultz, Irmgard (1994) Der erregende Mythos vom Geld. Die neue
Verbindung von Zeit, Geld und Geschlecht im Okologiezeitalter. Frankfurt a. M.:
Campus; Wichterich, Christa (1998) Die globalisierte Frau. Berichte aus der
Zukunft der Ungleichheit, Reinbek bei. Hamburg: Rowohlt.
36 – Kurz, Robert: “Das letzte Stadium der Mittelklasse. Vom klassischen Klein-
bürgertum zum universellen Humankapital”, en Kurz, R./Scholz, R./Ulrich, J.
(2005) Der Alptraum der Freiheit, Perspektiven radikaler Gesellschaftskritik. Ulm/
Blaubeuren: Ulmer Manuskripte.
Roswitha Scholz * 49

mujeres se encuentran aquí en una posición específica. Así, por


ejemplo, en Alemania, mujeres (con carrera) bien situadas po-
dían permitirse mujeres inmigrantes del Bloque del Este, por lo
general mal pagadas, como “sirvientas” y cuidadoras. De esta
manera se produce una redistribución de los trabajos de asis-
tencia y cuidado dentro de los mundos de vida femeninos.

Sin embargo, para gran parte de la población el “embruteci-


miento salvaje del patriarcado” significa —también en Euro-
pa— que se hacen más visibles tendencias que en parte cono-
cemos de los guetos (negros) de EE.UU. o de los barrios miseria
de los así llamados países del Tercer Mundo: las mujeres son
responsables en la misma medida del dinero y de la superviven-
cia. Se integran cada vez más en el mercado global, pero no tie-
nen la oportunidad de asegurar la propia existencia. Sacan los
hijos adelante utilizando parientas y vecinas (también aquí se
produce un reparto interno femenino de los trabajos de cuida-
do). Los hombres vienen y van, se van colgando de un trabajo
a otro y de una mujer a otra, que si cabe incluso los alimenta.
Debido a la precarización de las relaciones laborales, unida a la
erosión de la estructura de la familia tradicional37, el hombre ya
no posee el papel de sostén de la familia. La atomización so-
cial y la individualización ganan terreno en el contexto de unas
formas de existencia inseguras y ante una situación económica
global que empeora cada vez más, sin que la jerarquía de géne-
ro desaparezca realmente en un contexto de desmantelamien-
to del estado social y de imposición de medidas coercitivas de
administración de la crisis.

La escisión del valor, en cuanto principio formal de la sociedad,


simplemente se separa en cierta medida de los rígidos sopor-
tes institucionales de la modernidad (sobre todo la familia y el
trabajo). El patriarcado productor de mercancías se vuelve más
salvaje sin que se haya superado la relación entre el valor o el
trabajo abstracto y los momentos escindidos de la reproduc-
37 – Schultz, Irmgard: Der erregende Mythos vom Geld, op. cit.
50 * El Patriarcado...

ción. Además, hay que constatar que el grado de violencia mas-


culina no cesa de crecer en los niveles más diversos. Al mismo
tiempo se producen transformaciones en la constitución psí-
quica de las mujeres. En la postmodernidad se forma un “có-
digo emocional uni–género” que se corresponde con el viejo
código de los hombres, como ha constatado Kornelia Hauser
en conexión con Arlie Hochschild38. No obstante, aquí siguen
influyendo viejas estructuras afectivas, porque de lo contrario
las mujeres no asumirían actividades reproductivas escindidas
en “relaciones mono–género” postmodernas.

Ciertamente el turbocapitalismo reclama, como ya se ha visto,


flexi–identidades coactivas que varían según el género. Por otro
lado, no se puede dar por sentado que en el actual capitalismo
en crisis el modelo postmoderno de género que corresponde
a las mujeres “doblemente socializadas” pueda estabilizar la
reproducción social de forma duradera, ya que en el “colapso
de la modernización”39 el capitalismo está perdiendo cada vez
más los estribos y dando un vuelco desde la racionalidad ha-
cia la irracionalidad. Sin embargo, desde este punto de vista, la
“doble socialización” de las mujeres individualizadas debe con-
siderarse paradójicamente como algo funcional para el patriar-
cado productor de mercancías en proceso de desmoronamien-
to. Así, por ejemplo, los grupos de autoayuda para controlar los
efectos de la crisis en el denominado Tercer Mundo los llevan
adelante mujeres, por lo que, en un momento en que la produc-
ción se rige por el just–in–time, las actividades de reproducción
son mucho más difíciles de cumplir que hasta ahora. En cierto
modo estas tareas recaen sobre las mujeres, doblemente so-
brecargadas. En general hoy se atribuye a las mujeres el papel
de gerentes de la crisis. Han de servir de “medio de limpieza
y desinfección” (Christina Türmer–Rohr) cuando el carro ha
quedado atrapado en el fango. También el grito que reclama
38 – Aunque en el contexto de valoraciones más optimistas que las mías, cf. Hau-
ser, Kornelia: “Die Kulturisierung der Politik”, op. cit.
39 – Kurz, Robert (1991) Der Kollaps der Modernisierung. Vom Zusammenbruch
des Kasernensozialismus zur Krise der Weltokonomie. Frankfurt a. M.: Eichborn.
Roswitha Scholz * 51

cuotas de mujeres en las posiciones directivas (que resuena de


manera especialmente ruidosa desde 2008) debería ser consi-
derado en este contexto. En mi opinión sería erróneo ver en él
una tendencia hacia una forma ulterior de emancipación; más
bien se trata de una especie de sexismo invertido.

En el contexto de estas consideraciones cabría discutir qué


otras consecuencias teóricas y prácticas habría que extraer de
cara a superar los dilemas de la socialización bajo la escisión del
valor, que –de forma cada vez más patente– fija al ser huma-
no y a la naturaleza en un “mínimum” y a la que no se puede
responder con los programas de reforma de la vieja izquierda
o keynesianos, ni tampoco con un modelo –hoy tan apreciado–
de economía solidaria en un contexto meramente comunitario.
52 * El Patriarcado...

E
I S M O
L
Roswitha Scholz * 53

I TA
D E L CAP
S E XO
EL

Apuntes sobre las nociones de “valor” y de


“disociación–valor”40

40 – Extraído de: Scholz, Roswitha (2000) Das Geschlecht des Kapitalismus [El
sexo del capitalismo]. Feministiche Theorien und die postmoderne Metamorphose
des Patriarchats. Bad Honnef: Horlemann. Capítulo primero. Traducido del ale-
mán por Johannes Vogele. [N. del T.]
54 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 55

Para mostrar lo que quiere decir la noción de “disociación–va-


lor” conviene, en primer lugar, explicar lo que significa el con-
cepto androcéntrico del “valor” tal como ha sido definido por
la “crítica fundamental del valor” y que pretendo desarrollar
aquí de modo crítico. En general, la noción de valor es utilizada
de manera positiva, ya sea por parte del marxismo tradicional,
por parte del feminismo o incluso de las ciencias económicas
donde, bajo la forma de los precios, por ejemplo, el valor apa-
rece como un elemento incondicionado e inamovible a través
de la historia de las sociedades humanas. A este respecto, el en-
foque de la crítica fundamental del “valor” es totalmente dis-
tinto. Bajo tal enfoque, el valor es entendido y criticado como
la expresión de una relación social fetichista. En las condicio-
nes propias de una producción mercantil destinada a mercados
anónimos, los miembros de la sociedad, en lugar de utilizar de
común acuerdo los recursos para la producción razonada de su
existencia, producen, por separado, mercancías que sólo devie-
nen productos sociales una vez que han sido intercambiados
en el mercado. En tanto “representan” un “trabajo anterior”
(consumo de energía social humana abstracta), esas mercan-
cías constituyen un “valor”; es decir, corresponden a una cierta
cantidad de energía social consumida en su fabricación. Esta
representación se expresa a su vez a través de un médium par-
ticular, el dinero, que es la forma general del valor para todo
el universo mercantil. La relación social mediatizada por esta
forma trastoca profundamente las relaciones entre las perso-
nas y los productos materiales: los miembros de la sociedad, en
tanto que personas, aparecen de forma asocial, como simples
productores privados y como individuos carentes de vínculos.
Inversamente, la relación social aparece como una relación en-
tre cosas, entre objetos muertos que se enlazan a través de las
cantidades abstractas de valor que representan. Las personas
56 * El Patriarcado...

son cosificadas y las cosas se ven, por así decirlo, personifica-


das. El resultado es la alienación mutua de los miembros de la
sociedad, que no utilizan sus recursos en función de decisiones
conscientes, tomadas de común acuerdo, sino que se someten
a una relación ciega entre cosas muertas, sus propios produc-
tos, bajo el mando de la forma–dinero. Es así como, una y otra
vez, se incurre en un mal reparto de los recursos, lo que nos
precipita a crisis y catástrofes sociales.

La crítica de este fetichismo que subordina los seres humanos


en tanto que seres sociales a las relaciones creadas por sus
propios productos debe, pues, realizarse desde el nivel de la
producción mercantil, del valor, del trabajo abstracto y la for-
ma–dinero. Y es precisamente ahí donde la teorización marxis-
ta anterior ha fracasado. Aquello que constituye la verdadera
radicalidad de la teoría marxiana ha sido marginado como fi-
losófico, mientras que, al nivel concreto de la teoría social, es
decir en un sentido social y económico, se mostró incapaz de
romper el corsé taxonómico del sistema moderno de produc-
ción mercantil (en sus diversas formaciones, históricamente
asincrónicas). Al contrario, la “crítica fundamental del valor”
pretende actualizar ese núcleo desaparecido de la crítica de la
economía política y poner de manifiesto que la forma aparen-
temente natural del valor reviste un carácter–fetiche negativo,
para llegar así a una reformulación de la crítica social radical:
“Como mercancías, las cosas son objetos–valor abstractos pri-
vados de calidad sensible, y únicamente bajo esa forma extraña
son socialmente mediatizadas. En el marco de la crítica marxiana
de la economía política, este valor económico se determina de
manera puramente negativa, en tanto que forma de representa-
ción abstracta y muerta del trabajo social efectuado sobre el pro-
ducto, forma a la vez cosificada, fetichista, separada de cualquier
contenido sensible y concreto y que, a través de un perpetuo
movimiento de forma de las relaciones de cambio, se desarrolla
hasta llegar al dinero en tanto que cosa ‘abstracta’ por antono-
masia”41. Sin embargo, este fetichismo específico de la forma–
41 – Kurz, Robert (1991) Der Kollaps der Modernisierung. Von Zusammenbruch
des Kasernensozialismus zur Krise der Weltökonomie. Frankfurt a. Maun: Ei-
Roswitha Scholz * 57

mercancía en tanto que principio general y dominante de la


socialización sólo existe en los sistemas modernos de la pro-
ducción mercantil. Sólo el capitalismo moderno ha engendra-
do una forma–mercancía orientada hacia mercados anónimos,
autónoma y escindida del resto de la vida y de las otras formas
relacionales, y que, al mismo tiempo, domina todo el proceso
social de la vida. Anteriormente, se producía en primer lugar
para el uso, y no sólo en los contextos agrarios sino también
en el seno de corporaciones regidas por una legislación especí-
fica. En cuanto a la noción misma de “totalidad” social, ésta no
podía surgir más que con la dominación realmente totalitaria
de la forma–mercancía y de la forma–dinero sobre el conjunto
de la sociedad. La producción mercantil, las relaciones mone-
tarias y la “economía de mercado” como contexto sistémico
general vieron la luz gracias a que el valor, y por ende su forma
fenoménica, el dinero, se transforma, de simple médium entre
productores realmente independientes (economías familiares,
etc.) en un fin en sí mismo social general: bajo la forma de capi-
tal, forma un bucle consigo mismo para “valorizarse”, es decir
para engendrar, en un proceso ininterrumpido, “más dinero”
(plusvalía).

Dos condiciones son constitutivas de esta “valorización del va-


lor” productiva en un sentido capitalista y distinguen ese modo
de producción capitalista de cualquier producción mercantil
premoderna. En primer lugar, la producción de bienes de uso
–en condiciones precapitalistas, la razón de ser absolutamente
natural de la producción– se transforma en un simple vector de
la abstracción–valor y transforma, por ende, la satisfacción de
las necesidades humanas en simple “subproducto” de la acu-
mulación de capital–dinero. Se da, pues, una inversión de fines
y medios: “El fetichismo se ha vuelto autorreflexivo y, por tanto,
convierte al trabajo abstracto en una máquina que encuentra en
chborn. P. 16 y siguientes. Existe una traducción en castellano de Ignacio Rial-
Schies, realizada en Argentina y publicada el año 2016 por Editorial Marat con
prólogo de Anselm Jappe: El colapso de la modernización. Del derrumbe del socia-
lismo de cuartel a la crisis de la economía mundial. [N. del E.]
58 * El Patriarcado...

sí misma su propia finalidad. A partir de entonces, el fetichismo


ya no se ‘desvanece’ en el valor de uso, sino que se presenta bajo
la forma del movimiento autónomo del dinero, como transfor-
mación de una cantidad de trabajo abstracto y muerto en otra
cantidad –superior– de trabajo abstracto y muerto (la plusvalía)
y, de este modo, como movimiento tautológico de reproducción
y autorreflexión del dinero, que sólo se convierte en capital, y de-
viene por lo tanto moderno, bajo esta forma”42.

En segundo lugar, la propia fuerza humana de trabajo debe


convertirse en mercancía. Privada de todo acceso autónomo y
consciente a los recursos, una parte siempre creciente de la so-
ciedad se ve sometida a la dictadura del “mercado de trabajo”,
haciendo así de la capacidad humana de producir una capaci-
dad fundamentalmente heterónoma. Sólo en esas condiciones
la actividad productiva se transforma en “trabajo abstracto”,
que no es más que la forma de actividad específica que revis-
te la finalidad en sí misma abstracta de incrementar el dinero
dentro del espacio de funcionamiento de la “economía de em-
presa” capitalista, es decir una forma de actividad separada de
la vida y las necesidades de los propios productores. A medida
que el capitalismo va desarrollándose, toda la vida individual
y social, en todo el planeta, lleva el sello del movimiento au-
tónomo del dinero. Eso acarreará como consecuencia que “el
trabajo vivo deje de aparecer como expresión del trabajo muerto
autonomizado”, y el trabajo (abstracto), que surge tan sólo con
el capitalismo, se plantee delante de un modo ajeno a la histo-
ria, como un principio ontológico43. La visión truncada que el
marxismo tradicional del movimiento obrero tenía de este con-
texto sistémico44 consistía en que criticaba la “plusvalía” en un
sentido puramente superficial y sociológico, es decir en cuanto
a su “apropiación” por parte de la “clase capitalista”. No era
la forma del valor funcionando en bucle y de manera fetichista
lo que era denunciado como escandalosa, sino únicamente su
42 – Ibid., P. 18.
43 – Ibid., P. 18 y siguientes.
44 – En el texto: Systemzusammenhang. [N. del T.]
Roswitha Scholz * 59

“distribución desigual”. Precisamente por eso, a ojos de los re-


presentantes de la “crítica fundamental del valor”, este “mar-
xismo del trabajo” permanece prisionero de la ideología de una
simple “justicia distributiva”. Es en el carácter absurdo del fin
en sí mismo de la forma–mercancía y de la forma–dinero totali-
tarias donde reside el problema, mientras que la “distribución
equitativa” en el seno de dicha forma permanece sujeta a las
leyes del sistema y, por lo tanto, a las restricciones impuestas
por ese mismo sistema, lo que hace de ella una mera ilusión.
Una simple redistribución en el interior de la forma–mercancía,
de la forma–valor y de la forma–dinero, sea cual sea el modo
de aplicación de la misma, no puede evitar las crisis, ni acabar
con la miseria global engendrada por el capitalismo; el proble-
ma no consiste en la apropiación de la riqueza abstracta bajo la
forma no abolida del dinero, sino en esa misma forma. Así, el
viejo movimiento obrero, con su “crítica” sesgada del capita-
lismo formulada en el marco de las categorías no abolidas del
capitalismo, sólo podía obtener –y aún de modo pasajero– cier-
tas mejoras, algunos alivios inmanentes al sistema. Hoy, en la
vorágine de la crisis que vive el sistema mercantil, esas mejoras
son hechas añicos una tras otra. En ese proceso, el marxismo
tradicional y más generalmente la izquierda política han ido
asumiendo todas las categorías fundamentales de la socializa-
ción capitalista, en particular el “trabajo abstracto”, el valor en
tanto que principio general pretendidamente perenne a lo lar-
go de la historia y, por consiguiente, también la forma–mercan-
cía y la forma–dinero en tanto que formas generales de rela-
ción social, del mismo modo que el mercado universal anónimo
como esfera de la mediación social fetichista, etc. En cuanto a
la miseria y la alienación que acompañan semejante contexto
sistémico categorial45, deberían ser corregidas mediante inter-
venciones políticas externas. Todavía hoy en día, esta ilusión
sigue siendo recalentada y servida con salsa keynesiana (de iz-
quierdas).

45 – En el texto: kategoriale Systemzusammenhang. [N. del T].


60 * El Patriarcado...

A lo largo del proceso histórico en que se ha impuesto el ca-


pitalismo, solamente en las sociedades atrasadas en cuanto a
la producción mercantil moderna ha podido surgir un sistema
relativamente autónomo basado en la legitimación de esta
ideología. Fue una “modernización a marchas forzadas” que
trataba de alcanzar a los países desarrollados bajo la forma de
un capitalismo de Estado; modernización (mal) interpretada
como un “contrasistema socialista”, aunque no resultase en
modo alguno de una crisis capitalista que hubiese alcanzado un
grado de madurez suficiente. Durante algunas décadas, este
paradigma sólo fue dominante, por el contrario, en algunas so-
ciedades “subdesarrolladas” desde el punto de vista capitalis-
ta, y ubicadas en la periferia del mercado mundial (Rusia, China,
tercer mundo). Dado que tales sociedades eran también siste-
mas de producción mercantil –aunque estuviesen “a la zaga”
de las economías más desarrolladas–, la dinámica capitalista de
la mercancía y del dinero con su mediación anónima a través
del mercado (que comporta siempre el principio de la compe-
tencia) era forzosamente operativa en ellas, aunque fuese de
un modo distinto al de Occidente: era el Estado quien desem-
peñaba el papel de empresario colectivo.

Y es esa misma dinámica de la forma–valor abstracta funcionan-


do en bucle (incluso en los países del bloque del Este), a través
de procesos inducidos por el mercando mundial y la carrera por
desarrollar las fuerzas productivas, la que acabó por hundir “el
socialismo realmente existente” (alias capitalismo de Estado),
desembocando en escenarios de crisis y guerras civiles a lo lar-
go de los años 90 en diversas regiones del globo. El hundimien-
to de aquella “modernización a marchas forzadas” no condujo,
sin embargo, ni por asomo, a ninguna “perspectiva reformado-
ra” que permitiese avanzar hacia la “economía de mercado y la
democracia” (ése es el término con que el capitalismo puro de
Occidente se ve actualmente arropado, incluso en el lenguaje
codificado de la izquierda conformista), a condición de que el
sistema mercantil y sus criterios fuesen mantenidos, sino que
desembocó exclusivamente en una “perspectiva” de barbarie.
Roswitha Scholz * 61

A partir de la década de 1980, las esperanzas de una vida me-


jor quedaron también truncadas en el tercer mundo. Gracias
al crédito, la perspectiva del pretendido desarrollo, siempre
concebido bajo la forma–mercancía fetichista, y que –debido
a una cierta euforia modernizadora– caracterizó el Zeitgeist (el
espíritu de la época) hasta mediados de la década de 1970, pa-
reció realizable durante algún tiempo. Sin embargo, este con-
cepto limitado al marco de sistema–mundo capitalista naufra-
gará en el curso de la década de los 80 y numerosos países se
verán precipitados en la miseria bajo la presión neoliberal, una
de cuyas consecuencias fue el endeudamiento con el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Las condi-
ciones impuestas por estas instituciones para el reembolso de
la deuda comportaron toda una serie de “procesos de ajuste
estructural” (ése era el eufemismo utilizado) y una agravación
dramática de la situación social para una amplia mayoría de la
población. Es previsible que esas condiciones de vida precarias
se extiendan igualmente a las naciones occidentales altamen-
te industrializadas. El valor, el trabajo abstracto, la mediación
mercantil sobre la base del fin en sí mismo capitalista, se han
tornado obsoletos; el “hundimiento de la modernización”46 se
manifiesta cada vez con mayor claridad.

La condición postmoderna resulta paradójica en la medida que,


por un lado, el capitalismo se revela incapaz de asegurar la re-
producción de la humanidad (incluso según los propios crite-
rios del sistema, de todos modos inaceptables) y que, por otra
parte, los antiguos paradigmas de una “crítica del capitalismo”
sesgada y prisionera de las formas y categorías del sistema
mercantil (ya sea una crítica de tipo “marxista obrero clásico”,
keynesiano o “nacional–revolucionario/antiimperialista”) an-
dan por caminos trillados. Lejos de desaparecer, las desigualda-
des sociales se han ido agravando dramáticamente, pero ya no
pueden ser aprehendidas en términos de “plusvalía indebida-
mente sustraída”, es decir a partir de una concepción puramen-
te sociológica e ignorando los contextos–formas de base, o en
46 – Kurz, Der Kollaps der Modernisierung, op. cit.
62 * El Patriarcado...

función de las “relaciones entre las clases” o las “relaciones de


dependencia nacional”.

Esta visión de la “crítica fundamental del valor”, por coherente


que sea y por plausible que se nos antoje su manera de inter-
pretar los numerosos fenómenos de la actual crisis mundial,
deja completamente de lado, siguiendo su propia lógica, la rela-
ción entre los sexos. Hablando en plata, sólo el “valor” y, junto
a él, el “trabajo abstracto” –sexualmente neutros– son dignos
de ser teorizados, incluso si lo son en tanto que objetos de una
crítica radical. El hecho que permanece ignorado es que, en
el sistema de producción mercantil, hay que realizar también
tareas domésticas, criar a los hijos y ocuparse de las personas
mayores o enfermas; es decir, que resulta imprescindible ejecu-
tar toda una serie de tareas que incumben habitualmente a las
mujeres (incluso si ejercen un trabajo asalariado) y de las que
no pueden encargarse, o sólo en parte, profesionales47.

Así pues, no es sólo el movimiento automático y fetichista del


dinero y el carácter tautológico del trabajo abstracto lo que de-
termina el contexto societario global. De hecho, lo que se pro-
duce es una “disociación” sexual específica, que se articula de
manera dialéctica con el valor. Lo disociado no constituye un
simple “subsistema” de esta forma (a semejanza del comercio
exterior, del sistema jurídico o incluso de la política), sino una
parte esencial y constitutiva de la relación social global Esto
significa que no existe una “relación derivada”, lógica e inma-
nente, entre “valor” y “disociación”. El valor es la disociación
y la disociación es el valor. Cada elemento está contenido en el
otro, sin que eso les haga sin embargo idénticos. Se trata de
dos elementos esenciales y centrales de una sola y única rela-
ción social, en sí misma contradictoria y rota, y que es necesario
comprender en un mismo nivel elevado de abstracción.
47 – Respecto a lo que sigue, consultar Kurz, Robert “Geshlechtsfetischismus. An-
merkungen zur Logic von Männlichkeit und Weiblichkeit” y Scholz, Roswitha “El
valor lo hace el hombre”, en “Krisis”, “Contribuciones a la crítica de la sociedad
mercantil”, N° 12, 1992, P. 135, 155 y siguientes. [N. del T.]
Roswitha Scholz * 63

Y es que aquello que el valor no puede aprehender, aquello


que él mismo disocia, desmiente precisamente la pretensión a
la totalidad de la forma–valor; representa lo que la propia teo-
ría no nos dice y escapa, por lo tanto, a los instrumentos de la
crítica del valor. Dado que las actividades femeninas de repro-
ducción representan la otra cara del trabajo abstracto, resulta
imposible subsumirlas bajo la noción de “trabajo abstracto”,
tal como lo ha hecho con frecuencia el feminismo, adoptando
la categoría positiva del trabajo que acuñó en su día el mar-
xismo del movimiento obrero. En las actividades disociadas,
que comprenden igualmente, y no en último lugar, el afecto,
la asistencia, los cuidados dispensados a las personas frágiles
o enfermas, así como el erotismo, la sexualidad y el “amor”,
se incluyen sentimientos, emociones y actitudes contrarias a
la racionalidad de la “economía empresarial” que impera en el
dominio del trabajo abstracto, y que se oponen a la categoría
del trabajo, incluso si no están exentos por completo de cierta
racionalidad utilitarista y de normas constrictivas.

A este respecto, el mundo patriarcal moderno no sólo delega


en la “mujer” –o, mejor dicho, le atribuye y proyecta en ella-
ciertas actividades precisas, sino también determinados senti-
mientos y cualidades: la sensualidad, la emotividad, la debilidad
intelectual y de carácter, etc. El sujeto masculino ilustrado48
que, en tanto que sujeto socialmente determinante, represen-
ta la voluntad de imponerse (a través de la competencia), el
intelecto (en relación con las formas de reflexión capitalistas),
la fuerza de carácter (como adaptación a las exigencias capi-
talistas), etc., y que encarna todavía (inconscientemente) al
mecánico de precisión disciplinado de la fábrica fordista, este
sujeto, pues, está asimismo fundamentalmente estructurado a
través de dicha “disociación”. En este sentido, la disociación–
valor comporta también un aspecto cultural–simbólico y una
48 – En el texto: aufgeklärt. Alusión a la crítica de la Ilustración (Aufklärung) y de
la “razón” tal como fue formulada por: Horkheimer, Max & Theodor W. Adorno,
(1974) La dialectique de la raison. Fragments philosophiques. París: Gallimard. [N.
del T.]
64 * El Patriarcado...

dimensión sociopsicológica cuyo conocimiento requiere recu-


rrir a las herramientas propias del psicoanálisis.

Según la tesis de la disociación–valor, la esfera privada y la pú-


blica, dialécticamente mediatizadas de la misma manera, son
connotadas respectivamente femenina y masculina. Pero, con-
trariamente a lo que algunas hipótesis estereotipadas podrían
sugerir, la relación entre los sexos no tiene su “lugar” objetivo
en las esferas privada y pública. Desde siempre, las mujeres han
estado presentes en las esferas públicas, sobre todo en el mun-
do del trabajo; pero la disociación prosigue en el propio seno
de dichas esferas.

Incluso en la época postmoderna, cuando un número creciente


de mujeres ejerce la actividad asalariada, con una cualificación
profesional equivalente a la de los hombres, y a pesar de que
los medios de comunicación gusten disertar acerca de la “con-
fusión de los sexos”, salta la vista que, fundamentalmente, la
jerarquía sexual y la discriminación de las mujeres no han des-
aparecido. En la esfera privada, las mujeres siguen ocupándo-
se de los niños y del trabajo doméstico en mayor medida que
los hombres, mientras que, en la esfera del trabajo, los salarios
femeninos continúan siendo inferiores a los de los hombres y
resulta raro ver a mujeres ocupando funciones importantes en
la vida pública, etc., lo cual es debido sin duda a las connotacio-
nes y atribuciones sexualmente específicas, “clásicas” del mun-
do moderno, y por ende a las responsabilidades reales de las
mujeres por todo cuanto se refiere a la reproducción privada,
connotaciones vigentes en la época postfordista.

Esta crítica de la noción de valor pensada de manera androcén-


trica tal como se propone bajo la apelación general de “teo-
ría de la forma disociación–valor” tiene consecuencias no sólo
para la “crítica fundamental del valor”, sino también para otras
aproximaciones que, en el pasado, abordaron de manera críti-
ca la abstracción valor y el fetiche–mercancía (aunque la mayo-
Roswitha Scholz * 65

ría de las veces lo hicieran de manera inconsecuente). En ese


sentido, se ve particularmente afectada una noción del “valor
de uso” pensada de manera enfática y siempre positiva, como
podemos constatar en ciertas teorías de izquierdas y a veces
feministas. En ellas, el valor de uso se presenta como “feme-
nino” y, como tal, se le suponen ciertas potencialidades de re-
sistencia. Pero la ecuación “valor de uso = femenino, valor de
cambio = masculino”, al tiempo que mantiene la subordinación
jerárquica del valor de uso respecto al valor de cambio, sigue
derivando las disparidades sexuales específicas únicamente de
la forma–mercancía, presuntamente neutra desde un punto de
vista de género. Siguiendo la lógica androcéntrica, el análisis
queda confinado en el espacio interior de la mercancía. Por el
contrario, según Kornelia Hafner, para Marx era ya primordial
la constatación de que “los valores de uso aparecen como cria-
turas del capital” y que la hipótesis de una “utilidad pura” (y
asimismo abstracta) del valor de uso surge tan sólo cuando, a
través de la relación–capital, la forma–mercancía se ha expan-
dido hasta el punto de ser más o menos dominante49. Para la
“crítica fundamental del valor” que aquí nos interesa resulta,
en primer lugar, que la mercancía no encarna un “valor de uso”
más que en el proceso de circulación, en tanto que objeto mer-
cantil. Y, a ese respecto, el valor de uso no deja de ser a su vez
una simple categoría–fetiche abstracta y económica. El valor
de uso no designa la utilidad concreta del uso sensible y ma-
terial, sino únicamente la abstracta “utilidad por excelencia”
en tanto que valor de uso de un valor de cambio. Merced a la
disociación–valor, la propia noción de valor de uso pertenece
en cierto modo al universo mercantil androcéntrico–abstracto.

Al mismo tiempo, la espera que resulta efectivamente incom-


patible con este contexto–forma económico50 es la del con-
sumo y de las actividades vinculadas a él en cualquier sentido.
Es ahí en primer lugar donde debemos tratar de aprehender

49– Hafner, Kornelia citada por Kurz, “Geschlechtsfetichismus…”, loc. cit., P. 137.
50 – En el texto: ökonomischer Formzusammenhang. [N. del T.]
66 * El Patriarcado...

lo “disociado” de la forma–valor. Sólo en el consumo tienen


verdaderamente lugar el uso y el disfrute sensible y material.
Así pues, el producto mercantil51 “engullido” en el consumo
se sustrae a la forma–mercancía. Lo que aquí no se toma en
cuenta es que esta incompatibilidad de los bienes con el con-
texto–forma económica no se refiere simplemente al consumo
“puro” e inmediato, sino que se ve mediatizada por una esfera
de actividades de reproducción imbricadas –en parte o incluso
a priori– con otras actividades, instantes y relaciones no media-
tizados por la forma–mercancía.

Así definido, lo “disociado” que, bajo el ángulo del contexto–


forma androcéntrico dominado por el valor, conduce de algún
modo a la nada en los límites del consumo, aparece, pues, en
la teoría social masculina unidimensionalmente fundamentada
sobre el valor, como algo casi ajeno a la historia, como una masa
blanda e informe semejante a la percepción de lo femenino en
la sociedad cristiana occidental en general, y que un análisis en
términos de forma–valor no conseguiría aprehender. Aquello
que, por el contrario, no tiene que ver con lo disociado, es el
consumo de los medios de producción en el marco de la eco-
nomía de empresa, como es el caso de la maquinaria, de las in-
versiones, etc.; estos elementos se inscriben inmediatamente
en el “universo masculino” del valor. Pero, desde un punto de
vista conceptual, lo “disociado” no se deja reducir al consumo
o a la preparación de bienes comprados para ser consumidos;
a ello se añaden –y de manera central– el afecto, la ayuda a las
personas débiles, los cuidados, el amor, etc., e incluso la sexua-
lidad y el erotismo. Es difícil distinguir aquí lo que corresponde
a la actividad obligatoria y aquello que tiene que ver con aspec-
tos existenciales de la vida. Pero, al contrario de lo que ocurre
con el “trabajador abstracto”, es precisamente esa caracterís-
tica la que hace que las actividades de reproducción femeninas
resulten agobiantes.

51 – En el texto: warenförmig hergestellte Produkt. [N. del T.]


Roswitha Scholz * 67

Desde el punto de vista histórico–lógico, el trabajo abstracto y


la disociación surgen, pues, al mismo tiempo; no puede decir-
se que uno engendre otro. Cada uno representa la condición
previa para la constitución del otro. En este sentido, la relación
de disociación representa en cierto modo una metaestructu-
ra, contrariamente a la hipótesis reduccionista según la cual el
valor sería el único principio de constitución y representaría la
naturaleza misma de las sociedades basadas en la producción
mercantil.

Así, lo disociado femenino resulta ser el Otro de la forma–mer-


cancía con una entidad propia y completa; pero, por otro lado,
permanece sometido e infravalorado precisamente porque se
trata del momento disociado en el seno de la producción social
general. Podríamos decir que, si bien la forma abstracta corres-
ponde a la mercancía, la deformidad abstracta corresponde,
por el contrario, a lo disociado; y cabría, acerca de lo disociado,
hacer referencia de manera paradójica a una forma de lo infor-
me que –subrayémoslo una vez más– no podría ser aprehendi-
da mediante las categorías intrínsecas a la forma–mercancía52.
La ciencia y la teoría androcéntrica de la forma–mercancía no
pueden tomar en consideración tal relación, puesto que sus
teorías y sus aparatos conceptuales deben “expulsar” como
“ilógico” y “ajeno a la conceptualización” todo aquello que no
sea compatible con la forma–mercancía.

Sin embargo, la “sensibilidad” de que se trata en el contexto de


la “disociación” constituye evidentemente una construcción
histórica. Esto concierne a las actividades femeninas realizadas
de cara a la reproducción (preparación de los bienes de consu-
mo, amor, cuidados dispensados a las personas enfermas o frá-
giles, afecto, etc.) y que, bajo esta forma, no aparecieron hasta
el siglo XVIII con la diferenciación entre un sector del trabajo
asalariado capitalista y un sector privado de reproducción do-

52 – En el texto: warenförmigen Binnenzusammenhang. [N. del T.]


68 * El Patriarcado...

méstica53 algo que tiene que ver además con la constitución de


las necesidades en general54.

El hecho de que, en el contexto de la forma disociada, lo “fe-


menino” disociado no constituya en modo alguno algo “me-
jor” respecto a lo “masculino” moldeado por la forma–mer-
cancía, se debe a que se trata de una unidad negativa entre la
forma–mercancía y lo “disociado”. Otra consecuencia: incluso
mujeres que son (solamente) activas en el sector reproductivo
(determinación, que empíricamente, no se aplica forzosamen-
te a todas las mujeres) viven una existencia obtusa y alienada,
reflejo invertido del trabajo abstracto en el seno del espacio del
funcionamiento económico55 del capital. El uso y el goce sensi-
bles, pero también actividades vinculadas a ello y las cualidades
atribuidas a la mujer, son pues inmanentes a la sociedad capita-
lista, incluso si no lo son a la forma–valor.

Por lo tanto, según la teoría de la disociación–valor, hay que


partir del hecho que la relación moderna entre los sexos debe
ser analizada en el contexto del patriarcado productor de mer-
cancías (como del valor) y, consiguientemente, no como un
dato perenne a través de la historia, “paralelo” a las distintas
formaciones sociales. Eso no significa que no tenga una pre-
historia. No obstante, la relación entre los sexos alcanza, bajo
la modernidad mercantil, una cualidad totalmente nueva, que
hay que tener en cuenta tanto a nivel teórico como analítico.
En la época postmoderna, constatamos una nueva transforma-
ción en la relación entre los sexos. Sin embargo, tal como lo
53 – Ver, por ejemplo, sobre este tema Hausen, Karin “Die Polarisierung der Ge-
schlechtscharaktere. Eine Spiegelung der Dissoziation von Erwerbsund Familienle-
ben”, en Conze, Werner (Hg.) (1976) Sozialgeschichte der Familie in der Neuzeit
Europas. Stuttgart: Ernst Klett Verlag.
54 – Sin pretender adoptar aquí una postura construccionista vulgar, pretendien-
do ignorar cualquier relación natural, aunque fuese dinámica y mediatizada por
la sociabilidad, hay que afirmar sin embargo que toda pulsión está estructurada
de manera sociocultural y nunca se da simplemente, de manera natural e inme-
diata.
55 – En el texto: betriebswirtschftlich. [N. del E.]
Roswitha Scholz * 69

habíamos apuntado anteriormente, volvemos a encontrarnos


con la codificación fundamental en el sentido de la disociación–
valor y de la jerarquización de los sexos que le corresponde en
todas sus refracciones postmodernas, sus diversificaciones,
sus inversiones, sus transformaciones y excrecencias, sus re-
troacciones y diferenciaciones, tanto en la vida de la mujer que
desarrolla una carrera profesional como en el caso del hombre
que se ocupa del hogar, en el fútbol femenino como en el es-
triptís masculino, en los matrimonios de gays y de lesbianas,
e incluso en los espectáculos de travestis tan apreciados por
los medios de comunicación, por señalar simplemente algunos
ejemplos destacados.

Así, podemos ver con mayor claridad hacia dónde nos conduce
el desarrollo postmoderno del patriarcado mercantil: no sólo
asistimos a las transformaciones y a las excrecencias, a las re-
troacciones y a las inversiones antes mencionadas. Mucho más,
a medida que va agravándose la crisis estructural del sistema
capitalista, que se extiende ya a toda la superficie del planeta,
asistimos a una deriva global hacia la barbarie del patriarcado
productor de mercancías. Si, en las dramáticas sacudidas so-
ciales provocadas por la crisis mundial, las mujeres ya no son
únicamente responsables de la esfera de la reproducción –algo
que correspondía en otros tiempos a su imagen ideal y que se
mantuvo hasta la época fordista–, hoy son, contrariamente a
los hombres, responsables del trabajo doméstico y del trabajo
asalariado, pero siguen siendo infravaloradas, a pesar o quizás
a causa de ello. Quedan, pues, ridiculizadas todas las evalua-
ciones optimistas que, desde mediados de la década de los 80,
consideraban que la emancipación de la mujer era un hecho
prácticamente consumado, por no hablar de aquéllas que aún
siguen afirmándolo.

A esa deriva hacia la barbarie, la crítica de la disociación–valor


opone el objetivo de una abolición del valor, de la forma–mer-
cancía, de la economía de mercado, del trabajo abstracto y de
70 * El Patriarcado...

la disociación –una perspectiva que persigue la abolición de la


relación general que rige la sociedad mercantil y que debe ope-
rarse a la vez a nivel material, ideal y sociopsicológico. En este
sentido radical, de manera general, todos los niveles y todas las
esferas son puestos en cuestión, lo que incluye la crítica de la
familia nuclear, hoy en plena descomposición. Por lo tanto, se
trata de rebasar la “masculinidad” y la “feminidad” tal como la
conocemos y, con ellas, las sexualidades preformadas que les
corresponde.
Roswitha Scholz * 71

¡FUERA HOLGAZANAS!
Sobre la relación de género y trabajo en el feminismo56

56 – Traducción de “El Koketivo”, Barcelona, abril 2000. [N. del E.]


72 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 73

El movimiento feminista y el trabajo, una relación menos


difícil de lo que parece

Hasta los años 80, el discurso feminista se apoyaba en una crí-


tica social que tenía su raíz en el pensamiento marxista. En su
centro se encontraba ante todo la dimensión “olvidada” del
“trabajo doméstico”. En los 90, en cambio, surgían las teorías
postmodernas–deconstructivistas que ya no se preocupaban
del tema del trabajo y que proclamaban el juego, supuestamen-
te subversivo, con las identidades de los géneros, a pesar de los
ya manifiestos problemas sociales provocados por la “crisis de
la sociedad del trabajo”.

Aunque el discurso feminista nunca se olvidó del todo del tema


del trabajo (había y hay un número considerable de sociólogas
feministas que se ocupan de ello), los correspondientes pro-
yectos socio–teóricos fueron arrinconados en favor de plantea-
mientos basados en teorías postmodernas de la cultura. En los
últimos años, sin embargo, han quedado cada vez más eviden-
tes los límites de estos conceptos postmodernos–culturales y
han aumentado las voces que reclaman de nuevo un análisis
más profundo de las dimensiones sociales y materiales57. Al
mismo tiempo, el tema del “trabajo” adquirió aún más impor-
tancia en el discurso feminista sobre la globalización, hacia fina-
les de los 90. Ahora quedaba en evidencia lo que ya se anuncia-
ba en los años 80: bajo el dictado de los mercados mundiales
y las subsiguientes tendencias a la flexibilización, la situación
normal (la masculina) del trabajo se va erosionando, y las bio-
grafías laborales discontinuas, típicas de las mujeres, se están
convirtiendo cada vez más como “situación normal” para los
hombres, sin que por eso se disuelva el orden jerárquico entre
los géneros.
57 – Ver: Knapp, Gudrun-Axeli: (1998) “Postmoderne Theorie oder Theorie der
Postmodern? Ammerkungen aus feministischer Sicht”, en Knapp, Gudrun–Axeli
(Ed.) (1998) Die zweite Gesellschaftsreform. Göttingen: 27 Plädoyers.
74 * El Patriarcado...

Pero es significativo que, en vez de elaborar una crítica a la so-


ciedad del trabajo, se busquen sobre todo “perspectivas femi-
nistas de la sociedad del trabajo”58. Por tanto, la distancia críti-
ca al concepto de trabajo deja también mucho que desear en el
feminismo. Hay que constatar que la mayoría de las corrientes
feministas considera las actividades domésticas también como
“trabajo” (o sea, “trabajo doméstico”). Si las mujeres –cosa co-
rriente hoy día– se ocupan de la familia y a la vez ejercen una
profesión, están “trabajando”, por consiguiente, en los dos
ámbitos. Y desde la perspectiva de la igualdad se presupone
(dicho de una manera simplificada) que el bienestar de las mu-
jeres depende de su participación en la vida laboral capitalista.

Seguidamente quiero entrar en discusión con las conocidas


posiciones que siguen aún determinando el discurso del tra-
bajo dentro del feminismo. Estas, en cierta manera, pueden
considerarse como las posiciones fundamentales que resurgen
siempre de nuevo, aunque con diferentes variantes, en la dis-
cusión feminista en torno al tema del “trabajo”. No entraré en
otros planteamientos feministas que se pueden encontrar tam-
bién en los 90 y que apoyan tendencias neoliberales, como las
reivindicaciones de pasar del “proyecto a la gestión”, o las po-
siciones que aprueban el proceso de globalización capitalista
con el argumento de que eso ofrecerá enormes posibilidades
para las mujeres. Las encuentro absolutamente inaceptables.

Mi tesis se expone de forma voluntaria al reproche de las de-


fensoras de una “política real” (Realpolitik) que la acusarán de
una supuesta mala abstracción y absolutamente opuesta al
sistema, y sin la más mínima posibilidad de un cambio social
real. Hay que contestar, sin embargo, a tales reproches que el
feminismo de la “Realpolitik” de los años 80 no ha conseguido
tampoco gran cosa. Justamente en la era de la globalización
el espacio político–social queda cada vez más reducido bajo la
58 – Stolz–Willig, Brigitte/Veil, Mechthild (Ed.) (1999) Es rettet uns kein höh’res
Wesen… Hamburg: Feministische Perspektiven der Arbeitsgesellschaft.
Roswitha Scholz * 75

presión “real” de los mercados mundiales. El gobierno rojiver-


de (de Alemania) ya está demostrando claramente lo mal que
va imponer un nuevo contrato social y de géneros (dentro del
sistema capitalista), contrato que tantas feministas reivindican.
Esta forma de “sentido de la realidad” de los Verdes (“Olive-
ra”) ha quedado expresado, sobre todo, en la guerra de Koso-
vo que ha transformado a los “políticos realistas” no sólo en
los gestores de la crisis, sino en los causantes de la crisis59.

De todas formas, creo que es una ilusión pensar que se pueda


superar la crisis de la sociedad del trabajo/“trabajo doméstico”
sin entrar en una crítica fundamental de los mecanismos del
sistema capitalista, tanto en lo que se refiere a sus dimensiones
ecológicas como a las sociales y económicas. A continuación,
no obstante, me gustaría dejar claro que no se trata tampo-
co de condenar de entrada a cualquier iniciativa práctica como
inmanente al sistema, siempre y cuando no se mueva, al igual
que la “Realpolitik”, dentro de un marco institucionalmente
predeterminado. En primer lugar, sin embargo, quiero presen-
tar la tesis que yo defiendo, es decir, la de la separación del
valor que servirá como base para el análisis que hago.

Sobre la categoría de la separación del valor, un concepto


dinámico con respecto a una finalidad crítica

Con este concepto me adhiero a una interpretación de Marx


más allá del marxismo del trabajo, una interpretación que for-
ma la base de todos los artículos de este libro. Intentaré, sin
embargo, modificarlo desde una crítica al patriarcado. Según
esta interpretación, en el centro de la crítica no se encuentra
en primer lugar la plusvalía, es decir, la explotación del trabajo
por el capital, sino la misma forma del valor económico, o sea,
el carácter social del sistema de producción de mercancías y,
por consiguiente, la forma de actividad del trabajo abstracto.
59 – “Los Verdes” alemanes votaron a favor de la intervención militar en Kosovo.
[N. del T.]
76 * El Patriarcado...

La consecuencia es el cuestionamiento no sólo de la repartición


desigual en la cual se basa el marxismo del movimiento obre-
ro, sino una crítica más fundamental. Se cuestiona el sistema
del trabajo como fin en sí. Según este planteamiento, el “tra-
bajo” como algo abstracto, como categoría abstracta-gene-
ral de la socialización surge con el nacimiento del capitalismo,
con la generalización de la producción de mercancías. Por esta
razón, se rechaza una ontología ahistórica del trabajo que se
desvela como ideología burguesa. En tiempos premodernos se
producía sólo para el uso, no existía un concepto generalizado
y positivo del trabajo. El moderno sistema de producción de
mercancías, en cambio, se caracteriza por el hecho de que la
actividad productiva se haya convertido –por causa de la auto-
referencialidad tautológica del dinero– en un fin en sí mismo
(acumulación de capital).

“Se olvida”, sin embargo, que en el capitalismo sigue existien-


do la necesidad de actividades de reproducción en el hogar y
que hay que educar a los hijos, que se dan tareas de cuidado
etc. que no pueden ser realizados por el mercado. Y que estas
actividades se adjudican principalmente a las mujeres. Se tra-
ta, pues, de actividades que no entran en el ámbito del trabajo
abstracto. Tampoco se toma en consideración que determina-
dos sentimientos, cualidades y comportamientos, asociados
a estas tareas, se delegan o se adjudican en la modernidad a
“la mujer”: debilidad, razonamiento inferior, sensualidad, pa-
sividad, etc. El hombre, sin embargo, representa la fuerza de
imposición, intelectualidad, fuerza de carácter, etc. Ser hom-
bre se entendía igual a cultura, y, proyectivamente, el ser mujer
igual a naturaleza.

A mi entender, la relación jerárquica de los géneros en el pa-


triarcado, dominado por la producción de mercancías, está de-
terminada fundamentalmente por la separación de cualidades,
adjudicaciones y actividades específicas y típicamente “feme-
ninas” que no pueden ser subsumidas a la forma del valor o la
Roswitha Scholz * 77

abstracción del “trabajo”. El hecho empírico de que las mujeres


nunca hayan sido exclusivamente amas de casa y que también
pueden ser y son agresivas, intelectuales etc., no invalida esta
definición central teórica a un alto nivel de abstracción. Al mis-
mo tiempo, sin embargo, significa que los individuos se deter-
minan sólo y simplemente a través de las adjudicaciones socio–
culturales, como les gustaría, por ejemplo, a las defensoras de
la “nueva feminidad”. En su lugar hay que partir de una dialéc-
tica entre individuo y estructuras socio–culturales: ninguno y
ninguna queda completamente definida por estas estructuras,
pero tampoco nadie puede sustraerse completamente a ellas.

En este sentido hay que tener en cuenta fundamentalmente


una dialéctica entre valor (trabajo abstracto) y unas formas de
actividades diferentes provocada por la separación específica
por género. Estos ámbitos de actividades separados, definidos
como “femeninos”, no pueden, por tanto, ser sumados super-
ficialmente al valor, o sea, al trabajo. Tampoco pueden ser de-
ducidos jerárquicamente del valor. Representa, más bien, en
cierta manera la cara oculta del trabajo abstracto y del valor
económico. Con ello, la separación por géneros de “cualida-
des” y actividades forma, por un lado, parte del capitalismo y,
por otro, en cambio, se sitúa fuera de la lógica del capital. Para
comprender toda su complejidad se debería definir como for-
ma social básica no sólo el principio aparentemente totalizador
de las formas del valor y del trabajo, sino también la separa-
ción del valor que lo trasciende y que abarca tanto las formas
económicas como los ámbitos separados de ellas. Sólo a este
complejo meta–nivel teórico es posible determinar el verdade-
ro y en sí contradictorio conjunto de la moderna sociedad de
producción de mercancías.

Pero el tradicional instrumental concepcional marxista tampo-


co resulta suficiente respecto a otra comprensión de la relación
capitalista de los géneros, puesto que –aparte del nivel socioe-
conómico– hay que tener en consideración también los niveles
78 * El Patriarcado...

socio–psicológicos y simbólico–culturales. De este modo, por


ejemplo, es posible mostrar, mediante el análisis de discursos
religiosos y filosóficos, cómo se forman imaginarios colectivos
referente a lo que “son” hombres y mujeres en la modernidad,
dominada por el hombre, y en qué adjudicaciones se expresa
la separación del valor60. Con un instrumental psicoanalítico,
por ejemplo, pueden explicarse las consecuencias del hecho
de que la moderna educación de los niños esté sobre todo en
manos de las mujeres, es decir, que el niño –a diferencia de la
niña– tenga que desidentificarse de la madre para adquirir su
identidad, lo que conlleva a la vez una separación y una desva-
lorización de lo femenino61. La separación del valor como mo-
delo socio–cultural y mecanismo socio–psíquico, unido con la
división en trabajo abstracto y actividades femeninas de repro-
ducción, constituye de esta manera la sociedad en su conjunto.

En lo que se refiere a la definición teórica de la separación del


valor, las mujeres tienen que ser ubicadas en primer lugar en la
así llamada esfera de lo privado. Eso, sin embargo, no quiere
decir que el patriarcado se haya aposentado en una separación
tan nítida entre lo privado y lo público (tanto político como eco-
nómico). Antes bien, se trata de la fuerza de un contexto gene-
ral de relaciones materiales, conceptuales y socio–psicológicas
que representa, por decirlo así, el “éter de la sociedad”, para
utilizar una expresión de Hegel, pero con otro significado. Las
consecuencias de la separación del valor atraviesan, por tanto,
también los diferentes ámbitos de lo público. De alguna ma-
nera se ha encontrado desde siempre a mujeres en las esferas
de lo público. La separación, no obstante, se muestra también
aquí. En la vida laboral, por ejemplo, ocupan puestos subordi-
nados, cobran menos, etc.
60 – Ver: Heintz, Bettina/Honegger, Claudia: “Zum Strukturwandel weiblicher
Widerstandsformen im 19. Jahrhundert”, en Heintz, Bettina/Honegger, Claudia
(Ed.) (1981) Listen der Ohnmacht. Frankfurt/M: Zur Sozialgeschichte weiblicher
Widerstandsformen.
61 – Véase: Chodorow, Nancy (1985) Das Erbe der Mütter. Munich: Psychoanalyse
un Soziologie der Geschlechter.
Roswitha Scholz * 79

Aunque la separación del valor como modelo capitalista–pa-


triarcal domine de esta forma las relaciones sociales a nivel glo-
bal, eso no quiere decir que las relaciones entre los géneros
sean completamente uniformes en todo el mundo. Son dife-
rentes según el fondo socio–cultural e incluso siguen existien-
do formaciones sociales con una tradición de simetría de gé-
neros que se han resistido hasta hoy a aceptar –del todo o en
parte– las ideas modernas referente a los géneros62. De igual
manera que la abstracción del “trabajo” no es una categoría
fundamental ontológica, tampoco se puede partir de la idea de
una relación de separación entre los géneros que no fuera cul-
turalmente especificada y que se haya presentado en todo el
mundo igual.

En este contexto hay que tener en cuenta, asimismo, que la re-


lación entre los géneros ha sufrido cambios incluso dentro del
desarrollo moderno–occidental. Conviene subrayar, por ejem-
plo, que el concepto moderno del trabajo, al igual que el dualis-
mo moderno de los géneros, son un producto directo del desa-
rrollo específico hacia el capitalismo desde el siglo XV y que los
dos van de la mano. Sólo en el siglo XVIII se empezó a formar
el moderno “sistema de los dos sexos”; y, simultáneamente,
se extendió la apología generalizada del trabajo abstracto, tal
como aún sigue vigente en la actualidad. Este proceso se refleja
también en el artículo, ya clásico, que investiga justamente esta
época: “La polarización de los caracteres sexuales–Un reflejo de
la disociación de la vida laboral y familiar”63.

A pesar de que las mujeres estuviesen muchas veces también


consideradas como inferiores en tiempos preburgueses, tenían
62 – Ver, por ejemplo: Weiss, Florence: “Zur Kulturspezifik der Geschlechterdiffe-
renz und des Geschlechter-verhältnisses. Die latmul in Papua Neuguinea, en Be-
cker-Schmidt, Regina/Knapp, Gudrun–Axeli (Ed.) (1995) Das Geschlechterver-
hältnis als Geggenstand der Sozial–wissenschaften, Frankfurt / M.
63 – Ver: Hausen, Karin: “Die Polarisierung der Eine Spiegelung der Dissoziation
von Erwerbsund Familienleben”, en Conce, Werner (Ed.) (1966) Sozialgeschishte
der Familie in der Neuzeit Europas. Stuttgart.
80 * El Patriarcado...

bastantes posibilidades de ejercer influencia a través de cami-


nos informales. En la sociedad premoderna, el hombre soste-
nía más bien una superioridad simbólica, como afirman Heintz/
Honegger. Las mujeres todavía no estaban definidas exclusiva-
mente como ama de casa y madre, como ocurrió a partir del
siglo XVIII, complementariamente a las adjudicaciones para los
hombres que desde entonces acapararían la incumbencia para
las nuevas actividades públicas (economía, política, etc.) del
patriarcado productor de mercancías. En sociedades agrarias,
en cambio, la contribución femenina a la reproducción mate-
rial había sido considerada prácticamente de igual importancia
como la del hombre64.

Si la moderna relación de los géneros había sido limitada en un


primer momento a la burguesía, con la generalización de la fa-
milia nuclear se fue extendiendo poco a poco a todas las capas,
teniendo su último gran empuje en los años 50 de este siglo,
o sea durante el fordismo. La separación del valor no es, por
tanto, una estructura rígida, tal como se puede encontrar en
algunos modelos estructurales sociológicos, sino un proceso
histórico. Por consiguiente, no se ha de entender como algo
estático y siempre igual. En la postmodernidad, la era postfor-
dista, muestra una nueva cara.

En el contexto de las tendencias hacia procesos de individuali-


zación65, las mujeres son consideradas ahora como “doblemen-
te socializadas”66, es decir, que tienen que hacerse cargo tanto
de la familia como de una profesión. El papel del hombre como
sustentador familiar se disuelve con la precarización de las con-
diciones laborales y con la erosión de las tradicionales relacio-
64 – Véase: Heintz/Honegger, op. cit.
65 – Beck, Ulrich / Beck–Gernsheim, Elisabeth (1998) El normal caos del amor.
Barcelona: Editorial El Roure.
66 – Becker Schmidt, Regina: “Die doppelte Vergesellschaftung die doppelte Un-
terdrückung Besonderheiten der Frauenforschung in den Sozialwissenschaften”, en
Unterkirchner, Lilo/Wagner, Ina (Ed.) (1987) Die andere Hälfte der Gesellschaft.
Vienna: Österreichischer Soziologentag.
Roswitha Scholz * 81

nes de familia. Todo eso, sin embargo, no cambia en absoluto


el hecho de que las mujeres sigan siendo las que cargan con
la educación de los hijos, los trabajos domésticos, etc., y que
sigan ganando menos y raras veces se les pueda encontrar en
posiciones altas, a pesar de tener ya las mismas cualificaciones
que los hombres.

Pero no se han desarrollado otras formas de vida con exigen-


cias emancipativas que hayan sustituido a la tradicional familia
nuclear. Al contrario de los años 60 y 70, desde hace tiempo
tampoco existe un amplio movimiento social. Más bien se si-
gue extendiendo la atomización e individualización social ante
un fondo de precarias formas de existencia tanto en lo que se
refiere a los aspectos materiales como a los sociales. Y estos
procesos repercuten de manera diferente en los dos géneros.
Algunos análisis feministas de los procesos de globalización,
hechos en los años 80, incluso sugieren la conclusión (sin ha-
ber llegado a verla claramente) que en la postmodernidad no
estamos viviendo el fin del patriarcado –como afirman algu-
nas– sino que más bien se está volviendo más salvaje, simultá-
neamente con el empeoramiento de la situación económica67.

Ante el fondo de la aquí esbozada tesis de la separación del


valor, intentaré a continuación analizar críticamente algunos
conocidos planteamientos feministas en su relación con el con-
cepto moderno del trabajo. En este intento no puedo profundi-
zar mucho en la correspondiente dimensión cultural–simbólica
y la social–psicológica a pesar de considerarla igual de impor-
tante, puesto que eso sobrepasaría el marco de este artículo.

67 – Schultz, Irmgard (1994) Der erregende Mythos von Geld. Frankfurt/M: Die
neue Verbindung von Zeit Geld und Geschlecht im Ökologiezeitalter; Wichte-
rich, Christa (1998) Die globalisierte Frau. Reinbek: Berichte aus der Zukunft der
Ungleicheit.
82 * El Patriarcado...

El trabajo dulcifica la vida: La metafísica del trabajo en Fri-


gga Haug

Frigga Haug cree que la capacidad de rendimiento, la eficacia


en el aprovechamiento del tiempo, el dominio de la naturaleza
y el aumento de la fuerza productiva –todos ellos fenómenos
que van estrechamente unidos con la asimetría de la relación
entre los géneros– representan las reglas del sistema capitalis-
ta y determinan el desarrollo de la sociedad burguesa. Eso es
válido tanto para el individuo como para el modelo de civiliza-
ción patriarcal–capitalista como conjunto68. En el centro de su
planteamiento se encuentra el siguiente contexto: “¿Qué pasa
con todos los trabajos que no generan ningún beneficio porque
hay que invertir mucho tiempo en ellos y no son susceptibles de
posibles automatizaciones, porque su necesidad sirve para la su-
pervivencia de la humanidad y de la tierra pero que, paradójica-
mente y justo por esta razón, podrían ser ahorrados/suprimidos
como algo egoísta, individual y lujoso? ¿Con estas actividades ...
que no deberían ser remuneradas para que no se manchen con la
mácula del cambio, es decir, con actividades como el amor, el cui-
dado, la satisfacción de las necesidades de todas estas personas
que no pueden dar una contraprestación (viejos, enfermos, mi-
nusválidos, niños)? Estas actividades son separadas del conjunto
del trabajo social, son puestas fuera del trabajo y adjudicadas a
un grupo de seres humanos aptos para ello: las mujeres”69. Todo
eso es cierto, según mi parecer se debería decir, sin embargo,
que son supuestamente aptas para ello (a causa de una adjudi-
cación socio–histórica), ya que de modo alguno se puede par-
tir de una aptitud “natural” de las mujeres para las actividades
privadas de la reproducción. Haug defiende, por ello, situar la
forma del “trabajo doméstico” en relación con las demás for-
mas de trabajo existentes.

68 – Si no hay otra indicación, todas las citas que siguen se refieren al libro
de Haug de 1996. [N. del T.]
69 – Haug, Frigga (1996) Frauen–Politiken. Berlin: Argument. P. 91.
Roswitha Scholz * 83

Por un lado, se formula aquí explícitamente la idea de la sepa-


ración del valor, pero, digamos, sobre un fundamento marxista
viejo, utilizando un concepto del trabajo no problematizado.
Por otro lado, sin embargo, –y eso constituye la diferencia con
una teoría de la separación del valor que pueda trascender-
lo– este concepto no cuestionado, aparentemente natural, es
transferido de entrada a estos sectores y actividades “separa-
dos”. Para Haug se trata, por tanto, de un análisis del “trabajo
doméstico” en comparación con el trabajo asalariado, consi-
derándolo, pues, como ¡trabajo! Contra eso se debería objetar
que el trabajo doméstico es, por un lado, efectivamente el pro-
ducto de la división social del trabajo en el capitalismo. Por otro
lado, se separa en esta “división” paradójicamente algo que en
principio no puede ser concebido como “trabajo”.

Pero es esta relación paradójica la que constituye la cualidad


diferente del “trabajo doméstico”. Son precisamente los sec-
tores de reproducción y de lo privado, y las actividades de las
mujeres en ellos, los que tienen un carácter fundamentalmente
diferente del sector remunerado. Más aún, tienen que ser cuali-
tativamente diferentes, ya que de no ser así no tendría sentido
separarlos del sector del valor. Las actividades en dichos secto-
res no pueden ser subsumidas tan fácilmente al concepto del
trabajo. Si el sentido común aún puede aceptar que la actividad
de barrer la cocina se considere como trabajo, la cosa se vuelve
más complicada tratándose de hablar con el marido sobre sus
problemas laborales, y ya ni hablar si se trata de actos sexuales.
Pues, en las actividades en el campo de la reproducción entran
también emociones, comportamientos, etc., que de ninguna
manera pueden ser subsumidos a los conceptos del “trabajo”
o de la “producción”.

No ver eso o dejarlo del lado (en Haug hay que constatar, por
lo general, una metafísica del trabajo y de la producción) es una
falta muy grave que marca el concepto en su totalidad. Para
Haug el “trabajo” en general es una categoría ahistórica, un
84 * El Patriarcado...

rasgo característico de la especie. Ella no reconoce que tanto


el trabajo como el sector separado, conjuntamente con las co-
rrespondientes ideas de los géneros, no son sino un producto
histórico de la modernidad definida como productora de mer-
cancías. Cualquier tendencia a idealizar estos sectores o acti-
vidades separados por su alteridad sería, no obstante, igual
de equivocada. Por eso hay que destacar que las actividades
domésticas, la educación de los hijos, el cuidado, etc., cuestan
naturalmente mucho esfuerzo y pena, aunque de otra manera
que el trabajo remunerado, y eso tanto en el aislamiento de las
mujeres en la familia nuclear como en las “relaciones de pat-
chwork” postmodernas (Heiner Keupp).

En las relaciones existentes, el “trabajo doméstico” está subor-


dinado al trabajo asalariado y abarca servicios personales, de-
pendencias, etc. El ama de casa depende del salario del marido;
ella no se puede sustentar y para ella no existe una relación
directa entre “trabajo” y “salario”. En una sociedad dominada
por el trabajo asalariado, el “trabajo doméstico” resulta –según
Haug– un “anacronismo”70. Esta afirmación olvida totalmente
que esta forma de actividades representa una parte estructural
del capitalismo. Un objetivo de Haug es la integración de las
amas de casa en el trabajo remunerado, defendiendo al mismo
tiempo una reducción radical del tiempo de trabajo en el sector
laboral, para que haya suficiente tiempo –y en eso se muestra
de nuevo la visión ontológica del trabajo– para el “trabajo cul-
tural de la reproducción” y el “trabajo político”71.

A pesar de unir los dos sectores de manera forzada bajo su con-


cepto positivo del trabajo, Haug puede proporcionarnos desde
una visión crítica del trabajo y del valor unas determinaciones
conceptuales valiosas para la diferencia cualitativa entre el tra-
bajo asalariado y las actividades “femeninas” de la reproduc-
ción. Eso es válido para la diferenciación de dos “lógicas del
70 – Haug, Frigga, op. cit. P. 227.
71 – Haug, Frigga, op. cit. P. 141.
Roswitha Scholz * 85

tiempo” contrapuestas que obran en estos casos. Visto desde


el punto de la totalidad de la sociedad existe, según Haug, por
un lado, una “lógica de ahorrar tiempo”, obedeciendo las le-
yes del mercado y del beneficio. Por otro lado, en cambio, hay
una “lógica de invertir tiempo”, tal como se da en el ámbito del
“trabajo doméstico”. Esta diferenciación analítica desmiente,
en principio, la subordinación de las actividades domésticas y
de cuidado bajo la abstracción del “trabajo”. Desde el punto
de vista cultural, esta estructura se muestra, por ejemplo, en
la veneración conservadora de la maternidad y también –como
argumenta Haug desde su posición positivista del trabajo– en
la discusión sobre lo que debería considerarse “trabajo” y no72.

Como las mujeres tienen que hacerse cargo tanto de las activi-
dades privadas de reproducción como de un trabajo remune-
rado (según Haug, cada uno de los dos puede ser “seductor” a
su manera), hay que dotar los dos ámbitos con cierto atractivo,
sobre todo cuando muchas de las mujeres ni tienen la posibili-
dad de elegir entre ser sólo ama de casa o ser empleada a tiem-
po completo sin las cargas domésticas. Por tanto, las mujeres
están expuestas a una situación ambivalente y contradictoria,
como afirma Haug. Por un lado, actúan en el marco de un siste-
ma de legitimación capitalista del mercado, de beneficios, etc.,
que se presenta como universal y garantizado por las leyes y
los valores. Eso es válido para ellas en cuanto son seres huma-
nos (por ejemplo, en el sector del trabajo). Por otro lado, en
cambio, no es válido para ellas en cuanto actúan “como mu-
jeres”. Por eso se necesitan garantías especiales para que las
mujeres vean claramente el error de creer en los valores capi-
talistas dominantes como algo “universalmente reconocido”,
a pesar de que las mujeres experimenten en su propia carne
la contradicción de tales lógicas tan opuestas. Para eso, pues,
existen –aparte de la socialización típicamente femenina– di-
versas regulaciones jurídicas, como, por ejemplo, el derecho
de familia, el derecho matrimonial– precisamente para cubrir
72 – Véase: Haug, Frigga, op. cit. P. 139 y siguientes.
86 * El Patriarcado...

estos ámbitos que se encuentran al margen de la lógica supues-


tamente universal del mercado73.

Como planteamiento alternativo al existente, Haug propone


que74 según ella, eso significaría también, acabar con la jerar-
quización de actividades que obedecen a diferentes lógicas del
tiempo y renegociar de nuevo la repartición del “trabajo en su
totalidad”. En este contexto, ella defiende un nuevo “contrato
de los géneros” a un nivel político, en el cual la regulación de
las cuotas tuviera un lugar importante. Desde un punto de vis-
ta institucional, estas ideas van íntimamente ligadas a un pen-
samiento para el que la así llamada política sigue siendo una
categoría no cuestionada al igual que el trabajo, puesto que los
dos van de la mano.

En este contexto Haug olvida, sin embargo, –como mucha


gente de la izquierda y muchas feministas– el hecho de que
la política ha sufrido un profundo cambio de función bajo las
condiciones de la globalización. La acción en el marco de las
instituciones políticas burguesas está sometida ahora, como
nunca antes, a la influencia de los mercados mundiales, lo que
hace imposible que se pueda actuar o “negociar” políticamen-
te como en los tiempos keynesianos–fordistas. Se ve que Haug
aún cree en la posibilidad de proyectos emancipatorios que
apuntan a intervenciones reformistas del Estado. Pienso que
este procedimiento es muy problemático, también por otra ra-
zón, puesto que el concepto de un contrato social de géneros
a nivel de unas instituciones políticas burguesas presupone im-
plícitamente el Estado nación como marco de actuación. Pero
bajo las condiciones de la competencia global por la supervi-
vencia, eso podría alimentar, involuntariamente, tendencias
nacionalistas.

73 – Haug, Frigga, op. cit. P. 136.


74 – Haug, Frigga, op. cit. P. 150.
Roswitha Scholz * 87

El planteamiento de Haug es, desgraciadamente, socialdemó-


crata y refleja aún mucha fe en el mercado. Por esta razón pue-
de reivindicar que la calidad de vida [sic]75. Pienso, sin embargo,
que hoy menos que nunca puede cambiarse algo con una mera
“delimitación” en el sentido de una política tradicional de re-
formas. En la crisis del trabajo y de la política ya no se puede
tratar de colar por el camino oficial de la política otros elemen-
tos civilizadores mediante una modificación de las categorías
capitalistas. Antes bien sería cuestión de plantearse otro mode-
lo de civilización cualitativamente del todo diferente al actual
y que superase tanto el trabajo (remunerado en dinero) como
las actividades femeninas separadas en el ámbito de la repro-
ducción conjuntamente con sus respectivas estructuras rígidas
del tiempo. Con “la motivación de aumento de beneficios” sólo
hay dos posibilidades: o se acepta, o se rechaza; ¡pero no es
posible “delimitarlo”! Mientras que no se piensa en su aboli-
ción es ilusorio esperar a nivel de toda la sociedad una reorien-
tación fundamental hacia una mayor calidad de vida, tal como
lo entiende Haug. Pero el problema no sólo está en que Haug
espere una solución para las contradictorias formas de acti-
vidades y lógicas del tiempo a través de procedimientos más
bien keynesianos, sino que ella trate el patriarcado productor
de mercancías en principio como un sistema con estructuras
totalmente rígidas e inmutables. Y para ella sólo puede haber
cambios dentro de estas estructuras. Haug habla, por ejemplo,
de la transformación de las condiciones laborales mediante la
microelectrónica o las posibilidades de trabajar menos horas,
sin tener en cuenta seriamente la nueva cara de este patriarca-
do en la postmodernidad76.

En este contexto Haug menciona la “doble socialización” de


las mujeres a través de sus actividades tanto laboral como en el
ámbito separado del trabajo doméstico y del cuidado. Pero en
ella esta “doble socialización” tiene un aspecto un poco rebus-
cado, como caído del cielo. De alguna manera parece como si
75 – Falta un fragmento en la traducción que quita sentido a la frase. [N. del E.]
76 – Veáse: Haug, Frigga, op. cit. P. 140 y siguientes.
88 * El Patriarcado...

este problema no encajara bien en su concepto. Como ella no


cuenta con la dinámica histórica de la forma de la separación
del valor, tampoco puede ver que para las mujeres de la post-
modernidad la “doble socialización” significa algo nuevo. Hoy
día, las mujeres ya no sólo sufren formalmente la “doble so-
cialización”, sino que ésta actualmente se ha convertido en el
modelo oficial y la han interiorizado como parte de su autoen-
tendimiento. Eso, sin embargo, representa una nueva cualidad.

La cerda que da leche y lana y además pone huevos,


sobre la “doble socialización” de las mujeres

Al contrario de Frigga Haug, Regina Becker–Schmidt parte de


una nueva cualidad en la “doble socialización” de las mujeres.
Ella habla de una ambivalencia fundamental, resultado de las
contradicciones de la situación social de las mujeres. “Las dos
formas del dominio agudizan aún los problemas: la supervivencia
de estructuras patriarcales en la familia (…) dificulta la participa-
ción de las mujeres en el mundo laboral fuera de casa y en otras
formas de la vida pública; y la jerarquía de valores del sistema
laboral, que calcula a los seres humanos según categorías econó-
micas y no según las necesidades vitales, no toma nota de la exis-
tencia de un puesto de trabajo familiar”77.

Queda patente que Becker–Schmidt transmite también el con-


cepto del trabajo a las actividades femeninas en la esfera priva-
da. Pero si aquí aún trasluce una crítica de la situación esquizo-
frénica en la que se encuentran las mujeres, nuevas reflexiones
psicoanalíticas de Becker–Schmidt elucidan que procede de
una “valoración más alta” de las mujeres en comparación con
los hombres, cuando prácticamente remite a una dimensión
subjetiva de la “doble socialización”: realizar todos sus poten-
77 – Becker Schmidt, Regina: “Von jungen, die keine Mädchen und von Mädchen,
die gerne Jungen sein wollten. Geschlechtsspezifische Umwege auf der Suche nach
Identität”, en Becker Schmidt, Regina / Knapp, Gudrun-Axeli (Ed.) (1995) Das
Geschlecht in den Sozialwissenschaften. Frankfurt / Main. P. 23 y siguientes.
Roswitha Scholz * 89

ciales en el curso de su curriculum, puesto que no las dejan en-


trar en determinados sectores reservados a los hombres, ... (y
también) a pesar de resignarse a las ideas masculinas sobre el
papel femenino dentro de la familia, en su condescendencia, no
obstante, se encuentra algo como una “obediencia bajo pro-
testa” (Ferenczi). No dejan que se les ate a la casa ... La tarea de
realizar el potencial innovativo y opciones socialmente tenaces
en un curriculum para reunir de esta forma lo socialmente se-
parado –lo privado y lo público– en el sentido de un trabajo de
integración, es emprendida por el género femenino78.

En la moderna historia de las ideas del patriarcado capitalista


nos encontramos ante algunos proyectos de filosofía de la vida
que presentan a la mujer como el “individuo más completo” en
comparación con el hombre, porque ella, en tanto que ama de
casa y madre (y, desde luego, en correspondencia con todo su
carácter) que queda fuera del proceso laboral, no tiene tenden-
cia a la unidimensionalidad, y por tanto tiene los sentimientos
mejor integrados. Cuando nos hablan así, no se trata sino de la
versión postmoderna pero invertida de lados, de la visión pa-
triarcal: La mujer como ama de casa y madre no es más “com-
pleta” por el hecho de estar fuera del proceso laboral, sino bien
al contrario, es más “completa” como persona “doblemente
socializada”. Por eso no es de extrañar que en el planteamien-
to de Becker-Schmidt trate79.

Becker–Schmidt argumenta aquí como si hoy en día el ser sólo


ama de casa fuera la única manera de existir con connotaciones
conservadoras y como si las mujeres debiesen luchar exclusiva-
mente contra eso. Ignora simplemente que, en la actualidad, la
forma dominante del conservadurismo no quiere un regreso a
la norma de la mujer como esposa, ama de casa y madre, sino
que opera también con la imagen de la mujer “doblemente so-
78 – Becker–Schmidt, Regina, op. cit. P. 240.
79 – Becker–Schmidt, Regina/Dölling, Irene: “Geschlechterverhältnis und
Frauenpolitik”, en Negt, Oskar (Ed.) (1994) Die zweite Gesellschaftsreform. Göt-
tingen: 27 Plädoyers. P. 129.
90 * El Patriarcado...

cializada”, como lo muestran unas declaraciones de Wolfgang


Schäuble, Rita Süßmuth y Claudia Schulte80. Con la suposición
de una especial capacidad de resistencia e innovación de las
mujeres, que sería precisamente un resultado positivo de la
“doble socialización”, Becker–Schmidt reafirma en el fondo a
la mujer postmoderna como “cerda que da leche y lana y ade-
más pone huevos”, que reparte sus actividades en dos “puestos
de trabajo”, confirmando así sólo las condiciones patriarcales
postmodernas.

En conclusión, eso significa que Becker–Schmidt no llega a for-


mular una crítica radical de la forma social de la separación del
valor, ni referente a las actividades domésticas y de cuidado,
ni del trabajo remunerado capitalista con sus correspondientes
limitaciones. El trabajo constituye también para ella un concep-
to universal ahistórico que aplica, como Haug, a las actividades
“femeninas” de la reproducción. Al describir la “doble socia-
lización” de las mujeres según este modelo, Becker–Schmidt
fomenta su idealización a pesar de criticar la consiguiente so-
brecarga que resulta de dicho modelo.

En este punto tanto Becker–Schmidt como Haug ignoran que


“la mujer que lo quiere todo” (familia y trabajo remunerado)
actualmente ya forma parte fija de la propaganda. Unos análi-
sis de los discursos de películas, novelas, propaganda, etc., de
nuestro tiempo seguramente mostraría que desde hace tiem-
po las mujeres ya no están representadas únicamente como
ama de casa y madre, o sea, que se ha producido también un
cambio en el orden simbólico. Las dos autoras tampoco tienen
en cuenta que el mercado no conoce sus límites y que está so-
cavando desde los años 60 su propia base de existencia al inte-
grar a las mujeres cada vez más en la vida laboral y al liberarla
de su papel tradicional, causado también por los procesos de
automatización en el hogar, por la contracepción, etc.81 Pero
80 – Los tres son destacados políticos alemanes. [N. del T.]
81 – Véase, por ejemplo: Beck, Ulrich/Beck–Gernsheim, Elisabeth, op. cit.
Roswitha Scholz * 91

como la mujer precisamente no puede ser una “cerda que da


leche y lana y además pone huevos”, una parte de las actividades
separadas se convierte en precaria con las correspondientes
consecuencias para la socialización mercantil, cuestionando así
su fondo “mudo”. Tanto Haug como Becker–Schmidt ignoran
las consiguientes tendencias a la individualización que adquie-
ren diferentes aspectos según los géneros, como han descu-
bierto las investigadoras feministas82.

Becker–Schmidt desacierta –aunque de otra manera que


Haug– en referencia al meta–nivel de la forma de la separación
del valor en tanto que estructura social básica. Por tanto, per-
cibe la “doble socialización” de las mujeres sólo mediante una
reducción “sociologística”, es decir, sólo como un fenómeno
social, sin una crítica categorial. No analiza los cambios en su
mediación por la dinámica histórica de la separación del valor
como complejo total, sino únicamente en su carácter inmedia-
to y superficial. El cambio, sin embargo, se está produciendo
precisamente en el principio social formal de la estructura bá-
sica contradictoria del trabajo y del mercado, por un lado, y de
los ámbitos separados, por otro lado. La lógica fundamental-
mente “dividida” sigue existiendo y se traduce, por ejemplo,
en los sueldos más bajos de las mujeres en comparación con los
hombres, en la responsabilidad para el hogar, la educación de
los hijos, etc., que siguen mayoritariamente a cargo de la mu-
jer. Y todo eso mientras se están produciendo cambios como la
“doble socialización” en relación con una mejor formación aca-
démica de las mujeres y la entrada de las madres en el sector
laboral, etc. Es enormemente importante mantener la tensión
entre la esencia (la forma fundamental de la separación del va-
lor) y el fenómeno (la “doble socialización”), en vez de encapri-
charse exclusivamente con el mero fenómeno.

De esta manera, Becker–Schmidt tampoco ve que en el entre-


tanto se ha producido una forma postmoderna precaria de la

82 – Por ejemplo: Schultz, Irmgard, op. cit. P. 173 y siguientes.


92 * El Patriarcado...

“doble socialización”. Si en los años 80 parecía que la emanci-


pación de la mujer ya no podía ser frenada, en los 90 se mani-
fiesta otro desarrollo bien diferente, aunque no se puede ha-
blar de un regreso a las condiciones antiguas. Con el aumento
del empeoramiento de la situación económica hay que temer
que, para una creciente parte de la población, las relaciones en-
tre los géneros se encaminen en una dirección que conocemos
de los ghettos de EE.UU. o de los slums de los países del Ter-
cer Mundo. Las relaciones familiares tradicionales siguen disol-
viéndose. Las mujeres, no obstante, se enfrentan actualmente
con la responsabilidad tanto “por el dinero como por la vida/
supervivencia”. Cada vez más son integradas en el mercado sin
que tengan por ello una posibilidad de asegurar su propia exis-
tencia. Crían a sus hijos con la ayuda de parientes femeninos
o de vecinas. Los hombres vienen y se van, pasan de empleo
en empleo y de mujer en mujer, las que muchas veces aún los
mantienen (aunque también puede pasar al revés), sin que el
orden jerárquico entre los géneros se haya superado83. A pesar
de todos los espectaculares secuestros de hijos por sus padres,
el sentido de la responsabilidad de los hombres para con sus hi-
jos tiene una tendencia generalizada a disminuir. En los últimos
años se han repetido las noticias de prensa sobre la creciente
morosidad de padres divorciados y padres de hijos extramatri-
moniales.

Como no existen movimientos sociales con exigencias eman-


cipatorias, tampoco se puede producir una verdadera supe-
ración de las tradicionales relaciones entre los géneros, y, por
consiguiente, tampoco de la división de funciones entre ellos.
En su lugar, la separación del valor se desliga en cierta manera
de los rígidos vínculos institucionales de la modernidad. En vez
de llegar a una superación, se está produciendo un creciente
“embrutecimiento” del patriarcado. Este embrutecimiento se
muestro también en el hecho de que la tijera entre (pocos) ri-
cos y (muchos) pobres se abre cada vez más, y también entre
83 – Véase: Schultz, Irmgard, op. cit. P. 173 y siguientes.
Roswitha Scholz * 93

las mujeres, lo que conlleva que nos encontramos hoy ante


formas de “individualización de lujo” y formas de “individua-
lización de miseria”. Las variantes de lujo se pueden ver en las
mujeres profesionalmente bien situadas, que han conseguido
hacer carrera en el sector del high–tech o de los mercados fi-
nancieros, aunque se sigue prefiriendo a los hombres que no
tienen responsabilidad de reproducción y que, por tanto, son
más flexibles84. Otro indicio de ello es la contratación de muje-
res inmigrantes mal pagados por parte de las mujeres privile-
giadas (y empeñadas en su carrera) para que éstas las liberen
de las actividades de reproducción.

¡Ninguna vaca para Hillary!

Para finalizar quiero abordar aún diversas visiones de subsis-


tencia o de “trabajo propio” que se cotizan en la discusión fe-
minista como posibles soluciones para los actuales fenómenos
de crisis de la sociedad del trabajo. El concepto más conocido
en nuestro país lo constituye seguramente el proyecto de sub-
sistencia de Maria Mies, Veronka Bennholdt–Thomson y otras.
La última publicación de sus principios lleva el título significati-
vo Una vaca para Hillary. La perspectiva de la subsistencia, pro-
poniendo a Hillary Clinton, mujer con éxito profesional y espo-
sa de presidente, justamente esta perspectiva85.

Con la concentración en la agricultura de pequeños campesinos,


esta concepción rechaza de forma global cualquier producción
industrial o desarrollo de alta tecnología. Ya que –según Mies
y compañía– son la causa de la opresión de la mujer, la natura-
leza y los otros “pueblos”. Estas ideas se cotizan entre mucha
gente como el más radical “concepto de salida” del mercado y
del Estado. A mi entender, sin ninguna justificación, puesto que
–dejando de lado la muy problemática y no diferenciada hos-
84 – Wichterich, Christa, op. cit. P. 71.
85 – Bennholdt-Thomsen, Veronika/Mies, Maria (1997) Eine Kuh für Hillary.
Munich: Die Subsistenzperspektive.
94 * El Patriarcado...

tilidad hacia la tecnología– en la “perspectiva de la subsisten-


cia” no se trata para nada de una salida de la racionalidad del
mercado, sino simplemente de la instalación o del refuerzo de
mercados locales interiores. Por tanto, este proyecto tampoco
se plantea sacudir los fundamentos de la categoría del trabajo
y del valor (económico) que caracteriza de modo esencial el pa-
triarcado productor de mercancías. Y naturalmente tampoco la
forma básica trascendente de la separación del valor. La divi-
sión de la vida y de la reproducción social en trabajo abstracto
y actividades femeninas de reproducción no se cuestiona has-
ta las últimas consecuencias, más bien se intenta introducir la
producción de subsistencia “femenina” como el centro social.
En su pretendida oposición al conjunto de los mercados mun-
diales, la mujer–ama de casa–artesana–comerciante, dedicada
a chapuzas de subsistencia, gana así una valoración positiva86.

De este proyecto difieren las propuestas de Carola Möller que


se mencionan también a menudo en el debate feminista. Mö-
ller defiende una “economía orientada hacia el municipio”, no
hacia el mercado actual y sus leyes87. Estas propuestas se basan
en el concepto del “trabajo propio” con la meta de un autoa-
bastecimiento en un marco local. De esta manera se pretende
configurar el “trabajo global” de otro modo. En Möller tampo-
co encontramos una crítica de la misma categoría del trabajo.
Ella se refiere a los análisis de Frigga Haug, pero saca de ellos
otras consecuencias y quiere llegar a una superación de la “divi-
sión del trabajo” según géneros, intentando nuevamente –ella
también– superar la separación del valor dentro del margen de
la misma separación del valor, puesto que no dispone de un
concepto adecuado y por falta de una crítica categorial.

Por esta razón, las actividades de reproducción que hasta hoy


día llevan una connotación “femenina”, –según Möller– tam-

86 – Bennholdt-Thomsen, Veronika/Mies, Maria, op. cit. P. 120 y siguientes.


87 – Ver: Möller, Carola: “Die gesellschaftliche Gesamtarbeit neugestalten”, en “Das
Argument. Zeitschrift für Philosophie und Sozialwissenschaften”, N° 226.
Roswitha Scholz * 95

bién “pueden” ser consideradas como trabajo. Da la sensación


de que el mundo entero debería convertirse en cierto modo
en un conjunto de casas locales de trabajo. La total ingenuidad
de este planteamiento se muestra cuando Möller pretende que
este conjunto de autoabastecimiento paradójicamente se vea
caracterizado por el “cambio justo”, de ser posible sin dinero88.
Esto son fantasías burguesas del cambio justo del siglo XIX que
reclaman sin perdón la compensación directa del rendimiento
de unidades de trabajo.

Pienso que lo más problemático en Mies, Möller, etc. es su acti-


tud no reflexionada de lo small is beautiful. Niveles y contextos
que sobrepasan lo local quedan absolutamente marginados o
bien aparecen en el análisis negativo de la formación de socie-
dad (global). Tienden además a cuestionar aquellas conquistas
de la civilización que son básicamente positivas, una tendencia
que me parece totalmente errónea, aunque dichas conquistas
se hayan producido sobre una base patriarcal (como, por ejem-
plo, avances en la medicina o la utilización de la alta tecnología
en la producción para hacer la vida más soportable). En tales
utopías de una economía local se sigue, al mismo tiempo, con
el presupuesto de la vigencia insuperable del trabajo remune-
rado y del mercado (supra)regional. También en este sentido,
los principios del capitalismo patriarcal han quedado intactos.

Por todo lo dicho, estas propuestas son muy apropiadas como


conceptos interinos para legitimar una fase caracterizada por la
transición de una socialización negativa del capitalismo clásico
al embrutecimiento del patriarcado productor de mercancías.
Pues, hacen de la necesidad virtud. Al igual que los pretendidos
gobiernos del cambio de los Roji–Olivos y New Labour solamen-
te prosiguen a su manera el proyecto neoliberal, también po-
dría pasar con las perspectivas del “autoabastecimiento”, sólo
que de otra forma. No me puedo liberar de la sospecha de que
el programa de subsistencia de Mies, por ejemplo, podría cons-
88 – Möller, Carola, op. cit. P. 483 y siguientes.
96 * El Patriarcado...

tituir una manera de intervención social que uniera la variante


pequeño–burgués del neoliberalismo –nolens volens– con algo
que ya se ha convertido en realidad en muchas regiones del
mundo que la economía del mercado ha dejado como tierra
quemada: es decir, la mera perspectiva de la subsistencia para
poder sobrevivir, pervertida –en Mies– aún en un proyecto
emancipatorio. Por esta razón digo: ¡Ninguna vaca para Hillary!

Pero eso no es todo. Al querer contraponer positivamente es-


tas chapuceras ideas pequeño–burguesas de una economía
“productiva” de subsistencia al “gran capital” (que actualmen-
te se identifica nuevamente sobre todo con el capital financiero
no productivo), involuntariamente promueven visiones ya co-
nocidas y bastante peligrosas. Y aunque dichas visiones surjan
ahora –a diferencia de antes– en un contexto postmoderno–
globalizado, siguen siendo estructuralmente antisemitas. En
los años 90, “el especulador” se ha convertido otra vez en el
número uno de todos los demonios; y es justamente en este
contexto que la ideología del “trabajo honesto” está ganando
nuevamente terreno89.

El temor a que se haga de la necesidad virtud y que en este pro-


ceso surjan de nuevo las reminiscencias ideológicas de la socie-
dad del trabajo, se refiere, por lo demás, también a las ideolo-
gías del cambio, que actualmente están tan en boga (no sólo
en Carola Möller) y que despliegan una propaganda bastante
parecida a la de los nazis que veían en los intereses (réditos) la
raíz de todos los males (Silvio Gesell). Lo mismo puede afirmar-
se de los demás ideologemas del “trabajo propio”, como por
ejemplo del concepto del “New–Work” de Frithjof Bergmann
que prevé la existencia simultánea de trabajo asalariado y “tra-
bajo” informal. En este concepto firmarían como “trabajo pro-
ductivo” hasta las actividades individuales creativas libremente

89 – Véase: Scholz, Roswitha: “Die Metamorphosen des teutonischen Yuppie. Wohl-


stands–chauvinismus, 90er Jhare Linke und kasinokapitalistischer Antisemitismus”,
en “Krisis. Beiträge zur kritik der warengesellschaft”, N° 16/17, 1995.
Roswitha Scholz * 97

elegidas. Las dos posiciones han tenido también bastante re-


percusión en el discurso feminista.

Puesto que hoy predomina la tendencia al “just-in-time”, que


todo es organizado de forma “racional” (en el sentido de las
limitaciones empresariales) y que el trabajo remunerado –que
en el desarrollo de la modernidad ha sido en primer lugar lo
esencial para la creación de la identidad sobre todo de los va-
rones– se está convirtiendo a nivel global cada vez más en algo
escaso, se ve que prácticamente todas las posibles actividades
deben ser declaradas de modo inflacionario como “trabajo” (y
eso no sólo en círculos de la oposición). Como si de esta mane-
ra se pudiese exorcizar la crisis imparable del trabajo. Eso pasa
también respecto a las actividades “femeninas” de la repro-
ducción, incluso cuando ya existe la consciencia de que estas
actividades obedecen a otra lógica que la de la abstracción del
“trabajo”. Y el movimiento feminista ha contribuido también
con su óbolo al hecho de que el moderno ethos internalizado
del trabajo abstracto no quiera perecer y que necesite, por ello,
más y más pasto.

A pesar de todo: El sector terciario no es ya de entrada un


“ámbito de sabandijas”

Sería cínico denunciar cada acción que, a pesar de la desolidari-


zación generalizada y a pesar de la ausencia de un amplio mo-
vimiento social, intente hacer algo contra la actual situación de
decadencia como exclusivamente afirmativo para el sistema.
Tampoco queremos rechazar de entrada cualquier iniciativa
de autoayuda o descalificar todas las actividades en el sector
terciario como “de sabandijas”, como se puede desprender de
varias posiciones izquierdistas. Lo importante para mí es criti-
car la existente ideología ontológica del trabajo y no condenar
cualquier proyecto como reformista. Me gustaría explicar esta
actitud mía a través de un proyecto concreto: la SSM (Sozia-
98 * El Patriarcado...

listische Selbsthilfe Mühlheim = Autoayuda Socialista de Mühl-


heim). En la SSM, fundada en 1979, viven y trabajan (antiguos)
vagabundos (sin techo), disminuidos físicos y psíquicos, gente
“normal” y niños. Se acoge conscientemente a gente clasifica-
da por la lógica capitalista normalmente como “desechos” (del
proceso de producción) y como “heces de la sociedad”. Se ga-
nan la vida con trasportes y el comercio de objetos de segunda
mano. Cada una y cada uno recibe el mismo (escaso) salario.
No hay jefes.

Coiniciados, entre otros, por este proyecto e interrelacionados


con él existen aún otros grupos y actividades de autoayuda que
van desde iniciativas de rehabilitación de casas (antiguamen-
te) okupadas hasta acciones de apoyo para solicitantes de asilo
amparados iglesias. Lo que encuentro muy positivo en estos
grupos es que todas las actividades –también cocinar, la edu-
cación de los niños, etc.– están consideradas igual de impor-
tantes, es decir, también las actividades de reproducción, nor-
malmente adjudicadas a las mujeres. Pero este proyecto sufre
también el mismo problema de todos los demás: en cierta ma-
nera queda bajo la férula ideológica del concepto del trabajo. O
sea, el intento emancipatorio de una integración no jerárquica
de diferentes ámbitos queda subsumido bajo la abstracción del
“trabajo”. Lo importante, en cambio, sería un replanteamien-
to de la relación entre esfuerzo y ocio. Puesto que –si lo inter-
preto bien– el objetivo de la SSM es que se esté “haciendo y
currando” constantemente algo, en el sentido de la ideología
del trabajo, a pesar de que se admita y se tome en cuenta que
personas que han vivido durante mucho tiempo en la calle, no
son capaces de cumplir con una jornada de 8 horas.

La crítica de la ideología del trabajo no impide, sin embargo,


reconocer en este proyecto un mínimo de planteamientos que
posibiliten un aprendizaje social con fines emancipatorios, aun-
que no fuera de la sociedad del trabajo, pero sí al margen de
ella. Si se toma en serio el diagnóstico del embrutecimiento
Roswitha Scholz * 99

del patriarcado a muchos niveles, que se mostrará en el futuro


aún con más contundencia que hasta ahora en tendencias a la
desmoralización y el desarraigo social, entonces no podemos
menos que constatar que necesitamos concepciones “pedagó-
gicas” (aunque para nada en el sentido de un adiestramiento
burgués hacia el rendimiento) para defendernos de estas ten-
dencias. A largo plazo eso, no obstante, sólo es posible en el
contexto de unos procesos complejos y amplios de transfor-
mación hacia “otra sociedad” más allá del trabajo. En este con-
texto encuentro remarcable que en el SSM se intente superar
la jerarquía entre asistentes sociales y asistidos, o sea, que se
aspire a una disolución de la pedagogía como profesión, como
ámbito separado.

A pesar de lo cínico que resultaría insistir en una situación so-


cial como la actual exclusivamente en el objetivo abstracto de
una “sociedad fundamentalmente otra”, tampoco se puede re-
nunciar a este objetivo si no se quiere caer en la trampa de las
relaciones dominantes. A mi parecer, la dificultad de estos pro-
yectos está, por tanto, en la cuestión de cómo evitar la caída en
una falsa inmediatez, donde deberían mantener una distancia
crítica hacia su propio quehacer, una distancia que al final sig-
nifica la capacidad de superarse a sí mismo. En otras palabras:
tales iniciativas deberían estar interesadas en determinar su
necesidad y su justificación subjetiva y objetiva en relación con
una perspectiva civilizadora. En este sentido, mis objeciones
al contenido de los escritos de Mies, Möller, etc., son válidas
también para la SSM, puesto que ésta se remite de modo re-
duccionista y prácticamente sin cuestionarlo a los conceptos
demasiado simplistas –según mi opinión– de Frithjof Bergmann
(por lo menos en lo que al concepto del trabajo se refiere), a
la “economía local” y a las ideas del autoabastecimiento. Pero
es precisamente en la legitimación mediante la ideología del
trabajo, en los planteamientos teóricos demasiado simplistas,
donde acecha el peligro de una recuperación por parte del sis-
tema, puesto que le puede ir muy bien como un proyecto de
100 * El Patriarcado...

administración de la crisis para descargar el presupuesto públi-


co. Por todas estas razones, valoro el proyecto de la SSM sobre
todo en su ámbito “pedagógico” y no en su afán simplista por
una economía local de autoabastecimiento.

¡Fuera holgazanas!

El análisis de diferentes concepciones feministas ha dado como


resultado que tanto en Frigga Haug como en la tesis de la “do-
ble socialización” de Regina Becker–Schmidt, así como en las
diversas ideas sobre el trabajo de subsistencia y el “trabajo
propio”, se encuentra una clara metafísica del trabajo. Estos
planteamientos intentan subsumir también las actividades “fe-
meninas” de la reproducción del sector separado a las formas
de actividades capitalistas. Parece que las mujeres quieren le-
gitimar de esta manera su existencia en la sociedad del trabajo
en vía de extinción, sin determinar claramente la cualidad es-
pecial de estas actividades en su ensamblaje dialéctico con el
sector remunerado y sin someterlas como tales a una crítica
fundamental.

Pero no sólo en el discurso teórico pueden encontrarse ac-


tualmente posiciones que hacen de la necesidad de la “doble
socialización” una virtud. También en muchos debates me he
encontrado a menudo con opiniones como, por ejemplo, la de
la filósofa de Alemania oriental, Sabine Grunwald, acerca de su
experiencia como mujer en los tiempos de la RDA: Dedicados a
ellos. “La responsabilidad por mis hijos necesariamente ha ayu-
dado a someterme a una disciplina de trabajo más estricta. Las
múltiples enfermedades de mi hijo exigían muy pronto una gran
capacidad y eficiencia en la búsqueda de literatura (para las/los
estudiantes de filosofía en la RDA uno de los requisitos determi-
nantes para los estudios) así como un férreo plan de lectura y de
trabajo. Asimismo, creo firmemente que la experiencia especial
de vida que comporta el vivir con hijos, marca profundamente
Roswitha Scholz * 101

mi visión del mundo y no solamente no constituyen un estorbo


para mis trabajos filosóficos, sino que los enriquecen y que en mu-
chas ocasiones indican a mis reflexiones teóricas el camino de la
dimensión abstracta a la concreta”90.

¡Qué holgazanes, aburridos y remolones son los hombres en


comparación! ¡El argumento de la “doble socialización” se uti-
liza aquí en serio para hacer chasquear más fuerte el látigo de
la racionalidad y eficiencia! Y dicho de paso: El hecho de llegar a
un supuesto nivel más concreto no constituye necesariamente
una ventaja epistemológica. La definición teórica de la forma
de separación del valor, por ejemplo, requiere incluso un nivel
de abstracción más alto que una mera crítica androcéntrica del
trabajo y del valor, ya que está ubicada en un meta–nivel. En
Grunwald, sin embargo, suena como si las mujeres, por el sólo
hecho de tratar con niños, se encontrasen más cerca de la “ver-
dad”.

Con tales ideas se quedan en el camino también la relajación


y el ocio, y no “solamente” cara a los individuos, sino también
como punto de referencia para una crítica de la sociedad que se
opusiera a las existentes relaciones sociales con su permanen-
te persecución del rendimiento. Lo emancipatorio sería supe-
rar como tales los sectores separados de lo privado y lo público
conjuntamente con sus correspondientes lógicas separadas
del tiempo. En esta perspectiva ya no se trata de fijar determi-
nadas estructuras (de tiempo) y principios según sectores. Lo
importante sería únicamente la orientación hacia la necesidad
sensorial/sensual y social de diferentes lógicas de acción y ha-
cia una relación adecuada entre esfuerzo y ocio en todos los
ámbitos de la vida. Eso, sin embargo, presupone la abolición
de la máxima empresarial del beneficio más allá de una mera
orientación hacia un capitalismo del Estado, pero eso significa

90 – Grunwald, Sabine: “Großer Anlauf - und nun?”, en Kulke, Christine / Ko-


pp-Degethof, Heidi / Ramming, Ulrike (Ed.) (1992) Wider das schlichte Verges-
sen. Der deutsch-deutsche Einigungsprozeß. Berlin: Frauen im Dialog. P. 88.
102 * El Patriarcado...

también, más allá del viejo marxismo del movimiento obrero.


Justamente porque la quiebra total e histórica de este paradig-
ma ha dado malas cartas a una crítica radical del capitalismo
desde el año 1989, es preciso que se elabore una nueva formu-
lación que dé un paso decisivo más y que ponga en el centro
de la crítica tanto la categoría del trabajo como las formas de
actividades separadas.

El discurso feminista resulta poco útil para eso, mientras no se


le ocurra rechazar la orientación hacia la “familia y el trabajo”
en toda su limitada variedad como una existencia forzada del
sistema capitalista–patriarcal. Bien al contrario: a esta forma de
existencia muchas veces se le adjudica un carácter “pionero”.
En cierto modo se la considera como el modelo del futuro para
toda la sociedad, también para los hombres. Parece que un
gran número de proyectos feministas haya llegado al eslogan
del fetichismo del trabajo: ¡Fuera holgazanas! En un acto de
rara concordia, el feminismo parece haberse puesto de acuer-
do con el viejo leitmotiv de la Internacional del socialismo de
Estado, a pesar de que exista ya desde los años 80 una fuer-
te crítica al pensamiento abstracto–cultural y que se insista en
las diferencias (culturales) entre las mujeres y en las diferentes
relaciones entre los géneros. Eso, al parecer, no es válido res-
pecto a la categoría abstracta del trabajo. Desgraciadamente
todavía no se ha escrito un panfleto mordaz como:

“En los años 90, a mucha gente le parece totalmente aceptable


que –según las teorías postmodernas– la diferencia entre los gé-
neros, e incluso el mismo cuerpo, sean en primer lugar sólo unos
‘productos discursivos’. La abstracción universal del ‘trabajo’,
sin embargo, debe mantener su carácter ahistórico–ontológico.
Contra su historización y su relativización (cultural) se resiste
incluso la mente postmoderna–deconstructivista que en otros
casos ya ha llegado a niveles totalmente absurdos de relativiza-
ción. Existen posiciones deconstructivistas de origen etno–me-
todológico que incluso llegan a disparates como hablar del ‘tra-
bajo’ de interacción en la ‘¡construcción! de los (dos) géneros’”91
91 – Gildemeister, Regine/Wetterer, Angelika: “Wie Geschlechter gemacht werden.
Die soziale Konstruktion von Zweigeschlechtlichkeit und ihre Reifizierung in der
Roswitha Scholz * 103

Pero tampoco hay que pensar que todas las investigadoras del
género, que se definen como feministas de izquierda, persi-
gan únicamente una perspectiva del trabajo y del celo, aunque
prácticamente todas quieran salvar de alguna manera al “tra-
bajo”. Ingrid Kurz–Scherf defiende, por ejemplo, a semejanza
de Frigga Haug, una reducción de la jornada laboral que debe-
ría incorporar al mismo tiempo el “derecho al trabajo”, pero
también –y aquí se distancia de Haug– “el derecho a no traba-
jar”. Una crítica radical de la sociedad del trabajo y de su inter-
nalización no tiene lugar en estos proyectos que no van más
allá de una perspectiva feminista–sindical. Y eso en un tiempo
en que la política sindical a favor de una reducción de la jor-
nada laboral prácticamente ha desaparecido del mapa. Kurz–
Scherf se entrega incluso a la paradoja de una [sic]92. En este
contexto, ella sueña con la mala utopía de una “unificación de
las posibilidades de trabajo y de vida de hombres y mujeres”, con
la “compatibilidad de formas elementales de vida” (y da como
único ejemplo: familia y trabajo), y con la ampliación y mejora
de las posibilidades de participación de la gente en la política,
cultura y otros ámbitos93. Queda por remarcar que Kurz-Scherf
extiende también el concepto del trabajo a las actividades fe-
meninas de reproducción.

De un reduccionismo similar es la argumentación de Anneliese


Braun que abre –al contrario que el programa de Mies, Ben-
nholdt–Thomsen y otras– la vieja oposición entre el “imperio
de la libertad” y el “imperio de la necesidad”, una oposición
que tiene desde siempre la ontología del trabajo como funda-
mento. En este contexto, Braun reclama también “espacios de
libertad” para las mujeres94. Y todo eso ocurre otra vez en el
Frauenforschung”, en Knapp, Gudrun-Axeli / Wetterer, Angelika (Ed.) (1992) Tra-
ditionen Brüche. Freiburg i.Br.: Entwicklungen feministischer Theorie.
92 – Falta un fragmento en la traducción que quita sentido a la frase. [N. del E.]
93 – Kurz–Scherf, Ingrid: “Es gibt nur zwei Freiheiten Plädoyer für eine konse-
quente Politik der Arbeitszeitverkürzung”, en Negt, Oskar (Ed.) (1994): Die zweite
Gesellschaftsreform. Göttingen: 27 Plädoyers. P. 60 y siguientes.
94 –Braun, Anneliese: “Überlebensstrategien zwischen Barfußökonomie und
Frauenemanzipation”, en “Das Argument. Zeitschrift für Philosophie und
Sozialwissenschaften”, N° 226, 1998, P. 497 y siguientes.
104 * El Patriarcado...

contexto problemático de un proyecto de la economía de sub-


sistencia95. Mi crítica no apunta de ninguna manera a buscar con
la sutileza de un detective en todos los textos la palabra (no tan
inocente) “trabajo” para luego machacarlos. Bien al contrario.
Pienso que es importante mostrar como planteamientos que
en principio no se quieren someter a la presión real de la máxi-
ma capitalista del trabajo, quedan pendientes de él y ponen en
entredicho así su propia intención emancipatoria.

En total hay que insistir en la necesidad de buscar urgentemen-


te una alternativa más allá de la forma de la separación del valor
y, por consiguiente, más allá de la sociedad del trabajo/“traba-
jo” doméstico. Hace falta un movimiento social que contrarres-
te la ideología dominante del rendimiento y que desarrolle un
imaginario de la “buena vida”. Mientras no exista tal movimien-
to, por lo menos la reflexión crítica (aparte de algunos proyec-
tos prácticos, necesariamente limitados) nos da la posibilidad
de ir más allá de la situación existente de la sociedad del doble
trabajo forzado; una posibilidad que el feminismo académico
con su fijación en ilusorias perspectivas inmanentes al sistema
desgraciadamente está perdiendo.

95 – Véase: Braun, Anneliese, op. cit.


Roswitha Scholz * 105

ESCISIÓN DEL VALOR, GÉNERO Y


CRISIS DEL CAPITALISMO
Entrevista con Roswitha Scholz96

 96 – Entrevista realizada por Clara Navarro Ruiz, publicada en “Constelaciones.


Revista de Teoría Crítica”, N°8 / 9 (2016-2017). Traducción del alemán de Jordi
Maiso. [N. del E.]
106 * El Patriarcado...
Roswitha Scholz * 107

En primer lugar, nos gustaría hacer llegar al público iberoame-


ricano algunos datos sobre su trayectoria. ¿Qué experiencias
marcaron su formación? ¿En qué contexto social tuvo lugar su
proceso de politización? ¿Qué contenidos y autores teóricos
desempeñaron un papel en todo ello? ¿Cómo llegó al Grupo
Krisis? ¿Qué significado tuvo para usted la posterior separa-
ción de este grupo y la formación de EXIT!, donde sigue desa-
rrollando su teoría de la crítica de la escisión del valor?

Leí mucho desde la adolescencia. En los años setenta el espí-


ritu de la época estaba a la izquierda y me dejé contagiar por
ello. De joven leí muchos textos existencialistas. Sobre todo,
novelas y obras de teatro de Sartre, pero también de Camus.
También El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Otros autores
fueron por ejemplo Erich Fromm, Bertrand Russell, así como
literatura psicoanalítica de Freud, Adler, Jung o Wilhelm Reich.
Si por entonces llegué a entenderlo todo es otra cuestión. Ade-
más, leí también textos feministas de Alice Schwarzer, Carla
Lonzi, Sulamit Firestone, Klaus Theweleit y otros, pero también
textos sobre antipsiquiatría (Basaglia, Szasz, Laing y muchos
otros). También leí una introducción al marxismo de algún je-
suita polaco, cuyo nombre ya no recuerdo. Pero en principio
identificaba a Marx con el marxismo de los países del Este y
con los “K–Gruppen”97, y todo eso me resultaba enormemente
sospechoso. Mi posición me situaba sin duda en la izquierda
antiautoritaria.

97 – Se denominaban K-Gruppen [Grupos K] a agrupaciones y a pequeños parti-


dos surgidos del proceso de descomposición de la Federación Socialista Alemana
de Estudiantes [Sozialistischer Deutscher Studentenbund (SDS)] y del movimien-
to estudiantil en general de los años 1960. Su orientación mayoritaria era maoísta.
Jugaron un cierto papel dentro de la Nueva Izquierda en la primera mitad de los
setenta. [N. del T.]
108 * El Patriarcado...

A los 17 años estaba ya en un Centro de mujeres, pero allí era


una figura completamente marginal y no me atrevía a decir gran
cosa. Entonces preparé el acceso a la universidad para mayores
y durante un par de años me concentré en eso. Antes había
hecho una formación profesional como asistenta de farmacia,
y durante un par de años trabajé en una empresa de venta al
por mayor de productos farmacéuticos. Vengo de una familia
de clase baja. Durante mis estudios de pedagogía social asistí
a seminarios sobre la Escuela de Frankfurt. ¡Eso era algo muy
distinto del marxismo del “socialismo realmente existente” y
de los “K–Gruppen!” Enseguida me di cuenta de que tenía que
saber más de Marx para poder entender esos textos, y así fue
como llegué a la “Initiative Marxistische Kritik” (Iniciativa crítica
marxista), que ofrecía un curso sobre Marx, y allí Robert Kurz
era una figura central. Entre tanto la izquierda espontaneísta
que había surgido de la oposición extraparlamentaria de finales
de los sesenta comenzó a parecerme también problemática,
pues no podía cumplir sus propias pretensiones: por ejemplo,
todo debía ser anti–jerárquico y pro–social, pero de facto había
un montón de estructuras informales de corte autoritario; se
propagaba el amor libre, pero en realidad se trataba a los de-
más como mercancías en el mercado de relaciones amorosas.
La promesa de emancipación aquí y ahora era mentira. Quien
no encajaba en el ambiente de izquierdas (por su forma de ha-
blar, vestir, etc.) quedaba de hecho excluido. Había una doble
moral. Estas experiencias no solo me hicieron tomar distancia
de una “falsa inmediatez”, sino que algunos profesores y pro-
fesoras me hicieron ver que la teoría de izquierdas es necesaria,
y no solo es una palabrería inútil que no sirve para la praxis.

Ocuparme de Marx y de la teoría crítica me ayudó a compren-


der lo problemático que es el existencialismo. El modo en que
La ideología alemana se refiere al “individuo abstracto” me
resultó, por ejemplo, enormemente clarificador. El existencia-
lismo da por supuesto este individuo sin ninguna fundamenta-
ción. Más tarde, cuando llegué a la universidad (estudié sobre
Roswitha Scholz * 109

todo sociología, pedagogía y filosofía, pero hice algunos semi-


narios en otras disciplinas de la Facultad de Filosofía), intenté
averiguar qué teorías no marxistas podían ser útiles para el
feminismo. El feminismo era una cuestión que me interesaba
desde la adolescencia. La crítica del valor de entonces, dicho
suavemente, no era especialmente receptiva hacia el feminis-
mo. En la universidad asistí a distintos seminarios sobre interac-
cionismo simbólico y fenomenología. Pero en último término
llegué a la conclusión de que la Dialéctica de la Ilustración, con
su incorporación del psicoanálisis, es una obra clave con la que
la teoría feminista debe enlazar en clave crítica.

En la formación del Grupo Krisis estuve implicada en lo que


se refiere a las disputas sobre el feminismo, pero también en
cuestiones vinculadas con el sujeto y la ideología. Por así decir,
como una outsider. Iba con ellos al bar, pero no estaba inserta
en el marco de trabajo dentro del Grupo Krisis. Había forma-
do un grupo de outsiders que sin embargo no avanzó hacia la
crítica de la escisión del valor, sino que se movió en el cosmos
dualista de crítica del patriarcado–crítica del capitalismo. En
este grupo nos ocupamos de la historia del movimiento de las
mujeres y de textos de teoría feminista.

En los primeros años de convivencia con Robert Kurz tuvimos


fuertes disputas sobre el feminismo. Para mi perplejidad cuan-
do le presenté la tesis de “el valor es el hombre” le convenció
totalmente. A partir de ese momento, en tanto que Master-
mind del Grupo Krisis, que estaba compuesto exclusivamente
por hombres, intentó defender esta idea, lo que para su sor-
presa –y a diferencia de otras innovaciones– no logró del todo.
Hubo fuertes discusiones y resistencias. La crítica de la escisión
del valor había de ser únicamente un aspecto de la crítica del
valor, no su fundamento básico entendido de forma dialéctica,
de modo que ni el valor ni la escisión pudieran ser considerados
el origen o derivarse uno del otro, sino que la escisión había
de estar categorialmente subordinada al valor. Eso no cambió
hasta la ruptura del Grupo Krisis.
110 * El Patriarcado...

A mediados de los 90 comencé a elaborar más intensamente


la teoría de la escisión del valor. Estaba prácticamente sola en
este empeño. Por una parte, estaban los marxistas y críticos
del valor androcéntricos (Robert Kurz estaba por entonces
ocupado con un sinfín de sus propias publicaciones, por otra
parte, no conocía apenas los planteamientos teóricos que, des-
de un punto de vista feminista, eran importantes para la críti-
ca de la escisión del valor). Por otra parte, en este momento
no había apenas planteamientos marxistas en el feminismo: la
teoría feminista se orientaba ante todo al deconstruccionismo
al estilo de Judith Butler; las estructuras objetivas apenas eran
objeto de discusión. En nuestro grupo de trabajo que discutía
problemas más allá de la teoría del valor me presionaban para
que tomara en consideración los planteamientos de la teoría
queer. De modo que no me quedaba más que trabajar a solas
entre mis cuatro paredes. Como mujer una necesita una cierta
estabilidad para poder llevar a término “sus asuntos” cuando
hay fuertes resistencias desde fuera. Creo que en ese sentido
había interiorizado una actitud que venía de mi confrontación
con el existencialismo.

Ya he dicho que había una tensión entre la crítica de la escisión


del valor y la crítica del valor del Grupo Krisis. Pero las diferen-
cias no se basaban solo en el contenido, sino que la atmósfera
general en el Grupo Krisis –como en muchos grupos de izquier-
da– estaba marcada por un comportamiento sexista. Esto llegó
hasta el punto que un hombre del Grupo Krisis me dio una bo-
fetada tras una diferencia de opiniones. Me quedé completa-
mente perpleja; no había pensado que se pudiera llegar a algo
así. Sin embargo, le quité importancia, como si hubiera sido un
desliz. Si no me defendí entonces con más vehemencia fue por-
que tenía miedo de que el grupo entero se descompusiera, ¿y
dónde iba a publicar entonces? A comienzos de los 2000 se in-
tentó excluir a una mujer de la redacción (la única que, además
de mí, formaba parte del núcleo del Grupo Krisis, aunque no
tanto como teórica, sino más bien como miembro de la redac-
Roswitha Scholz * 111

ción) porque había rechazado a un hombre de Krisis que había


intentado ligar con ella. Después de que ella le hubiera dado
calabazas no podía soportarla en el grupo, porque no se sen-
tía reconocido. Eso dividió al grupo. Una parte se sumó, otra
no. A eso se añadió que Robert Kurz había escrito una serie de
libros y textos desde comienzos de los años noventa. Si hasta
ese momento había sido el motor del Grupo Krisis, e incluso se
le había exigido ser en cierto modo el “líder máximo”, ahora
esto se le echaba en cara. Resumiendo, se trató –de acuerdo
con el cliché– de un asesinato del padre en el clan de los varo-
nes. Al mismo tiempo –y también conforme con los clichés– se
me reprochó a mí que había roto el Grupo Krisis. Y en efecto me
había rebelado en distintos sentidos y perturbado así la paz del
clan de varones.

Desde la fundación de EXIT la crítica de la escisión del valor se


tomó más en serio y pasó a formar parte de la autoconcep-
ción del propio grupo; sin embargo, hay una tendencia, espe-
cialmente cuando llega gente nueva –y se trata sobre todo de
hombres– a tratar la crítica de la escisión como una contradic-
ción secundaria. Pero con el tiempo nos hemos vuelto más exi-
gentes. Si alguien no reconoce desde el principio la escisión del
valor como el fundamento básico, no se le acepta en la redac-
ción. En los números de la revista “EXIT!” aceptamos artículos
cuyo contenido no siempre se ajusta estrictamente a los crite-
rios de la “escisión del valor” siempre que contengan temas o
ideas de interés para ésta. Sin embargo, en general la crítica de
la escisión del valor es para nosotros el marco de referencia.
Hace tiempo que hemos logrado también una clarificación en
lo que respecta al llamado vínculo entre teoría y praxis. Este
fue también un punto importante en la escisión del Grupo Kri-
sis: para ellos la crítica del valor debía volverse más práctica y
enganchar con la gente en las posiciones en las que estuviera.
En EXIT tenemos claro que somos un grupo teórico que consi-
dera la teoría como su propio campo de praxis social, que no
puede aplicarse de forma plana e inmediata al nivel político. De
112 * El Patriarcado...

ningún modo estamos en contra del compromiso práctico con


la crítica social, todo lo contrario –por ejemplo, en la lucha con-
tra tendencias neofascistas–, pero semejante compromiso no
puede contraponerse a una necesaria constitución teórica en
otro nivel.

En el contexto español no es fácil encontrar grupos teórica-


mente tan potentes como EXIT! fuera del ámbito académico.
¿Cómo definiría ese contexto teórico de un grupo como EXIT!,
que sale adelante sin el soporte de un movimiento social, sin
una fundación vinculada a un partido, fuera de la universidad?
Esto tiene que ver con el lugar de la teoría, pero también con
su capacidad de influir y transformar la realidad existente.

Es cierto que hay pocos grupos teóricos que no tengan de al-


guna manera un apoyo institucional, especialmente hoy en día.
En los años ochenta, cuando estudié, las cosas no eran del todo
así. Aún se respiraba el espíritu del 68. La teoría marxista co-
menzó a establecerse en las universidades en los años setenta
y por un tiempo mantuvo cierto aroma a oposición extraparla-
mentaria. En la primera mitad de los ochenta –a diferencia de lo
que ocurre hoy– pasar a formar parte del establishment aún es-
taba mal visto. No puede ser que la teoría crítica de la sociedad
quede restringida a un ámbito de funcionamiento académico
cosificado, con sus imposiciones de método y de contenido,
vinculada a ambiciones de carrera en condiciones de vida pre-
caria que favorecen el conformismo.

No es fácil mantenerse como un proyecto teórico de izquierda


con un perfil propio, y eso no sólo se debe a los problemas eco-
nómicos (nos financiamos gracias a donaciones privadas), sino
que hay gente que reclama una y otra vez una referencia a la
praxis en la crítica de la escisión del valor. Eso es un problema
estructural cuando un grupo teórico no está vinculado a la uni-
versidad, lo cual legitimaría automáticamente la referencia a la
teoría. La mayoría de personas interesadas por cuestiones teó-
Roswitha Scholz * 113

ricas en ámbitos de izquierda tienen algún tipo de vínculo con


la universidad o quieren entrar en la universidad. Por una parte,
nos enfrentamos a eso, por otra, a la exigencia de no hacer solo
teoría y pasar a la praxis. Para poder mantener la pretensión
de una teoría no universitaria hacen falta nervios fuertes y una
cierta firmeza. Este fue siempre también el punto de vista de la
vieja “Teoría Crítica”, que cuando no hay más remedio hay que
tener el valor de salir de los muros de la ciudad. En este sentido
creo que es muy importante la producción teórica fuera de la
institución. Precisamente porque hoy parece evidente que hay
que buscar alternativas al capitalismo, resulta imprescindible la
distancia teórica y fijar categorialmente la propia posición para
no recaer en pseudo–conceptos que no favorecen el proceso
de transformación social, sino que más bien lo inhiben.

Sobre todo, desde el hundimiento del bloque del Este, la teo-


ría marxista y feminista se ha vuelto dócil. Espero que en el fu-
turo surjan movimientos de intelectuales de izquierda que se
opongan a los lechos de Procusto en la universidad y las insti-
tuciones a los que hay que adaptarse cuando uno quiere obte-
ner una posición: movimientos que se atrevan a nadar contra
corriente. Por lo general en la universidad no hay verdaderas
posibilidades de influencia o de transformación, sino que se im-
pone la adaptación y uno o una se convierte en un “batracio”
(Horkheimer/Adorno) por modo de autoconservación. Eso no
significa que no se pueda aceptar financiación ajena o que no
deba participar en actos del establishment de izquierda, sino
que no hay que hacerlo a cualquier precio. También puede que
haya nichos en el ámbito académico en los que sean posibles
otras cosas; pero no es lo más común. En ese caso, habría que
partir de esos nichos y crear disenso en la universidad.

Nos gustaría que nos contara algo de su trabajo en común con


Robert Kurz. ¿De qué manera se han influido y enriquecido
mutuamente? ¿Cómo afrontaron sus diferencias y cómo las
fueron resolviendo?
114 * El Patriarcado...

Por lo que se refiere al trabajo en común con Robert Kurz, es


muy sencillo. Nunca nos sentamos con un horario o un orden
del día para discutir de forma estructurada y planificada; sim-
plemente lo hacíamos. Entre nosotros no había una biparti-
ción: por un lado, la vida y por otro los proyectos teóricos y
el trabajo conjunto. A veces la corrección recíproca de textos
era bastante conflictiva, pero nos lo tomábamos con humor y
lo llamábamos “berrear en el ordenador”. Lo que no es cierto
es que Robert Kurz y yo hayamos escrito varios libros juntos,
como puede leerse en mi entrada en Wikipedia. Escribíamos
nuestros textos por separado y luego llegaba el “berrear en el
ordenador”. Por las noches hablábamos relajadamente sobre
distintos temas tomando un vino, y de este modo nos influía-
mos recíprocamente –también a través de las controversias–.
Teníamos distintos ámbitos de especialización. Básicamente
los temas de Robert Kurz eran la economía y la política y los
míos feminismo, “raza”, clase, género y “sujeto”. A menudo
nuestra vida era escrutada críticamente –también en el contex-
to de Krisis–. No teníamos hijos, y eso es algo en cierto modo
poco natural, y además el pobre Robert Kurz tenía que discu-
tir continuamente con su mujer, ¡ni siquiera en su vida privada
podía descansar! El hecho de que el trabajo teórico no sea solo
fatiga y tormento, sino que –como también en Marx, pese a sus
muchos hijos– pueda ser una pasión, es algo que cierta gente
no puede entender, sobre todo cuando las mujeres también
tienen esta perspectiva.

Por supuesto que había diferencias de contenido entre Robert


Kurz y yo. Al principio de nuestra relación las fricciones se da-
ban sobre todo en materia de feminismo, sujeto e ideología.
Un tema controvertido a principios de los noventa era cómo
interpretar el racismo y el antisemitismo, que por entonces ha-
cían estragos.

Robert Kurz tendía a decir que había que entenderlos en el pro-


ceso de descomposición del capitalismo; yo, por el contrario,
Roswitha Scholz * 115

creía que había que interpretar estas tendencias en el contexto


específico de cada país; es decir, que, por lo que se refiere a
Alemania, había que tomar en consideración el nazismo y el Ho-
locausto. Escribí un artículo en Krisis sobre el tema, “Las meta-
morfosis del Yuppie teutónico”, en el que criticaba algunas po-
siciones de Krisis. Mientras que Kurz apreció ese texto, y más
tarde –por ejemplo, en Schwarzbuch Kapitalismus– reconoció
la especificidad de Alemania en el proceso de modernización
a propósito del Holocausto, en el resto del Grupo Krisis suscitó
fuertes resistencias –aunque hoy la página web de Krisis está
llena de textos que critican precisamente el antisemitismo es-
tructural que entonces discutían vehementemente–. No hay
constancia escrita de esas disputas, pero esas discusiones no
se mencionan en ningún momento, y parecería como si siem-
pre hubieran defendido esas posiciones.

Otro ámbito de conflicto en mi relación con Robert Kurz fue la


confrontación con los llamados anti–alemanes [Antideutschen]
en la primera mitad de la década del 2000. Kurz estaba muy
indignado por su actitud belicista y rompió con todas las revis-
tas con las que había publicado hasta ese momento. En esos
años escribió todo un libro sobre los anti–alemanes98; en mi
opinión eso no era necesario: hubiera bastado con dos o tres
artículos fundamentales. Hoy entiendo algo mejor su irritación.
La Guerra de Irak no ha servido de nada, ni siquiera desde una
perspectiva inmanente al sistema. Ha costado muchas vidas, y
se basaba en datos falsos referidos a las armas de destrucción
masiva, como el propio Colin Powell admitiría posteriormente.
Además, estos ataques prepararon el terreno para el Estado is-
lámico, como ha subrayado ampliamente la prensa. Pese a todo
creo que una confrontación tan minuciosa con los “anti–alema-
nes” no era necesaria. Hubieran bastado un par de textos para
que no le tomaran por uno de ellos –ya que también ellos se
98 – Se trata del libro La ideología anti–alemana, publicado en 2003 (Robert Kurz
(2003) Die antideutsche Ideologie: von Antifaschismus zum Krisenimperialismus.
Kritik des neuesten linksdeutschen Sektenwesens in seinen theoretischen Propheten.
Berlin: Unrast). [N. del T.]
116 * El Patriarcado...

basan en la crítica del valor, si bien no desde las posiciones de


la crítica de la escisión del valor–.

Otra diferencia entre Kurz y yo remitía a la cuestión de si puede


considerarse que las sociedades pre–modernas son sociedades
fetichistas o si el fetichismo está restringido a las sociedades
modernas. Kurz defendía la primera posición, yo la segunda.
Tampoco estoy segura de que las armas de fuego tuvieran un
papel tan fundamental en el proceso de constitución del pa-
triarcado capitalista como el que les atribuye Kurz. Hubo tam-
bién otras diferencias, que no puedo describir aquí en detalle.
En nuestra convivencia estas diferencias eran una realidad: las
cosas estaban así. Pero podíamos vivir con ello, no era algo tan
dramático que pudiera desarrollar una fuerza centrífuga. En
una ocasión Robert Kurz me dijo que no podía estar con una
monárquica bávara, y los dos rompimos a reír.

Con todo, en general éramos de la misma cuerda. Kurz era, jun-


to a la “Teoría Crítica” de Adorno, el segundo pilar de la crítica
de la escisión del valor. La crítica de la escisión del valor tampo-
co hubiera existido si Kurz no la hubiera apoyado como líder del
grupo Krisis –frente a todas las resistencias en este contexto–.
En último término eso fue un motivo más de la ruptura de Kri-
sis, también en la praxis inmediata del clan de varones críticos
del valor que se oponían a su contenido. Por lo demás había
que reconocer que Kurz había pronosticado correctamente la
desolada situación de crisis mundial que vivimos. En la actua-
lidad se habla mucho del fin del capitalismo, y sin embargo a
Kurz hasta hace no mucho tiempo se le consideraba un loco o
alguien a quien no había que tomar en serio.

El planteamiento de la crítica de la escisión del valor partía de


la incompletud de la crítica del valor. Por decirlo de manera
sencilla (y obviando las críticas particulares del grupo EXIT),
ésta se centraba únicamente en la crítica de la noción de traba-
jo como relación social y concepto central de la sociedad pro-
Roswitha Scholz * 117

ductora de mercancías. El capitalismo ha de entenderse como


una civilización, y al mismo tiempo entender su carácter parti-
cular e histórico. Esto implica ya una importante corrección de
la visión del marxismo tradicional, centrado en la categoría de
plusvalor y sus problemas de distribución y apropiación. Por
su parte, usted defiende que la imposición de la dinámica del
valor conlleva necesariamente la “escisión” de los trabajos de
reproducción y lo “femenino”, tradicionalmente asociados a
los mismos. ¿Podría explicar los elementos fundamentales de
esta tesis y su desarrollo?

Parto de que lo que constituye la totalidad no es sólo el valor


en cuanto sujeto automático, sino que asimismo hay que tener
en cuenta el “detalle” de que en el capitalismo también tienen
lugar actividades reproductivas que realizan sobre todo las
mujeres. En este sentido la “escisión del valor” sostiene que
las actividades reproductivas, pero también los sentimientos,
propiedades y actitudes asociadas a ellas (sensualidad, emo-
cionalidad, cuidado, etc.), determinadas en lo fundamental
como femeninas, están escindidas del valor/plusvalor. Las acti-
vidades reproductivas que el capitalismo delega en las mujeres
tienen por tanto un carácter distinto al del trabajo abstracto, y
por eso no pueden subsumirse sin más bajo este concepto; se
trata de una dimensión de la sociedad capitalista que no puede
comprenderse desde el sistema conceptual marxiano. Esta di-
mensión forma parte de la misma realidad social que el valor/
plusvalor, le pertenece necesariamente, pero por otra parte
está fuera de su ámbito y es por ello un presupuesto del mis-
mo. (Plus)Valor y escisión están en una relación dialéctica entre
sí. El uno no puede derivarse del otro, sino que cada uno surge
del otro. En esta medida la escisión del valor puede entenderse
como una meta–lógica que abarca las categorías de la esfera
económica.

Pero las categorías de la economía tampoco son suficientes en


otro sentido: la escisión del valor debe entenderse como una
118 * El Patriarcado...

determinada relación socio–psíquica. Ciertas propiedades in-


fravaloradas (sensualidad, emocionalidad, debilidad de carác-
ter, etc.) se escinden del sujeto masculino y se proyectan a la
mujer. Semejantes atribuciones de género marcan de forma
decisiva el orden simbólico del patriarcado capitalista. A la hora
de analizar la relación de género en el capitalismo, se trata de ir
más allá del momento de la reproducción material para tomar
en consideración tanto la dimensión psicológico–social como la
cultural y simbólica. Pues es en estos niveles donde el patriar-
cado capitalista se revela una totalidad social. Sin embargo, lo
decisivo en la escisión del valor, entendida como contexto so-
cial fundamental, es que no se trata de una estructura estática
como en algunos modelos estructurales de la sociología, sino
de un proceso.

En este sentido, desde el punto de vista de la teoría de la crisis,


hay que partir de que la ley que en último término lleva a las cri-
sis de reproducción y a la descomposición y el hundimiento del
capitalismo es una contradicción entre la materia (los produc-
tos) y la forma (el valor). Dicho de forma esquemática, la masa
de valor de cada producto individual es cada vez menor. La con-
secuencia es una enorme cantidad de productos mientras que
la masa de valor a nivel total mengua. Lo decisivo en este senti-
do es el desarrollo de las fuerzas productivas, que está relacio-
nado con la formación y la aplicación de las ciencias. Frente a
lo que ocurría en la era fordista, cuando la producción de valor
relativo se compensaba con la necesidad adicional de fuerza de
trabajo para obtener plusvalor, con la revolución microelectró-
nica (que hoy culmina en la “industria cultural 4.0”) el trabajo
abstracto se vuelve obsoleto. Entramos en una fase de desva-
lorización del valor y de colapso de la relación de (plus)valor, si
bien Robert Kurz ya escribió en 1986 que este colapso no ha de
entenderse como algo que ocurra en un único acto –incluso si
cobra expresión en sacudidas repentinas, con quiebras banca-
rias o ruinas masivas–, sino como un proceso histórico: Como
una época que quizá pueda durar varias décadas, en las que la
Roswitha Scholz * 119

economía capitalista mundial no logrará salir del remolino de la


crisis, los procesos de desvalorización y el creciente desempleo
de masas. Hace ya tiempo que está claro que la imposibilidad
de lograr réditos mediante la obtención de plusvalor no solo ha
producido una tendencia a la economía especulativa, sino que
la dinámica asociada a ella ha llevado a un proceso de desmoro-
namiento del capitalismo.

Sin embargo, esta estructura y esta dinámica debe modificar-


se para poder entenderla desde la perspectiva de la crítica de
la escisión del valor. La escisión no es una magnitud estática
frente a la lógica del valor, que representaría el momento diná-
mico, sino que la escisión misma se antepone dialécticamente
a esa dinámica y posibilita la contradicción en proceso; de ahí
que el punto de partida tenga que ser una lógica de escisión
del valor en proceso. La escisión está totalmente implicada en
la eliminación del trabajo vivo. Y ella misma se transforma en
este proceso.

Tanto en las ciencias naturales –cuya aplicación en el proceso


productivo permite el desarrollo de las fuerzas productivas en
el capitalismo– como en la formación de la ergonomía –que as-
pira a la optimización de la eficiencia y a la organización racio-
nal del proceso productivo (paradigmáticamente en el taylo-
rismo)– el requisito psicosocial de su existencia fue la escisión
de lo femenino y las subsiguientes imágenes de la mujer, que
también cobran expresión a nivel cultural y simbólico (las mu-
jeres son menos racionales, menos dotadas que los hombres
para las matemáticas y las ciencias naturales, etc.). Pero la esci-
sión de lo femenino no se revela solo en los discursos sobre las
ciencias naturales, la filosofía, la teología, etc., desde la moder-
nidad, sino que se materializó más bien durante la fase fordista,
dado que, en este momento, en el prototipo de célula familiar,
el hombre pasaba a ser el sostén de la familia y la mujer ama
de casa. Cuanto más se objetivaban las relaciones sociales, más
se imponía una dicotomía de género jerárquica en la realidad.
120 * El Patriarcado...

La escisión de lo femenino se convertía en presupuesto del de-


sarrollo de las fuerzas productivas que fundaba el patriarcado
capitalista con su “contradicción en proceso” y, como tal, po-
nía en marcha ese desarrollo como una condición decisiva para
la producción de plusvalor relativo, de modo que la disparidad
entre riqueza material y fuerza valor se hacía cada vez mayor.
Desde un punto de vista histórico procesual, la objetivación y
la constitución de relaciones de género jerárquicas se condi-
cionan mutuamente, no están en contraposición. Esta escisión
de lo femenino como presupuesto del desarrollo de las fuerzas
productivas llevó en último término a la revolución microelec-
trónica, que no solo llevó al absurdo el trabajo abstracto, sino
también los patrones de género de la modernidad clásica y el
rol del ama de casa.

La expansión de actividades de reproducción, asistencia y cui-


dado, que antaño formaban parte de la esfera privada y ahora
pasaban a profesionalizarse, es un componente de la crisis des-
de un punto de vista económico, pues había que redistribuir la
masa de plusvalor para poder financiarlo. Pero esta posibilidad
ya no existe desde el trasfondo de la contradicción en proceso
y de un capitalismo que se topa con sus propios límites. Así sur-
ge un déficit de reproducción, por ejemplo, cuando las mujeres
ya no pueden desempeñar esas tareas porque tienen una do-
ble carga, es decir, porque han de ocuparse tanto de la familia
como de su profesión. Las tareas de asistencia y cuidado que se
prestan de forma profesional se topan con límites cualitativos,
porque estas actividades no se pliegan a criterios de eficiencia,
aunque a menudo caen en el ámbito profesional del cuidado
u otros servicios. Hoy en principio las mujeres han de aceptar
trabajos de todo tipo, incluso aquellos que hasta ahora se con-
sideraban masculinos, y al mismo tiempo de facto se siguen
ocupando de las tareas de cuidado en la esfera privada.

De modo que la escisión no ha desaparecido en absoluto, y eso


se revela en que las mujeres tienen ingresos inferiores y menos
Roswitha Scholz * 121

posibilidades de ascenso profesional. En este sentido hay que


subrayar que la escisión del valor no consiste en las esferas es-
cindidas de lo público y lo privado, de modo que las mujeres
quedarían encasilladas en la esfera privada y los hombres en la
esfera pública (política, economía, ciencia, etc.). Más bien la es-
cisión del valor atraviesa todos los niveles y ámbitos de la vida
social, también el de la esfera pública; determina el contexto
fundamental de la sociedad en su conjunto. Esto se revela por
ejemplo en el hecho de que las mujeres a menudo ganan me-
nos que los hombres pese a realizar el mismo trabajo y a que,
en general, están mejor formadas que los hombres.

Por otra parte, cuando el trabajo abstracto se vuelve obsoleto


se produce también una tendencia a que los hombres adopten
rasgos de amas de casa. Se produce también un embruteci-
miento salvaje del patriarcado cuando las tendencias a la crisis
y el empobrecimiento erosionan las instituciones de la familia
y el trabajo asalariado sin que las estructuras y jerarquías pa-
triarcales hayan desaparecido. Hoy las mujeres han de tener
una vida profesional por pura supervivencia. Son también las
mujeres las que, en los slums del llamado tercer mundo, ponen
en marcha grupos de autoayuda y se convierten en adminis-
tradoras de la crisis. Al mismo tiempo en Europa se espera que
lleguen a posiciones de mando en la economía y la política y
que adopten roles de Trümmerfrauen99 cuando en la crisis total
el carro se atasca en el fango.

De modo que la escisión del valor, como estructura social fun-


damental, histórica y dinámica, unida al desarrollo de las fuer-
zas productivas, socava sus propios fundamentos, es decir, las
actividades de asistencia y cuidado que se desarrollan en la es-
fera privada. En este sentido lo central es que las transforma-
ciones –no solo en la relación de género, sino en las relaciones
99 – Trümmerfrauen, literalmente “mujeres de los escombros”, es como se llama-
ba a las mujeres que, después de la Segunda Guerra Mundial, se emplearon en
limpiar las calles de los escombros de los bombardeos y reconstruir las ciudades.
[N. del T.]
122 * El Patriarcado...

sociales en general– deben entenderse a partir de los mecanis-


mos y estructuras de la escisión del valor en su dinámica histó-
rica y procesual, y no derivarse únicamente del “valor”, como
ya se ha señalado.

En definitiva, desde un punto de vista teórico las relaciones je-


rárquicas de género han de analizarse en el periodo histórico
de la modernidad y la postmodernidad. Eso no quiere decir que
estas relaciones no tengan una historia premoderna; sin em-
bargo, en el capitalismo adoptaron una cualidad completamen-
te nueva. Ahora las mujeres se ocupaban fundamentalmente
del ámbito privado, siempre menos valorado, mientras que los
hombres se ocupaban de la esfera de producción capitalista
y de lo público. Esto refuta las perspectivas que ven las rela-
ciones de género patriarcales como un residuo precapitalista.
Pues la familia nuclear tal y como la conocemos, por ejemplo,
no aparece hasta el siglo XVIII, de modo que las esferas pública
y privada que conocemos se constituyen por primera vez en la
modernidad.

La crítica de la escisión del valor no parte simplemente de que


la crítica del valor sea insuficiente, sino que, con ella, ésta alcan-
za un nivel cualitativamente nuevo.

Su teoría de la escisión del valor, además, se ha confrontado


también con los discursos de la diferencia provenientes de la
crítica feminista y muy comentados en los años 80 y 90. Esta
discusión ha tenido importantes consecuencias para la deter-
minación cualitativa de su propia teoría, que se define como
una “dialéctica realista” que conforma una “totalidad frag-
mentada”. ¿Cómo valora la crítica de la escisión dichos dis-
cursos de la diferencia? ¿Cómo los critica y cómo enriquece su
aproximación teórica?
Roswitha Scholz * 123

Para responder a eso tengo que hacer un poco de historia del


feminismo y la teoría feminista en Alemania desde 1968. En un
principio, en los años 70, el objetivo era unir marxismo y femi-
nismo. ¿Cómo puede integrarse teóricamente la represión de
la mujer en el marxismo del movimiento obrero? A comienzos
de los 80 se trataba ante todo de establecer un nexo entre el
capitalismo, la represión de las mujeres, la destrucción de la na-
turaleza y los procesos de colonialización y el Tercer Mundo. En
la segunda mitad de los 80 comenzó el discurso sobre las dife-
rencias entre las mujeres. Los movimientos de mujeres negras,
latinas o lesbianas reprochaban a las feministas blancas que las
cargaban con un cliché y que convertían la posición de la mujer
blanca como ama de casa en presupuesto de su teoría. Este dis-
curso se solapaba con otro que partía de la pluralización de los
modos de vida y las tendencias a la progresiva individualización
en los países occidentales industrializados a partir de las segu-
ridades del Estado social. El punto de partida era que no existía
“la mujer” (ni tampoco el hombre), sino que cada una de ellas
contenía una multiplicidad. Después del derrumbe del bloque
soviético, Marx se convirtió en algo del pasado, también en el
feminismo. Surgió un deconstructivismo al estilo de Judith But-
ler y se convirtió en la teoría dominante dentro del feminismo.
La teoría materialista estaba completamente pasada de moda,
mientras que la teoría culturalista y postestructuralista era lo
más de lo más. Ya no se trataba de la división del trabajo según
el género, sino de cómo el género se construía discursivamen-
te. El género ya no era nada real, nada fijo, sino algo negocia-
ble discursivamente y que en el constructivismo vulgar de la
izquierda parecía poder elegirse libremente. Así cobraron peso
teorías basadas en el relativismo cultural. Las relaciones de gé-
nero variaban de unas culturas a otras, adoptar una perspecti-
va universalista era un tabú. El lenguaje, el discurso y la cultura
se convirtieron en una especie de sustituto de la vieja teoría
materialista de la totalidad.
124 * El Patriarcado...

En lugar de ello, la crítica del valor intentó explicar el colapso


del bloque soviético con categorías marxistas, pero más allá de
los planteamientos del viejo movimiento obrero. Lo hizo po-
niendo en el centro la categoría de valor y leyendo desde ahí a
Marx. Para entonces ya hacía tiempo que me había incorpora-
do a la crítica del valor como feminista –con todas las perpleji-
dades que ya he mencionado–, cuando entre finales de los 80
y comienzos de los 90, al ocuparme de teoría feminista, y entre
otras cosas de la caza de brujas, me vino a la mente la idea de
que “el valor es el hombre”. Y en este contexto me di cuenta
de que era ineludible establecer una relación con la Dialéctica
de la Ilustración. Y es que la teoría de la escisión del valor ofrecía
un modo de entender el nexo que une dominio de la naturale-
za, opresión de la mujer, antisemitismo y racismo. Por lo que se
refiere a las diferencias –no sólo entre las mujeres– la crítica de
Adorno a la lógica de la identidad fue muy clarificadora para mí.
A diferencia de los planteamientos postmodernos y post–es-
tructuralistas, para él no se trataba de hipostasiar la diferencia,
sino de respetar y analizar cada objeto único y particular. Ha-
bía que mediar eso con la teoría de la escisión del valor. No se
trataba de que el movimiento feminista de los años setenta y
ochenta hubiera sido completamente ciego frente a otras for-
mas de desigualdad, como las de “raza”/etnia o las de clase, ni
de que se hubiera ocupado únicamente de la emancipación de
la mujer, como se afirmaba a menudo en los años noventa. Lo
que ocurre es que entonces no se hipostasiaban las diferencias
desde el trasfondo de perspectivas culturalistas y post–estruc-
turalistas. Esta perspectiva, que era ante todo un relativismo
cultural, tenía como consecuencia que las características comu-
nes de la represión de las mujeres ya no se podían tematizar. De
modo que no he tomado el pensamiento de las diferencias de
un feminismo post–estructuralista, sino que dicho pensamien-
to ya estaba ahí antes. Al mismo tiempo creo que en la teoría
marxista la cultura y el orden simbólico tampoco han recibido
atención que merecían. No habría que negar abstractamente
este nivel, sino incorporarlo a la crítica de la escisión del valor
Roswitha Scholz * 125

en tanto que negación determinada, como algo separado y al


mismo tiempo vinculado con ella, del mismo modo que el plano
psicoanalítico.

De los distintos autores que conforman el grupo EXIT!, usted


es sin duda quien más ha puesto de manifiesto las conexiones
entre la crítica de la escisión del valor y la teoría crítica clási-
ca de la primera generación de Frankfurt. La figura de Th. W.
Adorno tiene especial importancia para su pensamiento, tal y
como muestran algunos de sus escritos (Die Bedeutung Ador-
nos für den Feminismus heute, Die Theorie der geschlechtlichen
Abspaltung und die Kritische Theorie Adornos, Gesellschaftliche
Form und konkrete Totalität). Reivindica su importancia para
el feminismo en general y para la propia crítica de la escisión
del valor en particular. ¿En qué sentido es recuperable la figu-
ra de Adorno?

Adorno no se alineó con el marxismo del movimiento obrero y


no fue un socialista del bloque soviético. El punto neurálgico de
su teoría no era la lucha de clases, sino más bien la alienación,
la cosificación y el fetichismo que penetraban la sociedad hasta
lo más recóndito, si bien la economía sólo tenía un lugar margi-
nal en su pensamiento. Pero habría que retomar su crítica del
fetichismo desde un punto de vista económico, sin adoptar su
recurso primitivo al “intercambio” como forma fundamental
del capitalismo. Más bien habría que considerar que el núcleo
de la socialización capitalista–patriarcal son la contradicción
en proceso y el trabajo abstracto/actividad de cuidado, como
apunta la teoría de la escisión del (plus)valor. Al distanciarse
de Hegel, Adorno se percató ya de que el todo es lo no verda-
dero, y de este modo abogaba por una totalidad fragmentada
que debía hacer saltar el hermetismo. Lo que hoy tenemos es
de hecho una totalidad fragmentada. Pero, por otra parte, el
final de la postmodernidad revela que esto no tiene por qué
llevar necesariamente a la emancipación, sino que puede pro-
ducir confrontaciones de guerra (civil). Si las diferencias flotan
126 * El Patriarcado...

libremente, como ha señalado el postestructuralismo, esto –


sumado a los procesos materiales de pauperización en la era
del “colapso de la modernización” (Robert Kurz)– llevará a la
barbarie. Sin embargo, lo que le interesaba a Adorno no eran
las diferencias en y para sí, en abstracto, sino que demanda-
ba la no identidad desde el trasfondo de un capitalismo total
que cosifica el pensamiento. El pensamiento positivista de la
diferencia en la postmodernidad ofrece un reflejo invertido de
un pensamiento clásico de la modernidad basado en la identifi-
cación y la clasificación. En este sentido habría que reclamar el
reconocimiento de lo no–idéntico como presupuesto de otro
modelo social, pero sin dejarlo en un nivel puramente abstrac-
to, y esto significa que no se puede reconocer cualquier dife-
rencia por bárbara que sea, pero que lo idéntico o lo propio
tampoco puede convertirse en patrón de medida. En este sen-
tido un Adorno actualizado sería hoy enormemente fecundo.
En cambio, el recurso a Lenin y al marxismo del movimiento
obrero –tal y como reaparece hoy– no es más que un inten-
to desesperado de rescatar viejos modelos enterrados desde
hace tiempo.

Por otra parte, ha tenido que marcar distancias respecto al


pensamiento de Adorno, particularmente, en lo que respecta
a una confusión entre la lógica de lo “no–idéntico” en Adorno
y su propia noción de lo “escindido”. ¿En que se concreta esta
diferencia?

Adorno ha desarrollado su crítica de la lógica de la identidad


a partir del intercambio. Pero lo decisivo no es sólo que el ter-
cer elemento en común –prescindiendo de todas las cualida-
des– sea el tiempo de trabajo socialmente necesario, el trabajo
abstracto que en cierto modo subyace a la forma de equiva-
lente del dinero, sino que éste por su parte necesita excluir lo
connotado como femenino y considerarlo como algo de menos
valor: es decir, el “trabajo doméstico”, lo sensorial, lo emocio-
nal, lo no–unívoco, aquello que no puede captarse claramente
Roswitha Scholz * 127

con medios científicos. Sin embargo, entonces la escisión de


lo femenino no coincide en absoluto con lo no–idéntico en
Adorno. Pues precisamente el propio objeto “particular” de la
relación de género, que además es también una relación so-
cial fundamental, necesitaría un “concepto” a un nivel teórico
fundamental; pues esta relación y “lo femenino” se consideran
un ámbito oscuro, que existe por así decir en contraposición
dualista frente a lo conceptual. Sería absurdo afirmar que la mi-
tad de la humanidad sería no–idéntica, a pesar de que el pensa-
miento de lo no idéntico surge de esta estructura fundamental.
De modo que la crítica de la escisión del valor concibe la lógica
de la identidad como contexto fundamental que constituye las
relaciones sociales, y no sólo el intercambio y el valor. La esci-
sión, por tanto, no es lo no–idéntico. Pero es el presupuesto
para que un pensamiento formal y positivista pueda constituir-
se en modelo dominante en la ciencia y la política, que prescin-
de de las cualidades particulares de los objetos concretos y de
sus correspondientes diferencias, contradicciones, rupturas,
etc. Sin embargo, lo decisivo es partir de una comprensión de
la “contradicción en proceso” modificada desde los paráme-
tros de la teoría de la escisión del valor, que en último término
llevan a que el trabajo abstracto quede obsoleto, pero también
las actividades domésticas en sentido moderno. Solo se puede
hablar de trabajo abstracto cuando el capital ha comenzado a
procesar sobre sus propios fundamentos y ha comenzado una
determinada trayectoria evolutiva a partir de la lógica de la
escisión del valor. La no–identidad es aquello que no se agota
en el concepto, en la estructura. De modo que lo no–idéntico
no puede definirse concretamente de antemano, puesto que
siempre está vinculado al contenido concreto y al objeto en
cuestión.

Para la crítica de la lógica de la identidad en la línea de la crí-


tica de la escisión del valor, esto significa que los diferentes
ámbitos y niveles, así como la “cosa” misma, no sólo han de
remitirse unos a otros de forma irreductible, sino que han de
128 * El Patriarcado...

considerarse también en su propio vínculo “interno” con el ni-


vel de la escisión del valor como la totalidad social quebrada,
como el contexto fundamental dialéctico negativo. Pero con
ello la crítica de la escisión del valor se contrapone a una crítica
del valor fundamental, en la medida en que siempre es cons-
ciente de su propia limitación, de que no se afirma de manera
absoluta como un metanivel omniabarcante, sino que también
sabe reconocer la “verdad” de otros niveles y ámbitos particu-
lares. Ha de reconocer, por ejemplo, la dimensión de la psico-
logía social y el psicoanálisis, que por su propia abstracción no
puede abarcar teóricamente. En Adorno la “mujer” no consti-
tuye lo no–idéntico, lo no–idéntico se fundamenta a través del
intercambio. La escisión de lo femenino tiene ahí un carácter
meramente descriptivo, no tiene un estatuto categorial ni es
tampoco lo no–idéntico.

De acuerdo con esta crítica de la lógica de la identidad, no se


puede adoptar una reflexión lineal cuando se trata de analizar
el desarrollo capitalista–patriarcal en diferentes regiones del
mundo. Este desarrollo no se ha producido de la misma ma-
nera en todas las sociedades, hay incluso sociedades que (an-
tiguamente) tenían una simetría de género que hasta hoy no
ha podido adoptar la relación de género moderna; también es
necesario dar cuenta de relaciones patriarcales constituidas de
otra manera, que se han solapado con el desarrollo del merca-
do mundial del patriarcado moderno–occidental sin haber per-
dido del todo su especificidad.

La otra figura fundamental en que se sustancia su pensamien-


to es, sin duda, la de Marx. En ese sentido me gustaría realizar
dos preguntas. En primer lugar, ¿cuáles cree que son, a día de
hoy, los principales retos teóricos a que se enfrenta el pen-
samiento inspirado por Marx? No nos referimos al marxismo
académico, por supuesto, sino a aquel que utiliza sus catego-
rías para llevar a cabo una crítica radical del sistema capitalis-
ta.
Roswitha Scholz * 129

Marx es sin duda el clásico de la crítica radical del capitalismo,


que ha puesto de manifiesto que el capitalismo colapsará no
por motivos morales, sino por su propia dinámica objetiva, y lo
hizo sin negar el plano subjetivo. Los individuos ponen en mar-
cha una dinámica fetichista, que se autonomiza de ellos y en
último término les domina. En este sentido la dimensión funda-
mental de la escisión del valor, en su complejidad contradicto-
ria, constituye el mayor desafío, ya que no puede comprender-
se de manera economicista. Marx era un hijo de su tiempo, y
no se puede decir que si se perfeccionan determinados rasgos
de su planteamiento su teoría sería perfecta. La dinámica de
la contradicción en proceso ha llevado a que en su evolución
histórica ciertas manifestaciones que Marx no había captado
sistemáticamente se hayan vuelto visibles, a más tardar con
la cuarta revolución industrial de la industria 4.0: en ese sen-
tido estarían el racismo, el antisemitismo, el antiziganismo, la
destrucción de la naturaleza. Con eso se debe confrontar una
teoría de la contradicción en proceso de corte puramente an-
drocéntrico, pues se trata de una dinámica que ha llevado a que
estas dimensiones quedaran ocultas por un tiempo, pero hoy
resultan visibles.

No hay duda de que, dentro de la obra de Marx, pueden en-


contrarse todo tipo de elementos que han de reelaborarse
minuciosamente, más aún de lo que Robert Kurz hizo en Dine-
ro sin valor: por ejemplo, la relación entre trabajo productivo
e improductivo, la tasa de beneficio, el problema de la trans-
formación de los valores en precios, etc. Hay que reflexionar
sobre todo esto. Sin embargo, no creo que la mera concentra-
ción en semejantes problemas ofrezca una solución a la cues-
tión de una socialización en la escisión del valor como totalidad
fragmentada. Es necesario trabajar en ambos terrenos, pero
no creo que sea útil empollarse a Marx hasta la última coma y
aspirar a una reconstrucción de su obra hasta que se alcance
una edad provecta, cuando una ya no peine más que canas. El
objetivo no puede ser una filología marxiana. Hace ya tiempo
130 * El Patriarcado...

que conocemos las limitaciones de su pensamiento, por lo que


no cabe esperar que una lectura minuciosa de Marx ofrezca el
acceso a las últimas verdades. Lo decisivo y lo difícil consiste en
que la crítica de la escisión del valor no puede mezclar la crítica
del (plus)valor y la crítica de la escisión, pero tampoco puede
tratarlas por separado. Hay que considerar ambas dimensiones
como separadas y, al mismo tiempo, mediadas de forma dia-
léctico–negativa, lo que a su vez implica que no pueden existir
como una unidad lógica coactiva.

En segundo lugar, en algunos de sus últimos textos (Nach Pos-


tone, Fetisch Alaaf!) y en referencia a Geld ohne Wert de Kurz,
remite a un “fetichismo del capital” por oposición al “fetichis-
mo de la mercancía” como punto crítico central para desarro-
llar una crítica satisfactoria del capitalismo. ¿Podría explicar
un poco la diferencia entre ambas?

Esa es una diferencia que se mueve plenamente en el ámbito


de una lectura androcéntrica de El capital de Marx. Ante todo,
quisiera explicitar la diferencia desde este trasfondo. Por moti-
vos metodológicos y didácticos, el capítulo sobre el fetichismo
de la mercancía en El capital sigue el individualismo metodoló-
gico. Es cierto que en él se menciona el trabajo abstracto, pero
no se aborda de forma sistemática. Las primeras 150 páginas
conducen a una comprensión del capital, que es lo que verda-
deramente interesa a Marx. En sentido estricto el capitalismo
existe cuando el capital comienza a procesar la realidad desde
sus propios fundamentos, es decir desde la segunda mitad del
siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX. Las interpretaciones de Marx
parten a menudo de la mercancía entendida como forma celu-
lar del capitalismo actual, si bien esta forma simple de la mer-
cancía nunca existió como principio de socialización, ni siquiera
a modo de enclave. Sin embargo, no se trata de dejar de lado el
capítulo sobre el fetichismo de la mercancía. Marx quiere apun-
tar más bien al fetiche del capital, que cobra forma en un nivel
más denso de socialización. Solo entonces comienza a “traba-
Roswitha Scholz * 131

jar” la contradicción en proceso y a autonomizarse realmente


respecto a los individuos, lo cual no sería posible con vistas a
una producción mercantil simple de carácter ficticio, pues en
ella hubiera existido aún una forma de dominación personal,
no cosificada. En esta lectura –y solo dentro de ella– se ubica
el análisis de la forma de la mercancía. En este contexto Kurz
critica no sólo el “individualismo metodológico” por lo que se
refiere a la forma de la mercancía (como “forma celular”), sino
también por lo que respecta al concepto de capital, al fetiche
del capital, y por tanto una comprensión de Marx que tome el
capital particular como punto de partida. “Sin embargo aquello
que excede a los sujetos agentes y que constituye el movimien-
to real de valorización es la totalidad del ‘sujeto automático’ el
a priori constitutivo y trascendental que sólo se manifiesta en el
capital singular, pero que a nivel categorial no es tal. Solo el capi-
tal en su conjunto es el automovimiento del valor, en cierto modo
como el ‘monstruo viviente’ que se contrapone a los actores, si
bien son ellos mismos quienes lo producen … en palabras de
Marx el ‘valor que se valoriza a sí mismo, un monstruo animado
que comienza a ‹trabajar› como si se lo pidiera el cuerpo’”100. Un
elemento central en este punto es la competencia entre capita-
les particulares como una necesidad que media en la totalidad
capitalista mediada en sí misma. No se puede partir del capital
singular y luego añadir este plano.

En lo que se refiere a la teoría del valor parecería que hay una


cierta cercanía entre sus planteamientos y los de Moishe Pos-
tone, un autor que es quizá algo más conocido en el entorno
académico hispanohablante. También él habla del trabajo
como una “relación social” específicamente capitalista. ¿Qué
vincula y que diferencia su planteamiento del de Postone?

El pensamiento de Postone tiene muchos puntos en común


con la vieja crítica del valor. Mi crítica en este sentido es, como
en el caso de la vieja crítica del valor, que no toma en conside-
100 – Kurz, Robert (2012) Geld ohne Wert. Berlin: Horlemann. P. 178
132 * El Patriarcado...

ración la escisión del valor como contexto fundamental, sino


que argumenta desde un reduccionismo de la crítica del valor.
Pero incluso dentro de la crítica del valor, Postone no plantea
una teoría de la crisis.

Para él la tendencia no es que el trabajo abstracto quede ob-


soleto, sino que parte de una especie de efecto noria; cuando
se eliminan puestos de trabajo, surgen puestos nuevos. En el
fondo se trata de algo ilógico, si se piensa la “contradicción en
proceso” hasta sus últimas consecuencias. Además, el trabajo
en el capitalismo no es solo una relación social, sino una “sus-
tancia abstracta y material”, como la denomina Robert Kurz. Y
en esta medida el trabajo abstracto es el ligamento interno de
la socialización capitalista.

El verdadero punto de partida del análisis del capital es la forma


del capital, y no la forma de la mercancía como en el caso de
Postone. Robert Kurz lo formula de la siguiente manera: “La
producción, bajo la condición de esta totalidad a priori, es una
unidad de trabajo ‘concreto’ y ‘abstracto’, en el resultado la uni-
dad de producto material y objetividad del valor. Lo socialmen-
te ‘válido’ en el trabajo abstracto es solo su aspecto de trabajo
‘abstracto’ como gasto de trabajo humano o energía vital (ner-
vio, músculo, cerebro). El trabajo ‘concreto’ y el ‘abstracto’ no se
escinden por tanto en dos esferas separadas, sino que son aspec-
tos de la misma lógica que abarca todas las esferas, pero el lado
concreto solo cuenta como forma de manifestación del lado abs-
tracto (real). El producto, por su parte, solo es socialmente ‘váli-
do’ en tanto que objeto que representa esta sustancia abstracta
real, como objetividad del valor”101. Desde este trasfondo puede
decirse que el “trabajo” en cuanto tal surge con el capitalismo,
y puede y debe abolirse. En Postone, por el contrario, el con-
cepto de trabajo es ambiguo. Hay pasajes en los que ontolo-
giza el trabajo. Del mismo modo que no se puede ontologizar
un trabajo (concreto), hay que insistir en la sustancia material
101 – Ibíd., P. 204.
Roswitha Scholz * 133

y abstracta del trabajo social que Postone –que en este senti-


do se contradice– considera como “productora de valor”, y sin
embargo más tarde determina este valor como relación social y
solo en esta medida parte de una dialéctica entre trabajo “con-
creto” y “abstracto”.

En este sentido en Postone el plusvalor es ante todo una ema-


nación del valor (y así ocurre también en parte en la vieja crí-
tica del valor); en una nueva crítica (de la escisión) del valor
constituye, por el contrario, un momento dinámico ineludible
de la autovalorización del valor, sin la cual el trabajo abstracto
como tautológico fin en sí mismo no tendría sentido y no po-
dría hablarse de una “contradicción en proceso”. Esta existe
en Postone, pero como momento secundario. Y por supuesto
Postone no analiza sistemáticamente las actividades de cuida-
do, que llevan a cabo ante todo mujeres. De modo que Postone
no ofrece un marco para entender la crisis del cuidado en el
contexto de una crisis fundamental del sistema capitalista-pa-
triarcal en su conjunto, si bien –por subrayarlo una vez más– la
relación de género y la escisión del valor como contexto funda-
mental de la socialización capitalista patriarcal no se agotan en
la dimensión del cuidado.

Ha realizado distintos trabajos críticos sobre la individualiza-


ción postmoderna en el contexto del desarrollo de la crítica
de la escisión del valor. ¿Cree que las formas de subjetivación
post–moderna y sus reflejos teóricos han perdido significa-
ción y vigencia con la crisis actual? ¿Qué papel han tenido en
las últimas décadas las teorías de la invidualización (diferencia
vs desigualdad) y por qué formas pueden ser sustituidas en la
actualidad?

Creo que, en los últimos años, también en los países denomina-


dos desarrollados, las tendencias de individualización basadas
en el bienestar y esponsorizadas por el Estado social han deja-
do paso a una individualización basada en la depauperización
134 * El Patriarcado...

y la responsabilidad individual, sin redes y sin un doble suelo.


La perspectiva de la diferencia (aceptada) se correspondía aún
en buena medida con esta individualización basada en el bien-
estar –en último término ésta venía a corresponderse con la
propia orientación conforme al estilo de vida–. Como ahora las
clases medias amenazan con derrumbarse, la dimensión de la
desigualdad vuelve a primer plano y se invoca al proletariado
y a una clase trabajadora que está quedando obsoleta –espe-
cialmente al varón occidental pobre, que se hunde y es digno
de conmiseración–. Las verdaderas clases bajas o “proletaria-
dos” se constituyen hoy en base a la “raza” y al género; en las
teorías de la conspiración el “judío” aparece como el que mue-
ve los hilos para llevar al mundo al abismo, y el gitano aparece
como el “asocial” de una raza extraña que representa el papel
de comparsa más prescindible. A eso solo puedo responder
con mi crítica de la escisión del valor, que es en sí misma pa-
radójica. Como alguien dedicado a la teoría, no puedo tramar
nuevas formas de subjetivación, estas deben surgir a partir de
la dinámica de la escisión del valor, que en tanto que dinámica
fetichista siempre está inmersa en la dialéctica entre la lógica
de la acción y la de la estructura, aunque esta última tiene prio-
ridad. La dinámica del tercer mundo y el miedo a caer en la aso-
cialidad repercuten ahora en el primer mundo y las clases me-
dias. Las disparidades sociales y económicas han de analizarse
más allá de la noción tradicional de lucha de clases.

La “clase” en sentido marxista no es una categoría con un sig-


nificado esencial en el patriarcado en descomposición actual.
Es historia. Hablar hoy de los trabajadores y de un proletariado
que habría ayudado a llegar al poder a Trump y otros derechis-
tas es en el mejor de los casos un concepto de lucha política,
pero en la era de la industria 4.0, en una sociedad mundial glo-
balizada, no ofrece siquiera una determinación sociológica de
la estructura social. Las desigualdades sociales y económicas
no pueden abordarse desde esos conceptos.
Roswitha Scholz * 135

Me gustaría preguntarle ahora por el feminismo. ¿Cómo valo-


ra la actual situación del feminismo académico? Bien es cierto
que los textos con una perspectiva crítica en torno a lo econó-
mico parecen estar ganando terreno, lo que convive con una
revitalización de discursos de carácter sociológico, inauguran-
do lo que ha venido a llamarse “cuarta ola del feminismo”.
Dicha situación, además, convive con una todavía cuantiosa
atención a los Gender Studies. ¿Qué opina de esta situación?

El problema consiste en que no se asume la crítica de la esci-


sión del valor como lógica fundamental y no se parte de una to-
talidad fragmentada desde el punto de vista de una dialéctica
negativa, sino que se parte de una comprensión de la sociedad
puramente sociologicista. En la universidad alemana ya se ha
intentado dar un giro sociológico y politológico a mi teoría de
la escisión del valor. Sobre todo, fuera de la universidad hay
grupos de teoría feminista al margen de la academia que han
adoptado elementos centrales de la crítica de la escisión del
valor. Es algo que no puedo desarrollar aquí en detalle. Por lo
general en la universidad se ignora la crítica de la escisión del
valor, como por lo demás también la crítica del valor. Por su-
puesto que espero que la crítica de la escisión del valor pueda
difundirse, sobre todo más allá de los establishments de la uni-
versidad y la izquierda establecida, y espero que en las univer-
sidades en distintos ambientes de izquierda surja una protesta
contra las estructuras organizativas, los métodos y los conte-
nidos establecidos, que se mueven por caminos trillados y no
permiten que entre nada nuevo.

Conforme la crisis va produciendo una mayor abundancia de


sujetos monetarios sin acceso al dinero, surgen también for-
mas de feminismo que ponen el énfasis en los cuidados, la re-
valorización de la maternidad, y un redescubrimiento de lo fe-
menino como “lo otro” del capitalismo, una vuelta a vínculos
comunitarios, a una cierta inmediatez. ¿Cómo entender estas
propuestas en el marco de descomposición social en que nos
encontramos?
136 * El Patriarcado...

Ya he señalado que el valor y la escisión están dialécticamente


mediados, que cada uno se deriva del otro. La consecuencia es
también que la escisión no puede pensarse como lo otro, como
algo abstractamente separado del valor y por tanto como algo
mejor, como hacen creen algunos feminismos de izquierdas. En
tiempos de descomposición social surge la necesidad imaginar
un mundo incólume de tiempos pasados. En un mundo globali-
zado, altamente complejo y fuertemente tecnologizado, se an-
helan estructuras abarcables y comprensibles, especialmente
cuando las condiciones de vida se precarizan y el descalabro
amenaza también a las clases medias. Entonces se apela de
nuevo a la mujer como madre, como dulce administradora de
la crisis (“Maria, extiende el manto y conviértelo en nuestra de-
fensa y protección”, como se decía en una vieja canción católica
alemana). Como ya he dicho, las mujeres en los slums del Tercer
Mundo son quienes deben ocuparse de la crisis en la vida dia-
ria, las encaradas de asegurar el dinero y la supervivencia. La
izquierda y el feminismo yerran completamente cuando con-
sideran esto una emancipación; más bien esas tendencias de
administración de la crisis pueden ser aprovechadas para un
mantenimiento del status quo basado en un supuesto mante-
nimiento del orden. La falsa inmediatez puede costar cara a las
intenciones feministas y de izquierdas que se instalen en una
zona de confort construida a base de fantasías. Esto deja de
lado la necesidad de una perspectiva de planificación que no
puede limitarse a dictar normas desde arriba, como en el socia-
lismo de cuño soviético, sino que –por decirlo en términos de
la teoría de sistemas– el sistema en su conjunto y los sistemas
particulares deben tener una relación apropiada entre ellos.
Además, la recuperación de viejos roles de género y el giro de
la izquierda a lo comunitario se ajustan a las nuevas necesida-
des de normalidad y conformidad que –en su carácter bieder-
meier– se hacen pasar por opositoras y son un filón para las
políticas llamadas transversales.
Roswitha Scholz * 137

¿Qué podemos aprender del rol de las mujeres en los países


periféricos del capitalismo a la hora de afrontar los procesos
de descomposición social que se nos vienen encima con el co-
lapso de la modernización? ¿Qué indica eso sobre las asimulta-
neidades de la escisión del valor y su tendencia evolutiva?

Con lo que se ha dicho hasta ahora, sería un completo error


creer que las mujeres en el Tercer Mundo, cuando son las res-
ponsables del dinero y la supervivencia, son duras y valientes y
hay que considerarlas como un ejemplo. Que en el capitalismo
patriarcal las mujeres tengan que ocuparse de las tareas más
diversas, que representen todas las virtudes y no ofrezcan sino
ventajas, no tiene absolutamente nada que ver con la emanci-
pación. No es que el modelo occidental de la madre y ama de
casa haya de ser el modelo de progreso para el Tercer Mundo
–como se pensó durante mucho tiempo–, sino que las tenden-
cias de descomposición del patriarcado capitalista suponen un
mal presagio para la existencia de las mujeres también en los
países llamados desarrollados. En estas situaciones ser mujer
no es una suerte, sino una desgracia. Es cierto que las presta-
ciones del Estado social son aún algo mejores en Alemania que
en el llamado Tercer Mundo; por otra parte, la crisis se va acer-
cando cada vez más desde el sur de Europa (Grecia, España,
Italia, etc.) a los centros europeos. El descalabro de las clases
medias implicará que las mujeres ya no puedan pagar a las asis-
tentas –por ejemplo, de Europa del Este– que realizan las tareas
domésticas y de cuidado, sino que tendrán que realizar esas
tareas ellas mismas, a la vez que siguen toda una serie de traba-
jos adicionales. Los hombres ya no tienen el papel de sustento
familiar, y, en consecuencia, ya no se sienten responsables de
la familia y la descendencia. Hace tiempo que las instituciones
de la familia y el trabajo asalariado se erosionan también en el
centro de Europa y esa tendencia se va a reforzar con la indus-
tria 4.0 y la creciente robotización y tendencia a la abstracción.
138 * El Patriarcado...

En este sentido podría decirse que las mujeres, como adminis-


tradoras de la crisis, deberían desempeñar el trabajo de la so-
ciedad, mientras que los hombres serían los que tendrían que
establecer el orden de manera autoritaria, en el sentido de Carl
Schmitt. El hecho de que la derecha tenga algunas dirigentes
femeninas no es muy significativo; simplemente revela que la
escisión del valor es una estructura fundamental en la cual los
individuos no se agotan en los patrones culturales, y que por
tanto también las mujeres pueden desempeñar este tipo de
roles.

Sus aportaciones también han girado en torno a la teoría del


antisemitismo y el racismo como formas de falsa resolución
de las crisis capitalistas. Estas cuestiones, dado el resurgir xe-
nófobo nacionalista en Europa (en partidos como AfD o Front
National, la reciente victoria de Donald Trump en las eleccio-
nes estadounidenses, etc.), adquieren hoy sin duda nueva ac-
tualidad. ¿Cómo se afronta ese reforzamiento de la xenofobia
y el racismo desde la crítica de la escisión del valor?

Sin duda es necesario un movimiento antifascista amplio. Pero


sería un error caer en una especie de hurra–democratismo.
Pues la propia democracia es el sueño del que brotan el anti-
semitismo, el antiziganismo, el racismo y también el sexismo y
la homofobia. El famoso pueblo, el demos, es el que ha elegido
mayoritariamente a Trump. Por eso no cabe apelar a una demo-
cracia idealizada, pues esa idealización significa fundamental-
mente exclusión. Los trabajos en la línea del postcolonialismo
ofrecen testimonios elocuentes al respecto. No niego que la in-
tención de Obama pretendiera realmente superar los mecanis-
mos de exclusión. Pero de facto ha expulsado a más migrantes
que todos los presidentes que le precedieron. Lo ha hecho con
un discurso democrático y humano. Trump se presenta como el
lobo incapaz de contenerse, como el que se atreve a proclamar
con toda dureza la realidad de las cosas. El Estado y la demo-
cracia son instituciones para moderar las relaciones fetichistas
Roswitha Scholz * 139

que hoy están descarrilando; por eso, en su impotencia, acuden


cada vez más a relaciones de dominación basadas en “hombres
fuertes”. Ciertos desarrollos del derecho no deben entenderse
como rupturas civilizatorias más allá de la democracia, sino que
son parte estructural de este proceso, son parte del “proceso
de civilización” mismo.

Este proceso de civilización produce las correspondientes for-


mas de conciencia; una perspectiva positivista, también en la
ciencia, que hipostasía supuestos datos, hechos y segurida-
des cotidianas. La misma referencia crítica a la “postverdad”
a propósito de Trump, etc. se refiere a este estado de cosas.
Desde una perspectiva superficial serían los otros los que, en
una “proyección cargada de pathos”, serían responsables de la
propia desgracia.

Esta perspectiva positivista y cotidiana no se limita a la cultura


dominante. Las controversias entre feministas de la igualdad
y feministas multiculturalistas, entre gays e islamistas, se pro-
ducen desde un particularismo basado en la propia posición.
Hay gays de derechas y feministas conservadoras, etc. El pro-
blema entre los turcos y los kurdos existe desde hace tiempo,
así como distintas orientaciones que se combaten dentro del
islamismo, etc. Esto revela la omnipresencia de una competen-
cia universal que resulta de la lógica de la escisión del valor en
proceso. Como dijo en una ocasión Robert Kurz, puede apre-
ciarse una tendencia hacia una “barbarie multicultural”. Los es-
fuerzos se dirigen a fijar las identidades individuales y grupales,
en lugar de ver que tanto ellas como las luchas que producen
son resultado de la forma capitalista–patriarcal.

En consecuencia, una perspectiva al margen de este horizonte


global lleva a la barbarie. Eso no quiere decir que haya que de-
jar de lado las particularidades, ciertas singularidades e indivi-
dualidades, incluidas también las identidades híbridas, sino que
hay que pensar estas dimensiones como algo que está siempre
en cierto modo diluido.
140 * El Patriarcado...

Todo esto debe ubicarse en la forma de la escisión del valor


como forma de socialización dominante, incluso cuando estos
rasgos no se reducen a ella y a veces puedan ser indicio de otras
cosas. En este sentido habría también que conseguir un nuevo
universalismo que rebase el universalismo ilustrado, al que le
es inherente la exclusión.

Incluso los movimientos “antifascistas” pueden atravesar gra-


ves dificultades que acaben por reproducir lo que intentan
combatir. En este sentido, la crítica de la escisión del valor ha de
sopesar también con quién se alía y con quién no. Para esto no
hay recetas. Lo importante es mantener una distancia reflexiva
que no se adhiera a los impulsos antifascistas fáciles, que con-
tienen elementos de barbarie en su propio seno. En Alemania,
tras la caída del muro, esto se aplica a la escisión entre los anti-
imperialistas y antinacionales por una parte y los antialemanes
por otra, aunque aquí los frentes ya no están tan claros y entre
tanto se han producido amalgamas ideológicas un tanto biza-
rras. Pero no puedo detenerme en esto. Es necesario hacer va-
ler una visión amplia dentro de un movimiento antifascista que
es amargamente necesario. Pero esta no puede ser plantearse
desde la atalaya de la crítica de la escisión del valor, sino que ha
de ponerse en marcha ella misma; por otra parte, una invectiva
externa y voluntarista en la línea de la escisión del valor tampo-
co tendría ningún sentido. Una regla general sería no hacerse
compatible con ningún tipo de movimiento político transversal
ni brindarles la menor ayuda. Es sabido que Syriza, Podemos o
también “Die Linke” en Alemania solo tienen objetivos refor-
mistas, inmanentes al sistema. Una perspectiva emancipadora,
como la de la crítica de la escisión del valor, se mueve siem-
pre más allá de eso. No acepta falsos pactos, incluso si se ve
de nuevo replegada sobre sí misma. Me parece especialmente
peligrosa una perspectiva cercana a la crítica del valor que de-
fiende las pequeñas redes, la economía solidaria y la descen-
tralización, a veces con tendencias de open source y de nuevas
tecnologías, y que ha cobrado fuerza desde la escisión del gru-
Roswitha Scholz * 141

po Krisis; por otra parte, también el regreso de viejas–nuevas


tendencias que confían en la tecnología desde una apología del
progreso que –en la línea del marxismo tradicional– espera que
todos los problemas se resuelvan en el futuro, como ocurre en
el aceleracionismo y en el realismo especulativo, que pone sus
esperanzas en una misión extraterrestre que permita conquis-
tar otros planetas.

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