12 Ecdp - Segunda Parte
12 Ecdp - Segunda Parte
12 Ecdp - Segunda Parte
pág. 121
Wystan Hug Auden
pág. 122
Epitaph on a tyrant
Funeral blues
pág. 123
Funeral blues
pág. 124
Cristiane Grando
(Cerquilho, Brasil, 1974). Poeta, fotógrafa, traductora e investigadora.
Es gestora del espacio cultural Jardim das Artes, Ciências e Educação
(Cerquillo, São Paulo, Brasil). Defendió magíster y doctorado en la
Universidad de São Paulo con estudios sobre la obra de Hilda Hilst.
Desde la Universidad Estadual de Campinas desarrolla su post-
doctorado realizando un continuo trabajo de difusión de la obra
hilstiana.
Es autora de los poemarios Caminantes (2003) y Fluxus (2005) escrito
en la ciudad de Castro, Isla de Chiloé, Chile.
Los poemas escogidos pertenecen a este último libro.
pensas
que sou feita
de carne, ossos, sangue?
não
¿piensas
que estoy hecha
de carne, huesos, sangre?
no
pág. 125
XI
XI
XV
XV
pág. 126
Nuno Júdice
(Mexilhoeira Grande, Portugal, 1949). Poeta y ensayista. Estudia
Filología Románica en Lisboa y se convierte en profesor de Secundaria.
En 1989 se doctora en la Universidade Nova de Lisboa con una tesis
de literatura medieval y es allí donde actualmente imparte. Desde 1997
desempeña en París el cargo de consejero cultural de la embajada
portuguesa y actúa como delegado del Instituto Camões.
Ha sido traducido al español, italiano, inglés y francés. En 1972 publica
su primer poemario, A Noçao de Poema, al que le seguirá una buena producción.
En el año 2000 se recoge toda su obra poética hasta ese momento y se le concede
el Premio de la Crítica.
El poema que hemos seleccionado pertenece al que es su último poemario hasta
la fecha, Geometria Variable (2005), publicado en la prestigiosa editorial Don
Quixote.
IMAGEM DO MUNDO
pág. 127
IMAGEN DEL MUNDO
pág. 128
Jacques Prévert
(Neuilly-sur-Seine, 1900 - París, 1977). En Bretagne transcurre
casi toda su infancia. Siendo joven, conoce a André Breton,
Raymond Queneau y a los surrealistas. Entre 1932 y 1937 se
dedica activamente al teatro, escribiendo los textos que el grupo
Octubre ponía en escena. Su amor por todas las artes le llevó al
cine y a la música. Cantantes de la talla de Yves Montand o
Julette Grèco han interpretado sus letras. Hasta 1945, cuando
vuelve al teatro de la mano de Picasso, se dedica al cine, yendo a
Hollywood a participar con sus guiones, y participando en films
tan importantes como Muelle de brumas de Michel Carnè. Ese
año, tan significativo para los europeos, presenta su célebre
poemario Paroles. En los cincuenta explota su faceta narrativa y la pictórica,
dedicándose a los collages, exponiendo en 1957 en la Galería Maeght parisina y
escribe sobre Joan Miró y Paul Klee. Muere en París este polifacético hombre en
1977, de un cáncer pulmonar.
Los poemas escogidos salen de Paroles, donde la poesía de Prévert juega con el
lenguaje hasta límites insospechados: calambures, zeugmas, neologismos,
equívocos... Un placer para la lengua francesa y uno de los poetas que mejor
representan el París que se hizo leyenda en los años posteriores a la Segunda
Guerra.
pág. 129
DIMANCHE
DOMINGO
pág. 130
ARTÍCULOS
“Breves notas sobre literatura infantil y juvenil en España”, Daniela Martín
Hidalgo [132]
“Crónicas de una libertad vigilada”, Marta Raquel Zabaleta [139]
“De Pessoa a nuestros días: Poesía portuguesa”, Salvador García Ramírez [155]
“El flamenco en el cine”, Pedro Fernández Riquelme [164]
“En el confín de arrojar piedras (Sobre Mal de Confín de Eugenio Castro)”,
Esther Ramón [169]
“La peste negra e Ingmar Bergman. La crisis bajomedieval en el tránsito hacia la
modernidad. El Séptimo Sello (Det Sjunde Inseglet)”, Rafael Jiménez Torres
[171]
“Las vidas robadas”, Itziar Pascual [179]
“Marcela y otras mujeres valientes en El Quijote”, Aurora Saura [183]
“Obabakoak-Obaba”, Ana Luisa Baquero Escudero [193]
“Pasolini: el misterio, la verdad de la carne”, Alejandro Hermosilla [196]
“Pedro Almodóvar: aprender regresando”, Ángel Manuel Gómez Espada
[203]
“Pequeños guerreros de los videojuegos destruirán el mundo”, Salomon
Valderrama Cruz [212]
“Tiempo y cuerpo en Love and Rockets”, Breixo Harguindey [220]
pág. 131
Breves notas sobre literatura
infantil y juvenil en España
pág. 132
por tanto y aunque brevemente, ser analizada. Éstas podrían ser unas notas de
acercamiento.
pág. 134
Otros géneros
El problema de la lectura
pág. 138
Crónicas de una libertad vigilada
MARTA ZABALETA
Pipo Pescador
‘Canción de la fotografía’
(Buenos Aires, 1975)
El patito ausente
(13 de noviembre de 1976, Parque Palermo, Buenos Aires)
pág. 139
esperadas y las verdaderas. Abismos entre el ser imaginado que habita en la
fantasía y la aburrida realidad circundante. Ser o sentir, actuar o meditar. Ideas
con frecuencia pujando una contra la otra (o las otras) en la ansiedad de la misma
persona, en la antigua pugna de los discursos ideológicos por tratar de ejercer su
propia dominación y hegemonía en un mundo marcado por la desigualdad social.
Puja ésta que, por suerte y definición, no puede sino que tener un carácter
transitorio, me decía, y me digo... Por ello, si se piensa en el exilio positivamente,
o sea, de acuerdo con la manera de pensar que está hoy de moda, y si como lo
afirma desde hace siglos el refranero español, “No hay mal que dure cien años, ni
cuerpo que lo resista”, alguien puede incluso ganar al exilarse, asumiendo una
nueva identidad. No todo, en suma, será pérdida. Y para quienes aterrizamos
contra nuestra voluntad en países tan diferentes del nuestro, es primero y después
de todo, una disputa entre el ser y el estar, verbos del castellano que para más
mala pata se han resumido en la isla de mis encantos en el verbo inglés ‘to be’.
La lorita iletrada
pág. 140
De personas (y lenguas) vivas o muertas
pág. 141
El exilado: hombre, casado, padre de familia
pág. 143
Una cosa parecida ocurría en el organismo becario del refugiado de
verdad, Alberto Hin Richsen, o sea, en el WUS. Aunque yo misma le había
tenido que conseguir allí una beca de Research Fellow por tres años, con la ayuda
de grandes amigos de él y míos en Buenos Aires, y especialmente del Dr. Luis
Weintein, de Alfredo Monza y de un ex profesor nuestro de cuando estudiamos
los dos en Chile, y que estaba en Buenos Aires de Director de CLACSO, el
abogado chileno Ricardo Lagos. Pero es que, se me explicaba aquí en Londres,
una y otra vez, no había en el WUS programa de becas para argentinos; bueno, y
en especial, contestaba yo, cuando como yo, éramos argentinos… pero mujeres...
porque para hombres argentinos casi chilenos, dos excepciones, por lo menos...
Y todos lo sabíamos… Me alegro por ellos, aunque esto revele el
machismo tradicional de la izquierda chilena.
No obstante, entre los colegas de ambos sexos, nativos, brasileros o
refugiados chilenos que estaban alrededor del ILAS (Instituto de Estudios
Latinoamericanos) de la Universidad de Glasgow, la situación era marginalmente
un poquito mejor. Un 99% eran hombres, eso sí. Las mujeres brillábamos por la
ausencia en los corredores del Instituto. No obstante, los hombres pronto me
aceptaron como una de ellos, aunque el Instituto jamás me ofreció ni siquiera una
mesa adonde trabajar y dejar mis libros, durante las largas horas en que esperaba
allí para colectar a mi hijita del playgroup de la universidad, para volver luego al
Wolfson, Hall de Residencia en donde habitábamos en el Garscube Estate.
Pero hay excepciones, como se verá. Y como dice el dicho ‘no
hay bien ni mal que dure cien años’. Yo creo que ayuda el hecho de
poseer identidades facetadas (tales como la de ser estudiante, hija,
profesional, amiga, militante, madre, esposa, ama de casa, amante,
investigadora, vecina, heterosexual, chilena, argentina, inglesa, atea, o
lo que se sea). Pero se requiere estar siempre con la guardia alta,
bastante alerta como para saltar de una posición a la otra como
quien no quiere la cosa. Desde mi posición social subordinada de
mujer miraba yo así mi nueva realidad genérica con anteojos de
doble visión: con vidrios socialistas abajo y feministas arriba, y como
ya es bastante sabido, casi nunca se mezclan para dar una mirada
integradora. Al fin, encontré alguien precisamente dentro del WUS
que se ocuparía de mí. Pauline Martín: eso pasó recién en 1980. Pero
pasó. También en 1979. Conocí a dos académicas inglesas y feministas que
ayudaron a cambiar mi manera de pensar: la Dra Kate Young, mi supervisora del
IDS, y Georgina Ashworth, directora de CHANGE, que trabajaba en solidaridad
con mujeres refugiadas de NU.
pág. 144
Una identidad en transición
(Entre las 7.00 a.m. del 15 de noviembre en el Cuartel General de
Coordinación de la Policía Federal, Buenos Aires, hasta el 16 de
noviembre de 1976, 19.00 p.m., Holland Park Hotel, Londres)
Pero, ¿cómo ocurre eso de adquirir una nueva identidad al llegar al exilio,
si una es mujer? Aunque tengamos ya una eficiente teoría de los géneros sociales,
aunque recitemos de memoria el ABC del post-feminismo, y hasta con los ojos
cerrados sepamos la teoría de los roles, ¿qué nos pasa a las mujeres cuando
queremos aplicar esas teorías? Si ni siquiera tenemos la palabra ‘sujeta’ en el
idioma español. O sea que si el pato de este cuento hubiera sido hembra, por
ejemplo, su caso no habría cabido bien en este espacio, lo siento. Nos toca aún
avanzar mucho en materia de discursos feministas y en el cómo hacerlos
efectivos. En especial si siguen sin alterarse los sistemas que nos atrapan y
definen, incluida la lengua materna. Y se mantienen las estructuras sociales y
conductas individuales tradicionales, en términos de clase, raza y género.
pág. 146
Pues vámonos, con el Che Guevara, que decía públicamente defender a las
mujeres, (una constante que no oculta la relativa debilidad genérica que se le
atribuye entre cierta izquierda al supuesto ‘sexo débil’). Algo en común del ABC
del pensamiento comunista y socialista en toda la América del Sur, del Norte y
del Caribe, al igual que presente en el catolicismo y las derechas de todo tipo por
entonces. Y, para ello, pongámoslas a toditas juntas, a las mujeres, en el mismo
pabellón durante los heroicos trabajos voluntarios en Cuba, o en las campañas de
alfabetización. Y a los hombres, en el suyo. Separados.
El goce sexual seguiría siendo un tabú y practicado a escondidas, sería
porque bajaría la productividad al cortar la caña de azúcar, por entonces columna
vertebral de la economía cubana…
Y no es porque se pensara que todas las mujeres eran lesbianas, y los
hombres todos gay. Los gay iban directamente a las cárceles de corrección, como
le pasó hasta a Pablito Milanés. Y la mujer ‘normal’ era siempre considerada
como propiedad de su ‘prójimo’, pero nunca lesbiana, por supuesto, si era
revolucionaria. En el Chile, en la Cuba o en la Nicaragua socialistas los
parámetros genéricos parecieron regidos con permiso tácito del Vaticano y en
beneficio más vale de los hombres… Digo esto con todo respeto, pues es una
decisión táctica como cualquier otra: se trataba de juntar fuerzas… De lo que
específicamente dijera el Che Guevara acerca de la Mujer Nueva, no me voy a
ocupar aquí, aunque no sería muy largo de contar.
Pato huérfano recién salido del cascarón en el campo, pero con una
hermanita o hermanito (hembra o macho), lo llevaron a la ciudad. Allí pasó a una
caja en donde esperó ser vendido, en las afueras de la estación de trenes de Retiro
(ahora hecha famosa en el exterior por el film de Parker a la Madonna), y de allí
pasó a estar en mi bolsa el día que los compré a los dos patitos. Eran tan
pequeños que cabían en mis manos. Parecían más bien huevos peludos con sus
plumitas de un amarillo suave. Verlos me hizo olvidar del horror que había vivido
esa misma tarde de sol dentro de las paredes del Palacio Presidencial. La famosa
Casa Rosada, lugar del que Evita se convirtiera en vida en la única reina. Bueno,
eso, claro, hasta que llegó la Madonna y convenció a Menem que le prestara el
balcón para hacer la película.
Exilio
La madre enojada
le quiso pegar.
Y el pobre patito
¡se puso a llorar!...
Patito malo, ya vas a ver, / negrito y joven, que vas a hacer! / Te llaman el
clandestino / por no tener papel / Pato vago, clandestino / Terrorista,
clandestino. / Manu Chao, terrorista... / ¡Y para Bush y Blair / el premio Nóbel!
pág. 150
Volvía a casa. Un día más haciendo gestiones para que mi marido, que
estaba prisionero de la dictadura argentina, quedara en libertad. Me habían
interrogado una vez más en la oficina del Jefe de la Secretaría de Información
Política de la Presidencia, adscripta al Ministerio del Interior. Este dependía
directamente del General Videla, el Jefe de la Junta Militar que tomó el poder el
24 de marzo de 1976, así que mis interrogatorios sucedían en la Casa Rosada, o
sea, el Palacio Presidencial, y, si no hubiera sido por el miedo, me hubiera
sentido una Eva Perón.
Fue ese el día en que los dos patos campesinos pasaron a convertirse en
patos casi burgueses.
Pero hoy es otro día. Ahora me echan de mi país. Hoy, en cambio, de pato
doméstico Patito pasará a convertirse en un pato salvaje. Todo un Pato Nuevo,
digno de un cuento corto de Ibsen. Eso lo insinuaba su cuello demasiado
alargado y empujado hacia delante como para
llegar más rápido a alguna parte segura. Así lo
traté de entender yo, y fue como si me tomara
un cocktail hecho de pena, alivio, una tristeza
que corta el pecho y un gran sentimiento de
culpa que no deja respirar, como cuando me
soltaron del campo de concentración en Chile:
lloraba para mis adentros por la repentina
ruptura de Patito con las condiciones materiales de su existencia, y por ende por
el quiebre impuesto sobre su identidad que le había ayudado a disimular su
antigua condición de pato de la calle, tal vez de conciencia proletaria.
Reflexionaba así que volvería, que seríamos millones de patos salvajes. Volver.
No sabía que perder(lo) todo era otra vez mi futuro, porque no aceptaba que ése
su nuevo destino reflejaba el futuro que me esperaba a mí. Que eso era su exilio.
Cantando con mi pena / llevaba mi condena / y todo me pasaba / ¿por no
llevar papel?...
Espejo lleno de luces y de muchas sombras sería mi encuentro con la
civilización del otro lado del Atlántico: la Europa de mis antepasados maternos y
paternos. Y yo pensaba que... pero la conductora del auto en que retornábamos al
piso que alquilábamos en el hermoso barrio de Belgrano R, una buena vecina, la
Señora V., me hablaba muy nerviosamente, mientras me tocaba el brazo.
Supongo que ella tampoco habrá resistido demasiado bien a la escena de la
despedida del pato. Lo cierto es que me hablaba con un acento perentorio que
me obligó a dejar de mirar para atrás, de despedirme sin palabras ni lágrimas de
Patito. Me sentí moralmente obligada a concentrarme y tratar de escuchar lo que
me decía. Pero me costó un mundo.
Me pareció molesta. Como el pato, e igualmente sin una necesidad
aparente, giraba ella su cuello como con un afán exagerado de querer abarcar
todos los ángulos de ese enorme parque al mismo tiempo. ¿Tal vez sentiría
también ella mucho miedo? Siempre existía en mí después del golpe en Chile esa
pág. 151
persistente, no localizada, sensación de terror, ese pulsar agitado del corazón, esas
ganas de huir muy rápido. Me sentía como si fuera culpable de un crimen que
sabía que no había cometido. Es que entonces no necesitaba dormir para tener
pesadillas: la vida era una pesadilla. Es el mismo miedo agazapado tan típico que
siempre siento cuando ocurre un hecho de violencia. Cuando estoy en el Reino
Unido, cuando entra en guerra contra algún otro país, cuando bombardean
Kosovo, casi como cuando era chica y Argentina decretaban el estado,
especialmente si lo que gobernaba era una Junta de las Fuerzas Armadas. Por eso
es que no puedo ver películas que hablen de la guerra atómica, ni puedo mirar
noticias de muertes ni hecatombes naturales en la televisión. Ese miedo ha
quedado para siempre como parte de una misma. No se puede sino que
racionalizar.
Exilada
pág. 152
La internalización de la desconfianza, contrapartida psicológica de los
estados terroristas
¿Podría ser que acaso alguna policía secreta nos hubiera seguido, y pudiera
interpretar al animal como un señuelo, y al nuestro como un acto subversivo, una
señal convenida para dar comienzo a una operación terrorista? Se sentiría mi
amiga también culpable, aterrorizada de estar haciendo algo malo, de haber caído
en las trampas de la subversión; pero... por qué esa mujer nos mira así desde el
coche que nos pasa, ¿por qué, flor del jacarandá de mis amores tempranos,
suspirabas vos también cuando te guiñé un ojo para no decirte hasta luego? La
traición al patito pronto se traduciría, como puede verse, en pena por mí misma.
Pero no, tal vez no: ahora pienso que tal vez para ella, el animal que
caminaba hacia el lago del parque de Palermo, era apenas un inocente más. No
un terrorista subversivo. Pero: ¿iría él adquiriendo automáticamente, conforme
avanzaba hacia su nuevo desprotegido destino, la sensación de pertenecer en
condición de total igualdad a su especie? A la etnia de los patos y patas amarillos
con unas manchitas negras en la cabeza, como los dos patitos atorrantes que yo
criaba en el canal que pasaba al lado de mi casa cuando tenía seis años. Allá en
Bouquet, Provincia de Santa Fe.
En suma: esos patos sin abolengo ninguno, pero que son
todos argentinos, che. La pertenencia a una nación sin razas otra
que la blanca o, perdón, la identidad de los patos de etnia amarilla la
proveería, me imaginaba yo, el sabor y el olor del agua, dado que era
cosa de patos, no como a mí. Que cuando era una nena sola
jugando en el gran parque de mi casa ubicada en la cañada del Río
San Antonio, o en las chacras de los vecinos, o en los campos de
mis tías y tíos, en suma, en aquella plana, pacífica, bella y noble
tierra del Litoral Santafecino, adquirí mi identidad espacial por el
color que tenían los girasoles y el lino de mi pago: una identidad
giratoria color de sol.
(**) Agradecimientos: Mi profundo reconocimiento a quienes me ayudaron a desvelar ciertas verdades ocultas en mi memoria
y mostrarles a medias en estas páginas, y porque de ellos habré de nacer. A mi hija Yanina por su interés en leerlas, su enorme
entusiasmo por entenderlas y por su apoyo todos los días. Como muchas cosas en mi vida, sin ella no las hubiera escrito, pero
por y para ella sí lo pude hacer. A mi hijo Tomás, por convencerme desde lejos (Menorca) que debía darle prioridad a este
pág. 153
trabajo por sobre todo los otros. A las médicas y médicos de The Limes Medical Centre, especialmente al Dr. Ashford, que
viene escuchando los efectos de estas historias desde 1984 en adelante en mi pobre cuerpo somatizado, y ayudándome a
superarlos y a crecer con ellos. A Brenda Clowes, sin cuya enorme generosidad, exquisito ejemplo personal y consejos tan
tiernos como sabios no hubiera podido ni siquiera intentar escribirlas: es esta una escritura un tanto dolorosa. A CARA
(Council for Assissting Refugee Academics) por proponer mi nombre como ejemplo de mujer refugiada, en mi calidad de ex
becaria de la institución de la cual naciera la Society for the Protection of Science and Learning of the UK. Muchas gracias a
Lucía y Carlos Héctor, Marina y Jimmy, Graciela Guilis y Pablo Gutman -en cuya casa de entonces, abril de 1976, Alberto -
mi ex marido- pasó la última noche antes de que lo secuestraran, y a las/os lejanas /os, pero no por ello virtuales, Alfredo,
Judith, Nela, Gladis, Andrés, Sonia, Nessa, Ri, Carlitos the Second, Pedrito de Yorkito, Consuelo, Katerina, Haydee, Pepe,
Traful, Myriam, Carlos Omar, entre otras/os , que saben bien cuánto les debo. A Claudia Hasenbegovic, por su pasión; a sus
colegas Sally Coves, Andrea Sorrel y a Pat, por haberme defendido en las cortes, cuando pedí el divorcio. ¿Y a quién más sino
a mi más Querido Amigo? Para vos, gaucho, todas las Gracias...
pág. 154
De Pessoa a nuestros días:
Poesía portuguesa
SALVADOR GARCÍA RAMÍREZ
pág. 155
Presupuestos
La revista Presença
pág. 156
poetas líricos a caballo entre el modernismo representado por Pessoa y el
representado por el presencismo. Me estoy refiriendo al erotismo de Antonio
Botto, al saudosismo de Afonso Duarte y de una manera especial a Florbela
Espanca y sus sonetos de indudable belleza traspasada de sentimiento, y de quien
se acaba de celebrar el 75 aniversario de su desaparición, a los 34 años de edad.
A la lisboeta Orpheu, sucede en el panorama poético la revista Presença. En
ella se expone lo que se ha dado en llamar el segundo modernismo portugués.
En su trayectoria, cambiante y de intensidades variables, se ejemplifica el
conflicto que surge con los planteamientos del Neorrealismo. Frente a éste, se
opta por una literatura más alejada de cualquier corriente política o de
compromiso social. Tal vez sea esa una de las razones de su larga vida, su falta de
oposición a la dictadura y su ausencia de sentido crítico ante la situación del
pueblo portugués.
En sus páginas colaboraron Fernando Pessoa y Mário Sá-
Carneiro. En realidad, serán los poetas jóvenes de Presença quienes
iniciarán el reconocimiento del creador de los heterónimos. Pero, entre
sus colaboradores más asiduos y sus más emblemáticos representantes,
habría que referirse a Miguel Torga, a José Régio, a Carlos Queirós o a
Casais Monteiro. Como denominador común, en sus versos, de
concepción clásica, huyen del hermetismo de las aventuras formales y
conceptuales.
El Neorrealismo
pág. 157
El Surrealismo
Poesía 61
pág. 159
Falou de si próprio como de um Messias
pág. 160
E a música do vento é frio nos pardieiros.
Na minha terra, porém, não há pardieiros,
que são todos na Pérsia ou na China,
ou em países inefáveis.
A minha terra não é inefável.
A vida na minha terra é que é inefável.
Inefável é o que não pode ser dito.
Sin pretender ser exhaustivo, habría que sumar a los anteriores a autores
como António Ramos Rosa (1924), ensayista y prolijo poeta. Su obra, de
continencia formal y pudor en los sentimientos, explora sobre lo real más
inmediato, hacia un encuentro con la materialidad desde la que palpita la
experiencia, el deseo y el presentimiento, más que la evidencia. Añadir además a
la prolongación del neorrealismo con Manuel Alegre (1937), el lirismo amoroso
de David Mourao-Ferreira (1927-1996), el surrealismo y la obra inabarcable de
Raul de Carvalho (1920-1984). Es preciso mencionar también, en el terreno de lo
experimental, nombres como Ana Hatherly (1929), ensayista interesada por el
Barroco; Ernesto de Melo e Castro (1932), antólogo y divulgador; Alberto
Pimenta (1937) y António Gedeão (1906-1997), profesor de Física y Química,
que sorprende con lo científico en su discurso poético. Resulta obligado
mencionar también a Pedro Tamen (1934) y su inspiración cristiana, sonetista y
gran conocedor de la mitología clásica.
La década de los 70
Los ochenta
pág. 161
crítico sobre la poesía contemporánea de su país. De claro rigor métrico, exalta
los valores míticos, simbólicos y ligados con la naturaleza. António Nogueira, de
ácida espontaneidad, naturalidad desinhibida y feroz ironía en lo que respecta a
los mitos y tópicos culturales. Gil de Carvalho, con un estilo breve y despojado
que se ha ido abriendo progresivamente al influjo oriental. Adilia Lopez, quien
abunda con humor en la temática sociológica con sus antipoemas. Carlos Poças
Falcão, con una obra densa y rigurosa que profundiza hacia lo filosófico y lo
religioso, etc.
Los noventa
[Nota sobre la autoría de los poemas: Los fragmentos en portugués, por orden de aparición, pertenecen a: Helberto Helder,
Ruy Belo, Sophia de Melo, Eugénio de Andrade y Jorge de Sena. Los fragmentos en español pertenecen a Tiempo de tranvías,
poemario sobre Portugal de Salvador García Ramírez.]
S Físicas.
pág. 163
El flamenco en el cine
Este país tiene un grave problema: no sabemos convivir con el tópico que
hemos contribuido a crear. Pero ese tópico, que tanta gracia nos hace, es la fuerza
que nos da nuestra herencia cultural para saber quiénes somos y hacia dónde
vamos. Aunque nos riamos de Valderrama o Marifé de Triana delante de
nuestros intelectuales amigos y nos avergoncemos de los homenajes que TVE
hace a Lola Flores, no podemos dejar de emocionarnos cuando suena esa
dramática letra que cantaba nuestra madre en casa mientras hacía sus labores
domésticas, ni podemos dejar de deleitarnos con la sensibilidad de un fandango
de Antonio Molina o una zambra de Caracol.
El cine flamenco español es la lucha entre el tópico nacional, el arte
caduco y la cultura de la sangre. Pocas veces hemos creado buen cine sobre
flamenco, pero hay suficientes muestras dignas para elaborar un artículo.
Evidentemente, hay tres etapas: antes de la Guerra Civil, el franquismo y el
cine actual.
Escaso es el cine antes del trágico conflicto bélico. En España apenas hay
productores interesados en el todavía nuevo arte y la industria está muy poco
desarrollada. Pero desde luego el cine protagonizado por las estrellas de la copla
o del flamenco, elementos que no se pueden separar porque los artistas de la
época interpretaban ambos géneros por cuestiones de
supervivencia, era un gran éxito. Era el cine “comercial” por
excelencia, donde combinaban historias de amos ligeramente
melodramáticas, notas de humor castizo y mucha música
folclórica. Destacan dos obras por encima de todo.
María de la O es una película dirigida por Francisco Elías, de
un carácter totalmente popular y que indiscutiblemente, por la
excelente aceptación del público y por la popularidad de la zambra
(mezcla de copla y flamenco) de Valverde, León y Quiroga a
través de la cual gira el melodrama, ha sido uno de los pilares
básicos para la propagación de la Copla en la sociedad española.
Sus intérpretes son verdaderas estrellas del folclore español, la
gran Pastora Imperio, y la no menos grande Carmen Amaya. Las
pág. 164
acompañan en el reparto Antonio Moreno, una vieja gloria española en el cine de
Hollywood y Julio Peña. Fue rodada en 1936, aunque no se estrenó hasta el 27 de
noviembre de 1939 en los cines madrileños El Imperial y El Palacio de la Prensa.
La música de la película fue compuesta por el maestro Quiroga, y el cante
flamenco está interpretado por la Niña de Linares y el Niño de Mairena.
La historia del guión es trágica al principio y feliz en su desenlace, y su
trama nos acerca a las costumbres y tradiciones gitanas y también nos refleja en
algún modo la diferencia social de las personan adineradas de entonces con la
gente llana del pueblo que en su mayoría vivían con lo justo. Carmen Amaya
representa a María de la O, hija de un famoso pintor que vuelve a España con
una identidad falsa, pues tuvo que huir de la justicia años atrás por matar al
gitano que le quitó la vida a su mujer, que fue la musa de sus cuadros. Pastora
Imperio encarna el papel de madrastra de María de la O, aquella que con mucho
cariño la vio crecer y la vio convertirse en guapa y enigmática joven. El gitano
enamorado de María de la O se siente abandonado cuando ve que ella se va a
vivir a la casa del acaudalado extranjero, creyendo que ella se entregaba a él por
dinero. Ni el gitano, ni la propia María de la O, sabían a ciencia cierta de quién se
trataba, ella misma no comprendía la aptitud de aquel hombre que le regalaba de
todo y la mantenía como una reina sin pedirle nada a cambio. Al final todo se
aclara, el padre queda libre de los cargos por los que era perseguido, y María de la
O y su gitano terminan juntos y además con la bendición paterna.
Debo hacer referencia a que la canción María de la O, antes de servir de
argumento para esta película, ya era una copla conocida y había servido incluso
para montar con ella un espectáculo teatral.
La Copla Andaluza, más que una película, fue un teatro-cine experimental,
como le llamaron entonces, ya que se trata de espectáculo
escenificado, representado en un teatro y filmado como si se
tratara de una película. El guión estaba escrito por Pascual Guillén
y Antonio Quintero, que lo crearon para el Niño de Marchena y
Angelillo en 1929. A consecuencia de su gran éxito se representó
de nuevo en la década de los años 40, pero esta vez con Rafael
Farina como protagonista. Esta misma versión se llevó al cine en
el año 1959 y fue puesta en escena por la compañía Los ases del
flamenco con el anteriormente citado Rafael Farina, Adelfa Soto,
Porrinas de Badajoz, La Paquera de Jerez, Fernanda Romero,
Luisito Galán y el ballet de Lina y Miguel, más los cantaores El
Sevillano, Beni de Cádiz, Álvaro de la Isla y Calderas de
Salamanca, junto a un plantel importante de actores. Es el film
con más artistas flamencos de la historia. Fue dirigida por Jerónimo Mihura.
pág. 165
2. Durante el franquismo:
pág. 168
En el confín de arrojar piedras
(Sobre Mal de confín de Eugenio Castro)
ESTHER RAMÓN
pág. 169
nombran la muerte, le ponen rostro, le inventan un cuerpo para poder mirarla. Si
acude lo que se invoca, sólo se da forma derramando la propia.
En el confín arrojar piedras, arrojar palabras como si fueran piedras que
indiquen en su caída última la insondable profundidad del pozo.
Así, para avanzar, para tocar el borde, el poeta, tanteando, busca puertas.
Las de los ciclos, el limno del crepúsculo y el del momento previo al amanecer,
esa “hora del lobo” que inspirara a Bergman, aquella en la que
según viejas leyendas más gente muere y más niños nacen, y se
escuchan otros olores, otros sonidos, abierta la corriente entre los
dos mundos. Aunque para el acceso total ya no bastan las puertas
marcadas, ya no hay que esperar al tiempo. Con el punzón y las
alas, el poeta Ícaro -que no desconoce el riesgo de su vuelo- abre
un resquicio en el cénit de luz, le acierta al sol entre los ojos.
“Abierta emboscadura: mediodía”. El libro -compuesto de breves
metales, que tensan la malla de la intemperie- se deslía en su final
en archipiélagos, jirones en el océano extremado, y llega el reposo (“sólo a
merced de los elementos / puede un hombre aspirar a su descanso”).
Porque a través de la tela rasgada, el poeta probó el sabor de “un breve
beso a lo oscuro”, a los labios pegajosos de “su boca de sombra”. Y después
regresó -fluyen renovadas las aguas-, acarreando “el peso de una vida sin
muerte”, con la conciencia súbita de que “el fin nunca acaba”.
[Nota: Eugenio Castro nació en Las Herencias, Toledo, en 1959. Entre sus muchas actividades, que giran en torno al arte y a
la poesía, es fundador y coeditor de la revista Salamandra, crítico de exposiciones de arte, dirige los ciclos de poesía Mal de
Palabra en la galería CRUCE de Madrid, y éste en el que hoy se cambian los papeles y es él quien lee y no quien presenta: “La
voz y su sombra”. Tiene publicadas las plaquettes La ciudad constelada (Ediciones surrealistas, Madrid, 1995) y La región insomne
(Ediciones de La Torre Magnética, Madrid, 1996). Sus poemas se recogen, también, en el libro colectivo Indicios de Salamandra
(Ediciones de la Torre Magnética, Madrid). Mal de confín, que acaba de ser publicado por la editorial Germanía dentro de la
colección Hoja por Ojo, es su primer poemario.]
pág. 170
La peste negra e Ingmar Bergman.
La crisis bajomedieval en el tránsito
hacia la modernidad: El Séptimo Sello
(Det Sjunde Inseglet)
RAFAEL JIMÉNES TORRES
A manera de prólogo.
pág. 172
2. La Peste Negra o el Triunfo de la Muerte. Simbologías y personajes en
busca de su creador.
(...) “Apestado arrancándose el bubón... se abre las venas con las uñas...”
pág. 175
4. La Depresión del siglo XIV. Crisis de la Edad Media. Europa ante el
hambre, la guerra y la peste. Repercusiones demográficas y
transformaciones socioeconómicas. Crisis religiosa e institucional y
nuevos caminos de Piedad.
R pág. 178
Las vidas robadas
ITZIAR PASCUAL
I periodista.
pág. 182
Marcela y otras mujeres valientes
en El Quijote
AURORA SAURA
pág. 183
algunas de estas mujeres, entre las que me ha parecido Marcela la figura más
atrayente, por ser la que más se aparta del modelo general —la desdicha por
amor— y por ser muy interesante su relación con la tradición popular de la mujer
libre que rechaza la convención del matrimonio, de la que da cuenta, entre otros
poemas, este zéjel famosísimo de Gil Vicente: «Dicen que me case yo. / No
quiero marido, no. / Más quiero vivir segura / n’esta sierra a mi soltura / que no
estar en la ventura / si casaré bien o no...». Se dan, asimismo, en Marcela
semejanzas con la amada enemiga de la poesía culta, tema que, por otra parte,
también aparece sugestivamente expresado en las Canciones tradicionales; como
ejemplos de este último tópico recordemos estos versos: «Los cabellos de mi
amiga / d’ oro son. / Para mí lanzadas son» y «Enemiga le soy, madre, / a aquel
caballero yo: / mal enemiga le só».
Pero vayamos a la historia de Marcela, que en principio es la de
Grisóstomo, «muerto de amores de aquella endiablada moza...», como un calco
en prosa de aquel “pastor desesperado” del romance, aunque sin el
arrepentimiento final de la bien amada que hay en éste: «Buscaréis, ovejas mías, /
pastor más aventurado... Enterradme en prado verde, no me enterréis en
sagrado...» (lo mismo pide Grisóstomo). También se ha dicho que Cervantes
retoma aquí el asunto de La Galatea, en cuya continuidad seguía pensando; pero
la mayor naturalidad de los personajes y, sobre todo, la concentración del relato
nos acercan mucho a estos pastores, entre los que destaca sobremanera la propia
Marcela. Esta primera mujer hermosísima de El Quijote (aparte de la que el
protagonista se ha creado como dama) es el prototipo de la mujer que puede
hacer su voluntad —siempre dentro de los límites de la honestidad, que no deben
ser traspasados—: es huérfana y rica y su tío no quiere imponerle un matrimonio
que ella rechaza, en principio, en razón de su juventud (el cabrero cuenta «el
cuento con muy buena gracia», según Don Quijote, que a punto ha estado de
verlo interrumpido por sus continuas correcciones, enfadosas para el narrador).
Y dice Pedro, el cabrero, que sus convecinos alababan el criterio del tío de
Marcela, que era «que no habían los padres de dar estado a sus hijos contra su
voluntad». Decide en este punto la moza hacerse pastora, contra el parecer de
todos (y particularmente de los que la pretendían, entre los que se hallaba
Grisóstomo); se visten igualmente el traje de pastor varios de los jóvenes
enamorados, cuyas esperanzas van siendo defraudadas conforme se las dan a
conocer a la muchacha o ella las atisba, ya que «su afabilidad y hermosura atrae
los corazones...; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de
desesperarse...». A partir de aquí el cabrero describe los efectos que causa el
desdén de Marcela en los amantes como si fuera el narrador de una novela
pastoril, sin un solo error lingüístico y sí, a mi parecer, con cierta sorna que no
puede Cervantes dejar de hacer notar (¡y con todo él quería continuar La
Galatea!: ¡qué cervantina es esta dualidad!). El desenlace del rechazo reiterado de
Marcela a Grisostomo ya se había anticipado, al contar Pedro todo lo anterior
justamente porque al día siguiente van a enterrar al enamorado, en el lugar donde,
dice Ambrosio, su amigo, «Marcela le acabó de desengañar..., de suerte que puso
pág. 184
fin a la tragedia de su miserable vida» (es de notar la naturalidad y la concisión
con que se relata el suicidio). El elogio fúnebre que hace Ambrosio es un modelo
de Planto y en él da cuenta también de la voluntad de Grisóstomo de que
destruyan sus “papeles”, lo que da pie a una discusión sobre la función de la
literatura y a que se lea un poema del pastor muerto, escrito claramente a
imitación de Garcilaso, sobre todo en los endecasílabos finales: «Canción
desesperada, no te quejes...» (Neruda los recordaba bien). En éstas «una
maravillosa visión —que tal parecía ella—» irrumpe en escena (pues de una
magnífica representación se trata) dispuesta a defenderse a sí misma, ¡y con qué
brío!, de la acusación de ser la matadora de Grisóstomo; el discurso de Marcela
no tiene desperdicio, es una verdadera pieza de oratoria, con argumentos
expuestos soberbiamente, y como no
me es posible reproducirlo completo,
sólo citaré lo que me parece más
significativo de su valentía: «yo nací
libre, y para poder vivir libre escogí la
soledad de los campos... Fuego soy
apartado y espada puesta lejos. A los
que he enamorado con la vista he
desengañado con las palabras... No me
llame cruel ni homicida aquel a quien
yo no prometo, engaño, llamo ni
admito... Yo, como sabéis, tengo
riquezas propias y no gusto de las
ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a
nadie...». En la pastora Marcela se cumple fielmente el deseo de Fray Luis —
‘Canción a la vida solitaria’—: «Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que
debo al cielo, / a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de
esperanzas, de recelo».
La segunda mujer valiente, tanto por su aparición en la obra como por su
inteligencia y decisión, es Dorotea, aunque en el comienzo de su historia (y,
naturalmente, en su final) el tema dominante es el de la honra, que ella busca a
toda costa recuperar haciendo cumplir su promesa de matrimonio a don
Fernando. El personaje de la mujer abandonada es tan antiguo como la propia
literatura y en Grecia se nos presenta con trágica intensidad en el mito de Ariadna
y sobre todo en la historia terrible de Medea, aunque no debe olvidarse que parte
sustancial del dolor desgarrado de los dos personajes se origina en el hecho de
que ambas han traicionado por amor a su estirpe y a su patria. En nuestra lírica
tradicional, aunque sin aquel aliento trágico, es muy frecuente la queja por el
abandono, casi siempre relacionado con el engaño: «—Mal haya el enamorado /
que su fe no mantenía. / De velar venía. Y maldito sea aquel hombre / que su
palabra rompía, / más que más con las mujeres / a quien más se le debía. / De
velar... — Más maldita sea la hembra / que de los hombres se fía, / porque
aquella es engañada / la que en palabras confía. / De velar...». Y la huida de la
pág. 185
propia Dorotea aparece también anticipada en el famoso villancico: «Por el
montecico sola, / ¿cómo iré, cómo iré? / ¡Ay, Dios!, ¿si me perderé? Soledad me
guía, / llévanme desdenes / tras perdidos bienes / que gozar solía. / Con tan
triste compañía, / ¿cómo iré...». Como en ambas canciones, la mujer es engañada
con gestos y promesas de amor, aunque en el caso de Dorotea no deja de haber
una cierta previsión (¿podemos llamarla astucia?) antes de su entrega al caballero:
«Yo, a esta razón, hice un breve discurso conmigo, y me dije a mí mesma:...
puesto que en este no dure más la voluntad que me muestra de cuanto dure el
cumplimiento de su deseo; que, en fin, para con Dios seré su esposa... Todas
estas demandas y respuestas revolví yo en un instante en la imaginación, y, sobre
todo, me comenzaron a hacer fuerza... los juramentos... los testigos que ponía...
Llamé a mi criada, para que en la tierra acompañase a los testigos del cielo». Y,
como en los poemas citados, la mujer abandona su casa, en busca del que para
ella es su esposo, en este caso al conocer que don Fernando ha concertado su
boda con Luscinda: «Llegó esta triste nueva a mis oídos, y, en lugar de helárseme
el corazón en oílla, fue tanta la cólera y rabia que se encendió en él, que faltó
poco para no salirme por las calles dando voces, publicando la alevosía y traición
que se me había hecho... Y en el silencio de aquella noche, sin dar cuenta a mi
traidora doncella, salí de mi casa, acompañada de mi criado y de muchas
imaginaciones, y me puse en camino de la ciudad... ya que no a estorbar lo que
tenía por hecho, a lo menos, a decir a don Fernando me dijese con qué alma lo
había hecho...». Dorotea pasa por varias vicisitudes que ponen a prueba su
valentía en la defensa de su honra y, según va contando su historia, oída por el
cura y el barbero (en busca de don Quijote) y por Cardenio (que ha encontrado
en los montes espacio para su desesperación), el narrador dice de ella «porque si
algo le había dejado bueno la fortuna, era el ánimo que tenía para sufrir cualquier
desastre que le sobreviniese...». De modo que la determinación de Dorotea, sus
tan hermosamente trabadas razones y, claro está, su belleza impresionan de tal
modo a los amigos de don Quijote que, además de ofrecerle
consuelo, los mueven a pedirle, a su vez, ellos mismos ayuda en la
empresa de hacer volver a don Quijote a casa. He aquí, pues, a la
joven traicionada (aunque, ya lo hemos visto, ni ingenua ni
desvalida) transformada en Micomicona, princesa de un reino
Micomicón (probablemente el nombre más cómicamente ridículo de
la obra), perdido a manos de un gigante que don Quijote deberá
vencer. Ella pasa a tener, por tanto, un papel esencial en esta
segunda mitad del primer Quijote, que se desenvuelve entre los
intentos del cura y el barbero para que el protagonista vuelva a su
pueblo y las narraciones sobre otros muchos personajes, que se van
entrelazando hasta alcanzar su máxima complejidad cuando Cervantes los hace
coincidir en la venta, en la que se resuelven todas las historias pendientes (y,
además se cuenta la novella El curioso impertinente). Dorotea recibe al fin la
recompensa a su constancia, aunque para ello aún tiene que suplicar a su
seductor, en una escena dominada por el discurso irrebatible de la inteligente
pág. 186
Dorotea, dignos ella y él —el personaje y el discurso— de mejor causa que el
matrimonio con el caballero egoísta, mentidor y desdeñoso que es don Fernando
(tipo masculino común en la literatura de los Siglos de Oro).
Zoraida, la tercera mujer valiente, es otro caso especial de decisión y de
puesta en riesgo por amor, aunque El Cautivo, que es quien cuenta la historia (la
suya, en la que tanta parte tiene la mora que quiere ser cristiana), insiste en la
voluntad de cristianizarse de la joven como el motivo principal de su huida. Ruy
Pérez de Viedma expresa igualmente su determinación de casarse con ella, como
la propia Zoraida —en un alarde de atrevimiento insólito en nuestra literatura
clásica— le había propuesto, al hacerle llegar la caña con monedas de oro para
que él y sus amigos pudieran “rescatarse”. Estas son sus palabras: «Yo soy muy
hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros…: mira tú si puedes hacer cómo
nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres» y añade: «y si no quisieres, no se
me dará nada; que Lela Marién (la Virgen María) me dará con quien me case».
Vemos, así, que la confianza que Zoraida tiene en Lela Marién, aprendida de su
aya cristiana, esclava de su padre, y en El Cautivo (a quien le dice, en el mismo
escrito «y ninguno me ha parecido caballero sino tú») es ilimitada y dota al
personaje de una ingenuidad encantadora con la que se gana
inmediatamente el afecto del Cautivo, luego de los oyentes de su
historia y finalmente del lector. La traición a su linaje, pueblo y religión
aparece, por primera y única vez en El Quijote, en esta historia de la
muchacha de noble familia de Argel que quiere llamarse María en
España. Así lo siente su padre, al descubrir la huida y ser obligado a
embarcar con los cristianos, entre las lágrimas de su hija: «—¡Oh,
infame moza y mal aconsejada muchacha! ¿A dónde vas, ciega y
desatinada, en poder de estos perros, naturales enemigos nuestros?...».
Aunque, al ser liberado y abandonado con sus sirvientes en lugar
deshabitado (y, por tanto, seguro para los que huyen), el lector no
puede dejar de conmoverse con las últimas palabras que oye decir a Agi Morato,
al que, además, ya ha cobrado cierta simpatía por el trato confiado —en exceso
confiado para los prevenciones de su tiempo— que siempre ha dado a su hija:
«—Vuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; entrega a esos
hombres ese dinero... y vuelve a consolar a este triste padre tuyo, que en esta
desierta arena dejará la vida, si tú le dejas!». Nos parece oír resonar aquí un eco
del impresionante Planto de Pleberio (con el que se cierra La Celestina), un padre,
el de Melibea, muy similar al acaudalado moro de este relato en cuanto a su
relación con la hija. Los cautivos logran, tras el grave incidente del asalto pirata,
llegar a las costas españolas. Zoraida/María conseguirá así su propósito, que,
sigue insistiéndose en ello, es bautizarse y aprender los usos cristianos —aunque
se nombran continuamente “las bodas”— Cervantes, como se sabe, utiliza en
esta historia varios elementos autobiográficos y le hubiera gustado que alguno de
sus intentos de huida se resolviera tan favorablemente como el del Cautivo; tal
vez también haber tenido la suerte de encontrar en Argel una criatura tan
admirable como Zoraida. En la venta la belleza de ésta es comparada con la de
pág. 187
las demás jóvenes que se encuentran en ella (en palabras del narrador, que
expone las de don Quijote, «el gran tesoro de la hermosura que en aquel castillo
se encerraba») y es acogida con afecto por el mismísimo hermano del Cautivo, el
oidor, que viaja con su joven hija.
El autor, como he dicho antes, hace coincidir oportunamente allí a todos los
personajes. Desde una perspectiva que busca la concentración narrativa, se ha
dicho que este exceso de historias desviadas de la principal no favorece a la
novela y ya en su tiempo Cervantes recibió críticas similares; pero para lectores y
oyentes sin prisa, y que gusten de los cuentos, esta acumulación, por bien
encadenada y bien resuelta, resulta atrayente; aunque demore —o tal vez por eso
mismo— el final del primer libro, el regreso humillante de don Quijote a su
aldea.
pág. 188
tantos bienes de fortuna como de naturaleza...». Pero el enamorado, que desde
entonces anda siempre «triste y pensativo», a decir del estudiante que cuenta lo
anterior, trama un engaño con el que desbaratar la boda y asegurarse de paso la
suya con la joven. Después de los bailes y la pantomima que preceden a la
ceremonia en el prado, aparecen los novios —ella esplendorosa, según la
admirativa descripción de Sancho— y en seguida, tras ellos, Basilio, que hinca un
bastón en el suelo; éstas son algunas de las palabras con la que anticipa su acción:
«Viva, viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria... y muera el pobre Basilio,
cuya pobreza cortó las alas de su dicha...»; a continuación, desenvaina el bastón,
que aparece como un estoque, se arroja sobre él y cae malherido; auxiliado por
todos, que lo consideran en trance de muerte inminente, se niega a confesarse si
antes Quiteria no le da su mano de esposa, a lo que no tiene más remedio que dar
su conformidad “confuso”, Camacho; ella se le acerca, le ofrece su mano e
intercambian los juramentos de matrimonio, tan prolijos que hacen decir a
Sancho «—Para estar tan herido ese mancebo mucho habla; háganle que se deje
de requiebros y que atienda a su alma...». En cuanto el cura los bendice, se levanta
prestamente Basilio y a las voces de «¡Milagro!» de algunos, «más simples que
curiosos...», responde él: «—¡No ‘milagro, milagro’, sino industria, industria!».
¿En qué consiste la valentía de Quiteria?; ahora lo veremos, con las propias
palabras del narrador: «La esposa no dio muestras de pesarle de la burla; antes
oyendo decir que aquel casamiento, por haber sido engañoso, no había de ser
valedero, dijo que ella le confirmaba de nuevo; de lo cual coligieron todos que de
consentimiento y sabiduría de los dos se había trazado aquel caso…». Así pues, la
industria no es sólo de Basilio: como en otros casos que muestra la tradición
literaria, en que los enamorados se arriesgan a contrariar los propósitos de los
padres (piénsese, sobre todo, en algunas heroínas shakespearianas, en la
Desdémona de Otelo, en la Jessica de El mercader de Venecia y sobre todo en
Julieta), la mujer es cómplice del desacato y, en éste como en otros casos,
desempeña a la perfección su papel: «turbada, al parecer, triste y pesarosa...», así
dice el narrador que accede Quiteria a los ruegos de su amado; ya hemos visto
que, por el contrario, sólo ha fingido y logra así cumplir su deseo y el de Basilio.
Don Quijote, que al principio ha hecho un discurso en defensa de que los hijos
se casen con quienes sus padres decidan, se muestra ahora no sólo conforme con
este desenlace, sino dispuesto a enfrentarse a Camacho y sus amigos, que han
desenvainado las espadas contra Basilio, arguyendo «que no es razón toméis
venganza de los agravios que el amor nos hace... Quiteria era de Basilio y basilio
de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos...».
En Barcelona encontramos a las dos últimas mujeres valientes: en los
alrededores de la ciudad tiene lugar el apresamiento de don Quijote y Sancho por
la cuadrilla de Roque Guinart, con el que establece don Quijote una relación tal
de buen entendimiento y simpatía que terminamos llamándola amistad. Muy al
principio de ese encuentro hallamos a Claudia Jerónima, que se presenta ante
ellos a caballo, «a toda furia», en figura de «mancebo... vestido de damasco verde
con pasamanos de oro...» (la mujer en traje de varón es un tópico del teatro de los
pág. 189
siglos XVI y XVII —pensemos en Lope y sus seguidores y en el ambiguo juego
amoroso que provoca este disfraz en varias obras de Shakespeare—). La
muchacha se presenta como hija de un buen amigo de Roque y enamorada de un
don Vicente Torrellas, cuyo padre es enemigo del suyo y del propio Roque. Al
comenzar su relato habla de «los atropellados deseos», que la mujer, «por retirada
que esté y recatada...» pone en ejecución —parece que de este modo ella se
justifica, al tiempo que el autor desliza de nuevo su opinión sobre el poder del
deseo amoroso y cómo se rinden a él las mujeres— y creemos oír el villancico de
célebre estribillo: «Madre, la mi madre, / guardas me ponéis: / si yo no me
guardo, /no me guardaréis». En breves palabras cuenta la causa de su desventura,
que vuelve a ser un desengaño, pues don Vicente, a pesar de las mutuas promesas
que se habían hecho, se iba a casar «con otra» ese mismo día, «nueva que me
turbó el sentido y acabó la paciencia». Y, en resumen, decide tomarse ella misma
la justicia por su mano, en un caso extraordinario en nuestra literatura clásica,
diciendo —más bien parece excusa— «por no estar mi padre en el lugar». Así,
cuenta que acaba de dispararle a su prometido «más de dos
balas..., abriéndole puertas por donde envuelta en su sangre
saliese mi honra» y a continuación pide ayuda a Roque para
pasar a Francia y para que defienda a su padre contra la
posible venganza de los Torrellas. Intervienen don Quijote,
que asegura que él se hará cargo de hacer cumplir «a ese
caballero, vivo o muerto, la palabra prometida a tanta
belleza», y Sancho, que elogia a su amo y corrobora sus
palabras, citando con desarmante credulidad, el último caso
de defensa de doncellas (ya sabemos que, en general, no
suelen serlo ya cuando las auxilia don Quijote), el de la hija
de La dueña Dolorida. Roque, «admirado de la gallardía... y
suceso de la hermosa Claudia», claro está, no les hace caso y se marcha con ella al
lugar donde ha quedado tendido don Vicente; lo encuentran acompañado de sus
criados, aún con vida, y se aclara que no le era infiel a su amada. Como en el caso
de Basilio y Quiteria, se dan “in extremis” la mano de desposados, aunque aquí
no hay “industria”, sino dolorosa realidad: muere el caballero en brazos de su
esposa y matadora, que se lamenta a cada paso de su acción, nombrando en el
breve planto «la fuerza rabiosa de los celos» —el narrador insiste, al terminar la
historia, en sus «fuerzas invencibles y rigurosas»—. Ella le dice a Roque Guinart
que quiere irse a un monasterio, decisión que él le alaba, mientras le asegura que
defenderá a su padre, Simón forte, como le ha prometido. Y así acaba lo que
sabemos de Claudia Jerónima, desdichada por su arrebato que ha causado la
pérdida de su amante y también —esto ya lo añado yo— porque el único destino
honrado que reserva su tiempo a una mujer como ella sea el encierro de un
convento.
En el puerto de Barcelona, tras el único combate verdadero que presencia
don Quijote, y en el que no interviene, encontramos a Ana Félix, la hija de
Ricote, el vecino morisco que, en hábito de peregrino alemán, Sancho había
pág. 190
encontrado al dejar la Ínsula. Acababa de tener lugar la expulsión de los
moriscos, suceso que tuvo enorme importancia no sólo para los expulsados
(oigamos parte de la queja de Ricote, cuando le cuenta a Sancho sus desventuras:
«Doquiera que estamos lloramos por España... es nuestra patria natural... agora
conozco y experimento..: que es dulce el amor de la patria»), sino para la sociedad
española en su conjunto, que perdía una considerable riqueza, tanto cultural
como económica (por ejemplo, decenas de campos quedaron abandonados sólo
en Levante), pérdida de la que no se fue consciente, en general, y de la que no se
repondría jamás, como había ocurrido a finales del XV con la expulsión de los
judíos sefardíes. La hermosa morisca se nos presenta en traje de varón, como
antes Dorotea, Claudia y la hija de Diego de la Llana (en un episodio en la Ínsula
que, aunque tiene mucho de divertimento, como otros sucedidos allí, no es tal
para esta pobre doncella, a quien su padre guarda encerrada en su casa desde que
murió su madre —la de ella—, ¡hace diez años!). Uno de los turcos —en realidad
«renegado español», se dice luego (como lo era el eficaz auxiliar del Cautivo,
natural de Murcia)— le atribuye el cargo de arráez (cuando el bajel es apresado
por las galeras barcelonesas, en una de las cuales va don Quijote) a este joven
«tan hermoso, y tan gallardo, y tan humilde» que despierta la compasión del
virrey; éste le pregunta por su origen y se asombra de oír la respuesta: «No soy
turco de nación, ni moro, ni renegado», sino «mujer y cristiana». Pide el mozo
que suspendan la ejecución en tanto cuenta su vida y comienza refiriéndose a su
«nación más desdichada que prudente» y a su fe, cristiana como la de sus padres,
«y no de las fingidas ni aparentes» —esto, con su belleza, es esencial para la
simpatía que despierta Ana Félix en sus oyentes—. He aquí el resumen de sus
peripecias: la expulsión de España, en compañía de sus tíos, después de la marcha
de su padre; el seguimiento, mezclado con los moriscos, de su enamorado, don
Gaspar Gregorio; los peligros por los que pasan ambos en Árgel y cómo se las
ingenia ella para sortearlos, vistiendo de mora al joven y muy hermoso caballero
(«don Gregorio queda en hábito de mujer entre mujeres, con
manifiesto peligro de perderse») y asegurándole al rey que regresará
con las riquezas enterradas por su padre en España, si le da medios
para ello; y, en fin, lo ocurrido al llegar a la costa, junto con el ruego
de que «me dejéis morir como cristiana». En este punto se da a
conocer Ricote, que ha entrado con otros en la galera y se arroja a los
pies de su hija, abrazándolos —en un gesto más de servidor que de
padre— y sollozando mientras habla. Naturalmente, perdona el
general la vida al arráez, y no sólo a él/ella, sino, a instancias del virrey, a los dos
turcos que han matado a sus soldados, porque «no se ejecutan bien las venganzas
a sangre helada» (¿Quién lo dice?: ¿el virrey, el narrador, Cervantes?). Se deja, de
momento, el episodio en estos términos: el renegado volverá a Argel con el
tesoro de Ricote para rescatar a don Gaspar Gregorio y, mientras, la morisca y su
padre irán a casa de don Antonio Moreno, el amigo de Roque que también había
hospedado a don Quijote. Más tarde, después de la derrota definitiva de don
Quijote por el Caballero de la Blanca Luna (aunque aún tiene aquél arrestos para
pág. 191
decir que se “holgara” de haber tenido él que ir a Berbería, es verdad que
enseguida recuerda con desesperación que ha sido vencido y que ha prometido
«no tomar las armas en un año») llegará la conclusión: la vuelta de don Gregorio
(con el elogio, nuevamente, de su hermosura); el encuentro de los enamorados —
«no se abrazaron... porque donde hay mucho amor no suele haber mucha
desenvoltura»— y el ofrecimiento de don Antonio, de acuerdo con el visorrey, de
hacer las gestiones necesarias para que Ricote y su hija puedan quedarse en
España. Lástima —desde una perspectiva estrictamente literaria— que el largo
discurso de Ricote, exaltando el heroísmo «del gran Filipo Tercero» y el duro
proceder del Conde de Salazar, encargado de la expulsión, (porque «todo el
cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido», por lo que no hay que
esperar «favores ni dádivas») suene tan poco creíble y enturbie la alegría del final
—en cualquier caso, don Antonio irá a hacer «las diligencias posibles» en la
Corte—: ¿Tenía realmente Cervantes que obligar a su personaje, un morisco
dolorido por el exilio, a justificar, denigrando a su pueblo, la decisión del rey, e
incluso la intransigencia con que se había llevado a cabo?; ¿no había otra manera
de atajar los previsibles problemas que podría causarle el cuento de los moriscos?
Como conclusión, puede decirse que estas mujeres pueden llamarse
valientes porque procuran decidir sobre su propia vida y con frecuencia se
apartan del porvenir que otros creen conveniente para ellas; y porque se
sobreponen a la desdicha, a la monotonía o a las convenciones sociales para
trazarse un destino o para sobrevivir en la adversidad. No son, en definitiva, ni
Aldonza ni Dulcinea y conforman en la obra un cuadro de vivacidad
extraordinario. En él observamos, como en todo Cervantes, su mirada
comprensiva, y a veces irónica, junto a la necesidad de someterse a las
limitaciones de su tiempo. En la capacidad del autor para que éstas no se
impongan de tal manera que ahoguen la libertad de aquélla radica, ya lo sabemos,
la genialidad de El Quijote.
pág. 192
Obabakoak-Obaba
ANA BAQUERO ESCUDERO
pág. 193
considerado singular y personalísimo trasunto cargado también de lirismo, de un
conocido relato clariniano—.
También en primera persona —esta vez masculina—, aparece toda la
segunda sección “Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana”, en la
cual Atxaga nos sitúa ante esa vieja situación literaria del extranjero que enjuicia la
realidad, aquí del pueblo de Villamediana, desde esa óptica de quien ignora y
desconoce dicho espacio. Singular ensartado de pequeñas historias, la mayoría
presentan un tono amable y anecdótico, por lo que destaca por contrate, con su
efectista final, la de ese singular enano del lugar que ha perdido el juicio.
Precisamente esta concepción del género cuento como relato abocado a un final
sorprendente será la que domine en la tercera y última de las secciones. No en
balde en uno de los apartados —y no se puede dar el nombre de cuentos a todos
los incluidos en ella—, los dos amigos protagonistas que han iniciado su viaje a
Obaba hablan sobre el género cuento y destacan justamente la necesidad de que
un buen cuento tenga un final fuerte. Una forma de concebir el género que
hundiría sus raíces en la tradición decimonónica —y no es casual que como
grandes cuentistas se cite a Chejov o Maupassant—, de la que Atxaga parece ser
tan buen conocedor. Y a este respecto no podemos dejar de recordar al tío del
protagonista, defensor a ultranza de la literatura del XIX.
Para acudir a la tertulia literaria organizada por éste, el narrador y su amigo
prepararán ese viaje de fin de semana a Obaba. Aunque no es éste el único hilo
conductor de esta parte. El enigma del lagarto que ha podido idiotizar a Albino,
un antiguo compañero de colegio, al haberle sido introducido
en el oído por Ismael, tal como parece desprenderse de la
contemplación detenida de una vieja foto escolar, se mezclará
también como objetivo en el viaje de ambos. Si este segundo
concluye en ese efectista final al parecer tan grato al autor —y
no puedo detenerme aquí a analizar su idoneidad—, el
primero dará pie a la intercalación de abundantes y muy
variadas narraciones. Pues además de las relatadas en esa
tertulia literaria en Obaba, los protagonistas encontrarán a un
misterioso anciano que se jactará de saber muy buenas
historias y a través de quien se incorporará también una
narración. Un anciano que en efectista anagnórisis
reaparecerá en Obaba, reencontrándose con su viejo amigo,
tío del protagonista, y a quien acompaña el ambiguo y
tenebroso Ismael. Tradicional manera de atar cabos a la que
acompaña a lo largo de toda esta sección, un hábil manejo de la también
tradicional técnica de la intercalación de relatos, tan presente en toda una dilatada
tradición literaria, pese a su escaso relieve posterior —y en este sentido no deja
de ser sorprendente encontrar obras como ésta de Atxaga, o las Michel Tournier,
cuya novela El rey de los alisos podríamos relacionar de alguna forma con el
tradicional motivo del ‘Sacamantecas’, recordado en Obabakoak—.
pág. 194
A lo largo, por tanto, de ese viaje de la pareja protagonista se irán
contando historias, no dependientes —salvo en el caso del anciano—, de
distintos personajes episódicos como solía ocurrir en dicha antigua tradición,
incluido el mismo Quijote, sino de los propios personajes que las presentan
como ficciones creadas por ellos, o como relatos de claro sabor tradicional —vgr.
el del mercader—. Y es que en esa intertextualidad defendida en la propia obra
que preside Obabakoak, conviven historias de índole muy diferente, si bien es
cierto no deja de resultar significativo, un carácter bastante truculento en todas
las que dependen del narrador protagonista.
Un carácter sombrío que, a mi modo de ver, es el único que domina en esa
interpretación cinematográfica del texto. Frente a la pareja de amigos, en Obaba
nos encontramos con el recurso curiosamente manejado por Atxaga en la
segunda sección comentada, del desconocido que llega a un lugar y a través de
cuya perspectiva se nos presenta el mismo. En este caso un personaje femenino
que protagonizará su propia historia amorosa, a la vez que va tomando
conciencia de esa misteriosa realidad que para ella representa Obaba. A través de
la incursión de dicha figura, se van introduciendo distintas historias todas ellas
ambientadas en el mismo espacio y todas ellas unidas por esa tonalidad asfixiante
y grisácea que en progresivo crescendo culminan en ese también impactante final.
Unas historias que implican una necesaria selección de las insertas en el libro y
que desde luego, no reflejan la riqueza y variedad de tono de las mismas. Es
evidente que el lenguaje cinematográfico es diferente al literario y tiene sus
propias claves; es evidente también que resultaba imposible hacer un trasunto fiel
del libro tal como Atxaga lo concibió, pero con todo al menos para quien esto
escribe, habría sido deseable que la película se contagiara de esos otros registros
amables e incluso líricos o humorísticos que hacen de Obabakoak un texto de
enorme y expresiva heterogeneidad.
pág. 195
Pasolini:
el misterio, la verdad de la carne
ALEJANDRO HERMOSILLA
pág. 196
películas, se nos aparecen como “tipos” o meros roles funcionales. Al contrario.
Ya sea de manera deslavazada, apuntando al caos, al rito iniciático o la historia
oculta y nunca escrita del recorrido heroico, los personajes aparecen vivos,
frescos, como si fuera la primera vez que los viéramos o si acabaran de nacer, sin
que se nos niegue la existencia de una creativa vida anterior que los personajes
confunden, transforman y renuevan en su constante y apasionado pasearse frente
a la cámara de la vida pasoliniana. Pues esto es el cine de Pasolini —acaso uno de
las obras peor vistas y entendidas a pesar de su reconocimiento de todo el siglo
XX—: un cine donde gana siempre la vida por encima de la muerte. Y cuando se
impone la muerte. Cuando es la muerte la que se impone en su cine (y no creo
que haga falta citar de nuevo la celebérrima Saló, el drama crístico del que se
ocupó en su, puede que todavía incomprendida, El evangelio según San Mateo, o los
fracasos, heridas y terribles destinos de tantos de los personajes de sus películas;
véase Mamá Roma o Accatone), lo hace para resaltar lo mágico e imperioso, lo
milagroso que tiene toda existencia. Lo hace a través de la carne y el cuerpo que
son sustitutos del alma en esta vida pero sin los cuales no podría entenderse
ninguna verdad sustancial como, de una u otra manera, entendieron las más
preclaras, visionarias y lúcidas doctrinas gnósticas.
Por ello —a la hora de hablar aunque sea brevemente de la
obra de Pasolini— es de destacar que su cine fue prácticamente el
único que se atrevió a fusionar dos particularidades de la vida que
el catolicismo ayudó a separar y el paso del tiempo ayudó a
agrandar —véase el estallido científico, las dos guerras mundiales y
toda la curva de pensamiento post-Hiroshima—: verdad y
realidad. O realidad y verdad. Y es en la conjunción de estos dos
conceptos aparentemente asimilables pero, en verdad, tan difíciles
de conjugar en nuestra vida cotidiana desgraciadamente, que la
obra de Pasolini toma todo su sentido y comienza a retomar unas
dimensiones gigantescas que le han sido negadas a veces hasta la
exacerbación o le han sido reconocidas en muchos casos sin
advertir dónde radicaba verdaderamente la supuesta genialidad de
su cine.
En realidad, esa genialidad está ahí y radica en esto. No en
buscar o explorar la belleza a partir de su abstracción y
condensación siempre perturbada o dirigida por la mirada humana. Al contrario.
Radica —y por ello suenan tan ridículas ahora aquellas voces que se levantaron
contra el cineasta italiano tachándolo de escandaloso o el aprovechamiento que
hicieron de él ciertas vanguardias sin atender al real contenido de su obra mucho
más cercana a un fresco barroco o una clasicidad frugal que goza en
entremezclarse con lo real y lo grotesco que al llamado cine de arte y ensayo— en
haber descubierto la inalienable belleza de lo real. En haber sabido entender lo
real en toda su medida —desde el exabrupto, el uso vulgar del lenguaje, el
bostezo, la sonrisa o el charco preñado de suciedad y estiércol ubicado en un
pantanal— como una fuente de poesía y de belleza donde se revela lo divino y,
pág. 197
por tanto, nace y se abre la verdad como un todo incontestable que alberga al
hombre en su seno tal y como lo hacen las melodías de Johann Sebastian Bach
que, ubicadas en algunos fragmentos de su cine, permiten al espectador ubicarse
en el manto perfecto —siempre a partir de lo real, sea esto más o menos
grotesco— de su cine para, con un espasmo y sin sonrisas, asistir a los misterios
siempre velados y ocultos de la creación. De lo divino jamás distanciado de lo
humano tal y como lo humano no puede ni ha de estarlo de lo natural.
Desde ahí se construye el cine de Pasolini. Justo desde ahí. Desde la
belleza de lo real. Sin eludir los clivajes —utilizando la terminología de Julia
Kristeva—, la sangre que menstrúa el mundo cada cierto tiempo para poder
recomponerse y rehacerse y sin negar que esta sangre es la mayoría de las veces la
de los asesinatos, el sudor, la fuerza y el inútil coraje que invade a tantos de los
personajes —más bien personas auténticamente reales— de Pasolini. Porque el
cine de Pasolini es así. El testimonio de un hombre que fue un profundo amante
de la vida y que, por tanto, desarrolló un intenso amor no ya hacia la clase
proletaria sino al comportamiento tipificado y ya establecido por la eclosión de la
sociedad burguesa de las clases más bajas de la Calabria, Nápoles; de esa Italia del
Sur donde a pesar de su aparente aislamiento, fealdad y falta de compromiso,
Pasolini descubrió que habitaba la verdadera vida de su país, donde se aunaba la
tragedia y la poesía de forma tal que ni siquiera la aparente violencia que la
recubría le apartó de vislumbrar en los delincuentes, matronas y advenedizos que
la poblaban un auténtico magma de todos los colores en los cuales se ponía de
manifiesto a todas luces las más procelosas mentiras de la sociedad de consumo,
su auténtica realidad, de donde Pasolini supo extraer la influencia y las fuerzas
necesarias para dar sus primeros pasos por el cine, teniendo en cuenta que, en
verdad, tantas veces el delincuente o el asesino, el estafador y el clásico ladrón de
guante blanco italiano, no eran sino formas sumarias, un trasfondo y un velo
movedizo que no permitía observar el primer crimen social (origen de lo cultural)
cometido con anterioridad que salvaguardaba a las clases burguesas en sus
recintos cerrados (véase Teorema) y dejaba a la intemperie, a la más rancia e
incolora vida asesina, a las clases desfavorecidas de una sociedad que sin ellas —
las clases populares y, supuestamente, agresoras y agresivas de la sociedad— no
tendría signos algunos de identidad.
pág. 198
De hecho, el que su cine no haya tenido prácticamente continuadores, el
que resulte difícil de homenajear o incluso citar (más allá del sencillo, sentido y
logrado homenaje de Nani Moretti en Caro Diario, los ya consabidos puntos de
contacto de la primera época de Pasolini con el neorrealismo italiano o de los
inevitables —aunque aparezcan ocultos a primera vista y lleguen desde diferentes
lugares a los mismos puntos de vista— vínculos entre su cine y el de
Cronenberg), creo que se debe a la miopía con que se ha leído su acercamiento al
vulgo, a la denostada plebe, su magnificación sin engreimientos y desnuda de la
vida campesina y las pandillas y el punto de vista— como hemos dicho antes,
muy próximo al gnóstico— desde el que se acercó a las relaciones entre el cuerpo
y el hombre, la carne y la tierra y las dimensiones simbólicas de ambas aunadas de
una manera íntegra y sin separaciones a la historia de lo espiritual. A la
manifestación de lo divino recreándose a su gusto y juguetonamente, como los
ojos de un niño, por todas las facetas de lo vivo, de lo existente. Por ello —y
parece mentira que haya que recordarlo otra vez o afirmarlo con rotundidad—
contemplar el cine de Pasolini, es —como sucede siempre que nos asomamos
por el vientre primero que engendró la cópula de este mundo, cuando nos
perdemos por él sin atender a premio, castigo o consecuencia alguna—
contemplar el rostro primero, verdadero y real de este mundo. La faz de la
poesía. Su génesis. O lo que es lo mismo: observar la problemática del hombre,
su nacimiento, su lento y tantas veces cruel caminar, no como querríamos que
hubiera sido, como ilusoriamente lo hubiéramos imaginado, sino tal vez como
fue en realidad. Sin falsos diletantismos y huyendo de aquellos tratados de moral
que utilizaron el nombre de Dios en vano para elidir narrar la primera historia
violenta, la primera muerte y asesinato que forjara los límites de lo social,
delimitara los territorios que separaran al hombre de su dimensión mítica y
ancestral. Así es el cine de Pasolini. Ni tan siquiera como la navaja de Buñuel.
Más bien como la sangre vertida del famoso ojo andaluz. Eso es. Un recorrido
por la mano que tiende la navaja del ojo hacia la sangre y de la sangre
directamente hacia el culpable del primer asesinato: una búsqueda sin
manipulación alguna, directa y frontal por atrapar el nombre del diablo, primera
religión o Estado que intentó suplantar a Dios en vano, que pensó conocer el
nombre secreto de Dios y lo utilizó para cometer su definitivo asesinato. Directo
a reformular e inquietar la aparente santidad de las naciones cristianas, su
pulcritud, para comenzar a repensarlas desde la historia del incesto original que
pudo ser la procreación y la sangre de inocentes (los delincuentes y ángeles
exterminadores de tantas de sus películas o, mismamente, tantas y tantas colonias
africanas a las que Pasolini pensó dedicar una de sus particulares revisitaciones de
los mitos trágicos) que hubo que exterminar o marginar para conformar la
magnificencia de los estados occidentes, sus catedrales y aceras aparentemente
pág. 199
ajenas a conflicto alguno entre castas, tribus, rivales y muy alejadas ya de
considerar al brujo o al chamán como algo más que un mero referente exótico
donde pudieran mirarse para saber quién son.
Eso es el cine de Pasolini. La poesía de los panes, el aliento
de las calles, los rostros serenos, afeados pero rotundamente
sinceros de la multitud. Y esta es la realidad de la que se ocupa,
cercana en tantos aspectos (y para esto basta repasar sus puede que
fallidos, sí, pero, en verdad, fascinantes y muy personales
acercamientos a las génesis de lo trágico que son sus particulares
visiones de Edipo rey y Electra) a la transitada por René Girard en
sus polémicos tratados antropológicos acerca de los rituales de
violencia en las sociedades arcaicas y míticas y la mecánica de
exclusión, de disuasión y castigo de los chivos expiatorios
(inmigrantes, vagabundos) de nuestras sociedades. Un cine que
intenta delimitar el momento justo en que del árbol de manzanas
frescas situado en la anciana historia de la humanidad, un portavoz de la
comunidad, un soterrado enemigo de la abundancia, la frugalidad y la diferencia,
decidió acaparar los frutos en su capazo y morderlos hasta dejarlos secos,
acabando con esa edad del oro del hombre que, de vez en cuando, atisbamos a
observar al trasluz y perfectamente soterrada, al tiempo que nos maravillamos
con ella, en, por ejemplo, ese hermoso, real y grandioso fresco —precisamente
gracias a sus imperfecciones y errores— que es su, así llamada, Trilogía de la vida
(particular y, en mi opinión, muy ajustada y sincera revisitación —a tono con los
intereses de Pasolini siempre en constante lucha con el descrédito que en la
Europa post-68 comenzaban a tener palabras-síntoma como “inocencia”, “amor”
o “creación”— de El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches).
Un paseo mortífero hacia el recuerdo. Hacia esa Europa deseosa de olvidar
su constitución violenta, sus cruentos hechos y que sólo podrá reconocerse,
salvarse a sí misma a través de una gnosis que, por ejemplo, el cine de Pasolini
intentó ser. Lejos, y aunque esto parezca mentira, de todo
apocaliptismo. Forjando las tenazas que unen al hombre a la
realidad. Desde el optimismo. El buen vino. La magia de la
música o el lenguaje italiano que no necesita
acompañamiento alguno para deslumbrar, para asombrar.
Desde el diálogo, como ese fascinante recorrido —más allá
de El Satiricón— que realizaran cuervo, vagabundos y
caminantes en su fascinante Pajaricos y pajarracos que aún,
hoy, no deja de asombrar por su agudeza al descifrar las
claves del futuro de la Europa recién salida de las guerras o
su querida Italia, en trance inminente de desplegarse y
sumirse en el olvido de sí misma, ajena a todo lejano
esplendor y dispuesta a ser fagocitada por los nuevos
emperadores (dígase el caso, en estos tiempos, Berlusconi)
del circo eterno y continuo de su historia.
pág. 200
Esa es la grandeza de Pasolini. Como la de su admirado Giotto. Como la
de los grandes santones de la historia, los anónimos escritores de los evangelios
apócrifos, el siempre sorprendente por veraz y sufrido Rublev, o la magia que
emana de los gestos de los personajes de Velázquez o de los cariacontecidos
rostros de las escarpadas figuras retratadas por El Greco. Su grandeza y su verdad
única e irrepetible y que aún hacen válidas aquellas emotivas palabras de
homenaje que Alberto Moravia le dedicara el día de su cruenta, deshonrosa
muerte pero letal y exacta como la de todos los hombres valientes. La grandeza
de haber necesitado únicamente una cámara, la compañía de unos cuantos leales
actores (entre los que destaca el único e inconmensurable rostro de sus filmes, el
grandísimo y mal aprovechado por el resto de directores, Ninetto Davoli) que
trabajaban con él, más como una caterva teatral o un grupo de amigos
enamorados del talento de su director que por intereses profesionales o
monetarios, y la voluntad de no traicionarse a sí mismo, para dejarnos una obra,
sí, puede que irregular pero que intuyo que el paso del tiempo va a ir
magnificando, mimando y encumbrando hasta los altares donde deben
encontrarse los escasos hombres que han merecido el título de artistas.
Aun a fuerza de ser extenso y reiterativo, sí que me gustaría decir, a modo
de conclusión, que tal vez, a día de hoy, y dada la crudeza del cine de Pasolini,
dada la radicalidad de sus planteamientos, parezca retrógrado volver de nuevo la
atención sobre uno de esos escasos hombres que aparecen de tiempo en tiempo y
casi por una suerte de destino milagroso consiguen que el verbo se haga carne y
ejemplificar una actitud intachable tanto en su vida como en su obra —o al
menos sin contradicciones entre ambas—. Pero lo cierto es que, a día de hoy —y
dada la escasa atención que las nuevas generaciones de cinéfilos europeos le
otorgan, puede que removidos en busca de la nueva joya cinematográfica venida
de Oriente, acotados en un reflujo constante que obliga a revisitar una y otra vez
los films de la nouvelle vague o incidir una y otra vez en los ya consabidos y
admirados genios del cine actual, Lynch, Kierostami, Kaurismaki, etc— si
Pasolini yace un tanto en el olvido o la indiferencia más absoluta, considero que
es más debido al supremo grado de atrofia intelectual y cerebral que recorre el
tiempo justo y exacto de nuestras sociedades modernas que a causa de la misma
obra de Pasolini. De hecho, Pasolini siempre fue consciente de esto. Y estoy
seguro que no se sentiría sorprendido para nada, al observar cómo su obra —a
medida que va pidiendo a gritos una revisitación constante y es exigible su
visionado si se quiere comprender el por qué hemos llegado a nuestra situación
actual— va apartándose del ojo tanto de intelectuales como de curiosos del cine
en general. Va quedando cada vez más confinada al territorio de una rara avis. En
un terreno indefinido entre el cine de culto y el spaghetti-western, entre la obra
canónica —Dreyer, Fellini, Welles— y la mera curiosidad apetitosa —Waters,
Carpenter, Taviani—.
Y esto no es por otra cosa, sino porque en el fondo de la obra de Pasolini
late el grito compungido, airado —asimilable con el que pronuncia el enigmático
personaje interpretado por Franco Cinti en Pocilga— de todos nosotros
pág. 201
reconociendo a voz en grito por una vez que bajo nuestro actual confort, bajo
nuestra aparente inocencia, laten la muerte de todos los hombres que nunca
pudieron penetrar las fronteras. Las muertes del hambre, de la espada y la
ruindad. Y, de una u otra manera, todos —en un tiempo ancestral y mítico que se
repite hasta llegar al presente— hemos y seguimos colaborando a ello. Porque la
obra de Pasolini es directa como la verdad. Fácil, mucho más fácil de
comprender de lo que parece. Como su Cristo. Esa paloma mensajera que trajo
un mensaje que, a día de hoy —y basta de nuevo acercarse a los oscuros motivos
que pudieron decretar la muerte del cineasta— tampoco sería permitido: la
necesidad imperiosa de que llegue el día en que el hombre se enfrente a la ley, la
retuerza y ésta quede asfixiada por su propio yugo. La irrefrenable necesidad
porque el hombre acabe, al fin, imponiéndose a la ley sin necesidad de derramar
sangre alguna y comience a mirar, a observar por una vez ese milagro que es la
existencia y nuestro mundo con el mismo amor con el que, acaso, pudo ser
creado por Dios. Con el mismo amor radical con el que Pasolini construyó toda
su obra para no dejar indiferente a nadie. Al contrario. Para poder testificar ante
Dios el día de su muerte que nada humano, ni siquiera el dolor de los otros, le
había sido ajeno, y ahí estaba su arte —ese arte que nos legó y del que todos
podemos disfrutar— para ratificarlo. Para que nadie, al fin, volviera a tomar el
nombre del arte y el amor en vano a costa de morir sepultado en sus propios
vómitos. El vómito y la diarrea de la ambición que corroe, envenena y sepulta a
tantos hombres de buena voluntad en las policlínicas, policiales y ajenas a todo
sentido común sociedades de nuestra Europa moderna.
pág. 202
Pedro Almodóvar: aprender regresando
ÁNGEL MANUEL GÓMEZ ESPADA
[Fotos: María José Redondo]
Era de una enorme ayuda que las actrices convivieran con el origen de sus personajes y
con los habitantes de la película. Y daba gusto pasear por esas calles desiertas manchegas
cuando terminábamos, porque era un reflejo también de la película que habla de la soledad
femenina, de esas mujeres que, como Agustina, se quedan ahí y que una vez que han cuidado a
toda la familia, se quedan solas en esos patios abandonados y enormes.
pág. 203
Ese personaje fundamental en Volver, el de la vecina, que conoce secretos que son
irreconocibles para las propias hijas, es el de las vecinas de los pueblos, las que te cuidan y
te dan sin pedir nunca nada a cambio, las vecinas de puerta con puerta, que crean lazos tan
invulnerables como los de la familia. A veces, mayores. Los que hemos pasado mucha de
nuestra infancia en pueblos o en ciudades pequeñas que
comenzaron a despertar a finales de los ochenta, como bien
puede ser Albacete o Ciudad Real, ciudades manchegas,
pero también Murcia o Almería, más del sur, pero tan
rurales como los paisajes que pinta Almodóvar en
Volver lo hemos vivido. Todos tenemos alguna vecina
en nuestra mente que nos recuerda a Agustina. Puede
ser María, que antes de que nos bajáramos del coche ya
estaba repartiéndonos en bolsas diferentes verduras y
frutas y que entraban en casa antes que las maletas y te
llenaban de besos sonoros, como esos besos sonoros
de Agustina, que parecen besos escandalosos y de
artificio, besos de cine, pero que son reales y sinceros.
O puede ser Antonia, la que siempre cuidó de la
enfermedad de tu madre cuando estábamos en época
de exámenes y se quedaba sola, y se pasaba a nuestra
cocina por las mañanas para que nuestra madre no
desayunara sin nadie con quien hablar y pensando en
esa soledad propia de la casalinga de la que habla
Almodóvar al referirse a Raimunda. Esa maruja que ve que su mundo es un caos
y que sus ilusiones están demasiado lejos como para parecerse a la realidad, como
lejos están las estrellas o la buena suerte. Pues, como decíamos, Agustina es la
vecina que hace todo por los demás, que habla más con la tía Paula, su vecina,
que con su propia hermana. Es una vecina que perfectamente, como hemos
dicho antes, podría figurar en la nómina de vecinas de Comala que el hijo de
Pedro Páramo se va encontrando. Tan preocupadas de saber de los demás (más
por aburrimiento que por curiosidad) no saben nada de su propia vida, a la que le
dan un sentido atendiendo a los otros y despreocupándose de sí mismas, muertas
en vida como las muertas que no quieren creerlo en Comala. La negación de la
muerte en Comala, como la de Nicole Kidman en Los otros, un film que aborda lo
absurdo de la muerte y, sobre todo, lo absurdo de su negación, que lleva al ente
humano a un plano de no saber diferenciar en un momento dado, en qué mundo
está ni cuándo ha pasado la frontera, se ha subido a la barca carontina sin darse
cuenta y ha borrado de su mente el proceso con una naturalidad pasmosa.
Agustina es el personaje que se muere en silencio física y psicológicamente,
que tiene el cáncer real, tangible y el cáncer de la duda, y a la que ambos
dinamitan inexorablemente, porque la duda, el no saber la verdad de lo que le
aconteció a su madre es algo que la mata por dentro. Sus gritos de auxilio no son
escuchados por Raimunda, ajena a supersticiones. Y es cuando se presenta
también otro de los grandes temas de Volver: la maternidad. La figura de la madre
que es fundamental en toda la obra de Almodóvar, de la relación materno-filial
pág. 204
como eje principal de la vida. Raimunda odia a su madre porque, cuando más la
necesitaba, ella no la apoyó y esa ignorancia de la mujer frente a la sabiduría de la
madre es lo que Raimunda no le perdona a su madre. Y la historia se repite.
Raimunda ve cómo su hija es acosada, pero, a diferencia de su madre, ella
defenderá a su hija hasta las últimas consecuencias.
PAULA: ¡Abuela!
(La abuela aparece por un lado, debajo de la cama)
ABUELA: ¡Estoy aquí!
PAULA: ¡No te muevas, ni me hables, que está mi madre!
ABUELA: ¡Ya la he oído!
Hay en esa comparación del director con el viento una referencia al viento
manchego y terrible, viento que azota porque no tiene donde frenarse y que
arrasa, mueve contenedores y se mueve a sus anchas por las calles desiertas de los
pueblos, que es otro de los grandes subtemas: el de las supersticiones. Las
supersticiones, que se ven en algunas películas de Pedro Almodóvar, como en
Tacones Lejanos o Hable con ella, y que en Volver son motivo de mirada irónica por
parte del director. Raimunda comprende rápidamente qué suerte ha corrido su
madre, hecho que pasa desapercibido para Lola y para su sobrina. Y la madre de
Raimunda se aprovecha de esa superstición de los pueblos, sobre todo del pueblo
en el que ha vivido, tan incrédulo para unas cosas y tan crédulo para otras, para
los hechos más inexplicables, como la muerte.
Pedro Almodóvar asegura que esa predisposición ante la muerte, de ese
prepararse en vida para lo inevitable y lo eterno es algo que siempre le ha
producido admiración. Asegura que:
pág. 206
Quería homenajear a mis paisanos en este sentido, porque me parece admirable. Cuando
Blanca va a limpiar su propia tumba en vida, eso es algo que yo he visto. La gente se compra su
terreno, lo cuida en vida, como si fuera su casa (y va a serlo realmente). Esa relación me parece
admirable y algo de esa naturalidad me ha quedado impregnada.
En La Mancha hay una relación cordial y saludable con la muerte. Lo que hace el
personaje de Agustina está más allá de si su madre ha muerto o no, lo que necesita es hacer un
duelo y por eso se lleva a la vecina y la instala. Para ella es un momento pleno, que culmina en
la escena en la que aparece Sole y le abre los brazos y Sole se refugia y se hace pequeña y le llora
en el hombro. Ahí es una mujer plena. A través del duelo de la tía Paula ella está llevando a
cabo el duelo de su madre, que era algo que necesitaba para ser casi feliz.
La muerte, en definitiva, que rodea toda la película, pero que es vista desde
los ojos de la gente de La Mancha, de los lugareños. Y que está fuera de toda
lógica actual, fuera de la disciplinada civilización ficticia que se ha construido en
las ciudades, en nuestro afán de impersonalizarlo todo y volverlo tan higiénico
hasta hacerlo aséptico, convertir lo que siempre fue ritual en un hecho
insensibilizado, pasteurizado.
pág. 207
Creo que en mi pueblo ya hay un tanatorio, pero la gente sigue muriendo en su casa y
sigue siendo velada en su casa. Probablemente sea una costumbre que se vaya imponiendo con el
tiempo, la del tanatorio, pero le quitaría esa parte de privacidad que tiene el duelo en la propia
casa. (…) Y este rito, tan extenso, es algo que en el tanatorio desaparece. En el tanatorio no te
dejan llevar un hornillo ni ofrecer caldo a los que vienen. Ella (Agustina) tiene preparado en su
cocina, aunque no se vea mucho, un gran cocido, con su caldo, con muchas botellas, porque los
hombres beben mucho. Y así, pasadas las horas, la gente se relaja y empieza a hablar de otras
cosas más carnales y se ríen, y hay una especie de catarsis que se da en los duelos domésticos que
es imposible en los tanatorios. Esto lo explicó muy bien el otro día Juan José Millás en el
periódico a través de mi hermana. En mi tierra es una costumbre muy arraigada y no creo que
desaparezca. Además, les hace mucho bien a los vivos esa última despedida, que no es tal,
porque dentro de dos días estarán limpiando sus tumbas y se verá que los muertos conviven del
modo más natural, sin caer ni en esoterismos ni en hechos paranormales. De un modo natural,
que es el modo que tenemos también los vivos de no quedarnos solos, recordando a nuestros
muertos.
Sin duda,
algo extraño ocurría. Asustado, confuso,
llamé con insistencia a mi madre, mas nadie
acudió de momento. Porfié, y al fin vino
a mi cuarto, afligida, la sirvienta, y después
de acariciarme un poco y abrazarme, la pobre,
me dijo como pudo que mi padre había muerto,
que había muerto hacía un rato, de repente.
Contaba
Siete años yo entonces y tenía mi padre,
Cuando murió, la misma edad que tengo ahora.
Casi cuarenta años han pasado y aún
Respiro aquella angustia. Mientras mi mano intenta
Escribir estos versos, voy viviendo de nuevo
Los momentos terribles de esa noche remota.
pág. 208
Por eso, precisamente, Almodóvar se recubre en Volver con el paisaje de su
infancia, con los personajes con los que compartió aquellas primeras
experiencias. Era necesario, con todos los peligros que eso conllevaba.
De cómo ese pequeño motivo desató Volver. Es una historia muy larga,
que el director tuvo a bien desmenuzar durante una de sus intervenciones. Hasta
que en sus notas apareció el momento clave, que es el personaje de Carmen
Maura, el de la abuela:
pág. 209
Desde el momento, hace dos años, tras Todo sobre mi madre, que la vi como a un
fantasma, esa mujer me fagocitó toda la película, y descubrí que la historia que quería contar
era la historia de esa madre que volvía para solucionar su pasado.
Por último, destacaremos que Volver sobresale, sobre todo, por ser una
película coral de actrices. Donde el trabajo de cada una queda perpetuado en la
retina, pues es un trabajo muy visual, como la mayoría de las películas de
Almodóvar. Los silencios en Volver son fundamentales para impactar y
emocionar al espectador. Resulta curioso como un film con un guión de casi
doscientas páginas tenga sus momentos más emocionantes en ciertos gestos de
las actrices. Por mucho que el director haya pensado, ese instante es obvio que
no puede darse sin las actrices, y eso es algo que Almodóvar tiene presente
cuando habla de ellas:
Ella (Penélope) ha trabajado mucho. Para hacer una frase como: “No puedo...
Remotamente” le ha costado meses de ensayo, porque no encontraba el ritmo adecuado para
decir “remotamente”. Yo estaba dispuesto a renunciar a la frase, pero ella no. Hasta que un
día en la oficina lo hicimos oyendo un pitido y así encontró la pausa para que pareciera
manchega. He tenido mucha suerte con todas las actrices. Y con mi hermano, naturalmente.
Volver es una película de actrices y sin ellas, por tanto, no existe. (…) De pequeño era muy
mitómano. Hay una canción de Chavela Vargas que dice: “Antes de conocerte, te adiviné”. Y
mi primer recuerdo del cine eran los cromos de los chocolates, unos cromos muy grasientos que yo
coleccionaba, sin saber apenas el mundo que representaban. Eran cromos con colores primarios
de las estrellas de Hollywood. Y sentía que, de alguna manera, yo pertenecía a ese mundo, y que
me parecía mucho más real que el que cuento ahora en la película: las vecinas, mi casa, el de mi
madre, mis hermanas… Desde ese momento ya lo intuí; y, con el paso del tiempo, quise ser
actor porque pensaba que ellos hacían las películas. Cuando descubrí que había un señor que se
ponía detrás de la cámara, con quince o dieciséis años vi que ése era mi sitio. (…) Lo que
quiero decir con una explicación tan larga es que mi vocación es ser el primer espectador que
tienen los actores. Y eso es un absoluto privilegio. El director es la primera persona que ve los
milagros que ocurren con algunas de esas películas. Eso me ha pasado en esta película con las
actrices. Ha sido un verdadero placer verlas trabajar, a cada una de ellas. Y es un placer que
crea adicción.
pág. 210
En definitiva, es demasiado pronto para decir si nos encontramos ante la
obra maestra del gran director español, sobre todo si tenemos en cuenta que
Hable con ella fue elegida por una prestigiosa publicación internacional como el
mejor film de la década de los noventa. Hay una alta competencia en la
trayectoria de Almodóvar. Pero sí que nos encontramos, quizá, ante una película
especial, en un punto culminante, donde el maestro juega como nunca con ese
humor tan particular, capaz de arrancarle una sonrisa al espectador en todo
momento, incluso en los instantes más tensos y emocionantes. Es un film que
sabe conjugar a la perfección la risa espontánea con la lagrima contenida, que
cohabitan ambas como en el film lo hacen la vida y la muerte, la realidad y la
superchería, la España más actual (la miseria de los barrios periféricos, la mezcla
de razas y la explotación laboral de los más débiles) con la España popular, la
que, de alguna manera, todos recordamos de nuestra infancia. Es una película
con algunos regresos, para muchos esperados. Un retorno a la comedia, donde se
desenvuelve Almodóvar con la maestría que antes comentábamos. Una vuelta al
universo femenino. Y, dentro de él, a la maternidad que es la piedra principal,
como origen de la vida, para desbancar a la muerte. Aunque venga del más allá y
se vean obligadas a hacer cosas paranormales, como es el caso de Irene, la abuela.
RAIMUNDA: ¡Sí! Te necesito, mamá. ¡No entiendo cómo he podido vivir todos
estos años sin ti!
ABUELA: (Ruega dulcemente). No me digas eso, Raimunda, que me pongo a llorar.
Y los fantasmas no lloran.
Á poeta.
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Pequeños guerreros de los videojuegos
destruirán el mundo
Los niños, como los fatuos santos católicos, son conspicuos, naturales
guerreros. Y cómo no lo van a ser si por todos los vértices del mundo, pirámides
raciales, de Oriente y de Occidente, se les restriega y aquilata, hasta en los sueños,
la figura, ya fija, poética, ya científica, ya filosófica, del matar: no para ser matado,
sí para no aburrirse, para entretenerse y gozar comprando, vendiendo y
comiendo la muerte. Amor de necrófago. Los niños, brutos adultos aquellos que,
no siendo santos, sueñan santos, los que reniegan del mundo, los que entienden
el abuso y la miseria, el irracional de atacar para decir gané. Game Over. En los
videojuegos enseñarle a matar, en los dibujos animados condicionar el matar, en
las noticias por internet, radio, televisión, revistas, periódicos, novelas, cuentos,
poesías y dramas, y como fiesta sin fin el matar en las no-tan-secretas-reuniones-
políticas de los gobiernos, que tratan de imponer, vender sus productos y
democracias desde su nulo punto de vista al mundo. Y escoger o determinar
legalmente a quién matar en el mundo como arquetípico, adalid de. Arte que
estrena el caer. Para temer y, lo que sea, recibir. No sé si seré ciego o sordo o
mudo, pero no puedo evitar el sifilítico sufrir al contemplar en mi sobrino, de
casi tres años, el sueño inestable, abrupto, de facto cuando come los antipoemas
que le abren los pequeños ojos del pequeño sueño y grita aterrado. Porque en sus
microsueños lo abandonan, lo golpean, lo violan, lo matan; y él aún está
aprendiendo a matar. Y me pregunto: ¿qué pasaría si en todos los cerebros nos
ataca el juego de querer salvar el mundo de nosotros mismos, de la ciencia, de la
religión, de la filosofía, del arte? Niño que todavía estás atrapado en mí, ayúdame
a no matarme matándote. Ensimismado, oprimiendo botones, aprehendiendo
espadas o aprendiendo las inevitables ‘Vocales’ de Arthur Rimbaud, en puerta
secreta o joystick para atacar y matar, para maldecir y resucitar con arte en la
imposible consola del mundo quebrado:
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en la cólera o en las borracheras penitentes;
pág. 213
el ave-esperanza de sus hijos
después de esto sabes
que la madurez del cuerpo no se halla en los vidrios
que absorbes con tu lengua
en catarata
ni en el luto de tu voz meciéndose en los bajos fondos
de una esquina ciega
sabes también lo que tu hermano se niega a predicar:
el viento salitroso del desierto
las cabezas hablando detrás de la mordaza
la cabellera que hipnotiza un curvado vientre de mamífero
ya lejos en otra parte
más allá del revés de toda urbana anatomía
y de la zarza que se encrespa entre tus enemigos
como un latigazo
pág. 214
entiende el amor. Multitud o epidemia. Bizancio en un poema de Carlos Oliva
Valenzuela, ‘Lima I’:
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fuego irreconciliable.
En la ronda feliz de nuestros hijos, los tranquilos amantes del árbol de los
cuervos alrededor del ente que ahora es la espantosa Jerusalén libertada, árbol.
América falsificada, EEUU libertada, Centro-Sur. La que se corre para sí mismo
en un refugio y en su corrida ya no hay más que ese despotricado resto de lo que
fue lo portentoso. Pirámides truncas. Y así el ave blanca cumple su ciclo en el
cielo escaso; ese mismo cielo donde, otra vez, será testigo de la dulce muerte, del
epitafio en prosa del que fue alguna vez la canción florida. De sus propias hojas,
otoño, guiando al pueblo. De las quimeras de un hombre que siempre han sido
sus posibles artes. Y de las artes de los hombres que, siempre, serán el sueño de
alguno insano. La monstruosidad que es memoria vieja. Y la belleza que es ya
máxima eterna del vacío.
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alomón Valderrama Cruz (Chilia, Perú, 1979). Poeta. Director de la revista
S
Antínfeliz.
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Tiempo y cuerpo en Love and Rockets
BREIXO HARGUINDEY
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13, metáfora de su Oxnard natal. Entre las virtudes principales de Jaime
destacaba su elegante dibujo que se ha definido como línea clara americana y a
menudo se compara con el de Alex Toth. Por contraste, la principal influencia
gráfica de Beto era Bob Montana, creador de la serie romántico-adolescente
“Archie”, y entre sus atributos normalmente se resalta su excepcional capacidad
como guionista.
Sus comienzos, no obstante, fueron titubeantes. Su primera serie, de
nombre BEM, fue un producto típico de la era post-underground que
entremezclaba el género negro y la ciencia-ficción surrealista por influencia de la
revista Heavy-Metal. En BEM haría su primera aparición el que iba a ser su
principal personaje: Luba. Emulando a su hermano, Beto pronto cambiaría su
registro inicial por el retrato colectivo de los habitantes de Palomar, un pueblo en
la frontera Norte de Méjico.
La primera historia de Palomar fue Sopa de gran pena (Love and Rockets
números 3 y 4, 1983) que arranca con la llegada de Luba al pueblo. Las relaciones
entre sus diversos habitantes se presentan alrededor del idilio entre el ligón local,
Manuel, y la chica más codiciada del pueblo, Pipo, que ofrece ya el tono general
de la serie para el futuro: el de drama pasional. Pipo acabaría por casarse y, en su
lugar, las historias sucesivas perfilan el carácter institucional y complementario de
otras dos mujeres: Luba en el papel de matrona desvirgadora y la joven Tonatzin,
vendedora de babosas fritas, en el de ninfómana oficial. El grupo de jóvenes del
pueblo formado por Jesús, Israel, Toco, Vicente, Satch y Heraclio se disuelve
según pasa el tiempo. Toco muere, varios se casan, Israel emigra a la ciudad de
San Fideo y Jesús va a la cárcel por pegar a su mujer.
En 1984, dos años después de comenzar en Fantagraphics, Love and Rockets
no alcanzaba para vivir. El trío al completo, Mario, Gilbert y Jaime, decide
aceptar la oferta de la editorial Vortex, una independiente canadiense conocida
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por el Yummy fur de Chester Brown, para adaptar al cómic Mister X, del escritor
Dean Motter. Cada hermano se encarga de su especialidad, Mario y Gilbert en el
argumento y guión, Jaime en el dibujo. Mister X es el arquitecto Eichman,
diseñador de Radiant City cuya estructura urbana induce psíquicamente a la
convivencia entre sus ciudadanos. Al haber dejado incompleto su urbanismo, la
corrupción acaba dominando la ciudad y Eichman vuelve bajo la identidad de
Mister X para reenderezar la situación. Igual de corrupta que Radiant City, Vortex
no pagó a los Hernández ni todo ni a tiempo, por lo que ellos también volverían,
pero a Fantagraphics. Este episodio cimentó una duradera fidelidad con su
editor, Gary Groth.
A Sopa de gran pena le siguieron, ya en 1985, diversas historias cortas entre
las que destaca Un americano en Palomar en la que Howard Miller, un fotógrafo de
prensa estadounidense, acude allí para retratar a sus pobladores en un reportaje
etnográfico. A su alrededor, Tonantzin, su hermana Diana y buena parte de
Palomar fantasea con escapar a un futuro de barras y estrellas. Como no podía
ser de otro modo, el fotógrafo termina implicándose en la vida de los
palomarienses y debe abandonar el pueblo.
La siguiente historia larga en Palomar, Pies de pato
(Love and Rockets números 17 y 18, 1986), se inspira en las
fábulas orales de tradición en la familia Hernández. Los
niños rumorean: una vieja que se ha acercado a Palomar es
una bruja. Por una travesura, la anciana pierde el saco en
que guardaba una calavera infantil y, atormentada, recorre
el pueblo aullando «¿dónde está mi hijo?» mientras una
epidemia infecciosa se extiende por Palomar. Luba pasa
toda la historieta en un agujero a causa de un accidente.
Finalmente, rescatan a Luba, la vieja recupera su bolsita, se
va y todo vuelve a la normalidad. En 1985, con estas
historias y en pleno boom de los títulos independientes en
blanco y negro, Love and Rockets se estabilizó como título
sólido, con unas ventas cercanas a los 20.000 ejemplares
mensuales.
Entre 1987 y 1988 se extiende la siguiente saga, Human diastrophism (Love
and Rockets números 21 al 26), que continúa con el tono apocalíptico de Pies de
pato. Palomar se ve nuevamente acechado, en esta ocasión por un asesino,
elemento que agita las inquietudes artísticas del joven Martín. En paralelo e
incitada por las cartas que Jesús le envía desde la cárcel, Tonatzin entra en una
crisis de personalidad que deriva en un delirio político paranoico-indigenista de
fatal desenlace. Tonatzin, por cierto, es el nombre azteca de la diosa madre.
Tras esta etapa inicial de historias un tanto difusas y progresivamente
decadentes, Beto ocuparía seis años hasta 1994, casi el mismo tiempo empleado
en todo su trabajo anterior, en realizar su obra maestra: Río Veneno, verdadera
“novela gráfica” que relata los primeros 18 años en la vida de Luba. Como él
mismo reconoce, no hay duda de que Beto sabe elegir bien el título de sus obras:
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«Río Veneno tiene diferentes significados. Puede ser el río envenenado de la vida,
o puede ser que la corriente sanguínea de Peter Río sea venenosa, porque su
padre era maligno y quizás él también... O es sólo el río veneno de los crímenes
contra la humanidad. Sonaba bien y en español suena mejor».
En paralelo a Río Veneno, Gilbert realizó dos trabajos a sugerencia de su
editor, Gary Groth. En el primero, Love and Rockets X de 1989, la crónica de la
vida en Palomar se sustituyó por la de una banda de jóvenes roqueros de un
posible Los Ángeles, un guiño inequívoco a un público potencial de
Fantagraphics que posteriormente afloraría con el grunge. El segundo, Birdland,
relata las aventuras sexuales de la psicóloga Fritz, medio hermana de Luba,
cruzada con showgirls e, incluso, extraterrestres. Definida por su autor como
«una comedia de situación con tetas», Birdland se inscribió en la estrategia de
supervivencia de Fantagraphics ante la década de los 90: la línea Eros de cómic
porno.
Tras Río Veneno, Palomar no volvería nunca a ser el mismo. La etapa final
de Love and Rockets estaría marcada desde entonces por personajes de Río Veneno
que acosan el pueblo a causa de Luba, hasta que en su número 50,
correspondiente a mayo de 1996, se clausuró la saga de Palomar en el último
episodio de Love and Rockets cerrándose con una espléndida imagen: Martín
esculpe clandestinamente una estatua de cada uno de sus habitantes y la sumerge
en el fondo del pantano, allí donde pervivan quizás eternamente ante las Venus
megalíticas que lo vigilan, símbolo probable de una primitiva época matriarcal.
La crisis del mercado directo fue interpretada por los dibujantes del cómic
alternativo como la señal del final histórico de su movimiento y buena parte de
ellos revisaron sus planteamientos. Beto abandonó el formato revista por el de
comic-book y realizó varias series sin relación, cuando no tangencial, con
Palomar. Estas fueron New Love (1996-1997), la antología Measles (1998-2001) el
one-shot Goody Good Love comics (2000) e incluso series para editoriales
mainstream como Girl crazy (1997) para Dark Horse y Yeah! (con Peter Bagge,
1999-2000) y Grip (2001-2002) para DC. No obstante, las serie Luba (1998-2005)
y Luba’s comics and stories (Cinco números desde el 2000) presagiaron la previsible
segunda etapa de Love and Rockets que los hermanos Hernández retomarían en el
año 2001 ya en formato comic-book, desplazando definitivamente el escenario de
Palomar por el de la estadounidense Los Ángeles.
Historias de fantasmas
pág. 227
En plena calle
Monólogo del niño limpiabotas
[pieza dramática de un solo acto]
CARLOS MENESES
(El Niño, llamado Juancito, está en plena calle, deben ser algo más de las tres de la
tarde y el lugar es propio de un barrio pobre. No se ve a nadie más que al chico) A veces el
hambre duele (Se toca el estómago) pero dicen que uno se acostumbra a todo, hasta
al dolor. Lo que yo no entiendo es cómo unos sin esforzarse pueden comer
todos los días y hasta dos y tres veces y otros tenemos que esperar que el trabajo
nos haga ganar unas monedas para podernos comprar un sánguche. Mi mamá
siempre me decía que en la vida en lo primero que hay que pensar es en el
trabajo, que si no se trabaja no habrá pan. Que no hay ni que soñar que alguien
vaya a venir a darnos un billete o un almuerzo bien servido. (Se ha sentado en un
banquito de madera que es parte de sus instrumentos de trabajo de lustrabotas) No hay que
esperar nada de nadie, eso ya lo sé, ni techo, ni sopa, ni zapatos nuevos. A esta
hora la gente pasa sin mirarme, como si no existiera, deben ir rápido a trabajar.
No están para que les limpie los zapatos y se los deje como un espejo.
(Ha visto un posible cliente y lo llama mirando hacia el fondo) ¡Señor, le lustro los
zapatos, se los dejo como nuevos, y bien baratito! (Nadie le contesta. Decepcionado
regresa a su sitio y se vuelve a sentar en el banquito)
A lo mejor esta noche caen un par de clientes y puedo pagar un sitio
donde dormir y hasta comprarme un pan, aunque sea solo. Don Emiliano ya no
me quiere dejar entrar en la despensa de la señora Eduviges, ahí se está bien
calentito y se duerme como un niño con suerte. Pero la señora Eduviges se debe
haber enterado de que yo me metía a la despensa y dormía como seis horas
seguidas, eso sí, me despertaba como a las seis de la mañana y salía de esa casa en
puntillas. Pero don Emiliano, que es el mayordomo, dice que ya no se puede, que
me busque otro sitio, porque si su ama, la vieja esa Eduviges, me chapa
durmiendo lo botan a él a la calle como a un perro.
(Se levanta y con el banquito y los útiles de limpiar zapatos da un breve paseo de arriba
a abajo) ¡Se lustran zapatos bien baratito. Los dejo como espejos! (Se cansa de gritar
y vuelve a su emplazamiento anterior)
Mi mamá siempre me decía que en los barrios pobres es así, que la gente
no tiene plata para estas cosas, sólo están pensando si les alcanzará el sueldo
hasta el fin de mes. Todo se va en comer y pagar la casa, nada de ir al cine,
comprarse un periódico, salir de paseo los domingos. Todo lo que me decía mi
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mamá debe ser cierto porque yo veo que en cuanto salen del trabajo se van
derechito a su casa. Nada de tomarse una cerveza en el bar, no se meten en una
chingana a comerse un arroz con leche o una crema volteada. Tendría que ir a
otro barrio. Uno donde la gente no se preocupe de que el sueldo no les llegue
hasta fin de mes. Si tienen tiempo se toman una gaseosa o un café bien cargado
que los haga entrar en calor. Pero cómo voy a esos barrios elegantes con esta
pinta, (Repasa con la mirada su vestimenta) Mi ropa tiene como dos años y está hecha
puros flecos, mis zapatos ya no tienen suela. Me botarán como a un perro
sarnoso, por mugriento, por sucio, hasta por pobretón. A la gente de esos
lugares, me lo decía mi mamá, no les gusta los pobres, los que no van limpios. A
mí me gustaría ir bien limpio y con ropa no tan vieja como ésta (Sigue mirándose su
ropa llena de remiendos), pero nadie me regala ni una chompa, ni un pantalón, nada.
(Se vuelve a levantar y pasea de un lado a otro mirando hacia ambos extremos como si
buscara a alguien. Arrastra un poco los pies porque los zapatos son tan viejos que parece que se
le van a escapar. En general su indumentaria es, más que pobre, vieja y muy gastada. El
pantalón no le llega a los tobillos y la camisa que es de pana, debe de haber pertenecido a una
persona más alta y gruesa que él y le sobra por todas partes, para que no le cubra la mano con
la que lleva sus utensilios se la ha remangado hasta el codo )
(Sin sentarse en el banquito) Cuando era más chico y mi mamá me decía hay
que rezar mucho para que Dios nos oiga y nos cambie de vida yo le hacía caso.
Los dos rezábamos arrodillados ante un cuadro con la imagen de Cristo
crucificado. Yo le preguntaba ¿y si era tan poderoso cómo se dejó crucificar,
pues? Mi mamá no sabía explicarme eso, así que sólo me decía calla, no hagas
preguntas, reza con mucha fe. Ahora pienso que hay tanta gente que reza que a
los pobres como yo ni los oye, debe hacer caso a los de esos barrios elegantes,
seguro que tiene su grupo preferido y sólo a esos les atiende lo que piden, así que
yo ya no rezo, para qué si ni me va a oír. Claro que si supiera que me va a
escuchar le pediría un par de zapatos, aunque sean de segunda mano, ¿o se dirá
de segundo pie? O mejor que me dé media docena de clientes diarios, tendría
para comer, para una cama en la pensión El Buen dormir y hasta para ir alguna
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vez al cine. Lo que más me gusta es ver a Chaplin, cómo me río viendo a
Chaplin, hasta termino llorando de lo mucho que me río. Pero hace un montón
de tiempo que no puedo ir al cine. La última fue porque a mi amigo Conejín, que
tiene un primo que trabaja en el cine Alameda, lo deja entrar cuando ya la película
está por la mitad. Y no daban una de Chaplin. No sé cómo se llamaban los que
salían en esa película, pero hablaban cosas que yo no entendía. De la guerra no sé
dónde, y de uno que no quiso ir al frente y se escondió en la casa de su novia.
Hacía bien de no ir a la guerra, aunque paguen bien y ¿si le cae un balazo y lo
matan? Peor si lo deja cojo o manco, ya no puede trabajar y se morirá de hambre.
(Vuelve a sentarse en el banquito como si estuviera muy cansado. Se frota el estómago,
mira hacia el cielo y hace un gesto como de disgusto. Ve venir a alguien y se prepara para
limpiarle el calzado, pero ese individuo debe desviarse hacia otra calle porque no llega hasta
donde está Juancito)
Se fue para otra calle, debe estar yendo al trabajo. A esta hora todos van
como cohetes a trabajar. Han comido bien, habrán fumado un cigarrito y
conversado con su mujer, sus hijos, con quien sea y muy contentos a trabajar. Y
más tarde salen cansados, con cara de maldecir todo. El trabajo es como una
enfermedad. Por eso se van corriendo cuando terminan su tarea y a lo mejor
hasta se meten en cama. Mi mamá decía que mi papá sufría de esa enfermedad,
trabajaba un montón todos los días. Y que un día le ofrecieron un buen trabajo
lejos de casa y por eso se fue. Ella me aseguraba que volvería, me lo decía
mirando ese cuadro con el Cristo crucificado. Si vuelve le diré que mamá se
murió, pobrecita, yo no sé qué enfermedad tenía, pero estaba tan flaca, tan pálida,
a lo mejor se ha ido al cielo. ¿Será cierto que los pobres también pueden ir al
cielo? ¿Y si se ha ido al cielo habrá conocido a Dios? Podría decirle que alguien
me regale ropa mejor, que está mi hermana que vive no sé dónde pero viene a
verme de vez en cuando, me dijo que mamá murió por comer muy poco y no
tomar leche. Dijo el nombre de esa enfermedad, ya sé, ya me acuerdo,
tuberculosis. Cuando mi hermana viene me trae regalos, la última vez me trajo un
saco bien grueso para el invierno, pues. Y ahora no lo tengo y ya empieza a hacer
frío. La próxima vez que venga le diré que me lo robaron, nunca sabrá que lo
vendí para poder comer en un restaurante.
pág. 230
(Muy inquieto va hacia un lado del escenario, otea poniéndose una mano sobre la frente
como visera. Se oyen voces que provienen de lo que debe ser un tumulto. También algunas notas
de una marcha militar. Juancito deja de mirar, la gente debe estarse yendo hacia otros sitios)
Quiénes serán. Qué gritos los que daban, y con música, he debido ir a esa
esquina, a lo mejor caía alguno que necesitaba limpiarse los chuzos. Yo sólo he
oído que vivaban a alguien, a lo mejor son de esos sitios que llaman partido
político que la verdad no sé qué quiere decir. Debe de ser como un equipo de
fútbol, por eso gritan tanto. Pero esa gente no parece que jugara al fútbol, además
hay señores muy viejos, y señoras, todos esos no pueden correr detrás de una
pelota. Dicen que algunos que juegan fútbol ganan un montón de plata. Yo
quisiera aprender a jugar bien, a hacer goles, muchos goles, mi hermana siempre
me dice, podrías ser futbolista, esos cobran un platal. Yo no sé qué es lo que hace
ella que siempre tiene bastantes billetes en su cartera. No se viste mal y se pinta
mucho la cara. La última vez que vino la acompañaba un hombre mayor, bien
elegante, hasta con corbata, no tenía buena cara, miraba como si quisiera pegarles
a todos, parecía que fuera el dueño de ella, la trataba como su sirvienta, le decía
ya apúrate que se nos hace tarde y la tironeaba de un brazo. A mí ni me miraba.
La Vicenta me besó y se fue con él. Lo que más me llamó la atención fue que el
tipo ese no le decía Vicenta sino Mónica, qué raro, ¿la habrán vuelto a bautizar?
(Se oye que alguien toca un huayno. La música se va acercando. Juancito la escucha
atentamente, luego lleva el compás con una mano. El músico aparece por un costado del
escenario, es un hombre joven que tiene una quena y toca sin detenerse. Pasa delante del chico y
no lo mira. Juancito hace ademán como invitándolo a que se limpie los zapatos pero el músico
no se da cuenta y desaparece por el otro extremo del escenario)
Cómo me gustaría tocar un instrumento, si pudiera tendría una guitarra
(Dice mirando al hombre que se aleja). Me contratarían en el circo, en el teatro. Iría a
las ferias. Recorrería pueblos. Seguro que es mejor que ser futbolista. Y con lo
que me pagaran me compraría todos los días un sánguche de jamón, no, mejor de
queso o de mortadela. Y me tomaría una botella de cola. Ay, y si compro una de
cerveza. El señor Asdrúbal, el que venía a cobrar la casa cuando mamá vivía,
decía que la cerveza era un gran alimento. Y la Vicenta me dijo una vez que ese
hombre era un borracho, que ella lo había visto tirado en el suelo por haberse
tomado montones de cervezas. (Se pasea de un lado a otro sin saber qué hacer) Al que
no le hago caso es al Humberto. Ese no hay día que no vaya al restaurante, y
todas las tardes al cine. ¡Qué envidia me da! Pero prefiero no encontrarme con él.
Siempre está con lo mismo. Un día casi me convence. Me hablaba como si me
fuera a llevar a eso que llaman Paraíso que no sé dónde queda y que debe de ser
bien bonito. Vamos, me decía, y me tiraba de un brazo. Está bien cerquita de
aquí, a cuatro cuadras nomás. Yo le decía suéltame, pero él nada de soltarme. No
sé cómo conseguí librarme de su mano y me eché a correr. Me daba miedo lo que
quería hacer. Claro, él está acostumbrado a eso. Menos mal que no me persiguió,
como es bien alto y fuerte y ya debe tener como veinte años, me hubiese
alcanzado en dos trancos y me habría obligado a ir a ese sitio que él sabía. Pero
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decía que no había que ir de día sino de noche. Mejor me olvido de él y no le
hago caso nunca más.
(Se oye el ruido de un avión que pasa por sobre la ciudad. El chico mira hacia el cielo
con cara de felicidad. Se lleva la mano a la frente como haciendo visera) Qué bonito debe ser
volar en avión. Se les verá el pico a los pájaros, y las nubes pasarán por encima,
por debajo del avión, ¿se le pegarán en las alas como si fuera ese algodón de
azúcar que tanto me gusta?
(Cuando pasa el ruido del avión Juancito se sienta en el suelo, mira a su alrededor y
descubre un trozo de papel de periódico cerca de donde él está, lo coge rápidamente y lo mira
sonriente como si fuera la fotografía de alguien que le agrada mucho)
Son chistes, esto es lo que más me gusta, esto y los caramelos. Una de las
últimas veces que vino mi hermana me trajo una bolsita de caramelos de fresa.
¡Qué buenos eran! Vicenta tendría que venir a verme todas las semanas, y sin ese
hombre que parece su patrón y tiene cara de muy malo y la manda como dicen
que se manda a los soldados, y ella que es bien brava le obedece como una sonsa.
Le diré que también me traiga una revista de chistes. Hará como dos meses me
encontré una casi entera en una bolsa de basura, porque a veces miro en esas
bolsas o en esas latas, y encuentro cosas que me gustan. Voy a leer estos chistes,
dicen que si uno se ríe se le pasa el hambre y a mí los chistes me hacen reír
mucho, esa vez que encontré la revista me reí varios días seguidos, porque los
volvía a leer, lo que pasa es que no entiendo algunas palabras, serán palabras para
los grandes. Para los que han ido al colegio un montón de años. Yo sólo fui un
año donde una señorita que se llamaba Carmela y me enseñó las letras, después a
deletrear. En el colegio leíamos gritando, m con a ma, otra vez, m con a ma y
luego decíamos bien rápido, mamá y aplaudíamos. Me gustaba el colegio porque
podíamos jugar, (Lee en voz alta con alguna dificultad una frase de papel que ha encontrado)
“Don Perico tenía la nariz grande como Pinocho”. La gente que pase me mirará
y se reirá de mí. A lo mejor creen que estoy loco. En vez de creer eso deberían
poner sus pies en este banco y dejarse limpiar los zapatos. Con cuatro clientes al
día me iría requetebién. Hasta con tres. Y hasta con dos. Y hoy no he tenido
ninguno. Qué día tan feo. En días como hoy veo a la gente como si fueran
diablos. Pasan echando fuego y ni me miran. Otros días tan feos como hoy los
veo como si fueran troncos, peor, postes, ni miran, ni sonríen, nada. Parece que
huyeran de mí. Como si tuviera una enfermedad contagiosa. Mi hermana dijo no
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sé a quién, pero yo estaba cerca y escuché que la enfermedad de la que murió mi
mamá era contagiosa. El médico que se lo dijo, debe haberse equivocado porque
ni ella ni yo estamos enfermos.
(Mira hacia un lado, se escucha el taconear de unos zapatos de mujer. Es un ritmo
acompasado y no rápido. Juancito se pone de pie como si se fuera a ofrecer para limpiarle el
calzado. Incluso da un par de pasos hacia esa mujer que todavía no ha aparecido en escena)
Nunca le he limpiado los zapatos a una mujer. ¿Tendrá que sentarse?
¿Pero dónde? Esa señora es muy elegante, no se va a sentar en una grada ni en el
suelo. ¡Ay!, se ha quedado parada en mitad de calle, ahora conversa con ese
hombre. Podría limpiarles los zapatos a los dos, mientras ella se quita un zapato y
se lo limpio se podría apoyar en el señor y queda parada sobre un solo pie, así no
se ensucia el vestido. Pero siguen conversando ahí, no sé si se despedirá pronto
del hombre. No creo que sea su papá, no es tan viejo, ni su hermano, no se
parecen, ella es más alta que él, claro, es por los tacos que lleva. Podrían venir los
dos a conversar aquí. ¿Y si me acerco a ellos y les digo que les limpio los zapatos?
¡Qué mala suerte! Se van, él la lleva de la mano, ¿será su marido o su novio? Una
vez mi hermana dijo otra cosa pero no me acuerdo, un nombre raro que hay para
algunas mujeres. Ah, ya sé, amante, pero no sé si esta será amante de ese. Me
gusta la palabreja. Amante, me gustaría ser amante de una mujer como esa y que
me diera de comer todos los días, no mucho con un plato de sopa y un vaso de
leche tengo suficiente. Bueno y pan, claro, cómo va a faltar el pan. ¿Pero qué
tiene que hacer un amante? Bueno, aparte de eso que Humberto me explicó
cómo se hace, ¿tendrá que trabajar para ella? De una vecina de la casa donde
vivía con mi mamá decían que era amante de un doctor, que él venía a verla por
las noches. No estaba enferma y a esas horas no visitan los médicos (Se sonríe).
Seguro iba a verla cuando terminaba su trabajo en el hospital. Mi hermana dijo
una vez, bien rabiosa porque éramos muy pobres y no había plata para nada,
menos para que se comprara un vestido nuevo, de moda, decía ella. Si tuviéramos
un par de amantes sería otra cosa, gritaba, y mamá quiso darle un sopapo pero
ella se fue de la casa levantando la voz. Yo la oía que en la calle seguía
vociferando. Me voy a buscar un viejo rico para que me mantenga. Ese que la
acompaña no es tan viejo pero tampoco parece rico, no tiene auto, van en
ómnibus para todas partes. A lo mejor la que pone la plata es ella, la Vicenta, que
se llama de otro modo. Si mamá viviera seguro que no la dejaría portarse de esa
manera, andando con desconocidos que le dan billetes, pero pobre mi hermana
siempre quiso estar vestida a la moda y ahora viviendo así creo que le va bien.
(Vuelve a tratar de leer la página de chistes que ha encontrado. Deletrea en voz alta,
hace comentarios y se ríe en algunos casos. Lee y mira los chistes sin dejar de otear a un lado y
otro por si aparece un posible cliente)
Hablan de un payaso bien bueno, pero no dice cómo se llama, a ver,
(Deletrea) pun-gi-no, no, otra vez, pin-güi-no, ahora sí me ha salido bien. Qué risa,
así se llamará el payaso. A lo mejor es ese que trabajaba en el circo que vino hace
como dos meses. No me acuerdo cómo se llamaba ese payaso, yo me metí al
circo cuando ya la función estaba terminando. Entre levantando un pedacito de
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la carpa por un costado, con un miedo terrible de que me descubrieran pero
nadie me vio. A ver, seguiré leyendo, pero mejor es mirar estos cuadritos en que
se ve al payaso saltando sobre un burrito, bien ágil, yo no sé si podría dar ese
salto. Bueno, el burrito es chiquito, pero es más grande que un perro. Voy a saltar
todos los días hasta poder hacerlo como este payaso. Todo es mejor que ser
limpiabotas. En esta ciudad parece que a nadie le importa ir con los zapatos
brillantes de tan limpios.
(Se vuelve a escuchar el huayno que interpreta el hombre de la quena. Juancito mira
hacia el sitio por donde se fue alejando el músico, no debe de estar lejos porque el chico lo ve muy
bien y va comentando lo que ve y lo que oye. Está de pie, da unos pasos hacia un costado y se
detiene. Parece fascinado por la música. Tanto que ha dejado caer la página de la revista que ha
estado intentando leer. El músico hace una pausa y el pequeño limpiabotas regresa a su sitio
donde han quedado sus herramientas de trabajo. Cuando ya está nuevamente en su sitio se
vuelve a oír al quenista tocando otro huayno. Juancito ha recogido la página con chistes y sigue
mirando hacia donde se supone está el músico)
¡Qué rabia! A él sí le dan monedas por tocar y a mí que hago un buen
trabajo no me dan ni agua. ¿Y si le pido que me enseñe a tocar la quena? A lo
mejor no quiere o querrá cobrarme. Yo le puedo limpiar los chuzos todos los
días, gratis y se los dejaría como si acabara de comprarlos en una tienda. Pero
más me gustaría tocar la guitarra. Ese hombre que vive por donde yo iba antes a
limpiar zapatos, creo que le decían Roberto, siempre salía de su casa con una
guitarra, seguro que se iba a tocar con una orquesta, no creo que se fuera de
jarana todas las noches. Eso de ser músico debe ser bien bonito, tocas, bailas, te
diviertes y encima te pagan y a lo mejor hasta te dan de comer. (Ya no se oye la
quena y Juancito que mira hacia ese lado empieza a decir en voz alta lo que va viendo)
Cuántos se le han acercado, les debe gustar ese huayno y le estarán pidiendo que
lo toque otra vez. ¡Qué raro! Ahora parece que estuvieran peleando, ese hombre
bajito le acerca su puño a la cara como si quisiera darle un puñetazo. La última
vez que me trompeé con un chico que me quería quitar este banquito me dieron
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un puñetazo en la boca y me salió sangre, por eso no me gusta la trompeadera.
¡Huy! Se están pegando, ¿por qué será? Menos mal que esos señores mayores ya
los han separado. ¿Será porque el quenista no quería tocar lo que le pedían? A lo
mejor le pedían que tocara marineras y este músico no sabe. Con una quena no se
debe de poder, en cambio con una guitarra como la de Roberto sí se puede.
(El chico ha ido hablando y avanzando hacia el sitio que ha estado mirando. No ha
dado pasos rápidos, más bien lentos y dando la impresión de que la escena que ha descrito le
interesa mucho más que todo el resto de cosas que pasan a su alrededor)
Si le vuelven a dar un puñetazo al quenista iré a defenderlo. Ellos son dos
contra uno solo. El bajito ese y el hombrón de bigote que no sé por qué se ha
metido en la discusión y es el que comenzó a dar puñetazos. (Se sienten ladridos de
perros y gritos de la gente que está junto a los que se pelean) Menos mal que ya los
separaron, si no le pegaba con el banquito en la cabeza al grandote. (Levanta el
banquito en el que se sienta para limpiar los zapatos como si se lo fuera a tirar a alguien)
Bueno, ya se van todos menos el músico. Mejor, así podré escuchar más música.
(Se escucha un yaraví que está tocando el quenista. El niño ha retrocedido hasta el sitio
que ocupaba antes de la pelea, se ha sentado en el banquito y escucha la música con aire de
satisfacción. A ratos lleva el compás con un pie y lo hace con tanta energía que se le sale un
zapato. Casi en cuatro pies va tras de su zapato y se lo vuelve a poner)
Qué bueno, se me ha pasado el hambre. (Se hace como un masaje en el estómago)
Ahora lo que tengo es sed. Qué rico sería tomarse una chicha morada. Mi
hermana la sabe hacer bien buena, pero dónde estará ahora, seguro con ese
hombre tan feo. Si mi mamá viviera le diría a ese que se vaya, que deje tranquila a
mi hermana y seguro que la haría volver a casa a ella. Ya la estoy viendo cómo se
pondría la Vicente: (La imita) “Pero mamita si ya soy una mujer mayor déjame
vivir tranquila”. (Se ríe de su imitación) Ahora qué importa, mi hermana estará bien
con ese hombre, o con otros, lo que necesito no es que ella esté bien, sino saber
dónde podré dormir esta noche. Me da frío y me da miedo dormir en la calle.
Pasan borrachos, guardias, gente que pega y roba, a lo mejor me meto en el
zaguán de esa casa bien grande que hay al final de esta calle (Señala hacia el lado
opuesto donde está el músico, que debe haber hecho un descanso porque ya no se oye música).
Hay que esperar a que en esa casa se apaguen las luces y entrar bien despacito,
me acurruco en un rincón y me quedo dormido hasta las seis, no más porque los
sirvientes empiezan a barrer, entrar y salir de la casa con las compras, o viene el
lechero y deja las botellas en la puerta, así que mejor me voy rapidito. ¿Y si me
espero un poco y cuando venga el lechero agarro una de las botellas y salgo
corriendo? ¿O me la tomo ahí nomás, hasta no dejar ni una gota en la botella? Ya
estoy sintiendo el sabor de la leche pero todavía quedan bastantes horas para que
llegue el lechero.
(Mira hacia el lado en que estaba el músico y descubre que se ha ido, pone cara de
tristeza, da unos paseos en redondo como si estuviera pensando en algo especial. Luego recoge el
trozo de periódico con chistes que había dejado en el suelo y trata nuevamente de leer deletreando
como lo ha hecho anteriormente)
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¿Dónde se habrá ido el de la quena? ¿Y por qué le pegaron esos dos
hombres? Si el músico tenía cara de bien buena gente. Pobrecito, le cayó un
buen puñetazo en la cara, seguro que todavía le estará doliendo, a lo mejor por
eso se ha ido, estará camino de su casa para echarse un poco de alcohol o irá a la
farmacia para que le den algo que le quite el dolor. Debe de tener miedo de que
se le hinche la boca y no pueda soplar su quena. A lo mejor le hago caso al
Humberto. Pero sólo una vez. Ojalá venga por acá, ese debe estar en el cine,
feliz, viendo una película de cauboyes que a él le gustan mucho y a mí también.
Esas en que van a caballo y se persiguen y uno salta sobre el otro y lo tira al suelo
y ahí se dan puñetazos y siempre gana el bueno, eso es lo que me gusta. Pero el
Humberto después del cine se irá a comer, ¡qué envidia! Si viene ahora y me dice
vamos a un sitio que yo sé (Lo imita) “nos ganamos unos buenos soles, ya verás
qué fácil es”. Pero me da miedo hacerle caso. Él dice hacerlo una vez, pero
seguro al día siguiente también me dirá que vaya con él, y al otro día y al otro.
Pero no creo que pase por acá. Si el hambre me molesta mucho iré a buscarlo yo
sé dónde come y con quienes se junta. Es fácil encontrarlo lo que no sé es cuál es
la mejor hora para ir a buscarlo.
(El chico mira hacia ambos lados como si viniera gente por esos dos sitios. Luego se
concentra en el lado opuesto hacia donde ha estado el quenista y donde ocurrió el incidente que
estuvo describiendo muy emocionado. Parece que ve a alguien que le agrada y da algunos saltitos
de contento, luego avanza unos pasos como si fuera a saludarlo pero se queda en mitad de
camino)
Ha vuelto el músico (Dice alegre, como musitando), ¡qué bueno! Ahora sí le
pediré que me enseñe a tocar la quena o que me diga quién me puede enseñar a
ser guitarrista, eso es mejor. Tengo que aprender algo mejor que ser lustrabotas,
con este oficio me voy a morir de hambre. En los barrios buenos hay otros
lustrabotas que no dejan trabajar a los nuevos. Un día fui y un viejo como de
treinta años me dijo tú qué quieres aquí, no sabes que este barrio no es para ti.
Casi me da una patada para sacarme de ese sitio que es bien bonito. Pero qué
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veo, el músico se ha traído una vitrola. Y no le veo la quena por ninguna parte.
(Se escucha música moderna, un bolero o un vals criollo). Qué bonita música, pero yo
preferiría que la tocara él y no saliera de un disco. (Se mueve como si bailara) ¿Y esa
mujer quién será? Están bailando, eso sí me gusta más. Qué vivo es el quenista,
ahora la gente le echa monedas en un platito que ha puesto en el suelo. Lo malo
es que se quedan viéndolos bailar y no vienen para acá, tendré que ir yo, si me
acerco y comienzo a limpiar zapatos a todos esos que rodean a los bailarines
tendré para ir a una pensión esta noche y hasta para tomarme un plato de sopa.
(Sigue avanzando, casi queda fuera del escenario, se le ve de perfil, ha dejado sus útiles
de trabajo en el sitio donde estaba desde el principio, cada vez mira el espectáculo con mayor
entusiasmo. Cuando parece dispuesto a ir hacia donde está el músico y ha regresado para recoger
sus útiles, se siente una voz que lo llama del lado opuesto al de donde viene la música. Juancito
mira hacia quien lo llama y duda entre ir a un lado o a otro)
Ese que me llama parece un pobretón a lo mejor no me quiere pagar sino
la mitad de lo que vale una lustrada. Y junto al músico ahora hay como veinte
personas, con que les limpie los chuzos a cuatro ya tengo para pasar bien la
noche. Les chapo los pies sin pedirles permiso y los pongo sobre este taburete y
comienzo a lustrarles los chuzos (Hace ademán de estar limpiando zapatos) y si me
junto con ellos hasta yo podría bailar un poquito y el músico me daría una
moneda de las que le están echando. No veo que tenga la cara hinchada, ¿por qué
le pegaron entre esos dos hombres? Cuando se vaya esa gente se lo preguntaré,
me haré amigo de él y hasta podríamos formar un trío, ellos bailan y yo limpio los
zapatos de los mirones. Si mi hermana estuviera aquí podría bailar conmigo, sería
limpiabotas y bailarín y ella pasaría un sombrero para recoger las monedas que
nos den por las dos cosas. Pero Vicenta está lejos, nunca me dijo dónde vivía, y
seguro que ese hombre con el que debe de vivir no la dejaría. Fijo que lo que
hace ella deja más plata que bailar en la calle. A ver, ¿la Vicenta es más bonita que
esa que baila con el quenista? Ella siempre decía que sus piernas eran bien
buenas, pero no para correr ni para bailar, para los hombres pues. Es como lo
que me decía el Humberto, las mujeres que tienen buena cara y buenas piernas
tienen la vida solucionada. ¿Será cierto? ¿Entonces mi hermana tiene la vida
solucionada? Pero con ése (Lo dice con pena) no creo, le debe quitar todo lo que
gana.
(Juancito baila como imitando a los que está viendo bailar. No se sabe si
baila tango, bolero o vals criollo, pero se mueve al compás de la música que se
escucha que es lenta. Se ha olvidado totalmente del hombre que lo había chistado
desde el otro lado y está totalmente absorbido por el espectáculo que está dando
el músico y la mujer que lo acompaña. Cuando la música cesa el chico retorna a
su sitio habitual manteniendo algo del ritmo que ha estado llevando)
Debe ser buen hombre el quenista. Y los que le pegaron unos malvados, o
querrían robarle lo que había ganado tocando la quena. Cómo le pueden pegar
entre dos a una persona tan buena como este. No lo entiendo. ¿Por qué habrá
sido?
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(Hace la pregunta mirando al cielo y casi inmediatamente se oye una voz de mujer, algo
débil y temblorosa que responde a las curiosidades del chico)
“A los hombres les duele mucho que se les vaya la mujer con otro”
(Juancito sigue mirando hacia el cielo y parece quedar muy satisfecho con lo que ha oído)
Sí, me lo dijeron otros, mamá. También el Humberto, ese sabe de todo.
Me contó que él tenía una novia que había sido la mujer de otro. ¿A lo mejor ese
otro va y le pega? O peor, agarra un cuchillo y le corta la cara. Pero el Humberto
es bien vivo y sabe trompearse muy bien, no creo que se deje cortar la cara ni que
le den puñetazos como los que le dieron al quenista. (Se frota el estómago como si se
estuviera haciendo un masaje) Ay, cómo me suenan las tripas. A ratos me duele un
poco. Creo que si viene el Humberto y me dice para ir a ese sitio o a otro, me da
lo mismo, le digo que sí, que si es para tener para pasar bien la noche en una
cama y tomarme una sopa, aceptado. ¿No es malo si uno tiene hambre, verdad?
(La pregunta la hace mirando al cielo)
“Ten cuidado con Humberto, con todos los que hacen lo que hace
Humberto. No es buena persona. Tiene malas costumbres. Estuvo un tiempo en
la cárcel. No lo sigas” (Se oye la voz de la madre en el mismo tono que la vez anterior)
Sí, mamá, pero ya me está doliendo (Se sigue frotando el estómago). Ya sé que
el Humberto es eso que tú decías, canalla creo, sí, canalla, pero por una vez que
lo haga no es pecado, ¿no? Bueno, bueno, no te discuto, seguro no iré pero si me
sigue doliendo no sé. Como decía ese señor que a veces te invitaba a tomar un
café con leche en la cafetería Iris y que no me acuerdo cómo se llamaba, la
necesidad tiene cara de hereje. Tú me explicaste lo que era hereje. Uno que no
cree en dios ni en nada. Y la Vicenta me dijo, es un sinvergüenza que sólo piensa
en él y no en los demás. Lo que sea, yo ahora pienso en mi estómago, estoy
viendo el plato con caldo echando humo. Un plato bien grande y bien hondo y
un caldo espeso porque tiene de todo, zanahorias, yuca, papas que me gustan
tanto, habas, qué es lo que no tiene ese caldo que estoy viendo igual como veo a
la pareja que hasta hace un momento bailaba como trompo. ¿Y el músico te
parece malo? (Mira hacia el cielo en espera de respuesta) Bueno, ya te cansaste de
hablarme (Se levanta de hombros). Yo aquí me voy a morir de hambre, así que iré a
otro lugar por donde pase mucha gente. (Parece dispuesto a emprender un nuevo camino)
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(Se oye una voz de hombre que grita varias veces “Juan, Juan”. El chico mira a un lado
y a otro, sonríe. Ha dejado de frotarse el estómago)
El Humberto me está llamando, mamá. ¿Qué hago? (Mirando al cielo insiste)
Dime pues, qué hago. (No hay respuesta. Se le ve avanzar dos pasos y retroceder uno, se
halla en plena indecisión) Creo que se metió a un supermercado y se llevó mi jamón
entero. Salió corriendo y no lo pudieron alcanzar. El Humberto es un trome para
eso. ¿Y si nos agarran y nos llevan a la comisaría por pericos? (Empieza a caminar
hacia el lado por donde se vuelve a oír la voz que llama “Juan, ven bien rápido”) Es por el
plato de sopa, mamá. Te prometo que sólo será una vez. No me chaparán porque
yo corro bien rápido, ya verás. No vayas a llorar mamá, yo no lloré cuando vi que
ese señor que te invitaba al café Iris te cogía la mano y la besaba. Yo estaba
acurrucado tras la puerta. (Se oyen más llamadas insistentes) Yo te quiero mucho,
mamá, pero hoy seré hereje. (Ha dado pasos titubeantes hacia un costado, llevando en las
manos sus tiles de trabajo, luego echa a correr hacia el sitio de donde lo están llamando)
TELÓN
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