Bandelier - Primera Parte
Bandelier - Primera Parte
Bandelier - Primera Parte
Introducción.
Por último se llama la atención sobre la dispersión del patrimonio cultural de Bolivia en el
resto del mundo, y se reflexiona en torno a este hecho.
Gracias a todos esos valiosos aportes sabemos que Adolph Francis Alphonse Bandelier
nació en Berna (Suiza) el 6 de agosto de 1842 1 en el seno de una familia de clase alta, y se
trasladó con sus padres a Estados Unidos, en 1848, a la localidad de Highland (Illinois)
donde más tarde se nacionalizaría estadounidense.
1
Se dice que a los nueve años había dejado los juegos de la niñez, pues no tenía compañeros
de su edad. Muy tempranamente, pues, se aficionó a la contemplación de la naturaleza,
siendo la Historia Natural su recreación favorita gracias a un libro con láminas que
recibiera como regalo en 1851 2.
Se dice que de Estados Unidos regresó pocos años después a Berna para seguir los pasos de
su padre y estudiar Derecho. Sin embargo, su admiración por Alexander Von Humboldt le
llevó a dedicarse al estudio de la historia natural. Una vez finalizados sus estudios, se
trasladó a Nueva York, donde residió becado por el Instituto Arqueológico de América.
Hacia 1873-75, conoció a Lewis Henry Morgan de quien se hizo entusiasta discípulo.
Bandelier se dedicaría entre 1873 y 1879 a tratar de demostrar la teoría de la evolución de
ese etnólogo estadounidense, según la cual la estructura sociopolítica azteca estaba basada
en un sistema democrático, que sería muy similar al existente entre los indios iroqueses de
Norteamérica. En general, la propuesta de Morgan era que la Humanidad había atravesado
por determinados estadios en su camino hacia la civilización. Así, los salvajes se
transformaban en bárbaros, y estos en civilizados. Bandelier, por tanto, debió ser un
convencido de tal propuesta teórica evolucionista unilineal, la cual deja traslucir en
algunos de sus textos. Dice, por ejemplo, al referirse a los apelativos de “brillante”,
“espléndido”, o “suntuoso” usados comúnmente por los cronistas de los siglos XVI y XVII
para referirse a los monumentos de la isla Titikaka, que parecían ser grandes
exageraciones. “Lo mismo fue –señala– con las ceremonias. Manifestaciones bárbaras,
deslumbradoras en sus colores, y notables por lo fantástico, peculiar a las funciones
indígenas, no pueden menos de haber impresionado a los espectadores europeos” 3. De
paso recordemos que en el planteamiento de Morgan, los inkas (tanto como los aztecas)
habían alcanzado la etapa de la Barbarie Media. Ponce 4 coincide con la acogida que hizo
del pensamiento de Morgan, cuando señala que consideró a la organización social y
política andina como incipiente.
Un dato curioso que aporta Leslie White en su obra “Pioneers in american anthropology.
The Bandelier-Morgan letters, 1873-1883”, es que se habrían conservado un total de 163
cartas, producto de la correspondencia que nuestro personaje habría mantenido con
Morgan5.
2
Según el historiador Marc Simmons (autor de numerosos libros sobre Nuevo México y el
Sudoeste de los EEUU), en 1880, Bandelier obtuvo un estipendio anual del Archaeological
Institute of America, permitiéndole dirigirse al suroeste de los EEUU y dedicarse a la
investigación científica 6.
Asimismo, bajo los auspicios del Museo de Historia Natural de Nueva York7 Bandelier
organizó diversas expediciones a Centro y Sudamérica y pudo estudiar a fondo el pasado
precolombino. Entre 1877 y 1889 realizó varias exploraciones en Mesoamérica.
Entre 1880 y 1889 estudió las ruinas de los antiguos pueblos y el hábitat de los indios en
Nuevo México, Arizona y México, especialmente en las zonas de Pecos, Chihuahua y
Cholula. Los resultados de estas últimas investigaciones fueron publicados en la revista del
Peabody Museum de la Universidad de Harvard. Fue uno de los primeros en usar la
metodología de la observación participativa; convivió con los indios y pudo estudiar sus
ruinas y artefactos. Bandelier sostenía que la única forma de sacar conclusiones que se
aproximaran a la realidad era en base al trabajo de campo 8.
En 1892 se dirigió con rumbo al Perú domiciliándose en Lima. Allí realizó una serie de
excavaciones, especialmente en los valles de Lima, Chillón y Lurín, entre 1892 y 1903,
donde descubrió numerosos restos de la cultura Inka, que actualmente forman parte de la
colección del repositorio neoyorquino. Posteriormente exploró y excavó en Chachapoyas y
Cajamarca; aunque también penetró en la vertiente amazónica.
Empero la situación política peruana se tornó convulsa y estalló la guerra civil. En julio de
1894, ante el conflicto interno peruano, prefirió encaminarse a Bolivia 9.
“Antes de trasladar el campo de sus estudios a Bolivia –apunta Ballivián– tuvo el dolor de
perder a su esposa; y, algún tiempo después, contrajo segundas nupcias con la señorita
Fanny Ritter, suiza de nacionalidad y procedente de la familia del coronel ruso don Luis de
Ritter, a quien hemos nombrado al comenzar este ensayo bibliográfico” 10.
Al parecer, con precedencia habría arribado a La Paz en 1892. Permaneció aquél año en la
isla Titikaka estudiándola y recogiendo material arqueológico, al igual que en la isla Koati.
6 2012
7 Aunque se dice que el filántropo Henry Villard también le financió diversos viajes científicos a
América Central y del Sur.
8
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/bandelier.htm
9 Ponce 1995: 70
10 Ballivián 1957: 198
3
Bandelier y Tiwanaku.
4
clan. Bandelier prohíja que esa organización dualista se remontaría al período
precolombino y que habría perdurado desde entonces hasta ahora.”
Se señala que él y su esposa partieron a la isla Titikaka (o del Sol) a fines de diciembre de
1894, y llegaron a Challapampa el 1° de enero del 95 permaneciendo en la ínsula hasta el 15
de abril, es decir casi cuatro meses. Tras una breve estadía en Puno habrían retornado a
ella el 26 de mayo quedándose hasta el 18 de junio, además de otras dos semanas
adicionales en la ilsa Koati (o de la Luna). También se indica que Bandelier habría
excavado en más de una veintena de lugares con especial énfasis en los cementerios. 15
En 1897 Bandelier puso rumbo hacia Pelechuco y Charazani, al norte del departamento de
La Paz. En tal expedición descubrió un lote de piezas de alfarería de estilo Tiwanaku
5
provincial en el sitio Kolani, al parecer en los aledaños de Keara, norte de Pelechuco, en la
provincia Franz Tamayo 19.
En sus incursiones por el altiplano central, nuestro personaje se mostró entusiasmado con
los cráneos humanos que pudo recolectar de las tumbas en grandes cantidades. Mi amigo,
el Dr. Ramiro Alvarado, habla de nada menos que 1.200 cráneos que habrían sido enviados
al museo estadounidense. Probablemente su entusiasmo radicaba en la deformación
artificial que la mayoría debió presentar, así como las trepanaciones que varios de ellos
(65, según Alvarado) ostentaban; “algunos presentaban múltiples trepanaciones”, añade 20.
A propósito, Ponce 21 sostiene que uno de los aportes interesantes del mencionado
estudioso fue que testificó la práctica de la trepanación craneana en una operación en
Santiago de Huata, demostrando que la práctica quirúrgica aborigen continuaba desde el
período precolombino. Trasuntó su experiencia en dos artículos: “"Mitos y tradiciones
aborígenes concernientes a la isla de Titicaca, Bolivia" de 1904; y “Uber trepanieren under
den heutigen indianers Bolivia”, de un par de años después. Con precedencia, el periodista
norteamericano William Eleroy Curtis, le habría entrevistado en La Paz en 1900 sobre sus
experiencias. El texto no deja de ser interesante.
Consideraciones adicionales.
En aquella época fue acusado por la comunidad científica de estar poco preparado y de
obtener conclusiones prematuras. Pese a todo, sus contribuciones en los campos
etnográfico, arqueológico e historiográfico son todavía de inestimable valor para los
investigadores del área andina, dada su prolongada permanencia en Bolivia y Perú (1892-
1903). Tuvo el cuidado de anotar los lugares de procedencia de los objetos que colectaba, y
publicó varios artículos que dan cuenta de sus cavilaciones en torno a la cultura andina.
Conocía, como pocos, las fuentes históricas coloniales lo cual le hacía un precursor de la
Etnohistoria. Asimismo aportó con cierta nomenclatura como la de "chullpa" para
describir algún material pre-inka que, sin embargo, resulta inadecuada.
Ballivián extrema sus elogios refiriéndose a Bandelier con epítetos tales como “distinguido
explorador”, “americanista notable y hombre de ciencia a la vez”. Para el estudioso
boliviano “la labor de este misionero de la ciencia se ha cerrado acaso con este monumento
19 Ibid
20 Alvarado 2007: 121
21 Ponce 1995: 72-73
6
perdurable 22, que nuestra patria no puede menos que agradecer de la manera más
efusiva”23. Tal era la percepción que entonces se tenía en los círculos intelectuales
bolivianos acerca de la obra de Bandelier. Tanto así que cuando en 1903, después de un
decenio de permanencia, se marchó del país, un periódico local publicaba una nota
señalando:
Hacia 1900, ya en Estados Unidos, le vino una fatal dolencia a la vista, que Ballivián
lamenta en su artículo de 1899 25.
Dos años después (el 11 de febrero de 1916), bajo la Presidencia de W. Wilson, se crea el
Parque “Monumento Nacional Bandelier”, nombrado así en homenaje a nuestro personaje.
Este Parque, donde otrora habitaron los indios Pueblo, se encuentra en Nuevo México,
EEUU y consta de 23 mil acres.
En 1977, sus restos fueron llevados a Santa Fe a instancias de ciudadanos influyentes que
querían enterrarlo en el Monumento Nacional de Bandelier. “Sin embargo -señala
Simmons- el Servicio del Parque Nacional arrojó agua fría sobre esa idea, citando una regla
de la oficina que prohibía cualquier entierro en su territorio. Un aullido de protesta pública
se elevó, a la que he añadido mi voz. Luego de tres años de muros de piedra, el Servicio del
7
Parque permite que los huesos del viejo Bandelier sean incinerados y sus cenizas
esparcidas cerca de la base de las casas de acantilado”27.
Dejó varios escritos. En relación a los Andes, Bandelier es autor de: “Trepanaciones
aborígenes en Bolivia” publicado en la Revista American Anthropologist en 1904, “La Cruz
de Carabuco en Bolivia” (1904, Tr. 1957), “Mitos y tradiciones aborígenes concernientes a
la isla de Titicaca, Bolivia” (1904), “Uber trepanieren under den heutigen indianers
Bolivia” (Stuttgart 1906), “The Indians and aboriginal ruins near Chachapoyas, northern
Peru” (N.Y. 1907) y otros artículos. En 1910 publicó su voluminosa obra "The Islands of
Titicaca and Koati" (N.Y.) (cuya traducción data de 1914 y se debe precisamente a la
Sociedad Geográfica de La Paz de la que formaban parte Manuel V. Ballivián, Belisario
Díaz Romero, Edmundo Sologuren –el traductor– y otros intelectuales bolivianos), y el
artículo "The Ruins at Tiahuanaco" (Worcester 1911), obras que al presente se consideran
como clásicas.
Para Ponce, Bandelier representa al típico investigador pionero, con voluntad de estudiar,
pero con las limitaciones de su generación y de su tiempo 28.
Si se me permite un paralelismo, diría que Bandelier puede muy bien compararse con
George Ephraim Squier diplomático y explorador norteamericano que antecedió en tres
decenios a aquél en su paso por Bolivia29. Es posible, incluso, que el suizo-norteamericano
se haya inspirado bastante, en la obra de su predecesor quien, sin embargo, tuvo un periplo
más raudo y no permaneció por mucho tiempo en los sitios de interés, como lo hizo
Bandelier 30. En todo caso, las coincidencias son llamativas, las mismas que se pueden
observar con nitidez gracias al reciente aporte del arqueólogo Juan Albarracín, quien le
dedicó un estudio bastante detallado al explorador norteamericano 31. Se sabe que Squier
estuvo en Tiwanaku y las islas Titikaka y Koati, tomando algunas de las primeras
fotografías de las que se tiene noticia. También Bandelier tomó especial interés por ambos
yacimientos arqueológicos. Bandelier, como Squier con anterioridad, se trasladó a los
Andes con su esposa. Ambos se llevaron de retorno a casa grandes cantidades de artefactos
arqueológicos y etnográficos, siendo que Squier los conservó hasta que se vio obligado a
venderlos a museos y coleccionistas norteamericanos para salir de apreturas económicas.
Incluso coincidieron en sus problemas visuales, tal vez fruto de la escasa luz con las que en
27 Simmons 2012
28 Ponce 1995: 73
29 Ya que estuvo en nuestro país entre 1863 y 1864
30 En su obra sobre las islas del lago, Bandelier menciona varias veces a Squier
31 Albarracín 2011
8
aquella época se leía en la noche, antes de que la bombilla eléctrica de Thomas Edison
(1878) se difundiera en el mundo. Mucho más significativo es que ambos hayan conocido y
seguido a Morgan. Incluso el racismo nortoniano que enarboló Squier, parece haber
permeado en Bandelier, quien a lo largo de su relación sobre la isla Titikaka 32, habla de la
existencia de dos razas que habrían dejado huella de su paso, sugiriendo –además– que la
raza inka tendría cierta preeminencia sobre la aymara.
El subtítulo es apropiado pues, sin lugar a dudas, logré tan solo una “aproximación” a esa
considerable colección formada a fines del siglo XIX por Bandelier por encargo del Museo
Americano de Historia Natural (AMNH) con sede en Nueva York.
Según los registros del AMNH existen, en este repositorio, un total de 3.823 objetos
procedentes de Bolivia, de los cuales 3.103 pertenecerían a la colección que nos ocupa 33.
Es sabido que muchos objetos fueron recuperados en sus múltiples excavaciones, pero
también por medio de compras especialmente a los campesinos. En todo caso las pesadas
encomiendas desde Bolivia empezaron a llegar al AMNH el 23 de octubre de 1895 34.
Se dice que “Bandelier envío muchos de los objetos que halló en sus excavaciones al
American Museum of Natural History, el cual había auspiciado sus investigaciones. Otros
32 1914
33 De ellos, 296 son de la colección Bennett.
34 Datos obtenidos del Catálogo mecanuscrito del AMNH.
9
fueron entregados al gobierno boliviano y actualmente se encuentran en el Instituto
Nacional de Arqueología de La Paz” 35. El texto transcrito es, a todas luces, poco diáfano y
no muy veraz, por lo que sabemos; pues parecería que los hallazgos del investigador se
hubiesen dividido entre Nueva York y La Paz, siendo que –como hemos dicho–él se llevó
más de tres mil objetos y –hasta donde hemos podido averiguar– no hay uno solo que haya
dejado en el “Museo Público” que por entonces existía en la urbe paceña, ni en ningún otro
lugar.
Por lo demás, todo indica que el investigador deambuló por nuestro territorio (así como
por el peruano y el chileno) dinero en mano, para recuperar cuanto objeto interesante se le
presentaba. El propio Nordenskiöld, quien estuvo en el país poco después que Bandelier36
y con similares propósitos, se lamenta cuando señala: “En los valles de Pelechuco y Queara
no he logrado nada de los nativos debido acaso a que Bandelier ya había comprado todo” 37.
En todo caso, es de hacer notar que haciendo gala de su prosapia ibérica, el súbdito
hispano había hollado recintos indígenas sagrados de la isla Titikaka con fines puramente
mundanos y utilitaristas.
10
Garcés y Bandelier formaron la dupla perfecta que a la larga beneficiaría al museo
estadounidense: El primero tenía una senda colección de artefactos arqueológicos, y el
segundo, los recursos económicos para adquirirla. Y así fue.
Catalogación de la colección.
A cada pieza se le ha asignado un código numérico precedido por la letra “B”, con una
breve descripción y lugar de procedencia. Dicho sea de paso, la colección boliviana empieza
con la pieza codificada como B/1500. También, gracias a los apuntes, es posible
determinar cuándo estaba él dónde, y así establecer un cronograma de sus viajes.
Gracias al catálogo, también, se puede inferir (por notas manuscritas añadidas) que en el
transcurso del tiempo, muchas piezas de la colección fueron obsequiadas o intercambiadas
por otras de otros museos, especialmente en el mismo territorio estadounidense. Así, por
ejemplo, varias piezas fueron canjeadas con el Museo de Arte de Cleveland (1921), con el
Museo Carnegie (1906), con el de Yale (1906), con el Museo de Ciencias de Buffalo (1939),
con la Sra. Crosby Brown (1905); con el U.S. Dept. Educ – Wasli (1944), o con el
Departamento de Antropología de la Universidad de California (1922).
Otras en cambio habrían sido regaladas a Bandelier por ejemplo, por Morris K. Jessup
(1901) o por E.P. Mathewson 40.
Por esas mismas notas el lector puede enterarse que varias piezas fueron publicadas (v. g.
por Crawford, en 1916), o sometidas a análisis(por ejemplo, por Root 41).
11
Aparentemente el lugar de acopio inicial de Bandelier era Tiwanaku, sin duda el sitio
arqueológico más reputado por aquel entonces en Bolivia, sin embargo –como se tiene
mencionado– se le negó la autorización para trabajar allí, lo cual debió obligarle a cambiar
de rumbo con tan buena fortuna que encontró, en la península de Copacabana y las islas
del lago mayor, un gran venero de objetos prehispánicos. Parece ser que la relación de
Bandelier con el museo neoyorquino se afianzó cuando aquél conoció la colección de
Garcés en la isla del Sol y la compró por encargo de esa entidad.
En todo caso se tiene dicho que en Tiwanaku se le prohibió trabajar en 1894, pero todo
indica que finalmente logró hacerlo o al menos adquirió piezas de aquella localidad que
hoy se conservan en ese Museo.
Asimismo se sabe que deambuló por el altiplano norte y central acopiando piezas de sitios
como Huarina, Carabuco y aledaños, así como de otros próximos a Patacamaya y Sica Sica.
También llevó a cabo una “expedición” a Charazani–Pelechuco (en la frontera con el Perú),
que al parecer incluyó sitios limítrofes con el departamento del Beni.
Toda vez que no se ha revisado la colección íntegramente, sería aventurado señalar que
existen en ella objetos de data anterior al Formativo y ni siquiera se podría afirmar que se
tienen artefactos de éste período. Lo que hemos llegado a observar, sí, son especímenes
atribuibles al Horizonte Medio, al Período Intermedio Tardío, al Horizonte Tardío y a la
Época Colonial, luego de lo cual se habla de piezas etnográficas que hoy bien podrían
recibir el calificativo de “arqueológicas” pues los grupos humanos con los cuales Bandelier
interactuó hace más de un siglo, han cambiado la cerámica por el plástico, el arco y las
flechas por el rifle, y sus tocados de plumas por gorros de baseball. Sin embargo, en base a
estas consideraciones, podríamos inaugurar una discusión teórica, lo cual no es nuestra
intención al menos en esta entrega.
Tan grande conjunto de objetos pudo habernos tomado muchos meses en su revisión, pero
debo aclarar nuevamente que mis visitas al Museo fueron más bien esporádicas. Queda
pendiente, por tanto, una exhaustiva revisión y análisis del mismo, por parte de personal
boliviano calificado, como una de las labores que el Estado debería encarar en un futuro
cercano.
12
Sin embargo, en este apartado y el próximo, me gustaría mostrar parte de esa rica
colección cuya procedencia es el occidente de Bolivia, así que a continuación procuraremos
realizar una visión panorámica de la misma.
Entre las piezas adquiridas por Bandelier al español Garcés, destaca una singular caja de
piedra andesita ubicada en la zona del “Santuario”, dentro de la que se halló un unku (o
túnica masculina) al que se suman otros cinco unkus que procederían de Copacabana, y
que en su mayoría serían producción indígena, pero realizada después de la penetración
española; por lo que a ese estilo se le ha denominado “inca-colonial”. Tan maravillosas
obras de arte de la textilería andina, han aparecido en diversas publicaciones y han sido
exhibidas fuera de Nueva York muchas veces, pero nunca más volvieron a Bolivia… ni de
visita.
Una de las premisas que se manejan hoy dentro de los estudios andinos, es que el arte más
desarrollado en esta región del planeta, fue el textil; y los textiles en cuestión están
considerados entre las obras de arte más significativas del Mundo Andino. Hay que decir,
de paso, que en los museos bolivianos prácticamente no se tienen textiles de la época
prehispánica o de la Colonia temprana, por lo que la existencia de este conjunto en un
museo foráneo nos afecta como herederos de la cultura andina.
Se tiene, por ejemplo, un tazón (B/2881) con decoración pintada bastante típica en negro
sobre naranja.
También existe, en la colección, la base de una vasija que bien pudo ser un ch’allador
decorado con líneas geométricas en negro sobre fondo rosado.
Asimismo se tiene un jarrón globular (B/2869), con cuello evertido a partir de un punto de
inflexión. Un asa une el cuerpo y el cuello. Decoración pintada en negro y blanco sobre
fono naranja (en el cuerpo) y fondo marrón (en el cuello).
Otro jarrón (B/2882), de acabado menos fino, puede atribuirse a la fase expansiva de
Tiwanaku. Aunque el cuello está quebrado, la forma es reconocible por ser recurrente. El
13
asa aparenta ser zoomorfa, aunque abstracta. Posee decoración pintada geométrica en
negro sobre fondo naranja y rojo.
Un magnífico vaso ceremonial prosopomorfo de gran tamaño, destaca entre las cerámicas
de la colección. Presenta un rostro en alto relieve de forma trapezoidal, rodeado de un
adorno de la misma forma, pero pintado. Se advierten en él 4 cabezas de felinos, uno en
cada esquina, y un signo recurrente que se conoce como “penacho de tres plumas.”
Lastimosamente la pieza está bastante incompleta.
Asimismo se tienen 5 testas de felinos (B/2871, 2872, 2875, 2876 y SAA 006) que, con
seguridad, pertenecieron a piezas mayores (incensarios).Rodean, los rostros, unas figuras
trapezoidales planas de bordes romos, que yo los interpreto como símbolos sagrados, y que
normalmente circundan los rostros radiados antropomorfos que aparecen en la iconografía
de Tiwanaku con mucha frecuencia. La evidencia señala que éste símbolo, que inicialmente
aparece asociado a las figuras antropomorfas que aluden al llamado “Dios de los báculos”,
aparece luego asociado a representaciones de vultúridos, falcónidos o félidos con
exclusividad. Representaciones de otras especies y familias zoológicas, como camélidos,
palmípedas, ofidios, aves prensiles, primates, etc. no lo poseen. Se puede inferir, en
consecuencia, que tales animales, aun siendo muy importantes en la cotidianeidaddel ser
humano, no alcanzaron niveles de sacralidad como los antes indicados.
Estas otras dos cabezas de aves (vultúridos o falcónidos), catalogadas bajo el código 2827,
parecen pertenecer, más bien, a kerus por su tamaño reducido, ya que de pertenecer a
incensarios serían algo más grandes y tendrían, lo que estoy llamando, el “símbolo
sagrado”. En cambio en los kerus, tal símbolo está pintado y a veces expresado en relieve.
También se tiene una cabeza de felino de reducidas dimensiones, pero tallada en piedra.
Podría tratarse de la representación de un chachapuma, personaje que representa a un ser
humano ataviado con máscara de felino (no necesariamente puma). Lastimosamente la
pieza está fragmentada, por cuanto lo dicho queda en el plano de la conjetura (Fig. 20).
Pero a propósito del estilo escultórico llamado “chachapuma” (que, por cierto, también fue
elaborado en cerámica) se tiene una muy pequeña y tosca escultura que parece aludir al
mismo. No tiene más de 5 cm de alto y afecta forma de L. Solo el rostro está delineado,
mientras que el cuerpo es liso y tal vez no tuvo tratamiento alguno (Fig. 21). De todos
modos chachapumas en miniatura, aunque de un gran acabado estético, han sido
14
recuperados en contextos arqueológicos, tales como el publicado por nosotros en 1987 42, y
que pertenece a la colección Buck (CFBLP); o el par de chachapumas que salió de nuestro
pozo de excavación en Pariti43.
De los señoríos aymaras son estos cuencos decorados en las paredes interiores.
También al Período Intermedio Tardío parecen pertenecer dos jarras de cerámica que se
han consignado en el Museo como decoradas plásticamente con efigies de monos, aunque
no se puede tener certeza de que tal animal sea el representado, o tal vez se trate
simplemente de una figura antropomorfa estilizada (Figs. 27 y 28). En todo caso la B/2736
tiene el borde roto y se dice que proviene de Cojata 47, a 3 millas de Chililaya. La B/2628 se
le parece mucho, aunque está en peor estado de conservación (quebrada). La procedencia
anotada es la Península de Copacabana, cerca de la población del mismo nombre.
15
Hasta aquí las piezas mostradas son de una calidad técnica y estética pobres. Sin embargo,
de la ulterior época (inka) se tienen piezas más soberbias, en el entendido de que la
mayoría proceden de contextos más suntuosos especialmente de la isla del Sol, y de la
colección de Garcés.
El plato codificado como B/1854 (Fig. 29), tiene 12 representaciones de ajíes, uno de los
condimentos más importantes en la cosmovisión inka, junto a la sal, sobretodo en rituales.
Otra típica forma es la del plato con poca profundidad llamado, por algunos autores,
“playo”. El de la fig. 30 presenta 4 salientes (2 a cada lado), y está decorado con una franja.
Este otro plato playo (Fig. 31) tiene la misma morfología del anterior, pero la decoración es
un gran círculo blanco con borde negro pintado al centro, sobre fondo marrón claro.
Otra forma típica es el plato playo con asa en forma de cuello y cabeza de pato, cuyo pico
normalmente es triangular y corto.
Esta misma asa puede aparecer de forma más estilizada como en el plato playo que se
observa en la Fig. 33.
De todas las formas de platos anteriormente observadas, de un estilo más imperial, el plato
B/3289 (Fig. 34) es de un estilo más local que se conoce como inka-pakajes 48. La
decoración consiste, normalmente, en varias pequeñas llamas dispuestas en círculos
concéntricos, siempre en las paredes interiores.
Existen, en la colección, varias ollas de boca ancha y doble asa horizontal. Acá se muestra
la B/1885 (Fig. 35).
También se tienen varias ollas con pedestal y asa perpendicular, forma bastante recurrente
en la cerámica inka.
Menos frecuentes, y más bien curiosas, son las ollas trípodes como la B/1889 (Fig. 37).
Conserva, sin embargo, la forma y posición del asa.
Hay otra forma típica inka, a la que se podría llamar aríbalo trunco, pues si bien el cuerpo
es como el de los aríbalos, este no se angosta (más bien se corta), y el cuello es bastante
amplio. Hasta donde sabemos en la colección que nos ocupa se tiene solo una de estas
piezas (Fig. 38); muy bien conservada.
Otras formas recurrentes son las jarras con asa vertical o transversal, de cuello corto o
largo.
16
Esta otra forma es extraña, y quizás se trate de un híbrido entre el aríbalo y formas de
cántaros locales del área centro-sur andina.
Finalmente están los aríbalos que en la colección boliviana del museo neoyorquino son
muchos (al menos 12).
La decoración del aríbalo codificado como B/1891 (Fig. 43) es considerada inka imperial
(del tipo VFP). Presenta el borde quebrado.
Esta otra decoración, igualmente, se considera inka imperial (del tipo X & Bar). Tiene las
asas y el borde quebrados.
La colección Bandelier posee varios vasos de madera de estilo inka y neo-inka o inka
colonial 49, pero no llegué a evidenciar si son de origen boliviano.
De probable filiación inka es esta illa o amuleto de piedra en forma de camélido (Fig. 47).
Esta sección del museo, también posee interesantes especímenes cuya procedencia es
Bolivia.
Se sabe que Bandelier tenía obsesión por los cráneos, de manera tal que colecto y se llevó
muchos. Hay quienes dicen que hasta medio millar, lo cual no he comprobado ni
descartado. Empero, en una carta que él dirige a la Sociedad Geográfica de La Paz, señala
que las chullpas (o torres funerarias) de Patacamaya estaban llenos de cráneos bien
conservados y muy interesantes. “Trepanados los hay en la proporción de seis por ciento y
casi la cuarta parte de los demás muestra contusiones y heridas”, señala. Dice luego que la
colección de cráneos lograda llamará a un estudio minucioso y que tiene ya comprometida
la participación del Dr. Franz Boas, en el NE de Asia, en ese momento para tal fin.
49Es decir, producidos por manos indígenas pero ya bajo la dominación española.
50Entiéndase tortera como la pieza discoidal en la parte inferior del huso que ayuda a torcer la
hebra al hilar
17
También dice que ha enviado unos ciento cincuenta cráneos de los cuales unos quince
estarían trepanados 51. En otras palabras, ciertamente embaló una cantidad apreciable de
cráneos humanos con destino a Nueva York.
La cantidad resultante es llamativamente alta. Hágase notar que la lista no incluye restos
más pequeños de cráneos.
Me llamó la atención un cráneo que posee el código B/3363 (Fig. 49). El mismo se halla
dividido (tal vez por el aplastamiento que provocó deformación pos mortem) a la altura de
la sutura coronal. En el lado izquierdo del hueso frontal se advierte una línea incisa de
forma irregular que sin dudas era un pretendido corte artificial del tejido óseo (trepanación
quirúrgica) que sin embargo no tuvo éxito. Tal parece que el cirujano procedió luego a
penetrar a la bóveda craneal mediante otro agujero irregular practicado unos centímetros
más abajo; lo que pudo producir una fractura y, en consecuencia, la muerte del individuo.
Fuera de los múltiples cráneos, la colección posee una gran cantidad de “restos
humanos” 52. Estos pueden referirse a momias o partes anatómicas articuladas. Tal vez con
tejido muscular.
Dentro de ese grupo se tienen varias momias, todas ellas genuflexas, por lo que podemos
asumir su filiación aymara.
La momia codificada como B/6111 (Figs. 50 y 51), está completa y en bastante buen estado
de conservación. Presenta deformación craneal. Está asociada a una cabeza de perro,
animal que debió acompañar al individuo inhumado. La procedencia anotada en el
catálogo es Pelechuco.
La momia que ostenta el código B/6330 (Fig. 52), procede de Puka Urku y también se halla
completa, aunque se dislocó el cuello seguramente al poco tiempo de su inhumación y
quedó con la cabeza inclinada al lado derecho.
A la momia B/6565 (Fig. 53), le falta la cabeza. Tal vez ello se deba a la práctica
contemporánea de robar cráneos humanos para rituales mágicos. Procede de Pallca Kuchu.
Con esta otra momia (B/6611, Fig. 54), sucede lo mismo que con la anterior, es decir, le
falta la cabeza. Mediante observación clínica se determina que el sexo del individuo es
18
masculino, debido a la buena conservación del saco escrotal y piel del pene. La procedencia
del espécimen anotada, es Charasani.
Adicionalmente debemos señalar que Bandelier realizó los primeros mapas de las islas del
Sol y la Luna, así como una docena de planos que él publicó en su ya célebre obra referida a
las islas del Sol y la Luna en el lago Titikaka. Las acuarelas originales del estudioso se
conservan en el AMNH, y gentilmente se nos permitió fotografiar.
19