La Argentina Como Geografia. Omar Gejo PDF

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Número 1 – 2015 – Versión digital

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LA ARGENTINA COMO GEOGRAFÍA

Omar Horacio Gejo*

Jorge Osvaldo Morina**

Para una materia como Geografía Económica la realidad argentina es harto propicia
para el despliegue de distintas especulaciones. Por ser un caso extremo, el argentino forma
parte desde hace tiempo de la galería de excentricidades (Katz, C. 2002). Desde hace varias
décadas: siete, cinco o tres, dependiendo cada una de estas profundidades temporales de los
variopintos enfoques político-ideológicos prevalecientes, su derrotero económico-social es
cuestionable. No consintiendo con la mayoría de estas interpretaciones, que por lo general
están excesivamente enraizadas en fenómenos locales, intentamos superarlas partiendo de
nuestro particular enfoque geográfico, lo que implica contextualizar el caso argentino en un
cuadro regional, comprendido y explicado éste, a su vez, en el desenvolvimiento del sistema
internacional.
La globalización como ideología

Durante los ’90 asistíamos al irresistible ascenso de la “Globalización” como


ideología. Por ella podían entenderse diversas cosas, pero una era evidente, constituía un
mazazo ideológico, pretendidamente conceptual, tendiente a fortalecer la ofensiva política
burguesa a lo largo y a lo ancho del mundo, valiéndose, de paso, de una serie de dinámicas
imágenes que hacían de la circulación una realidad perpetua. De allí que la terminología de
moda enfatizara en el movimiento, la logística y el ‘just in time’, por ejemplo. Pero detrás de
estas ‘geografías’ circulatorias se escondía un verdadero manifiesto antigeográfico que era
preciso enfrentar, porque esa era una cuestión crucial (Gejo, O. y Morina, J. 2004).
Podríamos resumir los supuestos de la globalización, desde una perspectiva
geográfica, a partir de unos pocos trazos gruesos pero decisivos. Este macrofenómeno se

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Universidad Nacional de Mar del Plata – Universidad Nacional de Luján – UBA – Centro Humboldt.
[email protected]
** Universidad Nacional de Luján – Centro Humboldt. [email protected]

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presentaba como un verdadero divisor de aguas. Su advenimiento implicaba dejar atrás


definitivamente todas las coordenadas hasta allí referenciadoras de los acontecimientos. Tanto
como que se hablaba de que asistíamos al fin de la historia (Fukuyama, F. 1990). Esta nueva
época, pos-histórica, estaba engendrada básicamente por la reducción de las distancias. Este
era el mecanismo por el que desaparecían todos los hechos significativos del pasado, llamados
a sobrevivir temporariamente, a lo sumo, como meros vestigios, o relictos, esto es como un
pasado desactivado, pasivo, desconectado del presente. El sentido de todo esto no era otro que
el intento de disolver los planteos problematizadores, producto éstos de las históricas
tendencias generadores de diferenciación material, de desigualdades, y que inevitablemente
hallan correspondencia territorialmente (Gejo, O. 1997).
Amparada en una pretendida asepsia, la fuerza de la post-geografía era supuestamente
un producto genuinamente tecnológico, es decir algo así como un omnipresente mecanismo
de clonación técnico, en el que el hombre, como ser social, quedaba a un costado. Una
fantasía casi prehistórica, indigna del cielo pos-histórico, que no es otra cosa que la ingenua y
reiterada ilusión en el progreso apolítico, era la verdadera esencia preñadora de la teoría de las
teorías, la macro-abstracción (The Economist Newspaper, 1994).
Claro que como toda ideología no puede erigirse en el vacío. Gran parte del empuje,
de la fuerza del discurso de la globalización, aparte de su lógico y existente asidero, de su
amarre real, el constituido por los innegables cambios tecnológicos habidos en los últimos
años, encontró un sólido y decisivo sustento en el desmoronamiento de lo que se conoció
como el Orden de Posguerra. Esas complejas estructuras que propendieron a un equilibrio
inestable durante casi medio siglo, encauzaban las contradicciones de clases, partidos y
estados, elementos éstos a través de los cuales se procesa la síntesis histórica. Con la ‘caída
del muro’, se liberaron distintas fuerzas que son hoy las que están en juego y en pugna y que
han hecho que el mentado ‘Nuevo Orden Mundial’ diste, y mucho, de haberse materializado,
más allá de haber representado en su momento una expresión de deseos y un accesorio no
menor de la irrefrenable ofensiva capitalista en pos de su mundo global (Achkar, G. et al,
2003; Ramonet, I. 1997).
Ese Orden de Posguerra se había caracterizado por sus fracturas, por su
fragmentación: por la división Este-Oeste, emergente de la confrontación capitalismo-
socialismo; por los marcos nacionales como receptáculos privilegiados de la vida económico-
política, habiéndose generado en esos cincuenta años casi las tres cuartas partes de los estados

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nacionales existentes; y por las diferencias marcadas entre el desarrollo y el subdesarrollo,


como la súbita constatación del abismo existente entre los centros, las ex metrópolis, y una
vasta periferia, los espacios de la ex colonias, intentando dar sus primeros pasos como países,
innegablemente atrasados. Esta geografía dicotómica fue la marca distintiva de esa media
centuria. Con todos los reparos que se le podían hacer, implicaba, sin embargo, una
materialización, que ahora era pulverizada por el enfoque de la globalización, que oficiaba
como una aplanadora, transformando al planeta en una superficie lisa, el ideal para la teoría y
los teóricos ‘liberales’ (Delfím Neto, A. 2004). La desaparición del ‘sistema socialista’
decretaba el fin de la liza abierta en 1917 y definitivamente consolidada a partir de 1945-
1950. Esa amplia geografía socialista sería objeto ahora de una integración plena al
‘mercado’, lo que impulsaría la restauración capitalista en ella y su plena adscripción a la
división internacional del trabajo, el eufemismo desarrollista utilizado habitualmente para
describir las desventajas de someterse al Imperialismo.
Por otro lado, desde hace casi tres décadas se acentúa la presencia del fenómeno
transnacional, es decir la creciente inadecuación de los marcos nacionales para dar cuenta de
una realidad económica, social, cultural y política agudamente internacionalizada.
(Hobsbawm, E. 1999). Detrás de este hecho se mueven varias ideas, todas ellas apañadas de
alguna manera por la realidad, pero también todas portadoras de la ideología de la clase
dominante: la aparente presencia avasalladora de las empresas transnacionales; la supuesta
pérdida de peso específico de los Estados Nacionales; y la pregonada retirada del Estado
como un agente constructor de la realidad. En suma, la existencia de una nueva realidad , una
realidad signada por la circulación continua, cada vez menos real, cada vez más virtual,
caracterizada por la aparición de una economía inmaterial asentada en el sector servicios, que
marcaría el ocaso de las sociedades industriales y de todas las teorías del conflicto inherentes
a ellas; que estaría más allá de las determinaciones localizacionales y, como punto central,
que implicaría la definitiva subordinación de lo político al fetiche de la economía, de esta
economía virtual, de esta economía autónoma (Beinstein, J. 2004). De aquí, por supuesto, al
crecimiento sostenido, al desarrollo sustentable y a definir a la política como ‘el arte de
administrar, sólo había un paso.
Nosotros hemos destacado tres consecuencias geográficas resultantes de esta
interpretación. La primera de ellas es la afirmación de que el capitalismo habría abandonado
el período que inició a mediados de los años setenta, una etapa signada por haberse desinflado

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el crecimiento de las décadas de la reconstrucción de la posguerra, aquellos años identificados


como los ‘gloriosos’, los ‘dorados’. Tras un período de estancamiento e inflación, el aparente
relanzamiento de los noventa permitió vincular la ‘inmaterial’ economía de servicios con un
salto desconocido de la productividad y la cristalización de éstos en la geografía económica
norteamericana, que llegó a caracterizársela como una versión capitalista notoriamente más
eficiente que las vetustas fórmulas de ‘capitalismo intervencionista’, conocido como
‘capitalismo renano’, ya sea el alemán o su símil asiático, el nipón. (Gunder Frank, A. 2004;
Albert, M. 1992). La “flexibilidad” del capitalismo anglosajón, claro está, tenía una certera
base material, ya que imponía a los trabajadores el costo de la adaptación permanente al
frenesí innovador de los ‘exitosos’ capitalistas norteamericanos.
La segunda consecuencia es la que, partiendo del reconocimiento de la existencia de
un nuevo ciclo expansivo de largo plazo, señalaba la posibilidad de una confraternidad entre
los capitalismos centrales. Es decir, el crecimiento exuberante abría las puertas para una
cohabitación de las capitalistas, hecho que en su versión más onírica plantea el surgimiento
de un capitalismo global, algo así como la culminación, la consumación idílica de la
trasnnacionalización, mientras que en la versiones menos idealistas encontraríamos la visión
del domino mundial omnímodo de los EEUU, ya sea mediante la hegemonía unipolar, a
través de su supremacía político-militar, o imperial, por medio de un mecanismo más
complejo de dominación, que incluiría la seducción decisiva de la faceta cultural (Hardt, M. y
Negri, A. 2000).
Finalmente, para lo que se había conocido como la geografía del subdesarrollo, la
periferia, esta nueva era representaba una oportunidad áurea, única: con precaución desde la
segunda mitad de los ochenta, pero con fervor durante los felices noventa, se propagandizó un
seudo-concepto, el de los mercados emergentes, que no era otra cosa que un icono del más
pueril discurso ‘pro-mercado’, negador absoluto de la realidad.
Resumiendo: la expansión ilimitada, el adiós definitivo a las crisis; la consecución de
la fraternidad universal; y el reparto de la prosperidad y felicidad para los menesterosos, eran
los tres fabulosos capítulos de esta ideología anti-geográfica conocida como globalización
(Gejo, O. y Morina, J.; 2004).
El caso argentino: ideología, apertura y crisis

Hacia el final de la década del ’80, la Argentina vivió con particular agudeza el cierre
de la continental “década perdida”, en un contexto hiperinflacionario desencadenado por una

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corrida cambiaria que desembocó en un traumático proceso de transición política que


significó el derrumbe del alfonsinismo, el renovado y abortado movimientismo del remozado
partido radical, allá, en la primavera democrática tras la dictadura.
La ofensiva ideológica estereotipada como neoliberalismo, entonces proclamaba, entre
otras irreverencias al pensamiento, el fin de las ideologías en un sentido amplio, y
concretamente para el caso argentino desparramaba un conjunto de vulgaridades que
alcanzaron, vale reconocer y recordar, una amplia aceptación.

La primera observación que conviene registrar es que los problemas de Argentina en


aquel momento, al parecer, emergían del constatable aislamiento internacional que padecía el
país. La Argentina era un país que le habría dado la espalda a la economía (mercado, para
mejor precisar los límites ideológico-conceptuales de estos análisis) mundial. Aducían que
desde los años 40, obnubilado por una confusa y confesa ideología estatista-anticapitalista,
nuestro país había retrotraído posiciones en el concierto internacional. Las críticas al
intervencionismo estatal, al populismo, a las propuestas anti-mercado, estaban a la orden del
día. Uno de los indicadores que se utilizaban, frecuentemente, para confirmar el retraimiento
era la baja participación del sector externo local en el comercio mundial; estábamos, pues,
frente a una economía cerrada y, por lo tanto, ineficiente, no competitiva.
La apertura, por ende, estaba al tope de la agenda de la modernización. La idea en
boga proyectaba la inserción argentina en el mercado internacional a partir de la liberación de
la economía de las ataduras del estado, sobre todo de la caída de los aranceles externos que
protegían al mercado local. Éste, así librado a las influencias de la circulación mercantil
mundial, operaría un cambio sustancial. Como se puede apreciar, una verdadera fábula, ya
que una sencilla mirada, casi superficial, a la geografía del comercio internacional bastaría
para echar por tierra con estas ensoñaciones de los pretendidos y presumidos entendidos.
La Argentina tiene una baja participación en el comercio mundial; desde hace bastante
tiempo las exportaciones no pueden superar el 0,5% del registro mundial. Salvo en algunos
renglones de escaso peso económico, la burguesía argentina tiene una participación marginal
cuantitativamente hablando en el mercado mundial y absolutamente desteñida en términos
cualitativos. Su acceso a los mercados centrales es insignificante. Podríamos coincidir en la
descripción de la situación como de insuficiencia estructural del comercio exterior argentino,

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aun cuando nos diferenciaríamos de la estructuralidad a-histórica de los desarrollistas (Gejo,


O. 2002).

Por cierto que esta estructuralidad de la situación argentina puede ser observada más
abarcativamente desde un prisma regional, agregándole entonces la contundencia de una
geografización significativa. Argentina integra el lote de América Latina, una región que a lo
largo de las últimas dos décadas mantiene impertérrita una reducida participación equivalente
a la vigésima parte del comercio internacional. En esos veinte años, con diversos ensayos
políticos, la participación de la región no se ha movido de esa reducida cuota del total
mundial. Sin embargo, y por supuesto, al interior de la región se han producido cambios, pero
éstos refuerzan los argumentos de los impugnadores de la fantasía liberal-mercantil (Berardi,
A. et al, 2003).
Así, la idea de que la lisa y llana “apertura” transformaría dinámicamente al vector
exportador resultó un fiasco, inevitable claro, pero fracaso estrepitoso al fin. Baste decir que a
lo largo de la convertibilidad, mientras las exportaciones poco más que se duplicaron, las
importaciones se multiplicaron por siete. Y analizando el desarrollo cualitativo exportador, el
crecimiento que se produjo durante la primera mitad de los ’90 estuvo asociado a un patrón
que hemos definido como de enclaustramiento regional (Gejo, O. y Voltolini, H. 1997).
Cuando en aquel momento, hacia mediados de la década, se proyectaba la necesidad –y se le
asignaba cierta probabilidad- de duplicar las exportaciones nuevamente para llegar a los
50.000 millones de dólares a fin de siglo, como única fórmula de escape a la avalancha de
deuda contraída, se estaba asistiendo anticipadamente al tradicional cuello de botella externo
de una economía periférica, dependiente, como la argentina (Gejo, O. 2003).
Una economía que –como dijimos- es apenas el 0,5% del comercio mundial, y cuyo
mercado interno equivale al 1% de la economía internacional, simplemente en términos
cuantitativos no podía responder en su performance en forma diferente. La avalancha
importadora, el déficit comercial consecuente y la destrucción del tejido industrial fueron el
corolario ineluctable de dicha “estrategia” (Gómez Lende, S. 2003; Gejo, O. y Voltolini, H.
1998).
Recuperando materialidad, Geografía

La propuesta de investigación que aquí se está esbozando se aboca a desarrollar una


línea de trabajo de mediano y largo plazo en el campo de la Geografía Económica, partiendo

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de una tarea concreta, inmediata, como es el abordaje analítico, desde una perspectiva
geográfica, del comercio exterior argentino, hecho que solamente desde el aspecto formal
puede ser entendido o interpretado como un estudio de los fenómenos atinentes
exclusivamente a la circulación mercantil. Precisamente, por ser definido como análisis de
carácter geográfico, circulación y estructuras sólo pueden ser comprendidas como una
realidad única, integral, dialéctica (Katz, C. 2001). Por lo tanto, lo que se expresará en
superficie como una definida y determinante crítica a las posiciones liberales, ortodoxas o
circulacionistas, también incluirá desde la propuesta misma un ensayo crítico de las
posiciones desarrollistas, heterodoxas o que hemos alcanzado a definir como estructuralistas
a-históricas (Gejo, O. 2002). Es evidente, por lo tanto, que la propuesta, enderezada a
confrontar decisivamente con las posturas preeminentes en el período bajo estudio, a saber,
las abiertamente sistémicas, liberales, neoliberales o mercantilmente vulgares, prepara el
terreno además para el tiempo que se ha abierto desde fines de la última década del siglo
pasado que pre-anuncia un porvenir que reimponga, con matices, alguna de las propuestas
características del período 1940-1970, y que dieron en llamarse desarrollistas ayer, bajo el
apelativo de neodesarrollismo ahora (Dos Santos, T. 2004).
El proyecto se enmarca, pues, dentro de los enfoques materialistas históricos. Al
respecto, el punto de partida del análisis de una realidad como la argentina sólo puede ser
llevado a cabo mediante un previo e inescindible estudio liminar de la realidad internacional,
que es el conjunto que en última instancia le da sentido. De allí que la noción de sistema
mundial (Wallerstein, I. 1974; Dos Santos, T. 1998; Bujarin, N. 1971) presida nuestro trabajo,
hecho que no es nuevo y que registra precedentes desde los primeros trabajos que parte de
este grupo de investigadores ha venido realizando desde la Universidad y desde el Centro de
Estudios Alexander von Humboldt (Gejo, O. 1995). Cuando hablamos de país, lo hacemos
para señalar nuestro desacuerdo con las versiones economicistas más acotadas, que al referirse
a esa realidad la reducen a una economía o, aún más restrictivamente, a un mercado. Para
nosotros, los países constituyen una realidad concreta, material, integral, sujeta a un devenir
histórico, con una carga específica, producto del contenido concreto del sitio, lo que suele
entenderse estrechamente como geografía en tanto forma, pero que, por su parte, también
debe decisivamente su desenvolvimiento a la participación desigual en el sistema
internacional, sujeto a las contradicciones crecientes del proceso de acumulación a escala
mundial (Amin, S. 1995; Beinstein, J. 1999).

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En este marco internacional, un proceso de diferenciación material determinante lo


constituye el imperialismo. Éste expresa un fenómeno complejo que reúne en su seno
cambios, modificaciones en un sitio, en una formación nacional, en un país, pero que a su vez
está llamado a influir en la evolución de otros marcos nacionales, a los que somete y
subordinará a los ritmos de evolución de sus desequilibrios, de sus contradicciones. De estos
cambios cabe recordar los rasgos clásicos (Lenin, V. 1973): la concentración capitalista, los
monopolios; su expresión social, el capital financiero; la exportación de capital, el ajuste
geográfico a su inherente sobre-acumulación (Harvey, D. 2004); y el reparto de áreas de
influencia, como la expresión geopolítica de la puja interimperialista, fenómeno que marcó
agresiva y luctuosamente a la primera mitad del siglo XX (Hobsbawm, E., 1999).
Ya hemos explicitado que las últimas dos décadas, las que suelen definirse como la
globalización, han pretendido negar la existencia de ese fenómeno llamado imperialismo
(Gejo, O., 1997), y lógicamente, tras eso, darle la espalda a las contradicciones que éste
señala, que éste representa. Pero este período que se llama globalización en verdad no es otra
cosa que una profundización del proceso de internacionalización, el que agudiza el cuadro de
contradicciones engendradas por el sistema mundial, imperialista. Es que las décadas de
crecimiento de la postguerra reinstalaron, hasta cierto punto, el equilibrio entre las tres
geografías capitalistas históricamente desarrolladas, centrales o imperialistas, por un lado, al
tiempo que en los últimos cuarenta años se ha producido un retroceso ostensible de las
periferias, que han visto reducidas sus posibilidades concretas de expandir su oferta
exportable en los mercados desarrollados, a la sazón, la demanda concentrada expresada
geográficamente (Beinstein, J. 1999.; Amin, S., 1995). Un caso paradigmático lo constituye
África. En menor medida, pero registrando también una palmaria regresión comercial se
encuentra Latinoamérica. Como excepción periférica encontramos a los denominados países
de reciente industrialización del este de Asia, cuya evolución ha estado signada, más allá de
las interminables, inconclusas y desechables polémicas respecto de las políticas económicas
(Chang, 2002), por su situación estratégica en el contexto regional de guerra fría más el hecho
de encontrarse en el área de influencia de la reconstrucción del capitalismo industrial asiático,
el Japón, cuya evolución entre los años ’60 y los ’90 no ha tenido parangón alguno.
Este mundo, donde la periferia ha perdido posiciones, visibilidad, ha reforzado
algunos de los diagnósticos clásicos de las regiones menos avanzadas y que fueron
alumbrados al socaire de los decisivos acontecimientos del siglo pasado: su estructura

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económica vulnerable, escasamente diversificada, tras las crisis del año ’30 (Bunge, A.,
1940); su carácter periférico, descubierto a la hora de responder con una estrategia de
mediano plazo a las definitivamente mutadas condiciones del mercado mundial (Prebish, R.,
1981); y su constatable dependencia (Dos Santos, T. 2004), ideológicamente mitigada ahora
bajo la forma de una aguda e inevitable interdependencia, como la resume esencialmente la
denominada globalización, pero que termina por ser cuestionada cuando las crisis acentuadas
se presentan descarnadamente con sus secuelas de pauperización, marginalidad extendida e
inestabilidad social y política (Beinstein, J. 1999.).

La Argentina como Geografía

Argentina viene de sufrir una crisis de una hondura inigualada en su historia moderna.
El fin de la experiencia de la década de los noventa se coronó con las rebeliones decembrinas.
El país ha ocupado desde entonces el lugar del fracaso internacional, pero también el de un
resuelto protagonista de la resistencia antiglobalizadora. Es en este nuevo cuadro de situación
que observamos el reposicionamiento de discusiones hasta ayer impensadas. La nación como
proyecto, por ejemplo, vuelve a ser tema de debate para los intelectuales. Es por eso que
resulta crucial comprender la crisis argentina; porque la mayoría de las interpretaciones,
creemos, son aproximaciones parciales, incompletas y porque no contamos con el pasado
como activo para enfrentar otras crisis.
El escenario de la presente encrucijada argentina es un subproducto del despliegue de
la crisis internacional. La continuidad de los sucesos fallidos acaecidos en la periferia desde el
pionero "Tequila", atravesando el este de Asia, recalando en Rusia y Brasil, luego, para
desembocar en Turquía y en el Río de la Plata, más tarde, ponen en duda, por cierto, las
diferentes explicaciones herméticamente encerradas en cada una de las coordenadas
nacionales de los eslabones de la otrora feliz cadena de los emergentes, así como también
debieran cuestionarse las objeciones simplemente técnicas, las que pretenden circunscribir las
causas de estos fallidos desenlaces a erradas y aisladas políticas económicas.
En nuestro país, la debacle de la espina dorsal de los noventa, la Convertibilidad, puso
en marcha estos pases de factura al interior de las posiciones sistémicas, capitalistas. Tiende a
incrementarse la presión de aquellas propuestas que claman por abandonar la ortodoxia
(neoliberalismo) y abrazan el cambio de rumbo propugnado por la heterodoxia

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(neodesarrollismo). Este viraje, este volver a la experiencia keynesiana, implica un mayor


apego por la materialidad de los procesos económicos, un alejamiento de la abstracción
característica de la ortodoxia. No es una casualidad, entonces, que con el recatado regreso de
las verbalizaciones heterodoxas, la producción, la intervención del Estado y las regiones
cobren nuevamente vida, obtengan un lugar, aquél que les negaba el discurso neoliberal.
Tampoco es aleatorio que recomiencen las discusiones sobre la necesidad de
cuestionar la estructura económica del país, al parecer disfuncional respecto de su
supervivencia - en el largo plazo- como una realidad única, integral. Se desarrolla allí una
crítica que va más allá de la década pasada, y empalma esta experiencia con la del período
abierto desde mediados de los años setenta, refiriéndonos, claro está, al curso impuesto por el
"Proceso de Reorganización Nacional" y su política económica, el plan del dos de abril de
1976, el del superministro José Alfredo Martínez de Hoz (Calcagno, E. y Calcagno, A. 2004).
Pero entender a la Argentina como una cuestión geográfica, como una geografía, como
un proceso de diferenciación material, nos impone ineludiblemente dotar al análisis de
historicidad, de profundidad histórica. La Argentina, como geografía, es un producto de la
temprana configuración del mercado mundial, en la segunda mitad del siglo diecinueve, a la
cual se adscribe dentro de una modalidad capitalista periférica. Ahora bien, una modalidad de
adscripción exitosa no modifica la centralidad de su carácter periférico. A saber, un desarrollo
capitalista tardío; un crecimiento no autónomo, ligado excesivamente al mercado externo, una
especialización primaria unilateral y las notorias falencias, por ende, para integrar el mercado
interno.
Fue la crisis de los años treinta la que puso al descubierto este cuadro de
precariedades, obligando a la burguesía argentina a reformular, parcialmente, la estructura del
país. La respuesta inmediata le correspondió a los conservadores, que trataron de preservar los
negocios de exportación adosándole una estrategia acotada de diversificación económica,
asentada en el mercado interno (Baldinelli, E. 1997). Al Peronismo le cupo durante los años
cuarenta profundizar el giro mercado-internista, reafirmando la intervención estatal y
extendiendo el mercado interno, vitales para la expansión de la industrialización. Finalmente,
fue el Desarrollismo el último intento burgués de abogar por la diversificación de la estructura
del país, asumiendo la "necesidad" de atraer las inversiones de las multinacionales como una
vía de asociación con el imperialismo, en un cuadro de situación internacional ya

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visiblemente modificado respecto del contexto inmediato de posguerra (Gejo, O. y Liberali,


A., 1990).
Pero desde mediados de los setenta, el proceso registra un vuelco fundamental. Con el
tiempo se ha comenzado a identificar a los programas económicos como neoliberales, un
certificado de alcance mundial, aunque ya antes de ese reconocimiento la burguesía argentina
fue una de las precursoras en iniciar la readaptación a las circunstancias internacionales, de las
que no ha regresado, más allá de los vaivenes discursivos.
Es en este nuevo cuadro de situación en el que se han agravado notoriamente todas las
conocidas limitaciones del "subdesarrollo" del mercado interno, precisamente lo que había
imposibilitado históricamente el desenvolvimiento de las regiones (Gejo, O. y Liberali, A.,
2003).
Resumiendo, en el contexto mundial, el caso argentino debe ser comprendido como el
ejemplo de un capitalismo periférico que no se halla en el área de influencia directa de un
centro de demanda de algunos de los imperialismos concretos, lo que no le ha permitido el
despegue de algún sector jalado unilateralmente por aquél, como podría ser, para hablar de
nuestra región, Latinoamérica, el caso de México; o por no poseer un mercado interno lo
suficientemente amplio potencialmente como para continuar siendo atractivo para una
radicación industrial multinacional, destinada ésta a servirse de esa demanda circunscripta
geográficamente, como puede ser el ejemplo brasileño.
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