30 Minutos de Oro - Lectura 1

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30 MINUTOS DE ORO

PARA LEER EN FAMILIA

DATOS DEL APODERADO

DOMICILIO

DNI
Huella dactilar

Lic. Ronald Huiza Amancay


ECOFÁBULAS ESCRITAS POR:
BERTA ROJAS LÓPEZ Y
WALDEMAR JOSÉ CERRÓN ROJAS
(Peruanos)

1
EL BÚHO Y EL HOMBRE

El búho, cansado de filosofar todo el día, salió de su claustro, al ver


que la noche estaba totalmente iluminada. Admiró la hermosura de
la luna llena. Voló hacia ella para darle un beso, mas no pudo.

El búho, decepcionado, se puso a beber y a saborear el agua del río.


En un santiamén, el agua cambió de color y olor.

––¿Quién es, aquél que ensució el agua? ––inerrogó el búho.

––Quién crees que eres tú, para llamarme la atención? ––respondió


el hombre.

––¡Tukuu1, tukuu! ––dijo el búho.

El hombre se paralizó, creyó que era la voz de un espíritu. Susurró


una oración. Luego monologó en voz alta:

––¡Búho!, ¡Búho malagüero! estás trayendo la muerte. ¡Vete de


aquí!

1
Tukuu v1 Voz onomatopéyica.

2
El agua, iba formando remolinos, para tragar la basura. El hombre,
seguía echando la basura.

––Yo, no creo en fantasmas, ni en condenados. Aquí no hay


condenado, ni diablos.

El búho, no soportó la acción insólita. Golpeó bruscamente sus alas


y nuevamente ululú con toda su fuerza. Rompió el silencio de la
noche, el eco avivó la voz del eco, los perros aullaron, las aves
acurrucaron a sus pichones, los gatos cimarrones maullaron con voz
estremecedora.

La hermosa noche, plateada se transformó en noche de terror. El


hombre empezó a correr, tropezó con una piedra y cayó. De miedo
se orinó en los pantalones.

––¡Búh…ooo!, sé que tú eres el que llevas la muerte. ¡Perdóname…!


Nunca más vendré a echar basura al río.

El hombre, temblando, se puso de pie, otra vez cayó al dar un paso.


Haciendo un esfuerzo se acercó al río, estiró el brazo, sacó agua con
la mano, bebió un sorbo, en el acto, le causó asco, porque él sabía la
inmundicia que echó.

3
El hombre, con el rostro pálido, los labios temblorosos y con los ojos
desorbitados, retornó a su casa. Relató la historia a su familia.

––Esta noche fue la más horrorosa de mi vida porque en esos


momentos creí estar en el mundo de los muertos.

Querida familia, no debemos echar la basura al río.

Moraleja: No contaminar los ríos, porque el agua es vida.

ROJAS B. & CERRÓN W. J. (2007). Mis Ecofábulas.


Huancayo: Imprenta Gráfica Obregón.

4
LA HORMIGA Y EL NIÑO

Un día de abril, una hormiga se dirigió al campo, llamó a sus amigas


para ir a coger hojas y semillas.

Al medio día, las diminutas hormigas, sudorosas y fatigadas,


retornaban a su hormiguero. Escucharon la risa bulliciosa de un niño.
Se pararon en silencio y vieron una acción horrorosa.

Las hormigas repitieron en voz baja:

––¡Cómo puede ser...!, ¡No puedo creer…! ¡No puedo creer que un
escolar haga esto! ¿Por qué hay gente sin corazón?

El pequeño, caminaba cazando mariquitas, libélulas y escarabajos. A


las libélulas les reventaba los ojos, les arrancaba las alas, las patas y
les partía el cuerpo en pedazos.

A los escarabajos les quitaba las alas una a una, después los arrojaba
al suelo para pisarlo con fuerza, hasta que la barriga reviente como
un cohete.

A las mariquitas, al cogerlas, le decía:

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––¿Me has traído la suerte? Veo que no has traído nada. Ahora
morirás sin alas, sin patas y sin ojos. ¡Jajaja!

Las hormigas, estaban ahí. Las pobres tiritando de miedo y, de sus


ojos rodaban lágrimas de cristal, cuando se dieron cuenta que
estaban debajo de la planta del zapato que olía a sangre, dolor y
muerte.

––¡Niño!, por favor no me mates. Tú no sabes sentir el dolor. Los


animales, los insectos y todos los seres vivos sienten dolor, igual que
los seres humanos.

El pequeño retrocedió un paso y, buscó con la mirada al personaje


que habló. Al no ver a nadie, se asustó. Quiso correr, sus pies
tambalearon y la risa se tornó en muecas de terror.

––¡Niño!, soy la hormiga hormiguita y mis amigas. Venimos muy


cansadas del trabajo.

––¡Ah…! Eres tú, negrita entrometida. Me asústate. Ahora te pisaré,


verás que tu barriga va a reventar como un cohete. ¡Jajaja!

––Niño, si eres tan valiente ¿cómo te asustaste?

––Negra flacuchenta, ¿por qué no te vas de aquí, tú y tus amigas?

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––Está bien, mi iré, pero antes te dejaré una linda lección.

––Oye hormiga hormiguita ¿Tú me vas a enseñar? ¡Jajaja! Tendrás


que nacer de nuevo.

––¡Claro!, puedo nacer de nuevo. Mírame, cuando abro la boca los


cerros bailan.

––¡Jajaja!, enana no me hagas perder el tiempo. Vas a morir.

La hormiga incitó a las demás, a enfrentar el peligro. Todas


comenzaron a subir por los zapatos para meterse por debajo de los
pantalones del escolar.

El niño quiso espantarlos, sacudió los pies, corrió de un lado para


otro.

––¿Ahora puedes ver como bailan los cerros? ––preguntó,


burlonamente, la hormiga.

El niño, gritando de dolor, se fue a su casa. Se quitó la ropa y vio que


su cuerpo estaba lleno de picaduras. Llorando llamó a su madre para
relatar el suceso.

La madre, preocupada, bañó al niño y, le dijo:

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––No debes matar a los animales, a las aves, ni a los insectos. Ellos
saben defenderse. Gracias a la ayuda de esas criaturas, que parecen
ser insignificantes, el ecosistema se mantiene en equilibrio.

––Te prometo, madre querida. Jamás mataré a nadie, ni romperé las


plantas. Cuidaré la naturaleza porque soy parte de ella.

Moraleja: No divertirnos con el dolor ajeno.

ROJAS B. & CERRÓN W. J. (2007). Mis Ecofábulas.


Huancayo: Imprenta Gráfica Obregón

8
LA MARIPOSA Y EL GUSANO

Sobre el pétalo de una rosa, bailoteaba una mariposa. De pronto,


dijo:

––¡Puffff...!, qué repugnancia los que se arrastran.

Debajo del rosal se encontraba un gusano y éste dijo:

––¡Mariposa!, recuerda que fuiste un bicho repugnante.

Y, la mariposa respondió:

––¡Sí!, fui bicho repugnante, pero jamás me arrastré como aquellos


que se arrastran sin ser gusanos.

Moraleja: Alcanzar los ideales con honor y dignidad.

ROJAS B. & CERRÓN W. J. (2007). Mis Ecofábulas.


Huancayo: Imprenta Gráfica Obregón

9
EL SAPO Y LA LECHUZA

Cierta noche, el sapo, subido en la rama de un leñoso eucalipto,


cantaba y rasqueteaba el viejo charango2.

El eucalipto monologó en voz alta:

––Este sapo no cantaría así, si supiera que mañana morirá de la


forma más cruel. No podrá escapar más. En el día lo buscaron por
todas partes, si no era por mis hojas secas, que lo cubrieron, ya
hubiera estado muerto.

El sapo calló y dejó de rascar el charango. Vio volar a la lechuza, su


amiga, cerca de él.

––¡Quisiera irme contigo, antes de caer en manos de los seres


humanos! ––Exclamó el sapo.

La lechuza refrenó su vuelo y interrogó:

––¿Escuché la voz del astuto sapo o simplemente imaginé?

El sapo se paró y le dijo:

2
Charango es un instrumento musical de cuerdas, vigente en las regiones andinas (Cordillera de
los Andes) de América del Sur.

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––Lechuza, amiga mía, tú no estás imaginando, yo estoy aquí, cerca
de ti.

Preguntó la lechuza con cierta parsimonia:

––¡Sapo! ¿Qué quieres ahora de mí?

El batracio respondió:

––Doña, lechuza, quiero hacer una alianza contigo. Los hombres me


buscan para matarme, porque dicen que curo enfermedades
crónicas. A ti, también te buscan, porque dicen que eres bruja y
anuncias la llegada de la muerte.

––¿Así…, nos van a matar? ––Comentó con cierto sarcasmo la


lechuza.

––¿Qué nos queda? Unirnos en la desagracia y salvar nuestras vidas.

––¡Claro!, claro… ––Respondió la lechuza con menos ironía.

––¿Creo qué no aceptas de buena gana la propuesta? ––Preguntó el


sapo.

Al lugar llegaron dos hombres y vieron, con la luz de la luna, a la


incrédula lechuza sentada en la rama del árbol.

La escopeta tartamudeó, sólo un instante y la lechuza cayó al suelo,


con el corazón hecho pedazos.

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La lechuza agónica, con voz débil, dijo:

––Hombres desalmados. ¿Qué delito cometí para merecer la


muerte?

El sapo se aferró a la rama y le cantó una canción fúnebre a su amiga


la lechuza.

Moraleja: No matar a las aves nocturnas por


supersticiones.

ROJAS B. & CERRÓN W. J. (2007). Mis Ecofábulas.


Huancayo: Imprenta Gráfica Obregón

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EL CÓNDOR Y EL CORDERITO

El cóndor estiró de largo a largo sus alas sobre la nieve blanca de la


fría cordillera. Desde allí divisó a un corderito blanco, afinó su filudo
pico y se dijo:

––¡Qué rica presa!

El corderito extraviado, balando y balando con rumbo desconocido,


sin saberlo, fue al encuentro del malvado cóndor. El cóndor,
guiñando sus ojos verdugos, interrogó:

––¿Por qué balas así, pequeño mío?

–– Me perdí, tiiíto. Estoy buscando a mi familia––respondió el


corderito.

––No llores, te llevaré a donde están los tuyos ––Argumentó el


rapaz.

––¡Gracias!, tiiíto. ––Agradeció el inocente corderito.

––Soy muy bueno, te ayudaré a terminar tus penas. En estos


momentos se acabarán las penas para ti.

––¡Qué bueno eres, ti…iiíto!

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Apenas terminó de balbucir el corderito, el cóndor le pico los ojos.

Baló fuerte, se retorció de dolor…, murió el corderito. El malvado tío


miraba con alegría su festín.

El cielo, al rato, se oscureció, soltó dardos de fuego, la tempestad


cayó y un rayo partió la cresta del cóndor.

Al día siguiente, el sol alumbró de nuevo, la cordillera blanqueó, los


corderitos otra vez en la falda de los cerros triscan, balan y comen el
ichu fresco, mas el señor cóndor yace inerte sobre el hielo.

Moraleja: Dejar, que la propia naturaleza regule el


ecosistema.

ROJAS B. & CERRÓN W. J. (2007). Mis Ecofábulas.


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