Wise - Sexualizando A Elvis

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Revista Ensambles Otoño 2019, año 5, n.10, pp.

168-176
ISSN 2422-5541 [online] ISSN 2422-5444 [impresa]

Sexualizando a Elvis

Sue Wise*
Traducción: Silvia von Lurzer

“¿A quién pertenecen todos esos discos de Elvis? … ¡Aj!” es una pregunta fre-
cuentemente oída en mi hogar, mucho más desde que el mismo es regularmente
visitado por feministas. Generalmente respondo con timidez: “Bueno… a decir ver-
dad…umm…son míos… pero ya no los escucho”. “¿Pero cómo pudiste haber sido
fanática de Elvis alguna vez?” es la inmediata pregunta obligada. “Era muy joven”,
me disculpo, y eso es suficiente para sentirme libre de culpa. Sí, sé que si se cono-
ciera la verdad – que aún me gusta el recuerdo de Elvis, que amo sus discos, que
aún poseo un gran álbum de recortes, fotos y demás del que no logro desprenderme
– entonces mi credibilidad como feminista estaría abierta a discusión, se reexami-
narían mis credenciales y se dudaría de mi corrección política bajo esta nueva pers-
pectiva. Es entonces, no sin cierto temor, que me presento aquí por primera vez
públicamente como – una FANÁTICA DE ELVIS.
Es posible que Elvis Presley no tenga un lugar privilegiado en el listado de temas
importantes e interesantes de la mayoría de las feministas, más aún que las mismas
probablemente jamás hayan tenido alguna inquietud acerca de él. Espero que quede
claro de lo que continúa que este ensayo no es “acerca” de Elvis en sí mismo. Más
bien, he tomado mi propia relación con Elvis como tema de análisis, comenzando
por el hecho de que ser una feminista y una fanática de Elvis es problemático, dada
la visión predominante que de cada uno existe en el presente…
Rastrear el origen de esta relación me ha planteado ideas y problemas que con-
sidero cruciales para mi comprensión feminista del mundo. Entre ellos, la relación
entre los relatos objetivos y subjetivos de la realidad y la existencia de una poderosa
ortodoxia feminista que, paradójicamente, acepta los relatos objetivos y “machistas”
del mundo en detrimento de las experiencias personales y subjetivas. De este modo,
y aunque examine el tema específicamente en relación a construcciones antagónicas
de “quién” y “qué” era “Elvis” y “el fenómeno Elvis”, el mismo tipo de cosas puede
(y debe) ser dicho acerca de otros rasgos de muchas experiencias feministas. Estas
cuestiones son claramente de interés para todos nosotros, incluso para aquellos que
ni siquiera han oído hablar de Elvis Presley. Entonces, y para comenzar por el prin-
cipio, planteo la misma pregunta - ¿cómo es posible que yo sea al mismo tiempo,
una feminista y una fanática de Elvis?

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Elvis, el dios de la masculinidad

El retrato de Elvis como un héroe popular masculino es evidente en un sinnú-


mero de relatos escritos: Los niños ricos rebeldes estaban esperando a Elvis Presley. Todos
los menores de veinte en el mundo lo estaban esperando. Era el supervendedor de cadera
de distribución masiva… era un dios masculino público con la insolencia de un asesino
de Genet… Por sobre todas las cosas, él era el sexo sacado a la luz sin tapujos. Las revueltas
Presley fueron las primeras manifestaciones espontáneas de la comunidad de las nuevas
sensibilidades (Nuttail, 1969: 29-30).
Esta cita encapsula maravillosamente los elementos principales, postulados una
y otra vez, que supuestamente explican el impacto de Elvis en la cultura popular.
En primer lugar, sugiere que el impacto de Elvis tuvo importancia cultural a nivel
mundial. Luego, asume que su atracción estaba dirigida a los jóvenes, incitándolos
a la rebelión contra el “viejo orden” de los adultos, creando de este modo una “brecha
generacional”. Y en último lugar, también da por supuesto que el componente cen-
tral de este impacto extraordinario era su expresión de desenfrenada sexualidad
masculina. Aquellos que escriben acerca de Elvis en ningún momento ponen en
duda la importancia cultural de la aparición de Elvis en los años 50:
Antes de Elvis, el rock había sido un gesto de rebelión vaga. Una vez que
él apareció, este gesto se consolidó inmediatamente. De manera autónoma,
generó su propio estilo de ropa, lenguaje y sexo, y una independencia total
en casi todo – todas las cosas que ahora se dan por sentadas. Éste fue el
gran avance que desencadenó Elvis. De este modo, y sin siquiera intentarlo,
se transformó en una de las personas que han afectado radicalmente la
forma en que la gente piensa y vive. (Cohn, 1969: 23)

En estos relatos, los años 50 son presentados como una época de estancamiento,
con una generación joven de post-guerra desencantada por la guerra y en búsqueda
de un símbolo de rechazo al pasado y de esperanza hacia el futuro. Sugieren que
ese cambio, esa revolución que todos los jóvenes del mundo estaban esperando, fue
sintetizada en la expresión de la sexualidad de Elvis.
Él siempre volvía al sexo. Los cantantes de las generaciones anteriores
podían tener atractivo sexual pero debían ocultarlo bajo las apariencias del
romanticismo. En contraste, Elvis era descarado. Cuando esas caderas se
movían, ya no había lugar para fingir acerca de la luz de la luna y el darse
la mano; se trataba de un puro acto físico”. (Cohn, 1969: 25)

Hay innumerable cantidad de relatos como éste, que intentan describir la atmós-
fera de los años 50 y el consecuente impacto de Elvis en un mundo que estaba “es-
perando” un desafío moderno, positivo y emocionante al viejo orden. Que este
desafío resultara ser una sexualidad masculina descontrolada y desenfrenada es in-
variablemente aceptado como poco problemática por los escritores del sexo mascu-
lino que hablan entusiastamente de las caderas de Elvis y de impacto
“revolucionario”:

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La innovación de Presley fue que se constituyó en el primer cantante
blanco de sexo masculino que propusiera que cojer era una actividad dese-
able en sí misma y que, asumiendo que se tuviera el suficiente atractivo, era
posible para el hombre acostarse con chicas sin necesidad de hacer uso de
los tradicionales gestos y promesas… Era el maestro de la metáfora sexual,
tratando a su guitarra como si fuera un falo o una mujer, puntuando las le-
tras de sus canciones con los gruñidos y gemidos del macho acercándose al
orgasmo. Dejó en claro que sentía que le hacía un favor a cualquier mujer
que aceptara. Se vestía de modo de enfatizar tanto su masculinidad como
su narcisismo básico y se corría el rumor de que dentro de sus jeans ajustados
se había cosido una barra de plomo para sugerir un arma de proporciones
heroicas.” (Melly, 1970: 36-37)

La “revolución” parece ser una guerra en nombre del sexo, con el falo (por su-
puesto que uno heroico!) como el arma principal – así es que … ¿adivinen quién es
el enemigo?
La atracción de Elvis se describe tradicionalmente como una atracción ejercida
sobre las chicas jóvenes quienes, abrumadas por su magnetismo animal, lograban
perder sus inhibiciones sexuales, y, si bien en la seguridad de una sala de conciertos,
“responder” a la excitación provocada por el héroe sexual masculino, respuesta en
la que demostraban una histeria (sexual) colectiva. Pero algunas de las citas ante-
riores sugieren claramente el rara vez mencionado y jamás analizado impacto que
Elvis tuvo en los varones jóvenes. Eran los niños ricos rebeldes los que lo estaban
esperando, eran los hombres jóvenes que se identificaban con él y su supuesta ha-
bilidad para “acostarse con chicas” fácilmente y sin consecuencias. No es una coin-
cidencia que los archivistas masculinos de la cultura popular estuvieran interesados
solamente en Elvis en tanto él representaba sus fantasías sexuales. Aunque Elvis
tuvo una carrera de más de veinte años, los escritores masculinos se concentran so-
lamente en los dos primeros, cuando pueden identificarse con el superhéroe sexual
masculino que ellos mismos han promovido y alabado. Y cuando el héroe popular
pierde su “potencia” como Elvis, acuden a explicaciones fuera de su control para ex-
plicar su “caída”, al igual que hacen con otras estrellas “fracasadas” del rock:
Lo interesante es que su atracción se dirigió en primer lugar hacia los va-
rones jóvenes… Cada explosión sucesiva de música popular ha emergido de
los clubes en los que nació rugiendo como un toro joven y enojado… La ex-
plotación comercial avanza hacia él con un balde lleno de contratos de gra-
bación, presentaciones televisivas y fama mundial. Entonces, cuando el
hocico está enterrado en el afrecho de oro, el carnicero con astucia corta há-
bilmente a lo largo de los flancos y castra al animal… El truco es cambiar el
énfasis de manera que el ídolo popular, en principio representante de la re-
beldía masculina, se transforme en un objeto fantástico de masturbación de
las jóvenes adolescentes. (Melly, 1970: 39-40)

Es tal vez aquí donde yo entro en escena.

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Elvis, el osito de peluche

Siempre he sido una fanática de Elvis. A mi madre le encanta avergonzarme con-


tando como yo solía moverme en mi cochecito cuando pasaban sus discos por radio
(tal vez sea una licencia poética de mi madre, ya que nací en el año 1953 y era al
menos una niña pequeña cuando Elvis apareció en escena). Esta historia demuestra
como en el seno familiar se me identificaba como a una fanática de Elvis y se con-
sideraba a mi fanatismo como una parte importante de mi vida.
Debo de haber tenido once o doce años cuando Elvis se transformó en una pre-
ocupación y hobby de tiempo completo. Para ese entonces ya estaba yo en condicio-
nes de buscar todas las cosas Elvis. Ahorraba dinero para comprar sus discos, ver
sus películas, comprar las revistas de fans y pegar posters en las paredes de mi dor-
mitorio. Mi amiga íntima era también una fanática de Elvis y pasábamos horas ha-
blando de él, escuchando sus discos e intercambiando fotos e historias. Pero en gran
medida mi interés en Elvis adoptó la forma de un hobby solitario, una cosa privada
entre “él” y yo. Si pasaba largas horas sola en mi dormitorio (compartido) pegando
fotos en mi álbum, estaba bien porque estaba dedicada a mi “hobby”. De modo que
también fue una manera legítima y aceptada por mi familia de pasar bastante tiempo
sola en una casa atiborrada de gente.
Mantuve mi interés en Elvis durante toda mi adolescencia hasta la edad de veinte
o veintiún años, cuando me “contagié de feminismo”. El contagio fue para mí un
proceso bastante largo. No fue un relámpago devastador, sino más bien una remo-
delación lenta y gradual de mi visión del mundo a través de las cosas que leí, conversé
y escuché durante un par de años tamizadas a través de mi propia y única historia
biográfica, mi experiencia y mi conciencia. Durante este período, por supuesto, co-
mencé a reconstruir los hechos presentes y pasados desde una nueva perspectiva.
La abrumadora característica de este período de mi vida es el rechazo. Tantas
cosas se reconstruyeron y rechazaron en esa época, cuando hice una especie de lim-
pieza de basura sexista acumulada durante veinte años. Por supuesto, el feminismo
tocó cada palmo y aspecto de mi existencia, desde las relaciones hasta mi apariencia,
mis objetivos y ambiciones en la vida y las cosas que me eran queridas. Y entonces,
al mismo tiempo que salí del clóset como lesbiana, tiré mis ropas y maquillajes,
cambié de carrera y dejé de sentirme obligada a estar interesada en los hombres,
también renegué de Elvis.
Este rechazo de Elvis junto con todo lo demás es muy interesante retrospectiva-
mente. Jamás había analizado mi cariño o interés en él mientras crecía. Él simple-
mente estaba allí como una parte importante de mi vida – siempre había sido
importante y yo jamás había cuestionado cómo o por qué (o la exacta naturaleza de
“él” que me interesaba). De igual modo, cuando llegó el momento de abandonarlo,
lo hice sin interrogantes o análisis de ninguna índole. Todo lo que sabía era que él
ya no encajaba en mis nuevas creencias y que era cuestionado por mis nuevos pares.
No recuerdo haber leído o escuchado ningún análisis específico feminista que
dijera que “Elvis puede afectar su salud gravemente”. Ocasionales referencias femi-
nistas a la música rock en general, indefectiblemente apuntan a los Rolling Stones
y a Elvis como la personificación de la preferencia femenina en la música rock do-

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minada por el sexo masculino. Pero la mayor presión llegó del lado de amigos in-
crédulos, siempre listos para destacar la impureza ideológica de Elvis – nunca ex-
plicaron las razones, más allá de encarnar en persona el mensaje del “dedo
feminista”, y yo jamás pregunté. Supongo que todos creíamos conocer el problema
sin tener que mencionarlo – Elvis era la peor clase de superhéroe masculino – no
hacía falta ninguna otra explicación. De algún modo (exactamente cómo no lo sé)
Elvis era la parte central del plan patriarcal, ya que “Elvis” consistía en un fenómeno
social y una imagen personal que denigraba a las mujeres elevando al héroe macho
a alturas sin precedentes. Y, por supuesto, ser una “fanática” de cualquier caracteri-
zación era también altamente cuestionable, a menos que la “estrella” fuera una
mujer relevante como Dolly Previn o Joan Armatrading, ya que “ser un fan” era
estar en connivencia con la propia opresión.
Esto ocurrió durante lo que yo llamo mi período de “zelote”, cuando renegaba
de muchas cosas de mi pasado porque no encajaban perfectamente en mi nueva
forma de vida. Mi conciencia feminista actuó como un purgante de uso múltiple;
habiendo expurgado todas las cosas dañinas del pasado yo había logrado el efecto
deseado. Me sentía pura, renacida, aceptada por amigas feministas, mi vida era un
todo integrado.
La integridad es vital para la salud mental, como bien sabe cualquier mujer. Pero
a medida que fueron pasando los años, los ecos de mi pasado (¿en la voz de Elvis?)
han reaparecido de tanto en tanto, demandando análisis y explicación. Algo así ocu-
rrió en 1997 cuando murió Elvis. Me sorprendió cuanto me afectó su muerte. No
había pensado en él durante años; en lo que a mí concernía, era una reliquia de una
antigua “falsa conciencia”. Y sin embargo, su muerte fue muy significante para mí
y me entristeció. Por supuesto, la misma hablaba de mi propia mortalidad, del hecho
de que estaba envejeciendo. Elvis siempre había estado presente y de pronto el hecho
de que ya no iba a ser así era un recordatorio del tiempo que pasa y de la muerte
acercándose a todos nosotros. Pero también era algo más.
Sentí que había perdido algo muy especial y querido para mí, algo que había ju-
gado un papel muy importante en mi vida. Siendo ahora una feminista madura,
algo sencillamente no encajaba – tenía que intentar comprender porque estaba
triste. ¿Por qué sufría por un “dios de la masculinidad” cuando él representaba todo
lo que yo odiaba y combatía? ¿Era sencillamente nostalgia, añoranzas de mi juven-
tud, o era algo más que eso?
Para responderme esas preguntas, recurrí a la proliferación de libros y artículos
que aparecieron para sacar provecho de su desintegración y luego de su muerte. Y,
sí, allí estaba clarito – Elvis el dios de la masculinidad, Elvis el falo, Elvis el héroe
popular masculino. Luego recurrí a mis propias memorias de Elvis; escuché sus
discos y saqué a relucir los álbumes de recortes (significativamente, jamás había lo-
grado deshacerme de ellos por completo y habían sido relegados a estantes y arma-
rios polvorientos).
Mientras escuchaba los discos y exploraba los recortes y fotos, evocaba senti-
mientos de mi juventud. Y esos recuerdos nada tenían que ver con el sexo, ni si-
quiera con el romance. Los sobrecogedores sentimientos y recuerdos eran de calidez
y afecto por un amigo querido.

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Como adolescente yo había sido una persona solitaria, que siempre sentía que
no encajaba en ninguna parte o “conectaba” con otro ser humano. Años más tarde,
entendí esto en términos de mi temprana toma de conciencia acerca de mi homo-
sexualidad, pero en aquél momento, era confuso. Elvis llenaba un vacío profundo
en mi vida de muchas maneras. Era un pasatiempo cuando la vida se tornaba abu-
rrida y sin sentido. Era una manera de ser aceptablemente “diferente” porque no
estaba de moda ser una fanática da Elvis en ese momento. Más que nada, él era otro
ser humano con el cual yo podía relacionarme e identificarme. Cuando me sentía
totalmente sola en el mundo, siempre estaba Elvis. Era un amigo privado y especial
siempre presente más allá de todo, y yo no lo tenía que compartir con nadie. Era
alguien a quien cuidar, en quien interesarme y a quien defender contra toda crítica.
En mi propio mundo Elvis, podía olvidar que me sentía triste y sola escuchando
sus discos y viendo sus películas. Algunas personas que se sienten tan solas en un
mundo que les es extraño, se vuelcan a la religión, a la bebida o a los equipos de
fútbol para darle sentido a sus vidas. Yo recurrí a Elvis; él siempre estuvo allí y
jamás me defraudó.
Encuentro difícil de explicar esta forma de sentir a Elvis, pero sé que fue com-
partida por muchas otras personas. Hojear las páginas de la revista mensual de Elvis
y recordar conversaciones con otras fanáticas trae a mi mente una y otra vez que
muchos fanáticos del sexo femenino y masculino experimentaron a Elvis de este
mismo modo. Para nosotros Elvis, el superhéroe macho, bien pudo haber sido otra
persona totalmente diferente, ya que definitivamente él no era nuestro Elvis.

Será el Elvis Presley real…

Los dos relatos de Elvis como dios masculino y como osito de peluche son tan
diferentes que se le podría perdonar a uno por pensar que describen a dos personas
distintas. Por supuesto que describen a la misma desde dos perspectivas bastante
distintas, y no puede decirse que alguna de ellas sea la imagen “real” o “verdadera”
de lo que representó Elvis en términos de cultura popular. Algunas personas habrán
vivido a Elvis de la manera que lo hice yo; para otros habrá sido el dios masculino;
y para otros, no habrá significado nada. No obstante, los archivistas no presentan
una visión tan relativista. Por el contrario, el rasgo aplastante es la similitud de sus
relatos, su completo acuerdo acerca de que Elvis fue el primero y el último en de-
mostrar una sexualidad masculina desenfrenada. Pero una vez aceptado que algunas
personas no lo sintieron de esa forma (yo, por ejemplo), se vuelve interesante plan-
tear la pregunta acerca de cómo surgió una visión tan unilateral, por qué ganó po-
pularidad y por qué no se la ha cuestionado durante tanto tiempo.
Ya he sugerido que la mayoría de los que escriben acerca de Elvis, entonces y
ahora, son hombres y es cierto que las mujeres han escrito poco acerca de él. El pri-
mer componente de esta ingeniosa construcción de Elvis es por lo tanto el hecho
simple y familiar para las feministas del hombre interpretando y codificando el co-
nocimiento en pos de sus propios intereses y siguiendo su propia imagen, para
luego llamarlo un relato objetivo del mundo como realmente es.
La segunda característica de esta construcción es la cuidadosa selección de seg-

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mentos particulares de la carrera de Elvis que avalen sus teorías. La carrera artística
de Elvis se extendió por más de veinte años; no obstante estos escritores invariable-
mente se concentran solamente en el primer par de años como la parte más signi-
ficativa e importante de la misma. Se considera a este período como representativo
del Elvis elemental, el héroe sexual que es posteriormente “castrado” por el ejército
estadounidense / la explotación comercial / su representante/ su madre (elijan la
que prefieran) dejando así a un mero eunuco / osito de peluche/ marioneta para el
consumo de las adolescentes. Es a esto a lo que refieren cuando hablan del hecho
de que la atracción de Elvis se ejerció primero sobre los hombres y del porque éstos
se sienten traicionados por todos los demás – el Elvis “real”, su Elvis arrebatado.
El ascenso a la fama de Elvis estuvo intrincadamente ligado al pánico moral que
rodeaba el comportamiento de mujeres y chicas en sus presentaciones en vivo. Las
multitudes gritaban, lloraban y perdían el control (ellas mismas deben de haber
ofrecido un espectáculo estupendo, al igual que la reacción femenina con los Beatles
años más tarde). Los medios encontraban al espectáculo perturbador en cierta
forma, pero también les encantaba, lo fogueaban y alentaban. Como este tipo de ex-
presión masiva de poder por parte de las mujeres y las chicas supuestamente no
tenía precedentes y era además impensable, se buscaron explicaciones. ¿Qué mejor
explicación para ese espectáculo de hordas temibles de mujeres descontroladas que
“descubrir” que ellas solo estaban respondiendo a la estimulación y manipulación
sexual hecha por un hombre – literalmente man-ipuladas.
¡Qué adecuado! ¡Que poco amenazador! ¡Y que caricia para el ego de los hombres
que contemplaban aprobadoramente! Transformando a Elvis de lo que él realmente
era – un objeto de sus fanáticas – en un sujeto, se restaba la amenaza y se controlaba
el comportamiento de las chicas. De allí, solo un pequeño y lógico paso para decir
que si Elvis podía hacer esto, entonces lo que él representaba debía ser el falo – des-
pués de todo, debía de haber sido algo maravilloso para producir esta reacción en
las chicas, y ¿qué hay más maravilloso que un falo? Con o sin barra de plomo en
sus pantalones, cuando estos escritores masculinos lo veían en escena, veían un
“arma” de proporciones “heroicas”, ya que ¿de qué otro modo podía Elvis tener este
efecto en las mujeres? Paradójicamente, no había nada nuevo en todo esto, ya que
se investía a Elvis con todas las propiedades y preocupaciones que antes habían es-
tado reservadas al estereotipo del hombre negro. De modo que esta visión de Elvis
no solo soslayaba la amenaza de las mujeres sino que también transformaba al de-
monio popular en un héroe popular de una forma extremadamente halagadora del
ego de los hombres blancos.
El punto principal de todo lo dicho anteriormente es que se trata de hombres.
Fueron los hombres los que proclamaron a Elvis como su dios de la masculinidad,
hombres los que se bañaron en el reflejo de su gloria, hombres los que se sintieron
traicionados cuando las chicas dejaron de gritar, hombres los que atribuyeron a este
héroe fálico significancia cultural mundial. Se desconoce lo que pensaban y siguen
pensando las mujeres sencillamente porque nadie se interesó en preguntar o si-
quiera pensar que nuestra opinión era de valor. Después de todo, ¿qué sentido tiene
hablar con alguien que meramente reacciona a indicadores masculinos? Mucho
menos tomar en cuenta con seriedad lo que dice.

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Esta versión de Elvis está tan generalizada y aceptada que es difícil cuestionarla
sin conocimiento de primera mano acerca de lo que “realmente” pasó. Práctica-
mente, es la única versión difundida que existe. Y demuestra cómo la gente involu-
crada en la producción de “conocimiento” encuentra exactamente lo que busca
indagando en lugares selectivos, formulando solamente ciertas preguntas e igno-
rando o haciendo caso omiso a información incómoda o que no encaja. Y esto es
algo que nosotras, como feministas, debemos reconocer; es decir, no debemos acep-
tar a pies juntillas, debemos formular nuestras propias preguntas, buscar nuestro
propio conocimiento, y debemos siempre mirar el caballo regalado – en la forma
del conocimiento de los otros – en los dientes.
Tal vez las feministas hayan adoptado la versión de Elvis del dios de la masculi-
nidad porque simplemente no ha habido otra disponible para todos aquellos que no
pasaron por la clase de experiencias por las que yo pasé. Sin embargo, me parece
paradójico que las feministas, yo incluida, hayan aceptado estas ideas machistas
acerca de la música rock sin molestarse en preguntar cómo vivieron este fenómeno
las mujeres. Se suponía que el feminismo consistía en cuestionar todas las cons-
trucciones machistas de la realidad y el conocimiento, en rediseñar el sentido común
masculino en las comprensiones del mundo. En el caso de Elvis, los escritores mas-
culinos han tomado sus fantasías sexuales subjetivas y las han transformado en
“hecho objetivo”. Y las feministas han acompañado – el despliegue mediático ha te-
nido éxito, la imagen ha sido aceptada, el cuestionamiento feminista no ha sido lle-
vado a cabo.
Quedan aún muchos replanteos y desafíos feministas por llevar a cabo, y he
usado mi experiencia personal de un fenómeno público como ejemplo de una visión
de la realidad totalmente aceptada que está abierta a una interpretación diferente.
Es en el examen de mi experiencia personal que se ve más claramente el desfase
entre las realidades objetivas y subjetivas. La reivindicación y la re-denominación
feminista del mundo son aún importantes y necesarias y cuando ellas ocurren in-
variablemente revelan complejidad profunda y realidad múltiple y proponen inte-
rrogantes interesantes. Por supuesto, hacerlo acerca de “Elvis” como he hecho aquí
es solo el comienzo, pero tengo la esperanza de que ofrecer a otros una versión ana-
lítica de mi experiencia ha demostrado que aún los comienzos pueden ser intere-
santes!

* Sue Wise (2006) [1984]: “Sexing Elvis” en Frith, Simon y Goodwin, Andrew
(eds.) On Record. Rock, Pop, The Written Word. London: Routledge.

Sue Wise autora feminista, Profesora Emérita de la Universidad de Lancaster,


Reino Unido. Se recibió en el Politécnico de Manchester, con un titulo en ciencias
sociales, trabajó como activista política durante varios años, en el Movimiento de
Mujeres y el Movimiento de Lesbianas y Gays, principalmente en Manchester. Ha
publicado sobre teoría feminista y sobre metodología de la investigación feminista.

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