Miro - Quesada - El Hombre - Mundo - Destino PDF
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El hombre, el mundo,
el destino
Introducción no convencional
a la filosofía
Universidad de Lima
Fondo de Desarrollo Editorial
Colección Ensayos
El hombre, el mundo, el destino. Introducción no convencional a la filosofía
Edición impresa: 2003
Primera edición digitalizada: 2018
De esta edición:
© Universidad de Lima
Fondo Editorial
Av. Javier Prado Este 4600,
Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33
Apartado postal 852, Lima 100
Teléfono: 437-6767, anexo 30131
[email protected]
www.ulima.edu.pe
Diseño y edición: Fondo Editorial de la Universidad de Lima
Prólogo 13
[9]
10
4. Intuición 201
5. Contra-ejemplo 203
6. Nitidez-borrosidad 205
7. Deducción 206
8. Rebasamiento 206
9. Plus ultra 208
10. Método y verdad 208
11. Verdad 209
11.1 Verdad absoluta 209
12. Tres teorías clásicas sobre la verdad 210
12.1 Correspondencia 210
12.2 Coherencia 211
12.3 Pragmatista 213
EPÍLOGO 215
E1. Modelo no, meta sí 217
E2. Razón e historia 218
E3. La tarea más grandiosa 231
BIBLIOGRAFÍA 235
[13]
14
exigían ser escritos con gran cuidado. Los temas se iban, así, acumulando,
hasta que llegó un momento en que la extensión del texto era la de un
libro. Y me vino la idea de que no estaría de más publicarlo. Pero, enton-
ces, los textos deberían ordenarse en capítulos y el desarrollo temático
tendría que ser más organizado. Pasé, así, de un caos a un cosmos que,
con la benevolencia del lector, puede considerarse como más o menos
ordenado.
De los quince capítulos que siguen, doce han sido escritos especialmen-
te para el presente libro. Y hemos incorporado al texto los tres restantes: uno
sobre el ateísmo, que ha sido reelaborado en una buena parte; otro sobre el
Diablo, y otro sobre el enfrentamiento entre el racionalista y el místico.
Terminados los reordenamientos y las revisiones, decidí que el presen-
te texto fuera aun más pedagógico que lo exigido por la editorial extranje-
ra. E hice un autocompromiso: que pudiera ser leído por cualquier perso-
na que hubiera terminado la educación secundaria, aunque no hubiese se-
guido estudios universitarios.
Pero, cuando terminé la revisión, me di cuenta de algo que mientras re-
dactaba el texto no había percibido en absoluto: que lo que había escrito
era una introducción a la filosofía. Porque al redactarlo había incursionado
en casi todos los campos del filosofar. Y como lo había escrito de manera
accesible, se podía considerar como una iniciación filosófica. Pero una ini-
ciación sui géneris, porque debido a la libertad con que había escrito cada
tema, el estilo literario variaba a veces radicalmente de un capítulo a otro.
Hay, por eso, textos escritos de manera seria y académica (ojalá el lector
no los encuentre demasiado pesados). Otros han sido escritos en un len-
guaje patético (¡qué temeridad!, en estos tiempos, ojalá mis amigos analíti-
cos no me quiten el saludo). Algunos de ellos contienen relatos históricos,
un poco imaginativos, pero que, en lo esencial, son veraces (espero que el
lector los encuentre entretenidos). Otros han sido redactados en un lengua-
je lúdico, y hay pasajes que son francamente cómicos. Me he divertido mu-
cho al escribirlos (ojalá diviertan, también, al lector).
De acuerdo con lo dicho, la presente introducción es bastante diferen-
te de las usuales. No pretendo, de ninguna manera, que sea superior a
ellas. Hay introducciones convencionales excelentes. Sólo digo que la pre-
sente introducción es diferente. Tal vez algunas personas se sientan extra-
ñadas por una introducción a la filosofía que contenga aspectos humorísti-
cos. Pero la filosofía no tiene por qué estar siempre vestida de frac.
Creo no equivocarme si afirmo que el interés de una persona que quie-
re iniciarse en la filosofía se centra en tres grandes temas: cómo somos, có-
15
una información elemental pero veraz sobre ellos. Las notas marginales son
de dos tipos: notas sobre diferentes sucesos, tanto históricos como cientí-
ficos, y notas teóricas para aclarar o profundizar conceptos. Algunas de
estas últimas sobrepasan el nivel elemental de la exposición y pueden ser
incomprensibles para el lector no iniciado. Pero no pude encontrar la
manera de hacerlas pedagógicas y cortas. Por otra parte, no está de más
decir que en algunos pasajes del libro me refiero a personajes y a escenas
que toda persona que ha seguido estudios universitarios conoce, dando la
impresión de que estoy menospreciando su cultura. Pero quien ha pasado
por la universidad debe tener en cuenta que este libro ha sido escrito para
que pueda ser comprendido por lectores que, al terminar su instrucción
media, no siguieron estudios universitarios.
Al final del texto hay una bibliografía dividida en tres niveles. En el pri-
mero se incluyen libros cuya lectura puede ser comprendida por cualquier
lector que haya terminado la instrucción secundaria. En el segundo hay li-
bros que exigen esfuerzo, aunque no muy grande, para ser comprendidos.
En el tercero, el lector encontrará libros que exigen cierta sofisticación fi-
losófica. Pero si ha leído el presente libro de manera completa, tendrá ya
la sofisticación exigida. Hay ciertos pasajes que, en una primera lectura,
pueden parecerle demasiado difíciles. En este caso le recomiendo una se-
gunda lectura con la mayor concentración posible. Si a pesar de ello el lec-
tor no ha podido entender el texto, no tiene más que saltarlo y seguir ade-
lante con la seguridad de que no ha perdido mucho.
Debido a la espontaneidad con que he escrito el libro, presento los te-
mas de acuerdo con mi propio pensamiento. Por eso, el presente libro pue-
de considerarse como una vulgarización de los resultados a que he llega-
do a través de un trabajo filosófico ininterrupto de más de medio siglo. Pe-
ro, como hemos dicho, se trata de una divulgación sui géneris. De ahí su
título: El hombre, el mundo, el destino. Introducción no convencional a la
filosofía.
No puedo terminar este prólogo sin expresar mi agradecimiento al señor
Jaime Paredes, mi profesor de computación. Sin su paciente ayuda no habría
sido posible dar al presente texto el formato requerido para su publicación.
Primera parte
El hombre
Capítulo I
¿Qué es el hombre?
[21]
22
la masa encefálica para que nos volvamos ciegos, mudos o locos. Tan es
así que, ahora, importantes teólogos, como Bochenski, sostienen una opi-
nión que es compartida por muchos grandes pensadores cristianos: la vida
después de la muerte no es cuestión de prueba, es cuestión de fe. La posi-
ción de Tertuliano, uno de los más ilustres padres de la Iglesia, es correc-
ta, e inexpugnable: Credo quia absurdum (creo porque es absurdo). No es-
tamos diciendo que no haya vida después de la muerte, ni que la doctrina
cristiana sea falsa. Sólo decimos que es indecidible: no se puede encontrar
ni una confirmación ni una refutación de ella.
La salida consiste en cambiar de punto de vista, es decir, en dejar de la-
do todo intento de elaborar una concepción del hombre que pueda ser in-
validada por los hechos, es decir, que éstos no la contradigan. Esto nos deja
como meros observadores de los hombres y mujeres de carne y hueso. En
lugar de tratar de explicar por qué el hombre es como es, debemos conten-
tarnos con saber cómo es. O sea, debemos hacernos preguntas sobre lo
que hacen las personas en cualquier parte del mundo y sobre lo que han
hecho en cualquier época histórica conocida. Y las respuestas vendrán por
sí solas.
¿Sufren los seres humanos físicamente? Por supuesto, el cuerpo huma-
no es frágil y está sometido a los embates implacables del medio ambien-
te y a la decadencia de su envejecimiento.
¿Sufren mental y emocionalmente los seres humanos cuando ven sufrir
a los que aman? Naturalmente. Hay siempre desalmados que no aman a na-
die y, en consecuencia, no tienen este tipo de sufrimiento. Pero son excep-
ciones. Es sabido, además, que hasta los criminales más empedernidos son
capaces de amar a su esposa, a sus hijos, a sus amigos, y a sufrir cuando
ellos también sufren.
¿Se ríen los seres humanos? Claro que sí. La risa es uno de los rasgos
más característicos del ser humano.
¿Hacen fiestas los seres humanos? Desde nuestra primera niñez sabemos
que hay fiestas y que nos gusta asistir a ellas. Cuando maduramos nos vol-
vemos más selectivos. Pero, con raras excepciones, siempre hay fiestas que
nos placen y a las que asistimos con agrado. ¿Hablan los seres humanos?
¡Qué pregunta más tonta!
¿Se casan los seres humanos? En todas las civilizaciones, con cierto gra-
do de complejidad, ha existido y existe el matrimonio.
¿Sienten los seres humanos angustia ante la muerte? No cabe duda de
que todos, algunas veces, han sentido esta angustia, incluso los que no te-
men a la muerte.
23
1. Antigüedad
Una de las experiencias más reveladoras que tenemos cuando somos aún
muy niños, es que hay personas que nos quieren hacer daño. Un día tengo
en mis manos uno de mis juguetes predilectos, viene otro niño y me lo
arrebata. Es más fuerte que yo y no puedo recuperarlo. Y, entonces, rompo
a llorar. La verdadera inocencia no tiene nada que ver con la ignorancia de
la sexualidad. Consiste en no saber que hay personas malas en el mundo.
La experiencia de la maldad de los otros, es asimilada rápidamente. A
partir del día en que otro niño, más fuerte que nosotros, arranchó el jugue-
te de nuestras manos, comenzamos a pensar que hay hechos injustos. No
tenemos aún una noción de lo injusto pero sabemos, de manera intuitiva,
cuando alguien es injusto con nosotros. Conforme vamos creciendo co-
menzamos a darnos cuenta si alguien es injusto con los demás. Y, al alcan-
zar la pubertad, nuestra intuición de lo justo y de lo injusto es perfecta-
mente clara. La manera como se concibe la justicia a partir de la adoles-
cencia depende, en gran medida, de tres hechos: a) de nuestro propio tem-
peramento; b) de la educación que hemos recibido; c) de las experiencias
que hemos vivido a través de los años.
Hay personas que son sensibles y otras que son frías. Las primeras sien-
ten pena cuando se comete una injusticia con alguien, sea quien fuere. Los
fríos permanecen indiferentes. La persona normal no es ni demasiado sen-
sible ni demasiado fría. Cuando alguien es tan sensible que no puede so-
portar el sufrimiento humano y dedica su vida a tratar de aliviarlo, es un
santo. Cuando alguien es totalmente indiferente al sufrimiento de los de-
[25]
26
los persas eran sus iguales. Para actuar según sus principios, y contra el
sentir de sus tropas, estableció la igualdad jurídica y social de sus genera-
les con los generales persas. Y trató, asimismo, en un plano de igualdad, a
los soldados macedonios y a los iranios. Además, propugnó el matrimonio
entre sus grandes oficiales y las doncellas persas de origen aristocrático. Él
mismo, dando el ejemplo, se casó con Roxana, la hija del rey de Bactria,
pueblo satélite de Persia. Roxana fue, tal vez, la única mujer que Alejandro
amó en su vida. Su corto imperio en Persia (sólo duró trece años, y termi-
nó con su muerte) fue dedicado a lograr la unión de la civilización heléni-
ca con la persa, del Occidente con el Oriente.
Otro antecesor notable fue Kaloioannes, emperador de Bizancio en el si-
glo XI. Cuando su hermana Ana Comnena2 conspiró para arrebatarle el po-
der, la perdonó en lugar de ejecutarla de acuerdo con las leyes del imperio.
Dedicó toda su vida a esforzarse por la felicidad de su pueblo. Renunció al
ofensivo y corrupto lujo en que vivían los emperadores de Bizancio, castigó
severamente a los nobles que abusaban de su autoridad, y rebajó las fuertes
cargas económicas que sufría el pueblo para hacer posible el fasto de la cor-
te. Y ¡su humanismo llegó al extremo de eliminar la pena de muerte! Este he-
cho es único en la historia de la humanidad. Kaloioannes era muy bajo, casi
un enano, y todo su cuerpo estaba cubierto de vellos hirsutos. Su pueblo,
más por afecto y admiración por sus virtudes que por burla de su aspecto,
lo apodó “Kaloioannes” (el Bello Juan, en griego).
También hay anticipos medievales. Los fueros españoles son los prime-
ros en establecer principios de derechos humanos. Por lo general, se trata
de limitar el poder del rey, estableciendo ventajas para ciertas ciudades, a
veces hasta monasterios, como disminución o liberación de impuestos, ré-
gimen de la propiedad, jerarquías en la organización local, etc. El Fuero de
León, en 1020, y otros en épocas posteriores pero cercanas, como el Fuero
de Burgos, en 1073, y el Fuero Sobrabe, en 1188, establecen claramente los
derechos de los súbditos frente al monarca. Uno de los más importantes es
la inviolabilidad del domicilio. Nadie, ni siquiera el rey, podía entrar por la
fuerza a la casa de un súbdito. Asimismo, nadie podía destruir la casa, ni
talar viñas ni cortar árboles de un vecino. Seguramente, el Fuero de Ara-
gón, establecido en 1238, fue el más avanzado de todos. El rey le debía
2 En el imperio bizantino el poder era muchas veces efímero o caótico. Pero hubo tres di-
nastías que ejercieron el poder durante largo tiempo y contribuyeron a asentar el predo-
minio de la ley en Bizancio: la Comnena, la Porfirogénita y la Paleóloga.
28
obediencia, y los actos contrarios a sus mandatos eran nulos. Para juzgar
la conducta del rey, el Fuero creó la institución de Justicia, que resolvía las
quejas presentadas contra el propio monarca y éste se veía obligado a aca-
tar sus sentencias.
Otro documento de gran importancia —que debe ser citado cuando se
habla sobre los precursores de la moderna concepción de los derechos hu-
manos— es la famosa Carta Magna que promulgó Juan sin Tierra ante las
exigencias de los barones ingleses. Es, desde luego, un documento extra-
ordinario, pero su promulgación fue sólo en 1215, ciento noventa y cinco
años después del primer fuero español. Pero ni los fueros españoles ni la
Carta Magna son el resultado de una exigencia ciudadana. Los fueros se es-
tablecen de manera particular, como una especie de convención entre el
rey y ciertas ciudades o algunos monasterios. La Carta Magna es un pacto
entre el rey y los hidalgos ingleses. Mas no fueron el resultado de una de-
manda ciudadana que exigía una aplicación universal a todos los miembros
de la sociedad.
2. Modernidad
Se atribuye correctamente al siglo XVIII la época en que Occidente to-
ma plena conciencia de los derechos humanos. A esta toma de conciencia
contribuye, de manera señera, el filósofo inglés Locke (siglo XVII) el gran
pionero de la democracia, pues es el primero en sostener que, para evitar
la arbitrariedad del gobernante, hay que dividir el poder en tres institucio-
nes: el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Las ideas
de Locke pasan rápidamente a Francia y son adoptadas y reelaboradas por
un grupo de importantes pensadores, como Voltaire, Rousseau, Montes-
quieu, D’Alembert, Diderot, Lavoisier, el barón D’Olbach y Turgot. Cada
uno de ellos era un pensador original, y algunos tenían ideas contrapues-
tas, pero estaban unidos por el ideal de la libertad de expresión y por su
oposición a la monarquía absoluta. Motivados por estos ideales colabora-
ron en la redacción de una obra monumental: Encyclopédie, ou dictionai-
re raisoné des sciences, des arts et des métiers, par une société de gens de let-
tres (Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de
los oficios, por una sociedad de hombres de letras), en la que estaba conte-
nido lo esencial de las ciencias, las artes y los oficios de la época. Y tam-
bién estaba la filosofía política expuesta de manera crítica, contraria a la ar-
bitrariedad con que gobernaban los regímenes monárquicos que impera-
29
ban en la Europa del siglo XVIII3. Los autores de la Enciclopedia fueron lla-
mados “enciclopedistas”, debido a la enorme difusión de su obra4.
En sus comienzos, la Revolución Francesa, fuertemente influenciada por
el enciclopedismo, basó su acción política en un documento de gran im-
portancia: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
promulgada en 1789 e incorporada en la nueva Constitución de la Repú-
blica Francesa, en 1791. El fundamento ético y filosófico de la Declaración
fue la convicción de que hay un derecho natural. Debido al anticlericalis-
mo de la Revolución Francesa, la fundamentación de este derecho no po-
día ser religiosa. Era obvio que el derecho natural sólo se podía fundamen-
tar en evidencias racionales. Sin embargo, la palabra “razón” no se encuen-
tra en la Declaración.
Empero, es un hecho que la Constitución de Estados Unidos de Nortea-
mérica, fundada, también, en el derecho natural, se promulgó en Filadelfia,
el 4 de julio de 1776, trece años antes de que se promulgara la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Pero su fundamen-
tación ética se basa, asimismo, en la convicción de que los derechos huma-
nos son derechos naturales. Mas estos derechos se fundamentan en la reli-
gión. Tampoco se encuentra la palabra “razón” en dicha Carta. Es innegable
que el anticipo de Estados Unidos se debió a las ideas de Locke, el gran pio-
nero de la democracia, pues, como hemos dicho, fue el primero que conci-
bió claramente la separación de poderes, a saber: el Ejecutivo, el Legislativo
y el Judicial, para evitar la arbitrariedad de los gobernantes. Las ideas difundi-
das por los enciclopedistas fueron uno de los factores más importantes que
contribuyeron al desencadenamiento de la Revolución Francesa (pero por
supuesto hubo otros factores como, por ejemplo, la situación económica del
pueblo, la desaparición de la estructura feudal en Francia, etc.). El pensa-
miento enciclopedista fue apasionadamente recibido por los padres de la na-
ción norteamericana, como Washington, Jefferson, Adams, Madison, Monroe,
Hamilton y otros. Una de las razones de esta adopción fue un breve texto
escrito por el inglés Thomas Paine, con el lacónico título de Common Sense
5 Thomas Paine era de origen humilde y, durante su juventud, tuvo una vida durísima. A
pesar de su pobreza, era completamente desinteresado. Con la publicación de Common
Sense, del que se vendieron rápidamente trescientos mil ejemplares, algo jamás igualado
en los Estados Unidos —con excepción de la Biblia— ni siquiera en Europa, ganó una con-
siderable cantidad de dinero, que donó a las fuerzas armadas que luchaban por la libera-
ción norteamericana.
31
3. Actualidad
Una de las razones que desencadenó la Segunda Guerra Mundial fue que,
con excepción de España, la economía de los regímenes totalitarios estaba
orientada hacia la guerra. Hitler, Mussolini y Stalin levantaron el nivel socio-
económico de la población porque necesitaban mano de obra para forjar las
armas que habrían de utilizarse en un futuro más o menos cercano.
6 Los insectos tienen una resistencia muy superior a la humana, contra las mortíferas radia-
ciones que producen las armas atómicas. Podría muy bien suceder que, en caso de que
la humanidad hubiera desaparecido y, a su lado, todos los mamíferos, todas las aves y,
probablemente, todos los quelonios (tortugas) y los saurios (cocodrilos, caimanes, lagar-
tos, lagartijas, etc.), los insectos quedarían, metafóricamente hablando, como dueños del
mundo. “Metáfora” significa que una palabra que denota una cualidad es utilizada para
denotar otra cualidad que se le parece. Por ejemplo, para describir una bonita boca de
mujer, se dice, “sus labios de coral son muy bellos”. La semejanza, en este ejemplo, es el
color del coral y el de los labios.
33
1. Capitalismo
Los primeros humanos vivían en familias y, cuando una de ellas corría peli-
gro, muchas veces pedía ayuda a otra u otras familias. Pero pedir ayuda a
una familia vecina era arriesgado porque, a veces, quienes venían a ayu-
dar se apropiaban de los bienes de quienes habían pedido la ayuda. Por
eso, muchas familias comenzaron a hacer alianzas ofensivo-defensivas
entre ellas. Estas alianzas reforzaron el poder de los grupos que las inte-
graban. Pero los enemigos también se aliaban y formaban grupos suma-
mente peligrosos. El resultado de estas alianzas era la guerra. Y este hecho
era una novedad, pues los hombres son mamíferos y éstos nunca hacían
guerras. Sólo hacían escaramuzas para defender el territorio que constituía
su hábitat.
Pronto los que comandaban las alianzas se dieron cuenta de que para ga-
nar una guerra, quienes la hacían debían organizarse. Pero la organización
de los combatientes exigía que hubiera diferentes organizaciones sociales,
pues, de otra manera era imposible producir la cantidad de armas requerida
por los guerreros. Comenzaron a formarse las clases sociales. La nobleza, en
la que están unidos los militares y los sacerdotes, los artesanos (en la que se
agrupan los albañiles, los alfareros, los zapateros, los carpinteros, etc.), y los
labriegos. El primer metal que se descubre es el cobre. Pero las espadas y
escudos que se fabricaban con él eran demasiado maleables. Hasta que se
descubrió el estaño y se aleó con el cobre, dando origen a las armas de bron-
ce. Este progreso llegó a la cúspide cuando se aleó el hierro con el carbón
o el silicio, produciendo el acero. Nació un tipo de arma que, con pequeñas
[37]
38
mejoras, se utilizó durante toda la Edad Media. Mas cuando, gracias a los via-
jes de Marco Polo, se conoció la pólvora, el cañón redujo a escombros las
altas murallas de los castillos y los más inexpugnables torreones de las forta-
lezas. Los primeros en utilizar la pólvora en Europa, con fines bélicos, fue-
ron los ingleses, durante el siglo XIV, en la batalla de Crézy contra los france-
ses (a los que, por supuesto, derrotaron)1.
Debido a la división del trabajo, los labradores tuvieron mejores técni-
cas para sembrar y cosechar. Por eso, los poblados se fueron convirtiendo
en ciudades. Y fue naciendo la agricultura. Hasta que llegó un momento
en que se pudo producir más de lo necesario. Los excedentes permitieron
negociar con otras regiones que habían tenido excedentes de otros produc-
tos. Nació la economía de trueque. Conforme progresaron las técnicas agrí-
colas, la capacidad de sobreproducción aumentó. El canje de unos produc-
tos por otros llegó a ser tan copioso que hubo que recurrir a algún méto-
do que permitiera facilitar los cambios. Nació la moneda. Manejándola con
acierto, se comenzó a acumularla sin límite. En el conglomerado social,
aparecieron personas con gran habilidad para comerciar, para comprar y
vender dentro y fuera de su territorio. Nació el capitalismo.
El capitalismo como sistema económico es muy antiguo. En Grecia y
Roma hubo empresas dedicadas a explotar determinadas materias y a obte-
ner utilidades con la venta del producto. Con estas utilidades se hacían
nuevas inversiones para acumular más dinero y obtener mejores resultados.
Un caso típico es la explotación de las minas. Es interesante observar que
el capitalismo nace en sistemas sociales esclavistas. Los minerales eran ex-
traídos por esclavos que recibían la alimentación indispensable para que
pudieran seguir trabajando. Con el dinero ganado por la explotación de las
minas, los empresarios hacían construir los socavones, compraban nuevas
minas o nuevos y mejores instrumentos de trabajo.
A través de un largo proceso social, económico y cultural, que culmina
en el siglo XVIII, nace el capitalismo moderno. Este capitalismo es muy di-
ferente del antiguo, sólo se le asemeja en que, mediante la empresa, se
pueden acumular dinero y bienes (como obras de infraestructura). Pero se
diferencia en un punto esencial: la libre competencia. A partir de media-
1 Se considera que los occidentales son más belicosos que los chinos porque éstos utiliza-
ban la pólvora con fines puramente estéticos, para embellecer las grandes fiestas con fue-
gos artificiales. Pero hoy se sabe que los chinos también la utilizaban para lanzar cohetes
incendiarios a las ciudades que sitiaban. Se adelantaron, así, a Occidente en muchos si-
glos en la invención de los rockets.
39
dos del siglo XVIII los empresarios, sobre todo en Inglaterra y Francia, co-
mienzan a aplicar las técnicas derivadas de las ciencias matemáticas, físicas
y químicas. Esta aplicación se hace por medio de la tecnología que es la
manera como la ciencia, que es un conocimiento abstracto, puede utilizar-
se en situaciones concretas. Un ejemplo impresionante de la aplicación
productiva de la tecnología es la máquina de tejer inventada en Inglaterra.
Lo que una mujer podía tejer en varios meses, una tejedora mecánica lo
hacía en una hora. Gracias a estos progresos, el capitalismo moderno
comienza a desarrollarse de manera desenfrenada, porque las aplicaciones
tecnológicas permiten disminuir los costos de producción, de manera que
las empresas que hacen el mejor uso de las tecnologías disponibles son las
que más prosperan. Se van formando, así, verdaderos emporios de rique-
za que se expanden por el mundo entero.
La utilización de las nuevas técnicas permite que haya cada vez mayor
diferencia entre el costo de producción y el precio de venta. Por otra parte,
además de los empresarios surgen los financistas. Éstos no manejan el dine-
ro para invertirlo en bienes de capital, como comprar máquinas para hilar
tejidos, construir locomotoras o armar barcos, sino para acumular más di-
nero. Para el empresario el dinero es un medio, para el financista es un
fin2. El empresario vende mercancías, el financista vende dinero. Por eso,
en el mundo de las finanzas, el dinero tiene precio. Este precio es el inte-
rés. El interés es la cantidad extra de dinero que el empresario que ha reci-
bido un préstamo bancario debe devolver en el plazo fijado. La institución
que opera con el dinero es la banca. Pero siempre debe tenerse in mente
que el mundo financiero es parte del capitalismo. Si la actividad capitalis-
ta no existiera, no podría existir la actividad financiera. Ambas actividades
son como el anverso y el reverso de una medalla.
A mediados del siglo XIX los empresarios habían proliferado en el Viejo
y el Nuevo mundos. Esta proliferación se produjo no sólo en los países más
avanzados sino, también, en las ex colonias y en las colonias. El país que
más había progresado era Gran Bretaña, seguida de cerca por Francia. En
2 Por cierto, estamos hablando del tipo de trabajo que realiza el financista. Desde un punto
de vista humano, el dinero también es un medio para él. Es un medio para mantener a
su familia y brindarle el mejor nivel de vida posible. Lo mismo persigue el soltero respec-
to de su propio nivel de vida. Salvo ciertos casos, que lindan con la paranoia (la extrema
avaricia), toda actividad económica es un medio para obtener beneficios personales o fa-
miliares. La paranoia es una enfermedad mental que se manifiesta de diversas maneras.
Generalmente va acompañada por un delirio de persecución. A veces se presenta como
un deseo de agresión.
40
el segundo tercio del siglo XIX los avances del capitalismo fueron tan des-
comunales y tan rápidos que, en pocos años, transformaron el mundo. Ha-
cia finales del siglo XVIII la economía de los países europeos más avanza-
dos seguía siendo predominantemente agraria. En el segundo tercio del si-
glo XIX, las grandes empresas comenzaron a unirse en enormes complejos
industriales, cuyos accionistas podían ser ciudadanos de cualquier país. Pa-
ra colocar su dinero, los capitalistas lograron forjar un mundo sin fronteras.
En este mundo habían desaparecido todos los prejuicios. El inversionista
no tomaba en cuenta la religión, el amor a la patria, la lealtad con sus com-
petidores o la depredación de la naturaleza. La única condición que cum-
plía era que sus actividades no fueran contrarias a la ley. Y cuando una ley
ponía límites a su empuje expansionista, su influencia era tal que, más ve-
ces que menos, lograba que la modificasen y, en último caso, la deroga-
sen. Más allá del bien y del mal, los capitalistas habían creado un imperio
grandioso. El imperio más grande de todos los que la humanidad había co-
nocido en su larga historia. Y los financistas manejaban el dinero de este
imperio.
2. Socialismo
En nuestros días el tipo de capitalismo que acabamos de describir es lla-
mado “capitalismo salvaje”. A pesar de su formidable potencia, el capitalis-
mo salvaje tenía un talón de Aquiles3. Este talón era la libre competencia.
La libertad del mercado conducía, de manera directa, a una lucha implaca-
ble entre los capitalistas. La única manera en que un empresario podía se-
guir progresando era vender más barato que sus competidores. Y para lo-
grar este fin recurría a la tecnología. Pero cuando una empresa abarataba
su producto por medio de una nueva tecnología, inmediatamente la com-
petencia hacía lo mismo. Por eso, tenía que recurrir a un método diferen-
te, tan o más eficaz que la tecnología: el despido parcial de los trabajado-
res, alargar las horas en que los obreros debían trabajar y pagar salarios de
hambre. Debido a esta triple metodología, la empresa lograba aumentar la
3 Aquiles es el guerrero más importante de la Ilíada, la famosa obra de Homero. Era hijo
del rey Peleo y de la diosa Thetis. Para que su hijo tuviera una larga vida, su madre lo
sumergió en el río Estigio, cuyas aguas tenían la propiedad de volver invulnerables todas
las partes del cuerpo que tuvieran contacto con ellas. Mas, para sumergirlo, lo cogió de
uno de sus talones, de manera que éste no tuvo contacto con el agua del río. Por eso, en
la guerra de Troya, Aquiles recibió un flechazo, justo en el talón vulnerable, que le causó
la muerte.
41
Marx predijo que las crisis iban a ser cada vez más graves hasta que,
por último, el capitalismo se derrumbaría por su propio peso. Cuando Marx
escribió el Manifiesto había varias clases sociales. La clase de la gran bur-
guesía capitalista, que era la que manejaba los “carteles” entre las empre-
sas más poderosas. La mediana burguesía, que sólo tenía empresas que no
estaban en los carteles. La pequeña burguesía, integrada por la clase de los
artistas, los intelectuales, los empleados de oficinas y de tiendas; la clase
de los artesanos, la clase de los campesinos, la clase de los proletarios. Pero
conforme siguieran produciéndose las crisis periódicas, con excepción de
la gran burguesía y el proletariado, irían desapareciendo las demás clases.
La libre competencia iría eliminando las clases menos poderosas, hasta
que, al final, sólo quedarían dos: la burguesía y el proletariado. Ambos se
trabarían en una lucha a muerte. El proletariado ganaría la batalla y se
apropiaría de los grandes medios de producción. Las clases desaparecerían.
La historia humana comenzaría. Todo lo anterior había sido prehistoria.
Una vez ganada la batalla, la sociedad debería reorganizarse de princi-
pio a fin. Al comienzo habría muchos obstáculos para la implantación del
nuevo régimen. Esto se debería a que la clase burguesa había dominado la
sociedad durante tanto tiempo, que los ciudadanos estarían condicionados
por la visión burguesa de la vida. La visión real del mundo le era arrebata-
da al proletario. Y también le eran arrebatadas las mercancías que había
producido con su trabajo. Este doble despojo es lo que Marx llama “aliena-
ción”5. Por eso no se podría ir directamente al comunismo. Habría que par-
tir de una sociedad poscapitalista, que iría evolucionando hacia la sociedad
comunista. Este punto de partida era el socialismo.
En nuestros días el tipo de capitalismo descrito por Marx es llamado
“capitalismo salvaje”. Para liberarse del yugo material e ideológico impues-
to por el capitalismo, Marx dice en el Manifiesto que debe instaurarse la
dictadura del proletariado para que éste imponga, con mano férrea, la
socialización de los medios de producción. Durante este período, cuya
duración Marx no especifica, aunque de la lectura de algunos de sus tex-
tos se desprende que dicha dictadura no sería muy larga, todos tendrían
que trabajar. En el trabajo se reconocerían como hermanos, iguales entre
5 Según Marx, cuando la clase dominante está en el apogeo de su fuerza, su visión del mun-
do prevalece de manera universal. Debido a que la organización del sistema legal y edu-
cativo está en sus manos, todos los miembros de la sociedad aceptan las mismas tablas
de valores. Incluso los más humildes proletarios y campesinos.
44
3. Una paradoja
Tanto el capitalismo decimonónico como el socialismo marxista han si-
do incapaces de encontrar soluciones para mejorar el nivel socioeconómi-
co de los trabajadores. Hemos visto lo que sucedió en la etapa del capitalis-
mo salvaje: los oprimidos son condenados a vivir de un salario de super-
vivencia. Por eso se rebelan. El capitalismo salvaje logra mantenerse hasta
fines del siglo XIX. Pero las protestas de los proletarios, que se van organi-
zando en sindicatos, obligan a los empresarios burgueses a hacer concesio-
nes. A veces la lucha es sangrienta, algunas huelgas llegan a la violencia y
muchos proletarios caen bajo las balas de los “custodios del orden”. A ve-
ces es pacífica, pero nunca ceja. Debido a ella, las condiciones del obrero
van mejorando. Y el capitalismo va siendo cada vez menos duro. Se van
logrando, así, resultados importantes. La reducción de las horas de trabajo,
la protección de los accidentes de trabajo, las vacaciones pagadas, el dere-
cho de huelga, las mujeres siguen ganando su salario cuando deben ausen-
tarse del trabajo debido a su avanzado estado de gravidez, y pueden des-
cansar algunos días después del parto.
47
6 Después del atentado terrorista del 11 de setiembre del 2001, la economía está siguiendo
un curso diferente del esperado. Sobre este punto véase sección 9, E2 (epílogo).
48
produce lo que expresa una frase que se ha tornado en lugar común: “los
ricos se vuelven más ricos, y los pobres se vuelven más pobres”.
Nos encontramos, así, ante una situación que parece insoluble. De un la-
do, si no aplicamos métodos capitalistas jamás podremos salir del pantano
en que se debate la población mayoritaria. De otro lado, si elegimos el socia-
lismo, se volverán a producir las atrocidades del totalitarismo. Y, si elegimos
el populismo se producirá, nuevamente, una inflación desesperante que el
pueblo no podrá aguantar. O sea, hemos recaído en el punto de partida.
Sin embargo, hoy día es imposible regresar al tipo de capitalismo que
existía en la época de Marx. Ya no puede regresarse al horario de catorce
horas (a veces hasta dieciséis horas), ni se puede despedir a un anciano
como un perro porque produce menos de lo que producía cuando tenía
treinta años, pues ahora existe la jubilación. De manera que la expansión
del capitalismo moderno no puede ser considerada como salvaje. Pero el
hecho es que la economía de los países pobres está tomando visos inquie-
tantes. Sin embargo, hay un límite. Por más criticable que sea el capitalis-
mo en los países pobres, ya nunca más se regresará al capitalismo origina-
rio. Para distinguirlo del capitalismo salvaje lo llamamos “capitalismo duro”.
4. Humanismo
El humanismo consiste en considerar que la persona es un fin en sí mis-
ma, y que la sociedad debe organizarse de manera que el individuo pueda
realizar sus máximas potencialidades. Hay varios tipos de humanismo: exis-
tencialista, marxista, capitalista, cristiano, racionalista. El primero está integra-
do por diversas tendencias muy diferentes entre sí, como el humanismo de
Sartre, de Camus, de Marcel, de Lévinas y otros. Cada uno corresponde a una
filosofía determinada. Pero todos tienen un rasgo común: superar el nivel
abstracto en que la filosofía tradicional consideraba al hombre. Los grandes
filósofos del pasado, como Descartes, Spinoza, Kant y otros, concebían al
hombre como un ser cuya esencia era un conjunto de cualidades determina-
das como, por ejemplo, hablar, abstraer, razonar, sentir, etc. Pero nunca con-
sideraban al ser humano en sus situaciones concretas. Porque las cualidades
señaladas no significan nada mientras no se manifiesten en las circunstancias
en que se desenvuelve nuestra existencia real. Ya hemos expuesto las desas-
trosas consecuencias a las que conduce el socialismo (marxista). Aunque al
lector le cueste trabajo aceptarlo (si es que le cuesta) hay, también, un huma-
nismo capitalista. Porque los fundadores de la teoría capitalista siempre pen-
saron que un capitalismo bien manejado llevaría a los precios más baratos
50
8 Algunos sostienen que hay dos pruebas en contrario: la España de Franco y el caso de
Chile con Pinochet. Pero todos sabemos que la bonanza de España se debió a las olea-
das de turistas que iban a visitarla. Esta cantidad de turistas que, a partir de los años sesen-
ta, sobrepasa los veinte millones anuales, es bien aprovechada por el régimen franquista
que construyó una magnífica infraestructura vial y hotelera. Un factor que contribuyó
grandemente a la afluencia turística es que, cuando España decide abrir sus puertas al tu-
rismo, los precios de todo lo que se podía comprar eran bajísimos. En cuanto a Pinochet,
los primeros ocho años de su gobierno fueron económicamente catastróficos. Chile sufrió
una pobreza muy grande. Quebraron bancos, empresas industriales, pequeñas empresas,
etc. Cuando el dictador llamó al joven y talentoso economista Büchi para que tratara de
enmendar rumbos, lo primero que éste hizo fue privatizar un número muy grande de em-
presas estatales y, esto es lo que debe tenerse en cuenta, hizo ciertas reformas de corte
democrático, para aliviar las tensiones existentes. La más importante es que se permitió
la entrada al país a personas que, desde hacía largos años, habían sido desterradas.
51
[55]
56
puedes ser tan imbécil que no te hayas dado cuenta de que no soy una
mujer sino un robot. Winston Filmer es un genio prodigioso y ha logrado
tales progresos en la creación de robots que ha sido capaz de crear mi mo-
desta persona. Para saber si había creado un robot perfecto, te eligió a ti
como conejillo de Indias. Pues, dada la experiencia que tienes con las mu-
jeres, si no te dabas cuenta de que yo era un robot, Filmer pasaría a la his-
toria como el hombre que inició una nueva civilización”. Y para demostrar
lo que decía, fue a la cocina, tomó un cuchillo y rasgó la piel de su antebra-
zo. Y ante el total anonadamiento de Apolo, no brotó ni una sola gota de
sangre. Entonces, la adoración se tornó en odio enloquecedor. Trató de
quitarle el cuchillo pero Débora tenía una fuerza descomunal y no lo soltó.
Entonces, corrió por toda la casa hasta que encontró un gran martillo, re-
gresó como un rayo y le asestó un tremendo martillazo en pleno cráneo.
Y vio, aniquilado, cómo salían de la cabeza de su bienamada, una serie de
resortitos, de pequeñas ruedas dentadas, de minúsculos engranajes, de mi-
crométricos diamantes y rubíes...
Como vemos, no es tan fácil distinguir entre un robot y un ser huma-
no. Pero no se preocupe querido lector, si algún día sospecha que una per-
sona es un robot, no tiene más que asestarle un martillazo en la cabeza pa-
ra salir de dudas.
ninguna demostración. Como Fermat era uno de los más grandes matemáti-
cos que han existido en la historia del pensamiento humano, todos los teo-
remas que descubría eran de alto interés científico. Los grandes matemáti-
cos que lo sucedieron lograron demostrar todos los teoremas que el genio
había escrito en los márgenes, menos uno llamado, por eso, el último teo-
rema de Fermat. Debajo de su enunciado había escrito: He encontrado una
demostración verdaderamente maravillosa de este teorema.
Mas, a pesar de los esfuerzos realizados por grandes genios de la crea-
ción matemática, nadie la encontró. Durante casi tres siglos, el último teore-
ma de Fermat siguió siendo un enigma. Llegó un momento en que la ma-
yor parte de los matemáticos creían que el teorema era indemostrable. Has-
ta que un joven matemático inglés, Andrew Wiles, en octubre de 1994, lo-
gró demostrar que Fermat tenía razón.
Pero, ¿qué es lo que nos dice el último teorema de Fermat?
El lector, tal vez, ha estudiado en el colegio el teorema que demostró
Pitágoras en el siglo V a.C. O, por lo menos, de una manera u otra, ha es-
cuchado hablar sobre él. El teorema dice lo siguiente:
En todo triángulo rectángulo, la suma del cuadrado de los ca-
tetos a, b es igual al cuadrado de la hipotenusa h, en que la
hipotenusa h, los catetos a y b, y sus respectivos cuadrados,
son números naturales.
Figura 1
59
que ser probada para que pudiera alcanzarse la demostración definitiva del
teorema. Y Wiles tuvo, de repente, una intuición genial: para probar la ver-
dad de la conjetura había que utilizar la teoría de los grupos de Galois. Lle-
gó, así, a la meta, y se transformó en el matemático más grande de la actua-
lidad, y en uno de los más grandes de todos los tiempos.
La intuición de Wiles, o de cualquier otro matemático, nos revela un he-
cho fundamental: Para resolver un problema matemático profundo, no hay
reglas predeterminadas. Y esto nos conduce, de manera directa, a una con-
clusión: Una computadora no puede tener intuiciones. Se ha discutido mu-
cho al respecto, pues una mayoría de expertos en computación sostiene
que un ordenador sí puede tener intuiciones. O mejor aun: Toda intuición
intelectual puede explicarse mediante las reglas que determinan el funcio-
namiento de los ordenadores. Pero lo importante filosóficamente es que,
hasta el momento, nadie ha mostrado cómo se pueden explicar los fenó-
menos de intuición que conducen a la solución de un problema científico.
Y cuando en lugar de la intuición de un científico pensamos en la inspira-
ción de un poeta, la dificultad de reducirla al funcionamiento de las com-
putadoras es mucho mayor.
Capítulo V
Risa, ataque de risa, sonrisa
1. Filosofía de la risa
Hemos visto que no es necesario saber qué cosa es la esencia del hombre
para saber lo que somos. Y hemos señalado varios rasgos característicos del
ser humano. Hemos podido señalar muchísimos más. Pero hay dos que son
especialmente importantes, pues tienen que ver, en el nivel más profundo,
con nuestra capacidad de comunicación: el ataque de risa y la sonrisa.
Un hecho que, hasta donde llega nuestra información, no ha sido seña-
lado, es que la risa no tiene nada que ver con el ataque de risa ni con la
sonrisa. La risa, por ser el rasgo más superficial de la hilaridad humana, es
el de más fácil acceso y, por ello, ha sido explorada por diferentes filóso-
fos, desde Aristóteles en el siglo IV a.C., hasta Bergson, que en 1924 publi-
ca un libro sobre ella, Le rire (La risa), merecidamente famoso. El filósofo
francés incluye en la bibliografía que presenta treinta libros sobre la risa,
escritos por autores franceses, anglosajones y alemanes de su generación,
a partir de 1873 hasta 1924, fecha en que publica su libro.
Vale la pena conocer lo que dicen sobre la risa algunos filósofos impor-
tantes, pues sus teorías son interesantes en sí mismas. Expuestas las teorías
sobre la risa y las críticas que hemos hecho sobre ellas, trataremos de pre-
sentar una teoría general que pueda resistir los contraejemplos que hemos
esgrimido en dichas críticas. Y pasaremos, luego, a exponer nuestros pun-
tos de vista sobre el ataque de risa y la sonrisa. Al final de nuestra explora-
ción veremos que, de los tres rasgos investigados, la sonrisa es, de lejos, el
más importante.
[61]
62
1.1 Aristóteles
En conciso párrafo, Aristóteles dice lo siguiente:
La comedia es, como hemos dicho, la imitación de personas de
calidad moral o síquica inferior, no en toda clase de vicios, si-
no de aquellos que caen bajo el dominio de lo risible, que es
una parte sólo de lo vicioso. En efecto, lo risible es un defecto
y una fealdad sin dolor ni daño; así, por ejemplo, la máscara
cómica es fea y deforme, pero sin expresión de dolor.
1.2 Cicerón
Según el gran orador romano, cuando se provoca la risa de una o más
personas, quienes la provocan se han referido a la fealdad o a la deformi-
dad de otro, sin ser uno mismo feo o deforme. Pero no se puede pasar de
cierto límite; si se exageran demasiado los defectos de una persona, enton-
ces, en lugar de provocar risa puede despertar compasión. Por otra parte,
se puede hacer reír mediante el empleo de palabras cuya significación sea
diferente de la usual y den la impresión de que quien las ha proferido es
ingenioso.
Esta teoría, inspirada en la del Estagirita2, da un gran paso adelante,
pues introduce un factor lingüístico: considera que lo risible puede ser pro-
ducido por el empleo de palabras cuyo significado sea diferente del usual
y den la impresión de que quien las ha proferido es ingenioso. En el pri-
mer caso es cierto que referirse a la fealdad o a la deformidad de otra per-
sona, sin ser uno mismo ni feo ni deforme, puede producir risa en quienes
escuchan. Pero hay muchos contraejemplos que muestran que la risa no se
debe a la fealdad o deformidad de un ser humano. Por ejemplo, una per-
sona vestida con mucha elegancia y de porte altanero va caminando por la
calle, pisa una cáscara de plátano y cae como un paquete al suelo. Cuando
alguien tartamudea puede provocar mucha risa. Lo mismo cuando alguien
se la quiere dar de culto y dice alguna bobada. O también cuando el con-
texto cambia súbitamente y, en lugar de encontrar lo que esperábamos, en-
contramos algo completamente distinto.
En cuanto al empleo de palabras cuya significación sea diferente de la
usual, y que muestran el ingenio de quien las dice, es cierto. Pero hemos
hallado un contra-ejemplo: cuando un necio dice tonterías, podemos tam-
bién reírnos muchísimo. Sobre todo si lo que dice tiene la misma significa-
ción que le atribuyen los que escuchan, sólo que lo que dice no viene al
caso.
1.3 Kant
El filósofo alemán Immanuel Kant (siglo XVIII), uno de los más grandes
pensadores que haya producido la civilización occidental, dice que la risa
se da cuando se produce una contradicción entre las cosas que vemos,
pero a las que se pretende aplicar el mismo concepto. Y también se puede
generar risa por el tono con que se habla, afirmando que una contradic-
ción es verdadera, o alabando algo que es patentemente despreciable.
Kant coincide con un aspecto de la teoría de Cicerón, pues basa su teo-
ría en el uso del lenguaje. Pero se trata de una relación entre lenguaje y
concepto. Es cierto que presentar dos proposiciones contradictorias a las
que se quiere aplicar el mismo concepto produce hilaridad. Pero también
se puede causar risa cuando se vitupera algo valioso. O cuando algo cam-
bia de lugar de manera inesperada. Por ejemplo, cuando en una comedia
una persona entra a un cuarto en el que ha visto un perro, sale y vuelve a
entrar inmediatamente pero, en lugar de encontrar al perro, encuentra un
lagarto.
Un contra-ejemplo a la teoría kantiana es que la hilaridad producida por
la contradicción entre las cosas que vemos y a las que aplicamos un mismo
concepto, depende totalmente del contexto. En un thriller, el hecho de que
un perro se haya transformado en lagarto puede producir terror.
1.4 Schopenhauer
Según Schopenhauer, importante filósofo alemán (aunque inferior a
Kant), lo que produce hilaridad es la subsunción paradójica e inesperada de
un objeto bajo un concepto que, en otros aspectos, es heterogéneo con él.
La subsunción de un objeto en relación con un concepto consiste en que el
objeto tenga las propiedades que constituyen la significación de dicho con-
cepto. Así, el concepto de “mesa” significa que es un mueble que sirve para
comer. El conjunto de todas las mesas está subsumido bajo el concepto de
“mesa”. Entre los varios ejemplos que da para probar su teoría, hay uno
buenísimo. En un teatro de Berlín había una escena en la que el gran actor
Unzelmann debía aparecer montado en un caballo. Cuando salió a escena
con un elegante vestido militar y montado en un soberbio corcel, impresionó
al público. Pero el caballo, repentinamente, soltó una boñiga. Por supuesto,
el público comenzó a reírse. Y Unzelmann, en forma inmediata, dijo: “¿Qué
estás haciendo, no sabes que en este teatro está prohibido improvisar?” Y la
risotada del público se transformó en una salva atronadora de aplausos.
Sin embargo, como las teorías anteriores, la de Schopenhauer es limita-
da. La risa no sólo puede ser producida por el hecho de que a una cosa o
a una situación se le pueda aplicar un concepto que se aplica también a
cosas o situaciones diferentes. Por ejemplo, cuando una persona extranje-
ra habla mal nuestro idioma, provoca risa, pero nadie está pensando que
lo va a hablar de manera correcta. Asimismo, cuando un payaso provoca
65
risa, todo el mundo está esperando que diga cosas que hagan reír. No hay,
en este caso, nada de inesperado.
1.5. Bergson
Henry Bergson, un filósofo francés importante, que estuvo en boga ha-
cia las primeras tres décadas del siglo pasado, sostiene que la risa se debe
a un solo factor: la mecanización o la cosificación de la vida. Para demos-
trar su tesis recurre a ejemplos certeros. Y muestra que la risa se puede pro-
ducir por lo que sucede a un cuerpo humano en movimiento, a la imita-
ción de la fealdad o a la manera de hablar. Pero con la condición de que
lo que sucede no sea trágico. Coincide, en este punto, con Aristóteles y Ci-
cerón. Sostiene, además, que la risa es un fenómeno estrictamente huma-
no, pues los animales no ríen3.
Para probar su tesis presenta escenas muy bien elegidas. Así, da el clási-
co ejemplo de la persona que está transitando por la calle, de repente, pisa
algo resbaloso y cae pesadamente al suelo como si fuera una cosa. Y pre-
senta ejemplos que muestran que la mecanización de la vida puede manifes-
tarse de muchas maneras. La risa puede ser desencadenada mediante la
mecanización de movimientos, mediante imitaciones, como cuando el imita-
dor imita la cara de una persona que es feísima, o mediante palabras, como
sucede en las comedias, cuando se presentan escenas en que se manifiestan
frases y escenas repetitivas. Un efecto cosificante, típico, es un conocido
recurso de las comedias de enredos. Por ejemplo, un hombre H se enamo-
ra de una mujer M, sin saber que M es gemela de N. Para que la cosificación
sea perceptible, las dos hermanas tienen que hacer los mismos gestos, usar
las mismas palabras en las mismas situaciones, hasta que H llegue a la deses-
peración porque M le dice que lo adora y N le dice que lo detesta. Pero H
no sabe que M y N son hermanas gemelas. Sin embargo, hemos encontrado
el siguiente contra-ejemplo. En algunos casos, la situación descrita puede
3 Cuando Bergson escribió su libro sobre la risa, aún no se habían realizado los experimen-
tos sobre el sentido de lo cómico en los antropoides. Hoy se sabe que un gorila puede
aprender a expresarse utilizando más o menos 100 palabras. Para decir lo que quería, de-
bía apretar determinadas teclas e, incluso dos o tres a la vez. Un gorila que había avanza-
do mucho en su capacidad expresiva era capaz de hacer bromas a su entrenador. Por
ejemplo, apretando la tecla de un color determinado, pedía a su entrenador que le traje-
se una botella de leche que estaba en la refrigeradora, sabiendo que la botella no estaba
allí. Y cuando su entrenador regresaba simulando fastidio por haber sido engañado, el go-
rila hacía una serie de gestos que no dejaban lugar a duda de que estaba celebrando su
gracia. Con chimpancés se han hecho experimentos semejantes.
66
los hechos que producen risa. O sea, aciertan con las condiciones suficien-
tes de la risa, pero no con las condiciones necesarias. Expliquémonos.
Supongamos que hay dos hechos A y B que se relacionan de la siguiente
manera:
• Si se presenta A, entonces se presenta B. En este caso se dice que A
es condición suficiente de B.
• Volteemos, ahora, la relación entre A y B. Obtendremos, así, una re-
lación contraria: si no se presenta B, entonces tampoco se presenta
A. En este caso decimos que B es condición necesaria de A. Obser-
vemos que la condición suficiente y la condición necesaria siempre
van juntas. Si se describe una condición suficiente, entonces puede
describirse la condición necesaria correspondiente. Ejemplo: si A es
peruano, entonces A es latinoamericano. Esta proposición es verda-
dera pues es imposible ser peruano sin ser latinoamericano. Ser pe-
ruano es una condición suficiente para ser latinoamericano. Por otra
parte, si A no es latinoamericano, entonces no puede ser peruano.
Esta proposición también es verdadera, pues es imposible que A no
sea latinoamericano y que sea peruano. Ser latinoamericano es una
condición necesaria de ser peruano.
Las teorías que hemos expuesto aciertan con respecto a las condiciones
suficientes, pero nada dicen sobre las condiciones necesarias de la hilari-
dad. Por otra parte, las cuatro primeras presuponen, de manera implícita,
que es un fenómeno social. Bergson es el único que lo dice explícitamen-
te. Pero decir esto es una perogrullada, pues todos los hechos que produ-
cen risa son inevitablemente sociales. Por otra parte, para que una o más
personas rían, no puede haber un conjunto multitudinario que está con-
templando la escena jocosa que ha producido la risa. En un estadio en el
que caben miles de personas puede haber una exclamación de todos los
asistentes que expresa que han captado la comicidad de una situación, pe-
ro nunca se ríen a carcajadas. Un caso típico de comicidad futbolística es
cuando el réferi, en forma inesperada, recibe un pelotazo en la cabeza. Este
hecho produce un ¡ooh! explosivo en la multitud. El ¡ooh! puede durar
unos cuantos segundos. Pero de allí no pasa.
Analizando las diversas modalidades que deben tener las situaciones
que generan comicidad, hemos encontrado dos condiciones necesarias: el
4 Si las confusiones debidas a que dos hermanas son gemelas se producen cuando la pieza
ha comenzado, y la confusión vuelve a presentarse después de un largo lapso, no produ-
cirá ninguna hilaridad. Lo cómico de las confusiones es que se producen rápidamente.
68
5 Observemos que lo que produce risa a la persona que no tiene compasión, tiene carác-
ter mecánico. Esto podría hacer pensar que Bergson tuvo en cuenta una condición nece-
saria de la hilaridad. Pero que no es así muestra el hecho de que no se refiere a la mane-
ra como una persona interpreta su mundo.
69
6 Sodalis es el apodo que Héctor López, historiador de alto nivel y brillante periodista, y yo
mismo, usamos cada vez que nos encontramos. “Sodalis” significa amigo, en latín. Por
considerar que nuestra amistad es muy grande, los dos nos hemos puesto el mismo
apodo.
70
muy queda, ¿qué te pasa?, ¿te sientes mal? Para contener el ataque no
me cupo sino utilizar el último recurso: me mordí la lengua, con tal
fuerza, que pude decir a Rosita, sin reírme: “No, no es nada, lo que
pasa es que me ha entrado una pajita en el ojo”. Y, antes de que Ro-
sita pudiera proferir una palabra, salí rápidamente del cuarto, segui-
do de cerca por Sodalis, que no dio ninguna explicación. Nos fuimos
a otro cuarto y seguimos riéndonos por lo menos media hora. Feliz-
mente Rosita no se dio cuenta de que no habíamos regresado al sa-
loncito.
• Un ataque de risa que nunca podré olvidar fue el que nos dio a uno
de mis hijos y a mí. Estábamos terminando de almorzar en el restau-
rante Cervantes, en Bilbao, capital del País Vasco. Cuando estábamos
en los postres, entró una simpática pareja de jóvenes que daban la
impresión de ser anglosajones. El restaurante estaba abarrotado, pe-
ro quedaba una mesa libre, que quedaba al lado de la nuestra, de
manera que podíamos escuchar lo que decían. Las románticas mira-
das que intercambiaban y las melindrosas palabras que proferían,
daban la impresión de que estaban en su luna de miel. Apenas se
sentaron ella comenzó a expresar su amor y la profunda admiración
que tenía por su marido.
Lo que más admiro de ti, le decía, además de tu inteligencia
y tu bondad, es tu capacidad de aprender idiomas. Es increí-
ble la rapidez con que has aprendido el español. En sólo seis
meses has aprendido a hablarlo con fluidez y a utilizar miles
de palabras. Gracias a ti he podido gozar este viaje maravillo-
so como nadie lo ha gozado. Tu castellano nos ha permitido
hablar con la gente de los diversos pueblos, y hacer lindas
compras regateando como si fuéramos españoles.
En ese momento se acercó el mozo y entregó el menú al marido. És-
te lo miró y, después de leerlo cuidadosamente, dijo: Uno sopa. El
ataque de risa era inevitable. A los pocos segundos ya estábamos llo-
rando, tratando de evitar la risa para que no se dieran cuenta de que
nos estábamos riendo de ellos7. Al principio no pasó nada. Pero, co-
mo al cuarto de hora, se dieron cuenta de que la risa debía tener al-
go que ver con ellos. De repente, el marido se levantó, vino pacífi-
camente hacia nosotros, y preguntó de manera amable: “¿Podrían
7 Una de las características más notables del ataque de risa es que quienes lo tienen vier-
ten abundantes lágrimas.
71
8 En el Perú es costumbre enterrar a los muertos en nichos que están en paredes. Las pare-
des tienen cuatro hileras de nichos cuya altura comienza casi al ras del suelo y termina a
unos tres metros de altura. Hablando con propiedad, no se trata de un verdadero entie-
rro pues los féretros no se entierran. Mas, por extensión, llamamos “enterrar” tanto en ni-
chos como debajo de la tierra. Hace ya unos años que hay cementerios en los que se en-
tierra en el sentido literal de la palabra, es decir, el féretro queda cubierto de tierra.
72
Puede haber más, pero hasta el momento hemos encontrado dos ras-
gos constitutivos.
• Las personas que participan en el ataque de risa saben que no deben
reír. En la escena de Chichimeca, esto es obvio. Y también lo es en
los casos de la pareja anglosajona y del entierro humilde. Al reírnos
del marido porque cometió un error garrafal después de que su pa-
reja lo había alabado tanto por el castellano que hablaba, estábamos
haciendo algo que no debimos hacer: burlarnos de un error que tal
vez fue uno de los pocos que cometió durante el viaje. Por otra par-
te, tratamos de que nuestra risa no fuera estridente, hicimos lo posi-
ble para que no continuara. Y en el entierro humilde tuvimos que
escapar rápidamente entre las paredes que contenían los nichos. Es-
te esfuerzo por amenguar el ruido de nuestra risa era un síntoma de
que no queríamos herir a la dueña de casa, ni a la pareja en luna de
miel, ni a las personas desconsoladas del entierro humilde.
• Lo más notable del ataque de risa es la complicidad. Quienes al obser-
var una escena ridícula, como hemos dicho, no necesitan tener nada
en común. En cambio, para que dos personas tengan un ataque de
risa debe haber una definida relación entre ellas. Cada cual debe saber
las cosas que hacen reír al otro, ambos deben pertenecer a la misma
clase social o, por lo menos, a clases sociales que no sean muy distan-
tes. Además, deben tener una formación cultural parecida y una visi-
ble amistad. Mientras más grande sea la intimidad que existe entre
ellos, estarán más propensos a los ataques de risa. Estas condiciones
se cumplen en las relaciones familiares, como la de los progenitores
con sus hijos, o entre hermanos, o entre amigos íntimos. Tal vez los
ataques de risa más frecuentes son los que se dan entre los últimos.
A veces una persona cuenta a un amigo íntimo cosas que no se atre-
vería a revelar a sus padres o a sus hermanos.
1. El mundo en la Antigüedad
Antes de que Colón descubriera América, cada civilización tenía su propia
visión del mundo. Así, para los hindúes, el mundo era de forma ovoide. En
el centro se levantaba la montaña Meru, cuya altura era de 180 mil kilóme-
tros (comparando la medida utilizada por los hindúes, con la moderna del
sistema decimal). Dicha montaña estaba rodeada por ocho circunferencias
de cerros. En torno a las primeras siete giraban el Sol, la Luna y las estre-
llas. Entre la sétima y la octava estaba nuestro mundo, con sus océanos y
sus ríos.
Para los israelitas, el mundo fue creado de la nada por Yavéh, el nom-
bre antiguo del Dios de Israel. En los primeros párrafos del Génesis encon-
tramos que Yavéh creó el mundo del caos. El caos era como un oscuro
océano, pero el espíritu de Yavéh flotaba sobre las aguas. Y Yavéh comen-
zó la obra de su creación que duró seis días y el sétimo día descansó. Lue-
go de haber creado todo lo que existía en la tierra y el mar, creó al hom-
bre y a la mujer, a su imagen y semejanza. Y creó el Edén para que vivie-
ran felices. Del Edén salían cuatro ríos. Uno de ellos rodeaba toda la Tierra,
en otro se encontraba el oro, y los últimos eran el Tigris y el Éufrates. Creó,
también el monte Sinaí, desde el cual habló a Moisés, para que iluminara
el camino de los descendientes de Adán y Eva.
Para los griegos el cielo, Ouranos, divinidad masculina y la tierra, Gaia,
divinidad femenina, engendraron a los titanes. Indignados al enterarse de
que su padre quería precipitarlos a los abismos del Tártaro, lugar terrible,
una especie de infierno del que nadie podía evadirse, se rebelan contra él,
[77]
78
y reinan en su lugar. El más joven de ellos, Cronos, tuvo miedo de que sus
hijos lo derrocaran, así como él derrocó a su padre, y comenzó a devorar-
los. Pero cuando sólo le faltaba devorar a Zeus éste, de manera milagrosa,
pudo escapar y logró que Cronos tomara un brebaje que lo hizo vomitar a
sus hermanos y hermanas. Vale la pena mencionar algunos de los dioses
griegos cuyas características son sorprendentes, y expresan la viva imagi-
nación y la ágil creatividad del pueblo helénico. Zeus (el más poderoso de
los dioses, reinaba en el cielo), Poseidón (muy poderoso pero no tanto co-
mo Zeus, reinaba en el mar), Hades (tan poderoso como Poseidón, reina-
ba en las profundidades de la tierra), Hera (esposa de Zeus), Afrodita (la
diosa del amor y la voluptuosidad), Hermes (el mensajero de los dioses, el
protector de los astutos, de los comerciantes y hasta de los ladrones), Ares
(el belicoso dios de la guerra), Apolo (hijo de Zeus, es el dios de las artes
y de la perfección física)1.
Es interesante observar que las montañas desempeñan un papel impor-
tante en muchas mitologías. En la mitología judaica tenemos el monte Sinaí.
En la griega, figura el monte Olimpo. Esta alta montaña tenía nieve eterna
en sus alturas, y su cima no se podía ver, pues estaba siempre oculta por
misteriosas nubes. Zeus regía los destinos del mundo, rodeado de varios
dioses cuya morada era el Olimpo. Cuando había algún problema serio,
convocaba a los dioses del mar y de las profundidades terrestres, para pe-
dirles consejo. En la mitología china tenemos el monte Tao. En la hindú es
la inmensa montaña Meru. Y en la mitología andina, las altas montañas de
cumbres nevadas son apus, es decir, dioses.
Pero lo que más nos interesa es la manera como la ciencia helénica con-
cibió el mundo real, porque dicha visión ha influido de manera decisiva
sobre la nuestra. La concepción de los griegos fue sumamente avanzada. Y
su máxima expresión fue la astronomía. Para fundamentar sus conocimien-
tos astronómicos, hicieron dos cosas: a) describir los movimientos de los
astros, b) explicar dichos movimientos. La descripción del movimiento de
los astros comienza a hacerse desde la aparición de la filosofía. Tales de
1 Los romanos tenían su propia mitología. Mas, a partir del siglo II a.C., hubo una gran in-
fluencia helenizante difundida, sobre todo, por la poderosa familia Cornelia, a la que per-
tenecía Escipión el Africano. Escipión destruyó definitivamente el poder de Cartago, país
africano, enemigo mortal de Roma, de ahí su apodo. Los dioses romanos comenzaron, rá-
pidamente, a tener la misma significación que tenían los dioses griegos. Así, a Júpiter co-
rrespondió Zeus; a Neptuno, Poseidón; a Vulcano, Plutón; a Juno, Hera; a Venus, Afrodita;
a Mercurio, Hermes; Apolo pasó a Roma con su propio nombre.
79
2 Los egipcios, los babilonios, los hindúes y los chinos tuvieron conocimientos importantes
de matemáticas, pero jamás demostraron un teorema. Los primeros conocían casos par-
ticulares del teorema de Pitágoras (que hemos expuesto en la sección 2, capítulo IV, pri-
mera parte) y parece que los aplicaron en la construcción de las pirámides. Así, en un
triángulo rectángulo cuyos lados medían 3, 4 y 5 metros (utilizando la unidad de medida
moderna) sabían que 9 + 16 = 25. Pero, Pitágoras demostró esta relación de manera gene-
ral, es decir, aplicable a todos los triángulos rectángulos habidos y por haber. Su teore-
ma, probablemente el más famoso de la historia de las matemáticas, es, como hemos
visto, a2 + b2 = h2. Los babilonios tuvieron conocimientos muy avanzados de aritmética,
y encontraron métodos que permitían resolver una serie de difíciles problemas. Pero
nunca hicieron una demostración, referente a las operaciones numéricas, que valiera para
todos los casos posibles.
80
2. El cosmos, hoy
A partir del Renacimiento, la visión del mundo en que vivimos comien-
za a cambiar rápidamente. Como siempre, hay anticipos en la Edad Media.
Pero no hay ninguna aproximación verdadera a la visión hodierna. Lo que
más distingue esta visión es que se aleja radicalmente del sentido común.
En la cosmovisión helénica y, asimismo, en la medieval, la bóveda celeste
es sólida, y los astros están fijados en ella. Cuando el griego o el medieval
veían las estrellas brillar en la noche, no tenían la sensación de que el espa-
cio era infinito. Para ellos era, simplemente, un techo. Por eso, hasta el día
de hoy, se habla de la “bóveda celeste”. Una bóveda es un espacio finito,
cerrado en su parte superior que tiene forma esférica. La mirada no puede
atravesarla. Pero Galileo, prototipo de hombre renacentista, inventa el te-
lescopio y descubre cosas asombrosas3. Contra lo que, generalmente, se
creía, los planetas no eran cuerpos que brillaban con luz propia. Nadie
imaginaba que Venus tuviera fases como la Luna, ni que Júpiter tuviera va-
rias lunas.
En el siglo XVII ya se sabía mucho sobre el universo. La física newtonia-
na había unido el cielo con la Tierra, y permitía hacer predicciones sobre
la marcha de los astros que, dada la época, eran de admirable rigor. A me-
diados del siglo XIX se habían construido grandes telescopios que hicieron
posible ampliar el campo de la visión cósmica a enormes distancias. Con-
secuencia de dichos avances fue el descubrimiento de un nuevo planeta
por el astrónomo francés Le Verrier. Para explicar las irregularidades obser-
vadas en la órbita de Urano, formuló la hipótesis de que ellas se debían a
la atracción de un planeta aún no conocido, cuya distancia del Sol era más
grande que la del primero. La hipótesis de Le Verrier fue confirmada cinco
días después, mediante la observación telescópica, por el astrónomo ale-
mán Galle. El planeta fue bautizado con el nombre de Neptuno.
El siglo XX ha sobrepasado todo lo imaginable con respecto a nuestro co-
nocimiento del cosmos. A principios de siglo, el físico Albert Einstein crea la
teoría de la relatividad restringida. En ella demuestra, utilizando el álgebra
3 Algunos historiadores de la ciencia sostienen que el telescopio fue inventado por un ho-
landés y que Galileo copió su modelo. Pero el hecho es que fue Galileo el primero que
lo utilizó para estudiar de manera científica los astros.
81
4 La metáfora consiste en aplicar a un objeto las propiedades de otro objeto, que el prime-
ro no tiene. Mas, para que ello sea posible debe haber, entre ambos, ciertas propiedades
comunes. Por ejemplo, cuando alguien quiere referirse a los labios de una mujer que
admira, dice: sus “labios de coral” eran muy bellos. El coral es muy diferente de los labios
de una mujer, pero los dos tienen un color parecido.
82
5 Hay dos procesos mediante los cuales se puede irradiar energía: la fisión y la fusión. La
fisión consiste en una separación de los protones y neutrones del núcleo, producida por
un bombardeo de elementos pesados, como los neutrones. La fusión consiste en la unión
de núcleos atómicos. Debido a la presión ejercida sobre dos átomos de hidrógeno, éstos
se unen o se fusionan, produciendo helio. Al efectuarse la fusión se produce una canti-
dad de energía muy superior a la que se produce por medio de la fisión. La fisión es la
base de la bomba atómica; la fusión es la base de la bomba de hidrógeno, cuyo poder es
muchísimo mayor que el de la primera.
83
do la estrella es más grande que el Sol. La tercera tiene lugar cuando la estre-
lla es mucho mayor que el Sol. En el primer caso, la estrella sigue un proce-
so que termina en una enana blanca6. En el segundo caso, la estrella se trans-
forma en un pulsar o estrella neutrónica, (porque en su constitución hay un
gran predominio de neutrones). Los pulsares giran a una velocidad vertigi-
nosa y emiten señales electromagnéticas con perfecta regularidad. Esta regu-
laridad es tan exacta que, cuando se descubrió el primer pulsar, muchos pen-
saron que se trataba de mensajes emitidos por seres inteligentes. Hoy día se
sabe que se debe sólo a la constitución del pulsar.
Cuando la estrella es gigantesca, se transforma en un hueco negro. El
agujero negro es mucho menor que una estrella. Su superficie puede ser tan
pequeña como la de la Tierra, y aun menor. De manera que tiene una den-
sidad incalculable. Matemáticamente, cuando se quiere determinar su densi-
dad, se dice que hay una singularidad. Lo que quiere decir que su densidad
ha aumentado de tal manera que, si se pudiera medir, resultaría infinita.
Para tener una idea adecuada sobre los agujeros negros, debemos re-
gresar a la teoría de la relatividad generalizada de Einstein. Según esta teo-
ría, la fuerza de la gravedad y la forma del espacio están estrechamente
unidas. Todo cuerpo celeste produce una curvatura determinada del espa-
cio en su entorno. Cuando la materia de un astro es muy densa, el espa-
cio en que está dicho astro adquiere una fuerte curvatura. Ésta es una idea
muy difícil de comprender por quien no está familiarizado con la física mo-
derna, porque nosotros vemos que los objetos que están en el espacio tie-
nen tres dimensiones, alto, largo y ancho. Pero el espacio, en sí mismo, no
lo vemos. Vemos las cosas que están en él. Por eso es inimaginable que el
espacio sea curvo. Sin embargo, aplicando las fórmulas de la relatividad ge-
neralizada resulta que el espacio es curvo y que su curvatura depende de
la densidad del cuerpo que está en él. Y algo tan sorprendente como esta
curvatura, es que los rayos de luz que viajan por el cosmos, se desplazan
siguiendo la curvatura del espacio. Como hemos dicho, la curvatura del es-
pacio, es mayor o menor, según sea la densidad de la materia del astro que
la genera. Mientras más densa es la materia del astro, la curvatura del espa-
cio circundante será mayor. Como la densidad de un hueco negro es prác-
ticamente infinita, la curvatura del espacio que lo circunda es pronun-
ciadísima. Tan pronunciada, que los rayos luminosos que emite el agujero
6 Por más esfuerzos que hemos hecho, no hemos podido averiguar por qué se llama “ena-
nas blancas” a las estrellas cuya evolución acabamos de describir.
84
más. Es cierto que los planetas observados son gaseosos, como los plane-
tas exteriores de nuestro sistema. Y son bastante más grandes que Júpiter
y Saturno. Pero, así como hay planetas gaseosos en torno de estrellas no
solares, que están en nuestra galaxia, es casi seguro que los habrá, tam-
bién, interiores, que podrían ser duros como nuestra Tierra. Y no es desca-
bellado pensar que podría haber vida en ellos. Y hasta vida animal. Y ¿por
qué no vida de animales racionales, como existe en nuestro planeta? Claro
que todo esto es especulación, pero no debemos olvidar que muchas teo-
rías científicas nacieron de manera especulativa y que, años más tarde, —a
veces mucho más tarde— pudieron transformarse en teorías científicas em-
píricamente corroboradas.
Capítulo II
Macro y micro
1 Según la tradición, el primer filósofo griego fue Thales de Mileto. Pero, Parménides, He-
ráclito y Pitágoras fueron los primeros en crear teorías filosóficas que, en relación con la
época y con los escasos textos disponibles, pueden ser llamadas “sistemáticas”.
[87]
88
que el movimiento era pura apariencia. Era la manera como se veía el Ser a
través de los sentidos. Pero la realidad fundamental, el ser en sí mismo, era
eterno e inmóvil. Heráclito, por el contrario, sostenía que nada es inmóvil,
que todo está en perpetuo movimiento. Esta idea fue expresada en una de
las más famosas frases de la filosofía: “Nadie puede bañarse dos veces en el
mismo río”.
Es obvio que ambos tenían razón, pero de manera complementaria. Si to-
do varía, es imposible comprender lo que sucede en el mundo. Para hablar
necesitamos usar conceptos, y ningún concepto puede formarse de algo que
no tenga por lo menos una propiedad invariable. Supongamos que estamos
utilizando el concepto de silla. Si una silla variara constantemente de forma,
no podríamos tener el concepto de que la silla es un mueble que sirve para
sentarse. Pero, a su vez, Heráclito también tenía razón. En efecto, si nada se
moviera en el universo, no podría haber vida, ni biológica ni mental, porque
la vida es movimiento permanente. Los latidos del corazón, el movimiento
de los párpados, respirar, andar, hablar, pensar, etc., serían imposibles.
El genio de los atomistas, Leucipo y su discípulo Demócrito, consistió
en armonizar ambas posiciones y lograron, así, crear una visión más cohe-
rente del mundo. En la posición normal de un cuerpo elástico, los átomos
están a una distancia determinada los unos de los otros. La elasticidad se
explica porque la presión que se ejerce sobre el cuerpo elástico acerca los
átomos que lo integran. Y, el hecho de que dicho cuerpo pueda distender-
se hasta una forma cuyos extremos están a una distancia mayor de la nor-
mal, se explica porque la distancia interatómica se ha hecho más grande.
Esta convincente teoría fue adoptada por varios filósofos de la Antigüe-
dad, como Epicuro, en Grecia y Lucrecio, en Roma. Sin embargo, no fue
la que predominó a través de la historia. Pero, en los primeros años del
siglo XIX fue reinventada por Dalton. La teoría atómica de Dalton era,
desde luego, mucho más elaborada que la de sus antecesores, porque per-
mitía explicar una serie de hechos que no se conocían en la Antigüedad.
La teoría tuvo, en sus comienzos, muchos opositores. Pero, conforme pasa-
ban los años, y los métodos de observación de la física y de la química se
perfeccionaban, terminó por ser adoptada por numerosos científicos.
A fines del siglo antepasado, en 1887, J.J. Thompson demostró, de ma-
nera irrefutable, que el átomo no era simple sino compuesto. Para hacer la
demostración utilizó instrumentos muy simples: un tubo de Crookes y un
magneto cargado de electricidad positiva. Un tubo de Crookes es un tubo,
casi vacío de aire, por el cual es posible hacer pasar una corriente eléctri-
ca negativa. Decimos “casi vacío de aire”, porque hasta hoy día es imposi-
89
ble eliminar todo el aire que hay dentro de un tubo cerrado. Pero, desde
luego, en la actualidad, la eliminación puede ser mucho mayor. Cuando se
hacía pasar la corriente surgía, en el extremo opuesto, una pequeña marca
luminosa. Hecho esto, Thompson acercó un magneto cargado de electrici-
dad positiva a una de las paredes del tubo, y la corriente eléctrica que iba
de un extremo al otro del tubo, se desvió hacia el lado en que estaba el
magneto. En aquella época se sabía ya mucho sobre la corriente eléctrica,
pero se suponía que estaba integrada por átomos simples. Mas con esta
concepción era imposible explicar por qué el rayo de electricidad negati-
va se había desviado hacia el magneto que estaba cargado de electricidad
positiva. La única explicación posible era suponer que en el átomo había
algo que estaba cargado de electricidad negativa. Pero ¿dónde estaba ese
algo? Thompson supuso que estaba incrustado en el átomo, como una pasa
está incrustada en un panetón. Para dar un nombre a la pasa, la nombró
“electrón” que, en griego clásico, significa ámbar. Los griegos habían com-
probado que, frotando un pedazo de ámbar con un trapo, dicho pedazo
atraía cuerpos muy livianos, como pedacitos de metal o pequeños cabellos.
Pocos años más tarde, en 1907, haciendo un razonamiento puramente ló-
gico, Ernest Rutherford, llegó a la conclusión de que los electrones giraban
en torno de un objeto que llamó núcleo. Los átomos que integran las diferen-
tes sustancias, salvo raras excepciones como en las sustancias radioactivas,
son eléctricamente neutros. Pero, los electrones tienen carga negativa. Si el
núcleo estuviera integrado por electrones, como los cuerpos que tienen car-
ga eléctrica del mismo signo se repelen, no podría comprenderse por qué
los electrones giraban en torno de dicho núcleo, sin salirse de la órbita. Ergo,
el núcleo debería estar integrado por partículas positivas que atraían a las ne-
gativas. El mismo año corroboró experimentalmente su teoría y recibió, por
su descubrimiento, el Premio Nobel. En 1920, acuñó el nombre de “protón”
para referirse a las partículas que integraban los núcleos atómicos. Y supuso
que el número de electrones y protones era el mismo.
A partir de esta fecha los descubrimientos sobre la naturaleza del átomo
se suceden rápidamente. James Chadwick descubre el neutrón, que está en
el núcleo, para explicar los fenómenos del espectro de los gases2. Para re-
solver este enigma hubo que esperar hasta que Niels Bohr concibiera un mo-
delo revolucionario del átomo, basado en la teoría que Max Planck había ela-
tancia. A cierta distancia del recipiente hay una pantalla, que es iluminada por la irradia-
ción del gas. Y en ella aparece una franja luminosa en la que hay rayas que se van suce-
diendo una tras otra de acuerdo con una determinada regularidad. Cada sustancia tiene
un espectro propio. Si las sustancias están mezcladas, por ejemplo, si una de ellas es
hidrógeno, y la otra es nitrógeno, cada una producirá su respectivo espectro. Y esto suce-
de aunque una de las sustancias esté en el recipiente en mínima cantidad. La producción
de espectros para estudiar las propiedades de las diferentes sustancias, se llama “análisis
espectral”. La aplicación del análisis espectral es de enorme importancia en ciencias como
la física, la química y la astronomía. Múltiples veces, ha permitido llegar a resultados extra-
ordinarios. El más extraordinario de todos, es la posibilidad de saber de qué sustancias
están compuestas las estrellas. Estudiando el espectro solar se descubrió una sustancia
que no se conocía en nuestro planeta y que fue bautizada con el nombre de “Helio” que,
en griego, quiere decir Sol. Poco después se descubrió dicha sustancia en la Tierra. Y se
vio que el hidrógeno y el helio son las sustancias que predominan en el universo.
91
3 Este hecho desconcertó a los físicos que habían contribuido a la creación de la física pre-
cuántica. Entre ellos, a Einstein. Einstein nunca aceptó que la expresión matemática de la
manera como se establecían las propiedades de los átomos y las partículas subatómicas,
fuera probabilística. De ahí su famosa frase: “Dios no puede jugar a los dados”. Pero los
extraordinarios avances que se han realizado en el conocimiento físico, en los últimos cin-
cuenta años, dan la razón a la tesis probabilística (sobre la medida de un hecho expre-
sada por medio de la probabilidad, véase sección 5.1, capítulo V, tercera parte).
4 Naturalmente, se trata de nombres que no tienen nada que ver con lo que significan en el
lenguaje común. “Encanto” no quiere decir que los quarks sean encantadores, ni extraños
que sean extraños, o por lo menos que sean más extraños que los encantadores. A veces
los físicos tienen sus humoradas. Pocos años después que se comenzaron a utilizar dichos
nombres, se introdujeron términos cromáticos para hacer referencia a las cargas de los
quarks, más o menos análogas a las eléctricas, pero no reducibles a ellas. Así, un quark es
rojo, azul o verde. Y, para denotar propiedades de la fuerza débil (la fuerza de interacción
que se da en las emisiones radioactivas) se utilizaron sabores. Esto es el colmo, pero así son
los físicos.
5 Un “experimento de pensamiento” es un experimento puramente teórico que se realiza
conceptualmente, pero que no tiene corroboración empírica.
93
como Niels Bohr que, como hemos visto, fue el gran pionero en el desa-
rrollo de la física cuántica, durante el trayecto de la caja, no había ningún
gato. ¡El gato sólo existía cuando era observado! Podría pensarse que, des-
pués de estas rarezas, los físicos tuvieran un poco de compasión por nues-
tro sentido común. Pero no hay nada de eso. Si bien el experimento con-
ceptual de Schrödinger fue el colmo, el colmo de los colmos es que un
mismo electrón esté en una posición determinada y también en otra posi-
ción diferente de la primera. En ciertas condiciones experimentales, de
gran rigor técnico, sucede lo siguiente. Se está observando un electrón e,
en un lugar P1 (ponemos e para evitar confusiones con las letras que están
a su lado). Cerca de esta posición, en la posición P2 se ve algo que debería
ser otro electrón. Sin embargo es el mismo. Todo lo que hace e en P1 lo
hace también en P2. Para salir de dudas hacemos que e salga en un lugar
muy lejano de P1 y de P2, que llamamos P3. Por más que hagamos, todo
lo que sucede con e en sus anteriores posiciones, sigue sucediendo en P3.
La única manera de comprender lo que pasa (o, por lo menos, de tratar de
comprenderlo) es que el electrón e es exactamente el mismo en todas sus
posiciones posibles. Este hecho increíble ha sido bautizado con el nombre
de “Principio de no separabilidad”.
Lo que acabamos de relatar nos conduce a un resultado sumamente im-
portante: con tal de poder explicar racionalmente algunos resultados expe-
rimentales, nos vamos alejando cada vez más del sentido común. Este he-
cho se produce porque, de otra manera, dichos resultados serían ininteligi-
bles. Para que sean inteligibles, tenemos que avanzar por terrenos que nos
parecen absurdos. Pero ya Platón, uno de los filósofos más grandes de la
civilización helénico-occidental, tal vez el más importante, en su principal
diálogo, La República, dice: “mas por donde mi razón, como un soplo, me
conduzca, por allí será mi camino”6.
6 Los textos de Platón son diálogos. En ellos interviene, como figura central, su maestro Só-
crates. Platón vivió en Grecia, en el siglo IV a.C.
94
Einstein para explicar por qué la luz tiene siempre la misma velocidad, sea
cual fuere la velocidad constante del sistema de referencia del observador
en el espacio vacío7. Y, La teoría de los cuantos fue concebida para expli-
car por qué, con los recursos de la física clásica, era imposible comprender
la variación de la energía luminosa de los cuerpos negros. Es asombroso ver
cómo la atosigante complicación de la física relativista y de la física cuánti-
ca se ha producido para poder comprender dos fenómenos luminosos8.
Aunque la teoría de la irradiación de energía luminosa de los cuerpos
negros es bastante complicada, vale la pena decir algunas palabras sobre
el asunto. Un cuerpo negro es un cuerpo que absorbe todas las ondas elec-
tromagnéticas que caen sobre él. Ondas electromagnéticas son las que co-
múnmente llamamos “rayos de luz”. Cuando percibimos el color de una co-
sa estamos percibiendo el color del rayo de luz que ha rebotado al incidir
sobre ella. Es ampliamente conocido que los rayos de luz blanca (la que
nos viene del Sol, o la que irradia un foco cuando prendemos la luz) pue-
den descomponerse en rayos de siete colores. Estos colores se ven en el
arco iris, o cuando se hace pasar la luz blanca a través de un prisma. Un
hecho paradójico es que el color de una cosa se debe a que los rayos elec-
tromagnéticos de dicho color, que han incidido sobre ella, han rebotado y
son captados por nuestra retina. Así, cuando una superficie se ve roja, es
porque los rayos de luz roja han rebotado sobre ella. Todos los rayos de
colores, diferentes del rojo, han sido absorbidos por la superficie. Cuando
esta penetración es total, es decir, cuando todas las ondas electromagnéti-
cas son absorbidas por una superficie, no rebota ninguna y, en consecuen-
cia, el cuerpo se ve negro. La sustancia más negra de todas es el hollín. El
cuerpo negro que se utiliza en la física es una esfera totalmente compues-
ta de hollín. Cuando un cuerpo ha absorbido un rayo de luz, y se comien-
za a calentar, emite el rayo que absorbió. Como el cuerpo negro ha absor-
bido todos los rayos lumínicos que han caído sobre su superficie, confor-
me va aumentando su temperatura (por algún proceso que lo vaya calen-
tando), va emitiendo todos los rayos que había absorbido. Y como los ha-
7 En la sección 1.1, capítulo VI, tercera parte, se explica en detalle el fenómeno de la cons-
tancia de la velocidad de la luz.
8 La teoría de la relatividad generalizada no fue creada para explicar el comportamiento de
los rayos de luz, sino para comprender los fenómenos gravitatorios. Pero fue espectacular-
mente corroborada por la experiencia. Einstein predijo que los rayos luminosos se despla-
zaban en trayectorias curvas, y que la curvatura de dicho desplazamiento dependía de la
masa gravitatoria que curva el espacio circundante. De manera que, una vez más, la luz
resultó ser un fenómeno fundamental de la física.
95
9 La acción, tal como la expresa Planck en su formalismo, es igual al producto del espacio
recorrido por una partícula, multiplicado por la energía que ha hecho posible dicho reco-
rrido.
Capítulo III
Tecnología
1. Tecnología y ciencia
Dejando de lado las teorías lógicas y matemáticas, una teoría científica se
elabora para conocer la realidad en la que estamos situados. Una teoría
científica que verse sobre los procesos que se desarrollan temporalmente,
percibidos o concebidos, es una teoría empírica. La realidad cuyo conoci-
miento persiguen las teorías empíricas es tanto macro como microfísica. Pe-
ro, la única manera de conocerla es aplicando el pensamiento racional a lo
que captamos por medio de los sentidos. Avancemos un poco más en el
análisis del concepto de teoría científica.
Una teoría científica y empírica, en lo que sigue T, es un conjunto de
proposiciones que cumplen las siguientes condiciones:
• Algunas proposiciones de T deben tener una relación definida con la
experiencia sensorial. Dichas proposiciones son las proposiciones em-
píricas de T.- Esta condición es sumamente importante, pues si no se
cumple, no puede constituirse una teoría que nos brinde conoci-
mientos bien establecidos sobre algún aspecto de la realidad. Esta
importancia se manifiesta en la expresión “teoría empírica”, que de-
nota todas las teorías que cumplen dicha condición. Hay un acuer-
do universal acerca de que la ciencia empírica se constituye median-
te la aplicación del pensamiento racional a los objetos que percibi-
mos. Cuando se establece esta relación, casi siempre los objetos que
conocemos mediante una teoría T, son diferentes de lo que nos pre-
sentan nuestros sentidos. El ejemplo clásico es la redondez de la Tie-
rra. Todos tenemos la impresión de que la Tierra es plana. Sin em-
[97]
98
2 En realidad tiene más de dos axiomas, pero, en la época de Eratóstenes era imposible dar-
se cuenta de este hecho, debido a la imperfección de los métodos de medición y a la ca-
rencia del conocimiento matemático necesario para desarrollar la física de manera axio-
mática. A pesar de que Euclides logró desarrollar la geometría de este modo, en su época
era imposible lograr este desarrollo respecto de las teorías físicas.
100
2. Tecnología y técnica
Toda teoría científica puede ser utilizada para crear técnicas que permi-
tan aumentar nuestra capacidad de actuar sobre el mundo. Mas esta creación
no es tarea fácil, pues una teoría científica se constituye por medio de pro-
posiciones abstractas de manera que, considerada en sí misma, no se ve cuá-
les son sus posibilidades de aplicación. Para saber cómo puede aplicarse una
teoría científica para crear un aparato técnico, se debe conectar la teoría pura
con el aparato que se quiere crear. Una anécdota que nos cuenta cómo pudo
Arquímedes jalar hacia la playa un barco que estaba encallado y que pesa-
ba varias toneladas, mostrará en qué consiste dicha conexión.
Siracusa estaba casi siempre gobernada por tiranos que, en aquella
época, pululaban en la Magna Grecia (que estaba constituida por Sicilia, y
el sur de la bota italiana a partir de Pestum). En tiempos de Arquímedes,
la tiranía era común en las ciudades italianas de origen griego, y el pueblo
la consideraba como una forma normal de gobierno. Aunque muchos tira-
nos eran crueles y asesinos, algunos de ellos gobernaban con justicia y no-
bleza, y se hacían amar por el pueblo. Hierón fue uno de ellos.
101
Hierón era culto y se interesaba mucho por la ciencia y el arte. Era, ade-
más, pariente, amigo y admirador de Arquímedes3. Un día, el sabio le ex-
plicó su teoría de la palanca, y Hierón le preguntó si se podía poner en
práctica. Arquímedes le respondió que con una palanca adecuada podría
levantar o arrastrar un barco, aunque fuera inmenso. Hierón, que era un
esteta le suplicó entonces que tratara de sacar uno de sus más grandes bar-
cos que había encallado en la playa más bella de Siracusa, afeando el her-
moso panorama marino de manera insoportable. Para complacerlo, el sabio
se puso de inmediato en acción. Lo primero que hizo fue explicarle a Hie-
rón, cómo era su teoría.
La teoría de la palanca se basa en el equilibrio de fuerzas. Una palanca
tiene siempre un punto de apoyo y brazos. En cada brazo se aplican fuer-
zas, generalmente en sus extremos. Arquímedes descubrió que para que
una palanca estuviera en equilibrio, el producto del largo de uno de sus
brazos, multiplicado por la fuerza que se ejercía sobre él, debía ser igual al
producto del largo del otro brazo multiplicado, asimismo, por la fuerza que
se ejercía sobre este último. Sea la palanca P que tiene un punto de apoyo,
y dos brazos B1 y B2. Supongamos que la fuerza F1 se aplica sobre el brazo
B1, y que la fuerza F2 se aplica al brazo B2. En términos matemáticos, el
equilibrio se define como sigue:
B1x F1 = B2 x F2.
4 El ángulo de incidencia es el ángulo que forma el rayo de luz cuando cae sobre una
superficie capaz de reflejarlo. Supongamos que el rayo de luz r ha incidido sobre la super-
ficie S en el punto P. Al caer sobre P, rebota y forma un ángulo con S, que parte de P.
Hay una relación matemática entre ambos ángulos. En la óptica clásica, en tiempos de
Newton (siglo XVII), se consideraba que los rayos de luz viajaban en línea recta. Newton
fue el físico y matemático inglés que descubrió que la fuerza que atrae a los objetos hacia
el suelo es la misma que hace posible que los planetas giren alrededor del Sol.
104
muy altas. En cambio, la ciudad se hallaba a poca altura sobre una playa
(que no era en la que había encallado el barco), de la que partía un
pequeño sendero que conducía hasta ella.
Las cosas pasaron como habían previsto Hierón y Arquímedes. Desde
antes de que Roma declarase la guerra a Siracusa, el sabio había hecho
construir una serie de grúas cuyo movimiento se basaba en complicados
sistemas de palancas y poleas. Y también tuvo la precaución de hacer for-
jar, con toda rapidez, espejos parabólicos de distintos tamaños, de manera
que los rayos que reflejaban podían dirigirse desde la orilla de la playa,
hasta muchos metros mar adentro. Además, una serie complicada de po-
leas permitía que los espejos pudieran girar en todas direcciones.
Cuando el primer barco enemigo se acercó a la playa, los rayos de un
espejo parabólico fue dirigido sobre sus velas. A los pocos minutos, una de
ellas comenzó a arder. El fuego se propagó rápidamente por toda la nave,
y la tripulación tuvo que abandonarla bajo una mortífera lluvia de flechas.
Pero cuando las telas de las naves eran gruesas y fuertes, el incendio
podía demorarse algún tiempo. Entonces, salía una poderosa grúa cuyo
brazo se enganchaba en la punta del barco y lo levantaba como una pluma.
La grúa giraba hasta que la nave quedaba sobre un conglomerado de rocas
puntiagudas, y la soltaba de modo que se desintegraba en mil pedazos, lan-
zando a sus ocupantes por los aires. Durante algunos meses Marcelo in-
tentó en vano llegar a la playa. Todo fue inútil. Convencido de que por más
naves que tuviera nunca podría doblegar a Hierón, intentó tomar la ciudad
por asalto desde tierra. Como las murallas eran altas preparó el ataque con
todo cuidado, haciendo construir grandes escaleras y poderosas catapultas.
Pero, el genio del sabio volvió a sorprender a los romanos, pues había he-
cho forjar espejos parabólicos colocados en lo alto de la muralla. Apenas
empezó el asedio por mar, Hierón, aconsejado por Arquímedes, hizo cons-
truir largas fosas en cuyo fondo se pusieron puntiagudas lanzas. Y luego
se les cubrió con tanta eficacia que era difícil descubrirlas a primera vista.
Después de la derrota por mar, Marcelo pidió refuerzos a Roma y como
hemos visto, comenzó a planear el ataque por tierra. Cuando todo estuvo
listo, dio la orden de ataque. Las tropas romanas empezaron a avanzar con
la seguridad de que eran invencibles. De repente cayó sobre ellos una luz
tan fuerte que los cegaba, de manera que no podían ver lo que estaba de-
lante de ellos. Haciendo un esfuerzo siguieron adelante, cubriéndose el
rostro con sus escudos. Y esto hizo que les fuera imposible darse cuenta
de la existencia de las fosas. La primera fila cayó casi toda en ellas y los
soldados fueron ensartados por las lanzas. La segunda fila escuchó gritos y
105
quejidos pero, sin darse cuenta de lo que había pasado, siguió avanzando
y cayó en los mismos fosos. Presas de pánico las aguerridas huestes roma-
nas dieron la espalda al muro y huyeron velozmente.
Enterado de lo que ocurría, Marcelo decidió atacar de noche. Pero
cuando faltaban apenas unos metros para llegar a la muralla, se abrieron
unos boquetes por los que salían gruesas piedras con inverosímil veloci-
dad, y los romanos retrocedieron con fuertes pérdidas. Sin embargo, Mar-
celo, como siempre, ganó la batalla. El tiempo pasaba y hacía casi dos años
que el famoso general sitiaba la ciudad. Los víveres comenzaban a esca-
sear. Por eso, Hierón decidió pedir ayuda a las vecinas ciudades de la Mag-
na Grecia. Y como el sitio por mar había terminado desde hacía tiempo,
envió en una nave a Damipos, hombre de su absoluta confianza, para lo-
grar el apoyo necesario. Pero los romanos se dieron cuenta de la manio-
bra y capturaron a Damipos. Hierón, que, como hemos dicho, tenía senti-
mientos nobles, no podía soportar la idea de que los romanos lo mataran.
Y comenzó a negociar con Marcelo para lograr la libertad de su amigo. Pa-
rece que durante las negociaciones, un explorador de Marcelo notó que
había una torre en una parte del muro que era poco alta, y no estaba res-
guardada. Utilizando una escalera los romanos pudieron llegar al muro y
treparon a la torre. Como siempre, Marcelo encabezó la operación y fue el
primero en entrar a la torre. Del otro lado de la torre había una escalera
que conducía a un barrio de la ciudad.
Lo más extraordinario de esta historia es la muerte de Arquímedes.
Cuando los romanos tomaban una ciudad por asalto, la regla era que mata-
sen a todos los hombres en estado de portar armas. Y Marcelo tenía que
someterse a ella. Pero el general romano se había transformado en un fer-
viente admirador del sabio. Y sabía que como el sitio había sido largo, los
soldados que entraban a la ciudad estaban exasperados, y que podían
matar a todos los hombres, incluso a los ancianos. Por eso dio la orden de
que, antes de matar a un hombre, le preguntasen cómo se llamaba y si de-
cía “Arquímedes” debían capturarlo y llevarlo a su presencia. Pero cuando
un soldado vio a un hombre viejo, con barba blanca, que estaba haciendo
unos dibujos esotéricos sobre la arenisca que estaba ante la puerta de su
casa, y le preguntó cómo se llamaba, no recibió ninguna respuesta. El hom-
bre era Arquímedes, y estaba tan concentrado en lo que estaba descubrien-
do, que ni siquiera oyó la voz del soldado. Éste creyó que lo estaba despre-
ciando y lo mató en el acto. Así terminó la vida de uno de los genios más
grandes que en el mundo han sido.
106
3. Tecnología y arte
El arte siempre ha sido considerado como una expresión de la creativi-
dad humana. El gran artista es capaz de crear una obra con el mismo tema
de otra y ser, sin embargo, original. Un ejemplo notable de esta creatividad
es que tanto Esquilo (Las Coéforas), como Sófocles (Electra) y Eurípides
(también Electra) han abordado el mismo tema: el asesinato de Clitemnes-
tra por su hijo Orestes5. Pero la forma y el mensaje son distintos, cada uno
imprime un sello personal a las escenas y a los protagonistas que figuran
en el desarrollo temático. Si los tres hubiesen escrito sus tragedias en nues-
tra época, es seguro que cada uno habría enjuiciado a los otros dos por
plagio intelectual. En la pintura, la escultura y la música se manifiesta la
personalidad en máximo grado. La virgen María aparece en una cantidad
enorme de pinturas renacentistas, tanto italianas como españolas y flamen-
cas, y en cada una de ellas es diferente. Lo mismo se puede decir de la es-
cultura. Pero es, tal vez, en la música donde se nota de manera más impac-
tante la expresión de la personalidad del artista. Así, una misma sinfonía
suena distinta si la orquesta es dirigida por diferentes directores como Furt-
wängler, von Karajan, Stokowsky, o Celibidache. Cada uno hace tocar a la
orquesta de acuerdo con su propio temperamento. Unos pondrán mayor o
menor énfasis en el ritmo de la sinfonía, otros tenderán a destacar los pasa-
jes de mayor ímpetu, o de mensaje sentimental más conmovedor. Lo que
decimos parece no tener nada que ver con la cibernética y, efectivamente,
es así. No hay nada, en las artes creadas por el hombre, que tenga relación
alguna con la informática. El arte no, pero la belleza sí. Y de manera muy
profunda. Más adelante hablamos sobre el arte con mayor detalle.
5 Clitemnestra era esposa de Agamenón, rey de Esparta y jefe de la coalición griega que des-
truyó Troya para vengar la seducción de Helena por Paris, uno de los hijos de Príamo, rey
de aquella ciudad. Helena era la esposa de Menelao, rey de Micenas, hermano de Aga-
menón. Cuando la inmensa flota (para la época) que llevaba las tropas helénicas, llegó a
Aulis, los vientos se calmaron y la flota griega no pudo seguir avanzando. El adivino Cal-
jas, dijo a Agamenón que la diosa Artemisa (Diana en la mitología romana) era la que ha-
bía detenido la flota, y que la única manera de cambiar su voluntad, era sacrificar a Ifige-
nia, su propia hija concebida por su esposa Clitemnestra. Clitemnestra no le perdonó nun-
ca este sacrificio. Y, por esta razón, asesinó a Agamenón cuando regresó de la guerra de
Troya.
Capítulo IV
Los fractales y el caos
1. Tecnología y fractales
En la segunda mitad de la década de los cincuenta, Benoit Mandelbrot, de
origen belga, trató de describir matemáticamente la forma de algunos ob-
jetos naturales. Pero, después de vanos y largos esfuerzos, quedó estupe-
facto ante el hecho de que era imposible describirlos utilizando el formi-
dable arsenal matemático disponible en su época. Y comenzó a investigar
por qué las ecuaciones matemáticas eran tan limitadas. Después de varios
años de esfuerzos infructuosos, llegó a la conclusión de que esta imposibi-
lidad se debía a que la física de su tiempo, para formular las leyes que re-
gían el comportamiento de los fenómenos observables, sólo utilizaba tres
dimensiones. Por eso, no se prestaba para describir objetos con dimensio-
nes fraccionarias.
Para describir con precisión objetos con dimensiones fraccionarias, era
necesario recurrir a un nuevo tipo de matemática. Mandelbrot comenzó a
buscarla. Al principio trabajó con cierta facilidad pero, como pasa con los
problemas matemáticos profundos, los cálculos se fueron complicando. Y
llegó un momento en que eran tan complicados, que decidió utilizar una
computadora que fuera de las más poderosas en aquellos años. Al princi-
pio lo que salía en la pantalla de la computadora fue como había imagi-
nado Mandelbrot: unas líneas grises junto a algunas líneas negras que se
relacionaban entre sí de manera banal. Pero, conforme iba avanzando en
los cálculos, las líneas comenzaron a adquirir formas cada vez más compli-
cadas. Hasta que un día salió en la pantalla una figura que lo dejó alelado:
era algo muy parecido a un chinche con pelitos en el cuerpo y en la cabe-
[107]
108
Esta fórmula puede ser manejada por un colegial que haya avanzado lo
suficiente en el nivel de educación secundaria. El único punto que podría
parecerle difícil, es que las variables se sustituyen por números complejos.
Mas un buen profesor puede lograr que sus estudiantes entiendan con faci-
lidad lo que son estos números1. Pero lo más extraordinario de todo es que
cuando Mandelbrot comenzó a dar valores a “x” y a “c”, comenzaron a apa-
recer en la pantalla una multitud de formas tan maravillosas las unas como
las otras. Si se selecciona una pequeña extensión de la figura que ha apa-
recido y se lupea, aparece una figura que puede ser diferente de la pri-
mera, pero que es muy parecida a ella. También se pueden buscar formas
muy diferentes entre sí. De esta manera van apareciendo figuras cada vez
más bellas y sorprendentes. Al poco tiempo se descubrió que las formas
podían colorearse, lo que acrecentó sin límites el impacto estético que pro-
ducían las figuras. Pero, lo verdaderamente grandioso del Conjunto de
Mandelbrot, es que utilizándolo adecuadamente, ¡se puede lograr que apa-
rezca cualquier cosa en la pantalla del ordenador! Pueden aparecer árbo-
les con ramajes frondosos, caudalosos ríos, lluvias torrenciales, rayos que
iluminan la noche, cráteres lunares, satélites nunca vistos de planetas ine-
xistentes, lunas cargadas de misterio, que se levantan desde horizontes de
fábula, caras y cuerpos bellos o monstruosos, montañas nevadas más bellas
que el Alpamayo2. Mandelbrot llamó “fractales” a estas figuras, y “geome-
tría fractal” a la teoría que las estudia3. Ahora bien, las figuras que apare-
cen en la pantalla son, como acabamos de decir, de increíble belleza. Y es-
ta belleza no ha sido creada por nadie, nunca se sospechó que existiera.
Claro que Mandelbrot es un genio y que, si no hubiera sido por él, los frac-
tales aun no habrían sido descubiertos. Tal vez se habrían encontrado con
el paso de los años. Sólo que ni él ni nadie los buscó. Aparecieron prime-
ro como unas líneas insignificantes en la pantalla de su computadora.
Luego se fueron trasformando en figuras cada vez más complicadas, hasta
que desembocaron en una inesperada belleza.
La conclusión a la que inevitablemente se llega, es desconcertante, pero
no hay salida: la tecnología puede crear belleza. Una belleza que se puede
crear solamente gracias a ella. No se trata de que la computadora ayude a
hacer los cálculos para presentar en la pantalla una figura que haya sido
creada por un artista. La computadora no ayuda a nadie. Las figuras que se
ven en la pantalla, son objetos producidos por circuitos del software, no ha
habido elección de una figura creada previamente a su aparición. Este he-
cho cambia las perspectivas de la estética, abre nuevos horizontes al arte.
No es arte auténtico, pero produce la impresión de serlo. Explicar las razo-
nes que indujeron a Mandelbrot a llamar fractales a las figuras que salían
en la pantalla de su computadora, rebasa el nivel elemental en que esta-
mos situados. Sin embargo, trataremos de dar una idea aproximada que
permita al lector darse cuenta de lo esencial.
4 El análisis riguroso del concepto de arbitrariedad es realmente difícil. Para analizarlo con
probabilidades de éxito, hay que recurrir a métodos lógicos y matemáticos avanzados.
115
tres cuerpos atraídos por la gravedad. Era imposible porque sus trayecto-
rias se iban tornando caóticas.
Uno de los hallazgos científicos más importantes de las cuatro últimas
décadas del siglo pasado es que los fractales están estrechamente relacio-
nados con los procesos caóticos, porque las dimensiones de los procesos
caóticos son fraccionarias. Pero esta condición no es recíproca. Porque hay
objetos y procesos cuyas dimensiones son fraccionarias, pero que no son
caóticos. Un ejemplo de esta mayor generalidad es la empaquetadura de
Serpinski, de la que ya hemos hablado en la página 110. Este objeto se
crea dividiendo un triángulo equilátero de manera que cada división se di-
vida, a su vez, en triángulos equiláteros cuyo tamaño es un tercio del que
se está dividiendo y así, in infinitum. La empaquetadura tiene dimensión
fraccionaria, pero no tiene nada que ver con el caos. También hay infini-
tos ejemplos de objetos o procesos que tienen dimensión fraccionaria y son
caóticos. La distribución de los cráteres de la Luna, de las estrellas en nues-
tra galaxia, de las galaxias en el espacio, de los procesos económicos,
como las oscilaciones de la Bolsa, la difusión de nuevas ideas en una socie-
dad determinada, la manera como avanzan los torrentes en sus cauces, la
trayectoria de las partículas atómicas y subatómicas, y miles de objetos y
procesos más, tienen dimensión fraccionaria y también son caóticos.
En los últimos años se ha logrado utilizar un proceso caótico para influir
sobre otro proceso, también caótico. Utilizando aparatos muy sofisticados
es posible conectar dos procesos caóticos entre sí, de manera que aumen-
tando o disminuyendo la velocidad de uno de ellos aumente o disminuya
la velocidad del otro. Este “control caótico” se está aplicando en cardiolo-
gía, para superar las fibrilaciones de la arritmia aguda. Es posible que la
cardiología, en la primera década de nuestro siglo, haga progresos especta-
culares. La misma técnica de control que se está aplicando en cardiología,
está permitiendo mejorar la precisión y la energía de los rayos láser más
allá de todo lo esperado.
Tercera parte
El destino
Capítulo I
Tres momentos y un epílogo.
La ordalía del ateísmo
[119]
120
embates de la existencia. ¿Qué significa, por eso, en relación con esta insta-
lación de la existencia, ser ateo?
La palabra “ateo” es una palabra abstracta, por eso, antes de seguir ade-
lante, debemos ver cuáles son sus relaciones con la vida real. Lo primero que
encontramos es que, si no se trata de una religión monoteísta, el ateísmo no
tiene sentido. Sería ridículo declararnos ateos porque no creemos en la exis-
tencia de Júpiter o de Minerva. Por otro lado, hablar de un ateísmo brahmá-
nico tampoco tiene sentido, pues esta doctrina es panteísta, de manera que
negar a Brahman es negarse a sí mismo. En cuanto al budismo, lo que persi-
guen sus adeptos es liberarse de la rueda de la vida, es decir, de las reencar-
naciones. El budismo, en sus expresiones originarias como en el Udana, no
tiene nada que ver con Dios. El verdadero ateísmo sólo puede manifestarse
en relación con una religión monoteísta en que Dios es una persona que nos
ha creado y que se interesa por nuestro destino. Dejando los matices de lado,
sólo hay tres religiones que reúnen estas características: el cristianismo, el ju-
daísmo y el islamismo. Las dos últimas no nos interesan, pues no pertene-
cen al ámbito en el que estamos situados. En lo que sigue, toda referencia a
Dios es una referencia al Dios cristiano.
El análisis del significado del ateísmo, en relación con la concepción
cristiana de Dios, habrá de revelarnos, de manera directa y dramática, una
muy peculiar manera de existencia humana. El resultado al que habremos
de llegar es absolutamente inesperado, por lo menos lo ha sido para noso-
tros. El ateo cristiano (no creemos que sea posible calificarlo de otra mane-
ra) habrá de revelarnos, tal vez mejor que el creyente, el más auténtico sen-
tido de la concepción cristiana de Dios y de la vida.
Cuando se intenta un análisis de significaciones, desde el principio se
encuentran ambigüedades que dificultan el avance hacia la claridad con-
ceptual. Es, por eso, imprescindible señalar las diversas maneras como se
emplea la palabra “ateísmo” en el ámbito cristiano. De manera general, un
ateo es un hombre que no cree en Dios, porque está convencido de que
no existe. En este sentido, el ateo se asemeja al creyente. Tiene una acti-
tud negativa, pero está convencido de algo: de la inexistencia de Dios. Por
eso, es totalmente distinto del escéptico. El escéptico no está convencido
de que existe Dios, pero tampoco está convencido de que no existe. El
ateo, en cambio, es el que niega a Dios. Y, naturalmente, como hay
muchas maneras de negar, es posible encontrar diversas especies de ateís-
mo. Aunque toda clasificación que pretenda ser exacta, es más o menos
arbitraria, podemos afirmar con suficiente fundamento, sin pretender por
cierto ser exhaustivos, que las diversas especies de ateísmo pueden agru-
121
res humanos se amen los unos a los otros como hermanos. Pero, la idea
de un Dios juez, horroriza a quien tiene el ideal del amor cristiano. No es
que el ateo rechace ser juzgado. Está dispuesto a ser sometido a todos los
tribunales, humanos y divinos. Sólo que no puede concebir a un ser infini-
tamente bueno separando a sus propias criaturas para premiar a unas y cas-
tigar a otras.
¡Y el mal! El verdadero ateo siente horror del mal. Su alma se estreme-
ce ante el mal del mundo. ¿Cómo es posible, ¡oh Dios mío!, que exista el
mal? ¿Cómo es posible que existan la crueldad, la injusticia, la dureza de
corazón? ¿Por qué la vida debe vivir de la muerte? ¿Por qué las más bellas
y delicadas criaturas deben ser destrozadas por monstruos? ¿Por qué? ¿Por
qué? ¿Cómo un Dios infinitamente bueno permite el sufrimiento universal?
¿Cómo puede permitir que las madres asistan a la muerte de sus hijos? ¿Por
qué los hijos deben contemplar la muerte de sus padres? ¿Por qué la enfer-
medad, la vejez y la muerte son los señores del universo, las únicas verda-
des? Para Buda la enfermedad, la vejez y la muerte son males intrínsecos
de la existencia, de los que sólo podemos liberarnos renunciando a todo
interés vital. El karma es la ley. Toda acción de un sujeto durante su vida,
va condicionando su existencia futura. La condición de quien nace, será
mejor que la de su anterior nacimiento, si sus acciones han sido buenas du-
rante su vida pasada. Si han sido malas, renacerá en una condición infe-
rior, y tendrá que esperar un tiempo determinado para renacer en una con-
dición semejante a la primera. El karma, para un budista, sólo puede ven-
cerse renunciando a todo deseo. Toda la concepción budista se funda en
la existencia de la reencarnación. Nunca ofrece pruebas de que la reencar-
nación existe, pero por lo menos presenta una explicación interesante del
mal del mundo. El mal del mundo no se debe a ningún ser infinitamente
bueno. Lo mismo se puede decir del brahmanismo. Aunque, desde el pun-
to de vista religioso, ambas doctrinas son muy diferentes, las dos presupo-
nen la existencia del karma y de la metempsicosis (reencarnación).
En el ámbito semítico-siríaco, donde nace el monoteísmo, el horror de
la muerte y del sufrimiento humano hace pensar en un castigo colectivo.
Pero uno de los grandes méritos del cristianismo es haber concebido clara-
mente el valor de la persona individual. No puede, por eso, fundamentar-
se el mal del mundo en un castigo colectivo.
El sufrimiento del mundo, concebido como castigo por un pecado que
no cometimos, es una concepción inmoral. Si hay una evidencia incontras-
table, si hay una seguridad moral que nos da fuerza para la acción y la lu-
cha, es la defensa del inocente. La inocencia es, tal vez, salvo en casos con-
125
cretos muy especiales, lo más refulgente del mundo. Yo puedo ser todo lo
culpable que se quiera, puedo ser el hombre más canalla del universo, la
mujer que fecundo puede ser la más vil de las mujeres, podemos juntos,
haber cometido todos los crímenes, haber violado todas las leyes, divinas
y humanas. Pero nuestros hijos son inocentes. Si hubiera Dios, los hijos ja-
más pagarían por los padres. Al revés, los padres serían perdonados por el
amor de sus hijos. Dios no puede haber cometido una injusticia suprema.
Por eso no hay Dios.
Los teólogos pueden esforzarse todo lo que quieran. Pueden decirnos
que no se puede juzgar el pecado de nuestros primeros padres como un
pecado vulgar y corriente, cometido dentro de las condiciones ordinarias
del pecado. Es un pecado derivado de nuestra condición misma de criatu-
ras, del hecho de que nuestro ser es relativo y necesita de un ser absoluto
para mantenerse a flote en el negro mar de la nada. Pero estas cosas care-
cen de significado para el hombre que vive de evidencias. ¿Qué explica-
ción, qué satisfacción puede darnos saber que se trata de un pecado deri-
vado de nuestra naturaleza de criaturas? El hecho es que somos castigados
de manera terrible por un pecado que no hemos cometido. Y Dios no pue-
de castigar de esa manera. Luego Dios no existe.
La idea del infierno, si se dejan de lado prejuicios mitológicos y se anali-
za con objetividad, es lo más horrendo que haya podido imaginar un cere-
bro humano. Porque se trata de un castigo infinito y sin perdón. Bien pue-
den inventar los teólogos mil razones para justificar tan abominable idea.
Jamás lograrán disminuir su horror. Porque el hecho de que hasta el instan-
te mismo de la muerte, un arrepentimiento sincero pueda salvar al peca-
dor, no le resta ni un ápice de crueldad. Quien muere sin haberse arrepen-
tido, va al infierno, es decir, al sufrimiento definitivo y sin remedio. Des-
pués no valen ya los arrepentimientos. ¿Y el amor universal por todos los
hombres? ¿Ese amor que exige la salvación definitiva de todos? Un hombre
que se siente solidario con sus semejantes, no puede resignarse a la idea
del infierno. Mientras haya un solo ser humano, uno solo, en el infierno,
no le interesará la salvación. Un Dios que castiga a los hijos por los peca-
dos de los padres, que una vez que castiga no perdona, que no siente com-
pasión por los eternamente condenados, no tiene nada que ver con el Dios
de amor que anhela el creyente.
Ante el fracaso de la teología para explicar estos absurdos morales, se
recurre a una razón mucho más poderosa: el error del ateo consiste en que-
rer juzgar, con criterios humanos, lo que no puede ser juzgado sino con
criterios divinos. La única salida es la que señaló Tertuliano: Credo quia ab-
126
1 Un argumento para probar la inexistencia de Dios es que sus atributos no concuerdan con
los hechos. Por ejemplo, la infinita bondad de Dios, no permite explicar el mal del mun-
do, o la omnisciencia divina torna imposible la libertad humana. Ambos argumentos son
superficiales y no tienen el menor poder de convicción. Son superficiales porque no tie-
nen en cuenta la profunda compenetración del ateo cristiano con los valores del cristia-
nismo.
128
do a morir. Pero el hombre cuya vida exige la vida de otro ser, habrá de
quedar abismado ante la muerte.
El ateo auténtico nos revela, así, una condición miserable. Miserable
porque encuentra en la vida todo aquello que le causa horror y no tiene
manera de evitarlo. Busca afanoso la verdad y se encuentra ante la trágica
relatividad de la historia. Sabe que morirá sin haber podido desentrañar el
oscuro misterio del mundo. Tiene hambre de justicia y sabe que la injusti-
cia reina en la historia. Dirige todos sus esfuerzos hacia el triunfo de la soli-
daridad, y tiene la certeza de que los hombres estarán por siempre dividi-
dos. Y, sobre todo, rechaza la muerte y sufre el dolor de saber que todo
morirá, que morirá él, que morirán los seres que ama, que morirán hasta
las piedras, que morirá el universo entero. Sin embargo, en medio de esta
ordalía aniquilante, descubre una salida inesperada: la posibilidad de resol-
ver el problema de su propia muerte.
Aunque parezca increíble, la solución en el caso de “mi muerte” viene
de la lógica. Hemos dicho que, para el ateo auténtico, las evidencias mora-
les son más fuertes que las de la lógica y de las matemáticas. Pero esto no
quiere decir que no haya evidencias en éstas. Las hay, por supuesto. No
son tan fuertes como las morales, pero las siguen de cerca. Por eso se pue-
den usar para argumentar de manera rigurosa. Si se somete el concepto de
“mi muerte” a un análisis lógico ceñido, se llega a la conclusión de que di-
cho concepto es absurdo, es decir, se estructura sobre la base de una con-
tradicción interna y en consecuencia, lógicamente, no puede existir. Se
puede argüir que es ridículo encontrar la solución de un problema tan hon-
do y tan dramático como la propia muerte, en algo tan frío y tan alejado
de la realidad existencial como la lógica. Pero el ateo, ante la muerte, no
puede contar con nada ni con nadie que no sea él mismo. No hay ningún
poder sobrenatural para ayudarlo frente a los embates del mundo. Sólo él,
con sus propios y débiles medios, es capaz de luchar contra ellos y de so-
breponerse. Y el único medio es su razón. Puede decirse todo lo que se
quiera sobre la debilidad de la razón. Puede decirse todo lo que se quiera
sobre sus contradicciones, sus paradojas, el fracaso histórico de sus siste-
mas. A pesar de todo, lo único que ha permitido al hombre llegar a algu-
nas verdades objetivas y universales a través de la historia, es su razón. Lo
único que realmente ha permitido salvar vidas de la muerte, vencer flage-
los y enfermedades, enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza y a veces do-
minarlas, es la razón. Mientras el ateo se vio atrapado por el horror de la
muerte, y rechazó a Dios por razones morales, vivió en un callejón sin sali-
da. Pero su vivencia del desamparo, al condenarlo a ser sí mismo, le abrió
129
2 Las expresiones “he muerto” o “estoy muerto”, pueden ser proferidas por personas que
han recibido una herida que consideran mortal, por ejemplo, una cuchillada o un balazo.
Pero no pueden ser proferidas por un muerto.
130
3 En lo que sigue, para mayor comodidad en escribir el texto, en lugar de decir el “ateo au-
téntico” diremos, simplemente, el “ateo”, salvo cuando el contexto requiera emplear la ex-
presión “ateo auténtico”.
4 “Monadológica” es una palabra acuñada por el gran filósofo alemán Leibniz. Una concien-
cia monadológica significa una conciencia aislada, separada de las demás. El hecho de te-
ner una autoconciencia que no puede tener la experiencia de su propia muerte, la transfor-
ma en una mónada, que está separada de todas las demás conciencias que no sean la pro-
pia. Monos, palabra griega, cuyo genitivo es mónados, significa, en griego, solo, aislado.
132
mi propia muerte, pero nadie podrá jamás convencerme, por ningún razo-
namiento, de que los demás no mueren. La muerte del otro es un hecho.
Y los hechos no pueden negarse. Sólo la fe, sólo una fe ciega, capaz de
quemar todas las naves, puede hacerme creer que aquel ser que yo amaba,
que está ahí delante de mí, rígido y con los ojos abiertos, no ha muerto.
Pero esa fe es precisamente la que no tiene, la que no puede tener, el ateo.
Por eso le ha sido imposible resolver el problema de la muerte. Porque el
problema fundamental consiste en cómo hacer para que los demás no
mueran. Si sólo él muriese en el universo, y no muriesen los seres por él
amados, si no muriese nada, ni la más microscópica célula, se sentiría per-
fectamente feliz. Porque, al morir, sabría que los demás eran eternos y su
vida habría adquirido un inconmovible sentido. Esa boca que le sonríe ale-
gremente, jamás se deformaría con el rictus de la muerte. Esos ojos que
irradian luz, serían eternamente luminosos. Esa mano tibia que lo acaricia
en la penumbra, viviría a través de los siglos. Pero una muerte, una sola
muerte, destroza toda posible ilusión. Porque el ateo tiene una inmensa ca-
pacidad de amar. El que vive en el ámbito de la divinidad tiene su ser verti-
do hacia algo mucho más grande que lo humano. El amor humano es, a
lo más, una puerta de entrada hacia lo divino. Todo lo humano se relativi-
za. El padre es el instrumento de Dios para llevarnos hacia Él, la esposa es
la posibilidad de engendrar nuevos creyentes, de aumentar el reino de
Dios, el hijo es el futuro propagador de la fe, es la nueva fuerza que
luchará por defenderla, conservarla y hacerla avanzar convenciendo a los
incrédulos. Por más que se les ame, es siempre en función de Dios. Pero
los amores del ateo son absolutos. Cuando ama a alguien lo ama única y
exclusivamente por ser quien es. No hay ninguna referencia a un trasfon-
do que rebase la dimensión humana. Su padre es su único padre, su her-
mano es su único hermano, su amigo es su único amigo. Su amante es su
amada absoluta. No es un instrumento de dar más hijos a Dios. Y todo ese
amor, todo ese anhelo inextinguible, todos los seres humanos que dan sen-
tido e impulso a su vida entera, no es sino carne condenada a corromper-
se. Por eso, el ateo auténtico podría también definirse como aquel hombre
capaz de amar desesperadamente.
Así, el ateo, al hallarse ante la realidad última de la muerte, sufre las más
dramáticas y sorprendentes alternativas. Primero, la revelación de la muerte lo
sume en un abismo sin salida, y arrasa con todo lo que da significación a su
existencia. A pesar de este momento logra, por medio de sutiles argumentos
lógicos (pero verdaderos y rigurosos), escaparse de la tragedia de su propia
muerte. Esta escapatoria inesperada, lo lanza hacia el mundo de la libertad, lo
133
4. Epílogo
Tal como hemos mostrado en el anterior análisis, el ateo auténtico pare-
ce no tener salida. Sin embargo, después de haber tratado inútilmente de
liberarse, y de haber perdido toda esperanza durante largos años, encuen-
tra un nuevo camino. Se da cuenta de que la posibilidad de liberarse de
los espejos paralelos era tan simple que no la había visto. Bastaba pasar
entre ellos. Mientras no pasase, la repetición de los reflejos no terminaría
nunca. Pero si pasase entre ellos, vería un panorama impredecible. Y así
fue, el ateo pasó entre los espejos y descubrió un paisaje completamente
nuevo. Pero su novedad no consistía en que las cosas que veía fueran dife-
rentes de las que había visto anteriormente. Era el mismo paisaje, sólo que
ahora lo veía cuando “la resaca de todo lo sufrido se había empozado en
el alma”. Al contemplarlo, el ateo encuentra la liberación: luchar, al lado
de todos los hombres de buena voluntad, para que el mundo sea cada vez
más cristiano.
1 Como hemos dicho en el prólogo, en este capítulo se utilizan términos técnicos. Estos tér-
minos son palabras filosóficas, lógicas y científicas. Pero el lector puede leerlo fácilmen-
te porque los tecnicismos se utilizan sólo para dar un ritmo literario que produzca la im-
presión de la “lucha a muerte” entre el Diablo y los filósofos.
2 Dalí (siglo XX), uno de los pintores españoles de mayor renombre, a nivel mundial, hasta
donde sabemos, fue el primer pintor contemporáneo en pintar un Cristo lampiño.
[135]
136
momento la filosofía regresó por sus fueros. Como en la época dorada del
Peripatético3, la filosofía, volvió a ser coherente. Los filósofos mandaron a
la porra al Diablo y no volvieron a pensar en él.
3 Aristóteles era llamado “peripatético” porque exponía sus clases caminando. Peripatético
viene del verbo griego peripatoo, que significa caminar.
139
Dios tiene una lógica? Porque Dios está más allá de aquella débil invención
humana que se llama lógica. ¿Cómo fue posible que los teólogos olvidaran
la lapidaria y definitiva frase de Tertuliano: Credo quia absurdum (Creo
porque es absurdo, véase sección 1, capítulo I, tercera parte). No cabe du-
da de que en todo este enredo el Diablo jugó fino, pues algunos teólogos
de “izquierda” a fines de la Edad Media (por ejemplo, Nicolás de Cusa), ya
habían comprendido que Dios no tiene nada que ver con la lógica. Sólo
los hombres utilizan la lógica y, para su mala suerte, durante mil quinien-
tos años, por culpa de ese estupendo viejo que se llamó Parménides y, lue-
go, de Aristóteles, (cuya hazaña intelectual de haber descubierto el silogis-
mo no justifica su estúpida opinión de que hay hombres que nacen para
ser esclavos), creyeron que la única lógica que se podía usar era la del
principio de no contradicción. Pero, no sabemos si por causa del Diablo o
por causa de Dios, resulta que otro joven genio, esta vez un brasileño, un
ejemplar producto del país del carnaval y de la samba, Newton Alfonso
Carneiro da Costa, inventa un nuevo tipo de lógica, llamada “lógica para-
consistente”, en la que el principio de no contradicción, que no es ni divi-
no ni luciferino, puede violarse y no pasa nada. El sistema lógico sigue fun-
cionando perfectamente bien. La lógica paraconsistente ha dado la vuelta
al mundo para gloria de Dios, de Newton Alfonso Carneiro da Costa, y para
tormento de los estudiantes de filosofía. Y el Diablo, que se mecía en ella
como en un trapecio de jardín, ha saltado desde sus enrevesados símbolos
y ha caído enhiesto, desafiante, humeante y chisporroteante en medio de
la ayer displicente, y hoy azorada comunidad filosófica, para renovar la
agostada teología y para escarmiento de los kantianos, escépticos, existen-
cialistas y materialistas. Por más ilusiones que se hicieron los filósofos, por
más que mandaron al Diablo al diablo, el Diablo ha regresado. Ahora sí
que va a ser difícil deshacerse de él. Pero los filósofos, que tienen muchísi-
mos defectos, tienen, sin embargo, una virtud: son tercos como mulas. Por
eso el Diablo no debe hacerse, tampoco, muchas ilusiones. Los filósofos
aún no se han rendido, ni se rendirán jamás. La lucha va a continuar, con
altas y bajas, con ataques y contraataques, per secula seculorum.
Capítulo III
Racionalismo y misticismo: Una pugna
con final inesperado
Jugando ajedrez conmigo mismo1
[141]
142
teórico. El cristiano sabe que su alma nunca morirá, mientras que el racio-
nalista está completamente perdido en el abismo sin salida de la muerte.
Después de todo, para un auténtico cristiano la teología racional no tiene
mayor importancia. Sólo le importa la teología religiosa, porque ofrece sali-
das reales al creyente. Tú, el racionalista, estás condenado a muerte por tu
propia razón que tanto admiras. Yo, el cristiano, soy eterno.
B. —Te equivocas al considerar mi muerte. Porque tengo coraje y no le
temo.
W. —Pero supongo que sí temes la muerte de tus seres queridos.
B. —Pues no, tampoco le temo.
W. —Pero, entonces, eres un desalmado.
B. —No lo soy. Soy solamente un estoico. Sé cuál es mi destino y sé que
no puedo cambiarlo. Adoro a mi mujer y a mis hijos, pero sé que tienen
que morir.
W. —Pero no podrás negarme que te gustaría que tú y los tuyos vivie-
ran eternamente.
B. —Reconozco que puede ser, efectivamente, así. Pero tengo una com-
pensación maravillosa que me salva de la angustia y del miedo. Vivo mi li-
bertad de manera absoluta. Sé que no estoy predeterminado por la omnis-
ciencia divina, que no estoy esclavizado por la providencia. Elijo libremen-
te la escala de valores que habrá de guiar mi conducta. No tengo que dar
cuenta de mis actos a nadie. El creyente, por el contrario, se enfrenta a la
muerte con ambigüedad. De un lado, siente su muerte como un tránsito
hacia otra vida y pierde, así, el miedo de morir. Pero, de otro lado “sabe”
que será juzgado. Después de su muerte terrenal tiene que rendir cuenta
de sus actos, y el juicio puede ser negativo. Esta posibilidad de condena es
horrible, es como tener una espada de Damocles sobre la cabeza durante
toda la vida2. El racionalista, en cambio, sabe que nadie habrá de juzgarlo
cuando muera. Vive ebrio de libertad.
W. —Pero la libertad incontrolada barre con todos los valores. Si no hay
valores absolutos, de origen divino, todo está permitido. El nazi es tan libre
2 Cuenta la historia que Damocles era un personaje de la corte del tirano Dionisio el Viejo,
de cuya felicidad hablaba constantemente. Un día Dionisio lo invitó a un festín y puso a
Damocles en su sitio, mientras que él se ponía en el sitio del cortesano. Éste se sintió feliz
por el honor conferido. Mas, al poco rato, se le ocurrió mirar hacia arriba, y vio una gran
espada que pendía justo sobre su cabeza, y que estaba unida al techo por un hilo tan del-
gado que podía romperse en cualquier momento.
145
como el místico para vivir su propia vida; el gángster tiene el mismo dere-
cho de actuar que cualquier persona honrada. Desaparece todo fundamen-
to moral. Nadie puede ser juzgado por los otros. Pero el hombre no puede
vivir así. Si deja de actuar guiado por una tabla de valores morales, todo se
derrumba. La vida pierde sentido y se transforma en un infierno.
B. —Precisamente, la grandeza de la ética racionalista se funda en esta
situación. No hay ninguna razón para que el ser humano se comporte de
manera racional. Pero se puede escoger esta conducta. Elegir el camino de
la razón conduce al establecimiento de una sociedad en la que debe respe-
tarse la libertad de todos los ciudadanos, en que toda persona pueda desa-
rrollar al máximo sus cualidades potenciales. Para seguir esta senda, el que
ha elegido la razón debe superar su voluntad de dominio, debe luchar para
que toda persona sea tratada como fin en sí, y no como un medio o instru-
mento, para ser explotado por otras personas.
W. —De manera que estás diciendo que, en nombre de la razón, debes
proceder de manera irracional puesto que has reconocido que no hay nin-
guna razón que impele a conducirse racionalmente.
B. —Por supuesto. Y, por ello mismo, elegir el ideal de vida racional es
un acto grandioso de altruismo. Porque nadie puede imponer a otro el de-
ber de seguir a la razón pero, no obstante, hay personas que deciden se-
guirla. Y para seguirla hay que renunciar al egoísmo. El camino de la razón
es el máximo reconocimiento humano, es la senda que conduce a la frater-
nidad entre todos los hombres.
El cristiano, por el contrario, hace su elección impulsado por el terror
de la muerte. Hay, así, un residuo ineliminable de egoísmo en su conduc-
ta. El racionalista, gracias a su elección, avanza hacia la libertad y el altruis-
mo; el cristiano huye de la muerte y asume su condición por temor.
W. —Hablas por hablar, porque no conoces el verdadero significado de
ser cristiano. El místico no tiene miedo de ninguna muerte, no persigue
ningún fin que no sea Dios. No está interesado, como he dicho, en la teolo-
gía racional. Ni siquiera está interesado en demostrar que su situación es
superior a la del racionalista, ni a ninguna otra. Y menos aún en una discu-
sión como la que tenemos en este momento. He tenido la paciencia de es-
cucharte porque soy cristiano y el cristiano debe ser caritativo. A mí, lo úni-
co que me interesa es acercarme a Dios todo lo posible, contemplarlo, ser
iluminado por su luz.
B. —Entonces eres egoísta, pues si lo único que te importa es la visión
de Dios, quiere decir que no te importan tus semejantes.
146
W. —¡Ajá! ¡Te rendiste! Por fin, mi amigo. Después de todo no eres tan
orgulloso como creía.
B. —De ninguna manera, no me he rendido en absoluto, porque el Dios
que revelan los fractales es el Dios del panteísmo. Touché!5.
W. —Nuevamente te equivocas. El verdadero misticismo está cerca del
panteísmo, pero esta cercanía no significa identidad.
B. —Por supuesto, sólo que está mucho más cerca de lo que tú crees.
Por eso, el misticismo que no culmina con la fusión entre el individuo y el
gran todo, como el cristiano, no es auténtico.
W. —Y yo creo que tú no eres un auténtico racionalista. Estás demasia-
do preocupado por la felicidad de los demás. Pero el racionalista es frío.
Por más racionalista que sea una persona, no puede extraer amor de su ra-
zón. El amor no es racional, la razón no es amorosa. Por eso, el racionalis-
ta cae siempre en utopías. No le complace manejar cosas concretas, sólo
lo atraen mundos lejanos y asépticos.
B. —La historia es la realización progresiva de las utopías. Acabar con la
esclavitud fue una utopía y ya no hay esclavos. Terminar con la peste negra
fue una utopía y ya no hay peste negra. Llegar a la Luna fue una utopía, y
llegamos a la Luna. La Unión Europea parecía utópica, y hoy existe la
Unión Europea.
W. —Tal vez. Pero, sin embargo, estamos condenados a desaparecer
porque nuestro Sol terminará por apagarse o explotará como una nova, y
todos moriremos. El principio de entropía, descubierto por tu maravillosa
razón, nos lo anuncia.
B. —En cuanto a la muerte del Sol, como enana blanca o como nova, se-
remos capaces de salvarnos viajando a otros planetas, que giren alrededor
de otro sol. Y en cuanto a la entropía, está ahora en revisión. Sabemos que
la materia está siendo constantemente creada en nuestro universo. Sabe-
mos que, cuando una estrella está muriendo, otra está naciendo. Se está
formando mediante la atracción gravitacional del polvo interestelar, espe-
cialmente en los brazos de las galaxias.
W. —Nuevamente ciencia ficción. Pero ni siquiera aceptando lo que di-
ces sobre la creación permanente en el universo podemos tener la espe-
ranza de vida terrenal eterna. Porque, como sabes, el universo se está,
5 El panteísmo es la creencia de que Dios es la totalidad del universo. Dios es todo y todo
es Dios. Dios es uno y uno es Dios. El pensamiento místico cristiano llega, a veces, muy
cerca del panteísmo. Touché es una palabra francesa, utilizada en esgrima, que significa
“tocado”. Se emplea cuando uno de los contrincantes da una buena estocada al otro.
151
6 Libre-penseur es una expresión francesa que quiere decir “librepensador”. Durante el siglo
XIX, dicha expresión estuvo en boga. Para dar a entender que no se tenía ningún culto
religioso, se decía, soy un libre-penseur.
153
Epílogo
El místico y el racionalista se dan la mano, se miran a los ojos y, toma-
dos del brazo, siguen por el mismo camino.
7 El Evangelio de San Juan fue escrito en un griego culto, a diferencia de los otros tres evan-
gelios: San Mateo, San Marcos y San Lucas, llamados sinópticos, que fueron escritos en
un griego muy simple, que era el que hablaba el pueblo en dicha época. La palabra “lo-
gos” significa verbo, en el sentido de palabra. Pero también significa razón.
Capítulo IV
Fundamentación racional
1. Razón
Después del largo recorrido que hemos hecho a través de un amplio pano-
rama, tratando de exponer nuestros puntos de vista de la manera más clara
posible, podemos arriesgarnos a intentar un esclarecimiento del significa-
do de la palabra “razón” y de las maneras como se aplica en la fundamen-
tación teórica y práctica de las actividades humanas. Comprender en qué
consiste esta fundamentación no es nada difícil, pero no es posible lograr-
la si antes no se cumplen ciertas condiciones cognoscitivas, es decir, si no
se parte del conocimiento de diferentes aspectos de la realidad en que vive
el hombre. Este tipo de conocimiento es el que hemos tratado de ofrecer
al lector en la segunda parte del presente libro.
Como hemos mostrado, el conocimiento de la realidad, por más riguro-
so que sea, no es ni podrá ser nunca definitivo. Empero, conforme hemos
ido avanzando en la exposición, hemos tratado de mostrar que hay muchos
aspectos de nuestros conocimientos que pueden considerarse como firme-
mente establecidos. Así, lo que decimos sobre el hombre es verdad, pues
el ser humano tiene todas las cualidades con las que lo hemos descrito. Y
también es verdad lo que exponemos sobre el actual estado de la ciencia
en nuestro conocimiento del mundo. Hemos visto que las teorías científi-
cas deben ser corroboradas por medio de la observación empírica. Y que,
a veces, hay que reajustarlas o hasta cambiarlas radicalmente. Pero, estos
reajustes y estos cambios se deben a motivos racionales. La intervención de
la racionalidad en la constitución del conocimiento científico es lo que per-
[155]
156
2. Razón y ética
Las relaciones familiares se prestan, a las mil maravillas, para dar ejem-
plos de justicia o injusticia moral. Juan tiene tres hijos: Eduardo, Carlos y
Julián, de 17, 15 y 14 años, respectivamente. Pero tiene una predilección
no disimulada por el menor, y le permite hacer cosas que prohíbe a los
otros dos. Por ejemplo, permite que fume y tome licor, pero castiga severa-
mente a los otros dos si hacen lo mismo. Su pretexto es que Julián es res-
ponsable y que, por eso, jamás fuma más de tres cigarrillos por día y sólo
toma licor en circunstancias especiales, como grandes cocteles o cenas de
matrimonio. Pero Eduardo y Carlos saben que su padre les está mintiendo
pues Julián, que es apenas un adolescente fuma una cajetilla diaria y, a ve-
ces, llega a casa borracho como una uva. No cabe la menor duda de que
su padre ha violado el principio de no arbitrariedad.
Pedro y María se han casado por amor. Y de acuerdo con el pacto que
hicieron antes de casarse, todo lo que haga Pedro podrá hacerlo María y
todo lo que haga María podrá hacerlo Pedro. Un día María descubre que
Pedro la engaña con otra mujer. Le prueba a su marido que le ha sido infiel
y le dice, como venganza, que ella también lo va a engañar. Pedro acepta
lo que dice su mujer y cumple el pacto sin vacilar. Su relación con María
es simétrica por todo lo alto pues, a pesar de la llamada “revolución se-
xual”, son muy pocos los maridos que aceptarían que, por el hecho de ser
3. Libertad, responsabilidad
Cuando alguien actúa respetando los dos principios fundamentales de la
ética, actúa libremente. Si no fuera así, la ética no tendría sentido. En el pa-
sado se ha discutido mucho sobre el problema de la libertad y de la respon-
sabilidad. Este problema interesaba sobremanera a los filósofos porque la fí-
sica imperante, a partir de Newton hasta fines del siglo XIX, era totalmente
determinista. Las fórmulas matemáticas que describían el comportamiento de
los cuerpos y el desenvolvimiento de los procesos físicos, mostraban que la
trayectoria de un móvil se podía determinar de manera exacta si se conocían
sus condiciones iniciales3. Según la física clásica, todo lo que sucedía en el
4 Algunos filósofos del derecho, como Kelsen, sostienen que los conceptos de moralidad y
de justicia son demasiado vagos para poder fundar el derecho sobre bases éticas. Según
ellos, lo único que debe ser considerado como norma jurídica es que haya sido promul-
gada cumpliendo los requisitos exigidos por la ley. Por ejemplo, que haya sido aprobada
por la Cámara de Diputados y el presidente de la República la haya refrendado con su
firma. Los jusfilósofos que piensan como Kelsen se llaman “positivistas”, y tienen una ma-
nera de ver las cosas muy alejada del racionalismo. Si se aplica su concepción al pie de
la letra, cualquier tipo de derecho es válido. La ventaja del racionalismo es que quien lo
asume no puede conformarse con un sistema jurídico injusto, como fue, por ejemplo, el
sistema normativo nazi-fascista.
162
6 En la época de Platón no existían, en el mundo occidental, países como los que existen
ahora. Sólo había ciudades rodeadas de campos nada grandes. Ciudad se dice polis, en
griego, de donde proviene la palabra “político”. En toda polis había un sistema legal que
regulaba la conducta de los ciudadanos, tal como existe en los estados modernos. Por
eso, una ciudad griega puede ser considerada como un “Estado-ciudad”.
7 La filología (del griego filos, amante, amigo, y logos, razón o palabra), es la disciplina que
se ocupa del estudio de la manera como un autor emplea la gramática, y cómo son los
rasgos distintivos de su estilo literario. La filología es muy importante para saber si un tex-
to, atribuido a un autor determinado, ha sido realmente escrito por él. En el caso de
Platón, el uso de la gramática en la “Carta VII” y el estilo con que está escrita coinciden
con el uso gramatical y el estilo de sus textos. En cambio, en otras cartas (aunque no en
todas) no se encuentra esta coincidencia.
165
ven, hijo del primero y tan tirano como él. Como todo tirano, Dionisio el
Viejo tenía una mentalidad infantil y, por eso, quería ser el gobernante más
grande de todos los tiempos. Con el afán de sobresalir en todo, quiso que
en su corte estuviesen pensadores famosos. Pero había uno que, compa-
rado con los demás, era un gigante: Platón de Atenas. Leyó sus diálogos y
llegó a la convicción de que si organizaba su gobierno de acuerdo con los
principios que predicaba el gran filósofo, pasaría a la historia como el más
justo y el más sabio de los gobernantes actuales y futuros. Platón respon-
dió a su llamado y viajó a Siracusa. Dionisio el Viejo lo recibió como un
héroe que llegaba para liberar a su patria. Lo colmó de honores y conversa-
ba con él diariamente durante largas horas. Naturalmente, casi todos los
cortesanos y quienes participaban en el gobierno eran corruptos, pues, en
toda tiranía, campea la corrupción. Por eso, apenas llegó Platón a la isla
decidieron salir de él lo antes posible. Porque Platón se las traía. Tal vez
su único defecto era su implacable radicalismo. Cuando se convencía que
una de sus tesis era verdadera, no escatimaba esfuerzos para llevarla a la
práctica. Más aun si se trataba de una tesis política. Y, naturalmente, sus te-
sis eran siempre radicales y completas. Por ejemplo, lo primero que dijo a
Dionisio al día siguiente de su llegada, cuando comenzaron a hablar de los
proyectos que deberían llevarse a la práctica, fue que las tierras debían re-
partirse por igual entre todos los ciudadanos.
Para salir de Platón, los cortesanos y los colaboradores de Dionisio utili-
zaron el mejor de todos los recursos para convencer a un tirano: el chis-
me. Todos los días llegaban a los oídos del déspota noticias de que Platón
estaba conspirando con su sobrino Dión, para derrocarlo. Por supuesto, el
chisme pudo más que la noble transparencia del filósofo. Lo mejor contra
el chisme es otro chisme. Pero ¿puede concebirse a un Platón chismoso?
La manera cómo el tirano se malquistó con Platón no es clara. En rela-
tos de la época se encuentran varias versiones de lo sucedido, algunas ab-
surdas, otras dudosas. Por ejemplo, Diógenes Laercio cuenta que la ira de
Dionisio fue tan grande que quiso matarlo, pero después cambió de opi-
nión porque pensó que no podía pasar a la historia como el asesino del fi-
lósofo más grande de todos los tiempos. Entonces llamó a unos piratas y
les entregó a Platón para que lo vendieran como esclavo. Y difundió la voz
de que, en el viaje de retorno a Atenas, su barco fue capturado por los pira-
tas que en aquellas épocas eran siempre un peligro para los navegantes.
Pero, lo que sí es seguro es que Platón pudo escapar de Siracusa y llegó
sano y salvo a Atenas.
166
8 En griego “filotimía” (de filos, amigo, amante, y timè, aprecio, honor, gloria) significaba
el amor por los honores, la fama y la gloria. Por razones de eufonía (de buen sonido)
castellana, lo hemos transformado en “timofilia”.
167
9 En el lenguaje de nuestros días, la tesis platónica debe generalizarse. “Rey filósofo” debe
entenderse como un gobernante que sea desprendido, que tenga un buen nivel cultural
y que gobierne de acuerdo con los altos principios de la ética.
10 Vale la pena relatar cómo llegó Enrique IV, rey de Navarra, a ser rey de Francia. A comien-
zos del siglo XVII, Francia era más pequeña de lo que es ahora, pues el pequeño reino
independiente de Navarra quedaba en el sudeste de su territorio. En aquella época no era
necesario que un rey tuviera la nacionalidad del país que gobernaba. Los reyes se elegían
por lazos de sangre. De acuerdo con su ascendencia, el reino de Francia correspondía a
Enrique de pleno derecho. Para conquistarlo inició una guerra en la que ganó todas las bata-
llas. Pero cuando llegó a los muros de París encontró una encarnizada resistencia. El recha-
zo de los parisinos se debía a que Enrique era protestante, mientras que ellos eran fervien-
tes católicos. Después de un largo asedio, el duque de Mayenne, líder de los católicos y jefe
de la resistencia, envió un mensaje a Enrique diciéndole que el pueblo de París lo aceptaría
como rey de Francia si abjuraba de su religión protestante y abrazaba la fe católica. Al reci-
bir el mensaje, Enrique dijo: “París bien vale una misa”. Adoptó la religión católica y fue el
monarca más popular de la historia de Francia. Su única preocupación fue el bienestar de
sus súbditos. Fue asesinado, sin motivo alguno, por un demente.
11 El caso de Timoleón es uno de los gestos de desasimiento más notorios de la historia uni-
versal. Por razones que sería demasiado largo relatar, Timoleón viajó de Corinto a Siracusa,
para derrocar al tirano Dionisio el Joven. Estratega genial, derrotó fácilmente a las tropas
168
6. Casuística
6.1 Tortura
En todo lo referente al conocimiento empírico hay siempre situaciones
que no encajan dentro de los moldes conceptuales previstos12. Hay casos en
que no se sabe bien si un objeto pertenece o no a la extensión de un con-
del autócrata. Hecho esto, en lugar de ejecutar al tirano, como era lo usual en aquella
época, lo envió a Corinto, donde enseñó en una escuelita hasta su muerte. Timoleón se
transformó en el ídolo del pueblo. Todos los habitantes de Siracusa le rogaron que toma-
se las riendas del gobierno, y que nunca los dejase de gobernar, pero Timoleón sólo acep-
tó el gobierno hasta transformar a la ciudad-Estado en una sólida democracia. Hecho esto
renunció al poder y siguió viviendo en Siracusa como ciudadano particular.
12 Sobre el concepto de “empírico” véase la sección 1, capítulo III, segunda parte, y la sec-
ción 6, capítulo VI de la tercera parte.
169
13 Este relato describe un episodio real, pues el amigo íntimo del candidato oficialista era el
autor de estas líneas.
171
do todos los documentos que han llevado los tecnólogos, dice: “Parece que
ustedes están en lo cierto. ¿Han consultado con expertos norteamericanos,
que son los mejores del mundo?” Y el director replica, con voz desfalleci-
da: “Ya lo hemos hecho señor presidente, y la respuesta ha sido que esta-
mos en lo cierto. Aquí tenemos las respuestas del MIT (Instituto Tecnoló-
gico de Massachusetts) y de Caltech (Instituto Tecnológico de California).
Ambos coinciden”.
Aferrándose a una última esperanza, el ministro pregunta: “Pero ¿cuán-
do se producirá la avalancha?” Y el director del INCT responde, con voz
fría: “La probabilidad de que se produzca en el primer semestre del próxi-
mo año es de 70 por ciento”.
Salen los tecnólogos y el presidente queda a solas con el ministro:
“¿Qué debo hacer?”, pregunta el presidente. “No lo sé —responde el minis-
tro— la decisión debes tomarla tú. Yo haré lo que digas”.
Durante dos días el presidente deja de lado todas sus actividades, y can-
cela todas sus citas. Y, después de haber pasado dos noches en blanco, to-
ma una decisión: no informar a nadie de lo que sucede. Porque, si se difun-
de la noticia, la mayoría de los turistas que pueden costear su viaje y sus
giras, dejarían de ir, y se perdería la única oportunidad de superar la extre-
ma pobreza en que viven varios millones de sus compatriotas.
“Pero presidente —dice el ministro— si hacemos lo que dices seremos
unos asesinos”. “No necesariamente —replica el presidente— pues hay un 30
por ciento de probabilidades de que la catástrofe no se produzca”. Y am-
bos comienzan a discutir en forma acalorada. La discusión se desenvolvió
de la manera siguiente: “Es cierto que los que estén visitando el famoso
centro turístico morirán arrastrados por la avalancha. Supongamos que la
catástrofe se produzca a las doce del día. Morirán todos los que están en
el centro a esa hora. No creo que sean más de doscientos. Los que hayan
regresado del centro antes de las doce no morirán. Pensemos ahora en
nuestra población. Si difundimos la noticia, diez millones de compatriotas
tendrán que seguir viviendo en la miseria, sin poder salir de ella. ¿Qué cosa
es peor, la muerte de doscientos extranjeros o la intolerable pobreza que
agobia a diez millones de compatriotas?”. La discusión sigue durante varias
horas, hasta que el presidente levanta la voz y exclama: “Apenas estuvimos
solos me dijiste que harías lo que yo dijese. Ahora tienes que cumplir tu
palabra”. Ante este argumento, el ministro se rinde y acepta la decisión de
su jefe.
Es difícil calificar la conducta del presidente. De un lado, sacrificar fría-
mente a doscientas personas da la impresión de que es un timófilo malva-
172
1. Dificultades
En los textos que anteceden hemos abordado muchos problemas filosóficos,
y hemos tratado de encontrar respuestas positivas o negativas adecuadas. Mu-
chas veces, tal vez las más, nos ha sido imposible saber si un problema te-
nía o no tenía solución. Y hemos tratado de desarrollar los temas menciona-
dos de manera pedagógica, tratando de no importunar al lector con pedan-
tes nombres técnicos. Cuando nos ha sido imposible dejar de mencionarlos,
hemos tratado de explicar su significado hasta donde nos ha sido posible.
Hemos recorrido, como hemos dicho en el prólogo, casi todos los temas
de la filosofía. Pero hay uno sobre el que casi no hemos hablado, y que es
especialmente importante: el futuro. Creemos que vale la pena abordarlo,
porque en los momentos actuales estamos avanzando en todos los campos
del pensamiento y de la acción con tal rapidez que nuestro porvenir se ha
tornado inquietante. De los caminos que pueda seguir la sociedad ac-
tual dependen, directamente, nuestro destino y el de nuestros descen-
1 Este capítulo ha sido escrito antes de que se produjeran los terribles atentados terroristas
contra el Centro Internacional de Comercio (International Trade Center) en Nueva York y
el Pentágono en Washington. Sin embargo, lo dejamos tal como lo escribimos, para que el
lector pueda apreciar, en todo su dramatismo, los cambios súbitos de la historia. Pero en la
sección 10 del E2, en el epílogo, señalábamos que, en contra de lo que creía Hegel, el de-
sarrollo de la historia no era necesario sino contingente. Y, luego, hacíamos un breve aná-
lisis de los peligros que este hecho podía significar con respecto al proceso de humaniza-
ción de la historia. Mas, a raíz del atentado del 11 de setiembre del 2001, hemos ampliado
gran parte del texto.
[173]
174
2. Religión
Creemos que la religión cristiana va a seguir, con mayor énfasis, el pro-
ceso de apertura que se inicia en el Concilio Vaticano II, convocado por
2 A fortiori se utiliza cuando se quiere decir que si sucede tal cosa, de manera inevitable,
sucederá otra. Si se considera riesgoso hacer un pronóstico aplicable a un lapso de vein-
te años, es obvio que será mucho más riesgoso hacerlo para un lapso de cincuenta.
175
3 Símaco fue un pensador romano (siglo IV d.C.) que se enfrentó al agresivo dogmatismo
de los primeros padres de la Iglesia. En una célebre discusión con san Ambrosio, que sos-
tenía que la religión cristiana era la única verdadera, y que todas las demás eran falsas e
inmorales, Símaco sostuvo que, desde el punto de vista espiritual y moral, las grandes reli-
giones eran equivalentes.
176
dentine es que permite que las mujeres sean sacerdotisas con poderes
exactamente iguales a los de los sacerdotes, y que ni los sacerdotes ni las
sacerdotisas deben hacer voto de castidad. En el Perú, por no dar sino un
ejemplo latinoamericano, ha surgido también una nueva religión, la Aso-
ciación Evangélica “Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal” fundada,
hace unas cuatro décadas, por Ezequiel Ataucusi, que hoy día tiene, por lo
menos, medio millón de seguidores. Nos parece que la proliferación de
nuevas religiones o sectas, según sea el punto de vista de quien las califi-
que, se debe a un hecho universal: a la angustia que está produciendo el
derrumbe de las antiguas tablas de valores sin que se entrevean las tablas
que deben reemplazarla. Es esta angustia lo que induce a un gran número
de hombres y mujeres, sobre todo jóvenes, a unirse a los nuevos grupos
religiosos. Pero esta angustia se debe a que no hay una clara conciencia,
salvo en grupos muy reducidos, de que las tablas tradicionales se pueden
derivar, de manera directa, de los principios de no arbitrariedad y de sime-
tría. Es decir, de una ética racionalista.
3. Economía
Es difícil tener una idea, aunque sea muy simple, de la manera como
va a evolucionar la economía en un futuro próximo. Respecto de esto, hay
tres puntos de vista: el pesimista, el dudoso y el optimista. Según el pri-
mero la economía, considerada globalmente, va a empeorar cada vez más.
Esto producirá crisis gravísimas, en todos los países, lo que puede desem-
bocar en una guerra atómica. De acuerdo con el segundo punto de vista,
las cosas seguirán siendo más o menos lo mismo. La economía de los paí-
ses tecnológicamente desarrollados va a permanecer estancada, pues el
crecimiento tiene un límite. La de los países en vías de desarrollo, en el
mejor de los casos, seguiría como está actualmente, es decir, en una situa-
ción de pobreza extrema que permanecerá estacionaria. Los optimistas, en
cambio, ven todo color de rosa. Los países tecnológicamente avanzados
van a seguir progresando de tal manera que estarán en condiciones de per-
donar las inmensas deudas de los países pobres. En la actualidad, hay tres
grandes centros de poder económico: Estados Unidos, la Unión Europea y
Japón. China está avanzando a pasos agigantados, mas está aún muy lejos
del desarrollo. Empero, cuando lo alcance su economía será, con alta pro-
babilidad, la más fuerte del mundo. En cuanto a los países pobres, libera-
dos de toda deuda con los países avanzados, podrán comenzar a desarro-
llar de manera rápida. Y, cuando esto suceda, podrán formar bloques entre
177
4. Ciencias formales
Una teoría es “formal” si utiliza un lenguaje simbólico para expresar los
hechos que describe. En un congreso dedicado a la lógica moderna y a la
filosofía de las matemáticas, uno de los participantes dijo: lo “maravilloso
de la ciencia no es saber por donde irá, sino no saberlo en absoluto”. Por
eso, en todo lo que sigue, lo que decimos es puramente hipotético, pues,
tratándose de las ciencias, tanto formales como empíricas, su evolución es
impredecible. Por otra parte, para decir algo definido sobre la evolución de
las ciencias formales, o sea, sobre la lógica y las matemáticas, se deben uti-
lizar una serie de conceptos técnicos muy complicados y, lo más probable,
es que no interesen a nuestros lectores. Por otra parte, el campo de las
ciencias formales es tan inmenso que nadie puede abarcarlo por comple-
to. Teniendo conciencia de esta limitación, nos atrevemos a decir lo si-
guiente sobre la primera década del siglo XXI.
178
ción sobre el lugar en que habrá de aparecer una partícula, ésta apa-
recerá de acuerdo con una probabilidad determinada. Supongamos
que se están disparando electrones contra una pantalla en la que ca-
da choque produce una luminiscencia. Esta luminiscencia tiene gra-
dos. El centro es el lugar más luminoso de la pantalla, y viene a ser
una especie de disco rodeado por circunferencias que, conforme se
alejan de él, se vuelven cada vez menos luminosas. La mayor lumi-
nosidad del centro significa que la probabilidad de que los electro-
nes caiga en él, es la más alta de todas. Conforme la luz va disminu-
yendo, la probabilidad de que los electrones caigan sobre una parte
determinada de la pantalla va siendo cada vez menor.
Para detectar los objetos cuyos estados queremos medir, por ejemplo
la posición y el momento (masa por velocidad) del electrón, o su
energía y el tiempo en que ésta se manifiesta, se utiliza la función de
onda de Schrödinger. El proceso de medición se basa en la polari-
zación de ondas que atraviesan un prisma de calcita o de alguna sus-
tancia con propiedades parecidas. Para explicar el resultado de estas
polarizaciones se ha debido elaborar una teoría que supera de lejos,
en complicación y extrañeza, todas las teorías físicas anteriores.
En la teoría de la relatividad, tanto restringida como generalizada, un
electrón es un electrón, o sea una partícula; y una onda es una onda.
Pero en la teoría de los cuantos, cuando se quiere medir el desplaza-
miento de una partícula como el electrón, se llega a la conclusión de
que la partícula es ambas cosas a la vez. Hay varias teorías que pre-
tenden explicar el hecho desconcertante de la dualidad onda-cor-
púsculo. Algunas de ellas han sido correctamente formalizadas, y
son de gran eficacia para establecer medidas que permitan hacer
predicciones (probabilísticas) de enorme precisión. De manera que,
hasta hoy día, nadie sabe qué cosa significan los conceptos referidos
a los objetos microfísicos. Se han elaborado diversas teorías interpre-
tativas. La única que nos parece adecuada es la que considera la rea-
lidad onda-corpúsculo como un solo objeto.
• El problema de la gran unificación. Las investigaciones sobre el
comportamiento de las partículas moleculares, atómicas y subatómi-
cas, han culminado en el descubrimiento de que todas las fuerzas
que se manifiestan en el cosmos y en el microcosmos son sólo cua-
tro, llamadas las “fuerzas fundamentales”: la fuerza fuerte (strong
force), la fuerza débil (weak force), la fuerza electromagnética y la
180
cuerdas la llaman una teoría de todas las cosas. Su sigla es TOE, que
significa Theory of Everything (en español se diría TDTC, que sería la
sigla de teoría de todas las cosas). Cuando apareció la TOE produjo
grandes esperanzas de que, por fin, se podrían derivar todas las fuer-
zas de una fuerza primordial. Mas la teoría tenía un punto débil: no
podía encontrarse una corroboración (o confirmación) empírica4, sin
la cual una teoría empírica no puede constituirse. Por eso los prime-
ros entusiasmos se calmaron. Pero hace poco tiempo Maldesana, un
joven investigador de origen argentino, ha demostrado que existe una
relación significativa entre la teoría de las supercuerdas y la teoría de
los cuantos, que podría desembocar en un criterio de posible corro-
boración empírica. Y este hecho ha reavivado el interés por la TDTC.
6. Ciencias biológicas
Los progresos en las ciencias biológicas habrán de ser, asimismo, enor-
mes. Mas, para dar una idea de lo que serán, basta citar el desarrollo de la
genética fundado en la microbiología. Es indudable que en el primer lus-
tro del presente siglo la investigación genética va a continuar de manera
cada vez más profunda y acelerada. Por lo pronto, el genoma humano está,
ya, mapeado por completo. Este mapeo tendrá muchas aplicaciones, entre
las que citamos las dos que nos parecen las más importantes: la curación
de enfermedades de origen genético, y la de actuar sobre el código genéti-
co para aumentar la prolongación de la vida humana. ¿Hasta dónde se po-
drá aumentar? La respuesta sólo puede ser una: hasta donde se pueda.
7. Ciencias humanas
Una tendencia que se ha ido acentuando en las últimas décadas del si-
glo pasado es la matematización de las ciencias humanas. En la que más
se ha avanzado es en la lingüística, seguida por la economía. Pero también
se ha avanzado un buen trecho en las restantes5. Entre las ciencias huma-
nas las teorías de la inteligencia artificial y de la psicología cognitiva son,
tal vez, las que han despertado más polémicas. Todo parece indicar que
las posiciones encontradas de los materialistas como Bunge y Dennet (hay
muchos más), y los espiritualistas como Eccles y Chalmers (que no son tan-
tos como los anteriores), se irán tornando más radicales. En la actualidad,
los partidarios de ambas posiciones están investigando con mucho rigor los
mecanismos cerebrales que se producen cuando se efectúan actos menta-
les. Como consecuencia de estas investigaciones, la posición materialista se
está afirmando cada vez más. Pero, sus partidarios encuentran dificultades
que hasta el momento no han podido superar, como, por ejemplo, la in-
tuición científica o la inspiración poética.
8. La guerra y la paz
La guerra tiene dos maneras de manifestarse: como guerra entre nacio-
nes y como guerra interna en un país determinado. En el primer caso pue-
de pensarse, sin demasiado optimismo, que en la primera década del pre-
sente siglo las guerras entre naciones podrían disminuir, porque las nacio-
nes poderosas estarán en condiciones de evitar que las de menor poder se
enfrenten en cualquier tipo de guerra. En realidad ya se están comenzan-
do a cumplir. Basta considerar la guerra entre los serbios y los croatas, y
sus complicadas consecuencias. Llamamos guerra a esta pugna porque tan-
to Serbia como Croacia, Bosnia y otras naciones, que se constituyeron al
desprenderse de Yugoslavia, quedaron como países soberanos. En los ac-
tuales momentos hay pequeñas guerras, que no por pequeñas dejan de ser
abominables. El enfrentamiento entre Turquía y los rebeldes kurdos, entre
Rusia y Chechenia, podrían haber sido evitadas si hubiera habido una po-
licía internacional respetuosa y justa. Es decir, que no fuera usada por las
naciones más poderosas para defender sus intereses políticos y económi-
cos, sino para establecer la paz.
Pero hay un problema que, si no se aborda de inmediato, jamás per-
mitirá que el mundo se libre de las guerras: la venta de armas de las nacio-
nes poderosas que las fabrican y las venden a cualquier gobierno que quie-
ra comprarlas. Si esta atrocidad no se elimina radicalmente, el tráfico de ar-
mas seguirá existiendo y las guerras también. Si no se pone freno a este
tráfico delincuencial, tanto del gobierno que las vende como de los gobier-
nos que las compran, no sería de extrañar que en varios países surgiesen
regímenes totalitarios que podrían terminar para siempre con los anhelos
de paz de la humanidad.
183
6 Wishful thinking es una expresión inglesa que se utiliza cuando se quiere decir que la
persona que está pensando una cosa quisiera que dicha cosa fuera como ella quisiese que
fuera. La traducción literal de wishful thinking es “pensamiento deseoso”.
184
7 La película Fantasía, de Walt Disney, exhibida en 1945, abrió una trocha que, desgracia-
damente, no se continuó. No obstante, el progreso de la tecnología está abriendo nuevas
posibilidades, de manera que no podemos saber hasta dónde se podrán renovar las artes
plásticas.
186
9 En realidad el Ars amandi (El arte de amar) de Ovidio, no tiene mucho que ver con el ero-
tismo. Gran parte del texto está dedicado a enseñar a las mujeres cómo deben proceder
para conquistar a los hombres y viceversa. Pero la expresión Ars amandi es tan linda...
190
nes eróticas si la obligan a realizar actos que ella repudia. Además, el ero-
tismo es simétrico. Lo que anhela el que ama es dar el máximo placer a su
pareja. Es tal su afán de dar placer, que no piensa en el suyo propio. Pero,
al dar placer a quien ama, experimenta al máximo su propio deleite. El ero-
tismo es la superlativa generosidad del placer. Es una actividad en que la
simetría es perfecta. El erotismo es no arbitrario y simétrico. Curioso, muy
curioso, ¿no?
Capítulo VI
El método1
1. El método científico
1.1 La medida
En la sección 1, capítulo III, segunda parte, describimos las condiciones
que debe cumplir un conjunto T de proposiciones para que sea considera-
do como una teoría científica empírica. La primera condición es que tenga
una relación definida con la experiencia sensorial. Pero, ¿cómo debe esta-
blecerse esta relación? La respuesta la encontramos en la demostración de
Eratóstenes de que la Tierra es redonda. Como recordará el lector, su de-
mostración se basó en la medida del largo de la sombra de las estacas colo-
cadas en Alejandría, y el largo de las sombras de las colocadas en Syene,
que quedaba a ochocientos kilómetros de dicha ciudad (sección 1, capítu-
lo I, segunda parte). Eratóstenes mostró que, en una época determinada del
año, las estacas de Alejandría no proyectaban sombra, mientras que las de
Syene sí la proyectaban. La única manera de explicar este hecho era supo-
1 Podría pensarse que el presente capítulo debería estar incluido en la segunda parte de es-
te libro, dedicada a la exposición de las teorías científicas que versan sobre la realidad fí-
sica en el estado actual de nuestros conocimientos. Pero, como hemos visto, hay temas
que están a caballo sobre la ciencia y la filosofía, de manera que es imposible distinguir-
los con precisión. Por otro lado, el desarrollo de la ciencia y la tecnología han influido de
manera decisiva en el destino de la humanidad. La ciencia y la subsiguiente tecnología,
han ido transformando el mundo de manera cada vez más rápida. Han hecho cambiar
nuestras más arraigadas creencias, incluso las religiosas, y han hecho posible la utilización
de la energía de modo jamás soñado en las centurias anteriores al siglo XX.
[191]
192
ner que la Tierra era redonda. Porque si no lo fuera, todas las estacas pro-
yectarían la misma sombra o ninguna.
En el experimento de Eratóstenes se encuentra un rasgo constitutivo de
toda teoría científica empírica T, a saber: que T se conecte con la experien-
cia sensorial de manera definida. Si no cumple esta condición no puede ser
llamada científica.
El empleo de medidas es la única manera de alcanzar un conocimien-
to preciso del comportamiento de los fenómenos naturales. Desde que Ga-
lileo aplicó este procedimiento, hasta nuestros días, la medición de propie-
dades o de relaciones de los objetos que se quiere conocer no ha hecho
sino progresar, sobre todo en la física, que es la teoría empírica más avan-
zada. La física es creada por Galileo, y llevada a una altura cenital por New-
ton. Todo este proceso se ha desarrollado sobre la base de mediciones. A
partir de Newton se sabía que una medición, aunque es mucho más preci-
sa que una descripción cualitativa, presentaba problemas. Pero estos pro-
blemas no significaban, necesariamente, un “callejón sin salida”. Cuando se
consideraba que medir una cantidad no conducía a resultados suficiente-
mente precisos, el desarrollo de la física no se detenía. Y este avance per-
mitía, después de un tiempo, aplicar nuevas técnicas de medición que res-
pondiesen a las expectativas de los investigadores2.
Cuando se pasa de la física clásica a la relativista, restringida o generaliza-
da, los procesos de medición deben ser más refinados, pues la medida de la
velocidad de la luz, y de las velocidades que se acercan a ella, exigen una
gran precisión. Pero cuando se pasa a la física cuántica las cosas se compli-
can tanto que es imposible explicarlas en un texto como el presente.
Diremos, sin embargo, algunas palabras para que el lector se dé cuenta
de la increíble complicación de la física cuántica. Cuando se realiza un ex-
perimento de medición, lo único que se nota es que se mueven objetos vi-
sibles; por ejemplo, una aguja se desplaza de izquierda a derecha sobre un
cuadrante, o una serie de lucecitas comienzan a aparecer en tal o cual pan-
talla. Estos hechos perceptibles se interpretan en relación con propiedades
de objetos microfísicos (moléculas, átomos, protones, electrones, etc.). Las
propiedades medidas pueden ser muchas: posición, velocidad, momento
(véase sección 3, capítulo II, segunda parte), energía, atracción, tiempo, etc.
2 Salvo que las mediciones llevasen a contradicciones tan patentes que obligasen ya no a
reajustar la teoría, sino a cambiarla por otra. Cuando esto sucedía se entraba en una pro-
funda crisis teórica que era la antesala de una revolución científica.
193
Figura 5
cada punto de una recta corresponde un número real y sólo uno. Y a cada
número real corresponde un punto de la recta y sólo uno. Estos números
permiten medir la distancia en que están los móviles respecto del origen
de coordenadas. Para distinguir el sistema de coordenadas del segundo
observador es usual marcar las rectas perpendiculares con X’ e Y’. Es
importante darse cuenta de que el origen de coordenadas es siempre el lu-
gar donde está el observador. El observador O1 está parado en una playa,
y el observador O2 está parado en la cubierta de un barco en el momento
en que O1 y O2 están frente a frente.
Cuando se realiza el experimento sucede algo extraordinario: O1 ve que
m1 sigue una trayectoria vertical hasta caer junto a sus pies. En cambio ve
que m2, la bola que ha dejado caer O2, sigue una trayectoria sesgada y que,
por eso, no cae en el lugar donde están los pies de O2. Recíprocamente,
O2 ve exactamente lo mismo, pero al revés. La bola m2 que ha soltado, si-
gue un trayecto vertical mientras que m1, tiene una trayectoria sesgada.
Ambos observadores ven exactamente lo mismo. Lo que ve el uno lo ve
también el otro. Por eso son intercambiables, la relación del uno con el
otro es simétrica.
195
2. El método filosófico
2.1 Filosofía literaria
El método filosófico depende del tipo de filosofía que se practique.
Aunque hay muchos tipos de filosofía, los más importantes, de lejos, son:
la filosofía literaria, que busca las profundidades; y la filosofía rigorista, que
persigue el rigor. La expresión “filosofía literaria” no es de ninguna mane-
ra peyorativa. Es simplemente un calificativo que se refiere a una manera
de filosofar. La filosofía literaria tiene grandes representantes, como Ploti-
no, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, Sartre, Levinas, etc. Se trata de una
filosofía cuyo método es muy difícil de captar. Porque la concepción filosó-
fica del autor impone el propio estilo literario con el que desarrolla sus
ideas. Sin embargo, cuando se lee el texto de un gran filósofo literario sin
prejuicios cientificistas, el hecho es que, con método o sin método, nos da-
mos cuenta de que está diciendo la verdad. ¿Cómo así el lenguaje literario
puede conducirnos a verdades a las que no puede conducirnos la filosofía
rigorista? Este punto, que sepamos, no ha sido explorado de manera riguro-
sa. Explorarlo exige bucear en aguas muy profundas y nada claras de la fi-
losofía, sobre las que no es posible avanzar con rigor.
véase sección 1, capítulo III, segunda parte). Desde hace unos años ha
comenzado a desarrollarse la teoría de las supercuerdas3, que pretende ser
científica. Pero hasta el momento no ha sido posible conectarla de mane-
ra definida con la experiencia sensorial. Por eso muchos físicos la recha-
zan, sosteniendo que no se trata de una teoría científica sino metafísica.
La filosofía rigorista presenta dos aspectos complementarios. El prime-
ro es que los conceptos, o las palabras que se utilizan en la filosofía, deben
tener significados precisos. Esto se logra mediante el análisis. Es decir, esta-
bleciendo cuáles son las intuiciones básicas que permiten determinar el sig-
nificado de las palabras o de los conceptos que se están utilizando, ya sea
en la práctica científica, en la exposición filosófica, o en el lenguaje natu-
ral. El segundo aspecto es que, partiendo de los análisis efectuados, debe
tratarse de establecer teorías verdaderas.
A comienzos del siglo XX surge un movimiento filosófico llamado “filo-
sofía analítica”. Este movimiento se desarrolla en dos etapas: la dogmática
y la metodológica. En la primera, filósofos analíticos como Ayer, Austin,
Geach y otros, sostienen la tesis de que la filosofía debe limitarse, exclusi-
vamente, al análisis de las significaciones. La filosofía, por sí misma, no
puede establecer verdades. El establecimiento de verdades es un coto ex-
clusivo de la ciencia. Sin embargo Bertrand Russell y George Moore, que
son los primeros en plantear claramente el método de la filosofía analítica,
y que directa o indirectamente fueron maestros de los que hemos mencio-
nado, nunca redujeron la filosofía al mero análisis de conceptos. En la se-
gunda etapa, filósofos como Quine, Bunge, Strawson, Dummet, Orayen,
N.C.A. da Costa, Routley y otros, consideran que el análisis de la significa-
ción de las palabras y, en general, de las expresiones lingüísticas, es un mé-
todo obligado para hacer filosofía, pero que la filosofía no se reduce al aná-
lisis de la significación de las palabras utilizadas en la ciencia o en el len-
guaje común. La mayor parte considera, con razón, que cuando se trata de
filosofía rigorista no hay un límite definido entre la ciencia y la filosofía.
Un ejemplo convincente de que la filosofía no se reduce al análisis de
significaciones de los términos científicos o del lenguaje común, es la de-
mostración de que, gracias a la teoría del caos, se puede llegar a la conclu-
sión de que hay acciones que no se producen de manera necesaria. En
consecuencia, el sujeto que las lleva a cabo lo hace libremente. Según
Newton, todos los fenómenos naturales están conectados entre sí de mane-
3 Sobre la teoría de las supercuerdas véase sección 5.1 del capítulo V, tercera parte.
197
través de los siglos, hasta nosotros. Mas, a pesar de la longevidad del nom-
bre, los grandes filósofos del pasado y del presente nunca han estado de
acuerdo sobre su significado. Para unos era el estudio del Ser, para otros
era el estudio de los entes, y para otros era una ciencia sin ningún funda-
mento, era un flatus vocis (un soplo de la voz).
Según Aristóteles, la metafísica (la Filosofía primera) es la teoría de los
primeros principios y de las principales causas. Para Tomás de Aquino es
el estudio del ente o de la substancia. Para Suárez, la metafísica es el estu-
dio de las primeras causas de las cosas. Como vemos, hay cierto acuerdo
en dichas definiciones, pero basta compararlas para darse cuenta de que
ninguna es reducible a las otras. Una posición diferente es la de Kant, se-
gún la cual la metafísica consiste en la utilización de teorías que van más
allá de la experiencia y, por eso, no pueden ser científicas. En la actuali-
dad hay diferentes concepciones del Ser. Las dos principales son: la clási-
ca y la existencialista. Según la primera, el concepto del Ser es el tema más
importante de la filosofía. La disciplina que lo estudia se denomina “ontolo-
gía”, y tiene dos partes:
— Metafísica general, que estudia el Ser en cuanto Ser
— Metafísica especial, que estudia el ente
El Ser es aquello sin lo cual nada puede constituirse. El ente es aquello
que tiene Ser. Las cosas que nos rodean son entes porque participan del
Ser. Hay muchas maneras como un ente puede participar del Ser, por ejem-
plo, los objetos que percibimos y que llamamos “entes reales”. Estos entes
están en el tiempo y en el espacio. En cambio los entes matemáticos o,
como también se les llama, “entes ideales”, no están en el tiempo ni en el
espacio. Por eso se llaman “entes ideales”, porque corresponden a ideas,
pero no a cosas ni a procesos.
La segunda concepción es la de Heidegger y sus seguidores. Heidegger
considera que el Ser y el ente se relacionan de manera muy diferente de la
que concibieron los clásicos. El Ser auténtico es el que vislumbró Parmé-
nides. Mas, a partir de Platón y Aristóteles, se comienza a confundir el Ser
con el ente. La metafísica clásica es una desviación del camino. Nada nos
dice sobre el Ser. Por eso, debe ser des-construida, para que pueda abrir-
se el camino hacia el Ser. Mientras no se haga esto no podrá haber metafísi-
ca y, en consecuencia, no habrá una filosofía auténtica.
• Esencia
En cuanto al concepto de esencia sucede lo mismo. Según Platón, las
esencias son “modelos ideales”. Los objetos que vemos en nuestro entor-
199
3. Iconoclastia4
El filósofo, a diferencia del científico, no respeta los ídolos. No acepta
vacas sagradas. El filósofo pone en cuestión todo, no da por sentado nada.
No acepta la lógica que utiliza la ciencia para establecer verdades sobre el
mundo, no acepta la moral que está en vigor en la sociedad en que vive,
no acepta el derecho, el arte, la religión, tal como las encuentra en su en-
torno cultural. El filósofo es un rebelde con causa. Esta rebelión puede lle-
varlo por tres caminos: el dogmatismo, el escepticismo, el racionalismo. El
dogmático está convencido de que la verdad de las teorías creadas por él
para conocer el mundo son incontrovertibles. Lo que, a todas luces, es fal-
so. El escéptico está convencido de que toda teoría es falsa. Esta creencia
es tan falsa como la anterior. El racionalista está convencido de que hay
proposiciones que podrían ser verdaderas. Y su principal tarea consiste en
encontrar criterios que permitan distinguir entre las proposiciones verdade-
ras y las falsas. Es, por cierto, la posición más difícil de mantener. Porque
tiene que encontrar un asidero que le permita fundamentar la verdad de
las proposiciones que, según su criterio, son verdaderas. Para proceder con
4. Intuición
Según Descartes (siglo XVII), probablemente el filósofo más importan-
te que ha tenido Francia, y que influyó profundamente en el desarrollo de
la ciencia moderna, aquello que permite dar validez al conocimiento cientí-
fico es la intuición. Pero ¿qué es la intuición? Mucho se ha discutido al res-
pecto, sin llegar a conclusiones convincentes. Sin embargo, hay algunos
rasgos del concepto de intuición que son perfectamente claros. La intuición
se produce cuando se percibe un objeto concreto, que está en el espacio
y en el tiempo. Pero la intuición de la que habla Descartes no es la intui-
ción perceptiva, sino la intelectual. Es un objeto que capta la mente de
quien lo está aprehendiendo. Pero ¿cómo lo aprehende? Sobre este punto
no hay acuerdo entre los autores. Para los positivistas, la intuición sólo
existe en relación con las percepciones sensibles. No hay intuición propia-
mente intelectual. Los conceptos se forman por abstracción, es decir, sepa-
rando los rasgos comunes que tienen los objetos similares.
Una tesis más convincente es la sostenida por el genial filósofo austra-
liano Richard Routley, uno de los pensadores más profundos y originales
de las últimas décadas (desgraciadamente ya fallecido), a saber, que somos
capaces de captar mentalmente objetos que no existen. Si no fuera así, jamás
podríamos comprender cómo es posible que una niña de cuatro o cinco
años comprenda perfectamente bien un cuento de hadas. Las hadas no
existen, sin embargo, son objetos que podemos describir. Y lo mismo se
da en los más variados campos del conocimiento. Así, el número 2 no exis-
te. Nadie lo ha visto perceptivamente. Porque la percepción sólo puede
captar objetos que están en el tiempo y en el espacio. Pero el número 2 no
ocupa ningún lugar, y no tiene ninguna relación con el tiempo.
Pero, las dificultades no terminan aquí. Un científico no puede elaborar
ninguna teoría si no usa una lógica determinada. Da por sentado que esta
lógica es eficaz y que para desarrollar sus teorías no necesita una lógica di-
ferente. Mas un filósofo piensa de manera muy distinta. Para él no hay ló-
202
5. Contra-ejemplo
El contra-ejemplo es el método natural del científico o del filósofo para
criticar una teoría. Probablemente Pitágoras, de quien ya hemos hablado
(sección 2, capítulo IV, primera parte), fue el primero en utilizarlo. Por eso,
uno de los componentes del método filosófico es la aplicación del contra-
ejemplo. De acuerdo con lo que hemos dicho en la sección anterior, el filó-
sofo que pretende ser riguroso debe avanzar paso a paso. Esta manera de
avanzar torna el método filosófico en un proceso sumamente lento y traba-
joso. Sin embargo, es la única manera de acercarse al ideal de la filosofía
rigorista5.
El contra-ejemplo tiene un poder demoledor. A partir de Newton y de
Leibniz la comunidad científica estaba convencida de que la acción de la
energía era continua. Por ejemplo, cuando un cuerpo negro se va calentan-
do, comienza a emitir ondas electromagnéticas, es decir luz. Primero emite
las ondas electromagnéticas que vibran con menor energía y, luego, la
energía de las ondas va aumentando cada cual con mayor energía que la
anterior, hasta que el cuerpo negro emite las ondas que vibran con mayor
energía, y que se perciben como luz violeta6. Además de las ondas percibi-
das hay ondas que vibran con menor energía que las que se perciben co-
mo color rojo. Estas ondas son muchísimas y se denominan “infrarrojas”.
5 En la práctica científica las cosas no son tan simples en el detalle, pero, en esencia, sí lo
son. Cuando se descubre un contra-ejemplo que, teóricamente, invalida una ley física, la
comunidad científica no acepta, de buenas a primeras, que sea falsa. Se produce una es-
pecie de lucha entre los científicos viejos y los jóvenes. Pero, a la larga, los jóvenes termi-
nan siempre por ganar, y se acepta la falsedad de dicha ley. En algunos casos, reconocer
la falsedad de una sola ley acarrea la falsedad de toda la teoría. Cuando esto sucede, lo
más probable es que se inicie una revolución científica. En la física han habido cuatro
grandes revoluciones científicas: la de Galileo, la de Newton, las teorías de la relatividad
de Einstein (la restringida y la generalizada), y la física cuántica fundada por Planck. En
biología la teoría de la evolución de Darwin, y el descubrimiento del genoma humano,
han sido dos revoluciones extraordinarias.
204
Asimismo, hay muchísimas ondas cuya energía es mayor que la de las on-
das que percibimos como violetas, que se llaman “ultravioletas. Cuando la
energía es menor que la de las ondas que se percibe como rojas, o mayor
que la de las que se perciben como violetas, no podemos verlas. Pero to-
dos sabemos que tanto las ondas infrarrojas, como las ultravioletas tienen
muchas aplicaciones, sobre todo estratégicas (militares) y médicas.
Todos los físicos estaban convencidos de que las variaciones de energía
de las ondas electromagnéticas eran continuas, hasta que se dieron cuenta
de que los hechos no concordaban con las predicciones teóricas. O sea, se
encontraron contra-ejemplos respecto de la energía predicha por los físicos.
Para superar esta situación a Max Planck se le ocurrió la idea más revolu-
cionaria de la historia de la física, a saber: que la energía de las ondas elec-
tromagnéticas no variaba de manera continua, sino discontinua. Y se vio
pronto que no sólo la energía lumínica, sino todo tipo de energía, variaba
en esta forma (sobre este punto, véase sección 4, capítulo II, segunda parte).
Otro ejemplo impresionante de la aplicación del contra-ejemplo fue la
medida del desplazamiento del perihelio de Mercurio7. El perihelio de Mer-
curio se va desplazando lentamente en su órbita, y su posición va varian-
do a través del tiempo. Pero los cálculos efectuados con las ecuaciones
newtonianas de la gravitación no coincidían con el desplazamiento previs-
to. Utilizando las ecuaciones de la teoría de la relatividad generalizada de
Einstein se logró predecir la variación del perihelio, y pocos años después
los cálculos fueron empíricamente corroborados.
6 La energía de una onda electromagnética se determina por el número de veces que vibra
durante un segundo. Así, las ondas que se ven como rojas vibran un número menor de
veces que las que se ven como anaranjadas, amarillas, verdes, azules o violetas (véase
sección 4, capítulo II, segunda parte). Cuando las ondas mencionadas son emitidas por
un cuerpo negro el cuerpo se ve blanco. Los rayos que vibran con menor energía que los
de la luz roja se denominan “rayos infrarrojos”. Estos rayos no son visibles por el ojo hu-
mano. Los rayos X son vibraciones electromagnéticas de mucha energía, que vibran más
rápidamente que las ondas violetas. Y por eso no se ven. Todas las ondas cuyas vibra-
ciones son más rápidas que las de la luz violeta pertenecen al campo de las ondas ultra-
violetas.
7 El perihelio de un planeta es el punto más cercano de su órbita en torno del Sol. Como
sabemos, las trayectorias de los planetas no son circulares sino elípticas. Por eso hay dos
puntos de su órbita matemáticamente importantes: el que queda más cerca del Sol, peri-
helio, y el que queda mas lejos, llamado “afelio”.
205
6. Nitidez-borrosidad
Un hecho que la filosofía rigorista debe tener siempre en cuenta es que
cuando se trata de análisis de conceptos empíricos hay dos posibilidades: el
significado del concepto es claro, y el significado del concepto no es claro.
Imaginemos una esfera perfecta, es decir, un objeto totalmente redondo. En
nuestro mundo real una esfera nunca puede ser perfecta. Pero como nues-
tra vista es incapaz de discernir entre una esfera perfecta y una esfera casi
perfecta, podemos suponer que se trata de una esfera que se ve como per-
fecta. Supongamos, además, que la esfera comienza a transformarse, lenta-
mente, en un tubo cerrado. Llegará un momento en que la veremos como
un objeto que no es esférico, pero estaremos lejos de percibir un tubo cerra-
do. Si prosigue la transformación comenzaremos a ver un objeto que da la
impresión de ser un tubo cerrado, pero que aún no lo es. ¿En qué momen-
to podremos decir que lo estamos percibiendo como tubo cerrado? Si en lu-
gar de que el objeto sea contemplado por una sola persona, es visto por dos
o más sujetos, será imposible que lleguen a concordar entre sí. Unos dirán
que el objeto llegó a ser un tubo cerrado, en un momento determinado,
mientras que otros afirmarán que fue en un momento anterior o posterior.
Este experimento imaginario (que puede hacerse, sin mucha dificultad,
por cualquiera que tenga la paciencia de llevarlo a cabo, por ejemplo con
una bola de cera), nos hace ver que la relación entre un concepto y el obje-
to al que se aplica es más complicada de lo que podría parecer a primera
vista. Esta diferencia entre la claridad y la no claridad de un concepto se
puede describir con rigor si utilizamos la definición que hemos expuesto
en la sección 6.1, capítulo IV, tercera parte, a saber: la extensión de un con-
cepto. La extensión de un concepto está conformada por todos los objetos
a los que puede aplicarse dicho concepto. Veamos un ejemplo: el concep-
to de perro. Hay animales que nos parecen perros con toda seguridad. Hay
otros, en cambio, que aunque nos parecen perros no estamos seguros de
que lo sean. Alguien puede decir que son perros, pero otro dirá que son
lobos. ¿Cuál es la diferencia entre un perro y un lobo?
Cuando se puede afirmar, con seguridad, que un animal pertenece a la
extensión del concepto de perro, sus cualidades constituyen el núcleo de
nitidez de dicho concepto. Cuando es dudoso que un animal pertenezca o
no a la extensión del concepto de perro, sus cualidades constituyen el mar-
gen de borrosidad del concepto de perro. Todo concepto empírico tiene
un núcleo de nitidez y un margen de borrosidad. Este margen se produce
cuando queremos clasificar a uno o más objetos.
206
7. Deducción
Cuando el filósofo, después de haber aplicado el método del contra-ejem-
plo llega a un resultado que le parece verdadero, puede aplicar la lógica para
llegar a nuevas verdades. La lógica consiste en hacer deducciones partiendo
de premisas determinadas. Por ejemplo, en la aritmética hay proposiciones
que son verdaderas. Y, partiendo de ellas, se puede llegar a nuevas proposi-
ciones que son, también, verdaderas. La aritmética clásica tiene solamente
cinco axiomas cuya verdad es evidente (sobre el concepto de axioma véase
sección 1, capítulo III, segunda parte). Por ejemplo, si N es un número natu-
ral, entonces N+1 también será un número natural. Y si N es mayor que M,
entonces M es menor que N. Partiendo de estos dos axiomas, más los tres
restantes, es posible deducir una cantidad asombrosa de teoremas, algunos
muy profundos, que no tienen nada de evidentes. Pero estamos seguros de
su verdad porque confiamos en la lógica que hemos utilizado. La verdad de
una proposición que ha sido deducida de premisas verdaderas está garanti-
zada. La lógica es un instrumento que permite transmitir verdades.
8. Rebasamiento
De manera general podemos afirmar que toda teoría empírica, sea cual
fuere su contenido, es rebasada por la realidad. La palabra “realidad” es
multívoca, es decir, tiene varias significaciones. Ya hemos visto lo que sig-
nifica en la filosofía platónica. La realidad no está en este mundo sino en
el reino de las ideas. Para los filósofos cristianos lo único verdaderamente
real es Dios. Las cosas de este mundo son reales, pero se trata de una rea-
lidad relativa, existen sostenidas por la voluntad divina.
Para orientarnos en el inmenso maremagno que constituye la ciencia,
es conveniente tomar a la palabra “objeto” de manera general. Entendemos
por “objeto” tanto las cosas como los procesos que se desarrollan entre las
207
9. Plus ultra
Ningún científico y ningún filósofo se resignan al rebasamiento. Por más
dificultades que encuentren en el camino querrán siempre avanzar. El infi-
nito no los arredra. Saben que nunca podrán alcanzar la meta, mas, a pesar
de ello, siguen esforzándose hasta el último aliento para alcanzarla. En esta
marcha al infinito se distinguen claramente los filósofos literarios de los rigo-
ristas. Los primeros tienen mayor conciencia de las limitaciones del intelecto
humano. Para ellos, la filosofía no consiste en el avance del conocimiento
bien establecido, sino en la visión de los más hondos penetrales del Ser. Los
filósofos rigoristas, en cambio, tratan de avanzar por la vía del conocimien-
to racional. Como hemos visto, cuando nació la filosofía rigorista sus repre-
sentantes consideraban que la filosofía debía reducirse al análisis de signifi-
caciones. De ahí proviene el nombre de “filosofía analítica”. En la actualidad
el análisis de significaciones es un método imprescindible para abordar la te-
mática filosófica de la manera más rigurosa posible. Pero la filosofía rigoris-
ta es más que un método. Intenta aumentar nuestro caudal cognoscitivo. Por
eso, el filósofo analítico moderno intenta avanzar más allá del límite que no
pudieron sortear quienes lo precedieron. Su autoconsigna es no detenerse
nunca. Su lema es Plus ultra.
11. Verdad
11.1 Verdad absoluta
11.1.1 Verdad constructiva
A pesar de que es imposible llegar a un concepto de verdad que sea
universalmente aceptable, hay, como hemos anticipado, proposiciones que
son absolutamente verdaderas. En lo que sigue damos un ejemplo de de-
mostración en la aritmética constructiva.
• Definición de número.- Sean dos palotes I I. Todo conjunto de palo-
tes igual a los que señalamos se llama “número dos”. Su ideograma
es 29. Sean tres palotes I I I. Todo conjunto de palotes igual al que
señalamos se llama “número tres”, su ideograma es 3. Sean cinco
palotes I I I I I. Todo conjunto de palotes igual al que señalamos se
llama “número cinco”, su ideograma es 5.
• Definición de la operación de adición.- Sea un conjunto finito cual-
quiera de palotes que denotamos por A. Sea un conjunto finito cual-
quiera de palotes que designamos por B. Los palotes que integran A
son, como signos escritos, diferentes de los que integran B. La suma
del número A con el número B se determina juntando el conjunto A
con el conjunto B, es decir, como AB. Una proposición como AB, es
una proposición construida.
• Sean los siguientes números 2 = I I y 3 = I I I. La suma de I I con
I I I será I I I I I.
• Utilizando ideogramas resulta 2 + 3 = 5. Un ideograma denota una
cosa. Así, 5 es un signo que denota el número 5. Las letras denotan
sonidos. “Cinco” se dice cinq en francés, five en inglés, fünf en ale-
mán, piat en ruso; pero, “5” designa el número 5, no la palabra cin-
co. Por eso significa lo mismo en idiomas diferentes.
11.1.2 Necesidad
Es evidente que la verdad de proposiciones como 2 + 3 = 5 es necesa-
ria. Si no lo fuera, su verdad no sería absoluta. La necesidad es un compo-
nente de toda demostración lógica y matemática. Pero también se encuen-
tra en el conocimiento de las teorías empíricas. Esta afirmación puede en-
crespar a un físico que está convencido de que la física no tiene nada que
12.2 Coherencia
Según los partidarios de la verdad como coherencia, la verdad de una
proposición P que forma parte de una teoría T sólo puede establecerse si
es coherente con las demás proposiciones de T. Esto significa dos cosas:
que P no sea contradictoria con las restantes proposiciones de T, o que P
pueda deducirse de una o de varias proposiciones de T. Los primeros
coherentistas fueron, en el siglo XVII, los filósofos coetáneos Spinoza (ho-
landés) y Leibniz (alemán). Para ambos la verdad de las proposiciones de
una teoría T tienen mucho que ver con la lógica. El libro más importante
de Spinoza, cuyo título suena como un poema a los oídos del filósofo rigo-
rista, es Ethica more geometrico demonstrata (Ética demostrada a la mane-
ra de la geometría). Su autor parte de definiciones precisas y puramente
conceptuales, o sea, de proposiciones axiomáticas (sobre el concepto de
axioma véase la sección 1, capítulo III, segunda parte). Y de ellas deduce
todas las proposiciones restantes de la teoría (sobre el concepto de deduc-
212
12.3 Pragmatista
Hablar sobre la filosofía pragmatista es difícil, porque esta filosofía agru-
pa a una serie de teorías diferentes, algunas de ellas apenas relacionadas con
las restantes. Por eso, en lo que sigue, nos limitamos a presentar la teoría de
la verdad concebida por William James, el más famoso de los pragmatistas.
El pensamiento de William James dominó la escena filosófica norteame-
ricana durante los dos últimos decenios del siglo XIX y los primeros dece-
nios del siglo XX. Y sigue vigente, aunque en la actualidad su influencia ha
disminuido bastante. De acuerdo con William James, la filosofía tradicional
se puede dividir en dos grandes movimientos: el racionalismo y el empiris-
mo (sobre el racionalismo véase sección 3 del presente capítulo; sobre el
empirismo véase sección 1, capítulo III, segunda parte). Según nos dice el
pensador norteamericano, en ambos tipos del filosofar hay pensadores de
gran talla. Pero sus teorías son incompletas, porque no toman en cuenta
las consecuencias prácticas que se derivan de ellas. Las teorías serán verda-
deras si nos son útiles, porque la verdad se aprecia por el éxito de la ac-
ción. Una idea es verdadera si es beneficiosa para nuestra vida. Para expre-
sar sus puntos de vista sobre la relación entre la utilidad y la verdad, James
acuña una frase que expresa el meollo de su pensamiento: “Lo que es útil
es verdadero, y lo que es verdadero es útil”.
La teoría pragmatista de la verdad, tal como la concibe William James,
se derrumba rápidamente ante fáciles contra-ejemplos. Supongamos que
para el sujeto A, que es demócrata, la idea de que Dios existe contribuye
a su bienestar personal. Mas, para el sujeto B, que es un marxista conven-
cido, la idea de Dios le parece mala porque la religión es el opio del pue-
blo. ¿Quién tiene la razón? Si lo beneficioso o lo útil de una idea la hace
verdadera para A y falsa para B, el principio lógico de contradicción no tie-
ne aplicación posible. Pero si este principio no tiene aplicación posible en-
tonces cualquiera puede decir lo contrario de lo que dice James, y su opi-
nión será tan valiosa como la de él.
214
* Popper utiliza la expresión “predicción histórica” para referirse al peligro de las teorías
que pueden conducir al totalitarismo. Nosotros creemos que la palabra “modelo” permi-
te describir este peligro de manera más precisa.
1 Procusto es un personaje de la mitología helénica. Tenía en su guarida un lecho pequeño
y obligaba a los caminantes que tenían la mala suerte de pasar cerca, a tenderse sobre él.
[217]
218
E2 Razón e historia
Si sus pantorrillas sobresalían, lo que era siempre el caso, las cortaba de la rodilla para
abajo. Teseo, el más simpático de los héroes mitológicos griegos, logró matarlo.
219
1. La sociedad esclavista
En esta sociedad reinan la completa arbitrariedad y la total asimetría. El
amo puede disponer a voluntad de la vida del esclavo. En cambio, el escla-
vo no tiene ninguna posibilidad de obligar al amo a comportarse de una
manera u otra. Históricamente, todas las sociedades orientales y occiden-
tales fueron esclavistas. Como dice Hegel, en las sociedades griegas y
romanas algunos hombres eran libres. Entre ellos, hubo no arbitrariedad y
simetría. Pero, la vida de los ciudadanos libres estaba basada sobre una
inmensa mayoría de esclavos.
2. La sociedad feudal
Durante la Edad Media, aunque la esclavitud se mantuvo en diversas re-
giones europeas, puede decirse que no existió como institución. Quienes
cultivaban la tierra no podían ser vendidos como mercancía, y eran due-
ños de una parte de la cosecha. Hubo, también, campesinos libres que tra-
bajaban a destajo, sin ser siervos de nadie. Pero, lo más característico fue
la servidumbre: los campesinos estaban ligados, de por vida, a la tierra que
trabajaban, llamada “gleba” (cuya etimología originaria provenía del latín y
era “tierra que levanta el arado”). Cuando el señor feudal vendía su tierra
a otro señor, los campesinos que trabajaban en ella pasaban a trabajar para
el nuevo dueño. Eran siervos de la gleba.
Los campesinos, aterrados por las tropelías cometidas por bandas que
asolaban el territorio a sangre y fuego, como los hérulos, los vándalos, los
visigodos, los normandos, los catos y otros, buscaron la protección de los
antiguos funcionarios romanos. Estos funcionarios fueron el origen de la
nobleza guerrera. Bajo la apelación general de “señores”, fueron naciendo
los barones, los marqueses, los condes y los duques. Todos los señores te-
nían, por lo menos, un castillo. Buscando seguridad, los campesinos co-
menzaron a agolparse en torno de ellos. Fueron naciendo, así, las ciuda-
220
2 En realidad, la manera como un señor feudal llega a ser rey y logra que los demás seño-
res le rindan pleitesía, es mucho más complicada de lo que hemos expuesto. La cantidad
de señores feudales que reconocen por rey a uno de ellos, depende de la geografía de la
región en que está su castillo (o sus castillos), de la cantidad de habitantes que viven en
torno de su castillo, de las costumbres, del lenguaje, y de mil circunstancias fortuitas. Pero
la descripción que hemos hecho, es aplicable a los diferentes casos particulares.
221
riendo una autoridad creciente que lo colocaba sobre todos los feudos de
un amplio territorio que, debilitados por sus luchas intestinas, eran incapa-
ces de enfrentarlo. Pero mientras el rey seguía siendo un primus inter pa-
res, su autoridad estaba en peligro. La única manera de enfrentarse victorio-
samente a los señores feudales era buscar un aliado independiente de los
feudos. Este aliado no podía encontrarse sino en las ciudades. Muchas de
ellas habían alcanzado una gran población (para la época), lo que les per-
mitía enfrentarse a los señores, contando con el ejército del rey. Los seño-
res debían tratarlos con mayor consideración pues, de otra manera, podrían
apoyar al rey. Y éste, para atraerlos, les concedía ciertos privilegios (como
quedarse con más de un tercio de la cosecha). La no arbitrariedad y la si-
metría han dado un paso más en el decurso de la historia.
4. La burguesía
Después de un largo proceso, que comenzó con la lucha de los seño-
res feudales y que asumió las formas más diversas, la Edad Media desem-
bocó en el Renacimiento. ¿Cuáles fueron las causas que condujeron a Eu-
ropa hacia esta nueva etapa de la historia? Es muy difícil, tal vez imposible,
conocerlas todas. Pero, lo que se sabe a ciencia cierta, es que el cambio
comenzó en la Edad Media y llegó a resultados que se oponían radical-
mente a la concepción medieval del mundo. Fue un cambio político, eco-
nómico, tecnológico, científico filosófico y teológico. El cambio político se
debió a que el rey tenía que afianzar su poder frente a sus vasallos y que,
para hacerlo, tuvo que recurrir a los burgueses y, en ocasiones, hasta a las
villas y a los villorrios donde vivían los campesinos. De esta lucha emerge-
rían nuevas y poderosas naciones como España, Francia e Inglaterra. Por
otra parte, la vida en las ciudades, que había declinado desde la caída del
3 O sea el primero entre sus iguales. Cuando el poder del rey no estaba aún definitivamente
asentado, los señores feudales que lo apoyaban no lo reconocían como un rey que tenía
el derecho divino de gobernar. Lo veían como uno de ellos, al que se había elegido por
el hecho de tener los ejércitos más poderosos, o por su sabiduría, porque debido a ella,
sus decisiones y sentencias estarían siempre inspiradas por la justicia. Pero, siempre le ha-
cían sentir que era elegido por ellos, y que podían quitarle el poder si no cumplía con
las condiciones estipuladas en el pacto que todos habían jurado cumplir. En una forma u
otra le hacían saber al rey que él solo era más que cada uno los restantes, pero que todos
juntos eran más que él. Esta actitud se mostraba a través de diversos signos y convencio-
nes. Por ejemplo, el privilegio de no quitarse el sombrero delante del rey, era ejercido por
los “grandes” de España.
222
4 La palabra “burgo” es un vocablo del viejo alemán que significó, en un principio, castillo
o fortaleza. Con el tiempo llegó a significar ciudad.
5 En Europa central que, hoy día, está integrada por pobladores de origen germánico, esla-
vo y magiar, sucedió más o menos lo mismo. No es, por eso, necesario describir el proce-
so que transformó las villas y los villorrios en ciudades populosas en torno de los casti-
llos, o de las ciudades que se formaron por la aglomeración de individuos que no tenían
mucho que ver con los feudos. Por eso, en lo que sigue, nos limitamos a describir el pro-
ceso en España, Francia e Inglaterra.
223
yeron una limitación a la voluntad arbitraria del rey, que éste podía impo-
ner a sus súbditos, valiéndose de su superioridad militar. Además de los
fueros, existían las cortes. En un comienzo las cortes estuvieron integradas
por el clero, la nobleza y la gran burguesía. Pero, con el tiempo, la burgue-
sía media obtuvo representantes en ellas y, luego, la pequeña burguesía e,
incluso, cierto tipo de plebeyos, lograron ser miembros de las cortes. Las
cortes aparecieron en el siglo XII y sólo podían reunirse cuando las con-
vocaba el rey. Se mantuvieron hasta comienzos del siglo XVII.
En Francia ocurrió un proceso similar. A las cortes españolas correspon-
dían los estados generales, integrados por representantes de la Iglesia, la no-
bleza y la burguesía. Y, también, sólo se reunían cuando las convocaba el rey.
Las convocaciones regias eran irregulares. Pero cuando el monarca debía
enfrentarse a alguna situación delicada, casi siempre los convocaba. La insti-
tución de los estados generales siguió existiendo hasta los inicios de la
Revolución Francesa, cuando se convirtió en la Convención, que no de-
pendía, ya, del arbitrio real. Había terminado un largo período de sumisión y
comenzó una nueva etapa, promisoria de la libertad, en la historia de Francia.
En Inglaterra hubo una situación sui géneris, como sucedió en casi to-
das las etapas de su vida institucional. Pero guarda cierta semejanza con las
de España y Francia. Después de la conquista normanda se fue formando,
rápidamente, una sociedad feudal. Los señores feudales fueron llamados
“barones”, y se distinguían por su lucha contra el rey para limitar su poder.
Entre ellos hubo barones que, ante los más fuertes, rendían pleitesía de va-
sallaje. Esta pleitesía era mayor cuando el barón era pobre. Por lo general,
los barones pobres vivían en la campiña y eran llamados ”caballeros” por-
que, cuando un barón poderoso decidía participar en alguna campaña gue-
rrera, los vasallos que lo seguían luchaban a caballo. Los reclamos de los
barones se tornaron cada vez más agresivos. Algunos llegaron a tomar las
armas. Asimismo, la Iglesia también expresó vigorosamente su desconten-
to por la falta de libertad en la elección de las autoridades eclesiásticas. El
rey terminó por ceder. Y en 1215 firmó la famosa Magna Carta, de la que
hemos hablado en la sección 1, capítulo II, primera parte. La Carta se dis-
tingue por las grandes concesiones que la Corona otorgaba a los barones
y a la Iglesia. Entre las principales citamos las siguientes:
• Libertad a la Iglesia para elegir sus autoridades.
• Prohibición al rey de hacer pagar los impuestos de manera opresiva.
• Liberación de impuestos a los habitantes de Londres.
• Los funcionarios que exigiesen granos o provisiones en nombre del
rey, debían pagar por ellos.
224
6. La monarquía absoluta
A partir del siglo XVI las instituciones que limitaban la prepotencia real
perdieron terreno. La monarquía absoluta había conquistado Europa. En la
propia Inglaterra el rey trató de imponerse al Parlamento, lo que produjo gra-
ves tensiones políticas que abrieron la puerta a la revolución de Cromwell,
en la que Carlos I fue decapitado. Como consecuencia de esta revolución,
pudo haberse logrado una disminución de la arbitrariedad y un avance hacia
la simetría. Pero Cromwell, un fanático puritano, era un pequeño squire (pe-
queño propietario rural) con un mal disimulado hambre de poder, que trata-
ba de justificar mediante citas del Antiguo Testamento. Sintiéndose como un
monarca, designó a su hijo para que le sucediera en el poder. Pero, cuando
225
7. El capitalismo
En la sección 2, capítulo III, primera parte, hablamos sobre el capitalismo
y el marxismo. De manera que no es necesario exponer nuevamente sus res-
pectivas visiones del mundo. Lo que debemos hacer es relacionar estas visio-
nes con los principios de la racionalidad. Ya hemos visto cómo fracasó el
socialismo que pretendía basar su poder en los principios del marxismo. En
la Unión Soviética los dirigentes políticos tenían un nivel socioeconómico
muy superior al de los demás ciudadanos. Los seguían los tecnólogos, luego
los científicos, los artistas y los escritores. Todos ellos ocuparon un nivel visi-
blemente menor que el primero, pero muy superior al de las clases prole-
taria y campesina. Esta última era, de lejos, la más pobre.
Desde un punto de vista doctrinario, el capitalismo salvaje que primó en
la escena europea desde los últimos años del siglo XVIII, pasando por el si-
glo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, es incompatible con el avance de
la racionalidad en la historia. Pero la historia, con frecuencia, es paradójica,
por lo menos en su relación con el marxismo. Como hemos dicho en la sec-
ción 1, capítulo III, primera parte, el capitalismo salvaje condujo a una nueva
visión del mundo: el dinero como valor supremo. Marx levantó su voz y
denunció las atrocidades que sufrían los trabajadores en las empresas en que
trabajaban. Y, como hemos visto, publicó el Manifiesto comunista, en el que
hizo una crítica implacable del capitalismo salvaje. El fundamento humano
226
de esta crítica es que la burguesía capitalista había terminado con todos los
valores sobre los que se había erigido el mundo precapitalista. Y una con-
secuencia directa de esta destrucción fue que se rompió, para siempre, con
la sociedad jerarquizada que existió desde tiempos inmemoriales, hasta la
aparición del capitalismo salvaje. A partir de esta aparición son muy pocos
los que creen que su destino está prefijado por la ley divina. Durante siglos
el campesino ocupaba el lugar más bajo de la jerarquía. Lo seguían los tra-
bajadores asalariados, los pequeños artesanos, que estaban subordinados a
sus maestros artesanos y, así, de jerarquía en jerarquía, se llegaba hasta la no-
bleza y el rey. En algunas poblaciones no había rey sino príncipes o duques.
En esta etapa de la historia cada persona creía que estaba predestinada a per-
tenecer a la clase en que había nacido. En este sentido, el capitalismo salva-
je significó un inmenso progreso desde el punto de vista de la racionalidad.
Al nivelar todas las jerarquías y todas las creencias, al destruir las tradiciones
feudales más enraizadas, al considerar como asalariados por la burguesía a
los médicos, abogados, sacerdotes, poetas y científicos, desapareció la creen-
cia de que el lugar que se ocupaba en el orden social estaba prefijado para
siempre. Cada uno era libre de elegir su propio destino. Al comienzo, los
proletarios no se daban bien cuenta de lo que estaba sucediendo, porque
debido a la alienación producida por la visión burguesa del mundo, consi-
deraban que la sociedad no podía organizarse de manera diferente (sobre la
alienación, véase sección 2, capítulo III, primera parte). Pero, debido a un
proceso que comienza con lentitud y se va acelerando cada vez más, los tra-
bajadores se van dando cuenta de que la sociedad puede cambiar. Y, en
efecto, hoy día, en los países tecnológicamente avanzados la condición de
proletario prácticamente ha desaparecido. Decimos esto no para favorecer el
capitalismo burgués, sino para señalar un hecho que nadie puede negar: los
proletarios primero y, luego los campesinos, comenzaron a darse cuenta de
que sus hijos, y los hijos de sus hijos, no estaban condenados a vivir como
ellos, y que podían aspirar a un destino mejor.
9. Contingencia
Empero, hay un peligro que debemos señalar con precisión. Para Hegel,
la marcha de la historia es racional y, por eso, de acuerdo con su posición
coherentista, sus etapas tienen que realizarse de manera inevitable (sección
12.2, capítulo VI, supra, tercera parte). Mas esta visión no puede mantener-
6 Esta cita no es igual a la que hemos puesto en el segundo párrafo de la presente sección.
En ella, Hegel no habla de la civilización germánica. Pero, al considerar que dicha civili-
zación es la forjadora de la civilización occidental, en gran parte, tiene razón. La forma-
ción de la civilización europea no puede comprenderse sin los fundamentales aportes de
los pueblos germánicos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que los pueblos germáni-
cos son más que el pueblo alemán. La mayor parte de Europa occidental, a partir del co-
lapso de Roma, está constituida por pueblos germánicos, como los francos, los burgun-
dios, los hérulos, los lombardos, los alamanes (pueblo de cuyo nombre proviene el de la
nación alemana), etc. Esta hornada germánica es posterior a la que hemos mencionado
en la sección 2 del presente capítulo.
7 El “vector” es un objeto matemático que se utiliza para expresar la velocidad y la dirección
de un móvil. En el presente texto lo utilizamos, metafóricamente, para expresar la veloci-
dad y la dirección que está siguiendo la sociedad actual hacia la sociedad sin clases.
228
8 Inglaterra y Francia, a partir del siglo XVIII, conquistaron casi toda África y una buena
parte de los países asiáticos, reduciéndolos a la condición de colonias. Y violaron los de-
rechos humanos en forma mucho más dura que Estados Unidos. Aunque Italia y Alemania
conquistaron menos países que los ingleses y franceses, violaron los derechos humanos
de manera tan dura como los primeros. Mas, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial,
y Estados Unidos surgió como la nación más poderosa de la Tierra, la situación cambió.
Debido a la inmensidad del poder adquirido, este país se vio envuelto en una serie de
problemas, en diversas regiones del mundo, que lo indujeron a realizar acciones violato-
rias de los derechos humanos.
230
Primer nivel
García Belaunde, Domingo
1996 La Constitución en el péndulo. Arequipa: Editorial
Unas.
Miró Quesada C., Francisco
1940 Curso de Moral. Lima: Lima: Imprenta Librería D.
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1981 Para iniciarse en la filosofía. Lima: Universidad
de Lima.
Miró Quesada R., Francisco
1999 Democracia directa-práctica y normatividad.
Lima: Editorial San Marcos.
[235]
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Segundo nivel
Ardao, Arturo
1963 Filosofía de lengua española. Montevideo: Alfa.
Cerutti Gulberg, Horacio
1983 Filosofía de la liberación latinoamericana. Méxi-
co DF: Fondo de Cultura Económica.
Francovich, Guillermo
1977 Los caminos del exceso. Sucre: Imprenta Universi-
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García Belaunde, Domingo
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Miró Quesada C., Francisco
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1976 Ciencia política. Lima: Biblioteca Peruana de
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del humanismo). Lima: Francisco Campodónico
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Cultura Económica.
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1996 Introducción a la filosofía de la cultura. Lima:
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1974 Signos políticos. México: Editorial Grijalbo.
Zea, Leopoldo
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mericana. México DF: Cuadernos de Joaquín
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1993 Filosofar a la altura del hombre. México DF: Uni-
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1998 Abismos cerebrales. Lima: Universidad Científica
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1954 Introducción a la filosofía. Buenos Aires: Edito-
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1964 Lógica. Lima: Instituto para la Promoción de la
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1969 Iniciación lógica. Lima: Universidad Nacional
Mayor de San Marcos.
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A
Aristarco 79
artes 184
ateísmo auténtico 123
ateo 119, 120, 123, 124, 127, 128, 129
auténtico 122, 127, 128, 131
cristiano 120, 124
pragmático 122
rebelde 121
átomos 88, 89
B
Bochenski 22
burguesía 41, 42, 43
gran 43
mediana 43
pequeña 43
C
caos 115
capitalismo 37, 38, 39
decimonónico 46
duro 49
salvaje 48
[239]
240
casuística 168
chinche peludo 108
ciencias biológicas 181
ciencias físicas y naturales 178
ciencias formales 177
ciencias humanas 181
clases sociales 183
D
Declaración Universal de Derechos Humanos 26, 31, 33, 34
democracia 50
formal 50
plena 50
derechos humanos 25, 26
destino 15, 117
Diablo 135, 137, 138, 139
filosófico 137
literario 135
diagnóstico del siglo XXI, 173
Dios 120, 121, 122, 123, 124, 127, 129, 130, 131, 134
E
economía 176
Einstein 80, 81, 92, 94
Eratóstenes 79, 99
esencia 21, 23, 199
experimento fundamental 91
F
Fermat 57
filosofía literaria 195
filosofía rigorista 195
fractales 107, 109, 115
Franco 32
241
G
gato de Schrödinger 92
H
Hitler 32
hombre 21, 30, 33, 34, 41, 155, 218
huecos negros 81, 83, 84
humanismo 49
cristiano 50
racionalista 51, 156
K
karma 124
Kruschov 45
L
lagunas normativas 161, 163
Lenin 32, 44
libertad 159
lógica 128, 132, 139
M
Marco Aurelio 26
Marx 41, 42, 43, 44, 123
matemáticas 128
metempsicosis 124
método científico 191
método filosófico 195
místico 145, 146, 154
N
neutrinos 82
no arbitrariedad 114, 156
242
P
Panecio 26
Platón 163, 164, 165, 166
carta VII 164
principio de no arbitrariedad 156
principio de simetría 156
proletariado 43
R
racionalismo 141, 142, 159
racionalista 154
razón 128, 129, 155
crítica 142
y derecho 160
y ética 157
y política 163
reencarnación 124
responsabilidad 159
reyes 163
filósofos 163
timófilos 166
risa 22, 61, 66
ataque de 68, 70, 71
S
Scheler 21
sentido común 91, 93
simétrica 53, 194
simetría 113, 114
sinapsis neuronales 111
sincretismo 23
sincretista 23
socialismo 46
243
sociedad 44
comunista 44
sin clases 44
sonrisa 72, 73, 74
Stalin 32, 44, 45
T
técnica 102, 186
tecnología 97, 100, 102, 103, 106, 107, 109, 186
y ciencia 97
y técnica 100
teoría de la relatividad restringida 81, 94
teoría de la relatividad generalizada 81, 83
teorías clásicas sobre la verdad 210
como correspondencia 210
como coherencia 211
pragmatista 213
Tertuliano 22, 139
Toynbee, 41
V
verdad 209
absoluta 209
constructiva 209
teorías sobre la 210
W
Wittgenstein 23