Alejandra Castillo

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Palinodia / Contrapunto 1

2
COLECCIÓN CONTRAPUNTO

Julieta Kirkwood
Políticas del nombre propio

Alejandra Castillo

Palinodia

3
Registro de propiedad intelectual: N° 160.657
ISBN: 978-956-8438-11-1
Editorial Palinodia
Encarnación 4352 - Maipú
Teléfono: 696 3710
Mail: [email protected]
Diseño y diagramación: Paloma Castillo Mora
Santiago de Chile, marzo, 2007

4
Para Elena

5
6
El feminismo, como toda revolución pro-
funda, juzga lo que existe y ha existido
—pasado y presente— en nombre de lo
que todavía no existe pero que es tomado
como más real que lo real.
Julieta Kirkwood

7
8
Agradecimientos

Este libro se empezó a escribir hace ya algunos


años en el Programa de Teorías Críticas del Centro
de Investigaciones Sociales de la Universidad ARCIS.
En aquellos primeros y vacilantes encuentros de mi
escritura con los textos de Julieta Kirkwood no pue-
do dejar de agradecer, a pesar del tiempo transcurri-
do, las estimulantes discusiones que tuvieron lugar
en ese espacio de crítica y reflexión. Aunque fueron
muchas las voces y los escritos que contribuyeron
con su “fricción” a elaborar mi primera reflexión so-
bre el feminismo chileno, retengo con especial apre-
cio las sugerencias, comentarios y desacuerdos de Isa-
bel Cassigoli, Antonio Stecher y Miguel Valderra-
ma. De sus oportunas y felices lecturas se favoreció
un primerísimo borrador de este libro, al menos su
“nudo” esencial.
Agradezco también a Luis G. de Mussy por el
generoso intercambio bibliográfico. Asimismo, debo

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agradecer, muy especialmente, el interesante diálo-
go sobre estas materias con Mauro Basaure.
Como es habitual, Miguel Valderrama leyó y co-
mentó incansablemente cada una de las versiones de
este libro. Me gustaría decir que fui receptiva al con-
junto de sus observaciones, pero, y tal vez él lo sabe
mejor que yo, tengo la certeza de que la escritura es
un acto de sobrevivientes, una demanda imposible
que surge de un límite donde irremediablemente se
está sola, apenas mantenida en un soplo, en el tem-
blor de la respiración de un cuerpo.
Del conjunto del libro, sólo dos capítulos han
sido publicados en versiones anteriores. Estos pri-
meros avances respondieron, por así decirlo, a una
necesidad de discusión vital. Discusión necesaria y
urgente que hoy aprecio. El primero de ellos (capi-
tulo I) corresponde a la ponencia presentada en la
mesa de homenaje a Julieta Kirkwood organizada en
el marco del Coloquio Internacional Utopía(s) 1973-
2003. Agradezco a Nelly Richard la oportunidad que
me dio de presentar y discutir mi trabajo ante lecto-
ras exigentes como Kemy Oyarzún y Cecilia Sán-
chez. Una selección de las ponencias presentadas en
el Coloquio fueron publicadas al año siguiente bajo
el título Utopía(s) 1973-2003. Revisar el pasado, cri-
ticar el presente, imaginar el futuro (Universidad AR-
CIS, 2004). El otro texto que circuló en una versión

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anterior es el capítulo VII. Este capítulo fue inicial-
mente una ponencia presentada al Coloquio Inter-
nacional Jean-Paul Sartre: Una filosofía de compromi-
so. Fenomenología, crítica y dialéctica. Este coloquio,
organizado por la Escuela de Filosofía y la Escuela de
Sociología de la Universidad ARCIS, fue luego pu-
blicado bajo la edición de Sergio Rojas con el título
Jean-Paul Sartre: Fenomenología, crítica y dialéctica
(Universidad ARCIS, 2004). Por supuesto, estos dos
capítulos han sido revisados y reescritos nuevamente
para el libro.
Debo finalmente mencionar que esta indagación
se enmarca en una investigación mayor que intenta
explorar la relación entre enunciación política y fe-
minismo. Esta investigación es financiada por el pro-
yecto FONDECYT Nº 1060518 titulado Política
de mujeres: Partidos Políticos Femeninos 1922-1953;
como también por el programa FONDARCIS Nº
10/05 titulado Violencias de la Democracia en Chile.

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Advertencia

En el orden de la bibliografía tome varias decisio-


nes arriesgadas. Una de ellas, fue utilizar preferente-
mente primeras ediciones. Esta decisión me llevó a
cotejar continuamente los textos de Julieta Kirkwo-
od en sus publicaciones originales con los textos edi-
tados que de ella se conocen. A pesar de seguir en
todo momento esta indicación de lectura, opté al
final por respetar el trabajo de edición de Sonia
Montecino, Patricia Crispi, Ana María Arteaga y Riet
Delsing, y trabajar por consiguiente con cada uno
de los textos editados póstumamente de Julieta Kir-
kwood entre 1986 y 1990. En otras palabras, trato
en lo posible de apegarme a la “edición standard”
del corpus kirkwoodiano. Sin embargo, para remar-
car el estado “fragmentario” o “provisional” de la es-
critura de Kirkwood, opté por individualizar en todo
momento los artículos que cito, aún cuando ello re-
cargara de algún modo el aparato crítico-bibliográfi-

13
co. Confío que esta precaución de lectura tenga la
ventaja de inmunizar contra toda pretensión de sis-
tema que pudiera reclamarse de los “libros” de Kir-
kwood.
Una segunda decisión de lectura fue mantener
cierta fidelidad al deseo de Kirkwood de llamar al
libro que estaba preparando “los nudos de la sabidu-
ría feminista”. Por esta razón, cito Ser política en Chi-
le como Los nudos de la sabiduría feminista. Cabe se-
ñalar que Riet Delsing, editora de la segunda edi-
ción de Ser política en Chile (Cuarto propio, 1990),
ya había manifestado el interés de respetar el deseo
de Kirkwood. Por ello, la nueva edición de Ser políti-
ca en Chile. Las feministas y los partidos (Flacso, 1986)
cambia el título inicial por Ser política en Chile. Los
nudos de la sabiduría feminista. Sumándome al acto
de esa fidelidad, y porque creo firmemente que el
centro del pensamiento de Kirkwood se estructura
en torno a una metafórica de los “nudos”, es que me
referiré, como ya dije, a este libro de Kirkwood sim-
plemente como Los nudos de la sabiduría feminista.
Finalmente, cada vez que he podido he trabajado
con los textos del corpus feminista en sus lenguas
originales, ello porque soy consciente de las políticas
que conlleva todo acto de traducción.

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I. Presentación

Pensar el feminismo bajo la rubrica de Julieta Kir-


kwood: Nada parece más necesario, más urgente en
una época que anuda el activismo de las políticas de
la identidad a la crisis de la teoría feminista. Y sin
embargo, nada menos a la orden del día. Nada más
desplazado y reprimido en los programas de una
política de género que posterga para un tiempo fu-
turo el ajuste de cuentas necesario con la herencia y
el porvenir de un pensamiento de la política y las
mujeres. Puede parecer extraño, pero a más de vein-
te años de la muerte de Julieta Kirkwood el diálogo
con su pensamiento apenas si ha comenzado. Las
causas que demoran este encuentro son múltiples,
pero existe cierto acuerdo en señalar que ellas están
asociadas a lo que se ha dado en llamar un “silencio
feminista”. Silencio feminista en tiempos de transi-
ción, que nos habla en su mudez de una desazón, de
un malestar en la democracia. Esta incomodidad de

15
las feministas con la democracia, con la democracia
consensual, es también un malestar con el feminis-
mo. Se trataría de un malestar que expresaría una
incomodidad radical ante la adaptación de las insti-
tuciones políticas al modo de ser de una sociedad, a
las fuerzas que la mueven, a los intereses y deseos
entrecruzados que la tejen. En otras palabras, la co-
incidencia que la democracia consensual reclama para
sí entre forma política y uso de las pasiones sería tam-
bién una de las causas del malestar de las feministas
con la democracia.
Hay que recordar, en este sentido, que la identifica-
ción de la democracia consensual con un determinado
régimen de los afectos, conlleva una forma de desafec-
ción o decaimiento de las pasiones políticas. Es más, se
diría que la democracia no surtiría efecto más que al
precio de vaciarse de sus propios sentimientos, de sus
propias pasiones. El feminismo, en tanto pasión políti-
ca, no escaparía al régimen de los afectos que la demo-
cracia consensual reclama como único. De ahí que no
es errado pensar que el destino de la democracia es tam-
bién el destino del feminismo.
Superar el malestar de las feministas con la de-
mocracia requiere volver a pensar necesariamente la
democracia y el feminismo. Pues, como bien advier-
te Jacques Rancière, la democracia consensual antes
que ser la virtud razonable de los individuos y los

16
grupos que se ponen de acuerdo para discutir sus
problemas y armonizar sus intereses, es un régimen
determinado de lo sensible, un modo particular de
visibilidad de la comunidad1. A esta comprensión
consensual de la democracia habría que oponer otra
capaz de pensarla como el lugar de un conflicto per-
manente donde aquellos y aquellas que no tienen
tiempo se toman el tiempo necesario para erigirse en
hablantes de un espacio común y para demostrar que
sus bocas emiten una palabra que habla de cosas co-
munes y no solamente ruido que expresa dolor. El
feminismo es esa toma de palabra, es el ingreso de
las mujeres en la política para disputar la distribu-
ción y redistribución de lugares y de identidades, de
espacios y de tiempos, de lo visible y de lo invisible,
del ruido y del lenguaje.
Pero, y además, el feminismo es al mismo tiempo
una reflexión sobre la mujer, es una palabra doble
que interroga sin cesar a las mujeres y a la política.
Es, justamente, ahí, en el cruce de estas dos pala-
bras, donde Julieta Kirkwood desplegara la fuerza de
su pensamiento. De un pensamiento de la inven-
ción y del éxodo, que se reclamará heredero en todo
momento de los feminismos del segundo sexo, y que

1
Jacques Rancière, “Démocratie ou consensus”, La mésentente.
Polítique et philosophie, Paris, Galilée, 1995, pp. 133-165.

17
conforme a esa tradición avanzara en un trabajo de
deconstrucción de las narrativas dominantes de la
mujer en Occidente. La centralidad de Kirkwood
para el feminismo contemporáneo quizás habría que
buscarla, por ello, en esa persistente obsesión que
sus escritos exhiben por mantener unidos un pensa-
miento de la identidad y un pensamiento de la dife-
rencia2. Trabajo de crítica de un feminismo que calza
mejor con el gesto del (des)hacer, de un anudar y un
desanudar nudos. Trabajo de crítica que calza a su
vez con una política de los extremos, con una re-
flexión que insiste en mantener unidas puntas, ca-
bos de una democracia por-venir.

2
Para una reconstrucción detallada de las encrucijadas teóricas del
feminismo de fin de siglo, véase, Nelly Richard, “Feminismo y
deconstrucción: nuevos desafíos críticos”, Alejandra Castillo (ed.),
La nueva cuestión feminista, Actuel Marx /Intervenciones, Nº 4,
Santiago, 2005, pp. 63-76.

18
II. Nombre propio

“En el sentido más humanamente cierto quisiera decir


el feminismo soy yo”.
Julieta Kirkwood

Reflexionar sobre feminismo en Chile, sobre


su actualidad, sobre su importancia para todo pen-
samiento que pretenda reinventar la democracia, con-
duce inevitablemente, debe conducir, a la escritura
y al nombre de Julieta Kirkwood. En ella, en su nom-
bre, cohabitan, en tanto exemplum exemplar, los sen-
tidos del retrato y la copia, de lo original y lo multi-
plicable. La vida de Julieta Kirkwood, su bio-grafía,
y la vida del movimiento feminista parecen entrela-
zarse y confundirse hasta formar un nudo de saber
femenino, una singular unicidad entre historia y es-
critura, entre sujeto y comunidad. Reflexionar hoy
sobre feminismo es, por ello, hacer explícita la invi-

19
sible traza que anuda un nombre y una escritura,
una vida y una política. En otros términos, repensar
el feminismo en Chile exige trabajar las trazas que
anudan un singular referente patronímico a confi-
guraciones de poder y saber históricas; exige vincu-
lar un determinado proyecto autobiográfico al reco-
nocimiento de la lógica de la dominación patriarcal
por parte “de una parte no parte” de la comunidad.
Exige, en breves palabras, pensar la escritura de Ju-
lieta Kirkwood como una escritura auto(bio)gráfica
marcada por el reconocimiento del sujeto feminista
del hecho de la dominación patriarcal. Escritura
auto(bio)gráfica que más que estructurar un reclamo
existencial de las sin voz al interior de la comunidad,
intenta exigir desde un “nosotros igualitario no exis-
tente”, desde su ficción, la realidad de una sociedad
de la diferencia y la igualdad. Sociedad de la diferen-
cia, en tanto sociedad democrática y régimen de lo
múltiple. Sociedad de la igualdad, en tanto fin del
patriarcado y de la sociedad de clases.
Bien podríamos hacer recaer parte de la reflexión
en torno a la posibilidad de una política feminista
en la enigmática frase de Julieta Kirkwood “el femi-
nismo soy yo”1. Enigmática en cuanto a la polisemia

1
Julieta Kirkwood, “Por qué este libro y el rollo personal”, Los nudos
de la sabiduría feminista, Santiago, Cuarto Propio, 1990, p. 17.

20
argumental que inaugura y posibilita en la discusión
sobre el feminismo y la democracia. El feminismo soy
yo se instaura, así, como aquel espacio articulador de
múltiples formas de lo político y del feminismo.
Desde una primera lectura, la frase de Julieta Kir-
kwood “el feminismo soy yo” podría dejarse leer como
la imposibilidad de apelar a marcos categoriales uni-
versales capaces de incorporar a la mujer sin que esa
incorporación signifique la igualación bajo la norma
y la forma masculina. A la pregunta ¿qué es el femi-
nismo? Sólo una leve respuesta: “yo”, intento de ins-
cribir el cuerpo y la mujer, en tanto diferencia, en la
trama de lo social. No obstante lo anterior, también
podría dejarse leer la frase de Kirkwood “el feminis-
mo soy yo” como aquel espacio de identificación fic-
cional que deja abierto el juego de posicionar y des-
posicionar las identidades. Esto es, permite estable-
cer aquel “yo” sólo como un punto de fijación, más
no como un “yo” en tanto mujer que cifra su identi-
dad, y en última instancia su lugar en el mundo.
De este modo, y siguiendo esta otra lectura, la
afirmación “el feminismo soy yo” no pretendería an-
teponer la vida o el sustrato experiencial de un suje-
to al discurso feminista, sino que su objetivo sería
lograr articular un discurso político capaz de irrum-
pir y poner en tela de juicio el mandato patriarcal
que sólo reconoce en las mujeres las figuras de la

21
amante y la madre, figuras excluidas por definición
del teatro de la política y de los antagonismos de
representación de la sociedad moderna. A través de
esta frase, de este reclamo democrático, se nos quiere
decir “yo como sujeto político, como mujer, exijo
existencia pública”. La escritura auto(bio)gráfica se
presenta así como un proyecto de autorrestauración
de un sujeto en el espacio de universalidad de la co-
munidad. La fuerza de este ejercicio de autorrestau-
ración, de esta reinscripción imposible de un sujeto
en la generalidad de la política de la sociedad mo-
derna, viene asegurada por la propia firma del suje-
to, por la inscripción de su nombre propio en la
universalidad lingüística de la sociedad. La firma,
como bien lo ha advertido Alberto Moreiras a pro-
pósito de la deconstrucción, es aquí la traza o el sig-
no de una diferencia que sólo transmuta identidad
en el momento mismo de su recepción por el desti-
natario, en el momento mismo de su reconocimien-
to por parte de la sociedad; de una sociedad que, de
hecho, sólo se constituye a partir del hecho del reco-
nocimiento, a partir del momento de la notificación
del nombre y su mensaje2. A través del resultado de
este proceso de firma y notificación, a través de esta
2
Alberto Moreiras, “Autografía: Pensador firmado (Nietzsche y
Derrida)”, Tercer espacio: Literatura y duelo en América Latina, San-
tiago, Universidad ARCIS/Lom Ediciones, 1999, pp. 221-241.

22
singular política del nombre propio, es que se ha
podido afirmar que en la base de toda auto(bio)grafía
se encuentra una inscripción autoheterográfica, una
escritura del otro como base de la escritura propia,
un envío del uno al otro y viceversa. El nombre pro-
pio aquí, a propósito del reclamo feminista, no quie-
re solamente inscribirse en un momento propiamente
auto(bio)gráfico, sino que, por el contrario, busca
reconocerse, en tanto identidad con plenos derechos,
en el espacio colectivo de la sociedad, en la política
general de la nominación y el reconocimiento, en la
infraestructura sociosimbólica de la realidad social.
Dicho en otras palabras, la irrupción del recla-
mo democrático feminista busca resquebrajar, de
alguna manera, las bases autoritarias de una socie-
dad democrática estructurada a partir de la persis-
tencia del orden patriarcal. Cabe preguntarse, sin
embargo, ¿por qué las mujeres mediante la inscrip-
ción de su nombre propio, esto es mediante el re-
clamo “el feminismo soy yo”, lograrían desestabili-
zar el orden patriarcal? Como respuesta podría aven-
turarse que una política del nombrar y del nom-
brarse en tanto mujer, posibilitaría al feminismo
constituirse como un discurso político capaz de re-
clamar y afirmar, en el espacio democrático, la igual-
dad entre los sexos. Sólo a partir de esta operación
de nombrar e inscribir el “nombre propio” de la

23
mujer en la estructura autoritaria y patriarcal de la
democracia consensual, el feminismo comenzará a
desplazar y a dejar sin sustento aquellas representa-
ciones de la sociedad construidas a partir de las
múltiples identificaciones sociosimbólicas que atan
la figura de la mujer al imaginario del cuidado, la
familia, la nación y la privacidad.
No es del todo exagerado afirmar que tras el san-
griento derrocamiento del gobierno de la Unidad
Popular, no sólo llega a su término en Chile un pro-
yecto de transformación social de signo socialista
democrático popular, sino que también se cancela el
imaginario latinoamericano del Estado-nacional que
estuvo en la base de dicho proceso. Esta afirmación,
planteada de forma abrupta e intempestiva, adquie-
re la fuerza de un constatativo en el momento mis-
mo en que se advierte en el espacio de la democracia
consensual del Chile actual un número fijo de repre-
sentaciones sociosimbólicas dominantes, formadas a
partir de la libre asociación de las palabras patria y
familia. Completamente distintas a las que caracte-
rizaron el imaginario latinoamericano de la demo-
cracia nacional-popular, estas otras representaciones
sociosimbólicas del Estado nacional parecen articu-
larse sobre la base de un nuevo principio de visibili-
dad establecido entre lo nacional y lo familiar. La
propia Julieta Kirkwood, aún cuando escribió tenien-

24
do presente sólo la experiencia de la dictadura, ad-
virtió claramente esta otra escena de representación
del espacio nacional al caracterizar acertadamente a
la familia como el (nuevo) núcleo desnudo de unifi-
cación del Estado autoritario. Así, describiendo el
conjunto de presupuestos que singularizan la estruc-
tura de los discursos políticos en la nueva escena au-
toritaria, anotó:

“las formulaciones más combativas en el discurso iz-


quierdista-progresista radican en la disputa, con la de-
recha, de la condición de adalid de la defensa de la
familia —léase la familia proletaria— que se defina como
“núcleo revolucionario básico”, pero dejando intocadas
las redes interiores jerárquicas y disciplinarias que con-
forman históricamente a la familia, sin alterar la repro-
ducción de su orden en la socialización infantil. Con
ello la izquierda disputa —sin quererlo— la reivindica-
ción de los valores del orden conservador”3.

En efecto, podría afirmarse sin temor a equivo-


carse que tras el 11 de septiembre de 1973 la fanta-
sía ideológica de una comunidad nacional de carac-
terísticas democráticas y populares llegó a su fin. La
violencia estatal desatada por la dictadura militar
terminó por revelar la estructura autoritaria que so-
portaba la pantalla ideológica de la comunidad na-
3
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 53.

25
cional4. Una vez cancelado el imaginario popular que
dio vida a los proyectos democráticos de emancipa-
ción nacional, ha comenzado a emerger lentamente
un espacio de correspondencias “puras” entre lógicas
autoritarias y lógicas patriarcales de dominación so-
cial. Julieta Kirkwood, al respecto, no se engaña cuan-
do identifica en la estructura del autoritarismo la
presencia de la estructura patriarcal:

“las mujeres reconocemos, constatamos, que nuestra


experiencia cotidiana concreta es el autoritarismo. Que
las mujeres viven —siempre han vivido— el autorita-
rismo en el interior de la familia, su ámbito reconocido
de trabajo y de experiencia. Que lo que allí se estructura
e institucionaliza es precisamente la autoridad indiscu-
tida del jefe de familia, del padre, la discriminación y
subordinación de género, la jerarquía y el disciplina-
miento de un orden vertical, impuesto como natural, y
que más tarde se verá proyectado en todo el acontecer
social”5.

En el ámbito de la izquierda, una lectura que en


paralelo al discurso feminista ha intentado describir
este nuevo escenario de representaciones del Estado
nacional ha sido la del discurso de la “erótica-políti-
ca”. Según esta lectura la sociedad autoritaria es la

4
Miguel Valderrama, Posthistoria. Historiografía y comunidad, San-
tiago, Editorial Palinodia, 2005.
5
Julieta Kirkwood, “Tiempo difíciles”, Los nudos de la sabiduría
feminista, op. cit., p. 223.

26
respuesta a una demanda de orden, es la “encarna-
ción de los deseos no expresados, oscuramente senti-
dos pero no formulados”, de la sociedad nacional6.
Tras el golpe militar de 1973, y la consagración de-
finitiva de Pinochet como primer hombre de la pa-
tria, las identificaciones de las estructuras autorita-
rias y patriarcales tenderían a confluir en las figuras
del “caudillo” y el “seductor”. Pinochet, en tanto un
“caudillo seductor”, expresaría así de un modo salva-
je los deseos de autoridad y liderazgo reclamados como
propios por la cultura política de los años sesenta y
setenta. Sin la necesidad de compartir esta lectura
de la génesis del autoritarismo, conviene sí remarcar
la profunda continuidad histórica que parece carac-
terizar la estructura del orden autoritario en Chile.
Pues, si bien es posible discutir la hipótesis psicoa-
nalítica “del deseo del deseo del otro” como génesis
de la actual sociedad (post)autoritaria, la base pa-
triarcal que anima la presencia de la figura del “cau-

6
Me refiero aquí principalmente a los trabajos de Eduardo Devés.
Pueden consultarse, entre otros, los siguientes artículos de E. De-
vés: “Caudillismo y seducción”, Carlos Ossandón (comp.), Ensayis-
mo y modernidad en América Latina, Santiago, Universidad Arcis/
Lom Ediciones, 1996, pp. 229-241; “Entre el machismo y el sado-
masoquismo. Una visión del género en Chile”, Sonia Montecino
(Comp.), Diálogos sobre el género masculino en Chile, Santiago, Uni-
versidad de Chile, 1996, pp.97-107; y, “La erótica y la política: el
seductor, el príncipe y el dictador”, SOLAR-Estudios latinoamerica-
nos, Santiago, 1994, pp. 78-87.

27
dillo seductor” parece corresponderse, sin embargo,
en lo esencial, con la identificación feminista desa-
rrollada por Julieta Kirkwood entre autoritarismo y
patriarcado. No esta demás recordar, al respecto, que
la figura del “seductor” es una de las formas princi-
pales en que se materializa el complejo ideológico de
la misoginia romántica. Complejo ideológico que se
estructura en torno a la elaboración de una referen-
cia mítica que tiene como figura central a la “mujer
abandonada”. Figura femenina que actúa como es-
tructura de posibilidad de la identidad del misógino
y del discurso patriarcal que le precede. El patriarca-
do, en tanto un pacto interclasista por el cual el po-
der se constituye en patrimonio genérico de los hom-
bres, se expresa aquí a través de la mediación de un
modelo de identificaciones rígidas que busca la fu-
sión de la familia y el Estado (la patria, como familia
nacional). En cuanto elemento cardinal de este nue-
vo modelo autoritario de sociedad, la familia junto
con constituir la superficie de inscripción y transmi-
sión de las costumbres y valores de la nación, consti-
tuye también el “núcleo fundamental” de todo pa-
triotismo, el punto de identificación esencial de todo
discurso sobre el Estado-nacional. Esta posición pri-
mordial de la familia en la estructura ontológica de
la sociedad nacional se explica por el hecho que la
familia al ser la comunidad consanguínea por exce-

28
lencia termina por establecer en sí el soporte fantas-
mático ideal para la construcción moderna de toda
identidad nacional.
Es sólo a partir de este contexto socio-simbólico
de representación del autoritarismo que el discurso
feminista ha podido estructurarse como un discurso
político de la subversión. Pues, como acertadamente
ha advertido Nelly Richard, sólo ha sido posible abor-
dar la formulación de un pensamiento crítico femi-
nista en Chile, una vez que se ha reconocido el con-
junto de fracturas que bajo el régimen militar han
remecido las estructuras de representación tradicio-
nales de la nación7.
Así, en el contexto de la dictadura, las mujeres, ob-
jeto de una doble exclusión y marginación por parte
del autoritarismo patriarcal, serán las llamadas a elabo-
rar y desarrollar la afirmación de un nuevo reclamo de-
mocrático. Reclamo democrático que se extenderá al
espacio (post)autoritario de la democracia consensual.
Desde esta clave de lectura, y retomando la temá-
tica del nombre y la inscripción, lo que subyacería y
animaría al discurso político desarrollado por Julieta
Kirkwood y el feminismo sería una lógica de la sub-
versión del orden patriarcal. La mujer al reclamar en

7
Nelly Richard, “Chile, mujer y disidencia”, La estratificación de los
márgenes, Santiago, Francisco Zegers Editor, 1989, pp. 69-78.

29
el espacio público la toma de la palabra busca estable-
cer un juego de semejanzas con las figuras del rechazo
y la reclamación. Ciertamente, nos recuerda Michel
de Certeau, la toma de la palabra tiene la forma de la
negación. Es protesta. Pero, al mismo tiempo, ella es
afirmación de una identidad, es la presentación de un
sujeto: “el feminismo soy yo”. Esta representación de
la mujer en el espacio de la política, es irreductible a
las lógicas de la dominación patriarcal desde el mo-
mento mismo en que ella se representa desde el inte-
rior del cuerpo del feminismo. Por medio de esta fuer-
za de la representación, se busca quebrantar aquella
línea de partición que separa el mundo privado de la
soledad, la oscuridad y la desigualdad, del mundo
público del logos, la igualdad y el sentido compartido.
A través del reclamo democrático se intenta superar la
exclusión de que son objeto las mujeres por parte de
la dominación patriarcal. Se busca, de otro modo, y
ya en el discurso de los nudos de la sabiduría feminista,
establecer:

“la exigencia de ser persona acorde con los cánones teó-


ricos universalistas postulados por la sociedad política-
mente constituida, más allá del ámbito de las declara-
ciones formales”8.

8
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 33.

30
En síntesis, lo que se esgrime es una petición o
reclamo desde la igualdad, como horizonte ficcio-
nal, por lo universal, esto es, por la democracia. En
este sentido, se podría decir que las mujeres al reco-
nocer y reclamar sus derechos postulan la existencia
de un mundo común de argumentación, al presen-
tar su petición bajo la rúbrica “nosotras las iguales”,
en tanto que iguales exigen la realización de la pro-
mesa de existencia de ese mundo común. Así, y a
partir de una paráfrasis de un texto de Jacques Ran-
cière9, podríamos argumentar que la política sólo
existe cuando el orden natural de la dominación es
interrumpido por la institución de una parte de los
que no tienen parte. No hay política sino por la in-
terrupción, por un cortocircuito inicial que institu-
ye a la política como el despliegue de un litigio fun-
damental en la comunidad. La firma del feminismo,
en este sentido, su política del nombre propio, y de
la lógica del reconocimiento que ella supone, ha sido
la forma a partir de la cual el feminismo en tanto un
discurso de lo uno ha intentado inscribirse en el dis-
curso de lo otro de la comunidad, ha buscado alterar
la propia estructura original de la dominación del
orden de significados de la sociedad patriarcal. Lo

9
Jacques Rancière, La mésentente. Politique et philosophie, Paris,
Galilée, 1995.

31
que esgrime el feminismo es una petición o reclamo
desde la igualdad, como horizonte por lo universal,
esto es, por la democracia. Dicho en palabras de Ju-
lieta Kirkwood: “la reflexión feminista surge desde la
reflexión sobre la democracia —incautada— y desde
un re-valoración y rescate de sus contenidos”10.

10
Julieta Kirkwood, “Tiempo de políticas”, Los nudos de la sabidu-
ría feminista, op. cit., p. 222.

32
III. Palabra muda

“La rebeldía o contestación femenina (...) surge cuando


hay una “toma de razón” o de “conciencia de la contra-
dicción” entre los principios universales de igualdad
teórica propuestos por la organización social, y las vi-
vencias concretas de la desigualdad experimentada en-
tre los sexos”.
Julieta Kirkwood

Dos palabras: política y feminismo. ¿Qué relación


podríamos establecer, si es que hay alguna, entre pala-
bras tan disímiles como son las de política y feminis-
mo? ¿Qué relación podría emplazarlas contiguas sin que
en el propio ejercicio de aproximarlas se corra el riesgo
de serles infiel? ¿Qué relación, en otros términos, po-
dría mantenerlas unidas —pero a la vez lo suficiente-
mente lejanas— sin que en dicho gesto quedase oblite-
rada la herencia que cada una de ellas porta? En fin, qué

33
extraño lugar escritural podría satisfacer nuestro inten-
to de hacer comparecer bajo el mismo abrigo no sólo a
la política sino que también, y por sobre todo, al femi-
nismo. Pero, ¿por qué por sobre todo? Por qué este énfa-
sis, ¿no es ya, acaso, suficientemente problemático el
riesgo de pensar la política como para adherir a ese ries-
go la lógica del suplemento feminista? Quizás, por esta
complicación, por el vértigo de esta alianza, sea reco-
mendable comenzar precisamente ahí: en la encrucija-
da de toda crítica o política feminista.
Podríamos comenzar señalando que la relación
entre política y feminismo se ha escrito desde siem-
pre con los signos de la polémica, del desacuerdo o
del diferendo. Escenas de la interrupción que ten-
drán como trasfondo el enjuiciamiento y rechazo de
cierto discurso universalista de la política que, para-
dójicamente, naturaliza la violencia de la exclusión.
De algún modo, la política de las mujeres emerge en
la polémica, en la crisis del sentido común compar-
tido. En Chile estas políticas tendrán lugar en dos
momentos cruciales de la historia de la democracia:
en las primeras décadas del siglo XX, en el ejercicio
de volver legítima la petición y extensión de los de-
rechos de ciudadanía a las mujeres1; y en las últimas
1
En otro lugar he desarrollado ampliamente este punto. Al respec-
to, véase La república masculina y la promesa igualitaria, Santiago,
Editorial Palinodia, 2005.

34
décadas del mismo, en la lucha por poner fin a la
dictadura2. Para Julieta Kirkwood este encuentro po-
lémico de las mujeres y la política —encuentro que
no es otra cosa que el feminismo— aparecerá “con
fuerza en momentos en que impera una tremenda
dislocación ideológica, una inquietante pérdida de
perspectiva; donde no todo puede ser explicado por
la razón”3.
Signos del desorden que bajo las indumentarias
de la controversia y la disputa, no sólo desterritoria-
lizan dominios y herencias sino que también posibi-
litan la anudación de las palabras “mujer” y “políti-
ca” en una región que —con acierto o no— podría
ser llamada de “litigio” o “diferendo”. Palabras, éstas,
que nombran un diálogo entrecortado donde se evi-
dencia al mismo tiempo la existencia de un espacio
de lo común, más empero, también la presencia de
zonas donde “no puede hablar el subalterno” —si
hemos de citar el título de un ya clásico trabajo de
Gayatri Chakravorty Spivak4.

2
Nelly Richard, Masculino/femenino. Prácticas de la diferencia y cul-
tura democrática, Santiago, Francisco Zegers Editor, 1993.
3
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, Santiago, Cuarto propio, 1990, p. 70.
4
Gayatri Chakravorty Spivak, “Can the Subaltern Speak?”, Cary
Nelson y Lawrence Grossberg (comps.), Marxism and the Interpre-
tation of Culture, Urbana, University of Illinois Press, 1988, pp.
271-313.

35
Narrativa doble, de afirmación y negación, don-
de lo que precisamente está en entre dicho es la “mu-
jer”: ¿es posible la mujer? podríamos interrogarnos.
Pregunta que más que esperar una respuesta inaugu-
ra un otro lugar, el lugar del feminismo. Lugar “con-
tradictorio y difuso”5 que se narra a tientas y que
encuentra a la mujer en los intersticios/éxodos de
una lengua que la historia:

“parcelada, blanco y negro, extremada, siempre frente


a dicotomías excluyentes, puesto que la mujer ha sido
hecha por la cultura en la certeza de roles esenciales,
inmutables e irrenunciables, y no en la duda que abre la
propia responsabilidad”6.

Es, precisamente, en el cruce de estos significan-


tes, en la polémica infinita de estas alocuciones, don-
de se dejan entrever los límites y posibilidades de
toda crítica o política feminista. De ahí, que no debe
causar extrañeza que la anudación de política y femi-
nismo encuentre, paradójicamente, en las nomina-
ciones de “diferendo” y “desacuerdo” un suelo co-
mún de discusión. Suelo común que únicamente
parece señalar su emplazamiento en significantes que
no logran erradicar la polémica sino que, por el con-

5
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 64.
6
Ibid., p. 64.

36
trario, buscan reanudarla en formas cada vez más sin-
gulares. En este sentido, la noción de “diferendo”
viene a enseñar la ausencia de una regla de juicio
compartida y aplicable a dos regímenes de argumen-
tación7. La noción de “desacuerdo”, en cambio, re-
mite a una situación de habla en la que lo sometido
a disputa es, precisamente, lo en común de la propia
locución: el significado compartido de lo dicho8.
Conocemos la imposible sinonimia de ambos con-
ceptos, mas sin embargo, deseamos enunciarlos en
proximidad, pues, sólo su “íntima lejanía” permite
atisbar el nudo de toda política feminista, la aporía
que recorre la crítica de su pensamiento.
En otras palabras, lo que nombran en su diferen-
cia estas dos formas de pensamiento, aquello preci-
samente que interesa al debate o a la cuestión femi-
nista, es la propia posibilidad de ver en un daño, o
una falta, una forma universal de subjetivación polí-
tica. Política del daño que para Kirkwood surgirá
“primero de la conciencia de un carencia, pero tam-
bién como conciencia de la posibilidad de su propia
resolución”9. Esta posibilidad, y su propia discusión,

7
Jean-François Lyotard, Le Différend, Paris, Minuit, 1983.
8
Jacques Rancière, La Mésentente. Politique et philosophie, Paris,
Galilée, 1995.
9
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 67. El subrayado es mío.

37
es justamente el nudo que articula el saber y la prác-
tica feminista. En afinidad con esta comprensión del
acto y la subjetivación política, Julieta Kirkwood
destacará que la política feminista:

“no se realiza a partir de un individuo ni un grupo que


posea una identidad, una personalidad integrada, sino
que debe partir desde sujetos que aún no son tales suje-
tos. Es desde allí que debe enfocarse el por qué y el
cómo de la opresión y de la toma de conciencia de esta
opresión, y las formulaciones para su posible nega-
ción”10.

Señalemos que este proceso de subjetivación del


daño —esto es, el reconocimiento por parte de las
mujeres de “la distancia entre los valores y postula-
dos democráticos tales como la igualdad, no discri-
minación, la libertad, la solidaridad, de una parte,
con lo que es vivido y asumido como realidad con-
creta singular, por otra”11— es siempre toma de pa-
labra y acción de nominación. En otros términos, la
política comienza cuando se hace aparecer como su-
jeto de debate algo que no está visto, cuando quién
lo enuncia es en sí mismo un locutor no reconocido
como tal, cuando, en última instancia, se contesta la
10
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 30.
11
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabidu-
ría feminista, op. cit., p. 233.

38
cuestión misma de saber si dicho sujeto es un ser
hablante. Y es ésta, precisamente, toda la cuestión
que subyace al feminismo.
Este, y no otro, es el problema que organiza todo
esfuerzo de representación de la voz de la mujer. Pero,
cabe la insistencia, ¿puede hablar la mujer subalter-
na? ¿Puede una estrategia liberadora ser al mismo
tiempo un instrumento de opresión? Insistiendo un
poco más en esta sospecha y especificándola en la
propia posibilidad de visibilidad/habla de las muje-
res en la narración histórica, Julieta Kirkwood indi-
cará que:

“las mujeres hemos heredado una historia general y


una historia de la política en particular, narrada y cons-
tituida sólo por hombres por lo que es lícito suponer en
ambas cierta desviación masculina que nos ha dejado
en silencio, e invisibles ante la historia”12.

De la mano de las provocaciones del feminismo


de Simone de Beauvoir, Kirkwood no sólo dudará de
la posibilidad de una historia de las “mujeres” sino
que también, y quizás más relevante aún, de la pro-
pia posibilidad de la existencia de ellas por fuera del
relato patriarcal. En este sentido se preguntará: “¿qué

12
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 65.

39
es o qué son las mujeres?”13. Muy en cercanía con
dicha pregunta, años más tarde, Gayatri Chakravor-
ty Spivak —para el caso de las narrativas colonizadas
y subalternas de la India— afirmará que “si en el
contexto de la producción colonial el individuo sub-
alterno no tiene historia y no puede hablar, cuando
ese individuo subalterno es una mujer su destino se
encuentra todavía más profundamente a oscuras”14.
Pero bien podría objetárseles a dichas afirmacio-
nes, tal como lo hiciera Hélène Cixous a cierto femi-
nismo radical francés hace ya algún tiempo: “una
mujer sin cuerpo, una muda, una ciega, no puede
ser una buena combatiente”15. De ahí que sea nece-
sario que nos detengamos y encaremos el posible
equívoco. Que se dude de la posibilidad de la mujer
más allá de la trama escrituraria propuesta por el
patriarcado, como lo hace Kirkwood, o que se enfati-
ce la dificultad del habla de la mujer, como lo hace
Spivak, no quiere decir que las mujeres no existan o
no hablen como pudiese ser creído. Más bien lo que
dejan entrever dichas afirmaciones es la dificultad a

13
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 27.
14
Gayatri Chakravorty Spivak, “Can the Subaltern Speak?”, Cary
Nelson y Lawrence Grossberg (comps.), Marxism and the Interpre-
tation of Culture, op. cit., p. 301.
15
Hélène Cixous, “La risa de la Medusa”, Deseo de escritura, Barce-
lona, Reverso Ediciones, 2004, p. 25.

40
la hora de re-inventar las descripciones hegemónicas
que narran a la mujer. Esto por dos razones. Una de
ellas dice relación con la propia historicidad de la
“diferencia de los sexos” y de las representaciones
adjuntas a ella. De algún modo, tal como lo ha de-
sarrollado Geneviève Fraisse, esta idea central para el
pensamiento occidental se sitúa, paradójicamente,
por fuera del tiempo, atemporalmente, asignando de
igual modo, actitudes, roles e identidades16. Una se-
gunda razón será ofrecida precisamente por Gayatri
Spivak al momento de hacer frente a los mal enten-
didos que generó su Can the Subaltern Speak? En
respuesta a aquellas, y aquellos, que suponían que el
subalterno, en este caso la mujer, no podía hablar
dirá que lo que realmente quería expresar con aque-
lla polémica pregunta era que el acto de toma de
palabra y enunciación por parte de los sujetos subal-
ternos estaba ya, de algún modo, estructurada por
un cierto tipo de psicobiografía, de ahí que la propia
enunciación sería interpretada de la manera en que
históricamente ha sido prefigurada17.
En consecuencia, y en lo que concierne a la escri-
tura de Julieta Kirkwood, no se tratará pues de un

16
Geneviève Fraisse, La différence des sexes, Paris, PUF, 1996.
17
Gayatri Chakravorty Spivak, “History”, A Critique of Postcolo-
nial Reason. Toward a History of the Vanishing Present, Cambridge,
Harvard University Press, 1999, pp. 198-311.

41
puro acto de negación o de invención de los nombres
de la mujer por fuera, en los márgenes. No se puede
escribir el feminismo —y en esto Cixous tiene razón—
sólo habitando en los márgenes: habitando la tran-
quilidad del margen de la historia (en la escritura de
la “otra historia”); habitando en los márgenes de la
lengua (en la audacia de la creación de otras hablas,
casi siempre de los sentimientos); habitando, por úl-
timo, en los márgenes del poder (en la creencia de
políticas de la diferencia). No es posible el discurso
feminista, tal como lo reconoce Kirkwood, sólo, y en
la obstinada, “negación absoluta”18.
Es por ello que su política/escritura feminista no
desistirá de las retóricas de lo universal. Su política
del feminismo se elaborará, más bien, en un com-
plejo juego entre lo excluido y lo incluido, de lo par-
ticular y lo universal, en un movimiento que irá des-
de los márgenes hacia el centro y en ese gesto inten-
tará la re-invención, no de la mujer, sino que de la
democracia:

“La constitución del proyecto político total lo será tam-


bién a partir de las marginalidades, una de las cuales la
constituyen las mujeres. El camino hacia la inclusivi-
dad social —democracia real— parte, como decíamos,

18
Julieta Kirkwood, “Por qué este libro y el rollo personal”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 13.

42
desde todos los sectores excluidos en una redimensión
de los tiempos y espacios sociales y políticos”19.

Desde esta perspectiva es posible señalar que Kir-


kwood no entenderá a la “democracia real” como la
realización plena de la idea de democracia sino más
bien como un espacio de continua transformación.
Es por ello, que su feminismo no se definirá como
una política de interés, sólo reivindicativa de un gru-
po en particular, sino como un proyecto de transfor-
mación societal. En este sentido indicará que el fe-
minismo puede “identificarse por la concurrencia de
tres principios básicos: un principio de identidad,
uno de oposición o definición de sus adversario y un
principio totalizador o de formulación del proyecto
global alternativo”20.
Siguiendo esta huella universalista del discurso de
Kirkwood, bien podría ser dicho que intentar soste-
ner hoy, sin ambages, un pensamiento universalista
que sea además capaz de incorporar, sin contradic-
ción, la idea de la diferencia es intentar, sin duda, dar
la cuadratura a un círculo. Pensar, en este sentido, lo
político desde lo “singular” en tanto cada uno, pero a

19
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 32.
20
Julieta Kirkwood, “Tiempos difíciles”, Los nudos de la sabiduría
feminista, op. cit. p. 210.

43
la vez apelando a un “todos” indefinido implicaría o
bien una falsedad, o bien una imposibilidad. ¿Es po-
sible salir de este dilema? Será precisamente en esta
persistencia —en el propio dilema— donde, sin em-
bargo, nos arriesgamos a plantear la reflexión feminis-
ta de Julieta Kirkwood. Más que optar por una u otra
alternativa, Kirkwood preferirá situar la política femi-
nista en la propia tensión. Como lo declara expresa-
mente en sus Nudos de la sabiduría feminista:

“el momento mismo en que esta contradicción entre


universalidad y particularidad se verifica, quedará tam-
bién determinada la posibilidad del surgimiento o de la
formación de una conciencia contestataria femenina, la
que, en tanto posibilidad, podrá o no asumir expresio-
nes sociales concretas”21.

Política feminista de Julieta Kirkwood que


parece “saltar de la casa a la utopía sin solución de
continuidad”22. Política del salto que no hace más
que poner de manifiesto el dilema de contar como
“uno”, ser persona, más sin embargo, bajo el recono-
cimiento e identificación patriarcal que semantiza a
las mujeres en la triada “marido, hijos, hogar”23. Po-

21
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 24.
22
Ibid., p. 35.
23
Ibid., p. 39.

44
líticas discontinuas, articuladas en el doble recono-
cimiento —y rechazo— de la vida doméstica en tan-
to espacio de sujeción y del espacio político en tanto
espacio de lo universal/masculino.
Esta dialéctica del reconocimiento y del rechazo
pareciera, para muchos, ubicar a las políticas femi-
nistas en la puerta de salida de cualquier forma de
hacer política tradicional. Esto en la medida que
enjuician no sólo los contextos de explotación, do-
minación y sujeción en que se encuentran las muje-
res, sino que también las posibles vías para superar-
los. En fin, políticas feministas, que como bien lo
indica Julieta Kirkwood, se instalan en un “salto”, en
una temporalidad desplazada que se proyecta a lo
que no existe aún, pero que es tomado como “real”.
Políticas feministas que se ubican en una “realidad
utópica” que, sin embargo, no tiene tiempo para es-
perar por su realización en un futuro lejano sino que,
por el contrario y paradójicamente, buscan realizar-
se en el propio gesto de su enunciación. No olvide-
mos, en este punto, la intensa política de/por la len-
gua en la que se instala el feminismo. Políticas de la
enunciación —recordemos, por ejemplo: “lo perso-
nal es político, “el feminismo soy yo” o “la democra-
cia en la casa y en el país”— que han logrado redes-
cribir, en términos verosímiles, nuevas prácticas so-
ciales y culturales. Paradojales ejercicios ilocutivos

45
utópicos que insisten en la actualización de la demo-
cracia y se sitúan en un universal aporético. En este
sentido es como podríamos entender lo dicho por
Julieta Kirkwood en cuanto:

“el feminismo, como toda revolución profunda, juzga


lo que existe y ha existido —pasado y presente— en
nombre de lo que todavía no existe pero es tomado
como más real que lo real”24.

Si la posibilidad de toda política tiene que ver


con cierta temporalidad, con el tiempo necesario para
su realización, es posible señalar que la política femi-
nista se inscribirá en un tiempo “futuro actual”25.
En afinidad con las renovadas lecturas sobre el rea-
lismo político realizadas en la década de los años
ochenta en Chile, bien podríamos decir que la polí-
tica feminista propuesta por Julieta Kirkwood “en
lugar de esperar al futuro, dejándolo hacerse presen-
te, busca adelantarse a él, creándolo como el resulta-
do proyectado de las decisiones presentes”26. Pero a
diferencia de las lecturas renovadas del realismo po-
lítico, el feminismo de Julieta Kirkwood no pondrá

24
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 73.
25
Norbert Lechner, “El realismo político una cuestión de tiempo”,
Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Santia-
go, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 61-85.
26
Ibid., p. 69.

46
en el centro de la construcción de un nuevo orden la
“certidumbre”, “el consenso”, o la “lógica del proce-
dimiento”, sino al propio acto de enunciación, pura-
mente negativo, de “superación del mundo sexista y
patriarcal”27. Feminismo, entonces, como un ejerci-
cio ilocutivo utópico que se proyecta en un universal
por hacer, por-venir.

27
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 73.

47
48
IV. Crítica hospitalaria

“No soy como mujer extraña a la historia: no me estoy


subiendo hoy, sino que he estado siempre, pero en esa
condición fría; tal parece que no se mueve, que no rue-
da, que siempre ha sido —necesaria— y será siempre
—rutina— al punto que nos olvidamos de ella hasta
que no falta: y sólo falta cuando se revoluciona deto-
nando un movimiento tal que parece que se moviera
una larga sombra antes familiar y la hace tenebrosa como
un temblor de tierra monstruoso porque imprevisto,
no predicho, no controlado (...) no ser extraña a la his-
toria es no ser extraña tampoco a la formación del cono-
cimiento y la ciencia”1.

Leamos este fragmento desde la extrañeza y con-


fiemos en la mirada de una extraña. Leamos como
extranjeras, como huéspedes de la historia feminista.
Leamos este pasaje desde la contradictoria compare-

1
Julieta Kirkwood, “Por qué este libro y el rollo personal”, Los
nudos de la sabiduría feminista, Santiago, Cuarto Propio, 1986, p.
14.

49
cencia de una firma/de un nombre que insiste en
señalarse, a pesar de su estancia, en fría ausencia.
Adentrémonos, pues, en el feminismo de Kirkwood
desde la persistencia de un ejercicio de nominación
doble que enuncia lo conocido, la quietud del “así
siempre han sido las cosas”, a la vez que la inquietud
de la variación, de la metamorfosis.
La mujer es extraña a la historia, pero ella siem-
pre ha estado ahí, afirma Julieta Kirkwood. Afirma-
ción doble y contradictoria que nos habla al unísono
de lo familiar, aquello que permanece inalterado, casi
no visto; y aquello otro (in)familiar, tenebroso, que
violentamente comparece ante nuestra mirada. He
aquí una disputa, una inquietud. Bien sabía Freud
que la sombra que más perturba es aquella que nos
parece más familiar. ¿Cómo entender a esta extraña
que insiste en declararse como una antigua
huésped? ¿Cómo entender a esta misteriosa huésped,
que en un gesto desenfadadamente autobiográfico,
place nominarse en la extranjería, en el umbral de la
fría casa de la historia?
Es por este ambiguo pendular o por esta dinámi-
ca del límite que no nos sería posible decir que el
feminismo de Kirkwood es lo “otro” que adviene de
lejos, aquello que simplemente irrumpe: recordemos
su (in)visible estancia, su he estado siempre. Muy por
el contrario, su ejercicio crítico feminista se instala

50
en el propio relato patriarcal de la historia, y de las
ciencias, para desde ahí desactivar la tríada subjetivi-
dad/determinación/identidad con que las mujeres
han sido constituidas por el discurso moderno de la
política.
No sería del todo errado sugerir que Kirkwood
propone entender al feminismo en la ambigua ale-
goría del huésped. Esto es, como el ejercicio antité-
tico que implica a la vez proximidad y distancia, si-
militud y diferencia, interioridad y exterioridad. En
afinidad con ciertas lecturas de la deconstrucción,
podría ser dicho que Kirkwood genera un discurso
feminista que se sitúa simultáneamente tanto en el
exterior como en el interior del discurso de las cien-
cias del hombre —en su umbral: de este lado del
límite o margen y, también, más allá de él2.
Feminismo, éste de Kirkwood, que se instala en
la propia (in)movilidad de la rueda de la historia,
para desde ahí generar la movilidad, la crítica. Si tu-
viésemos que definir a este tipo de crítica bien po-
dríamos decir que se trata de una “crítica hospitala-
ria”. Crítica del huésped, de quien es hospedado y,
sin embargo, crítica que es enunciada por el más
misterioso de los invitados.

2
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabiduría
feminista, op. cit., p. 213.

51
En otros términos, la crítica feminista de Kirkwood
se instaurará en tanto zona fronteriza, intermedia —
entre la hospitalidad de quien recibe y el hospedaje que
necesita el recién llegado. Espacio en el cual su feminis-
mo trabajará interpretativamente sobre la pesada he-
rencia y legado del pensamiento occidental (en especial
bajo la forma de la narración histórica) y sobre su ince-
sante re-elaboración o traducción. En relación a ello,
Kirkwood en un gesto que bien podríamos llamar de-
constructivo sospechará, primero, de las retóricas uni-
versalistas de la política y del concepto de lo humano
anejo a ellas; en segundo lugar, cuestionará el canon
instituido por las narrativas científicas (incluidas las so-
ciales e históricas); y, por último, desdibujará los lími-
tes establecidos entre lo literario y lo no literario para la
escritura de las ciencias sociales3. Es sólo a partir de esta
redescripción/desplazamiento de la gran “teoría” —si
nos es lícito llamar bajo esa nominación tanto a los ca-
nónicos discursos de la ciencia como a las grandilocuen-
tes historias nacionales— que el feminismo de Kirkwo-
od re-elaborará un otro lugar para la crítica feminista.
Será, precisamente, debido a este desplazamien-
to o reelaboración conceptual que el feminismo chi-

3
De este último movimiento de escritura intentará dejar huella la
edición de Patricia Crispi de los escritos de prensa de Kirkwood.
Véase, Julieta Kirkwood, Tejiendo rebeldías. Escritos feministas de
Julieta Kirkwood, Santiago, La Morada/Cem, 1987.

52
leno comenzará a mirar, paradójicamente, a la “teo-
ría” como un espacio de resistencia y, a la vez, de
desestabilización de la propia “teoría”4. Más que el
abandono y la búsqueda de utópicas matrias, el fe-
minismo de Kirkwood propiciará una interrogación
crítica a los supuestos en los que se han constituido
los saberes del hombre, y desde aquella interroga-
ción intentará su metamorfosis. No se tratará, en-
tonces, del tentador ejercicio feminista de la simple
negación. En este sentido Kirkwood confiesa que

“muy a la bruta, estaba dispuesta a declarar a la Ciencia


misma sexista, por lo tanto, a la posibilidad de conocer
misma; lo ontológico mismo como masculinamente
determinado y yo (nosotras) definitivamente fuera, in-
tentando construir el propio esquema del saber. Era
atractivo una negación absoluta: soberbia, los niego a
todos; cierro mis ojos y no estáis más, hasta abrir nuestra
mirada limpia, mirada abierta”5.

A pesar de la facilidad del acto del rechazo y la


tranquilidad que garantiza la huida a la irreal pureza
de la tierra de las mujeres, Kirkwood ensayará, por el
contrario, un feminismo que interrogará a la teoría

4
Por supuesto, aquí no hago más que parafrasear un tópico ya
clásico a la tradición de la deconstrucción. Al respecto, Paul de
Man, “The Resistance to Theory”, The Resistance to Theory, Mine-
apolis, University of Minnesota Press, pp. 3-20.
5
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabiduría
feminista, op. cit., p. 13.

53
desde la teoría, desde sus propios supuestos. De al-
gún modo, se realiza un ejercicio crítico que se dis-
tancia de su objeto sólo para aguzar más la mirada:

“La ciencia afirma, construye, prueba, pero que más


importante también posee ella (¡ella misma!) los ele-
mentos para autonegarse y así se explica que una misma
ciencia se autorelativice (...) mi pelea absurda de negar
la ciencia era un escamoteo a investigar la forma en que
puedo preguntarla, interrogarla, leerla y construirla en
lo que a sexo atañe”6.

Destaquemos en este punto que cuanto más se


explicita la elaboración de un concepto de “teoría”
entendido como “resistencia” tanto más será necesa-
ria la resemantización del concepto de “crítica”. Di-
cho en otras palabras, la conceptualización de la teo-
ría en tanto “resistencia” implicará la puesta en ten-
sión del propio concepto de “crítica feminista”. Tan-
to la desestabilización de los conceptos de “teoría”
como de “crítica” darán paso a la formulación incó-
moda de un espacio que insistirá en un ir más allá de
la “teoría y la crítica”, más sin embargo permane-
ciendo, paradójica e incómodamente, en su lugar.
En un primer momento, este ejercicio de desestabi-
lización discursiva, será presentado bajo las señas de
la “sospecha”, el “desenmascaramiento” y la “denun-
6
Ibid., p. 14.

54
cia”. Notemos que estas figuras del distanciamiento
crítico serán claves para poner en tensión al relato
histórico nacional que para Kirkwood mantendrá,
insistentemente, en la “opacidad” la variable sexual7.
“Nunca se termina de comprobar comparativamen-
te la magnitud del silencio y la invisibilidad de la mujer
al interior de la historia de los oprimidos”8, agregará
en el mismo sentido.
Este primer momento que podríamos denomi-
nar genéricamente de “crítica ideológica” será suce-
dido, luego, por otro de “crítica hospitalaria”, en que
se revisará al corpus del feminismo en tanto la inter-
vención/emergencia de un pensamiento del tercer es-
pacio9. Tercer espacio que volverá ambivalentes las
estructuras de sentido y referencia, destruyendo el
espejo de la representación en el que el conocimien-
to cultural es habitualmente revelado como un códi-
go integrado, abierto y en expansión. Crítica hospi-
talaria que no sólo se limitará a denunciar lo “no di-

7
Julieta Kirkwood, “La mujer en el hacer político chileno”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 52.
8
Julieta Kirkwood, “Encuentro con la historia”, Los nudos de la
sabiduría feminista, op. cit., p. 81.
9
Sobre este concepto, y sobre el campo de discusiones que él
inaugura, véase, Alberto Moreiras, Tercer espacio. Literatura y duelo
en América Latina, Santiago, Universidad Arcis/Lom Ediciones,
1999. Asimismo, Alberto Moreiras, Exhaustion of Difference. The
Politics of Latin American Cultural Studies, Durham, Duke Univer-
sity Press, 2002.

55
cho” o la “falta” y a propiciar, luego, una agregación
aproblemática en la línea de tiempo o las cronolo-
gías históricas, sino que, más productivamente, pon-
drá en entredicho las propias categorías con las que
se ha estructurado el pensamiento moderno, ya sea
en sus formas históricas o políticas. Desde esta pers-
pectiva Kirkwood se preguntará:

“¿Es válida la oposición tajante entre lo público y lo


privado, entre lo racional y lo afectivo, dentro de una
concepción de la historia y del cambio abierto al deve-
nir? ¿o es más expresivo asumir la complejidad creciente
de las categorías culturales?10.

“Crítica feminista”, entonces, en tanto lugar irre-


presentable en sí mismo. Tal como lo ha señalado
Nelly Richard, esta crítica feminista “revisa las bases
epistemológicas del saber tradicional, critica el modo
en que la división de género organiza el discurso de
la ciencia, de la filosofía y de la teoría social, a la vez
que elabora nuevos instrumentos conceptuales en
torno a la diferencia sexual que permiten intervenir
estratégicamente en sus relaciones dominantes de
poder e identidad”11. De alguna manera, esta crítica

10
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 29.
11
Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la
transición en Chile”, Daniel Mato (Comp.), Estudios Latinoame-

56
se situará en la propia lengua, esa que nos da nues-
tros nombres, para desde ahí hacer valer la explosiva
polisemia del gesto feminista, de su crítica. Crítica
que toma como punto de partida lo natural y social-
mente dado. De este modo, Julieta Kirkwood transi-
tará por los discursos de la filosofía, de la ciencia y de
la historia develando lo irrisorio de sus genealogías y
la arbitrariedad de sus orígenes. De ahí, que su críti-
ca feminista calce mejor con el gesto ambiguo del
(des)hacer, de un anudar y un desanudar, por ejem-
plo. Será precisamente esta palabra, nudo, la palabra
hospitalaria, la metáfora maestra de su actividad crí-
tica. Pues, para Kirkwood:

“los nudos se pueden deshacer siguiendo la inversa tra-


yectoria, cuidadosamente, con un compromiso de de-
dos, uñas o lo que se prefiera, con el hilo que hay detrás,
para detectar su tamaño y su sentido”12.

ricanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globali-


zación II, Buenos Aires, CLACSO, 2001, pp. 235-236.
12
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabidu-
ría feminista, op. cit., p. 239.

57
58
V. Nudos

“Las formas que entornan y definen a un nudo son


distintas, diferentes, no congruentes con otros nu-
dos. Pero todos ellos tienden a adecuar dentro de su
ámbito su propio despliegue de movimiento, de
modo tal que se unirán mutuamente en algún punto
y distancia, imprevisible desde el punto mismo, para
formar una nueva y sola continuidad de vida. A tra-
vés de los nudos feministas vamos conformando la
política feminista”.
Julieta Kirkwood

Nudo qua metáfora de metáforas. Metáfora del


límite, de la separación, del corte. Pero a la vez metá-
fora de la red, de la unión. Y desde que Julieta Kir-
kwood nos regalara Ser política en Chile, metáfora de
la política feminista. Extraña metáfora, sin lugar a
dudas, que de golpe nos habla de dureza, tensión y
obstáculo, y, a la vez, nos evoca a lazo, a tejido. Pala-
bra de voces múltiples, mejor descrita como seman-

59
tema, según la terminología utilizada por Kemy
Oyarzún 1.
Si insistimos y nos detenemos más de lo necesa-
rio, quizás, en la constatación de los múltiples senti-
dos de la voz nudo es para ahondar en el descifra-
miento de la palabra maestra del feminismo de Kir-
kwood, palabra que ella misma llamó su “descubri-
miento más querido”2.
Nudo, entonces, metáfora que reclama para sí cier-
ta ambigüedad, tal vez, por la propia estructura con-
tradictoria que la anima. Es por ello que los nudos,
para Julieta Kirkwood, podrían ser descritos, simul-
táneamente, como conflictos, trampas ciegas, embro-
llos, pero también como movimiento, transforma-
ción y vida3. ¿Extraña mezcla de palabras? Y sin em-
bargo, nos sentimos próximas. A pesar de la distan-
cia que suelen provocar las contradicciones, y los sen-
tidos contrapuestos, es posible contar como nuestra
esta metáfora del nudo.
¿A qué debemos esta extraña cercanía? Quizás sea

1
Kemy Oyarzún, “Julieta Kirkwood, enunciación y rebeldías de
campo”, Nelly Richard (ed.), Utopía(s) 1973-2003. Revisar el pasa-
do, criticar el presente, imaginar el futuro, Santiago, Universidad
ARCIS, 2004, pp. 129-142.
2
Julieta Kirkwood, “Por qué este libro y el rollo personal”, Los
nudos de la sabiduría feminista, Santiago, Cuarto propio, 1990, p.
11.
3
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabiduría
feminista, op. cit., pp. 238 y ss.

60
debido a que esta asociación de hilos, nudos, tejidos
y mujeres no es nueva. Laboriosas manos masculi-
nas, que no saben de tejidos pero si de escritura, se
han dado a la tarea de imaginarnos un mundo hecho
de husos, ruecas y palillos. Laboriosas manos mascu-
linas que armarán a las mujeres de agujas e hilos ya
sea para otorgarles poder como a Las Parcas, ya sea
para transformarlas en villanas como a Clitemnestra,
o para dignificarlas y enaltecerlas como a Penélope.
Metáfora para nada nueva, alguien podría objetar.
Decir doble, este del nudo, que desde hace mucho ha
unido los días de las mujeres a los trabajos de los hi-
los, los lazos y los tejidos. Ahí está para recordarnos de
esta atávica vocación, aquella historia de Cloto, Lá-
quesis y Átropo cantada por Hesíodo, que en un pri-
mitivo ejercicio de hilar y cortar hebras del tiempo se
yerguen dueñas de los destinos y de las vidas huma-
nas. También está esa otra historia trágica transmitida
por Esquilo en La Orestea, donde se nos recuerda a
Clitemnestra, una mujer que no perdona el asesinato
de Ifigenia, su hija, y en un delicado trabajo de unir
hilos confecciona un poderoso velo con el que dará
muerte al rey Agamenón, su esposo. Y no podría fal-
tar aquí la historia de la fiel Penélope —mucho más
conocida, quizás por la herencia más “benigna” y “fá-
cil” de llevar para la raza de las mujeres— quien, teje
y des-teje un velo esperando el regreso de Odiseo.

61
Es cierto, la metáfora de los nudos, de los hilos
que anudan redes, velos que dan vida o muerte no es
nueva. Quizás, su novedad y radicalidad deba ser
buscada en otra parte, no tanto como una metáfora
de la mujer sino que, por el contrario, en tanto me-
táfora de una política feminista. Política que, no lo
olvidemos, se cimentará sobre una acción de re-con-
figuración y transformación de lo público/privado,
de lo universal y lo particular. Siguiendo en esto a
Jacques Rancière, no es errado indicar que tal políti-
ca feminista no sería sino una política de la demo-
cracia, entendiendo por ésta una que se identifica
menos con la simple regla de las mayorías (domina-
ción de lo universal sobre lo particular) que con la
polémica “ilimitación” de un paso, de un más allá
capaz de desanudar y reanudar monstruosamente el
juego de las identificaciones sociales. Política del ex-
ceso, en otras palabras, que como en la consigna de
Julieta Kirkwood “democracia en el país y en la casa”,
busca la invención continua de formas de subjetiva-
ción y de verificación polémicas que contraríen la
perpetua pretensión de los gobernantes de encarnar
un principio universal de vida pública y de circuns-
cribir a él todas las formas de representación social4.

4
Al respecto, Jacques Rancière dirá que “si hay una ‘ilimitación’
propia a la democracia, es aquella en la que ella reside: no en la

62
Destaquemos que esta política intentará proble-
matizar la tradición moderna de lo político que, de
algún modo, se ha estructurado en torno a las figu-
ras del enemigo, la fuerza o la violencia. Todas figu-
ras, cabe destacarlo, de la exclusión que como ha se-
ñalado Simone Weil —en L’Iliade ou le poême de la
force— serían constitutivas del pensamiento occiden-
tal5. No es para nada casual que el origen de la auto-
conciencia occidental esté en el incendio y la devasta-
ción de Troya, dirá Roberto Esposito actualizando los
argumentos de Weil para la política contemporánea.
Si el intento de Kirkwood es aproximarse a otra
forma de hacer política, aunque dicha aproximación
sea siempre bajo las figuras del “exceso” y la “ilimita-
ción”, estas otras formas debiesen avanzar a un más
allá de la metáfora de la unicidad que está en su base.
Este esfuerzo requeriría proponer otras figuras, otros
vehículos para redescribir las prácticas de subjetiva-
ción y las prácticas de identificación política. Así lo
hace Kirkwood. Y para ello recurrirá nuevamente, a

multiplicación exponencial de las necesidades o de los deseos pro-


venientes de los individuos, sino en el movimiento que desplaza sin
cesar los límites de lo público y lo privado, de lo político y lo
social”. Véase, Jacques Rancière, “Démocratie, rèpublique, repre-
sentation”, La haine de la démocratie, Paris, La Fabrique éditions,
2005, p. 70.
5
Simone Weil, “L’Iliade ou le poême de la force”, La source grecque,
Paris, Gallimard, 1953, pp. 11-42.

63
pesar de su herencia, a la palabra nudo. Esto en la
medida que la voz nudo puede describir tanto la po-
lítica en su telos moderno como su rebasamiento y
reinvención. Advirtiendo el carácter dicotómico, ex-
cluyente, que tienden a tomar las formas de hacer
política modernas describirá, en primer lugar, los
nudos como obstáculos:

“los nudos más recurrentes y perceptibles han tenido


que ver (…) con el conocimiento, con la relación entre
feministas y políticas, con el poder, con la relación fe-
menino-feminista; con la cuestión de las estrategias, con
la idea de profundización de la acción feminista versus
la amplitud de llegada de la misma acción; con opcio-
nes entre vanguardias y masas, con el encierro en lo
personalístico versus un planteo feminista social; nudos
entre partidos y movimientos autónomos. Y el gran
nudo síntesis, por supuesto, el de clase/género”6.

Lo real del “nudo” es la imposibilidad de desha-


cerse de uno de sus extremos sin correr el riesgo de
deshacerse de él. El nudo no se desanuda simple-
mente. No hay política de desanudamiento o de
desencadenamiento sin esta resistencia o dureza in-
terior. Nada se sustrae a la nudosidad que el nudo
representa. De modo que el nudo tiene, en cada uno
de los elementos que lo nombran, las propiedades

6
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabiduría
feminista, op. cit., pp. 238-239.

64
de un lazo que persiste en mantener unidas puntas,
extremos, piezas sueltas que acompañan el hacer po-
lítico feminista. Nuevamente hay aquí una política
de los extremos, precisamente ahí donde se pensaba
encontrar únicamente la salvación de un lazo, la uni-
cidad de un arte de la interioridad y la proximidad,
lo que se viene a encontrar son cabos sueltos de una
democracia por venir.
Pero hay también otros “nudos”, otras figuras que
reclaman ser introducidas en la reflexión feminista.
Nudos que vehiculizan otros sentidos, que parecen
llevar a otras direcciones, a otros paisajes y lugares.
Nudos que proponen otros significados de la metá-
fora nudo: nudos que hablan otros juegos de lengua-
je. Así, alejándose de los nudos en tanto metáfora
textil, Julieta Kirkwood se acercará a los nudos en tanto
huellas concéntricas, registro de crecimientos y de
cambios. En esta variación preferirá describirlos en
cuanto:

“Tronco, planta, crecimiento, proyección en círculos


concéntricos, desarrollo —tal vez ni suave ni armónico,
pero envolvente de una intromisión o de un curso in-
debido, que no llamaré escollo— que obliga a la totali-
dad a una nueva geometría, a un despliegue de las vuel-
tas en dirección distinta, mudante, cambiante, pero
esencialmente dinámica. Las formas que entornan y
definen a un nudo son distintas, diferentes, no con-
gruentes con otros nudos. Pero todos ellos tienden a

65
adecuar dentro de su ámbito su propio despliegue de
movimiento, de modo tal que se unirán mutuamente
en algún punto y distancia”7.

En un notorio cambio, Kirkwood, de un modo


decisivo, describirá a los nudos vinculados al juego
de lenguaje de las raíces y de los árboles. En una
asombrosa coincidencia con Mille plateaux de De-
leuze y Guattari, Kirkwood se centrará en las metá-
foras arbóreas para desafiar a los sistemas de pensa-
mientos cerrados, enraizados en dicotomías exclu-
yentes. En contraste con aquella tan conocida ima-
gen del árbol para el pensamiento latinoamericano
—en tanto lugar central, de origen y re-producción—
, Kirkwood avanzará una descripción de la imagen
del árbol organizada en redes, en nudos, en una geo-
metría de líneas curvas que bien podría tener afini-
dades con la idea de rizoma deleuzeana que “contra-
riamente a una estructura, que se define por un con-
junto de puntos y de posiciones, de relaciones bina-
rias entre estos puntos y de relaciones unívocas entre
esas posiciones (…) está hecho de líneas: de líneas
de segmentaridad, de estratificación, como dimen-
siones, pero también línea de fuga o de desterritoria-
lización como dimensión máxima según la cual, si-

7
Julieta Kirkwood, “La formación de la conciencia feminista”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 24.

66
guiendo, la multiplicidad se metamorfosea al cam-
biar de naturaleza”8.
Este esencial giro llevará a Kirkwood a explorar
no sólo otra metáfora de la metáfora nudo para pen-
sar la política de las mujeres sino, y más importante
aún, la llevará a proponer otra forma de entender la
política en general. Política de discontinuidades y
de multiplicidad, capaz de conjugar:

“en serio de una buena vez el verbo ser de a dos, de tres


o de a quinientos sin que número, que sexo quite o
ponga consistencia al vínculo de humanizar la humani-
dad”9.

De acuerdo con el sentido de esta proposición,


bien podría decirse que una política situada más allá
de la idea de origen y de unicidad debería comenzar
con el cuestionamiento de la metafísica del indivi-
duo que la constituye. Sin embargo, es sabido que
reflexionar sobre lo político movidas en esa direc-
ción, inevitablemente conduciría a tensionar y pro-

8
Gilles Deleuze y Felix Guattari, Mille plateaux. Capitalisme et
schizophrénie 2, Paris, Les Editions de Minuit, 1980, p. 25. Para
una revisión de las relaciones de Deleuze y el feminismo, véase,
Rosi Braidotti, “Zigzagging through Deleuze and Feminism”, Me-
tamorphoses: Towards a Materialist Theory of Becoming, Cambridge,
Polity Press, 2002, pp. 65-116.
9
Julieta Kirkwood, “Hay que tener niñas bonitas”, Tejiendo rebel-
días, Santiago, La Morada/Cem, 1987, p. 121.

67
blematizar algunas de las categorías básicas del dis-
curso filosófico de la modernidad10. Los nudos, bien
lo sabemos, suponen necesariamente una política de
los extremos, ellos nombran también aquellos cabos
sueltos que no atamos. Por eso, si hemos de avanzar
en la dirección de una política centrada en la metá-
fora de los nudos, esto es, mudante, cambiante, “ili-
mitada” y “monstruosa”, preciso es que lo hagamos a
través de una política de la invención democrática que
busque interrogar la unicidad que está en la base de
la relación individuo/comunidad. Interrogar desde
la raíz, desde los extremos que anudan este lazo, para
laborar con “dedos, uñas o lo que se prefiera” su ne-
cesario y urgente desencadenamiento. Interrogar, por
ejemplo, como lo ha hecho Roberto Esposito, la ela-
boración de otras categorías para re-pensar lo políti-
co como metamorfosis: gesto de devenir-otro, “un ser-
con” y “un ser-entre”, sin el intento de búsqueda de
estabilización y autoconservación privativas del pen-
samiento de lo absoluto, definitivo y cumplido11.

10
Para una reciente discusión de estas categorías, y del horizonte
político-filosófico que las constituye, Alberto Moreiras, Línea de
sombra. El no sujeto de lo político, Santiago, Editorial Palinodia,
2006.
11
Roberto Esposito, “Enemigo, extranjero, comunidad”, Manuel
Cruz (comp.), Los filósofos y la política, México, Fondo de Cultura
Económica, 1999, p. 80.

68
Es, justamente, esta insistencia la que nos llevará
a interrogar, como quieren Donna Haraway y Rosi
Braidotti, aquellos “otros nombres” con que la miso-
ginia masculina ha definido los límites de la comu-
nidad y el individuo. Teratologías de un bestiario
patriarcal que no ha sabido advertir en esos nom-
bres, y en el poder de invención que ellos portan, los
nudos de la sabiduría feminista. Nudos de una polí-
tica arbórea, que crece entre, en el medio de las cosas,
y que nos llevaría a concebir el feminismo como un:

“verbo desatado (…) un salto al “id” en el vacío de la


plenitud de todo deseo… con esto en dominante, y
hegemónico, sin cálculo, sin suspensión ni ahorro pre-
vio, sin apropiación ni acumulación para suplir vacíos y
todo reproducido en maternidades… Con todo esto, es
cierto no se constituyen civilizaciones de la manera co-
nocida”12.

12
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabidu-
ría feminista, op. cit., p. 237.

69
70
VI. Otros nombres

“Recordemos las palabras fármaco = fórmula = bruja


(por el lado de las hierbas), bruja = esa primera síntesis
de mujer y naturaleza que fue la medicina y en el fondo
la actitud de ciencia: investigar = curiosidad, adminis-
tración, mantener, cultivar, elaborar (cestos, mimbres,
tiestos, + telas) y aún maternidad”.
Julieta Kirkwood

Fármaco, fórmula y aún... maternidad: tres nom-


bres de la mujer. Nombres del remedio, del experi-
mento, de la invención. Nombres del cuidado, qué
duda cabe. Nombres que pese a permanecer ocultos,
en la ambivalencia de una etimología ya olvidada,
persisten en hablar a dos voces, anudando la salud y
la enfermedad, los remedios y los venenos, el cuida-
do y el desorden, la quietud y la experimentación.
Nombres de la mujer, que a la manera de anate-
mas han sido suprimidos o figurados en míticas cria-

71
turas fantásticas, violentas y llenas de artificio, que
encarnan en sí la prohibición o la ofrenda engañosa.
No está demás recordar que desafiado el límite, trans-
gredida la prohibición, aceptada la ofrenda, parece
abrirse siempre la misma puerta: la alteridad. Nom-
bres de la mujer, entonces, como lo otro. “La alteri-
dad se realiza en lo femenino” nos recuerda cierta
tradición filosófica. Figuras que parecen hablarnos
de lo “absolutamente otro”, de lo venido de un lugar
aún no descifrado, tal vez de un más allá de lo hu-
mano. Figuras de la alteridad que de antaño, como
sabemos, han estado presentes a la hora de describir
a las mujeres.
Recordemos, por ejemplo, dos de las primogéni-
tas del hombre, dos que quizás hayan dado paso al
malentendido de la mujer. Sin lugar a dudas, una de
las más notables criaturas del bestiario fantástico de
la imaginería masculina es la Gorgona, también co-
nocida como Medusa, la que lleva la muerte en sus
ojos. Nombre terrible, doble, que anuda en sí lo hu-
mano y lo animal, la mujer y el hombre, la juventud
y la vejez, la belleza y la fealdad, la mortalidad y la
inmortalidad. Nombre que, como se ha dicho, no es
sólo la mezcla de géneros sino que también, y por
sobre todo, el quiebre de las certezas de lo conocido
y lo habitual. Esto es la Gorgona: figura femenina de
la monstruosidad que representa el oscurecimiento

72
sistemático de todas las categorías que distingue el
mundo organizado y que, en ese rostro, se mezclan e
interfieren.
También temprano en la historia de la misoginia
occidental hace aparición otra de las hijas claro-os-
curas de la mirada masculina: Pandora. Si la Gorgo-
na es la confusión de las categorías en el mundo,
Pandora será el artificio por excelencia. Tres son los
nombres que la constituyen: la técnica, el intercam-
bio y el engaño. Si hemos de creer en el mito, Pan-
dora —nacida de la arcilla y de la habilidad de He-
festo— es la primera criatura “humana” que tiene
por nacimiento la fabricación y no la autoctonía (an-
tiguo deseo griego por la auto-procreación). Recor-
demos que el mito nos dice que antes de la creación
de Pandora, los hombres nacían de la tierra, no co-
nocían la muerte y vivían mezclados con los dioses1.
Mujer y muerte nacidas del mismo artificio de hu-
medecer la tierra con agua; tierra y agua transformada
en una joven virgen dotada de voz, de la fuerza de un
ser humano, de un espíritu impúdico, de un carácter
artificioso y de la belleza de una diosa inmortal2. Figura

1
Nicole Loraux, “Sur la race des femmes et quelques-unes de ses
tribus”, Les enfants d’Athéna. Idées athéniennes sur la citoyenneté et la
division des sexes, Paris, Éditions La Découverte, 1990, pp. 88 y ss.
2
Nicole Loraux, “Naître en fin mortels”, Né de la Terre. Mythe et
politique à Athènes, Paris, Seuil, 1996, p. 16.

73
semejante en belleza a las diosas, pero he aquí una vital
diferencia: igual a lo que aún no existe “una mujer”. En
este sentido se ha aclarado que Pandora, primera figura
de la joven virgen entre los humanos, se establece por y
con semejanza a esa que debe ser ella misma3. De algún
modo, la identidad es desplazada y proyectada en bús-
queda de lo que se debe ser: eso de ser una mujer. Si
bien Pandora es un artificio, de naturaleza derivada, no
es una representación —una imagen— es, por el con-
trario, la plena actualización de la idea. Pandora es el
nombre de la creación y de la derivación, sin embargo,
también es el nombre de la mortalidad, esto es, de lo
humano. Será con ella, en su excepción, que surgirán
las mujeres y con ellas una nueva forma de nacimiento:
al igual que Hefesto, los hombres depositarán su si-
miente en el vientre de la mujer, y como escultores
imprimirán su marca —su figura— en la arcilla feme-
nina. En este intercambio, en este don de sí, tal como
nos indica el mito, Pandora, y por extensión las muje-
res, otorga la vida, pero también la muerte, he ahí el
engaño.
Gorgona y Pandora nombres femeninos de la per-
dición. Luego de ellas cabe la pregunta: ¿Qué lugar
hay para la mujer? Figuras, éstas, del malentendido
y del desorden que las escrituras feministas han in-

3
Ibid., pp. 16-19.

74
tentado desplazar, o alterar, invocando e incorporan-
do la propia trama patriarcal. Ejemplar en esto ha
sido la apuesta de Judith Butler quien con el térmi-
no queer ha logrado hacer factible la pregunta: ¿cómo
una palabra que indicaba degradación pudo ser enun-
ciada evocando otros significados hasta el punto de
dislocar dicho sentido común primario?4.
En esta misma línea de intervención, la escritura
de Julieta Kirkwood intentará re-inventar a la mujer,
paradójicamente, en la subversión contenida en el
maleficio, en la fórmula y el fármaco. De igual ma-
nera como lo ha sugerido, eficazmente, el feminismo
contemporáneo, Kirkwood intentará intervenir la
trama feminista con significantes que bien podrían
ser tildados de “reaccionarios” o “patriarcales”. Signi-
ficantes ambiguos que anudan en sí tanto la desig-
nación patriarcal como la posibilidad de una posible
reapropiación traductora, de una re-invención cultu-
ral. No es casual por ello que sean, sorprendente-
mente, las “brujas” —profesionales de la vida en pa-
labras de Kirkwood— las que se propongan como
posibles nominaciones allende del nombre del pa-
dre. Sin herencias, ni filiaciones, las brujas intenta-
rían mezclar en un ambiguo juego:

4
Judith Butler, “Critically Queer”, Bodies That Matter. On the
Discursive Limits of Sex, Routledge, New York, 1993, pp. 223-242.

75
“la vida con la muerte y la sexualidad con la vida com-
partida en sentido fugaz y orgiástico, en rito de baile,
ángel y demonio, estrella en el cielo (Lilith), luz y oscu-
ridad”5.

Incorporación y desplazamiento. Dos movimien-


tos necesarios para llegar a una nominación peligro-
sa: Mujer-bruja. Nominación nocturna, experimen-
tal, que hace transitar a las mujeres armadas de póci-
mas y ungüentos por caminos aún no descubiertos.
Nominación con vocación de búsqueda y con ánimo
de desafiar los límites de lo “natural”. Kirkwood, no
sin acierto, vincula este nombre con la historia del
conocimiento y la ciencia. No ser extraña a la histo-
ria, nos dice Julieta Kirkwood, es no ser extrañas a la
formación del conocimiento. Pero aquí cabe la sos-
pecha sobre el estatuto de dicho conocimiento y de
tal ciencia. Sospecha que Kirkwood traducirá en la
pregunta: “¿se trata de la otra ciencia invisible o se
trata de un saber eternamente expropiado, aliena-
do?”6. Interrogante que se formula en el propio dile-
ma de la posibilidad de un saber por fuera del dis-
curso normativo y normalizador de las ciencias. In-
terrogante crucial que se ha formulado, reiteradamen-

5
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabiduría
feminista, Santiago, Cuarto propio, 1999, p. 237.
6
Julieta Kirkwood, “Por qué este libro y el rollo personal”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 14.

76
te, en las más diversas reflexiones feministas y que
Donna Haraway, en su fundamental Simians, Cy-
borgs, and Women. The Reinvention of Nature, ha sin-
tetizado del siguiente modo: “Tienen las feministas
algo nuevo que decir de las ciencias naturales? ¿de-
berían dedicarse a criticar la ciencia sexista y las con-
diciones de producción o, quizás, a sentar las bases
de una revolución epistemológica que iluminase to-
das las facetas del conocimiento científico? (…) ¿tie-
nen las feministas algo nuevo que decir sobre las tor-
mentosas relaciones entre conocimiento y poder?”7.
Sin un dejo de duda, biólogas como Sandra Har-
ding8 o Evelyn Fox Keller9 responderán afirmativa-
mente a dichas preguntas. Debe observarse que tan-
to en Julieta Kirkwood como en estas investigadoras,
el interés epistemológico por el vínculo entre cono-
cimiento y poder no tendrá como nudo principal la
búsqueda de un saber propio de las “mujeres”, un
saber siempre perdido o siempre por reencontrar, sino

7
Donna Haraway, “In the Beginning was the Word: The Genesis
Biological Theory”, Simians, Cyborgs, and Women. The Reinvention
of Nature, Routledge, New York, 1991, pp. 71-80.
8
Véase por ejemplo de Sandra Harding, The Science Question in
Feminism, New York, Cornell University Press, 1993.
9
Entre los textos más relevantes de Fox Keller pueden ser mencio-
nados: A Feeling for the Organism, San Francisco, Freeman, 1983;
Reflections on Gender and Science, New Heaven, Yale University
Press, 1984; The Century of The Gen, Harvard, Harvard University
Press, 2000.

77
que, por el contrario, este interés buscará explicitar e
intervenir las categorías con las que es construido y
establecido dicho saber. No sin arriesgarse a una crí-
tica de los defensores, y defensoras, del paradigma
científico del saber, Kirkwood en sintonía con las
reflexiones más radicales del feminismo de su tiem-
po indicará que:

“Una de las características más notables del feminismo


contemporáneo es esa suerte de irresponsabilidad para
el paradigma científico y los conceptos que se asumen
en su lenguaje. Esa especie de desparpajo en mezclarlo
todo, como si se tuviese la certeza de que las tablas de la
ley del conocer, por venir tan desde lo alto, se hubiesen
hecho añicos en su caída a lo humano y que, en conse-
cuencia, ‘habría que arreglárselas con lo que tenemos’”10.

Sin embargo, esta “especie de desparpajo”, tradu-


cido en el complejo ejercicio de mezclar e intervenir,
no significa una retirada en búsqueda de la tierra
“feminista” prometida. Sino que, muy por el contra-
rio, implica un esfuerzo crítico en el espacio de lo
que se tiene por “propio” y lo que se tiene por “aje-
no”. Hélène Cixous ha captado esta lógica en el mis-
mo despliegue de la escritura feminista. Pues, en sus
palabras la escritura de Medusa busca “justamente

10
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabidu-
ría feminista, op. cit., p. 234.

78
trabajar (en) lo entre, interrogar al proceso del mis-
mo y del otro, sin el cual nada vive, deshacer el tra-
bajo de la muerte, es primero querer el dos, y los
dos, el conjunto de uno y otro no fijados en secuen-
cias de lucha y de expulsión u otra ejecución, sino
dinamizados hasta el infinito por un incesante inter-
cambio del uno entre el otro sujeto diferente, no
conociéndose y sólo recomenzándose a partir del
borde vivo del otro: itinerario múltiple e inagotable
de miles de encuentros y transformaciones del mis-
mo en el otro y en el entre”11. Escrituras feministas
empeñadas en la mixtura y en la mezcla, que gustan
describirse en las nominaciones monstruosas de la
invención, la creación y el nacimiento. No es casual
por ello que el feminismo de Kirkwood también se
quiera espacio de natalidad, de maternidad, de resis-
tencia a la muerte. En relación a ello, Julieta Kir-
kwood afirmará que:

“La totalidad de la reivindicación feminista es básica-


mente un discurso de la vida y una praxis de la vida”12.

Pero seamos exactas, natalidad —o maternidades

11
Hélène Cixous, “La risa de la Medusa”, Deseo de escritura, Barce-
lona, Reverso Ediciones, 2004, p. 31.
12
Julieta Kirkwood, “¿Y las señoras políticas?”, revista Análisis, año
VII, Nº 72, Santiago, 1984, p. 35.

79
en palabras de Kirkwood— no quiere decir, simple-
mente, reproducción, sino que, a la manera de Han-
nah Arendt, será el lugar de la acción, del nuevo co-
mienzo de la política. Kirkwood anudara así la pala-
bra maternidad a la palabra invención. Metamorfosis
esencial con la que buscará reinventar el feminismo en
la unión prohibida de tres palabras: mujer-bruja-fár-
maco. Cadena de significantes maestra con la cual Kir-
kwood pretende desafiar los límites del cuerpo (bioló-
gico/social) para dar en última instancia con la rege-
neración de la vida, circunstancia femenina insiste.
Mujer-bruja, mujer-fármaco, mujer-monstruo:
nombres oscuros de la mujer. Nombres que en el
límite se placen en (des)anudar las finas tramas con
que la ciencia se ha empeñado en designar “esto es
una mujer”. Nombres que en el desenfado de su
nominación y en la sorpresa de su afirmación no ha-
cen sino reiterar dos antiguas sospechas de la reflexión
feminista, vinculadas una a la supuesta neutralidad
del saber, y la otra a la normalidad de las formas, del
deseo y del cuerpo. Movido por estas sospechas, el
feminismo de Kirkwood se negará a ofrecer una na-
rrativa complaciente de los orígenes, tampoco inten-
tará situar a la mujer en la quietud y seguridad de
una comunidad mítica, reconciliada, y aún por re-
encontrar. Sino más bien nos propondrá, a la mane-
ra de Michel Foucault, un complejo ejercicio genea-

80
lógico que nos conducirá a posar detenidamente la
mirada en la historia, en sus narraciones y artificios,
para así conjurar y descreer de la quimera del origen
y, en dicho gesto, desestabilizar los “irrisorios valo-
res, jerarquías y conocimientos”, sobre los cuales ésta
se ha erigido.
De alguna manera, esta sutil filiación feminista
intenta olvidar las pesadas herencias normalizadoras
de los nombres paternos para situarse en el propio
desafío de lo naturalmente dado. Feminismos pos-
thumanos que reivindican para sí, paradójicamente,
las figuras de la alteridad: brujas, cyborgs y mons-
truos. En la ciencia ficción feminista, recuerda Rosi
Braidotti, los monstruos cyborg definen posibilida-
des políticas y límites bastantes diferentes de los pro-
puestos por la ficción mundana del Hombre y la
Mujer13. Un cyborg no busca una identidad unitaria,
sino una que demande otra invención de la vida, fuera
de los laberintos de dualismos en el que acostum-
bran perderse nuestros cuerpos.
Atenta a las filiaciones y al camino por el que avan-
za, Julieta Kirkwood nos alertará que, sin lugar a
dudas, “la idea que aparece es la del monstruo dormi-

13
Rosi Braidotti, “Cyber-teratologies”, Metamorphoses: Towards a
Materialist Theory of Becoming, Cambridge, Polity Press, 2002, pp.
172-211.

81
do unido a palabras como inquietante, miedo, ¡cui-
dado! ¡no se juega!”14. Sin embargo, a pesar del peli-
gro, se juega, se inventa a la mujer en los propios
márgenes de lo permitido. Ejercicios de re-invención
de lo humano que para Kirkwood implicarán salir
de los binarismos con los que la tradición política
moderna nos ha acostumbrado a pensar las identi-
dades. Salida que buscará en la multiplicidad, en la
simultaneidad del “ser de a dos, de a tres o de qui-
nientos”, “humanizar la humanidad”15. Humanidad
feminista que debe tener otra formas, otros gestos,
pero, que, sin embargo, debe tener figuras feminis-
tas de la humanidad. Estas figuras no pueden ser
Hombre o Mujer. Pues, como bien lo ha expresado
Donna Haraway:

“La humanidad feminista debe, de algún modo, resis-


tir tanto a la representación como a la figuración literal
y aún irrumpir con nuevos y poderosos tropos, nue-
vas figuras de habla, nuevos giros de posibilidad his-
tórica”16.

14
Julieta Kirkwood, “Por qué este libro y el rollo personal”, Los
nudos de la sabiduría feminista, op. cit., p. 14. El subrayado es mío.
15
Julieta Kirkwood, “Hay que tener niñas bonitas”, Tejiendo rebel-
días, Santiago, La Morada/Cem, 1987, p. 121. He editado la cita.
16
Donna Haraway, “Ecce Homo, Ain’t (Ar’n’t) I a Woman, and
Inappropriate/d Others: The Human in a Post-Humanist Lands-
cape”, Judith Butler y Joan W. Scott (eds.), Feminist Theorize the
Political, London, Routledge, 1992, p. 86.

82
Feminismos del segundo sexo, estos de la inven-
ción y del éxodo, que como el de Julieta Kirkwood
—en las pistas existencialistas del feminismo de Si-
mone de Beauvoir— adherirán al connotado sintag-
ma “la mujer no nace, se hace”. Adhesión hospitala-
ria, es cierto, que en el trabajo incansable de leer y
traducir, de glosar y comentar, descubrirán la voz
pasiva del verbo, la hipérbole patriarcal que da for-
ma a la extrañeza de su enunciación. Así, y esforzán-
dose por traducir con fidelidad el nudo que articula
estos otros feminismos del segundo sexo, Kirkwood
anotará: “no se nace mujer, se es hecha mujer”17.

17
Julieta Kirkwood, “Sexo-género”, Feminarios, Santiago, Docu-
mentas, 1987, p. 25.

83
84
VII. Cuerpo

“Mi cuerpo es mío”.


Julieta Kirkwood

Todo cuerpo es la superposición de un número


infinito de planos, dijo alguna vez Jorge Luis Borges.
La palabra “cuerpo” designa una substancia infinita-
mente superpuesta en la exposición de su materia.
Ella nombra, no sin cierta indiferencia, una superfi-
cie que se representa sólo en la multiplicidad de sus
extensiones. Y, sin embargo, y a pesar del exceso, la
palabra “cuerpo” se esfuerza en señalar un cuerpo.
Siempre, incluso ahí, en la inminencia de la partida,
lo que incansablemente se busca aprehender es un
cuerpo. Así, por la lógica de su definición, todo cuer-
po entraña una aporética, un pensamiento de lo de-
terminado y lo indeterminado. Pensamiento que
anuncia menos el trabajo de una contradicción que

85
la hesitación de un decir. Pues, si aporía mienta lite-
ralmente una ausencia de camino, una dificultad
insoluble, también enseña un límite entre lo que es
y lo que podría ser. Aporía o fin de camino que aquí
no viene sino a reconocerse en las metáforas de un yo
engarzado a la familiaridad de un cuerpo; o que, por
el contrario, parece coincidir con aquellas imágenes
que se complacen con describir su materialidad como
lo ajeno, como el signo de un accidente, de una ex-
citación. El cuerpo, entonces, como lo extraño. Lu-
gar de residencia de lo más íntimo, de aquello que se
oculta a la vista, y, al mismo tiempo, superficie en
que reposan las miradas, espacio en que nos senti-
mos expuestas.
En fin, modos de decir el cuerpo en tanto metá-
foras del límite, de lo que obstaculiza, de lo que debe
ser sobrellevado, sobrepasado. Metáforas del cuerpo
que no son sino otros nombres para nombrar el cor-
pus del feminismo. La palabra “cuerpo” deviene así
criptónimo de feminismo. Nombre oculto que en la
parvedad del sintagma “on ne naît pas femme: on le
devient”1, ha comenzado a exponer su explosiva sig-
nificación. La mujer no nace, se hace un cuerpo, se
crea un cuerpo. “La presencia en el mundo

1
Simone de Beauvoir, “Enfance”, Le deuxième sexe II. L’expérience
vécue, Paris, Gallimard, 1949, p. 13.

86
—escribe Simone de Beauvoir— implica rigurosa-
mente la posición de un cuerpo que sea, a la vez, una
cosa en el mundo y un punto de vista sobre ese mun-
do, aunque esto no exige que ese cuerpo posea tal o
cual estructura particular”2. De este modo, el cuer-
po y su relación con el mundo no está decidida de
antemano. Esta, y no otra, es la conclusión que la
aporética de El segundo sexo reclama como propia.
Conclusión que nos advierte sobre un cuerpo que
resiste ser un cuerpo. Un cuerpo siempre abierto,
ilimitado, extraño a la trascendencia de la infinidad
de sus planos. Y, sin embargo, un cuerpo que conti-
nuamente se oblitera en su propia proyección.
A la manera de un enigma, Simone de Beauvoir
nos dirá que la mujer es su cuerpo3. La mujer es su
cuerpo, pero este le es extraño, es una cosa “opaca
que le es enajenada”4. La mujer es su cuerpo, pero
este es distinto de ella: ¿cómo dar respuesta a este
enigma de la mujer?, ¿cómo ser nuestros cuerpos?
Este, sin lugar a dudas, ha sido uno de los enigmas
principales que ha afectado a toda política feminista.
Enigma que ha intentado ser esclarecido mediante
una recuperación total del cuerpo de la mujer, en

2
Simone de Beauvoir, “Les données de la biologie”, Le deuxième
sexe I. Les faits et les mythes, París, Gallimard, 1949, p. 40.
3
Ibid., p. 67.
4
Ibid., p. 67.

87
tanto pura materialidad/maternidad5. O, por el con-
trario, que ha buscado ser contestado a través de la
subversión de la corporalidad, a partir de un radical
sobrepasamiento de sus límites6. Pues, siempre, en
todo caso, se podría sobrepasar el propio cuerpo, lo
que no quiere decir, sin embargo, que uno quede
definitivamente más allá de él. Esta, precisamente,
es la aporía subversiva que afecta a toda política fe-
minista.
El enigma del cuerpo, en otras palabras, es el enig-
ma del feminismo. No asombra por ello que, a la
manera de una insistencia, el feminismo haya pues-
to en la base de su reflexión la problemática del cuer-
po. Notorio es, por ejemplo, que Julieta Kirkwood
diera final a sus notas sobre Los nudos del saber femi-
nista con la no menos enigmática sentencia “mi cuer-
po es mío”7, locución redundante que en la reitera-
ción de la sintaxis, y en el deseo de posesión absoluta
que ella demanda, busca subvertir las estructuras
patriarcales del orden autoritario. Llamemos la aten-
ción sobre el hecho de que este deseo de posesión

5
Iris M. Young, Justice and the Politics of Difference, Princeton,
Princeton University Press, 1990.
6
Judith Butler, “Variations on Sex and Gender: Beauvoir, Wittig,
Foucault”, Sarah Salih y Judith Butler (ed.), The Judith Butler
Reader, Blackwell, Oxford, 2004, pp. 21-38.
7
Julieta Kirkwood, “Tiempo de mujeres”, Los nudos de la sabiduría
feminista, Santiago, Cuarto Propio, 1986, p. 236.

88
absoluta del cuerpo no tiene más objetivo que proble-
matizar el seguro y tranquilizador reparto de sexos,
géneros e identidades. En este intento Kirkwood ar-
gumentará que:

“Si el género tuviese cualquier base biológica-sexual, la


cultura hace que ésta resulte invisible, por la infinidad
de asociaciones que pueden darse entre género y sexo
(…) En lo que respecta a la mujer podemos concluir
que su género (ser hecha mujer, la feminidad tal como la
conocemos) no tiene origen biológico, como no lo tiene
la masculinidad”8.

Del mismo modo, y siguiendo las marcas dejadas


en el corpus feminista por el sintagma “la mujer no
nace, se hace”, tampoco ha de extrañar que Judith
Butler haya podido revitalizar recientemente la dis-
cusión sobre las identidades sexuales, a partir de una
reflexión que ha buscado reclamarse heredera de la
aporética del cuerpo esbozada en El Segundo sexo9.
Recordemos la radical sospecha que Butler expresa-
ba en las primeras páginas de Gender Trouble ante la
identidad de la mujer. Sospecha que la filósofa y fe-
minista esbozaba a partir de dos simples preguntas:

8
Julieta Kirkwood, “Sexo-género”, Feminarios, Santiago, Docu-
mentas, 1987, p. 37.
9
Judith Butler, “Sex and Gender in Simone de Beauvoir‘s second
sex”, Elisabeth Fallaize (ed.), Simone de Beauvoir. A Critical Reader,
Routledge, New York, 1998, pp. 29-42.

89
“la construcción de la categoría de las mujeres como
sujeto coherente y estable ¿es una reglamentación y
reificación, involuntaria de las relaciones entre los
géneros?, ¿y no es tal reificación exactamente contra-
ria a los objetivos feministas?”10.
Feminismos del cuerpo que se dan cita en El Se-
gundo sexo. Reflexión radical que ensaya un desdibu-
jamiento de las fronteras y trabajos que la propia
naturaleza parecía asignar a los sexos. Escritura que
expone un descreimiento del orden natural en sen-
tencias como: “las mujeres tienen enfermedades en
el vientre, y es verdad que encierran dentro de sí un
elemento hostil: la especie las roe”11. O que busca
tomar distancia igualmente de todo aquello que la
educación de las mujeres juzga, precisamente, como
lo más propio de ellas: la maternidad. “La gestación
—escribe Simone de Beauvoir— es un trabajo fati-
goso que no ofrece a la mujer ningún beneficio indi-
vidual y le exige, por el contrario, pesados sacrifi-
cios”12. Y más allá, todavía, segundo sexo que descree
de la propia política de las mujeres: el feminismo.
En este sentido De Beauvoir nos dirá que “la polé-

10
Judith Butler, “Subjetcs of Sex/Gender/Desire”, Gender Trouble.
Feminism and the Subversion of Identity, London, Routledge, 1999,
especialmente páginas 3 y siguientes.
11
Simone de Beauvoir, “Les données de la biologie”, Le deuxième
sexe I, op. cit., p. 67.
12
Ibid., p. 67.

90
mica del feminismo ha hecho correr mucha tinta, y
en la actualidad está más o menos terminada. No la
reabramos”13. Pero, más importante, un segundo sexo
que descree de la mujer. No olvidemos la cáustica
pregunta con que se inicia El Segundo sexo: ¿Acaso
hay mujeres? (Y a-t-il même des femmes?)14. Interro-
gación afín a aquel otro sintagma que nos enseña que
“no se nace mujer, llega una a serlo”. El cuerpo de la
mujer no se hace en el reconocimiento de la corpora-
lidad dada, ni en la confianza de la regularidad de
ciclos y procesos biológicos. “Si la biología determi-
na el papel del hombre y la mujer, ¿mediante qué
procesos lo hace y cuál es, entonces, la función de la
cultura”? se preguntará Julieta Kirkwood, en la mis-
ma línea argumental abierta por De Beauvoir15.
De algún modo, estos feminismos de El segundo
sexo proponen una radicalización del propio discurso
feminista a partir de una aporética del sobrepasa-
miento del cuerpo de la mujer. Un cuerpo es un fin
que busca ser trascendido, un dato hecho para ser
superado. El cuerpo no encuentra lugar sobre la
tierra sino transformándose para —y por— los
otros. “No soy instrumento para unos, sino trans-

13
Simone de Beauvoir, “Introduction”, Le deuxième sexe I, op. cit.,
p. 11.
14
Ibid., p. 11.
15
Julieta Kirkwood, “Sexo-género”, Feminarios, op. cit., p. 21.

91
formándome en obstáculos para otros. Es imposi-
ble servir a todos”16.
Y sin embargo, y a pesar de los intentos, aún per-
siste la pregunta: ¿cómo puede la mujer ser su cuer-
po, su propio cuerpo?
La mujer es su cuerpo, es cierto, pero su cuerpo
siempre es distinto de ella. Pues, ya lo sabemos, un
cuerpo es sólo la superposición de un número infini-
to de planos.

16
Simone de Beauvoir, “La humanité”, Pyrrhus et cinéas, Paris,
Gallimard, 1944, p. 50.

92
Bibliografía

Al organizar la bibliografía de Julieta Kirkwood he


adoptado como criterio seguir las ediciones que hasta el
momento existen de sus escritos. Me mueve a ello, al
menos dos motivos: la dificultad que hoy existe para las
nuevas generaciones de feministas de acceder a estos
textos (no existen, por ejemplo, reediciones de los tex-
tos citados); y la obligación de destacar el valioso traba-
jo de rescate, recopilación y edición de ese “archivador
primitivo” que es la obra de Kirkwood para la historia y
la teoría feminista chilena y latinoamericana.
A esos textos clásicos he agregado los escritos en
coautoría que en mi opinión merecen un análisis
detenido todavía pendiente. Para completar esta pe-
queña guía bibliográfica he agregado al final el con-
junto de trabajos que hasta el momento existen so-
bre la escritura de Julieta Kirkwood. Queda pendien-
te, en todo caso, un análisis crítico del corpus kir-
kwoodiano.

93
Obras de Julieta Kirkwood

Ser política en Chile. Las feministas y los partidos, edi-


ción a cargo de Ana María Arteaga, Santiago, Flacso,
1986.

Tejiendo Rebeldías. Escritos feministas de Julieta Kir-


kwood, Edición y compilación Patricia Crispi, San-
tiago, La Morada/Cem, 1987.

Feminarios, edición, notas y comentarios Sonia Mon-


tecino, Santiago, Documentas, 1987.

Ser política en Chile. Los nudos de la sabiduría feminis-


ta, Edición Riet Delsing, Santiago, Cuarto propio,
1990 (Segunda edición de Ser política en Chile. Las
feministas y los partidos).

Obras de Julieta Kirkwood en coautoría

KIRKWOOD, Julieta y FALETTO, Enzo: Liberalismo ro-


mántico, Santiago, 1969, mimeo.

KIRKWOOD, Julieta; FALETTO, Enzo; BAÑO, Rodrigo:


Evolución del proyecto político popular alternativo, San-
tiago, Flacso, 1978.

94
Sobre Julieta Kirkwood

CASTILLO, Alejandra, “La política del nombre pro-


pio: ‘el feminismo soy yo’”, Nelly Richard (ed.),
Utopía(s) 1973-2003. Revisar el pasado, criticar el
presente, imaginar el futuro, Santiago, Universidad
ARCIS, 2004, pp. 143-147.
CARRASCO, Marta, La propuesta feminista de Julieta
Kirkwood en los textos Feminarios y Tejiendo Rebeldías,
Concepción, Tesis de grado, Universidad de Concep-
ción, 1993.
CHUCHRYK, Patricia, “Feminist Anti-Authoritarian
Politics: The role of Women’s organizations en the
Chilean Transition to Democracy”, Jane Jaquette
(ed.), The Women’s movement in Latin America. Femi-
nism and the Transition to Democracy, San Francisco,
Westview Press, 1991, pp. 149-184.
LUONGO, Gilda, “Amanda Labarca y Julieta Kirkwo-
od: ‘Hay que tener niñas bonitas’”, José Luis Martí-
nez (ed.), Identidades y sujetos. Para una discusión la-
tinoamericana, Santiago, Ediciones Facultad de Filo-
sofía y humanidades, Universidad de Chile, 2002,
pp. 261-287.
MALVERDE, Ivette, “Julieta Kirkwood (1936-1985)”,
Patricia Pinto y Benjamin Rojas (ed.), Escrituras Chi-
lenas, V. I, Santiago, Cuarto Propio, 1994, pp. 41-
52.

95
MARDONES, Carmen, Análisis de feminarios de Julieta
Kirkwood desde una perspectiva feminista, Concepción,
Tesis de Grado, Universidad de Concepción, 1991.
OLEA, Raquel, “Una lectura feminista de nuestra his-
toria”, Diario La época, suplemento Literatura y Li-
bros, 13 de Mayo, Santiago, 1990.
OYARZÚN, Kemy, “Julieta Kirkwood, enunciación y
rebeldías de campo”, Nelly Richard (ed.), Utopía(s)
1973-2003. Revisar el pasado, criticar el presente, ima-
ginar el futuro, Santiago, Universidad ARCIS, 2004,
pp. 129-142.
OYARZÚN, Kemy, “Julieta Kirkwood: Nudos de una
crítica cultural de género”, revista Universum, Nº15,
Talca, Universidad de Talca, 2000, pp. 296-304 (el
trabajo de Kemy Oyarzún se encuentra dentro de
un artículo mayor firmado por varios autores, y cuyo
título es: “Fin de siglo: Lecturas de América Latina”)
PINTO, Patricia, “Democracia en el país y en la casa.
La ensayística de Julieta Kirkwood como propuesta
democratizadora”, Acta Literaria, Nº20, Concepción,
Universidad de Concepción, 1995, pp. 65-72.
PINTO, Patricia, “El ensayo feminista chileno: aven-
tura de mirar, pensar y decir desde la mujer”, Sonia
Montecino y María Elena Boisier (ed.), Huellas. Se-
minario mujer y antropología: problematización y pers-
pectivas, Santiago, Cedem, 1993, pp. 149-155.
PINTO, Patricia, “Un pensamiento alternativo en el

96
ensayo latinoamericano: Feminarios de Julieta Kir-
kwood”, Chasqui. Revista de Literatura latinoameri-
cana, Vol. XXI, Nº1, Texas, 1992, pp. 55-66.
SÁNCHEZ, Cecilia, “Aparición de las otras en la escena
de la polis; los archivos del feminismo de Julieta Kir-
kwood”, Nelly Richard (ed.), Utopía(s) 1973-2003.
Revisar el pasado, criticar el presente, imaginar el futu-
ro, Santiago, Universidad ARCIS, 2004, pp. 148-
155.
RICHARD, Nelly, “La política de los espacios: Crítica
cultural y debate feminista”, Masculino/femenino.
Prácticas de la diferencia y cultura democrática, Santia-
go, Francisco Zegers Editor, 1993, pp. 11-29.

97
98
Índice

Agradecimientos 9

Advertencia 13

I. Presentación 15

II. Nombre propio 19

III. Palabra muda 33

IV. Crítica hospitalaria 49

V. Nudos 59

VI. Otros nombres 71

VII. Cuerpo 85

Bibliografía 93

99
100
101
102
103
104

También podría gustarte