La Oratoria
La Oratoria
La Oratoria
GRECIA
La oratoria, es decir, el arte de hablar con coherencia y elocuencia con el fin de
convencer a un auditorio, nació en el siglo VI a. de C. en Sicilia y, especialmente, en
Siracusa con Córax; quien fue el primero que redactó un manual sobre las técnicas de la
persuasión de un destinatario. Sin embargo, muy pronto la fama de Córax quedó
remplazada por Gorgias, un gran orador y sofista que llegó a Ática en 427 a. de C. e
impresionó muchísimo al auditorio con su capacidad. Sin dudas, este momento constituye
el punto de arranque [1] de la oratoria en Grecia.
Los griegos durante los siglos V a. de C. y IV a. de C. lograron desarrollar las técnicas
de la oratoria de modo que la convirtieron en uno de los géneros prosísticos más
importantes. Pero, como es de esperar, la mayoría de la gente que no tenía el privilegio de
poder argumentar y rebatir opiniones ante la Asamblea o los tribunales, muy a menudo iba
a escritores de discursos, los llamados logógrafos, que tenían la experiencia adecuada [2].
De esta manera, surgió una nueva profesión que iba a constituir la base para el desarrollo
del arte de abogar.
Los romanos se ponen en contacto con la teoría oficial de la retórica a partir del siglo II
a.C., es decir, con la llegada de los rétores griegos a Roma y la implantación de escuelas del
arte retórico. Sin embargo, dentro de la vida pública de Roma ya había florecido una
primitiva oratoria con la que sus ciudadanos podían poner a prueba sus dotes de persuasión
con el fin de alcanzar reputación o poder político y ascender así en un cursus honorum.
La oratoria disfrutó de mayor auge y prestigio durante la época de la República romana
debido a la libertad política que daba a sus ciudadanos la oportunidad de expresar sus
diferentes puntos de vista sin restricciones. En esta época se pronuncian discursos tanto en
los tribunales, sobre asuntos personales y problemas de la cotidianidad de los romanos
(oratoria privada); como también en varios actos públicos (oratoria de aparato). Sin
embargo, los lugares donde la elocuencia adquiere plenamente su valor son el Foro y la
Asamblea (oratoria pública).
La mayoría de los discursos que se han conservado constituyen manuales de estudio
muy útiles [3] como testigos innegables de su tiempo. No obstante, dentro de estos
discursos existen los que se pronunciaban en manifestaciones religiosas, como son por
ejemplo las laudationes funebres [4], que no se pueden estimar por su veracidad histórica
debido a los extremos sentimientos y elogios que incluyen. De todas maneras, dentro de
este tipo de oratoria se encuentran personalidades muy célebres como es el caso de Quinto
Fabio Máximo, el de Quinto Cecilio Metelo y de Lucio Emilio Paulo.
La figura más destacada de todos los oradores romanos es la de Marco Tulio Cicerón
(106-43 a. de C.), quien con una gran cantidad de discursos y tratados que escribió,
recopilando la retórica griega e investigando la historia de la oratoria romana, junto con su
experiencia personal como abogado y estadista, influyó a punto tal que se ha llegado a
convertirse en uno de los ejes de referencia para la división de la oratoria romana. De esta
manera en la oratoria latina podemos distinguir tres períodos: la oratoria preciceroniana, la
oratoria ciceroniana y la oratoria posterior a Cicerón.
Acerca de la actividad oratoria de la época preciceroniana, el mismo orador a través de
su tratado de retórica llamado Brutus [5] traza una panorámica reconstruyendo la historia
de la oratoria griega y romana anterior a éste. Más concretamente, Cicerón parte del primer
discurso [6] que se salva, pronunciado ante el senado por Apio Claudio el Ciego (IV-III a.
de C.), y llega hasta Escipión Emiliano, Cayo Lelio, Servio Sulpicio Galba, Hortensio y los
hermanos Tiberio y Cayo Graco. Durante esta época que empiezan a manifestarse dentro de
la sociedad romana grandes convulsiones, las cuales muy pronto desembocarán en las
guerras civiles, el Foro desempeña un preponderante papel en la vida sociopolítica de Roma
ya que constituye el lugar donde se toman las decisiones más importantes y se esgrimen
varios puntos de vista. Sin duda, una gran disputa es la que surge entre Marco Porcio Catón
el Censor, un orador que se convierte en escudo de las costumbres latinas frente las de
Grecia; y un grupo de oradores, el llamado Círculo de Escipión [7], que aboga por la
propagación de la cultura griega en Roma. Lo mismo pasa con los hermanos Graco
quienes, a pesar de la evidente diferencia de su estilo [8], manifiestan en sus discursos la
influencia griega.
En lo que se refiere a los últimos años del siglo II los oradores que muestran gran
habilidad son Marco Antonio y Lucio Licinio Craso. También, la presencia de Quinto
Hortensio Hórtalo es muy importante ya que a partir de su contribución empiezan a
publicarse en Roma por primera vez los alegatos retóricos de los abogados. En este punto
es digno de citarse que el mismo Cicerón admiraba la gran habilidad y la memoria de
Hortensio, a pesar de la rivalidad que había surgido entre los dos en los tribunales. Por
último, Cicerón se refiere a la figura de Julio César como la del más ingenioso de los
oradores romanos durante este período.
En cuanto al mismo orador, quien constituye el representante más ilustre de la oratoria
romana, se puede mencionar que dejó una herencia literaria importantísima con la que
ejerció una vasta influencia en la posteridad, y especialmente en literatos y pensadores del
Renacimiento y del humanismo europeo. Nacido el 3 de enero del 106 a.C. en una región
del Lacio que se llamaba Arpino, Cicerón creció dentro de una familia de clase media de la
cual recibió una formación muy buena, la cual perfeccionó más tarde en Roma, Grecia y
Asia Menor. Durante el transcurso de su vida, que abarcaba los turbulentos años desde la
dictadura de Sila hasta el segundo triunvirato, siempre intentaba intermediar entre sus
contemporáneos con el fin de que se evitaran las contrariedades. A través de su obra, la cual
se basa en discursos, cartas y tratados de temas políticos, judiciales, filosóficos y retóricos,
expresa tanto sus convicciones y credos como también su intento para alcanzar un puesto
más alto dentro de la sociedad romana.
Durante la guerra civil Cicerón sufre muchas vicisitudes tanto a nivel sociopolítico, por
estar de parte de Pompeyo; como también a nivel personal (divorcios de su primera y
segunda esposa y muerte de su querida hija Tulia), que le obligaron a retirarse de la vida
pública para dedicarse por completo al estudio y la escritura. Indudablemente, se trata de
una época muy fructífera para Cicerón ya que redacta sus mejores obras de carácter
filosófico y retórico: De senectute, en la que el anciano Catón diserta que el hombre tiene
que refutar los presuntos inconvenientes de la vejez viviendo con dignidad y sensatez; De
Amicitia, un discurso sobre la importancia de la amistad para la felicidad del hombre; y
Brutus, un cuadro de la elocuencia romana. También, de esta época proceden los escritos
retóricos De oratote y el Orator que tratan sobre la técnica del discurso, la idea del perfecto
orador y de su formación. Además, muy importante es el escrito ciceroniano sobre el mejor
tipo de elocuencia llamado De optimo genere oratorum, como también el Particiones
oratoriae y el llamado Topica que trata acerca de los lugares comunes de los discursos.
Cicerón tras la muerte de César se enemistó con Marco Antonio y apoyó claramente a
Octavio Augusto. A través de esta contra política con Marco Antonio surgieron los catorce
discursos llamados Las Filipicas [11]. Es el momento que Cicerón intenta relanzar su
carrera política y presenta un notable número de tratados, en los cuales revela su contra
hacia el escepticismo radical y a la vez su predilección hacia el estoicismo ecléctico. De
este modo, en el De natura deorum (De la Naturaleza de los Dioses) Cicerón expresa su
creencia hacia el poder divino y su confianza hacia el libre albedrío de los seres humanos;
en el De Divinatione (De la Adivinación) expone su contra hacia las creencias de los
estoicos en un arte adivinatoria; y en el De officiis (Sobre las obligaciones), dedicado a su
hijo Marco, defiende el predominio del derecho natural.
También, muy importante es su tratado con el título De Republica, que fue escrito
posterior a su vuelta del destierro, lo cual dentro de sus seis libros analiza los regímenes de
gobierno posibles y los principios que debe poseer un ciudadano. De la misma manera
dentro de los tres libros de que consta su tratado llamado De Legibus, se estudian las
instituciones religiosas y políticas de los romanos. Como se puede comprender estos
tratados expresan los ideales y la visión que tiene el mismo orador hacia su patria y su
pueblo. Por otra parte, sus cartas poseen un valor más literario que histórico ya que logra
introducir a sus lectores a la vida íntima de la alta sociedad de su tiempo.
Ningún orador latino logró alcanzar el valor y la importancia de la obra retórica de
Cicerón, quien no en vano le dieron el apelativo del príncipe de los oradores romanos.
Con el cese de las rivalidades electorales y la restauración del régimen imperial, la
actividad oratoria decae [12], debido a la desaparición de la libertad política y el
enmudecimiento del Foro, y se pasa de la arenga política a la elocuencia forense. Más
específicamente, a partir del siglo II a. de C. la oratoria se refugia en escuelas [13],
transformándose de esta manera en un puro instrumento educativo para la formación
superior de jóvenes procedentes de la alta sociedad romana. A estas escuelas llega un gran
número de oradores griegos, quienes escriben discursos para su clientela y compartieron
clases [14]. No obstante, a pesar de los desacuerdos y las prohibiciones [15] que surgieron
sobre la fundación de escuelas de retórica, la retórica logró imponerse como una forma de
educación básica para la enseñanza de los jóvenes. Así, todas las grandes ciudades tenían
escuelas de retórica en las que los alumnos componían, memorizaban y recitaban discursos
bajo el ojo avizor de sus maestros. Por otra parte, muchos son los romanos que visitan a
Grecia o Asia Menor para adentrarse en la retórica y la filosofía, como es por ejemplo el
caso de Marco Antonio. De esta época conservamos los escritos de un erudito del siglo II a.
de C. llamado Gelio, quien recopiló material de obras de antigüedad; como también un
tratado de retórica de autor anónimo llamado Rhetorica ad Herennium, lo cual sigue las
enseñanzas de la escuela rodia de los primeros años del siglo I a. de C.
En lo que se refiere a la oratoria posterior a Cicerón, el primer autor destacado es
Marco Anneo Séneca el Retórico, padre del filósofo Lucio Anneo Séneca, quien con una
colección de diez libros con el título Contraversiae, expone métodos de la enseñanza de
discursos a través de una confrontación de distintos puntos de vista sobre un tema tratado;
mientras con las Suasoriae, discursos de carácter exhortativo, trata un problema a través de
una doble alternativa con el fin de convencer a un auditorio de una tesis determinada.
Sin embargo, el autor más sobresaliente de esta época es Marco Fabio Quintiliano,
quien llegó a Roma desde la Hispania Tarraconense para recibir su formación profesional
como orador. Muy pronto alcanzó gran prestigio y abrió una escuela de retórica a la cual
acudían como discípulos miembros de la familia imperial y muchos personajes célebres.
Por eso el emperador Vespasiano le nombró maestro oficial de arte retórica.
Quintiliano escribió la obra más cumbre de los tratados sobre la retórica con el título
De institutio oratoria, la cual se trata de una verdadera enciclopedia dividida en doce libros
escritos en latín, fruto de sus propias experiencias pedagógicas que cosechó al estudiar el
sistema educativo de su tiempo. En estos libros expone sobre la formación educativa que
necesita un hombre desde su infancia hasta la madurez para convertirse en un buen orador.
Además, escribió el De causis corruptae eloquentiae, en el que intenta explicar que el las
causas que han conducido la oratoria a su decadencia. Quintiliano aunque se influyó por el
estilo de Cicerón, a quien señala como modelo, no llegó a copiarlo servilmente; en cambio,
desarrolló su propio estilo, un estilo que unas veces se acerca a los posclásicos y otras a los
clásicos.
El último gran tratadista es Tácito, el historiador de finales del s. I d.C., quien
compone el Diálogo de los oradores o De oratoribus, en el que compara la elocuencia de la
época republicana con la de su propio tiempo con el fin de expresar la decadencia en la que
se ha sometido esta última. También, de su discípulo Plinio el Joven nos han llegado
algunas cartas y el famoso Panegírico de Trajano. De gran importancia es también la
presencia de L. Apuleyo quien, a pesar de su famosa novela el Asno de Oro, escribió dos
obras de carácter apologético declamatorio llamadas Apología y Florida.
[1] No hay que olvidar que los principales transmisores de las doctrinas retóricas en Grecia
fueron los sofistas.
[3] Estos discursos constituían también una guía durante su época, es decir, para quienes los
consultaban con el fin de redactar sus propias peroraciones.
[4] Las laudationes funebres son exequias fúnebres en honor a la persona fallecida.
[6] Se trata de un discurso de contenido patriótico en el que Apio Claudio el Ciego expresa
su oposición acerca de la paz con Pirro.
[7] De este grupo las figuras que sobresalen más son la de Cayo Lelio y, como es de
esperar, la del propio Publio Cornelio Escipión Emiliano, de quien procede el nombre del
grupo.
[8] Tiberio poseía una elocuencia más mesurada que la de su hermano Cayo, quien usaba
una oratoria mucho más apasionada que lograba impresionar al público.
[9] Cicerón logró hacer por primera vez las doctrinas filosóficas de Grecia asequibles a la
mayoría de la gente.
[10] Por su contribución a este asunto le dieron el título honorífico del pater patriae (padre
de la patria).
[11] Esta enemistad le costó la vida ya que fue ejecutado el 7 de diciembre del 43 a.C.
como enemigo del Estado.
[12] A esta decadencia Quintiliano pretende encontrar una solución a través de su análisis
sobre las causas que la condujeron.
[13] Existían tres escuelas que, aunque seguían un modelo básico para sus enseñanzas,
poseían un estilo diferente. Más exactamente, existía la escuela rodia que proponía un estilo
más moderado, en la que se formó Cicerón; la asiática, representada por Hortensio, que
poseía un estilo más exuberante; y la neo-ática que proponía un estilo más sobrio sin
ningún artificio o adorno, representada por Licinio Calvo y M. Junio Bruto.
[14] Entre los que recibieron clases de maestros griegos fueron los hermanos Graco.
Influimos sin querer, con nuestro comportamiento, por las envidias que suscitan
las cosas que poseemos, por como somos, etc. Las personas que influencian no
pretenden cambiar las actitudes de otras personas. Quien persuade sí, y por
consiguiente se esfuerza en ello.
Se sabe que podemos lograr una mayor persuasión combinando varios canales.
El mismo mensaje repetido por diferentes canales activa en mayor medida la
atención del receptor, sobre todo si tienen una continuidad.
Un mensaje llegará a ser tanto más persuasivo cuanto logre mover a la persona o
grupo que lo reciba hacia:
Sentimientos de oportunidad.
La longitud total de la comunicación debe ser coherente con el público a que se
destina y el interés que suponemos despertará el tema. Otro principio común es
despertar el interés del lector u oyente. Y, finalmente, que sepa concluir a tiempo
sin llegar a aburrir. Algunas veces conviene hacer explícita la conducta esperada:
"A partir de hoy debemos actuar de tal y tal manera". Otras veces es mejor que el
receptor del mensaje deduzca lo que esperamos de él.
LA PERSUASIÓN INTERPERSONAL
Si en la persuasión escrita los argumentos son el eje central del discurso, cuando
la persuasión se efectúa cara a cara este papel central lo ocupa el tono y clima
emocional.La persuasión en la venta cara a cara está bien estudiada. Se coincide
en la existencia de un perfil de vendedor cuyos rasgos serían: extraversión, ganas
de contactar con las necesidades de las personas y cierta dosis de entusiasmo.
Se puede añadir a este perfil básico la ambición de hacer dinero y conocimientos
específicos del producto que se desea vender o promocionar.
Recursos persuasivos:
Para presentar las ideas con más posibilidades de éxito deberemos seguir lo
siguiente:
Iniciaremos la charla con las partes más agradables o las conclusiones que
deseamos que se mantengan en la memoria de las personas.
Dicen que persuadir es un arte. Otros, que es una habilidad. Aristóteles lo expresó
así: