Teatro Escogido
Teatro Escogido
Teatro Escogido
Alfonso Sastre
Teatro escogido
4
© Alfonso Sastre
© De los estudios e introducciones: sus autores
© AAT para esta edición
TOMO I
CARGAMENTO DE SUEÑOS
ESCUADRA HACIA LA MUERTE
LA MORDAZA
GUILLERMO TELL TIENE LOS OJOS TRISTES
EN LA RED
M.S.V. O LA SANGRE Y LA CENIZA
LA TABERNA FANTÁSTICA
TOMO II
ÍNDICE
Cargamento de sueños 55
Introducción de Mariano de Paco 57
Texto de la obra 63
La mordaza 161
Introducción de Berta Muñoz 163
Texto de la obra 171
En la red 303
Introducción de Francisco Caudet 305
Texto de la obra 311
590
PRESENTACIÓN
Las siete últimas décadas de la historia de España han sido con mucho el
período más aciago para nuestra autoría. Guerra, posguerra, dictadura y
democracia amnésica (ahora se quiere recobrar la memoria) son eslabones de
una cadena que ya se inicia con la negación de Valle-Inclán, y que ahora se
perfecciona con la exaltación del repertorio (Valle incluido) por los abanderados
del glamour (primero se silencia y después se da la palabra a los muertos).
Qué difícil representar la realidad de la sociedad española en los escenarios
construidos para su evasión. Alfonso Sastre debe saberlo bien, pues ha vivido
en obras propias todos los atropellos y despropósitos del período. «Escribir en
España es llorar», decía Larra. «Pues ni te cuento representar», cabría
responderle. Cierto que cuantos andamos empecinados en este oficio ya
sabíamos desde el principio que no era cosa fácil, aunque jamás pudimos imaginar
(yo, al menos, no) estos últimos regates tan sofisticados e hipócritas. Y es en
este marco histórico en el que hay que situar la obra de Alfonso Sastre, con sus
adversidades y reconocimientos, que los hubo y muchos, aunque nunca hayan
estado a la altura de su valía.
A mí me cabe la satisfacción de haber participado de algún modo en el
logro de uno de sus momentos dulces: el estreno de La taberna fantástica.
Dirigía yo entonces los Teatros del Círculo, y tuve así la oportunidad de estimular
primero y propiciar después aquel éxito incuestionable, fruto de mucho buen
hacer: la puesta en escena de Gerardo Malla, la brillantez del Brujo y de todo el
reparto, impecables; pero sobre todo, del texto, que respiraba verdad. Cuando
se dan las condiciones (circunstancia harto inusual), el teatro es imparable.
8 JESÚS CAMPOS GARCÍA
Pues bien, con el deseo de que los momentos dulces continúen sucediéndose,
desde la Asociación de Autores de Teatro, de la que Alfonso Sastre es socio de
honor, editamos su Teatro escogido; también con el propósito de colaborar,
aunque sea mínimamente, a la difusión de estos textos: piezas fundamentales
de la literatura dramática, nuestra y ajena, de hoy y de siempre.
INTRODUCCIÓN
Javier Villán
10
11
UN IMPOSIBILISMO POSIBLE
JAVIER VILLÁN
puntos de vista todos los estratos de la población. Dado que han neutralizado,
en parte, a una oposición de izquierdas –o dicha oposición, en virtud de unos
éxitos externos, se ha adaptado a la ilusión de prosperidad– sólo raras veces se
pregunta qué hay detrás de dicha prosperidad y a qué precio ha sido consegui-
da. Si alguien lo pregunta, es objeto de los más sucios insultos y viene a demos-
trarse hasta qué punto está desgastado el concepto de humanitarismo y de
democracia en el escudo de armas de los poderosos».
En este marco se inscribe la vida y la obra de Alfonso Sastre: en las
tinieblas exteriores durante la dictadura de Franco y en el mismo lugar en la
democracia. Su presencia en la cultura de España, por decirlo con un término
abierto que permita cierta generosidad de juicio sobre esa cultura, es irregular.
No podrá decirse que la vida cultural se halla normalizada mientras persistan
situaciones como la de Alfonso Sastre. El término que mejor conviene a éste
es el de ajenidad; Sastre, ajeno al teatro, Sastre ajeno a la política, Sastre ajeno
al discurrir de la historia, pues teatro, política e historia, en España, se desarro-
llan fuera del pensamiento sastriano. Lo cual configura una imagen de escritor
en cierta medida trágica y en parte paradójica, pues justo en esos campos, es
donde se siente más directamente concernido. En realidad, el teatro de Sastre
sólo se concibe como una desesperada forma de intervenir en el arte, en la
vida y en la historia. Y, sin embargo, una mirada sobre el autor madrileño per-
mite reconocer al instante que siempre ha estado al otro lado del espejo; en
otra dimensión y a la inversa de unos valores determinantes de pautas de con-
ducta y de creatividad. Referirse a Alfonso Sastre como un marginado puede
ser verdad, pero es una verdad incompleta, pues el concepto de marginación
es relativo y encubridor, con frecuencia, de una intención integradora. Por eso,
antes que de marginación, yo prefiero hablar de esa ajenidad por parte suya y
de exclusión permanente por parte del poder; Sastre, seducido por Cervantes,
por la novela picaresca y por el Siglo de Oro, un excluido de la cultura españo-
la: del espacio oficial de la cultura española, usurpado ayer por autócratas
represores y hoy por una «progresía» sedicente e infame. Hace apenas media
docena de años Vicente Molina Foix, en el El País, lanzaba, todavía, anatema
y excomunión a perpetuidad contra Alfonso Sastre. Hay, sin embargo, un ám-
bito del que forma parte y en el que es acogido con naturalidad: una cultura de
resistencia o, por lo menos, de progreso cierto; la prevención contra Sastre
halla aquí sus límites y su frontera. Mas ello no expresa la auténtica dimensión
de su teatro, constreñido a estudiosos y exégetas, ni le da el sitio natural que le
INTRODUCCIÓN GENERAL 15
tenga más libertad creadora en Occidente que en los paises socialistas. Aquí
podría aplicarse cierta escandalosa posición de Sastre, que constituye una ro-
tunda negación del arte como propaganda unívoca: «el teatro o es la propagan-
da de todos o no es nada». Lo cual pudiera ser asimilado a la teoría marxista de
que encubrir los problemas propios no ha beneficiado al socialismo; sólo la
discusión de los mismos conduce a su superación. Ésta es la médula, la savia,
la sangre y la carne del teatro de Alfonso Sastre; lo que nutre su esencia dra-
mática; no son las ideas, sino la encarnadura de los personajes lo que determi-
na la intensidad escénica del drama. Un drama no es una exposición de ideas,
sino un choque de sentimientos. Es esto lo que da perennidad a su teatro; un
teatro de seres humanos sacudidos por la vida y no de héroes taumatúrgicos
poseídos por una idea de verdades absolutas.
Por otra parte, un autor desterrado de los escenarios, aunque sea objeto
de estudio y de exégesis, vive otra forma de clandestinidad; una clandestinidad
múltiple. Primero, la de sus personajes, y luego, la propia, como autor, pues el
silencio y el olvido no son sino una manera de clandestinidad que amenaza con
anularlo. Una obra de teatro, viva y actuante, necesita confrontarse consigo
misma, y ese autorreconociento sólo lo adquiere a través del espectador. El
silencio de un dramaturgo, o el extrañamiento, es una de las peores cosas que
pueden ocurrirle a una cultura; evidencia la debilidad de esa cultura y su resis-
tencia a ser cambiada. Una cultura débil no soporta la controversia ni la disi-
dencia, y es la prueba irrefutable de su falta de legitimidad moral y política.
De esta circunstancia nace el sentido liberador del arte, tanto en el plano
personal como en el colectivo. Cuando las posibilidades de expresarse pública-
mente son reducidas, o inexistentes, la única patria del hombre es el arte; el
único espacio desde el que puede ejercer y defender el derecho de la libertad.
JAVIER VILLÁN
29
BIBLIOGRAFÍA
30
31
MARIANO DE PACO*
I. DE ALFONSO SASTRE
1. OBRAS DRAMÁTICAS
* Esta bibliografía, que recoge datos de otras que he preparado anteriormente, está actualizada
en junio de 2006 y ha sido revisada por el autor. M. de P.
32 MARIANO DE PACO
Melodrama (breve texto «en forma de autobiografía para cantar en una fies-
ta»). Escrita en 1969.
Ejercicios de terror. Escrita en 1969-1970. Estrenada, en italiano, en Roma,
1978. En parte, junto con Las cintas magnéticas, con el título de Terrores
nocturnos, por la compañía Julián Romea, con dirección de César Oliva,
Murcia, 1981.
Las cintas magnéticas. Escrita en 1971. Retransmitida por France-Culture,
1973. Estrenada en Lyon, 1973.
Askatasuna! Escrita en 1971. Emitida por televisión en varios países escan-
dinavos, 1974.
El camarada oscuro. Escrita en 1972. Estrenada, por el grupo TBO (Teatro
de Barrio Obrero), en Madrid, a finales de la década de los setenta.
Ahola no es de leil. Escrita en 1975. Estrenada, en francés, en Burdeos,
1979. En castellano, por El Gayo Vallecano, con dirección de Juan Margallo,
en Madrid, 1979.
Tragedia fantástica de la gitana Celestina. Escrita en 1977-1978. Estrena-
da, con traducción italiana de M.ª Luisa Aguirre d´Amico y dirección de
Luigi Squarzina, en Roma, 1979. En España la estrenó el Grupo de Acción
Teatral (GAT), con dirección de Enric Flores, en Barcelona, 1985.
Análisis espectral de un comando al servicio de la revolución proletaria.
Escrita en 1978. Sin estrenar.
Las guitarras de la vieja Izaskun. («Drama basado en Los fusiles de la
madre Carrar, de Bertolt Brecht».) Escrita en 1979. Sin estrenar.
El hijo único de Guillermo Tell. Escrita en 1980. Sin estrenar.
Aventura en Euskadi. Escrita en 1982. Sin estrenar.
Los hombres y sus sombras (Terrores y miserias del IV Reich). Escrita en
1983. Estrenada en el Centro Cultural Julián Besteiro de Leganés (Ma-
drid) por el grupo dramático Alcores, dirigido por César de Vicente
Hernando, 1991.
Jenofa Juncal, la roja gitana del monte Jaizkibel. (Basada lejanamente en
La serrana de la Vera, de Vélez de Guevara.) Escrita en 1983. Estrena-
da en la Universidad de Leeds por The Workshop Theatre, con dirección
de César Oliva, 1988. Premio Nacional de Literatura Dramática 1993.
El viaje infinito de Sancho Panza. Escrita en 1983-1984. Estrenada en el
ciclo de Teatro Español Contemporáneo de la Exposición Universal de
Sevilla, dirigida por Gustavo Pérez Puig, 1992.
34 MARIANO DE PACO
Comedia sonámbula se ha publicado en Art Teatral (1, otoño 1987). Las dos
obritas que Alfonso Sastre escribió con Medardo Fraile formaron parte, al
igual que Uranio 235 y que Cargamento de sueños, de Teatro de van-
guardia. Quince obras de Arte Nuevo, Madrid, Permán, 1949. Las Obras
BIBLIOGRAFÍA 35
2. TRADUCCIONES Y DRAMATURGIAS*
3. NARRATIVA
Las noches lúgubres, Madrid, Horizonte, 1964; 2.ª edic., Madrid, Júcar, 1973;
3.ª edic., Hondarribia, Hiru.
El Paralelo 38, Madrid, Alfaguara, 1965. (La edición fue retirada por la censura
antes de distribuirse.) Publicada en Suplementos Anthropos, 30, enero 1992.
Flores rojas para Miguel Servet, Madrid, Rivadeneyra, 1967; 2.ª edic., Bar-
celona, Argos Vergara, 1982; 3.ª edic., Hondarribia, Hiru, 1997.
El lugar del crimen –Unheimlich–, Barcelona, Argos Vergara, 1982.
Necrópolis, Madrid, Grupo Libro 88, 1994.
Historias de California. En traducción al gallego (de Elvira Souto), Santiago
de Compostela, Laiovento, 1994. En castellano, Hondarribia, Hiru, 1996.
4. ENSAYO Y OPINIÓN
Drama y sociedad, Madrid, Taurus, 1956; 2.ª edic., Hondarribia, Hiru, 1994.
Anatomía del realismo, Barcelona, Seix Barral, 1965; 2.ª edic. ampliada, 1974;
3.ª edic., Hondarribia, Hiru, 1998.
La revolución y la crítica de la cultura, Barcelona, Grijalbo, 1970; 2.ª edic.,
Hondarribia, Hiru, 1995.
Crítica de la imaginación, Barcelona, Grijalbo, 1978; 2.ª edic., Hondarribia,
Hiru, 1993.
Lumpen, marginación y jerigonça, Madrid, Legasa, 1980.
Escrito en Euskadi. Revolución y cultura (1976-1982), Madrid, Revo-
lución, 1982.
Prolegómenos a un teatro del porvenir, Hondarribia, Hiru, 1992.
¿Dónde estoy yo?, Hondarribia, Hiru, 1994.
38 MARIANO DE PACO
5. POESÍA
6. CINE Y TELEVISIÓN
8. TESTIMONIOS AUTOBIOGRÁFICOS
AA.VV., Alfonso Sastre. Teatro, Madrid, Taurus, col. El Mirlo Blanco, 1964.
Anderson, Farris, Alfonso Sastre, New York, Twayne, 1971.
– Edición, introducción y notas de Escuadra hacia la muerte y La mor-
daza, Madrid, Castalia, 1975.
– Anthropos, 126, noviembre 1991 (monográfico: «Alfonso Sastre. Tra-
gedia y realismo social»); y Suplementos Anthropos, 30, enero 1992
(monográfico: «Alfonso Sastre. De la polémica al ensayo»).
Ascunce, José Ángel, coord., Once ensayos en busca de un autor: Alfonso
Sastre, Hondarribia, Hiru, 1999.
Borón, Atilio A., Prólogo a La batalla de los intelectuales o Nuevo discurso
de las armas y las letras, Buenos Aires, CLACSO, 2005.
Bryan, T. Avril, Censorship and Social Conflict in the Spanish Theatre:
The Case of Alfonso Sastre, Washington, D.C., University Press of
America, 1982.
Caudet, Francisco, Crónica de una marginación. Conversaciones con Al-
fonso Sastre, Madrid, Ediciones de la Torre, 1984.
Cramsie, Hilde F., Teatro y censura en la España franquista: Sastre, Muñiz
y Ruibal, Nueva York, Peter Lang, 1984.
– Cuadernos El Público, 38, diciembre 1988 (Mmnográfico: «Alfonso
Sastre. Noticia de una ausencia»).
Donahue, Francis, Alfonso Sastre, dramaturgo y preceptista, Buenos Aires,
Plus Ultra, 1973.
BIBLIOGRAFÍA 41
Pérez Bowie, José Antonio, «Sobre pragmática del texto teatral: El “hablante
dramático básico” en el teatro de Alfonso Sastre», en Estudios filológicos
en homenaje a Eugenio de Bustos Tovar, II, Salamanca, Universidad,
1992, pp. 235-249.
– «Dimensión ficcional y dimensión metaficcional del texto secundario
(sobre el último teatro de Alfonso Sastre), en José Ángel Ascunce, coord.,
Once ensayos en busca de un autor: Alfonso Sastre, Hondarribia, Hiru,
1999, pp. 305-339.
Pérez Minik, Domingo, «Alfonso Sastre, ese dramaturgo español desplazado,
provocador e inmolado», en Alfonso Sastre, Obras Completas, I, Madrid,
Aguilar, 1967, pp. IX-XXXI.
Pérez Puig, Gustavo, «Escuadra hacia la muerte», en Primer Acto, 242,
enero-febrero 1992, pp. 22-23.
– «Sancho y el mundo de lo imposible», en Primer Acto, 242, enero-fe-
brero 1992, pp. 60-63.
Piqué, Antonio, «Una cierta esperanza. En la red, de Alfonso Sastre», en
Homenaje a José Alsina, Barcelona, Ariel, 1969, pp. 191-200.
Praag Chantraine, Jacqueline van, «Tendences du théâtre espagnol
d´aujourd´hui», en Syntèses, 178, marzo 1961, pp. 111-121; y 179, abril
1961, pp. 278-288.
Pronko, Leonard C., «The Revolutionary Theatre of Alfonso Sastre», en The
Tulane Drama Review, V, 2, 1960, pp. 111-120.
Quinto, José M.ª de, «Breve historia de una lucha», en AA. VV., Alfonso
Sastre. Teatro, Madrid, Taurus, col. El Mirlo Blanco, 1964, pp. 48-55.
Ruggeri Marchetti, Magda, «La tragedia compleja. Bases teóricas y realiza-
ción práctica en El camarada oscuro, de Alfonso Sastre», en Pipirijai-
na Textos, 10, septiembre-octubre 1979, pp. 2-9.
– «Elementi paralinguistici nel teatro di Alfonso Sastre», en AA. VV., La
cultura spagnola durante e dopo il franchismo, Roma, Cadmo, 1982,
pp. 65-74.
– «La taberna fantástica: texto y realización escénica», en Campus (Uni-
versidad de Murcia), 5, marzo 1986, pp. 12-13.
– «La tragedia compleja en sus mejores realizaciones», en Cuadernos El
Público, 38, diciembre 1988, pp. 61-75.
– «L´importanza dei codici paraverbali nel teatro di Alfonso Sastre», en
Alma Mater Studiorum, V, 1, 1992, pp. 171-181.
52 MARIANO DE PACO
M. DE P.
Junio de 2006
55
CARGAMENTO DE SUEÑOS
56
55
CARGAMENTO DE SUEÑOS
56
57
MARIANO DE PACO
Universidad de Murcia
1
Son palabras de Alfonso Sastre en el «Prólogo» escrito para la edición de Teatro de vanguar-
dia (Hondarribia, Hiru, 1992), que incluye Comedia sonámbula, Uranio 235 y Cargamento
de sueños junto a textos teóricos y poemas de aquel tiempo. En las páginas introductorias se
refiere Sastre con cierto detalle a la «prehistoria» de su vocación teatral que culmina precisa-
mente con Arte Nuevo.
58 MARIANO DE PACO
2
«El teatro de Alfonso Sastre visto por Alfonso Sastre», Primer Acto, 5, noviembre-diciem-
bre 1957, p. 7.
INTRODUCCIÓN 59
3
Véase «Mi primer fracaso (o mi primer triunfo, según se mire)», en la edición de Teatro de
vanguardia, pp. 17-18.
60 MARIANO DE PACO
existencia. Por eso, «queriendo definir su situación», afirma muy poco des-
pués: «Es como si la humanidad entera me contemplara esta noche». Las
imágenes de la dualidad calderoniana «vida-teatro» (como también la de «sue-
ño-vigilia») se encontraban ya presentes en Uranio 235; El Cínico se refiere
allí a «las estrellas del Señor» como «un espectáculo genial... Diablas colosa-
les y un telón azul inmenso. Es el anuncio de un espectáculo que nunca lle-
gamos a ver»4.
Man ha preguntado a los espectadores el motivo de su presencia en el
teatro. Sin embargo sus palabras poseen igualmente una segunda interpreta-
ción más profunda. «¿A qué habéis venido aquí?» puede cuestionar el ignoto
sentido del existir, cimiento de la búsqueda del personaje durante el momento
de lucidez (o la pesadilla) que constituye Cargamento de sueños. Al comien-
zo de Uranio 235, el Profesor indica enfáticamente que «el radium es un
elemento que rompe con todo lo establecido»; la guerra y su crueldad ha des-
truido toda la seguridad del ser humano; éste se muestra ahora como alguien
inútil y perdido en un mundo incierto: «Acaso yo sea un sueño, una pasión sin
objeto, un error del espacio. Las cosas viven ignorándome. No existo para
ellas. Ellas tampoco existen. Nadie las ve. [...] Esto soy yo: algo detrás de una
máscara, algo detrás de una equivocación biológica. Aquí estoy viéndome. Me
llevo encima como un traje, un viejo, roto y querido traje. Ése es mi cuerpo...».
Esta imagen del «cuerpo deshabitado» nos remite al poema de Alberti de
ese título en Sobre los ángeles. La desorientación existencial lleva al hombre
(Man) a distanciarse de la materialidad de su cuerpo, a sentirse como extraño
a sí mismo, a verse «perdido sin remedio». Ante esa fatal realidad de la que
parece que «no es posible escapar», cabe, no obstante, la rebelión de la bús-
queda, quizá contra toda esperanza:
CARGAMENTO DE SUEÑOS
(Drama para vagabundos)
64
65
REPARTO
por otra parte, acaso yo sea un sueño, una pasión sin objeto, un error del
espacio. Las cosas viven ignorándome. No existo para ellas. Ellas tam-
poco existen. Nadie las ve. Esfinges..., ¡oh, sí! Esfinges espantosamen-
te plácidas en su mente. Y esto soy yo: algo detrás de una máscara, algo
detrás de un equivocación biológica. Aquí estoy, viéndome. Me llevo
encima como un traje, un viejo, roto y querido traje. Ése es mi cuerpo.
Ya lo ves. Brazos, piernas..., cosas que palpitan, líquidos que circulan...
(Se toca la frente.) Y algo raro, que me estorba, aquí dentro. ¡Cómo
pesa!
JESCHOUA.– ¿Qué?
MAN.– El cuerpo, Jeschoua, escucha... He sido, en vida... No sé si lo entien-
des. En vida...
JESCHOUA.– ¿En vida? Calla, no estás muerto.
MAN.– Ya. Sin embargo, deja que te hable así. En vida, buscaba entre mil
caminos mi camino, y no lo encontraba. Cazaba sombras en vez de ideas.
Cazaba, como te digo, sueños.
JESCHOUA.– ¡Sueños!
MAN.– Sí, y, a veces, pesadillas. (Por su cabeza.) Este cofre de sueños
ilustrados, de tristes margaritas, de cadáveres. (Mira al cielo.) ¡Qué
hora tan propicia! La luna, allá, y nosotros aquí, bajo un peso de sueños.
¿Eh? ¿Qué te parece?
JESCHOUA.– Maravilloso. (Saca cigarrillos.) ¿Quieres fumar?
MAN.– Sí. (Enciende.) Arrastro, ¿sabes qué? Un cargamento de sueños.
Esto hace la Humanidad. Es como una caravana que desde hace muchos
siglos arrastra un cargamento terrible de sueños. Todo es demasiado
vago, casi irreal... No llegamos nunca. A veces me dan ganas de acabar.
JESCHOUA.– ¡Calla! No puedes decir eso. (Otro silencio. MAN se echa en la
tierra aburridamente.)
MAN.– Está bien esto de tumbarse cara a las estrellas..., pero tengo frío.
(JESCHOUA le arropa.) Así estoy mejor. Il dolce far niente... Un paso
soñoliento hacia la eternidad... Otra vez tengo frío. No sé qué me pasa.
JESCHOUA.– (Espantado.) ¡Man! (Éste se vuelve hacia JESCHOUA. Se mi-
ran. Un silencio.) Man, ¿qué tienes? ¡Tiemblas! Dime, ¿qué te pasa?
(Otro silencio. Con la mirada fija en MAN, lentamente.) Man..., fíjate
bien. Es necesario que me digas cómo fue tu vida.
MAN.– ¿Por qué?
72 ALFONSO SASTRE
MAN.– Sí, debo hablar. Sé que debo hablar. (Cara al público.) Recuerdo a
mis padres. Los recuerdo, Jeschoua. Eran buenos y, sin embargo, no
llegaron nunca a comprenderme. (Entran, cada uno por un lateral, EL
PADRE y LA MADRE, y se reúnen en el centro.)
LA MADRE.– (Inmóvil cara al público.) Me llamé Llaura. Nací en Lebendorff.
En el norte conocí a Guillermo Kirschoff, y una mañana de julio se cele-
bró la boda. Más tarde vino Man al mundo. Su nombre es Manfred, pero
nosotros le llamábamos siempre Man. (Una pausa.) Mi esposo murió
cuando Man tenía veinticinco años, y yo dos años después. Siempre hice
mis labores. Ésta es la vida de Laura Kirschoff.
INTRODUCCIÓN
CÉSAR OLIVA
Universidad de Murcia
2
En «Arte como construcción», en Alfonso Sastre, Primer Acto, Madrid, 1964, págs. 110-114.
88 CÉSAR OLIVA
primeros seis cuadros, y baja y baja desde el séptimo hasta el final; cierta
complejidad en la mayoría de los personajes, presentados bajo el denominador
común de su antiheroísmo: todos son culpables de algo, y no existe cara noble
alguna; y muchas otras circunstancias alternativas que nos irán saliendo al hilo
del análisis.
En cualquier caso, en la calificación de realista, tanto de este drama como
de los que rodean este período de escritura dramática en el autor, se justifican
todos los tópicos que han girado sobre el asunto. Es realista en tanto que quiere
ser «testigo de la realidad» (una guerra fría a punto de convertirse en convencio-
nal, la división ideológica en Europa, una profunda aversión al militarismo, etc.),
pero no lo es, en la medida en que introduce una serie de estrategias que
rompen los hábitos del relato convencional: fragmentación de la fábula, deco-
rado con corte que separa un interior y un exterior al estilo de Miller, ausencia
de ingredientes positivos en todos los personajes, final desolador, etc.
Pero, si bien son interesantes estas salidas de la norma, la principal inno-
vación sigue siendo la adscripción a un género poco o nada frecuente en la
escena española de todos los tiempos. Nos estamos refiriendo a la tragedia,
una tragedia moderna, de nuestro tiempo, que «cumple una función
autentificadora con respecto al espectador» 3. Lejos todavía del concepto de
tragedia compleja, que activará el autor años más tarde, Escuadra hacia la
muerte queda como un boceto de tragedia, menos compleja de lo que parece,
y más directa de lo que cabría pensarse al tratarse de principios de los años
cincuenta.
4
Cuenta Marsillach que, cuando ensayaba esta obra, en un momento dado le pidió a Alfonso
Sastre que su personaje debía tener más texto, porque creía que era el que mejor representaba la
desesperación de la escuadra. Era un momento en el que él, como actor, había conseguido cierta
relevancia en la compañía del María Guerrero, y esta producción puntual no debía suponer un
paso atrás en su carrera. El autor aceptó la sugerencia y, al día siguiente, apareció con este
monólogo, que, por cierto, fue aplaudido el día del estreno. Esto dio pie a Marsillach a bromear
con Sastre sobre su olfato dramatúrgico.
92 CÉSAR OLIVA
como uno más. Cree ser un buen compañero. El cuadro termina oyéndose
la canción que machaconamente tarareaba Goban: en esta ocasión, es
Pedro el que la canta.
5
Farris Anderson, en su edición de esta obra (Clásicos Castalia, 1985, 5.ª ed.) da cuenta de esta
circunstancia: «Las muchas correcciones y cambios que se encuentran en el manuscrito a partir
de aquí evidencian una marcada vacilación del autor al trazar el desarrollo de la obra hasta su
desenlace» (nota 4, p. 109). Esto ratifica la idea del editor de que Sastre comenzó a escribir este
drama sin saber cómo lo iba a terminar.
6
También Farris Anderson señala que Sastre suprimió un cuadro IX, de manera que el actual,
que iba como X, ocupa ahora la numeración del anterior.
INTRODUCCIÓN 93
Cuadro 11. Huidos y perdidos. Adolfo y Antonio están fuera del espacio
habitual: parecen perdidos entre las sombras de los árboles. Es como si
hubieran andado mucho, y estén lejos de la cabaña. Son los dos escapa-
dos. Están muy cansados. Antonio se arrepiente de haber dejado a sus
compañeros. No puede dar un paso más. Adolfo le pide que se vaya con
él, pero definitivamente se queda entre la niebla.
Van a fumar los dos últimos cigarrillos que tienen, a pesar de que Luis
jamás se había puesto uno en los labios. A partir de allí fumará, y el sabor
del tabaco le recordará toda aquella pesadilla.
7
Aunque sea un añadido casi anecdótico, debemos señalar que, en la primera redacción, el autor
puso nombres españoles a los personajes: Adolfo Reyes, Pedro López, Luis García, Cabo
Ruiz, Javier Romero y Andrés González. Posteriormente, y para el estreno en Madrid, los
cambió por los de Adolfo Lavin, Pedro Recke, Luis Foz, Cabo Goban, Javier Gadda y Andrés
Jacob. Probablemente, era una estrategia de cara a la censura. De esa manera se europeizaba el
dramatis personae.
INTRODUCCIÓN 95
Personajes
1
Las notas a pie de página están tomadas de la edición que de esta obra hizo la Editorial Alhambra
(Madrid, 1986). Su autor es J. Estruch Tobella.
100
101
PRIMERA PARTE
CUADRO PRIMERO
1
En la 1.ª edición (1953) «CABO.– (Mueve la cabeza.) No podemos malgastar los medicamentos.
PEDRO.– Pero, cabo... Es que... CABO.– (Sonríe duramente.) Estoy hablando», etc.
2
En la 1.ª edición no figura: «Pero, además..., es que soy el jefe de la escuadra. ¿Sabéis lo que es eso?
ESCUADRA HACIA LA MUERTE 103
ADOLFO.– No; no es muy agradable. Sobre todo sabiendo la que nos espe-
ra..., si no hay alguien que lo remedie.
PEDRO.– ¿Qué quieres decir?
ADOLFO.– Nada.
PEDRO.– Bueno. Yo creo que lo mejor es no amargarse la vida con lo que nos
espera o no nos espera. Porque no se sabe nada de lo que va a pasar.
ADOLFO.– Yo he pensado que es posible que la ofensiva no se produzca.
PEDRO.– Es posible. En cuanto a mí, preferiría lo contrario.
ADOLFO.– ¡Ah! ¿Prefieres...?
PEDRO.– Sí. Lo que no me gusta es que no pase nada. Hace tres meses que
no pego un tiro y eso no me sienta bien.
ADOLFO.– Ahora va a resultar que eres un patriota.
PEDRO.– No. No soy un patriota. Es que..., bueno, sería muy largo de contar.
No merece la pena.
ADOLFO.– ¿Por qué te han metido en esta escuadra? Todos sabemos que
estamos aquí por algo. Esto es..., creo que lo llaman una «escuadra de
castigo». Un puesto de peligro y... muy pocas posibilidades de contarlo.
Bien, ¿por qué ha sido? No será porque eres un hombre virtuoso, ¿eh?,
un angelito.
PEDRO.– No, claro... Es que maltraté a unos prisioneros, según dicen.
ADOLFO.– ¿Qué les hiciste? ¿Arrancarles la piel a tiras? ¿O extraerles cui-
dadosamente los ojos?
PEDRO.– Nada. ¿Qué te importa? Déjame tranquilo.
ADOLFO.– Odias a esa gente, ¿no?, al enemigo..., al misterioso enemigo. Al-
mas orientales... Refinados y crueles 3. ¿Los odias?
PEDRO.– Con toda mi alma.
ADOLFO.– Tendrás... motivos particulares.
PEDRO.– (Con esfuerzo.) Sí, muy particulares. Verdaderamente... particula-
res. (Se levanta y, nervioso, da unos paseos con las manos en los
bolsillos. Va a la ventana y queda mirando hacia fuera.) Buen frío
debe de hacer fuera, ¿eh, cabo? Vaya tiempo. (El CABO se encoge de
hombros. Mete el cerrojo en el fusil y se levanta. Deja el arma en
un rincón. Se estira. ADOLFO le observa en silencio. El CABO se acer-
ca a donde duerme JAVIER y le da con el pie.)
3
Alude a los rusos. Esta caracterización coincide con la imagen que durante la guerra fría se tenía
de la Unión Soviética en Occidente.
ESCUADRA HACIA LA MUERTE 105
4
En la 1.ª edición: «Me vais a aguantar hasta el final. Si os molesta, os fastidiáis. ADOLFO.– (Con
voz ronca.) Cabo», etc. Este discurso reproduce la retórica militarista y de exaltación de la
muerte característica de la Legión, utilizada también por la propaganda falangista. Recuérdese
los himnos de la Legión y de la Falange.
LA MORDAZA
162
163
previsible, no daría resultado alguno, y que, con el tiempo, daría paso a una
actitud cada vez más beligerante por parte del dramaturgo contra la censura
y contra el régimen que la imponía. Paralelamente, entre 1953 y 1954, Alfon-
so Sastre escribe La mordaza, otra forma de protestar contra su situación
personal, esta vez trascendiéndola mediante la metáfora de unos personajes
a los que se les niega la posibilidad de expresarse:
2
Alfonso Sastre, «La mordaza. Noticia», en Obras completas, Tomo I: Teatro, Madrid, Aguilar,
1966, pág. 283.
3
Véase Ángel Berenguer, «Motivos y estrategias: introducción a una teoría de los lenguajes
escénicos contemporáneos», en:
http://www.doctoradoteatro.es/pdf/teatra/B_MotivosEstrategias.pdf
4
Francisco Caudet, Crónica de una marginación. Conversaciones con Alfonso Sastre, Madrid,
Ediciones de la Torre, 1984, pág. 35.
INTRODUCCIÓN 165
Este drama está vagamente fundado en los sucesos de Lurs –de los que dio
noticia la prensa de todo el mundo–. El autor del drama no ha tratado de
informarse detalladamente sobre este asunto ni sobre la personalidad y
carácter de Gastón Dominici y su familia, pues su intención no ha sido
dramatizar escrupulosamente unos hechos. Lo de Lurs ha sido un simple
«motivo» para este drama, cuyos personajes no pretenden ser el traslado
de los personajes reales. Los hechos están libremente fabulados por el
autor [...]. La disposición y los motivos del crimen, así como la personalidad
de las víctimas, pertenecen al dominio de la invención dramática. La «reali-
dad» de este drama hay que buscarla por otros caminos5.
[...] el teatro español de hoy estaba necesitando al autor o los autores que
lo actualizasen, que fueran capaces de superar la dramaturgia amable,
conversacional, sin nervio y sin aristas, que se había enseñoreado de nues-
tra escena últimamente. Y todo parece indicar que no tardará en producirse
la deseada renovación, para bien de todos, porque son varios ya los auto-
res que parecen decididos a abrir derroteros nuevos para la creación dramá-
tica: ayer Buero, hoy Sastre, [...]; Delgado Benavente y acaso algún otro,
son el mejor y más esperanzador testimonio.[Informaciones, 25-IX-1954.]
7
Apartándose de la opinión general, y mostrando un espíritu inquisitorial superior al de los
propios censores, el crítico de la revista SIPE, de las Congregaciones Marianas (utilizada como
órgano de consulta de la censura eclesial), juzgó que «los reparos morales de la obra son de
importancia, aunque no pueda advertirse en ella una tesis inmoral», por lo que dictaminaba que
sólo era apta «para personas mayores de sólida formación moral» (SIPE, 3-X-1954).
INTRODUCCIÓN 167
Pero tiene razón al insinuarnos que la realidad de su drama hay que buscarla
por otros caminos. Nosotros preferimos no ahondar en este punto, ni si-
quiera al calor de los aplausos que sonaron en el cuadro sexto9. [...] Nos
ponemos tan contentos cuando en el teatro se ve una posibilidad de algo
de valor cierto y positivo, que no queremos entrar en segundas intencio-
nes, ajenas a nuestra función. [Ya, 18-IX-1954.]
8
Pueden consultarse las críticas a esta obra por parte de los distintos medios en el archivo de
prensa digitalizada del Centro de Documentación Teatral.
9
Este crítico alude al fragmento en el que Isaías Krappo, en su conversación con el Comisario,
afirma que «Uno es un héroe o un criminal según las circunstancias, aunque el muerto sea el
mismo». Al parecer, el día del estreno este diálogo fue aplaudido por algunos espectadores «con
gran entusiasmo, con calor excesivo, mientras que otros mostraron su disconformidad con
siseos y algún indicio de pateo», en palabras del censor José María Cano, quien propuso
suprimir esta escena o, al menos, cambiar «mataste» por «asesinastes» (sic), «con lo que el
sentido de la réplica del Comisario no daría la sensación, como ocurre ahora, de conformidad con
la teoría del criminal, sino que dejaría bien claro que era asesinato»; modificación que finalmente
no se impuso al no ser aceptada por el resto de la Junta de Censura.
168 BERTA MUÑOZ CÁLIZ
10
Información extraída de las bases de datos del Centro de Documentación Teatral. Agradezco
a Lola Puebla que me la haya facilitado.
170 BERTA MUÑOZ CÁLIZ
un caluroso homenaje en el Reina Victoria. Sin llegar a ser el gran éxito que
había pronosticado buena parte de la crítica, el teatro mantuvo un nivel acep-
table de espectadores durante el tiempo en que permaneció en cartel. A
pesar de todo, más que el inicio de una carrera fulgurante y llena de estrenos
para su autor, el estreno de La mordaza sería un destello sin continuidad en
los años sucesivos, debido en gran parte a la actuación de la censura, que
continuó prohibiendo muchas de sus obras.
No obstante, y por fortuna, en su caso no se cumplió la premisa según la
cual el autor que no estrena con frecuencia no puede progresar como dra-
maturgo, y en los años sucesivos, a pesar de la censura, de las condiciones
de la empresa teatral y de las muchas dificultades a las que tuvieron –y
tienen– que hacer frente los autores dramáticos en este país, la escritura de
Alfonso Sastre fue ganando en sentido del humor, en matices, en humanidad
de sus personajes...; en definitiva, se fue haciendo más compleja, por utilizar
su propia terminología. De modo que la censura nos privó a los españoles
de su obra durante los años en que ésta era más necesaria, pero, al menos, no
pudo coartar la libertad creadora de su autor ni impedir que nos legara unas
obras que hoy podemos encontrar con relativa facilidad en lo que a ediciones
se refiere. También ahora, como en el pasado, que éstas se representen o no,
depende de que la nueva sociedad española y sus nuevos gestores culturales
sepan estar a la altura de las circunstancias, y sean capaces de reconocer a
sus creadores y estar dispuestos a escucharles, sin interponer mordazas de
ningún tipo, incluidas las económicas, que hoy han sustituido a las censorias.
En nuestros días, la lectura en clave de alegoría política de La mordaza
puede resultarnos, ciertamente, lejana; sin embargo, su otra lectura más di-
recta, la de una situación real de maltrato (físico y, sobre todo, psicológico)
en el ámbito doméstico –extensible a otros ámbitos, sin necesidad de tras-
cender al plano político– y la invitación a actuar ante tal situación nos sigue
resultando más próxima de lo deseable. El ideal machista que propone Isaías
según el cual las mujeres deben ser «honestas, limpias y obedientes», y la
humillación a que somete a quienes le rodean no resultan del todo lejanos en
la España de hoy; un lastre que, sin ser exclusivo de nuestro país ni de nues-
tro tiempo, no es ajeno al hecho de haber convivido durante cuarenta años
con un sistema político que minó las bases de una convivencia civilizada e
impuso una moral y unos comportamientos represivos y anacrónicos.
171
LA MORDAZA
(Drama en seis cuadros y un prólogo)
172
173
Personajes
ANTONIA, la madre
ISAÍAS KRAPPO, el padre
LUIS, mujer de Juan
JUAN, hijo
ANDREA, criada
JANDRO, hijo
TEO, hijo
EL FORASTERO
EL COMISARIO ROCH
UN AGENTE
174
175
CUADRO PRIMERO
gente del pueblo. (Transición.) Es que... resulta muy doloroso ver que
os olvidáis de todo lo que se ha hecho por vosotros y que os tiene sin
cuidado herir a unos pobres viejos. Algunas veces pienso que hemos
criado cuervos, Antonia..., que hemos criado unos seres extraños que
acabarán sacándonos los ojos.
ANTONIA.– Vamos, qué cosas dices. ¿Cómo puedes pensar...? Nuestros hijos
son buenos. Los chicos nos quieren y harían cualquier cosa por noso-
tros. Si de algo estoy contenta en la vida, es de haber tenido hijos. Me
encuentro a gusto entre ellos. Y cuando se van, me doy cuenta de lo sola
que estoy.
ISAÍAS.– Está bien, Antonia... Me gusta que sueñes... No puedes hacer otra
cosa ya..., y hay que disculparte esas pequeñas debilidades... Pobre
Antonia, ¿cómo has llegado a esto? Ni siquiera puedes vernos clara-
mente... Te mueves entre sombras... No ves más que unos cuerpos que
se mueven; eso es el mundo para ti..., unos cuerpos que se mueven a tu
alrededor y que no eres capaz de distinguir..., que te inquietan cuando
tiemblan porque no sabes lo que va a ocurrir y siempre te parece que va
a ocurrir algo malo. Nos miras, tratas de mirarnos, para averiguar si
estamos tristes o si ponemos mala cara... Escuchas, y cuando oyes al-
guna voz fuerte, te echas a temblar... Tienes miedo. ¿De qué, Antonia?
No tienes que tener miedo entre nosotros.
ANTONIA.– Yo no tengo miedo, Isaías... Yo no tengo miedo. ¿Cómo voy a
tener miedo si estoy con mis hijos? Solamente a veces, cuando tú te
enfadas con algunos de los chicos, cuando tú te enfadas con razón, cla-
ro, yo no quisiera que te enfadaras tanto..., y me pongo nerviosa... Sí,
tengo que confesártelo..., que me pongo nerviosa... No me gusta oír
discutir...
ISAÍAS.– Y, sin embargo, es preciso que nos oigas, Antonia, y tú misma debe-
rías ayudarme a educar a los hijos..., si todavía sirvieras para algo...
Pero no puedo contar contigo para nada... desde hace tiempo... Es un
poco triste mi situación rodeado de todos vosotros, débiles y enfermos.
El más viejo tiene aún que daros lecciones de fuerza y de coraje....
(Añade, amargamente.) Una pandilla de inservibles; eso es lo que le ha
tocado en suerte al viejo Isaías Krappo para consuelo de sus últimos
años... (Sonríe irónicamente.) Una pandilla por la que siento un gran
amor, a pesar de todo... (Vacía su pipa y se levanta. Va a la ventana.)
178 ALFONSO SASTRE
que te sienta bien... (Se acerca a ella.) Te sienta bien... este calor...
(LUISA lo ve acercarse con repugnancia. Aparece JUAN en la puerta.)
JUAN.– Si quieres, Luisa, podemos irnos a dormir. (ISAÍAS se vuelve hacia su
hijo.)
ISAÍAS.– ¿Ya os vais?
LUISA.– (Se levanta.) Sí. Mañana hay que levantarse temprano. (Va junto a
JUAN.)
JUAN.– Buenas noches, padre.
ISAÍAS.– Adiós, hijos. Buenas noches. (LUISA y JUAN salen. ISAÍAS KRAPPO
queda solo. Vuelve a tomar la pipa, risueño. La enciende. Va a un
armarito y saca una botella de licor. Bebe. Canturrea una canción.
Se desabrocha la camisa y se pasa un pañuelo por la cara. Sigue
canturreando. Toma otra copa. Suenan unos golpes fuertes en la
puerta de la calle. ISAÍAS los escucha extrañado. Vuelven a sonar
los golpes.) ¡Andrea! ¡Ve a abrir! (Un silencio. Entra ANDREA.)
ANDREA.– Es un señor que pregunta por usted.
ISAÍAS.– ¿Un señor? ¿Quién?
ANDREA.– No lo conozco. No es del pueblo ni ha venido nunca por aquí.
ISAÍAS.– ¿Y qué quiere a estas horas?
ANDREA.– Dice que quiere hablar con usted.
ISAÍAS.– (Se encoge de hombros.) No comprendo quién puede ser. Dile que
pase. (ANDREA sale y vuelve al poco con un hombre delgado, pálido
de ojos inquietos y extraviados. ISAÍAS le observa y frunce el ceño.)
¿Qué quiere usted? ¿Qué busca a estas horas?
EL FORASTERO.– Es..., es usted Isaías Krappo, ¿verdad?
ISAÍAS.– Sí...
EL FORASTERO.– Quería..., quería hablar con usted.
ISAÍAS.– ¿No ha podido esperar hasta mañana?
EL FORASTERO.– Es que... acabo de llegar. Tengo el coche en la carretera.
He estado rodando siete horas por esos caminos hasta llegar aquí. Estoy
muy cansado.
ISAÍAS.– Usted me explicará si puede..., o si quiere...
EL FORASTERO.– Desde hace tiempo tenía interés en hablar con usted. Pero
no ha podido ser hasta ahora.
I(vid.
SAÍAS.– ¿Por qué razón?
Editorial Hiru: http://www.hiru-ed.com/COLECCIONES/TEATRO-DE-
ALFONSO-SASTRE/La-mordaza.htm)
225
INTRODUCCIÓN
villoso, al imaginar que Tell mata con la flecha a su hijo. Hay algo oscuro en el
alma dramática de nuestro autor que le empuja inconscientemente al sacrificio,
y en el fondo no hace más que devolver a la revolución su carácter coral,
doloroso y sangrante. La pieza diverge de su fuente no sólo en el episodio
fundamental, sino también en la reducción de los personajes y en la economía
de pulsiones psíquicas típicas del teatro sastriano, que induce a eliminar el
enredo amoroso entre Rudenz y Berthe por ser ajeno a la revolución. Como
siempre, las pulsiones emocionales anulan las demás y en su teatro se encuen-
tran raras veces idilios amorosos.
Tell no tiene nada del romántico héroe de Schiller, sino que constituye una
fase más evolucionada de los personajes clave creados hasta ese momento.
Como Germán (El cubo de la basura) y Pablo (Tierra Roja), es otra encar-
nación de Sastre en el proceso dialéctico, es decir, en la duda entre la revuelta
individual y la organizada. Considera los aspectos positivos y negativos de
ambos tipos de lucha y reconoce a la primera el atractivo del valor humano del
individuo, aunque frecuentemente estéril, y a la segunda las consecuencias
concretas de la asociación, pero también el peligro de caer en el burocratismo.
Tell es un hombre justo, moderado, sencillo, hipersensible, y con su intui-
ción percibe que ocurrirá algo, sabe que la revolución es un sacrificio siempre
cruento, no puede tolerar los discursos de las organizaciones, sino que quiere
actuar: «Cuentan conmigo..., pero en otro terreno. Donde yo tenga algo que
hacer». No tiene confianza en el intelectual, aquí representado por Fürst, que
en su papel debería ser portador de la conciencia del mundo, de su época,
asumir la responsabilidad social en grado más elevado que los demás, pero se
pierde fácilmente en cuestiones menores, abstractas, y su revuelta es incierta
e informe. Su concepción básica de la lucha le impulsa a diferenciar entre las
tareas de los intelectuales y las del proletariado: «FÜRST.– [...] Lo mío... es
pensar por vosotros, compañero. Lo vuestro..., actuar por mí». El «abismo»
que se abre entre ellos, subrayado por la acotación, resalta la profundidad de la
ruptura entre los dos grupos. La crítica del intelectual, empezada con Javier
(Escuadra hacia la muerte), alcanza aquí uno de sus momentos más agudos
en cuanto Fürst es un cobarde: por miedo del enfrentamiento físico se doblegará,
pero después, al no poder soportar la humillación, se suicidará.
Tell, al contrario, a pesar de la profunda amargura que le causa la concien-
cia del trágico precio de la revolución, no duda en sacrificar a su hijo. Walty es
todo para él; con su muerte muere también su propia alma y se niega a dejarse
INTRODUCCIÓN 229
Personajes
ESCENARIOS
Cuadro 1. La plaza de Altdorf (en Uri). Cuadro 5. La casa de Tell.
Cuadro 2. Una taberna en Altdorf. Cuadro 6. El mismo de los cuadros 1 y 4.
Cuadro 3. En casa de Walter Fürst. Cuadro 7. El mismo del cuadro 5.
Cuadro 4. El mismo del cuadro 1.
Si se hace intermedio, entre los cuadros 3 y 4.
235
Escribí esta obra, Guillermo Tell tiene los ojos tristes, en 1955, año
que fue para mí fecundo en escrituras y expectativas para el futuro, cuando
un director de un teatro oficial me encargó una versión del Guillermo Tell de
Schiller. Con la intención de aceptar este encargo, hice una lectura relativa-
mente a fondo, y fue entonces, cuando, en el transcurrir de la lectura, «trope-
cé», digámoslo así, con la hazaña de Guillermo Tell y se me ocurrió la idea de
seguir la otra lógica, según la cual el «héroe» no tiene un pulso de acero y
mata a su hijo.
Éste es el núcleo que me movió a hacer este tratamiento, con la idea de
que por esta vía podría escribirse una verdadera tragedia: en la muerte del
hijo residiría la catástrofe y la fuente de la catarsis que el drama podría
promover en los espectadores. No tengo que decir que entonces intenté tam-
bién –y quizás sobre todo– hacer una obra de protesta contra la situación
política asfixiante que sufríamos, con dos aspectos importantes: criticar el
burocratismo en las actividades políticas de la oposición y lanzar una excla-
mación movilizadora en las capas populares, para que una tragedia como la
de Guillermo Tell no fuera ya posible. Después de la muerte del hijo, Tell
se pregunta dónde estaban quienes hubieran podido impedir que la tragedia se
consumara, y que la liberación nacional y social se produjera sin tan grave
sacrificio como el que nos abruma cuando el niño se desploma ensangrenta-
do a manos de su padre.
Mi trabajo comportaba «romper» también la estampa del niño que apa-
rece en la fábula histórica, porque era muy importante que la víctima esen-
cial de la tragedia no fuera un personaje casi irrelevante. La escena entre
236 ALFONSO SASTRE
padre e hijo es, de ese modo, una real aportación al análisis de este mito. No
hay que decir que la censura prohibió la obra.
Para terminar esta nota, diré que el personaje de Guillermo Tell en este
tratamiento es, quizás, el portavoz de un sentimiento y de un comportamiento
que no son propios de un personaje más o menos excepcional: no sólo es
Guillermo Tell, sino que muchos hombres y mujeres pueden seguramente
reconocer en tal personaje a otras personas conocidas y admirables y tam-
bién algo o mucho de los propios sentimientos ante las situaciones de opre-
sión de los pueblos y de las gentes.
ALFONSO SASTRE,
Hondarribia, diciembre de 1989
Entre las más notables representaciones que hasta ahora se han hecho
no puedo olvidar la que hizo, marginalmente, el grupo Bululú en el Madrid de
los años 60, así como una mexicana de aquellos años y otras en Cerdeña,
México y Japón en años posteriores. Pero, sobre todas, las que se hicieron
en Suiza (Schaffhausen) en 1998 (estreno: el 7 de agosto de aquel año) en
lengua alemana.
237
CUADRO PRIMERO
MENDIGO MANCO.– Así es. (Un silencio.) ¿Qué ocurre hoy en tu puesto?
¿Por qué te has venido?
MENDIGO SENTADO.– Hacía mucho frío y además estaban rondando los guar-
dias por allí.
(Un silencio.)
(Queda en silencio.)
(Un silencio.)
(Un silencio.)
CIEGO.– (Con una voz monótona.) Oigan los crímenes y horrores de los
cantones, las injusticias y las desventuras del país, los casos célebres de
la tiranía extranjera... El ciego trae para ustedes la voz del pueblo, la voz
de los heroicos patriotas. ¡Muera el imperio extranjero! ¡Oigan las can-
ciones de un país que lucha por su libertad!
(Más rumores.)
EN LA RED
304
305
INTRODUCCIÓN
FRANCISCO CAUDET
Universidad Autónoma de Madrid
Fue muy, muy interesante. Fue lo más interesante quizá que yo he hecho como
teatro propiamente dicho, haciendo una diferenciación entre la escritura teatral,
que eso es un tema, y el teatro. En cuanto a teatro propiamente dicho, el Grupo de
Teatro Realista es el momento en que yo me aproximo más al tipo de experiencias
que quería hacer. Fue también una tentativa de aprovechar las condiciones del
sistema teatral profesional, de darle una vuelta y hacer un experimento muy dife-
rente a los condicionamientos del sistema. Por tanto era también una experiencia
abocada, sin duda, al fracaso. Claramente, yo nunca tuve esperanza de que aque-
llo fuera a seguir. Por un lado, porque era oponerse al sistema teatral desde dentro
del sistema teatral, y por otro, porque era tomar unas posiciones radicales. Con
ese teatro queríamos hacer un teatro político, de izquierda revolucionaria, o sea
queríamos contribuir con ese teatro a la destrucción del fascismo, lo que ya era
una pretensión bien ambiciosa, y en el plano estético queríamos hacer una inves-
tigación de las formas del realismo en el teatro. El Grupo de Teatro Realista no
pretendía decir que fuera un grupo determinado que tratara de ilustrar determina-
das teorías sobre el realismo, sino que era una investigación dentro del realismo
y sus posibilidades. Para empezar, era una pregunta sobre qué es el realismo o qué
puede ser el realismo dentro del teatro. De manera que no se trataba de una toma
de partido de carácter sectario, ni siquiera en la estética del teatro. Decíamos:
«Vamos a ver, vamos a investigar, formando un grupo de trabajo, un grupo de
investigación, en el cual tendrán casi tanta importancia las representaciones pro-
piamente dichas como los coloquios y los debates sobre los espectáculos». Y así
se hizo.
fue aprovechado por algunas personas para tomarse algunas libertades. Ése fue
el momento en que se hizo el Grupo de Teatro Realista y se estrenó, por ejemplo,
La camisa, de Lauro Olmo... O sea que fue un año en el que se hicieron algunas
cosas de cariz casi subversivo. Resulta una cosa rara. No es que hubiera una
liberación, sino que nos toman la libertad de hacer cosas que un poco antes
hubieran sido totalmente imposibles.
Pues sí, esto fue un artículo aparecido en Primer Acto, en donde yo sometía a
crítica dos posiciones, la posición de Buero Vallejo y la posición de Alfonso Paso,
según las había observado en las manifestaciones de ellos. La posición de Alfon-
so Paso fue por artículos que él había publicado diciendo que había que firmar un
pacto con el sistema, para después, desde dentro del sistema, atacarlo. Y la posi-
ción de Buero Vallejo, porque en una reunión con directores de teatro, a la que yo
asistí en un Colegio Mayor de Madrid, atacó a las gentes que hacíamos un teatro
deliberadamente imposible. Se refería evidentemente mucho a mí, y decía que
había que adoptarse una postura posibilista. A esta posición de que había de
hacerse un teatro posibilista y a la de Alfonso Paso de que había que firmar el
pacto social –mira si después se han firmado pactos sociales–, pues yo, enton-
ces, contesté con un pequeño artículo en Primer Acto que se titulaba así: «Teatro
imposible y pacto social», en el que afirmaba que la firma del pacto significaba
entrar en un camino irreversible, era ingresar en el conformismo, pues luego una
vez firmado no había forma de romper el pacto... Ésa era la respuesta a Alfonso
Paso. En cuanto a la respuesta a Buero Vallejo consistía aproximadamente en
decir que no se podía hablar de un teatro posible en la medida en que la censura
no tenía una estructura determinada, pues arbitraria, y que el preconizar la realiza-
ción de un teatro posible, desde el punto de vista del posibilismo, podía encerrar
el riesgo de la autocensura, de que nosotros le ahorráramos el trabajo a la censura
al censurarnos a nosotros mismos. Yo era contrario a eso, por tanto, y defendía
estar siempre explorando las fronteras de lo imposible, haciendo más bien un
teatro que fuera imposible, pero posibilitando ese teatro, mediante la acción de
todos. Así, ejerciendo o tratando de ejercer la libertad, por lo menos revelaríamos
la estructura del mecanismo opresor, cosa que no se produciría si nosotros mis-
mos, desde unas posiciones posibilistas, evitábamos el trabajo de la censura,
interiorizando nosotros esa censura. Bueno, más o menos ése era mi pensamien-
to. Lo expuse en el artículo, muy breve, de Primer Acto. Buero Vallejo contestó
308 FRANCISCO CAUDET
Cuando le recordé que en más de una ocasión había llegado a decir que tal
vez estaban los dos un poco equivocados, me respondió:
Lo hacíamos para enmascarar y para que la censura no prohibiera las obras. Eso
habría que tenerlo en cuenta a la hora de hacer un juicio acerca de lo que se
escribió en aquellos años. Porque si no, no se entendería por qué hacíamos esas
cosas tan raras. Más tarde, En la red se hizo en Moscú, y allí ya la acción la
pusieron en Madrid. El título era Madrid no duerme de noche. Cuando me pidie-
ron permiso para hacer esa transcripción dije: «Sí, porque justamente es lo que yo
hubiera deseado hacer y no pude hacer en Madrid». Yo no sé cómo quedaría la
obra, porque no llegué a verla, pero por lo menos la idea era buena. Muchos años
después yo hice prácticamente una reescritura de En la red, que se llama
310 FRANCISCO CAUDET
EN LA RED
312
313
ALFONSO SASTRE
Hondarribia, diciembre de 1993
315
ALFONSO SASTRE
Hondarribia, diciembre 1993
316
317
UN DOCUMENTO
«J., siempre sonriendo, agitó primero ante mis ojos las pinzas en que
terminaban los electrodos. Unas pinzas pequeñas de acero brillante, alarga-
das y dentadas. Pinzas “cocodrilos”, como las llaman los obreros de las lí-
neas telefónicas que las utilizan. Me fijó una al lóbulo de la oreja derecha, la
otra a un dedo del mismo lado.
»De un golpe salté, a pesar de mis ligaduras y di un aullido con todas mis
fuerzas. Ch. acababa de mandarme al cuerpo la primera descarga eléctrica.
Cerca de mi oreja había surgido un prolongado resplandor y sentí en mi pe-
cho que mi corazón galopaba. Me retorcía aullando y me ponía rígido hasta
herirme, mientras las sacudidas mandadas por Ch. con la magneto en las
manos se sucedían sin cesar...
»Bruscamente sentí como la mordedura salvaje de una bestia que me
hubiera arrancado la carne a tirones. Siempre sonriente sobre mí, J. me ha-
bía sujetado la pinza al sexo. Las sacudidas que me estremecían eran tan
fuertes que las correas que me sujetaban un tobillo se saltaron. Pararon para
atarlo y continuaron.»
HENRI ALLEGH
«La question»
Les Editions de Minuit
París, 1958
318
319
REPARTO
Dirección
JUAN ANTONIO BARDEM
NOTA. Los seis personajes llevan trajes ligeros y claros. (Es verano.) Aunque nin-
guno de ellos, durante los actos primero y segundo, haga grandes comentarios
sobre el calor (quizá porque todos están habituados a él), la dirección de escena
cuidará de señalar los efectos del ambiente sobre ellos: gestos, movimiento,
sudor. En el acto tercero el tema salta al diálogo por la aparición del viento del
desierto. La dirección de escena cuenta ahí con datos suficientes para un expre-
sivo desarrollo escénico, aunque el tema llega a caer del diálogo por la fuerza de
los acontecimientos.
320
321
ACTO PRIMERO
Anochece.
Es el crepúsculo. PABLO –un hombre de aspecto ingenuo y sonrisa
un poco burlona– está inmóvil; mira fijamente hacia el exterior: a la
terraza sobre la cual ya empiezan a caer las sombras. Entra CELIA; es
una mujer muy bonita, pero viste severamente. Va sin pintar. Trae una
taza con una infusión.
RICARD SALVAT
Universidad de Barcelona
1
Miegge, G., «Miguel Servet», en Diccionario de autores, Tomo V, Hora S.A., Barcelona 1992,
págs. 2558-2559.
2
Brecht, Bertolt: Galileo, vrsión inglesa por Charles Laughton, (ed. Eric Bentley), Grove
Press inc, Nueva York, 1966, pág. 11 de la Introducción.
INTRODUCCIÓN 377
3
Gómez García, Manuel: Diccionario Akal de Teatro, Madrid, 1997, págs. 761 y 842. Véase
cómo Sastre define la tragedia compleja: «No me resigno –declaraba en 1985– a los géneros
tradicionales y menos a su incomunicación entre sí. La tragedia y la comedia clásica lo están, y
de hecho algunos autores españoles del XVII se rebelaron ya contra esa situación, trataron de
modificarla, y así nació la tragicomedia. De ese mismo descontento de los géneros surgen
también propuestas como el esperpento de Valle o el grotesco de Pirandello. En mi caso en
concreto la restauración de la tragedia como modelo clásico hizo crisis en El banquete, y
desde entonces ensayo un teatro serio, sí, pero que incorpore los elementos irrisorios del ser
humano».
4
Sastre, Alfonso: M.S.V. o tragicomedia de La sangre y la ceniza, Hiru, Hondarribia, 2006, pág.
126.
5
Ibídem, pág. 133.
378 RICARD SALVAT
primero, porque andan todavía –¡y ya han pasado siglos!– revueltas las aguas
en torno a tan lamentable caso como fue el martirio de este “malvado espa-
ñol”, que así llegaron a nombrarlo. Lo segundo, probablemente, porque el
asunto aparece nimbado de un carácter muy “excepcional”, por la índole
misma de la persona: genial para unos, genialoide para otros y, simplemente,
“un poco más loco que el promedio de sus contemporáneos” para alguno. No
tipifica –se quiere decir– este duelo de Servet con su tiempo el conflicto
entre la fe o la religión por un lado y la razón o la ciencia por otro, como es en
los casos –esos mejor explorados– de un Galileo o de un Giordano Bruno.
Remite a tal cosa, pero sin “tipificar”, como queda dicho, ese conflicto. ¿Queda
explicada, por ello, la falta de exploradores “dialécticos” en torno al caso?» 6.
Uno de los pocos intelectuales, en el sentido zoliano del término, que
tenemos en el Estado español habla, defiende y reivindica a uno de los gran-
des intelectuales de nuestra historia.
En este momento el texto que nos ocupa adquiere una especial dimen-
sión. En el Reino Unido recientemente se ha renovado la polémica sobre la
condición del intelectual, término que pudo surgir gracias a la carta J’accuse
que Emile Zola dirigió a Felix Faure, presidente de la República, y que se
publicó el 13 de enero de 1898, con ocasión del llamado «Affaire Dreyfuss»,
en L’aurore. A partir de entonces, como escribiría Agnès Catherine Poirier
en The Guardian 7, «los escritores y los artistas han comprendido desde
entonces que era su deber poner en cuestión el orden establecido. No forma-
ban parte de una intelligentsia o de una élite por sí mismos, sino que queda-
ban à part, a las afueras de la cité, objetividad obliga.
«En Gran Bretaña, las gentes se creen obligadas a excusarse si tienen
algo inteligente que decir cuando los periodistas extranjeros buscan intelec-
tuales para comentar un acontecimiento o una tendencia sociocultural, para
proponer una síntesis o establecer puentes entre diferentes disciplinas, se
encuentran frente a un muro».
El artículo de Agnès Catherine Poirier, visto como otro de Timothy Ganton
Ash titulado «Qué es un intelectual. El pensamiento, una manía francesa» 8, y
6
Sastre, Alfonso: Flores rojas para Miguel Servet, Hiru Narrativa, Hondarribia, 1997.
7
Agnès Catherine Porier, Experts plutot que penseurs, Courier International, París, 24-31 de
mayo, pág. 53.
8
Timothy Garton Ash, La pensée, une manie française, Courier International, ibídem, págs.
52-53.
380 RICARD SALVAT
9
Michael Saler, De Zola a BHL, un modèle aussi attirant que repoussant, Courier International,
ibídem, pág. 52.
10
Sastre, Alfonso: «Pinter 1», sección El rincón del No, Artez 104, 12, 2005, pág. 7, «Pinter 2»,
ibídem, 1/2006, pág. 7 y «Pinter 3», ibídem, 2/2006, pág. 7.
11
Sastre, Alfonso: La batalla de los intelectuales: nuevo discurso de las armas y las letras. Los
intelectuales y la utopía. Los intelectuales y la patria. Editorial Hiru, Hondarribia, 2004.
INTRODUCCIÓN 381
NOTA DE 1998
Esta obra y El banquete las escribí en 1965. Fue el ápice –o, más bien,
el paradigma– del experimento que llamé tragedia compleja. Decididamente
había emprendido un nuevo camino en cuanto al uso dramático del lenguaje.
M.S.V. fue prohibida por la censura de libros en julio de aquel año, y no pude
incluirla en el tomo I (único que se publicó) de las Obras completas de
Aguilar.
Aquel año escribí un «Prólogo de cuatro perras» para una edición de
Brecht y una elegía a Françoise Spira, la actriz que había estrenado Ana
Kleiber en París, y a la que yo admiraba y quería.
Aquel año publiqué El paralelo 38, Anatomía del realismo y Tres
dramas españoles, y muchos artículos, como uno que hizo alguna pupa sobre
«Los comisarios secretos»; y en Portugal apareció Guillermo Tell tiene los
ojos tristes.
Aquel año se estrenó Ana Kleiber en Nueva York, en versión de Leonard
Pronko, y La cornada en la Televisión Italiana.
Aquel año el consulado norteamericano en Madrid me negó el visado
para los EE.UU. Y no pude dar un curso sobre Valle Inclán en la Pennsylvania
State University.
Aquel año se celebró el VII Congreso (clandestino, en Francia) del Partido
Comunista de España, y en él fui cooptado (así se dice) como miembro de su
comité central. Al Congreso siguiente, que no recuerdo en qué año se celebró,
ya no fui invitado, y después se me comunicó que en él «no había sido ree-
legido». En realidad había sido expulsado.
La sangre y la ceniza fue estrenada, en una versión reducida, después
386 ALFONSO SASTRE
ALFONSO SASTRE
Hondarribia, 16 febrero de 1998
387
Nota 1
años, sin conseguir, por cierto, ningún hallazgo notable de más alta catadura,
en el simple sentido de buscar un drama «libre»: liberado de apriorismos
formales. Por lo demás, el experimento más «avanzado» que he querido
realizar no se ha «cumplido» de modo suficiente, al no haber sido representada
la obra, al menos en las debidas condiciones. Hablo de Asalto nocturno,
que, por otra parte, no es más que un intento de incrustar críticamente en una
tragedia contada «al revés», desde la catástrofe hasta el «pecado» original,
elementos de la diversión (alienación) cotidiana –el «music-hall»– y de la
información periodística; de modo que la tragedia resultara envolvente del
conjunto y no al revés, como en el esperpento beckettiano (o valleinclanesco)
y el teatro brechtiano. Las otras dos obras donde se apunta, tímidamente, en
semejante sentido, son Guillermo Tell tiene los ojos tristes, y ello porque
ya no es una tragedia simple y estricta en la medida en que introduje en ella
un elemento esperpéntico (el tirano y sus ayudantes, policías, etc., no son
«serios» como lo son en el Guillermo Tell de Schiller, sino que se toman,
diríamos, un poco «a broma»; lo que no hace cómica, sino incluso más que
opresiva, la situación) y Oficio de tinieblas, donde el personaje de Ismene
incorpora a la situación trágica un desenfado grotesco, expresado en un
lenguaje que ya no tiene la pulcritud convencional del lenguaje tan
«económico» empleado por mí en el común de mis obras anteriores.
Hoy –he aquí la cuestión– trato de ir más allá y no, como podría parecer,
de «regresar» a lo tragicómico tradicional o nuevo. Pienso en lo que podríamos
llamar, frente a la tragedia pura o «simple», una forma neotrágica que podría
definirse como una «tragedia compleja». (La complejidad de la presente obra
es también «formal», pero no tiene por qué serlo.) Para ello, sobre un material
tradicionalmente trágico y «serio» (un proceso «histórico» que termina en la
hoguera), trato hoy de constituir lo que llamo irónicamente una tragicomedia,
y creo que es, en verdad, una tragedia verdadera. El elemento esperpéntico
no queda, en esta obra, incrustado o incorporado, sino «disuelto» en ella –con
una intención distanciadora, desmixtificadora–. El resultado, ¿no será como
digo, una tragedia verdadera? La respuesta han de darla los «verificantes»,
los públicos.
¿Será ésta una forma de «recibir» en la Tragedia lo que yo he llamado
en otra parte (y considerado deseable) «el fuego nihilizador de la vanguardia»,
y de presentar este «género» en un modo distanciado, crítico, actual (es
M.S.V. o LA SANGRE Y LA CENIZA 389
ALFONSO SASTRE
Madrid, 22 de Febrero de 1965
Nota 2
Nota 3
Nota 4
En esta obra hay varios deliberados galicismos. Ruego que sean res-
petados.
El director de escena queda, sin embargo, en libertad de reducir el tex-
to sobre todo en los sectores documentales, «históricos»; de acoplar perso-
najes, etc. Hay muchas posibilidades de «doblaje» y reducción del elenco.
390
Personajes
TABLA DE CUADROS
PRIMERA PARTE
PRÓLOGO. En el que algunas gentes de uniforme, sin muchas explicaciones,
destruyen una estatua.
CUADRO I. Encuentro de un intelectual y un editor, y de la plática que tuvie-
ron.
CUADRO II. Del Dr. Miguel de Villanueva y sus extrañas opiniones.
CUADRO III. Obra de sangre.
CUADRO IV. «¡Viva el reparto de la riqueza! ¡Viva el bautismo de los adultos!
¡Muera la bautización de los párvulos!»
CUADRO V. Tertulia intelectual imaginaria, y que Miguel hizo las maletas.
CUADRO VI. La peste.
CUADRO VII. M.S.V.
CUADRO VIII. Proceso a la Herejía.
SEGUNDA PARTE
CUADRO I. Camino de Ginebra y triste despedida.
CUADRO II. En la Posada de la Rosa.
CUADRO III. El principio del fin.
CUADRO IV. De cómo fue recibido Miguel por la Policía ginebrina y de su heri-
da dignidad.
CUADRO V. Viaje a la noche en forma de monólogo con lo desconocido.
392 ALFONSO SASTRE
TERCERA PARTE
CUADRO I. Pasión de Miguel Servet según algunos documentos.
CUADRO II. Por el Honor de Dios, la última pena.
CUADRO III. Penúltimos diálogos y tristes expresiones.
CUADRO IV. El matadero.
EPÍLOGO. En el que habla Sebastián de Castellion; y con ello la tragicome-
dia se termina.
393
ALFONSO SASTRE
La sangre y la ceniza
394
395
PRIMERA PARTE
PRÓLOGO
Un himno nazi.
SOLDADOS ayudados de unas cuerdas, derriban una estatua de MI -
GUEL SERVET.
Grandes risas que se van disolviendo, hasta quedar la risa de un
hombre solo, cada vez más tenue.
Por fin, no se oye nada y la oscuridad se hace sobre la escena.
CUADRO I
FRELLON.– Pero ¿cómo? ¿Es usted? Pues claro; ahora que me lo dice lo
recuerdo. La imprimieron aquí en Lyón los hermanos Treschel, en el año
1535, si no me equivoco, y hasta puedo decirle que la edición se agotó en
muy escaso tiempo.
MIGUEL.– Así pues, tiene buena memoria, a pesar de que sus palabras hablan
de vejez y de otras tristezas corporales.
FRELLON.– ¡Le doy la bienvenida, don Miguel, aunque con imperdonable re-
traso! Póngase todo lo cómodo que quiera... (MIGUEL se recuesta un
poco en su asiento) y dígame de dónde viene ahora, qué es de su vida
y cuál es la razón de que lo tengamos otra vez entre nosotros.
MIGUEL.– Acabo de llegar de París y mi pensamiento, con la venia de los
lyoneses, es quedarme en esta ciudad por algún tiempo.
FRELLON.– ¿Tiene ya algún trabajo?
MIGUEL.– A esto quería yo llegar, pues, hablando de trabajo, cuento tan sólo
con el que usted me proporcione. Con esa esperanza le visito.
FRELLON.– ¡Dios mío! Andan mal los negocios. La Censura no nos deja vivir
a nuestro gusto, y más con funcionarios como ese abate Ortiz que Dios
confunda. Son muchas las obras extranjeras que están prohibidas en
Francia, y en cuanto a nuevos libros tenemos los mil y un problemas,
pues, aunque obtengamos el níhil óbstat y el «imprimátur» y la Biblia,
luego basta cualquier denuncia de particulares para que una obra sea
retirada de la circulación.
MIGUEL.– Ya lo sé, ya lo sé; y pienso que a este paso la escritura, la impresión
y la venta de libros tendrán que ser actividades secretas, clandestinas.
Es una vergüenza para esta patria.
FRELLON.– (Parece súbitamente atemorizado.) Yo no diría tanto. Me consi-
dero buen francés y también hijo devoto de la Santa Madre Iglesia, cuyo
Papa nos guarde Dios muchos años. (MIGUEL, al oír esto, ríe sarcásti-
co, escandalosamente. F RELLON lo mira con iracunda desaproba-
ción.) ¿De qué se ríe?, vamos a ver. ¿Qué burla es ésa, y en mi propia
casa? ¿Hay tales motivos en mis palabras para una risa tan singular?
MIGUEL.– (Dejando de reír con mucho esfuerzo.) Ay, señor. Discúlpeme
esta mala risa que me acomete en ocasiones, y casi siempre en los mo-
mentos menos oportunos, sin venir para nada a cuento. Muchos disgus-
tos me ha dado esta miserable condición de reírme sin venir a qué, a lo
largo de mi aperreada vida, siempre danzando por esos pueblos, caminos
M.S.V. o LA SANGRE Y LA CENIZA 401
FRELLON.– Claro que sí, y cene, pues, conmigo y luego, mañana, a primera
hora, le será dado un anticipo por sus futuros trabajos como corrector de
pruebas en esta casa que desde ahora le ofrezco como suya. ¿Es de su
agrado tal empleo?
MIGUEL.– Mucho, y espero desempeñarlo a su entera satisfacción. (Alza su
vaso.) ¿Salud?
FRELLON.– Bueno, salud; y Dios que nos ampare, señor de Villanueva.
LA TABERNA FANTÁSTICA
516
517
EL IMPOSIBLE VENCIDO
GONZALO SANTONJA
Director de la Fundación Instituto
castellano y leones de la lengua
El imposible vencido. En efecto, nada menos que todo eso vino a signifi-
car a mi juicio el éxito comercial de La taberna fantástica, lo que sostengo
aprovechando el título que un jesuita venerable, Manuel Larramendi, maestro
de Teología del salmantino Real Colegio de la Orden, asignó al fruto de sus
muchos desvelos en 1729 al lanzar al mundo asombrado de las bibliotecas y las
librerías la primera gramática o Arte de la lengua Bascongada 1. Lo hago,
claro está, mutatis mutandis y cambiando de tercio, porque el contradiós salta
a la vista entre la teología del vasco y la taberna estupenda de Alfonso Sastre.
Ahora bien, en ambos casos mediaba un reto, ciertamente de muy distinta
índole, que las obras en cuestión se encargaron de demostrar artificial o, si se
prefiere, mantenido en vigor por exclusivas sinrazones interesadas: ni el vasco
era una jerga de ordenación y estudio imposible, ni el teatro de nuestro autor
carecía de posibilidades de éxito, sino al contrario. Únicamente era necesario
1
Permítaseme señalar que manejo esta obra, fundamental en la historia del estudio del vasco,
por la edición de los Hijos de I. Ramón Baroja, impresa en San Sebastián en 1886. Saco a
colación la referencia por tratarse, precisamente, de una empresa de los Baroja, cuando nos
encontramos en plena conmemoración del cincuentenario de la muerte de don Pío, a veces tan
discutido, a mi entender injustamente, en nombre de esa causa.
518 GONZALO SANTONJA
llevarlo a las tablas con medios y sostenerlo en ellas con algún entusiasmo, sin
escatimar su promoción hasta los céntimos o, al menos, dando tiempo a los
efectos del boca a boca, factor que a la postre resultó decisivo.
El «mágico prodigio», como diría Calderón de la Barca, conoció su princi-
pio la noche, ciertamente fantástica, del 23 de septiembre de 1985 en la Sala
Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes (Madrid), lo cual suponía, para
empezar, un retraso de nada menos que cuatro lustros respecto al momento de su
escritura, a dieciocho años largos de su anterior estreno comercial: el de Ofi-
cio de tinieblas 2, título que marca el punto de inflexión en la ruptura de Sastre
por la liberación del lenguaje y apunta las bases de lo que él mismo ha dado en
llamar la «tragedia compleja».
Entre los estrenos de Oficio de tinieblas y La taberna fantástica a
duras penas mediaron en España cuatro montajes, tan sólo cuatro, a cargo de
otros tantos grupos independientes: Juan Margallo sacó adelante los de M.S.V.
(o La sangre y la ceniza) 3 y Ahola no es de leíl 4, el primero con El Búho en
el Teatro de la Comedia de Madrid (8 de febrero de 1967) y el segundo con El
Gayo Vallecano (1970), preparada esta escenificación con Fermín Cabal; mien-
tras que César Oliva y la compañía Julián Romea pusieron sobre las tablas
(1981) Terrores nocturnos, discutible acomodo de tres piezas cortas (El vam-
piro de Upsala, El doctor Frankenstein en Hortaleza 5 y Las cintas mag-
2
Curiosa historia, en verdad curiosa, la de esta obra, estrenada en Madrid al amparo de tal título
pero publicada en París bajo el de Por la noche (Tres dramas españoles, 1965), escogido por
Sastre, tras haber barajado los de La resaca y Alcohol, al caer en la cuenta de que el de Oficio de
tinieblas ya había sido utilizado por la novelista Rosario Castellanos (lo mismo, por cierto,
sucedía con Resaca y Alcohol, empleado el primero por Juan Goytisolo). Y en esas estaba
Sastre, procediendo al cambió, cuando recibió la noticia, para él sorprendente, de que la censura
autorizaba el estreno. Así las cosas, cualquier alteración, por mínima que fuese, determinaba la
repetición de esos trámites desde el principio. En consecuencia, tuvo que mantenerlo, a sabiendas
de que ya existía.
3
Cf. la completa edición de Magda Ruggeri Marchetti: M.S.V. (o La sangre y la ceniza).
Crónicas romanas. Madrid, Cátedra, 1984 (Letras Hispánicas, 88) .
4
Escrita en 1975, y con el prólogo fechado a 4 de abril desde la cárcel de Carabanchel, la estrenó
una compañía francesa, Théâtre de la Source, el 29 de mayo de 1979 en Burdeos, anticipándose
por poco a Juan Margallo. Cf. Ahola no es de leil (Una tragedia sin importancia). Bilbao, Hiru,
1990.
5
Segunda parte de Ejercicios de terror, escritos entre noviembre de 1969 y septiembre de 1970,
cuya acción a su vez desemboca, teatro dentro del teatro, en El vampiro de Upsala. Cf.
Ejercicios de terror. Obra teatral en dos partes sobre manifestaciones ultraterrenas, vampirismo,
licantropía, fabricación de monstruos y otras malas costumbres. Bilbao, Hiru, 1991.
INTRODUCCIÓN 519
néticas 6); y Enrique Flores escenificó, en ese mismo año particularmente ven-
turoso de 1985, la Tragedia fantástica de la gitana Celestina, pieza escrita
a instancias de María Luisa Aguirre d’Amico para el Teatro Argentina de
Roma, donde fue estrenada, el 26 de abril de 1979, traducida por Aguirre y
bajo la dirección de Luigi Squarzina, con numerosas variantes, no siempre
felices, respecto al texto definitivo, cuya edición depurada corrió a cargo de
Mariano de Paco, al lado de la de La taberna fantástica7, siendo muchos y
muy notables los puntos de afinidad entre ambas obras.
Muchas las afinidades y también, por descontado, notables las divergen-
cias, o mejor dicho, los grados en el desarrollo de esa concepción, a mi enten-
der apasionante, de la «tragedia compleja», una de las grandes aportaciones,
teóricas y prácticas, de Alfonso Sastre, cuyo haber intelectual incluye un cor-
pus notable de reflexiones sobre las fórmulas del realismo y profundas indaga-
ciones a propósito de los registros plurales de la tragedia, «planteada desde
una conciencia correcta de la degradación social que no trate de mantener el
elemento trágico en un estado ideal de pureza, pero lo proteja contra la disolu-
ción, complejizándolo», de modo que «la tragedia será así el núcleo real de una
historia aparentemente no trágica» al verse sometida esa temática al tamiz de
lo irrisorio 8.
Así pues, escrita La taberna fantástica en 1967, como señalé más arri-
ba, veinte años de silenciamiento, apenas interrumpidos por una minoritaria
6
Por cierto, «la única obra que yo haya escrito ex profeso para la radio», confiesa el autor en la
«nota para esta edición», que es la de Hiru (Hondarribia, 1995), donde forma volumen con
«Teatro, radio, fantasía», ensayo sobre teatro radiofónico, y Teoría de las catástrofes, espectá-
culo concebido para La Fura del Baus. Las cintas magnéticas respondió a un encargo «de la
Sociedad Española de Radiodifusión», gracias al empeño de Basilio Gassent, «que había decidi-
do presentar una grabación al Premio Italia, el cual al parecer hubiera obtenido «si el jurado
norteamericano no [la] hubiese vetado» a causa de que suponía una denuncia, directa y convin-
cente, de los horrores de la guerra de Vietnam.
7
Alfonso Sastre, La taberna fantástica. Tragedia fantástica de la gitana Celestina. Edición de
Mariano de Paco. Madrid, Cátedra, 1998 (Letras Hispánicas, 327).
8
Alfonso Sastre, La revolución y la crítica de la cultura. Barcelona-México, Grijalbo, 1970.
Capítulo 9, pág. 104. Resulta especialmente recomendable la reedición de Hiru (1995). En
cuanto al estudio del drama, Sastre dio a conocer en 2000 un ensayo de muy considerable
entidad, todavía sin digerir por la crítica especializada: El drama y sus lenguajes, dividido en
dos volúmenes, «Drama y poesía» (I) y «Gramaturgia y textamento» (II).
520 GONZALO SANTONJA
9
Alfonso Sastre, La taberna fantástica. Edición de Mariano de Paco. Murcia, Universidad de
Murcia, 1983 (Cuadernos de la Cátedra de Teatro, 12). Cuando se trata de las obras de Alfonso
Sastre, siempre se revelan de especial utilidad las ediciones de Hiru, con textos cuidados por el
autor y valiosos documentos complementarios: introducciones, notas, reflexiones, artículos,
apuntes y cuadernos de trabajo. Así sucede con esta obra (1995).
10
Alfonso Sastre, La taverna fantastica. Traducción de Tiziana Tosolini. Milán, Tranchida, 1985.
11
Francisco Caudet, Crónica de una marginación. Conversaciones con Alfonso Sastre. Ma-
drid, De la Torre, 1984, pág. 65.
INTRODUCCIÓN 521
ello: por desgracia. Y entiendo que esto es así porque esta obra supone una
alternativa lograda en dos puntos básicos de la propuesta teatral renovadora
de Alfonso Sastre: liberado el lenguaje de gangas retóricas y encorsetamientos,
captado con honda verdad y radical verosimilitud el modo de hablar de los
ambientes marginales, el hampa de Madrid y los quinquilleros 12, bien eludida
al tiempo la tentación del sainete y asimismo superada la estética naturalista
por la conquista plena del derecho a la fantasía, original modo de afirmarse en
las enseñanzas de Bertold Brecht reivindicando a Aristóteles, parcialmente
negado por aquél.
En resumidas cuentas: Sastre recupera la tragedia, pero una tragedia so-
metida al tamiz dialéctico de la negación, tan equidistante del nihilismo sin car-
ga histórica como de un realismo de límites reductores, lo que implica la asimi-
lación nada simplista de la aportación, entre otros elementos, del esperpento
valleinclanesco y el magisterio del Beckett de Esperando a Godot. Todo eso
está aquí, lector amigo, en las páginas estupendas de esta gozosa taberna
fantástica a cuya entrada te dejo, una vez puestas, creo yo, las cosas en su
sitio, siquiera como oportunidad que por un instante tuvo visos de certidumbre.
Descartada esta propuesta por el teatro dominante, el futuro, en consecuencia,
sigue representando un reto. En esa perspectiva, su obra presenta, como diría
Lucien Goldmannn, un potencial de sumo relieve.
12
A este tenor, resulta muy provechosa la lectura de Lumpen, marginación y jerigonça, «insó-
lito viaje» por las regiones de las jergas y el submundo del talego, original, apasionante, diver-
tido y fecundo, muy rico en la recolección de materiales y modos lingüísticos marginales
(Madrid, Legasa, 1980).
522
523
LA TABERNA FANTÁSTICA
524
Personajes
EL AUTOR
LUIS
EL BADILA
EL CACO
ROGELIO EL ESTAÑADOR
PACO EL DE LA SANGRE
LA PAREJA DE LA GUARDIA CIVIL
EL CARBURO
CIRIACO EL HOJALATERO
EL MACHUNA
LA VICENTA y SU CRÍO
EL TIRITERA
LOREN, EL CIEGO DE LAS VENTAS
EL CHULI
MÁSCARAS
525
PRÓLOGO
Contribuirían al ambiente
con el humo y el vino, pues la escena
es una tasca suburbana
triste y acetilena.
LUIS.– ¡Las broncas es una cosa mala! Se hartan de vino, aquí la clientela, y
luego a ver quién carga con las consecuencias; yo.
AUTOR.– (También al público.) Cualquiera diría.
LUIS.– (También al público.) Hombre, usted porque no viene los sábados
por la noche. Se pone esto de miedo.
AUTOR.– (También al público.) ¿Esto?
LUIS.– (Asiente.) De miedo. Yo, en cuanto llega la noche, loco por cerrar. Es
un compromiso, ya le digo.
AUTOR.– No será para tanto, hombre.
LUIS.– ¿Que no? Un compromiso, lo que yo le diga.
AUTOR.– Claro. Cualquier cosa que ocurra..., ¿no?
LUIS.– Exacto. Así que en cuanto veo un clarito echo el cierre y a sobar, que
además acaba uno muerto, de todo el día de pie. ¿Que me pierdo una
peseta? Bueno, pero me la gano en tranquilidad; es decir, que la disfruta
mi cuerpo.
AUTOR.– Con la buena gente que viene por aquí... Al menos, los que yo co-
nozco así de alternar..., parece mentira.
LUIS.– No, si buena gente sí, pero algunos, unos cabrones cuando llega el
momento.
AUTOR.– (Ríe.) Qué cosas tiene usted.
LUIS.– Si no es que tenga queja; y ni de los quinquilleros en ese sentido, a ver
si me entiende... Pero es la cosa del vino, más que nada; y la mala sangre
de algunos, que también; porque, a ver, dígame usted a mí si hay derecho
LA TABERNA FANTÁSTICA 527
LUIS.– Eso sí que no sé. Por aquí lo han dicho, pero no he prestado atención.
Pero creo que tenía el vientre cosa mala. (Gesto de hinchado.)
AUTOR.– Estoy por acercarme al entierro; no sé qué hacer.
LUIS.– Hombre, para usted, a lo mejor es curioso.
AUTOR.– Vendrán todos los parientes, seguro, ¿no?
LUIS.– (Asiente.) Los quinquilleros, ya se sabe, todos son familia... Pero el
Rojo, no creo que se atreva. La que vendrá, seguro, es la Guardia Civil,
por si las moscas. Toque usted hierro.
AUTOR.– ¿Por qué?
LUIS.– Ojala que no caigan por aquí.
AUTOR.– ¿Los guardias?
LUIS.– Digo los quinquis. Se la juega uno con estos hijos de su madre. (Aho-
ra vemos, porque se levanta, que junto al vertedero estaba dur-
miendo alguien. Es un tipo simiesco, de largos brazos, encorvado y
chato, que anda torpemente hacia El Gato Negro y entra. El saludo
de LUIS es áspero.)
LUIS.– ¿Ya la has dormido?
BADILA.– Cállate la boca.
LUIS.– La castaña, digo.
BADILA.– Cállate.
LUIS.– La tenías como un piano.
BADILA.– Dame de beber.
LUIS.– Eso no te lo crees ni tú.
BADILA.– Qué malo eres.
LUIS.– Encima que te aguanto.
BADILA.– Dame de beber.
LUIS.– No queda.
BADILA.– Me cago en mi padre.
LUIS.– Eso allá tú.
BADILA.– ¿Qué tienes tú que decir de mi padre?
LUIS.– Anda éste.
BADILA.– Te oigo y no te oigo.
LUIS.– No me extraña.
BADILA.– Mañana te lo pago.
LUIS.– No te escucho.
BADILA.– Que me des, te digo.
LUIS.– Date el zuri, Badila. Que me cabreo.
LA TABERNA FANTÁSTICA 529