Dios Un Itinerario PDF
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Dios Un Itinerario PDF
RÉGIS DEBRAY
propósito: extraer de nuevo las peripecias de una
génesis, las bifurcaciones de un itinerario y los costos
de sobrevivir ¿Cómo? Escrutando lo prosaico del
Cielo. Dirigiendo los proyectores del proscenio
hacia los bastidores y las maquinarias de la
producción divina; remontándose de la Ley a
las Tablas del mismo nombre, a la manera del
idiota que mira el dedo cuando el sabio chino le
muestra la luna.
¿Y con qué fin? Esclarecer la otra historia de lo Eterno
con la de Occidente y viceversa. Zonas de sombras incluidas.
Y para esclarecernos a nosotros mismos.
Régis Debray
siglo
veintiuno
editores
siglo xxi editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D.F.
Portadilla: Frontispicio para la Biblia de la Imprenta Real, dibujado por Poussin y grabado por Mellan,
. Biblioteca Nacional de Francia, Estampes, ed. , p. .
Las citas del Antiguo y del Nuevo Testamento remiten a la Traduction Œcuménique de la Bible
(TOB, nueva edición revisada, ). [Para la edición española estas citas han sido cotejadas con
la Biblia de Jerusalén, nueva edición, totalmente revisada y aumentada, México, Porrúa, .]
Las referencias siguen la disposición en capítulos y versículos según las abreviaturas y las siglas
tradicionales, cuya tabla general vemos a continuación.
Ab Abdías Jr Jeremías
Ag Ageo Judas Epístola de Judas
Am Amós
Lc Evangelio según Lucas
Ap Apocalipsis
Lm Lamentaciones
Co Corintios Lv Levítico
Co Corintios
Mc Evangelio según Marcos
Col Colosenses
Mi Miqueas
Cr Crónicas
Ml Malaquías
Cro Crónicas
Mt Evangelio según Mateo
Ct Cantar de los Cantares
Na Nahúm
Dn Daniel
Ne Nehemías
Dt Deuteronomio
Nm Números
Ef Epístola a los Efesios
Os Oseas
Esd Esdras
Est Ester P ª epístola de Pedro
Éx Éxodo P ª epístola de Pedro
Ez Ezequiel Pr Proverbios
Flm Epístola a Filemón Qo Eclesiastés (Qohélet)
Flp Epístola a los Filipenses
R Libro primero de los Reyes
Ga Epístola a los Gálatas R Libro segundo de los Reyes
Gn Génesis Rm Epístola a los Romanos
Rt Rut
Ha Habacuc
Hb Epístola a los Hebreos Sal Salmos
Hch Hechos de los Apóstoles S Libro primero de Samuel
S Libro segundo de Samuel
Is Isaías
So Sofonías
Jb Job St Epístola de Santiago
Jc Jueces
Tm ª epístola a Timoteo
Jl Joel
Tm ª epístola a Timoteo
Jn Evangelio según Juan
Ts ª epístola a los Tesalonicenses
Jn ª epístola de Juan
Ts ª epístola a los Tesalonicenses
Jn ª epístola de Juan
Tt Tito
Jon Jonás
Jos Josué Za Zacarías
Así, por ejemplo, Gn , - quiere decir Génesis, capítulo , del segundo al cuarto
versículo.
Modo
de empleo
Meditar
ante este
temible signo
de interrogación
es a nuestro juicio
el deber de todo espíritu.
De ahí este libro.
,
1 Se hace aquí referencia al viraje (algunos lo llaman cisma) suscitado en particular por dos in-
.
¿Nuestro “gran quizá” es una evidencia o un gran cuento? Que se nos excuse
por no saber nada de ello. Registrar sus pasajes y sus bruscos cambios basta para
nuestro propósito. Que Él se apareció antiguamente a ciertos errantes llama-
dos profetas es un hecho sustentable mediante documentos. Que pueblos des-
confiados y guerreros les hayan seguido los pasos, por su propio interés, es un
segundo hecho. Que esa turbina interior hizo galopar al bípedo creyente de
Jerusalén a Bizancio pasando por Roma, de La Meca a Córdoba y de Europa
a América para destruir y reconstruir, para inmolarse y masacrar en toda suer-
te de incursiones, conquistas, colonizaciones y guerras santas, es un tercer he-
cho. Y así sucesivamente. Dejemos a personas más inspiradas que nosotros la
tarea de decidir quién es el generador del otro, si Dios o el kamikaze. Los efectos
son verificables, la Causa Última, infalsificable. Nos atendremos al plano de lo
manifiesto para identificar por qué vías el fuego de Dios ha podido transmitirse
.
una totalidad cerrada, dada de una vez y para siempre en la forma tranquiliza-
dora de lo idéntico. Para evitarse el hacer descender a nuestro Deus ex machina
a la sala de máquinas para subsanar los quiebres y los zigzags del gran camino.
El Dios de los Ejércitos de Israel no es el Dios de amor e intimidad del cristiano,
que tampoco es la Energía Cósmica impersonal del New Age. Si la frase “Yo soy
El que soy” hubiera sido su última palabra, Yahvé habría permanecido inmu-
table en lo absolutamente simple. Pero la prolongada duración revela hasta
qué punto el Único no es el Simple. Nos dedicaremos aquí al curso de sus com-
plicaciones. Para despejar las peripecias de un nacimiento, las bifurcaciones de
un itinerario y los costos de la supervivencia. Y esto sólo en Occidente, área
de civilización limitada, delimitada: la nuestra. Este recorte, o esta confesión de
incompetencia, lo sabemos arbitrario e incluso un poco escandaloso, puesto
que deja de lado al Islam (que fue más de una vez “occidental”, instalándose
en Sevilla y llegando hasta los muros de Viena). En la cristiandad misma la opo-
sición Occidente/Oriente no tuvo sentido sino a partir del segundo milenio
con el cisma del filioque.2 Nuestro Único nos viene de Oriente, al igual que
Europa, hija de Agenor, rey de Fenicia, de donde Zeus la raptó metamorfo-
seado en toro para llevarla a Grecia. Pero del Oriente árabo-islámico (sobre el
cual nuestros conocimientos son de segunda mano) no trataremos sino late-
ralmente, al menos en el presente volumen. Es evidente, pues, la exigüidad del
campo aquí atravesado.
Debo decir de una vez lo que no tiene que buscarse en este libro: nada que
se parezca a “Ciencia y Fe, convergencia o antagonismo”, y menos aún a “Ética y
Decálogo, los límites de la permisividad”. No nos preguntaremos si el univer-
so es testimonio o no de una finalidad; si hay lugar, junto al enfoque científi-
co fundado en la observación y el razonamiento, y después en los quanta y en
Gödel, para otro orden de realidad accesible mediante la conciencia o la intui-
ción; si la lógica del cómo, la de la ciencia, hace justamente a su lado una lógica
del porqué, la de las religiones; si lo que sabemos hoy del universo nos autoriza
o no a suponer un Proyecto Inteligente; si la invención (o el descubrimiento)
2 En la Iglesia oriental griega se separa de la Iglesia latina al rechazar la afirmación de que
el Espíritu Santo procede del Padre “y del Hijo”.
.
.
: Odisea del espacio, película de Stanley Kubrick, , MGM, producción
de Stanley Kubrick.
facultativo es que existen “sociedades sin escritura”, mientras que ningún et-
nógrafo, en el fondo de la Amazonia o de Nueva Guinea, ha encontrado so-
ciedades mudas. Que la escritura es una técnica, los sumerios, sus inventores,
ya lo habían comprendido: “Si la lengua oral es un don de los dioses —decían
ellos—, la escritura es una creación humana.”
Consideramos con muchos otros, especialmente aquellos que han sido ins-
truidos por el prehistoriador Leroi-Gourhan, que el don de la prótesis hace lo
humano del hombre, quien se humaniza exteriorizando sus facultades en un
proceso de objetivación sin fin (sin detención ni meta). El sujeto se constituye
como humano con y en el objeto. La invención técnica, que pone a lo otro en lo
mismo, permite la sucesión acumulativa que se nombra “cultura”. Ésta no para
de suscitar mundos nuevos, y como lo sugiere Stanley Kubrick mediante un so-
brecogedor recurso visual, la apertura de : Odisea del espacio, existe una
continuidad entre el garrote-fémur lanzado al aire por un gran mono paleán-
tropo y una nave espacial que parte. Dios apareció a medio camino de esta
trayectoria ascendente, e interrogar la sublime innovación es primeramente re-
situarla. Desplegando las edades que comprime. Deshaciendo los pliegues de
un monosílabo átono para devolverle volumen y profundidad.
La técnica ha inventado al ser humano en la misma medida en que, a la in-
versa, ha sido inventada por él, y el Creador mismo no podría mantenerse al
margen de este juego. De idéntico modo que nosotros cambiamos de compor-
tamiento cada vez que cambiamos de medio social y técnico, Dios ha cambiado
de espíritu al cambiar de armazón o aparato. Es la incidencia decisiva de pe-
queños accesorios y dispositivos, aparentemente indignos de Su gloria, lo que
querríamos sacar a la luz. Y que no se diga que esta hipótesis es “desmistifi-
cante”. Tal vez no haga sino volver a poner a la Providencia en su lugar. Tomen
un catalejo y asómense a la ventana. Es por el extremo pequeño por donde des-
cubrirán el paisaje. Por el grande, el oficial, el más visible, no verán más que
su propio rostro reflejado: información nula.
Hablar de cuadrúpedos, barro cocido, rueda y rutas, alfabetos, pixeles y bites pa-
recerá ofensivo, y que siembra bajezas. Equivocadamente, creemos. Conside-
ramos contraproducente la división recibida como herencia entre lo alto y lo
bajo, tesoros e impedimenta. Nos parece por ejemplo que nuestras Bellas Artes
.
impreso en nuestros hábitos mentales por el léxico binario heredado del dua-
lismo helénico (el ser y el accidente, la forma y la materia, el alma y el cuerpo,
etc.). Los semitas se inclinan por la unidad psicosomática del ser humano. Pre-
firámoslos a los griegos. Cuidando de unir el objeto al sujeto, lo práctico a lo
simbólico y lo útil a lo adorable. No hay en estos presuntos pares un juego de su-
ma cero, donde todo lo que se diera a la exterioridad debiera sustraerse a la in-
terioridad. Estos dos términos sólo existen en la relación que los une. Hagamos
un poco de etimología. Del latín anima salieron de un solo soplo alma y animal.
Y espiritual viene de spirare, respirar, hacer funcionar la boca y los pulmones. El
Espíritu insufla en nuestras fosas nasales un aliento de vida y deshagámonos de
un Diccionario de espiritualidad donde no figure ningún artículo zoológico. Co-
mo si el cordero, el asno y el camello no contaran para nada en la génesis del
Dios bíblico. Como si Cristo en su majestad, en el tímpano de las catedrales,
no estuviera escoltado por un bípedo y tres animales, sus evangelistas. Alego-
rías medievales pero promisorias. Deseamos el advenimiento de indagaciones
sobre la función del plato de lentejas, de la torta, del báculo, del cántaro, de las
sandalias y del dolor de espalda en el descubrimiento del Altísimo.
Sin Él, en todo caso, la faz de la Tierra no sería lo que es. No existirían ni
Israel, ni la cristiandad, ni el Islam. Y el Occidente entero no prestaría una
atención anhelante a un conflicto que sólo concierne, en suma, a cincuenta mil
kilómetros cuadrados y a algunos millones de personas. Los hiperefectos exi-
gen una hipercausa. Tal es nuestro primer reflejo. El de la escolástica. Dios es
causa del mundo y toda causa contiene eminentemente las perfecciones que
posee su efecto. Hemos aprendido desde Darwin
que lo más puede salir de lo menos y desde
Henri Poincaré que “puede ocurrir que
pequeñas diferencias en las condi-
ciones iniciales engendren otras
muy grandes en los fenómenos
finales”. Habida cuenta de los
efectos, las condiciones iniciales
a menudo pueden parecer irri-
sorias e indignas de atención.
Cristo en Majestad y Tetramorfo: león (Marcos), toro
¿Un tornado sobre Texas? Un (Lucas), ángel (Mateo) y águila (Juan).
.
batir de alas de mariposa sobre la Amazonia. ¿En serio? Sí, nos dice el meteo-
rólogo. Un vestigio de magia en nosotros es lo que nos hace suponer que el ori-
gen de una cosa es al menos igual en volumen y en dignidad que la cosa. La
nariz de Cleopatra, objetaba ya Pascal a nuestro espíritu de gravedad. Hay ex-
trañas cosas sin importancia que cambian todo, de manera imprevisible. El
estudio de las pequeñas naderías de Dios no es a nuestro juicio un modo de dis-
minuirlo sino una manera de redesplegar de una forma novedosa la cuestión
espiritual. Renunciando a una visión simplista de las causalidades.
“¿De una forma novedosa?” Retirando los reflectores del proscenio hacia los
bastidores y la tramoya de la producción divina, remontándonos de la Ley a
las Tablas del mismo nombre, como el idiota al que el Sabio chino muestra la
Luna y aquél mira su dedo. Escrutando lo terrenal del Cielo. Y desplazándo-
nos de la obra a la operación, o de la desembocadura al nacimiento, para poner
el acento no ya en lo que está escrito y conviene leer, sino sobre cómo se ha
escrito, con qué y sobre qué, para qué uso y dentro de qué estrategia. Esta toma
de partido por las cosas, en ruptura con la opinión cultural de las últimas déca-
das, requiere una suerte de ascesis o suspensión de los hábitos: renunciar a la
nobleza hermenéutica, la del filósofo que se dedica a la interpretación del mun-
do como lenguaje. Pero el orden del sentido desborda el del discurso, y la pala-
bra no agota el acontecimiento. Nuestro propósito no es hacer trabajar un texto
sagrado sobre sí mismo sino saber cómo fue posible que se produjeran lo sa-
cro, el texto y las permanencias de lectura. No se trata de desplegar el sentido im-
plícito de las Escrituras canónicas sino de saber por qué fue necesario un Canon
y qué lógica opera en el acto de separar, entre documentos de igual consisten-
cia, textos denominados canónicos, buenos para la lectura litúrgica puesto que
confieren autoridad, de sus equivalentes denominados apócrifos, presunta-
mente abusivos y heréticos.3 Para tomar un ejemplo altamente respetable, nues-
tra perspectiva está muy alejada de la de un Paul Ricœur y sus bellas medita-
ciones “entre filosofía y teología”. No sugerimos aquí ninguna contradicción
sino, esperémoslo, un complemento de información.
3 Véase Simon C. Mimouni, Le judéo-christianisme ancien. Essais historiques, París, Cerf, .
El sueño hubiera sido pasar un espejo a lo largo del camino que va de las fuen-
tes a las embocaduras, de Mesopotamia a la “aldea global”. Para observar las
huellas dejadas detrás de sí por el Gran Caminante. En longitud: desde los pan-
tanos de Sumeria hasta las costas del Pacífico; y a lo largo de los siglos: de la lám-
para de aceite a nuestros espectáculos de “luz y sonido”. Si fuera posible filmar
al Invisible nos daríamos cuenta de que Él no llega hasta nosotros en el esta-
do en que partió. Su transporte lo ha transformado. Los barqueros cobran su
diezmo por las cosas que nos hacen pasar, que no existirían sin ellos. ¿Dónde
se ha visto una idea automotriz, que se mueva por sí misma en el espacio y en
el tiempo? Nada aquí abajo se transmite por sí mismo, por autopropulsión, sin
gasto ni daño. Las matemáticas se transportan mediante la escuela y profe-
sores calificados; la música mediante conservatorios e intérpretes; la pintura
mediante el Museo y los críticos de arte. Dios, mediante los libros santos y las
comunidades de oración. Sin duda, tampoco aquí se pueden esclarecer la genea-
logía y las dificultades actuales del Eterno sin renunciar a las definiciones es-
colásticas de Dios como causa de sí mismo, ipsum esse subsistens —puro acto
de existir. Los filósofos lo han definido como el Ser “absoluto, necesario, in-
causado, simple, infinito, inmutable, único” —el Padre sin padre, hijo de nadie.
Y siguiendo sus pasos como un monocasco montado sobre un colchón de aire,
el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo se expande a través del mundo.” ¿Cómo?
“Una Palabra se hace escuchar.” El pronominal activo tiene que ver con un pen-
samiento mágico (del rechazo de esta posibilidad proviene la mediología). Se
preguntará en contrapartida: ¿y de quién es esa palabra y con qué acústica? ¿Por
qué caminos? ¿En qué traducción? ¿Con qué portavoces? ¿Según qué ceremo-
niales y venidos de dónde? Porque el Creador, según lo que surge de una inda-
gación sin prejuicios, procede por un montaje entre lo inerte y lo animado.
Necesita de lo material y de lo personal. Para que un Ser trascendente sobre-
viva a su acto de nacimiento tiene necesidad de órganos y de instrumentos. Un
organismo espiritual (familia, nación, iglesia, secta, etc.) y un aparato nemotéc-
nico (rollos, libros, efigies, figuras, etc.). Reunirlos es lo único que asegura un
viático (de via, el camino, la ruta). Puesto que nada atraviesa los siglos, así sea el
tiempo fuera de la cronología del Eterno, sin un neceser para viajar. ¿Cómo
ochenta generaciones de judíos pudieron subordinarse a un Yahvé de obser-
vancias estrictas? ¿Cómo el pueblo cristiano se sometió a su incomprensible
.
No pretendemos evidente-
mente agotar todos los senti-
dos de la idea divina sino sólo
describir sus metamorfosis sa-
cando de la sombra o del me-
nosprecio sus intríngulis y sus
apariencias. Y quizás un día es-
ta larga hilera de vicisitudes lle-
gará a ordenarse en una batería
de preguntas dirigidas a sus im- Louise Merzeau, Le mur des Fédérés au cimetière du Père-
Lachaise, París, .
pedimentos: ¿quién transmite
lo divino, a quién, dónde, cómo
y bajo qué aspecto? ¿Quién ha recibido la Palabra a su cargo? ¿Un pueblo, un cle-
ro, la familia, una comunidad multinacional? ¿Dónda va a buscar ella sus inter-
locutores y qué les pide que hagan? ¿Valorizando o prohibiendo qué modo de
expresión —imágenes o sólo texto? ¿En qué especie de espacio y con qué pro-
fundidad de tiempo? Las tradiciones judías, católicas, protestantes, islámicas,
no aportan la misma respuesta a esas preguntas.
Coronación
Un término
llamado origen
Veritas filia temporis.
.
ordinariamente. Una vez circunscrito el dónde, a sa- Actividad del cerebro: las
ber los lóbulos parietales a cargo de las relaciones de zonas sombreadas oscu-
ras marcan una actividad
causalidad, el cuándo no hace sino volverse más mis- más intensa.
terioso. ¿Las neuronas, no las nubes? La atmósfera tie-
ne miles de millones de años; nuestro aparato cerebral,
millones; el Eterno, miles. Habiéndose estabilizado las conexiones neurona-
les del creyente hace un centenar de miles de años, fecha de la invención de los
primeros ritos funerarios, nos preguntamos qué pudo desactivar los “genes de
2 Eugen d’Aquili y Andrew Newberg, Why God won’t go away, Nueva York, Ballantine Books, .
.
.
pastoreo. Este timing tiene que ver con una historia de lo agroalimentario. En
cuanto a la itinerancia, tiene que ver con el pariente pobre de la Historia, que
es la historia de los transportes, cuyos virajes coinciden poco más o menos
con los de la historia de las comunicaciones (la primera silueta de carro cono-
cida, con ruedas ahuecadas, figura sobre una tablilla de Uruk, ciudad iraquí
de donde provienen las primeras tablillas de escritura). El carruaje con ruedas
aparece sobre los bordes del Nilo y del Éufrates hacia fines del cuarto milenio.
El doble pasaje del signo pictográfico al signo fonético y del simple trineo de
ramas al carro tirado por bueyes o asnos (por caballos a partir del - ) tiene
que ver directamente con nuestro asunto. Recordemos que un Invisible Tras-
cendente, por definición, no se esculpe ni se dibuja, y que es la migración en
caravana lo que confiere a un Santo Nombre portátil su pleno valor de uso
(los sedentarizados de larga data pueden prescindir de él). Mientras el equipa-
miento del “bípedo sin plumas” (mamífero poco mimado por la naturaleza y
biológicamente prematuro en su nacimiento) no había alcanzado su régimen
de crucero, sin llegar por consiguiente a un umbral de domesticación mínima del
espacio y del tiempo, la idea de un Dios abstracto, verdadero o falso, no era
enunciable. Non pertinente. Un cazador-recolector no habría podido conce-
birla puesto que podía sobrevivir sin ella.
Anticipémonos: Dios es impensable sin la escritura esencialmente y sin la rue-
da accesoriamente, que reducen en varios puntos la dependencia del ser huma-
no respecto del espacio natural (la rueda) y del tiempo natural (la escritura).
Tardío es el Único porque tardías fueron esas prótesis que remiten a ciertas
maneras de circular y de memorizar, dependientes de ecosistemas muy parti-
culares. El Todopoderoso no encontró un buen día, sobre una cumbre del
Sinaí, la ocasión de revelarse finalmente como tal. Es un cierto uso político dado
a las innovaciones técnicas lo que confirió consistencia y necesidad al mono-
teísmo. Las panoplias del primate inventivo tienen su tempo propio (ultrarrá-
pido desde la revolución industrial pero aún bastante lento recién pasada la
revolución neolítica). El hombre desciende del mono pero Dios del signo,* y
los signos tienen una historia larga. La tecnogénesis de la trascendencia es un
* Juego de palabras fonético: L’homme descend du singe mais Dieu du signe. [T.]
.
.
3 “Nietzsche, la généalogie de l’histoire”, en Hommage à Jean Hyppolite, París, PUF, , p. .
el más allá. El Eterno no garantiza a sus adeptos una sobrevida individual —de
la que sus fieles pueden prescindir. Y los paraísos no son inherentes a su con-
cepto. Sostener que “el primer personaje que interviene en la espiritualidad es
Dios” es olvidar nada menos que al Sol, a los ancestros, a los espíritus y al Gran
Pan, es decir, las nueve décimas partes del trayecto. Es olvidar el licornio de Las-
caux o el hechicero semianimal y semihumano de la gruta de los Tres Herma-
nos. Es burlarse del porvenir, de la prehistoria y de las sociedades sin escritura.
¿Hace falta recordar que del magdaleniense al romano, o de Lascaux a la Roma
de san Pedro, hay más de años,
siendo que sólo nos separan del re-
torno a Babilonia? El tiempo que va de
los cultos espirituales de la fecundidad al
culto espiritual del imperator es al me-
nos diez veces más prolongado que el
que va del señor de los rayos y truenos,
ese Yahvé todavía próximo al Júpiter in-
doeuropeo, al Bel Indifférent de Voltaire,
hasta el Gran Arquitecto de los francma-
sones, al que es perfectamente inútil di-
rigir ruegos o sacrificar un cordero (de
minimis non curat praetor).
¿Entonces el monoteísmo es un res-
balón a los límites, un despiste provin- William Blake, God as an architecte, ilustra-
ción para The ancient days, , Manchester
cial? Visto desde la India o desde China, Whiteworth Art Gallery.
en el espesor de los milenios, la ocurren-
cia dejaría de serlo. Visto desde Euroa-
mérica, el Dios propio de la “República occidental”, que impuso de grado o
por fuerza a la América indígena y al África negra, nos parece primus inter
pares, dotado de un derecho de primogenitura sobre los “ídolos” de la perife-
ria. Primacía de un origen, o bien de un fin, según que se teleguíe la historia
por su antes o por su después, pero que hace caso omiso de las contingencias
del medio. Y así como el historiador en el ambiente cristiano está tentado de eri-
gir al cristianismo constituido en metro patrón al cual referir cultos supuesta-
mente inferiores (que pueden ignorar hasta el término de religión), nosotros
.
hacemos de nuestra jerarquía occidental la unidad legal de las otras, sobre una
especie de escala a la vez de valores y de desarrollo. Es porque nos es grato ple-
gar el baratillo de las deidades planetarias a un esquema finalizado de la evo-
lución. Y así como el lento perfeccionamiento ad majorem gloriam hominis del
reino animal desemboca en el Homo sapiens, nosotros vemos a las dinastías di-
vinas ascender hacia un encuentro supremo ad majorem gloriam Dei. Antes
del Ens perfectissimum no hubo, supuestamente, más que un laberinto inex-
tricable de extravagancias más o menos abominables, reduciéndose, decan-
tándose con el tiempo, mejorando cada generación de dioses a la precedente
según la selección del más apto, que elimina a los más débiles en cada nivel de
la escala, hasta la obra maestra final: Nuestro Padre Eterno. Ese teleguiado des-
de el fin hace poco caso de la variedad de los medios geográficos (que vuelve
desfavorables en la tundra o el bosque tropical las cualidades favorables de un
Dios seleccionado por el desierto).
Una historia modesta, por consiguiente, para un Dios inmodesto, del que hay
que recordar, a la vista de sus orígenes tanto como de las estadísticas, que no
es el denominador común más pequeño de los panteones vigentes, ni la clave,
o la coda, de la sinfonía de las creencias humanas. Aún hoy la mayoría de la
especie humana vive bajo la influencia de religiones no teológicas, como el
confucianismo, y en el corazón histórico de la cristiandad las nuevas espiri-
tualidades, incluso los propios cleros, se descartan como quien no quiere la cosa
de la experiencia teológica. Por lo demás, si hubiera tenido que recompensar los
“progresos del espíritu humano”, nuestro Dios personal y que habla en secreto a
nuestra alma nos habría llegado de Grecia, la India o China, civilizaciones mu-
cho más “avanzadas”, provistas de ciencias, astronomía y geometría, de arte y de
urbanismo, todo lo cual ignoraba y con razón una árida y somera cultura del de-
sierto. La modernidad tardía en que nos bañamos testimonia hasta el hartazgo
la vanidad de los esquemas lineales heredados del siglo XIX que hacen suce-
derse, mediante una transferencia sacra del progresismo laico, tanto los modos
de producción económica como los estadios del animismo, del totemismo, del
politeísmo y finalmente del monoteísmo. Los hechos son más obstinados que
nuestro evolucionismo espontáneo. El Japón posmoderno sigue siendo exten-
samente animista, incluso algo chamán (con el sintoísmo). El budismo, religión
sin Dios aunque fecunda en deidades (y dirigida al Despertar, estado próximo
.
5 Fragmentos de alfarería.
.
En resumen: algo así como una partida colectiva tuvo lugar (no perso-
nas, como se dice en Nm , , sino más bien algunos centenares). In illo tem-
pore (puesto que la hipótesis deja la datación abierta… hasta Cleopatra). Esta
migración fue magnificada y legitimada al ponerla en un relato que la vertió
en un marco narrativo acreditado, mejor aún, etiquetado en una imagen vi-
sual de referencia por la hiperpotencia dominante.
La biblioteca descabalada que llamamos Biblia como consecuencia de un error
de traducción (los libros, biblia en griego, pasa al latín como un sustantivo
femenino y singular), tal como fue puesta en un corpus por los doctores de la
Ley reunidos en Jamnia, Palestina, hacia el año de nuestra era, se divide en
tres conjuntos: Ley, Profetas y Escritos. La Ley o Torá agrupa los cinco libros del
6 “L’Exode et la bataille de Qadesh”, Revue Biblique, núm. , , pp. -.
.
8 Étienne Nodet, Essai sur les origines du judaïsme, París, Cerf, , p. .
.
también que las dos Tablas de la Ley fueron “forjadas” después del Exilio, en el
lugar y en sustitución de las dos estatuillas de El y su mujer, Aquera, colocadas
una al lado de la otra en el arca primitiva. Pero ésta es una constante de la his-
toria de las naciones como de las ciencias (“los precursores son los que vienen
después”, decía Canguilhem). El objeto de una transmisión —aquí la Alianza
establecida desde la salida de Egipto entre un Dios Único y un pueblo úni-
co— no preexiste al proceso de su transmisión. Es su recorrido lo que hace de un
discurso lo que es. Se sublima a un pequeño jefe de clan local (Josué o Abra-
ham), se agregan uno o dos ceros a una magra tropa (tres mil habitantes de
Judea, al decir de Jr , , habían sido deportados a Babilonia en , y menos
de mil en ), se magnifica a un reyezuelo (Salomón), se minimiza una cri-
sis (la separación entre norte y sur), se promueve lo periférico a central o a la
inversa, según los imperativos del momento. La tradición inventa, con toda
buena fe, aquello de lo que se dice portadora, y más aún: autentifica su decir
borrándose como dicción (siempre el médium se borra, y sólo con esta condi-
ción obtiene resultados). La metamorfosis (o la reformulación de datos reales
más o menos mediocres) cumple una función vital para la comunidad que es
a la vez su materia y su motor, la enunciadora y el enunciado. La reescritura del
pasado es dinámica, dirigida hacia el futuro. Su papel es dar sentido al presente
ofreciendo un punto de mira envidiable a una comunidad que tenía motivos
para dudar de su porvenir. Por eso cada episodio de las Escrituras (cuya redac-
ción se extiende a lo largo de siete u ocho siglos) habla el lenguaje del siglo en
que es escrito y no el del momento en que se supone que se desarrolla. En to-
das las narraciones con vocación performativa (que incluyen leyendas nacio-
nales, clánicas y familiares), la manera en que son contadas dice más sobre las
categorías mentales y la situación histórica de los narradores que sobre las de
sus protagonistas. Este modo de lectura representa por lo demás un procedi-
miento plausible de datación. ¿En qué época y para quién la historia de Adán
y Eva, expulsados del paraíso por haber desobedecido al Todopoderoso, pue-
de ser más elocuente? Para los exiliados de Babilonia expulsados de Jerusalén
después de por haber desobedecido a sus jefes naturales, los Profetas (que
hablan de modo altanero con los Reyes). ¿En qué época puede tener sentido
el extraño periplo de Abraham, que parte del este, llega al oeste por el norte,
baja a Egipto y vuelve finalmente sobre sus pasos a Canaán? Cuando hay que
.
reunificar a las comunidades judías de Egipto con las que se quedaron en Me-
sopotamia en torno a una tierra central y santa, después del retorno autoriza-
do por Ciro ().
Transmitir no es sacar, a petición, de un cajón de escritorio, llamado patri-
monio o memoria colectiva, tal o cual documento que se encuentra ya ahí,
como un grimorio depositado en ese lugar por la resaca de los siglos. Es
deslizar a la vez algo nuevo y mezclarlo con lo antiguo, para darle pátina a lo
inventado y atractivo a lo heredado. Alteración funcional de las pistas. La fal-
sificación literaria no procede de una voluntad de engañar, ni del mero talento
para fabular, sino de un instinto de conservación: para no caer en la desespe-
ranza o en el sinsentido, la imaginación del grupo debe reelaborar su realidad.
Mentirse para no morir es mejor que lo contrario. En la medida en que “un
pueblo sin leyendas está condenado a morir de frío”, la construcción retroac-
tiva de los orígenes forma parte de los trabajos caloríficos indispensables para
ANATOLIA
Harán
•
Karkemish • Nínive •
• Ugarit •Alep
Assur •
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Chipre
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Palmira • Éu
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• Samarra
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MAR MEDITERRÁNEO
Sidón • Bagdad
•
• Tiro • Damasco
• Sichén Babilonia • Nippur
Jerusalén
• DESIERTO •
•
Hebrón
DE SIRIA
• •
Ur
•
Tanis Basora
NEGUEV
Menfis •
SINAÍ DESIERTO DE ARABIA
.
guentsia de los sacerdotes en exilio tenía las mejores razones para atribuirse
un superhombre compensador como paterfamilia. En un pueblo de pastores,
los pastores son reyes; pero no existe, hay que decirlo, ninguna huella históri-
ca de un príncipe pastor de tal envergadura, figura surgida de una amalgama
de leyendas antiguas (que datan probablemente del tiempo de la hegemonía
asiria sobre Siria-Palestina, puesto que el nacimiento y la infancia de Moisés
calcan los de Sargón, el legendario fundador del imperio asirio). Moisés, un con-
venio cultural, sin duda tan maravilloso como Jonás (¿y por qué admitir que
uno es ficción y el otro no?), es, al igual que Abraham, un personaje de síntesis.
Y como consecuencia de ello, no exento de contradicciones (aquel que ordena
“no matarás” en su juventud cometió un asesinato en la persona de un egipcio).
Estas “figuras” aparecen como transacciones políticas elevadas a la dignidad
heroica con el fin verosímil de conciliar y federar esferas de influencia o terri-
torios hostiles o malquistados (los reinos enemigos del norte y del sur). Abra-
ham sería así una figura local de Hebrón promovida a héroe epónimo des-
pués de la anexión de la ciudad a la Edom, como prenda de buena voluntad
ofrecida por los habitantes del Sur a los de Jerusalén. El que se diga que Abra-
ham tiene su tumba en Hebrón, en el panteón de los patriarcas, constituye un
argumento en tal sentido.
No son Abraham y Moisés los que inventaron el judaísmo sino a la inversa
(así como ocurre con Jesucristo y el cristianismo). Los profetas Ezequiel, Oseas
y Zacarías no mencionan al superhombre del Sinaí, cuyo papel se exalta con el
tiempo transcurrido (la Mishná, el comentario oral de la Ley y el Talmud hablan
de él a comienzos de nuestra era). David y Salomón, que no son hijos ingratos,
ya no hacen alusión a Abraham. Estos personajes, para nosotros fundamen-
tales, están ausentes de toda la época histórica. Los habitantes de Judea no hacían
peregrinajes al monte Sinaí, cuya reputación no desborda los límites del Éxodo.
El monasterio bizantino de Santa Catalina no eligió establecerse ahí hasta el
siglo VI d.C., para un culto mariano (debiendo su localización más a la exis-
tencia verificable de un manantial al pie del Gebel Mousa que a una presencia
divina atestiguada en la cumbre). Como nos dijo un monje: “Incluso con Dios
en lo alto, si no hay agua abajo, no hay monasterio.” En el modo de pensamiento
teológico todo debe estar, sin embargo, dado desde el comienzo: el agua y Dios.
Y así como las Escrituras transmutan los ideales en acontecimientos, y una teo-
.
Y de larga duración. El “aquel día el Eterno hizo salir a los hijos de Israel del país
de Egipto” es una contractura retórica. La tempestad monoteísta, marcada por
rayos y truenos, parece haber sido una muy lenta asunción de una trama don-
de alternan penetraciones y recaídas, algo que revela a su manera la duración
dilatada y reiterativa del relato fundador. No hay un día J que habría hecho pa-
sar de un salto de la barbarie —cuando dioses con rostro de animal exigen su
ración cotidiana de carne humana— al culto aseadito y casi filológico de una
Palabra establecida por escrito. En el medio cananeo, que precede y domina, lo
divino es trivial, usual y multiforme, y el ateísmo propiamente impensable (el
“impío” es el blasfemo, no el sin-Dios). En ese rompecabezas de miniprincipa-
dos, cada reino se talla un dios-escudo, de cuyas cualidades guerreras o políticas
se apropia la población simbólicamente, en un clásico intercambio de bienes
y servicios (pago de impuesto al templo y liturgias apropiadas). Este nombre
de dios, puesto como raíz común a los patronímicos de la gens, es una carta de
identidad nacional. Es lo que era y sigue siendo en parte el yahveísmo, culto local
entre otros diez. El Israel monárquico tenía su dios étnico, como los moabitas
tenían a Qhemosh y los edomitas a Quaus. Estos dioses y estos hombres son
contiguos; reinos y panteones se rozan en un pañuelo. Siete naciones se repar-
ten Palestina, en el sentido más amplio del término, bajo la dominación asiria:
fenicios, samaritanos, filisteos, amonitas, moabitas, edomitas y finalmente ju-
díos. Cada uno tiene su pareja de divinidades: macho y hembra. Hay entre es-
tas potencias rivalidades, anexiones, fusiones, alianzas dinásticas, como entre
los pueblos mismos. Yahvé es el que cobra en este juego político; instrumenta
la constitución de un conjunto unificado, llevado a tambor batiente a merced
de las relaciones de fuerza por todos los medios conocidos: conquista militar,
ósmosis cultural o matrimonio entre casas reales (David desposa a una jebu-
sita del terruño, Betsabé).
9 El nombre más frecuente de Dios en la Biblia. Plural de Eloah, funciona como singular.
.
10 “Le panthéon, les cultes cananéens et la Bible”, en Le Monde de la Bible, núm. , abril de .
En lo más alto
de la duna
En el desierto abrid camino a Yahvé.
,
.
Los servidores del culto han elegido domicilio junto a Caín, cuyo nombre
aparece con la primera ciudad. Él, el Eterno, merodea en las dunas, junto a
Abel, con la gente de baja condición. El primero en invocar el nombre de Yahvé
fue Enoch, hijo de Set, el rival de ese Caín constructor de ciudades, demasia-
do urbanizado para ser puro. Revancha de Dios, revancha de los débiles sobre
los fuertes. El Allah akbar es hoy la choza árabe convertida en rascacielos; y los
detentadores de derechos de pastoreo se han transformado en los detentadores
de stock-options.
Y a sea que hable hebreo, arameo o árabe, Él pone su mirada en los por-
tadores de sandalias —discretos, enjutos. Se fía de los metecos de las
márgenes y no de los panzudos y de los establecidos. Abraham borriquero y
Mahoma camellero, sobrino y yerno de caravaneros. Caminantes y migrantes
por oficio uno y otro. Emancipados, como todos los poseedores de rebaños,
libres de errar a su gusto. Prestando sin duda al suelo una virtud de elevación
que sólo pertenece a los pies, Renan extrajo de allí la idea, expresada en su
Histoire du peuple d’Israël (), de que “el desierto es monoteísta; sublime en
su inmensa uniformidad, revela ante todo al hombre la idea del infinito, pero
no el sentimiento de esa vida incesantemente creadora que una naturaleza más
fecunda inspiró en otras razas. He allí por qué Arabia siempre ha sido el baluarte
del monoteísmo más exaltado”. Ningún automatismo, por supuesto, y el desier-
to del Espíritu resulta tanto figura de estilo como realidad física. Pero es en la
estepa desecada, tapizada de extrañas rocas, entre acantilados de granito rojo,
en la cumbre abrupta de un djebel surcado por quebradas y desfiladeros —la
montaña “hierofántica” que eleva al cuadrado la virtud ascensional del desier-
to—, donde se supone que las Tablas de la Ley fueron otorgadas a Moisés. En el
corazón del Sinaí,“vestíbulo del desierto”, pequeña Arabia en el flanco de África.
Localización sin duda a posteriori pero reveladora. Periodo de prácticas de ab-
negación y de puesta a prueba, el Desierto sirve de cantinela a la disidencia, a
la deserción monoteísta. Mal de Dios, mal del desierto. El llamado de la pureza
—inseparable del odio a las impuras metrópolis de Ezequiel y Jeremías por
Babilonia y Tiro. Cuarenta años para los hebreos después de su salida de Egipto.
Cuarenta días de ayuno para Jesús en lucha contra Satán (Moisés también ha-
bía pasado cuarenta días y cuarenta noches, a solas con Dios, en la cumbre del
Sinaí). La huida de Mahoma a Medina. Se dice que también el egipcio Aje-
natón (el faraón en el que Freud veía el prototipo de “Moisés el Egip-
cio”) abandonó Tebas, su metrópoli al borde del agua, y se encaminó
hacia el alto Nilo, hacia la planicie desolada
de Tell el-Amarna. Atón es áfono, sordo co-
mo el Sol, y monolatría no es monoteísmo.
Pero se puede ver ahí un primer indicio de la
teoría negativa del Dios Único. La nada abre a la to-
talidad. La ciudad encierra al hombre sobre sí mismo;
el desierto lo abre al Otro. El politeísta prefiere lo ve-
getal, guirnaldas y pequeños valles, mientras que
su contendedor prefiere lo mineral, los desfilade-
ros abruptos, los acantilados de roca calcárea
bordeados de fantasmagorías geológicas.
La montaña, que es el desierto en altura
de la gente del llano, ofrece una variante de
esta inmemorial afinidad, acompañada a su manera por más
clementes climas (los sociólogos lo han medido: entre noso-
tros, en los Alpes, la práctica religiosa crece en función de la
altitud). Nuestros cartujos tienen su “desierto” en los con-
trafuertes alpinos. Y es que en un país templado uno puede
poner su Sinaí en la nieve, con tal de estar aislado, combinan-
do lo estéril y lo escarpado (es el caso del Mousa o monte Moi-
sés, con metros del altura, al que hay que ascender por
una escalera tallada en la roca).
Ajenatón honrando al disco solar, bajorrelieve, hacia a.C. Museo de El Cairo.
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(el hebreo tiene cinco palabras para distinguirlos). Hielo, sal, estepa, arena, erg
(región cubierta de dunas)… Sigue siendo ese midbar (“desierto”, en hebreo)
común, ese arquetipo compartido, “la lección del Desierto”, que ordena que-
mar las naves dando la espalda a las idolatrías. Polvo eres y en polvo te conver-
tirás. Serás inhumado en la misma tierra, y sobre tu losa fúnebre, en fidelidad a
los Libros, iremos a depositar no flores de vida sino piedrecillas. Los cemente-
rios judíos continúan rindiendo homenaje a ese pasado, con sus cantos roda-
dos y sus guijarros piadosamente posados sobre la plancha de las lápidas. El
Profeta es una vox clamans in deserto y que conmina a los reunificados de los
bajos fondos a afrontar el riesgo su-
premo (anacoresis, al igual que aná-
basis, es pasar de un nivel inferior al
superior). Al “hombre interior” a le-
vantarse contra su alter ego, el hom-
bre social, puro mineral corrompido.
Constancia de los prestigios del Ais-
lamiento. Carmelitas y franciscanos
llaman “desierto” al lugar de su re-
Asamblea de protestantes en el desierto, grabado del si-
glo XVII. Biblioteca Nacional de Francia. tiro contemplativo y los protestan-
tes de Francia tienen su museo del
desierto. Cada año realizan, el primer domingo de septiembre, en el corazón de
las Cevenas, “la asamblea del desierto”.
hinterland, para los reencuentros con lo árido. Lo que permite, de paso, trans-
formar una persecución en secesión, o un revés político en victoria moral. ¿Es
Dios la vitamina del sacrificado, la coartada celeste de la bravura terrestre, que
lanza las llaves del Reino del otro lado de la montaña para obligar a las gentes
de aquí a pasar la brecha e ir a ver en otra parte, cueste lo que cueste? Tal sería
el ardid del Único. Lo importante es la ruptura con Sodoma y Gomorra, dar la
espalda a los compromisos, a las estridencias urbanas, donde la ausencia ya
no se escucha, donde el caos de las imágenes y de los sonidos ahoga la voz de
lo esencial.
.
El ecosistema divino
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Que Dios se complazca con las naturalezas hostiles, con las temperaturas
extremas, con los pedregales, es el testimonio de un pasaje en los límites. ¿No
hay en lo infinito algo de “inhumano”? Pero más allá de la infinitud de los gra-
nos de arena, ¿no existe una relación más íntima entre este entorno ingrato y
la noción de un Jefe absoluto: la del “challenge and response [desafío y respues-
ta]” de Toynbee? La vida en el desierto es un desafío para el ser humano por-
que es más aleatoria, más precaria que en otras partes. Hay golpes de suerte,
cambios bruscos de clima, querellas entre clanes, salteadores tras la duna. Ace-
chan las canastas, el agua de los peñones. La economía pastoril, contraria-
mente a la agrícola, aleja a las tribus y a las familias unas de otras, puesto que
cada una tiene necesidad de espacio para lograr su subsistencia. Dios es nues-
tro primer ansiolítico, y la aspiración a la ayuda mutua y a la reunificación
(“sinagoga”, Beit Hak-nesset, significa “casa de la asamblea”) se deja sentir allí
donde la ansiedad es más grande, donde las fuerzas centrífugas son más ame-
nazantes —jefes de tienda susceptibles y siempre descontentos, facciones in-
sumisas y subfacciones recelosas. Las tiranteces anarquizantes que agitan a las
sociedades del desierto propensas a los sentimientos violentos apelan, como
reacción, al Gran Federador capaz de recoser un tejido humano más expuesto
que en otros sitios a las rasgaduras, incluso a la dislocación tribal. Un observador
sagaz de las microsociedades de la Arabia anterior al petróleo, a comienzos del
siglo XX, subrayó que la islamización de los beduinos, “los más miserables y
los más orgullosos de los hombres”, interviene en el momento en que se rela-
jan los lazos de la tribu. “Las fuerzas religiosas hacen su aparición en un mun-
do en descomposición. Actúan por sustitución.”1 Es el inmemorial doy para
que me des de las relaciones patronales (“yo Te soy fiel y a cambio Tú me pro-
teges”). El Dios-Uno sería entonces el último recurso contra una disgregación
interna. Y su unicidad proclamada una manera de proclamarse como único e
inasimilable por las potencias en juego. Nuestros Dioses no son compatibles;
no intenten anexarnos.
1 Robert Montagne, La civilisation du désert. Nomades d’Orient et d’Afrique, París, Hachette, ,
p. .
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El modelo pastoril
dras preciosas y perlas” (Ap , ). Nada de engatusadoras en las arenas, ni de
monerías. Ahí se está a cubierto de las seducciones, entregado a la sola gloria
del Dios Inmortal. Como por una inversión del negro al blanco, el Profeta
exalta la ascesis desconfiando de la leche y de la miel, de ese Canaán hacia el
cual se acerca. No sin premonición, puesto que los altos demasiado largos echan
a perder esa fe. Cuando el itinerante se lo toma con calma y comodidad, su
elección deja de funcionar.
Yahvé eligió a Abel porque son de la misma raza, pastores uno y otro. Las
zonas de tránsito tienen a sus ojos prioridad sobre las tierras de cultivo. Cada
pueblo crea dioses a su imagen. Un pueblo de buenos conversadores se da un
Olimpo elocuente y discutidor. Un pueblo de pastores se da como instrumento
de cohesión y de independencia a un gran pastor celestial, relevado abajo por
pastores de carne y hueso, profetas o monarcas, Moisés y David. La metáfo-
ra pastoril de los poderes supremos era corriente en las sociedades antiguas
de la región, Egipto y Asiria. El pueblo hebreo parece haber hecho sistema de la
metáfora, que es adecuada para pastores de pequeños rebaños. Dios es el pas-
tor de su pueblo. Tiene por misión reunirlos, impedir la dispersión del rebaño.
Ha prometido forraje a sus ovejas (la Tierra Santa) pero el redil viene después
del rebaño, al que debe primero guiar y salvar, velando por su alimentación y su
seguridad, con una compasión puntillosa. Yahvé es al hombre lo que el hom-
bre a sus animales, en una relación de condescendiente dominación. Él tiene
toda la autoridad pero no debe abusar de ella. Los bueyes y los asnos deben
beneficiarse de una jornada de descanso a la semana, no se puede sacrificar a
una cabra el mismo día que a su cría, y hay que ayudar a levantarse a un animal
caído bajo el peso de su carga. Al hebreo no le gusta la caza y no toleraría por
cierto, como sí lo hacen los católicos, las corridas de toros. Dios eligió a Moisés
en un acto de bondad, cuando lo vio llevar sobre su lomo a un pequeño corde-
ro despistado, debilitado por la sed.“Como mostraste compasión por un miem-
bro de tu rebaño, conducirás mi rebaño, Israel.”
El abandono de la caza-recolección por la ganadería “data” la Revelación ins-
cribiéndola en las culturas materiales, en algún lugar entre la invención de la ce-
rámica y la del yugo para uncir animales de tiro. La domesticación del espacio
comenzó con la de las especies animales. El perro fue el primero (lo encontra-
mos en las sepulturas), en el Paleolítico superior, entre - y - . Esto
.
Transportación de un coloso sobre una plataforma, dibujo según un bajorrelieve de la tumba de Beni Ha-
ssan, Egipto.
.
más genio que el lugar. Esto produce un pasante que no termina nunca de pa-
sar, como Abraham o Moisés. Y con razón, puesto que si un pastor se queda
en un lugar acaba con la hierba; su rebaño debe desplazarse para no esterilizar
a la naturaleza y la sequía empuja más aún a la migración. Conducir el ganado
sobre largos recorridos requiere animales de carga y de tiro. Es decir que el Su-
perpastor Dios debe disponer de piernas y patas en gran número. Tanto para
la subsistencia como para la guerra. La sandalia apunta en su impulso hacia la
bota del conquistador, porque cuando se tienen los medios de la movilidad se
poseen los de la expansión. Expansionismo rima con monoteísmo, entendi-
do como prosecución del nomadismo pastoril por medios ofensivos. El mapa de
las conquistas históricas en el primer milenio señala la expansión anónima y
constante de los caballeros nómadas al llano país de los labriegos. ¿Acaso el
destino del islam en sus comienzos no estuvo ligado al desplazamiento de los
mercaderes? Todos los avances monoteístas estuvieron en correspondencia,
cronológicamente, con las mudanzas de poblaciones en el Creciente Fértil. In-
vasiones de bárbaros, desplazamientos de tribus, deportaciones. Pese a su hie-
ratismo, o a causa de él, la cultura egipcia, producto de un imperio demasiado
estable ( siglos sin solución de continuidad), con defensas demasiado sóli-
das, donde el arquitecto Imhotep era adorado, no resultaba propicia, sobre su
suelo, para las líneas de fuga de la desesperación o de la nostalgia. Anaxágoras
decía: “El hombre piensa porque tiene una mano.” Agreguemos: y cree porque
tiene dos pies. Creer es ir. Si nuestras ciencias son hijas de la posición sedente,
nuestros místicos se engendran en la marcha. Nuestras guerras también.
Distinciones animales
H ay zuecos y pezuñas.* Están los nobles y los viles, los puros y los impu-
ros, los veloces y los lentos. Existe una jerarquía vehicular propia de las
sociedades pastoriles donde la escala de las movilidades animales dicta la es-
cala de las dignidades sociales y de los orgullos individuales. Es, por lo demás,
* Il y a sabot et sabot, donde “sabot” significa y alude a la vez a zuecos y pezuñas. [T.]
El camello tampoco recibe los honores del Antiguo Testamento, no obstante ser
más animalista que el Nuevo Testamento ( menciones contra ). Clasi-
ficado como animal impuro, no es citado más que una sola vez por el Penta-
teuco (con alusiones esporádicas, probablemente anacrónicas, en el Génesis), es
decir, no más que el gato sagrado egipcio, que merodea en los templos de los
falsos dioses. La razón es simple: los israelitas no tenían más que asnos a su
disposición, lo que les daba un radio de acción bastante limitado, impidién-
doles alejarse demasiado, en el Neguev, de los oasis ya señalados (enlistados
en Nm ). El asno o el onagro domesticado —équido salvaje e incómodo—
vincula al mundo bíblico con la antigua Sumeria (que no poseía camellos ni
caballos). “Abraham se levantó muy de mañana, enalbardó su asno y llevó con
.
* En francés es una frase hecha alusiva al tema del asno: Ne criez jamais haro sur le baudet, c’èst
un sacrilège; literalmente: “No griten nunca de indignación sobre el borrico.” [T.]
.
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.
Los desniveles fatigan, en efecto. Por eso el ciudadano no debe exagerar los
peligros del desierto. La última palabra, entre los beduinos, no la tiene el came-
llero ni el caballero. Más bien corresponde al tendajón que da a la calle, o a la
“comunidad internacional”. ¿Cómo resistir al brillo de las cascadas y de las ex-
tensiones de vegetación? Llega el día en que el famélico atraviesa el vado y se
integra el Imperio. Donde resuena el canto del gallo del otro lado del campa-
mento; donde los postes de las tiendas son sustituidos por vigas; donde el mu-
ro de ladrillo remplaza a la valla de caña en la entrada, para protegerse del frío.
Victoria del gallo sobre el halcón. El ganadero se instala. La secta deviene iglesia.
Caín abre su boutique. Dios llega a la ciudad. El obispo triunfa sobre el gyro-
vague,2 y el superior sobre el anacoreta. Después del bufón de Dios, el monas-
terio —institución paradójica puesto que su nombre deriva de “monje”, monos,
hombre solo. Como si el solitario, esté donde esté, debiera engendrar de buen
o mal grado una comunidad. Como si cada ascenso al silencio estuviera pre-
ñado de una campana. Al final del desierto una ciudad nueva. Desertum civitas
es el oxímoron inventado por san Jerónimo en su Vida de Antonio, para resu-
mir esta paradoja: la afluencia de los solitarios en un mismo refugio. Quien
dejó la ciudad hará tarde o temprano otra.
El establecimiento acá abajo no funciona sin algún renunciamiento. De mo-
do que podemos preguntarnos si el monoteísmo stricto sensu no es una apuesta
imposible, por el solo hecho de que nadie deambula indefinidamente en las so-
ledades. No se puede caminar toda la vida en la luz; lo ilimitado tiene límites. O
más bien podemos preguntarnos si el monoteísmo es viable con el tiempo, si
un día de éstos no debe integrar en mayor o menor medida a su enemigo poli-
teísta —desde el más católico hasta el menos wahabita. Si la ida y vuelta, o la co-
habitación entre estepa y valle, no conforman un sistema coherente pese a las
dificultades; la subsistencia obliga. Porque la ciudad sigue siendo el pivote de
los criadores, que deben hacer pasar por ella a las bestias, los hombres y los
bienes. Soñar es imaginar un desierto en estado puro, un pastorado viable y au-
tosuficiente, sin una vida agrícola y urbana que le sirva a la vez de desembo-
cadura y de contención. A lomo de camello o a caballo, los nómadas tienen
.
Entre otras explicaciones no olvidemos ésta: los ribereños del Éufrates cons-
truían con ladrillos, y los del Nilo con piedra. Ya desde ese tiempo los zigurats
(nuestra Torre de Babel) se desmoronaban bajo las alternancias de la lluvia y
del Sol, y era necesario que un poder político las reconstruyera periódica-
mente. Las pirámides pueden mantenerse en pie, con o sin faraón; y su perfil
.
destaca siempre mejor en los carteles de las agencias de viajes, mientras nues-
tra “movilismo” tenga necesidad de formas testigo extrañas y que no se muevan.
Los fondos documentales de las arenas se agotan en el horizonte de nuestras
aglomeraciones, a medida que camelleros y caravaneros se desvanecen de la vis-
ta y el atractivo de lo inalterado crece mientras nuestros propios archivos se
volatilizan. Archivistas e investigadores privilegian al Alto Egipto, donde los ves-
tigios han resistido mejor que en el Delta, patrimonialmente desfavorecido
por el exceso de aluviones. Revancha póstuma de la sequía sobre la humedad.
Las palmeras hacen la vida más bella; las espinas la hacen más larga.
Las floraciones de signos y de formas que alegran la corteza terrestre, de es-
te a oeste, pueden ser vistas bajo el ángulo del “transmitir”, como otras tantas
ofertas de sentido, de placer y de sueños sometidas a los tribunales de la poste-
ridad. Ésta no recuerda al que dice mejor sino al más resistente. Esta resistencia
depende más que lo que se cree de la resistencia de los materiales. Los conquis-
tadores que incendiaban las ciudades de Asiria les rendían sin saberlo un gran
servicio, porque el fuego coció y endureció las tablillas de arcilla, convertidas en
materiales de reuso para la reconstrucción de nuevos templos y palacios, con gran
felicidad de los arqueólogos, quienes, de ese modo, están mejor documentados
sobre los periodos de guerra entre los dos ríos que sobre los periodos de paz, en
que los escribas ponían poco a poco sus tablillas en los archivos, donde se des-
compusieron lentamente. Pero el fuego y el pillaje fueron fatales para los papiros,
que aligeraron los archivos fragilizándolos. Y además, al final, con esta otra para-
doja: el historiador de hoy está mejor documentado sobre la Babilonia del siglo
XX antes de Cristo que sobre la del siglo III después de Cristo, cuando el papiro
había ya remplazado a la arcilla como soporte de las inscripciones.
En este darwinismo de la memoria, el clima árido confiere preciosas ven-
tajas comparativas a los elegidos por la posteridad (la cual puede en todo mo-
mento destituir a un laureado que deje de agradarlo). Pensemos en las otras
avanzadas espirituales, en otras latitudes, que a falta de algo mejor tuvieron
que confiar en los oles —las hojas de palmeras desecadas y apomazadas que
recogieron, en el sur de la India, las escrituras védicas y luego las búdicas. Es
un material excesivamente sensible a la humedad y a los insectos. La India del
norte y Rusia, países de bosques, utilizaron la corteza del abedul, que no re-
sultó mejor. Pocos documentos nos han llegado intactos.
El hinduismo proscribió, para sus textos sagrados, todo soporte de origen ani-
mal. Rechazo que lo honra pero que fue en última instancia contraproducente.
Los hindúes, que respetaban demasiado a sus animales domésticos para comer
su carne y después desecar su piel al sol (de donde vienen la vitela y los hermo-
sos pergaminos) asumieron serios riesgos para el porvenir. Si la Europa medie-
val hubiera sido vegetariana, el pensamiento de la Antigüedad se nos habría
escapado en gran medida y no habría habido humanidades, ni siquiera huma-
nismo. Porque en nuestros dominios, donde no se escondían dentro de vasi-
jas en el fondo de las grutas, como los rollos del Mar Muerto o los códigos de
Nag Hammadi, el papiro no es el soporte idóneo, a causa de la humedad. Se
deshilacha (aunque menos que el cuero). Los textos grecorromanos que han
llegado hasta nosotros son los que pudieron ser trasladados a tiempo de pa-
piros a pergaminos (la piel de becerro o de borrego es cara pero es un mate-
rial fiable, que “dura” más que el vegetal).
Los trópicos, cuyos museos son tan precarios —pensemos en nuestras An-
tillas—, tienen dificultades con los graneros, y no sólo porque sean por tem-
peramento más cigarra que hormiga. Molestia higrométrica agravada por los
ciclones, que hacen tabla rasa de los vestigios, ya sean de madera o de adobe,
estación tras estación. Y lo que vale para los sustratos vale también para los tex-
tos. Milagro de la desecación. Del estilo seco Valéry observaba que “atraviesa
el tiempo como una momia incorruptible”. Las prosas lacrimógenas o desleídas
terminan por enmohecerse en el espacio de una generación, pero no se sabe
más que después. Como, en las ciudades balnearias, las fachadas que dan al mar,
que se resquebrajan y se desmoronan mientras sus émulos en las zonas altas
están todavía en buen estado. Recordemos el consejo dado a Prometeo: evitar
los climas tropicales; mucho mantenimiento y poca conservación.
Todas las colectividades humanas poseen su memoria; algunas extraen de ella
una historia: muy pocas consiguen, interesando a sus vecinas, hacer la Historia.
Para salirse del redil “dejar una huella” no resulta suficiente. Hacer una incisión
en un soporte sí. Se comienza por allí. El depósito de archivos. Pero para hacer
de un depósito un trampolín es necesario reactivarlo de generación en gene-
ración por medio de una enseñanza y de rituales, astucias indispensables a fin
de hacerlo remontar la pendiente de la nada. Es el empalme de un alma colec-
tiva (expresión de un cuerpo transindividual) a un patrimonio de rastros que
.
El despegue
alfabético
La civilización, o al menos la historia
de la humanidad, reposa sobre el papiro.
,
.
.
Los soportes de lo escrito, de arriba a abajo: arcilla, papiro, cera, pergamino, pa-
peles, silicio.
Decir y leer
.
.
.
.
el cual parece impulsado por la ley del menor esfuerzo (hacer menos y tener
más). En materia de notación ocurrió como en las demás áreas: el hombre co-
menzó por el sistema pictográfico o ideográfico y después siguió el silábico;
es decir, empezó desde lo más complicado antes de llegar al alfabeto. La des-
composición de una lengua en sus sonidos más simples, seguida de (o prece-
dida por) la invención de un sistema de marcas discretas y en pequeño número,
que representan visualmente esos sonidos o fonemas, demandó más de un mi-
lenio. Desde los confines egipcios hasta la Siria del norte hubo múltiples es-
crituras alfabéticas. Sin contar las tentativas previas que fueron las escrituras
protosemíticas, difíciles de descifrar. La medida de economía más promisoria
( signos) era la que utilizaba la escritura cuneiforme —y es ilustrada por
Ugarit, hoy Robert Ras Shamra, en Siria, hacia a.C., antes de desaparecer de
modo repentino, en a.C., con la invasión de los “pueblos del mar”. A este
sistema recurrieron después las lenguas semíticas —y no sólo ellas, puesto que
el hitita, lengua indoeuropea, se escribía también en el sistema cuneiforme.
Hay allí una aptitud para el cruza-
miento de la que carece la lengua ha-
blada. Porque una escritura puede
aplicarse a la notación de una lengua
diferente de aquella para la que fue
compuesta: el fenicio, el griego, el la-
hacia hacia hacia hacia hacia tín, el turco o el vietnamita. Un Dios
– – – – –
literalizado deviene traducible y ex-
Evolución de los signos cuneiformes “buey” y “mu-
jer”: del pictograma al signo abstracto en forma
portable. En estado de viajero. Y uni-
de clavo. versal en potencia.
En el curso de estas intervencio-
nes, cada código se vuelve la materia de uno siguiente aún más formal. Para
mejor sacar a luz lo que es se libera cada vez más de lo que parece; y lo englo-
bante de un periodo es lo englobado en el siguiente. Segmentación arbitraria
de la cadena hablada, la escritura alfabética se aleja mucho más de la palabra
viviente que el ideograma o el pictograma —que siguen siendo en lo esencial
escrituras de cosas y no de sonidos. Ahora bien, es por el grado de separación
entre la cosa y su notación con el que se mide la productividad de un código.
Cuanto más abstracto más simple, y cuanto más simple más englobante (nada
Jeroglífico a dinastía a dinastía a dinastía a dinastía época romana
.
* Saute-mouton, juego donde los participantes saltan alternadamente uno por encima de otro,
el “carnero”, que se mantiene agachado. [T.]
.
Siglo VI a.C.
Siglo VII a.C.
Siglo X a.C.
Siglo XIV a.C.
.
pegado por su propia savia, alisado con piedra pómez y cortado en rectángulos,
el papiro permite escribir con tinta, siguiendo un ductus aligerado, con curvas y
rectas. Permite asimismo formar rollos con las hojas unidas por sus bordes. Aun-
que degradable por la humedad e impropio para el plegado (que será la virtud
del pergamino), en un clima seco el archivo de papiro realizó con éxito sus
viajes en el espacio (hasta Dura-Europos en Siria) y en el tiempo (los textos fune-
rarios egipcios), mucho mejor que las tablillas de madera o de cera. El papiro
reinó casi cuatro mil años, desde el Imperio medio egipcio hasta la Edad Media
europea (el último documento fue una bula pontificia del siglo XI), pasando
por el Imperio romano (después de la anexión de Egipto) y por el islam. Pero es
en la cultura hebraica donde el rollo de papiro cobra todo su valor simbólico.
Puede desenrollarse al infinito, en movimiento continuo, símbolo de inacaba-
miento pero también de perpetua repetición (mientras que el códice romano,
por su misma forma, rígida y cuadrada, valoriza el límite y la clausura). El Im-
perio lacónico del limes, que resume su pensamiento en máximas y apotegmas,
gusta de los ángulos rectos. El pueblo del desierto que diserta desenrolla su tie-
rra y su texto hasta perderlos de vista, hasta nunca acabar. Occidente tiene sus
rectas, Oriente sus volutas…
.
Materia prima
Soportes
e instrumentos
cálamo
Sumeria, a.C.
rollo (volumen…)
tablilla
arcilla… papiro…
China, siglo III a.C.; mundo árabe, siglo VIII; Europa, siglo XIII
Europa, siglo I
pluma
matriz y punzón
códice
pergamino… papel…
.
MAR NEGRO
Ankara
• Bogazköy / Hattusha URARTU
MAR
CASPIO
ANATOLIA Tushpa
•
Nínive
Alep ••Nimrud Teherán
Ebla
CHIPRE •
•Ungarit
Assura •
•Sidón
Biblos • Mari • Behistun
MAR MEDITERRÁNEO • Damas •Palmira
Bagdad
Babilonia • •
Suse
Jerusalén • Uruk Pasargades
ARABIA Persépolis
Golfo
Pérsico
0 100
Tell al-Amarna
200 300 km
•
Difusión de la escritura cuneiforme desde el tercer hasta el primer milenio antes de Cristo (según L’aven-
ture des écritures, Biblioteca Nacional de Francia, ).
contables. Ahora bien, las escrituras hebraicas conservadas invierten las propor-
ciones. Sin duda los persas se reservaban la contabilidad y los impuestos, de-
jando la poesía a los pueblos satelizados. En cuanto al templo de antes del Exilio,
ardió junto con sus archivos. El templo era el banco nacional y el primer pro-
pietario de tierras, junto con el Rey. ¿Será por eso que tenemos tantos mitos y
genealogías y tan pocos contratos? Como si la preocupación primordial no fue-
ra ya la satisfacción de las necesidades de la economía y de la administración. No
podemos más que distinguir en esto una transferencia pirata de tecnología,
utilizada con otros fines que aquellos para los cuales fue confeccionada. El mono-
teísmo es una magnífica cacería furtiva (en el sentido que Michel de Certeau da
a la expresión en sus Arts de faire). O un caso singular de un fenómeno general
al que le esperaba un mejor porvenir: el desvío de la herramienta. Nos recuerda
que una herramienta no tiene una función preasignada. La “lógica del uso”
puede desviar en cualquier momento su trayectoria, incluso hacerla virar en con-
tra de sus promotores. Las repercusiones de esta manipulación, las fecundidades
de este descomedimiento dan por lo demás a la historia de las técnicas, materia-
les e intelectuales (si es posible distinguir entre ambas), una impronta barroca
.
nómada escapa al dominio del poder central, punto de convergencia de las ri-
quezas y que se sirve de la escritura para drenar mejor la plusvalía territorial.
Tienen necesidad de la escritura aquellos que poseen reservas que compatibili-
zar, cargas de trabajo que distribuir para mantener los canales en buen estado,
prisioneros y botines que repartir: es decir, los amos del excedente, que tienen
control sobre las aguas y los graneros. Lévi-Strauss nos lo recuerda, en un con-
texto completamente distinto: “La escritura no nos parece asociada, de modo
permanente, más que a sociedades que están fundadas sobre la explotación
del hombre por el hombre.” Su desarrollo supone y reactiva la acentuación de
las divisiones internas en el grupo.
Una sociedad nómada las tiene en menor medida. Cuestión de posición, en
primer lugar. Un hombre que escribe no es viator. Aquél está de pie, éste senta-
do. Observemos al Escriba en cuclillas en el mismo suelo. Roca caliza pintada,
ojos de cuarzo. Obra maestra del antiguo Imperio egipcio que se contempla en
el Louvre. El primer empleado escribiente del que se haya conservado un sosias
vívido (hacia a.C.) en posición de sastre. El artesano burócrata, que to-
maba notas al dictado, levanta la cabeza. Está en calma, protegido, a gusto. Es
un hombre en reposo y gordo, sin prisa, que tiene una buena situación y que
no teme al porvenir. La escritura no está hecha para las bandas errantes, para
los inestables carentes de bienes. Es para la pequeña propiedad, de la labranza
programada. Surco de líneas, página en minicampo (pagina viene de pagus),
cálamo en reja de arado. Cultura: lo que queda de la agricultura cuando la co-
secha está en el granero. Tecnología de imperio, lujo de ricos. Hecha para conta-
bilizar las medidas del grano, las cabezas de ganado, y transmitir las órdenes
del gran Rey.
.
factor de cohesión para una banda de “habiru”, como se llamaba a las bandas
turbulentas y de mala reputación procedentes del Medio Oriente. La historia
de las mnemotecnias es una sucesión de subversiones políticas y sociales.
Detalle de El escriba en cuclillas, pintura en roca calcárea, Saqqara. Museo del Louvre, París.
forman una tribu aparte asignada al servicio del culto, no una casta por enci-
ma de toda clase, enaltecida por sus arcanos. La simplificación alfabética pone
los misterios al alcance y ubica a todos los observantes en pie de igualdad. Trein-
ta o signos, en lugar de o , es algo que toda la tribu puede aprender
y no sólo una élite, o un clero. Se calcula en uno por ciento de la población el
número de los egipcios que sabían escribir en tiempos de los faraones. ¿Qué
cambió el alfabeto en la economía de lo divino? Transforma una sacralidad eso-
térica en servicio público. Un “refugio” social umbroso en un culto a cielo abier-
to. La linearización y la estandarización de los caracteres dispensan al pueblo
hebreo de tener que dividirse entre clérigos instruidos en los secretos y laicos
de manos callosas; de allí viene el pueblo-sacerdote. Cada adulto varón puede
descifrar el depósito ancestral con sólo haber aprendido a leer, y por lo tanto a
orar. Es tanto como decir que un Dios literal (y no figurativo) acrecienta no-
tablemente las oportunidades de la inteligencia colectiva. Quien ignore la Es-
critura no es un ignorante sino un impío. El resultado, después de los tiempos
modernos: el pueblo más intelectualizado del planeta. Se puede ser buen cristia-
no y analfabeto (siempre que no se sea sordo ni ciego). Pero un judío analfa-
beto es un círculo cuadrado. Adorar, aquí, es estudiar, y estudiar es participar.
En hebreo, “sabiduría de Israel” y “estudios judíos” son términos vecinos. El mo-
noteísmo es por sí mismo educativo y está ligado a la escuela y a los aprendizajes
ascéticos. Ejercita el espíritu y sus cualidades en detrimento quizá de la vista y
del tacto, pero la vista es bastante perezosa y el tacto falla a menudo. Descifrar e
interpretar, más que contemplar o adivinar, favorece la gimnasia neuronal por-
que cuesta más retener una secuencia de signos que el trazo de un perfil, una
silueta de piedra o un tótem con plumas. Tal sería el primer círculo virtuoso de
la sujeción simbólica.
En segundo lugar, el escrito hace advenir “el concepto que ya no cambia y que
permanece eternamente idéntico a sí mismo” (Hegel). Permite pasar de lo cir-
cunstanciado a lo incondicionado y de lo particular a lo universal. “El soporte
material de este concepto eterno —concatena Kojève— es no ya el Hombre his-
tórico, ni siquiera el sabio, sino el libro que revela mediante el discurso (que
materializa bajo la forma de palabras impresas) su propio contenido.”4 Sólo un
.
El gusano en la fruta
5 Sigmund Freud, L’homme Moïse et la religion monothéiste, París, Gallimard, , p. [Moi-
sés y la religión monoteísta. Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, , vol. , p. ].
.
Desde que Dios es captado por la razón gráfica (Jack Goody), lo emocional es
expulsado de sus refugios íntimos y cae en la trampa de exponerse a la racio-
nalización y al consiguiente formulismo. Así como la revolución de la escri-
tura lleva en sus flancos una revolución epistemológica, una teografía está ya
preñada de una teología, y por consiguiente de una logomaquia. Con la intru-
sión de la razón enumeradora y clasificadora en el campo de lo recibido y de
lo salmodiado, el Dios comunitario de los cuentos, de las sagas y de los mitos
se apropia no sólo del camino de la dogmática, de la censura y del derecho ca-
nónico medieval, sino del de la disputa y las guerras universitarias. Por medio
del enfrentamiento de conceptos, interpretaciones y escuelas. Las categorías de
lo verdadero y de lo falso no surgieron de la comunicación oral. Ahora bien,
cuando las nociones (universales) de verdad y de error se encuentran con los
universos (localizados) de la creencia tradicional, las religiones devienen vio-
lentas y mortíferas. Un Dios asentado por escrito está ya a la defensiva y es por
lo tanto preventivamente belicoso.
A corto plazo, y mucho antes de que prospere la noción griega de teología,
con las prácticas irrazonables a las que incita un Dios por demostrar (y no al
que cantar, escandir o danzar), nuestro Dios Único no encontró sino ventajas,
psicológicas y simbólicas, al pasar del antiguo sistema de boca a oreja al de ma-
no-ojo. Para empezar ganó autoridad. Cuando predomina lo oral hasta en la
lectura silenciosa, lo que se encuentra escrito asume el aspecto de lo prescrito
y un valor legislativo. Un texto sagrado gana permaneciendo anónimo y no
reflexionando sobre él como texto; los libros sagrados no hablan de los libros (o
casi). Dios, única signatura aceptable, se expresa por la voz de sus profetas, após-
.
literal se compensa en esas plenitudes corporales. Toca a las liturgias, las infle-
xiones vibrantes venir a desplegar, a redesplegar en el espacio acústico, las elip-
sis de la compresión gráfica. Que llegan a encajonar al Infinito en cuatro conso-
nantes: el Tetragrama (YHWH), campeón de todas las categorías de lo abstracto.
Nada de clero, ni de dogma, ni de Inquisición en la sociedad oral. Producto
derivado de la normalización gráfica, “la tiranía de la letra” engendra finalmen-
te la de la interpretación, así como los monopolios clericales del comentario.
Es “el precio del progreso” mediológico: como quien no quiere la cosa el vector
sustituye con sus propios intereses el valor que se comprometió a servir. Es la
habitual inversión del sentido por su vehículo. Cada generación tecnológica (la
escritura, la imprenta, la electrónica, lo digital) se vuelve a encontrar en con-
flicto con esta subversión desde el interior, peor que el ataque frontal puesto
que es inesperado y por detrás. De allí el juego compensatorio de los antído-
tos. El vástago cristiano vendrá a tiempo para reequilibrar la letra mediante el
amor. Excrecencia judaica, esta planta de rocalla hará que las cosas se inclinen
en sentido contrario al Verbo, del lado de la Carne. Haciendo verdear lo árido,
feminizando la Ley. Vemos aquí una rectificación al pie de página, una instan-
cia de recurso contra un Dios escrito convertido, entre los fariseos, en un es-
critorzuelo.
La deflagración entorno/medio
.
.
en línea recta. Desde fines del cuarto milenio, según los arqueólogos, la rueda
y la escritura estaban disponibles. Quedaba por hacer de su reunión un siste-
ma de vida y de pensamiento. Todavía hay que estar en situación de tener que
salvar los muebles. Con la sensación de seguridad que les daban sus ríos-escudo,
protegidos del desierto, enceguecidos por su propia hegemonía, recargados de
centenares de templos, altares y capillas, ¿qué necesidad habrían tenido esas po-
blaciones innovadoras pero satisfechas de destrozar el confort adormecedor
de la inmovilidad? No fueron agarradas por el cuello, intimadas a irse y obligadas
a improvisar, para no perder todo, una caja pequeña para Dios. El baúl metáli-
co de reflejos dorados que se lleva sobre los hombros con dos garrochas y que
puede incluso ponerse sobre un carro arrastrado por bueyes. Este psicobjeto
nómada, obra maestra desconocida del mobiliario moderno, será el improba-
ble encuentro, en el activo de un Dios más esnob que sus predecesores, de lo
hecho sobre medida y de la ropa de confección.
Portátil pero
todavía casero
¡Jerusalén, si yo de ti me olvido,
que se seque mi diestra!
¡Mi lengua se me pegue al paladar
si de ti no me acuerdo,
si no alzo a Jerusalén
al colmo de mi gozo!
, -
.
vida.” Pero la ruta no vale nada sin la incitación a lanzarse a ella, sin un “vete
de aquí, piérdete para encontrarme”. ¿Cómo darnos más deseos de partir que
mediante una Promesa? A Abraham: “Te he dado todo lo que va del Nilo al
Éufrates.” Después de la zanahoria, la patada en el trasero: “Anda en mi presen-
cia y sé perfecto” (Gn , ). El sentido no habitará ya lo que quedó atrás sino el
porvenir, colectivo con Yahvé, personal con Jesús. En los dos casos, Aquel que
nos hace marchar comienza por hacernos esperar. Advirtiéndonos que re-
cordemos sus dichos por donde vayamos. Sin zanjar la cuestión del huevo y la
gallina, si los medios de la movilidad precipitaron su advenimiento, o si su
advenimiento precipitó su aparición, tomemos nota de que no hay peor ene-
migo de este Fuego fatuo que la mentalidad cerrada.
Lo que una innovación técnica se propone hacer (lo hemos visto con internet o
el teléfono portátil) nos oculta lo que está permitido indirectamente hacer
con ella, que no es visible a la primera. Así, nos jactamos de la escritura como
algo que conserva la memoria sin ver que impulsa a la rueda. Pero las dos se
engranan. Una vez fijados los mitos fundacionales, una creencia colectiva pue-
de dejar de ser una asignación de residencia. El culto en el sitio propio no es obli-
gatorio. Diáspora no es dilución. Y de hecho, después del fin de los Reinos, las
diásporas judaicas en Mesopotamia, en Palestina, en Egipto, no interrumpieron
la transmisión, sino más bien al contrario. En régimen de oralidad, las mitologías
habían asociado con soportes fijos, estelas o estatuas, bosquejos de recitación
cambiantes, cada una de cuyas versiones estaba grávida de una variante. Henos
pues aquí, una vez decantado el Libro, con un
canon ne varietur, duplicado por un soporte
móvil, pequeño cilindro de piel grabada,
transfigurable en “árbol de la vida” y “pilar
del mundo”. Lo que permite virtualizar el te-
rritorio —sin aminorar el sentimiento de
pertenencia. El escrito rebaja el costo polí-
tico-simbólico de la movilidad.
“Así de numerosas como son tus ciuda-
Rollo de Esther, imperio otomano, siglo des, ¡oh Judá!, son tus dioses.” La impreca-
XIX. Museo de Arte y de Historia del Ju-
daísmo, París. ción de Jeremías habría podido dirigirse a la
El carromato de Dios
.
.
“que no tenían armazón por debajo sino tablas de tanto en tanto, como los
nuestros para transportar madera”.1 El descubrimiento de los frescos de Dura
Europos confirmó después sus palabras, que por cierto eran rumores.
Este objeto nómada no se convertiría por capricho en un objeto de culto. Pe-
queña causa, gran efecto. El carromato de Dios ha variado en sus representa-
ciones (los que lo pintaron no lo habían visto verdaderamente). No servía en
principio más que para transportar rollos de cuero, material pastoral si lo hay,
protegidos por un estuche, sustitutos de las tablillas originales. A la larga no se
tiene ya ese cuidado. El soporte es tan natural para el mensaje que este último
no requiere tal custodia. Noé embarca a toda la Creación sobre su arca pero
olvida las semillas de los árboles con los cuales construyó su arca. Nosotros
hacemos lo mismo con la Ley. Glosamos desde hace tres mil años el Decálogo
olvidando este detalle: el hecho de que Moisés pudiera llevar a cuestas “las dos
Tablas del testimonio, Tablas de piedra escritas por el dedo de Dios”, al descen-
der de nuevo al campo de base. Y quebrarlas motu proprio frente al becerro de
oro construido por Aarón. Rehará un duplicado, se nos asegura, de su propia
mano. Magnificadas por la leyenda, esas Tablas debían ser en realidad tablillas de
arcilla bastante comunes, de tipo sumerio. Si hubieran sido semejantes a la este-
la de Hammurabi, la Ley de Babilonia, que pesa cuatro toneladas y mide . m
de altura, Moisés habría escalado la montaña en vano. Habría tenido que de-
jar la Ley allá arriba.
El cuidado del detalle aparece desde las primeras palabras del Todopoderoso
en el Sinaí. No es un intelectual sino un ejecutivo. Nada que ver con esos grafó-
manos iluminados que nos ofrecen, cuando estamos de viaje lejos de nuestras
bases, sus obras completas en doce libros en cuarto, encuadernados, sin impor-
tarles cómo vamos a poder llevar todos esos kilos de más. Yahvé pone la carta
en un sobre. Piensa con criterio postal. Porque redactar no sirve de nada si uno
no lo entrega al destinatario y en sus propias manos (lo más difícil). Dema-
siado hemos conocido esos contenidos sin continente, esos valores sin vecto-
res. El Éxodo (segundo Libro del Pentateuco, que es su corazón) no deja a este
respecto nada en las sombras. Se puede dividir en tres partes casi iguales. La pri-
1 “L’écriture et le livre d’aprés les écrits de Rachid”, en Le livre et l’historien, París, Droz, , p. .
mera cuenta cómo Yahvé se las arregló para hacer salir a los hebreos de Egipto
e instalarse en el desierto, al pie del cañón (-); la segunda, lo que Yahvé te-
nía que decir a Moisés en lo alto del Sinaí, la lista de los mandamientos, pro-
hibiciones y permisos, o las Tablas de la Ley (-); la tercera, qué hacer con esas
Tablas de piedra, dónde meterlas y cómo transportarlas (-). Yahvé es un lo-
gístico cuidadoso, casi obsesivo (Dios es virgen). A sus ojos, el porte importa tan-
to como el bulto. Gracias a lo cual Moisés puede volver a descender entre los
suyos debidamente equipado. Dador de órdenes, maestro de obras, Yahvé se di-
rigió a él como a un ebanista, un tejedor, o un carrocero, “metro” en mano (co-
mo lo hizo con Noé, antes del Diluvio). Le suministró un detallado plan de cons-
trucción del baúl (madera de acacia, longitud de dos codos y medio, altura y
ancho de un codo y medio, anillos de oro aquí, barras allá, etc.); después, de su
Tapa, llamada entre nosotros Propiciatorio, en hebreo kapporet (del acadio ka-
paru, recubrir); finalmente, de la Morada donde meter todo, a saber, diez pa-
ños de lino fino retorcido, de codos de longitud, cuatro de ancho, etc. (Todo
se menciona: cordones, broches, ganchos, motivos.) Y enseguida, un refuerzo
aconsejado con tablas, más la disposición de puertas, cortinas, candelabros, ho-
rarios y puntos cardinales. A cada menudencia su lugar. Cincuenta páginas (en
la edición de la Pléiade). Ningún folleto instructivo para el montaje en un kit
.
con angarillas
sobre trineo
querubines
sobre ruedas
propiciatorio
corniche
barra
anillo
.
puesto que encuentra madera para tallar o arcilla para modelar? Es el presen-
timiento de Moisés cuando llega al Jordán y el pueblo percibe sobre la otra ri-
bera “una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares que manan
en los valles y en las montañas, tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y
granados” (Dt , ). Él sabe que el agua fácil, el equivalente en el desierto del di-
nero fácil en la ciudad, va a poner a su Dios en peligro, y que con el estómago
lleno va a desaparecer el vacío esencial en provecho de los simulacros. Escu-
cha, Israel:
Elogio de la canasta
.
Ir a lo esencial y decir todo en pocas palabras seguirá siendo la táctica por ex-
celencia del Dios de Occidente. Él corta lo superfluo. Es su marca de fábrica,
que podrá incluso precipitar la aparición de las ciencias físico-matemáticas en
el siglo XVII. En el gobierno de la naturaleza, por la vía
de las leyes físicas y matemáticas, Dios puede hacerse
amigo de los sabios y de los racionalistas, a los que fa-
cilita el trabajo consistente en alojar muchos fenóme-
nos en unas pocas fórmulas de álgebra ultrabreves.
Trabaja con economía y se atiene a lo estrictamente necesa-
rio (ex paucis, tam multa, dirá Leibniz). La parsimonia en las
explicaciones, consistente en deducir varias aplicaciones con-
cretas de un número muy reducido de principios abstractos,
no poseía nada que chocara a un Ser tan ahorrativo de su
presencia (hasta de su nombre, que no se debe pronunciar).
Economía de medios, colmo del orgullo. Y un buen cálculo. Fragmentos de al-
farería con inscrip-
Cuanto menos se gesticula mejor se transmite. Demasiado ciones (ostraca)
encontrados en
imbuido de sí mismo para condescender a la figuración, Masada. Universi-
Dios renuncia a lo sensible para poseer lo sensible. El genio dad de Jerusalén.
.
Sagrados encajonamientos
El me’il (manto)
o el nartiq (estuche)
El sofer
(Rollo de la Torá)
El arca
El tabernáculo
El templo de Herodes
El templo de Salomón
De lo centrífugo a lo centrípeto
.
5 Umberto Eco, “La ligne et le labyrinthe: les structures de la pensée latine”, en Civilisation la-
tine. Des temps anciens au monde moderne, Orban, .
.
como aspiraban a hacerlo los fariseos. Pero tan profundo era el anclaje al sue-
lo de lo profético que cuando Juan, en su Apocalipsis, ve descender a la nueva
Jerusalén de los cielos, es aun para colocarse sobre el sitio de la antigua.
Fundada en la época cananeica, a comienzos de la Edad de Bronce (hacia
-), “Rushalimum” aparece por primera vez en un texto egipcio de la XII
dinastía, hacia -. El Pentateuco menciona la aldea de Salem, no lejos del
monte Moriah, teatro supuesto del sacrificio legendario, asimilado al monte
del Templo. David expulsó a los antiguos ocupantes, permitiendo así a su hijo
Salomón levantar el Templo, o reasignar a su Dios el templo que ya se encon-
traba allí. ¿Con qué motivo? Para depositar el Arca de la Alianza. Las Tablas
de la Ley desaparecieron en el saqueo, de modo que el segundo templo, recons-
truido en el emplazamiento del primero, al perder su justificación original,
reveló su vocación esencial: dar el norte. Vertebrar un espacio de pertenencia
en torno a un punto de anclaje. Como no osaron rehacer un arca, rehicieron,
en sustitución, la kapporet, cubierta transformada en pedestal y depositada en
el Santo de los Santos como soporte para los ritos expiatorios del Kippur.6 Allí
donde los judíos se encontraran, en adelante, debían orar volviéndose hacia la
Ciudad “elegida por Dios para que se honre su nombre”, cuyo eje se superpo-
ne al Aron, el nicho tallado en el muro de la Sinagoga que da hacia la Ciudad,
donde se encuentra la Torá. Un espacio religioso no es euclidiano sino “ani-
sótropo”, provisto de gradientes, desde las altas presiones centrales hasta las
periferias. Esto no confiere las mismas propiedades afectivas a todas las zonas
(los metros cuadrados del Templo son más excitables y dolorosos que todo
el territorio de Gaza). La polaridad cosmos/caos, hábitat/inhabitado, caracte-
rizaba a la ecúmene pagana, que refunde al salvaje tras el limes. Pero la aptitud
para el viaje vuelve a lo desolado menos repulsivo, y al poblado menos atracti-
vo, puesto que en el desierto un Dios que hay que leer puede sentirse en su
casa. No obstante, todo ocurre como si el recinto agrícola acosara al pastor cual
una deuda. Como si el despegue monoteísta se contentara con un aterrizaje
más severo que el politeísmo autóctono, que asume de entrada la sonrisa de las
6 Véase Jean-Michel de Tarragon,“La Kapporet est-elle une fiction ou un élément du culte tardif?”,
La paradoja monoteísta
.
7 Rabino David Meyer, “Ni Terre promise ni Terre sainte”, Le Monde, de enero de .
.
Los reformadores europeos del siglo XVI se cuidaban como de la mala suerte
de ir a liberar el Santo Sepulcro. Los lugares de lectura de los reformados no
son loca sancta. Quien se alimenta de la Palabra tiene un poco menos de opor-
tunidades que otros de fetichizar esta o aquella colina, vestigio o pedregal. El
protestantismo sobrestima las palabras y subestima las piedras. Es su fuerza y
su debilidad. Ello engendra más filólogos que arqueólogos. Más ensayos de
hermenéutica que obras de excavación. La fetichización del signo (la sola Scrip-
tura) es normal; esta confesión de intelectuales le debe su singularidad. Cada
sistema de creencias santifica su lecho de nacimiento. Los evangelistas están
demasiado apegados a las palabras [mots] para idolatrar los túmulos [mo-
ttes], como si la exégesis los dispensara del folclor. Además, si el reformado va
a Jerusalén, cuyos recuerdos admira, es más como curioso de los “lugares de
memoria” que con un alma de desollado vivo. Él no ha tomado parte en la
Querella de los Lugares Santos. Ello no impide que luteranos, calvinistas y an-
glicanos tengan también en Jerusalén sus iglesias, garden tombs, institutos y
puestos de avanzada.
El síndrome
de Jerusalén
Templo y de las Mezquitas— merece ser mirada de cerca, no aunque sino por-
que no es ni bella a la vista ni fácil de entender. ¡Y qué difícil de pensar (como
todo rompecabezas que fuerce a pensar contra sí mismo)!
¿El monte donde Dios habita, sitio predestinado de la unidad y summum de
la partición, donde cámaras de video metidas bajo los techos mantienen en
la mira a los hijos de Abraham? ¿Un mensaje de amor universal cuyos adep-
tos funcionan con el odio hacia el vecino y el primo? No es posible contentarse
con moralizar. Allí donde se descubre a cielo abierto el rostro negro de un
Dios de luz, más vale dejar de lado el color y el sermoneo para afrontar lo real
—barreras metálicas, alambres de púas y terrazas fortificadas. Extraño: el des-
linde del Infinito. La residencia del Ilimitado convertida en paraíso del acordo-
namiento, donde la lucha por ocupar cada pulgada de terreno es una lucha de
cada minuto. Jerusalén: una ciudad donde no se habla con los demás, donde in-
cluso no se ve de un barrio a otro; donde la preocupación por la separación
entre los cuatro reductos en los que se reparte la ciudad (judío, cristiano, ar-
menio y musulmán) es lo más obsesivo. Si el Eterno se mantuviera por enci-
ma de sus tribus, la armonía reinaría entre quienes le elevan plegarias en las
iglesias, las mezquitas y el Muro de las Lamentaciones; y las devotas celebra-
ciones de la fraternidad de Abraham no
sonarían tan falsas. Todos los creyentes
podrían orar en su lengua pero lado a
lado y sin espiarse. Si el lugar fuera con-
forme a su concepto, no pertenecería a
nadie en particular sino que flotaría co-
mo un manto de gracia por encima de
los conflictos. Y prevalecería el estatus
supranacional de corpus separatum que
la Organización de las Naciones Unidas
concibió para la Ciudad Santa en
(resolución ). El sitio del santuario,
del que Elie Wiesel se permite observar
que “transforma milagrosamente a to-
do hombre en peregrino”, sería inapro-
Repartición de las zonas del Santo Sepulcro
piable, salvo para las Naciones Unidas. entre las comunidades cristianas.
.
.
reunir a una multitud es captar un público, vaciar un santuario por otro, es ter-
minar con un clero y sustituirlo por su rival. Todo nuevo fiel de una iglesia es in-
fiel a otra. Todo militante de una causa se vuelve enemigo de la causa adversa.
Las guerras de religión son las matanzas más sangrientas cuando amalgaman
ideas y hombres para constituir bloques de fe. No se pueden romper más que
.
con el asesinato beatificado.“¡Feliz quien agarre y estrelle contra la roca a tus pe-
queños!” (Sal , ).
9 Autocéfala: “que tiene su propia cabeza”. Una iglesia autónoma elige a su patriarca.
entre mitos, lugares y etnias celosas. Estas redes, que se yuxtaponen o se em-
brollan sin verse, no son ni intercambiables ni superponibles (y son ellas las
que son únicas, y no el Dios al que prestan su propia unicidad para justificar
la suya). Debemos felicitarnos de que “la comunidad internacional” pueda pro-
clamar un código moral de aplicación virtualmente universal (la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre), a condición de no olvidar que las nor-
mas del derecho son de poder unificador débil. Cuando el poder unificador
es fuerte se puede hablar de un lazo propiamente religioso, pero en ese caso
habrá puestos de aduana y líneas de frente, ideales (defensa de la ortodoxia) y
físicas (defensa del territorio). El monoteísta, como los demás, cede a las ma-
nías de la exclusión, que por otra parte condena (el intolerante es siempre el
otro). ¿Las geopolíticas de la fe no
señalan acaso, in fine, la sumisión
de la grey al pastoreo? Sin duda
es bello que el ser de una cultura
quiera persistir en su ser, los ojos
fijos en su cuna (o en lo que ella
ha decidido considerar tal), como
un deudor que desea honrar su
crédito y que no terminará nunca
de saldar una deuda inextinguible
a fuerza de peregrinajes, ofrendas y
una sobrepuja de promesas comu- Portal de acceso del sitio web B’Tselem (Centro Is-
raelí de Información para los Derechos del Hombre
nitarias (y esto más ferozmente en Israel).
en la medida en que se considera
uno mismo lejos del redil). Es her-
moso que la Ciudad santa, veces destruida, haya sido otras tantas veces re-
construida por sus hijos. Pero el Dios que se aloja allí parece bien sarcástico.
Cuando Él entreabre un rincón del planeta al viento del ancho mundo se diría
que es para, al día siguiente, cerrar mejor la puerta en las narices a todos los que
no reivindiquen de su tierra natal.
Estas fijaciones al suelo, estas demandas de exclusividad, con todo lo que tienen
de paranoicas y de persecutorias, habríamos deseado que testimoniaran una
.
La realpolitik de Dios
.
universal abstracto, pero ese motor sólo impulsa cosas, no gentes. Un cristiano
profesa que Dios no es comprensible sino por la mediación de la comunidad
que se ha reconocido históricamente en él. ¿No se debería revertir la propo-
sición? La comunidad judía se comprendía a sí misma por la mediación del
Eterno bíblico, cuya inexpugnable trascendencia le permitió forjar en la in-
manencia su personalidad colectiva. Por
eso la necesidad de un Dios Uno se
aviva en las desgracias. Es el último
talismán de los momentos y lugares
críticos —que se impone a las fronte-
ras o detrás de las líneas, en los días
siguientes a las catástrofes. Una ame-
naza de dispersión produce, por refle-
jo inmunitario, un reagrupamiento.
Inscripción griega que marca en el Templo el límite
del atrio de los gentiles. Museo de Arqueología, Es-
De ahí el tono manifiestamente polé-
tambul. mico de este Dios de autodefensa, en
la medida en que no importa qué no-
sotros se postule en oposición a un ellos. Ser judío no es profesar una doctri-
na sino compartir una cultura. “Decirse judío —observa Blanchetière— no es
confesar una fe personal sino declararse solidario de una comunidad.” Y por
consiguiente practicar los ritos, repetir los gestos capaces de deslindarnos del
vecino mucho más que nuestros pensamientos íntimos o que nuestras creen-
cias. “Más que las creencias, son los ritos los que tejen la red protectora de la
identidad judía. Los ritos trazan una línea divisoria (entre judíos y gentiles).
Establecen lazos entre todos los subgrupos. Y enlazando entre sí a las genera-
ciones perpetúan la identidad del grupo.”10
Victor Hugo: “Toda historia de pájaro acaba en un gato.” Un Dios levanta
el vuelo y tenemos un ejército, un Estado o una Iglesia… ¿La victoria del sig-
no sobre el suelo acabaría en su contrario? ¿Un Ser de fracturas encerrado en
y por su parroquia? Los buenos espíritus (desearíamos serlo) que quisieran
“hacer escapar a los Santos Lugares de las vicisitudes de lo político y de las
.
o de Sarcelles resulta hoy más judaizante que el sabra de Tel Aviv (de espíritu
más estrecho, también, y más intratable). Lo mismo ocurre con el fundamen-
talista musulmán, más virulento en Londres que en Riyad y en Nueva Jersey
que en Túnez. Si bien es cierto que uno se hace un yo arrancándoselo al Otro
—para el caso al faraón egipcio, al soberano seléucida, al déspota asirio—, no
es menos cierto que el Eterno no se equivocó al felicitar in petto a sus enemi-
gos y de paso hacer de Ciro el Persa un ungido del Señor, casi un David bis.
La realpolitik es a menudo una política de lo peor. Babilonia hizo a Sión por
rechazo —¿y sin el nazismo habría vuelto a nacer Israel? Vaciando los ojos de
su rey Sedecias, el innoble Nabucodonosor abriría los de sus súbditos, los es-
capados de la Ciudad incendiada. Verdi, finalmente, habría podido revisar su
libreto y terminar su canto de los esclavos con un “¡gracias, Nabuco!” Gracias
al agente provocador de Dios. Desagradable pero político. Político, por ende
desagradable.
Despliegue
.
1 Simon C. Mimouni, Le judéo-christianisme ancien. Essais historiques, París, Cerf, , p. .
.
.
¿Hay mucho trecho entre la histéresis (el retraso del encendido) y la histeria? His-
teria de conversión, dice el freudiano. Nachträglich. La eficacia simbólica está en
su mejor momento a posteriori. La tradición nos irrita como la influencia abusi-
va del pasado sobre el presente. Todas esas manos de muertos agarradas a los
vivos… Marx retomó ese lugar común en una frase a menudo citada: “La tra-
dición de todas las generaciones muertas gravita con un peso muy grande
sobre el cerebro de los vivos.” Se quejaba de ello, aunque haya debido su pro-
pia irradiación a la capacidad que tienen nuestros desaparecidos de desmulti-
plicarse y de sobremultiplicarse en espectros errantes (y el de Marx, que pesó
grandemente sobre el cerebro de marxistas y antimarxistas, aún no termina
de hacer de las suyas). “Así —añadía—, Lutero se puso la máscara del apóstol
Pablo.” Falta aquí lo esencial, que es la ida y vuelta de las cirugías plásticas, en
que tampoco los vivos cesan de tallar una y otra vez el rostro de los muertos.
Lutero reesculpe la silueta de Pablo antes de hacerse una máscara de él. Como
Pablo de Tarso remodeló a Jesús a su uso y semejanza. Y cuando nosotros
miramos hoy el rostro del Salvador ¿quién sabe si no divisamos al docto fa-
riseo convertido en cristiano?
“El hombre de los lobos no comprendió el coito sino en la época del sueño, a
los cuatro años, y no en la época en que lo observó, y el sueño confiere a la
observación del coito una eficacia a destiempo.” Tal como los recuerdos, para
tener sentido, deben decirse, y reorganizarse al decirse, las huellas mnésicas
que Jesús dejó tras de sí no podían transmitirse sin ser representadas de nuevo,
reinsertadas en el psicodrama colectivo y esculpidas en confirmaciones. Todo
aquí fue asunto de inteligencia. El acontecimiento Cristo se jugó en las cabe-
zas,“en el espíritu”. Se retoman los mismos materiales —Isaías, Malaquías, Oseas,
la Pascua— pero se “montan” como otros tantos anuncios o preparativos de
una consumación que acaba de tener lugar a espaldas de sus primeros bene-
ficiarios. La Resurrección fue sin duda una reparación psíquica e intelectual, un
golpe teatral interpretativo que “avaló” un cataclismo emotivo incomprensible
reintegrándolo al sistema de ecos de las Escrituras mediante la categoría ma-
tricial de Mesías, familiar a todos. La acusación de blasfemia formulada por los
grandes sacerdotes se convierte así en desenlace proclamado, el que Israel es-
peraba desde siempre. Lo herético fuera de la ley se reconvirtió en refundador
de la Ley. Y esta voltereta se efectúa al calor de la urgencia, en la febrilidad páni-
ca de los “últimos días”, como ocurre en tiempos de catástrofes (los macabeos,
Masada, Tito, la ocupación romana). Si la noche es larga es porque el Día J está
ahí.“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está muy próximo: convertíos
y creed en la Buena Nueva” (Mc , -). Discípulos y primeros testigos, tran-
sidos por la inminencia del fin del mundo, habrían entonces huido hacia un
pasado imaginario porque fue reordenado, refraseado, los traumatismos sin
rodeos que la realidad acababa de infligir a sus esperanzas. Los Evangelios, las
Epístolas y los Hechos no son sus sueños. Pero está permitido leer en ellos ab-
reacciones, descargas de escritura emocionales mediante las cuales se liberaban
del recuerdo de acontecimientos insoportables (la desbandada, el rechazo, la
acusación de charlatanismo). “Positivaron” el fracaso inmediato de una toma
de palabra excesivamente desfasada mediante una reinscripción tradicionalis-
ta de lo marginal incomprendido, después relegitimado por los archivos na-
cionales. Así neutralizaban el efecto devastador sobre los espíritus del primer
círculo. Hay siempre un intervalo más o menos largo entre el trauma y la abreac-
ción (es en y por el lenguaje como se efectúa este género de curas). Aquí los
plazos fueron más breves, con mucho, que para la odisea judía. El relato no
.
El efecto tradición
Q uien recorre los Hechos de los Apóstoles, el más antiguo documento so-
bre los orígenes del movimiento cristiano, verosímilmente redactado
o recogido por Lucas —médico de profesión nacido en Antioquía y compañe-
ro de Pablo— tiene la sensación de tomar un camino real. Sigue una línea recta
sin atolladeros ni bifurcaciones, que comienza con los adioses de Jesús al final
de su vida (reducida ésta a lo más breve, como una corta jornada de enseñanza)
y acaba con el arribo de Pablo a Roma, papa in partibus. La pequeña familia de
los comienzos se amplía bajo nuestros ojos hasta ser el pue-
blo de Dios, como brota y crece un grano hincado en
buena tierra. “¿Con qué compararemos el Reino de
Dios? Es como un grano de mostaza que, cuando se
siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier
semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sem-
brada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas
y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan
El más antiguo manuscrito de los Evangelios (primera mitad del siglo II): fragmen-
to del texto de Juan donde se relata la Pasión. John Rylands Library, Manchester.
nisme au er siècle”, en Théologie Historique, vol. , L’historiographie de l’Église des premiers siè-
cles, Beauchesne, .
.
3 Una buena descripción de este proceso histórico-teológico es la dada por Manuel de Dieguez
en Et l’homme créa son dieu, Fayard, .
4 Maurice Sachot, “Histoire d’un retournement et d’une subversion”, Revue d’Histoire des Re-
que la religio en el mundo romano no estaba separada del poder del Estado.
Y al mismo tiempo venía a deslegitimar el statu quo, ya que, al estar fundado
en una seudo-religio, el culto imperial no era en el fondo más que una supers-
tición más. Vertiginosa inversión de los signos de legitimidad por la cual una
secta facciosa y totalmente marginal presentaba nada menos que su candida-
tura a la dirección del Centro mundial. Es lo que se llama “un gesto osado”.
.
como testigos en el sentido judicial del término. Lucas no vio nada, pero sabe
por Pablo, que a su vez sabe de oídas. Marcos sabe por Pedro, que estaba ahí,
¿pero entonces, dónde ocurrió? Mateo copia al griego, al parecer, sus antiguas
notas en arameo. Juan ha entrado ya a una edad avanzada cuando toma su cá-
lamo. Todos ellos escriben para edificarnos, no —o no solamente— para ins-
truirnos. Para hacernos creer en ciertos signos, más probantes que otros —como
apologistas cabales, y no como falsos testigos. “Jesús realizó en presencia de
los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han
sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn , ). “Os he transmitido lo que
yo mismo he recibido” (Pablo, a los corintios). Nada de trampas. Cada uno se
reanima con el otro. Es la acción de la autosugestión (se hacen ilusiones jun-
tos, estimulándose a ello entre sí). En cuanto a las miradas exteriores, esencial-
mente romanas, sufren del defecto inverso: un prejuicio de hostilidad, con la
incomprensión tonta del conservador (salvemos el statu quo). En el paso del
primero al segundo siglo son desdeñosas y vagas. Dos líneas de Suetonio, diez
de Tácito, una página de Plinio, su carta a Trajano, más circunspecta.5 Henos
aquí ya en la rueda. En los pequeños círculos de convencidos, sobre el terreno,
demasiada empatía. Del lado de la burocracia imperial, demasiada antipatía.
Es un asunto de menesterosos, gruñones por añadidura. La inteliguentsia roma-
na no se ocupa de los pobres (los cuales tienen el deber de ocuparse de ella).
En suma, las piezas del “expediente” nos hacen saltar de un exceso a una falta
de connivencia. Entre el palurdo iluminado de los suburbios y el énarque* des-
preciativo de las prefecturas, no hay nada o casi nada. Flavio Josefo, con sus
Antigüedades judaicas, representa un intervalo más confiable, pero sus alusio-
nes a Jesús se consideran interpolaciones dudosas. Una vez no es costumbre;
el justo medio está ausente. No hay “libro blanco” posible.
Los Evangelios no ocultan que son memoriales personalizados o adoctrina-
mientos, no reportajes. Incipit de Lucas:
5 Hacemos referencia a Tácito, Anales, , , ; Suetonio, Vida de Claudio, , ; y Plinio el Jo-
.
Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han
verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el
principio fueron testigos oculares y servidores de la palabra, he decidido yo tam-
bién, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, es-
cribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las en-
señanzas que has recibido.
Esa enseñanza es un gran relato compuesto por cien pequeños relatos, repeti-
ciones de repeticiones, metaleyenda. La confidencia inflacionista susurrada al
oído anudó eslabón por eslabón una larga cadena de “se dice” —transmisión
exitosa. Cuando se sabe que “transmitir no es sólo comunicar y reproducir si-
no inventar y producir”, el ex post ante no tiene nada que no sea natural. ¿Qué
manuscrito puede atravesar siglos de anotaciones y de interpretaciones sin
convertirse en palimpsesto. ¿Sin rodar y crecer, bola de nieve, bola de fuego,
moldeada por los círculos que una y otra vez la absorbieron y que ella absor-
bió? El autor de L’invention du Christ, Genèse d’une religion resumió el recorrido
en tres momentos principales, uno por cada siglo. El medio judío, en el primer
siglo, construyó la figura del Mesías en arameo, con tanto más fervor cuanto
que la destrucción del Templo en el año le quitó su anclaje territorial (no
dejándole sino el entintado talmúdico del papiro).* Después de lo cual el me-
dio helénico (es decir, sobre todo los judíos helenizados de Antioquía y de
Alejandría) hizo de la figura de Cristo, en el siglo siguiente, el maestro de una
escuela filosófica en condiciones de rivalizar con las demás, una doctrina de
verdad, sobre el modelo de la scholè (de este periodo data la palabra cristianis-
mo, como platonismo o estoicismo). Enseguida, tercer reciclaje, el medio ro-
mano hizo de esta sabiduría que habría que enseñar una religión que había que
instituir, sobre el modelo jurídico político de la civitas. Jerusalén: este Jesús es
verdaderamente el Cristo. Atenas: este Cristo es un maestro de la verdad. Ro-
ma: este director de escuela es nuestro Dominus, el Emperador del Cielo y de
la Tierra. La salida de cada secuencia transformadora sirvió de preámbulo a la
siguiente.
* En la oración anterior se pierde el intraducible juego de palabras fonético entre dos términos
que suenan igual: ancrage —“anclaje”— y encrage —entintado. [T.]
.
Ad augusta per angusta [“A lo augusto por lo angosto”], hacia las realidades au-
gustas por puertas estrechas: la divisa inventada por Victor Hugo para la Com-
pañía de Jesús podría servir de moraleja a la historia del despliegue cristiano.
Una lección de estrategia. O cómo generar fuerza de las propias debilidades.
La doctrina en primer lugar. Todas las tradiciones de los Israeles concurrentes
trabajan en sentido contrario al movimiento que se busca. Y lo desgarran co-
mo partieron ya el rostro de Jesús, que tiene más de uno, visto de cerca. Hay en
Marcos un fariseo que “tan pronto llega el Shabbat va a enseñar a la sinagoga”;
hay en Juan un zelote que echa a los mercaderes del templo; hay un esenio en
Mateo que lanza su discurso sobre la montaña; sin olvidar al bautista que se
hace iniciar en el agua viva por Juan Bautista, justo antes del fin del mundo. Y
todo ello hace un excelente Mesías que van a poder compartir los adeptos de
esferas de influencia opuestas, en el seno de la Diáspora, interpretándolo cada
uno a su manera. Este perfil caleidoscópico habría podido enturbiar la recep-
ción mediante sus imbricaciones y mezclas. Pero el movimiento extrajo de sus
incoherencias un poder multiplicador, haciendo de cada versión del Cristo el
gancho de amarre a una esfera diferente. Se iniciaba así, in nuce, una excep-
cional capacidad de inculturación hacia todas las antípodas. La universalidad
del Dios transétnico procede en un comienzo mediante una adición de parti-
cularismos, sin exclusividad sectaria. Un rico y un pobre, un resistente en Ro-
ma y un colaboracionista, un helenizante y un judaizante, pueden encontrar en
él la horma de sus zapatos. Y beneficios a su gusto. Los duros y los flexibles; los
mojigatos y los casados, los francotiradores y los biempensantes. A toda fór-
mula de exclusión o de recomendación —“No toquéis cosa impura y yo os
acogeré” ( Co , )— se puede oponer otra de sentido contrario —“tened
todos en gran honor el matrimonio” (Hb , ). Si no quiero que mi hermana,
una joven viuda, se vuelva a casar, le daría a leer a san Pablo ( Co, ), pero si su
nuevo matrimonio me conviene le daría también a leer a san Pablo (ibidem).
De la nueva verdad cada uno tiene su parte y todos la tienen entera. Admira-
ble, el programa de Pablo: “ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre; ni hom-
bre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga , ). Por
pragmatismo, la abolición de las discriminaciones en Cristo, antes de la unifica-
ción autoritaria de las prácticas y de los dogmas por el Imperio cristiano (si-
glo IV), comenzó con la buena acogida a todos, sin a priori ni interdicciones.
.
Mega biblion, mega kakon, un gran libro es un gran mal. El opúsculo cristiano
condensa la vida y la muerte en cien páginas (la semilla contiene al árbol ente-
ro). Telegrafía evangélica. Serie de recitativos cortos y densos, fáciles de memori-
zar. La resonancia de lo poco. Lengua a la vez corriente e impactante.“Levántate.”
“Si la semilla no muere.” “Que vuestro sí sea sí.” Estos dichos conforman una
epidemia, y tal es el fin. Facilitación acústica de la memoria (la audición era el
sentido principal, antes que la liturgia se visualizara, hacia el siglo XII, después
de la muerte de san Bernardo). La parábola también es mnemotécnica. “Hacer
imagen” aporta un plus de sentido en un mínimo de palabras. El buen sama-
ritano, tirar la casa por la ventana, echar margaritas a los puercos, el obrero de
la undécima hora, las vírgenes imprudentes y las vírgenes sabias: todo esto
circula y crece como la buena historia que corre de boca en boca porque se re-
tiene fácilmente y valoriza a su narrador. Less is more. El epítome contrastaba
con la profusa pesadez de las tradiciones. “Estos mandamientos los enseñarás a
tus hijos y a los hijos de tus hijos.” mandamientos y prohibiciones, ver-
sión judía, se transmiten menos fácilmente que siete pecados capitales y tres
virtudes teologales.
Lo breve es raramente tierno. La elipse evangélica contrasta tanto con la po-
se del lapidario romano como con el laconismo vanidoso de la sententia latina
y con el aforismo cincelado y encorsetado. El estilo cristiano ablandó esta punta
seca. Mediante un intimismo cursivo y bonachón; nada que ver con el Catón
erguido, con el César estudiado. Aquí lo parsimonioso permanece fluido y de
buen humor. ¿La pasión del contacto y del impacto explica el instinto comu-
nicativo de lo abreviado, extensible al tratamiento de las reliquias (la pars pro
toto: el pequeño dedo del santo por el cuerpo entero)? Traducir, para un doc-
tor, es diluir; para un apóstol, contraer. El prosélito que debe circular y reclu-
tar más allá del círculo de los iniciados está profesionalmente entrenado para
hacer menos con más. Transmutación litúrgica de la galleta en hostia, de la tien-
da en tabernáculo, del miembro entero en exvoto, del panel pintado en tríptico
portátil, de la cruz en crucifijo, de la corona del cuello en rosario (pequeño su-
mario), de la profesión en símbolo de fe (la formulación breve del credo común
al conjunto de los cristianos), del camino de Jerusalén en laberinto, del nombre
completo en monograma (el crismón, X y P superpuestas) o en I.H.S. (Iesus
Hominum Salvator, Jesús Salvador de los Hombres). Del título integral en
.
El pez
Cada letra de la palabra ichtus (“pescado” en griego) es la primera de
los términos que designan el kerigma cristiano (la profesión de fe en
Jesucristo):
I X θ Υ Σ
I ji Th Y S
Iesus Christos Theo Yios Soter
Jesús Cristo de Dios el Hijo Salvador
Los hombres-cartas
R ecuperado el galileo para la buena causa por los suyos, judíos piadosos
y leales, ¿cómo ganar al mundo antiguo para este nuevo Dios, que ya no
es temor y estremecimiento, sino sonrisa y alusión? El primer pasaje, de Jesús
a “Cristo”, se ha desarrollado en un mano a mano con el Antiguo Testamento
mediante una serie de juegos de Escrituras. El segundo, de Jesucristo al
Imperio cristiano, exigió por añadidura un buen juego de piernas. Habiendo
fracasado la Misión del Maestro en tiempo real, hacían falta hombres adictos
para retomarla en diferido. El Espíritu Nuevo, nacido de un trabajo sobre la
Letra, daba nuevas cartas* que enviar y miles de kilómetros que recorrer.
.
tolomé). Hacia Anatolia (Andrés y Felipe). Hacia Babilonia (Judas y Simón). Ha-
cia Antioquía (Mateo). Hacia las ciudades jónicas, en Éfeso (Juan, el hermano
de Santiago). La fe ayuda a formar la cadena y la cadena forma la fe (debiendo el
destinatario de la carta reexpedirla espontáneamente). Los misioneros se enlazan
oralmente con Jesús como éste lo había hecho con la Torá. “No es sólo por las
ciudades y las villas sino también por las aldeas y los campos como se ha ex-
pandido el contagio de esta superstición”, confirmará Plinio en el año . Pe-
ro hasta el siglo II en materia religiosa el Imperio es tolerante, aun cuando haya
inquietud en las provincias, incontrolables e inquietantes vaivenes. La primera
gran peresecución de subversivos tendrá lugar mucho más tarde, en el año ,
durante el imperio de Decio.
Los desplazamientos están bastante bien documentados, especialmente en
los Hechos de los Apóstoles (Lucas mismo era un gran viajero). Siguen las vías
utilizadas por las legiones y los mercaderes, que vinculan los numerosos en-
claves judíos entre sí. La empresa apostólica puede verse como una oficina de
centralización y reexpedición de correspondencia destinada a hacer que se re-
conozca, tanto entre los viejos creyentes como entre los “temerosos de Dios”,
esos paganos simpatizantes de la causa judía, la mesianidad de Jesús. En una
época en que los signos se separan difícilmente de los cuerpos (el desalinea-
miento de las dos velocidades data apenas del telégrafo óptico) la expedición es
personal. El apostolos, el enviado de Dios, es también el apostoleus, aquel a quien
una comunidad envía lejos, como jefe de una expedición naval o como inten-
dente marítimo encargado del equipamiento de los navíos. Hay en esta pala-
bra una curiosa mezcla de almirante de la flota y de comisionado expedicio-
nario. Se hace a la mar lo mismo que al camino, para remolcar a su Iglesia, “la
barca de san Pedro”. “Bernabé tomó a Marcos y se embarcó para Chipre.” El
naufragio de Pablo y de su centurión en un bajío maltés mientras navegaban
rumbo a Italia se describe con toda precisión al final de los Hechos.
El códice angélico
F lexibilidad de las relaciones con los auditorios, ligereza del soporte de pro-
pagación. La high-tech de la época o el codex, el ancestro de los paralele-
.
6Yvonne Johannot, Tourner la page. Livre, rites et symboles, París, Jérôme Millon, , p. .
* Con “fuerza sostenida”, y también literalmente, con “volumen mantenido”, juego de palabras
alusivo al rollo o volumen antiguo. [T.]
.
Armonía entre el fin y los medios. Un Dios pobre en espíritu se dirige a los po-
bres en dinero y les llega por lo más económico. Tiene el espíritu de la infancia
y se sirve de un juguete. Está próximo a los gineceos y a la ginofilia, y adopta
el carnet de notas de la romanidad, que servía a las mujeres para escribir, con
.
* Aparato que permite medir la audiencia de las cadenas de televisión. Por extensión, la audien-
cia medida. [T.]
.
El cuerpo
mediador
Fuera de la Iglesia no hay salvación.
.
Que la Nueva Alianza haya querido estar presente en todos y en todas, no sólo
en Judea y Samaria sino “hasta en los confines de la Tierra” (Hch , ), es algo que
hemos comprendido bien. Pero ¿por qué entonces mediante un personal espe-
cializado? Buscar una respuesta obliga a reingresar en una zona de sombra don-
de no cesamos de afanarnos desde hace dos mil años y que no se termina en
los claustros, mitras y báculos de un clero particular. La metamorfosis de un
movimiento en establecimiento se ha reproducido bastantes veces, desde el inicial
arranque cristiano, para sustraer la cuestión a la fusión del reflejo “clerical/an-
ticlerical”. Ideologías de masa nos han mostrado después que transmutar el
oro en plomo es algo que no está reservado a las burocracias divinas. La
expresión famosa de Alfred Loisy (“se esperaba al Cristo y llegó la Iglesia”) se
rechaza en más de un registro. Comunista: se esperaba al proletariado y llegó
el Partido. Republicano: se esperaba a la Razón Cosmopolita y llegó el Estado
nación. Liberal: se esperaba al Mercado Libre y llegó el trust. Y así sucesiva-
mente. En el lugar del mensaje, el medio (que lo realiza contradiciéndolo). ¿Es
así como los hombres sobreviven unos a otros?
.
Un Dios desterritorializado
.
Fuerte cristianización
Concilio ecuménico
Se
na M
Loira AR
CA
SP
IO
Lyon Milán
Danubio MAR NEGRO
IMPERIO ROMANO DE OCCIDENTE 381
Cesarea de
325
Tage Roma Constantinopla Capadocia
Tig
Nicea
ris
Granada
.
hay clero sin atadura (el “giróvago” es la excepción); no hay obispo sin sede o
cátedra (a la espera de la catedral). Hay toda una cartografía de los perímetros
divinos y no de epifanías ambulatorias. Pero aquí la implantación no es pri-
maria sino secundaria. Es un medio, no un fin.
El cuerpo tumba: estatua yacente de un conde palatino. Mediados del siglo XIII. Museo Nacional de Alema-
nia, Nuremberg.
Sabiduría de Danton
.
.
aparte, separación que no tiene sentido ni para un griego (que ignora hasta la
palabra, puesto que no separa lo humano de lo divino, lo cívico de lo cultural)
ni para un judío, puesto que en el judaísmo nación y religión son una sola cosa.
En Jerusalén, Atenas y Roma el ritual cívico es religioso y el ritual religioso es
cívico. Para nuestras tres culturas madres, el sin religión sería un sin ciudad o
sin pueblo. Impensable. Tales culturas no podían por consiguiente reflejar la
relación fuera/dentro ni problematizar la oposición del creer y el no creer (ellas
están dentro). En cambio, se espera que el converso dé fundamento intelectual a
una decisión de pensamiento. Si los dioses de la ciudad o de la nación pueden
prescindir de un órgano de selección,
el de Jesús tiene una necesidad vital
de él. Éste no se da por sentado. No se
encontraba ni en la cuna ni en el foro.
Requería, por consiguiente, oficinas.
.
.
Se conocen hasta hoy tres tipos de testamentos: el hológrafo, sin legalizar, data-
do y firmado de puño y letra del de cujus; el auténtico, dictado a un notario en
presencia de dos testigos; y el místico (en sobre cerrado y registrado). El Nuevo
Testamento no corresponde a ninguno de estos tres tipos. Jesús, por lo demás,
no designó claramente a un ejecutor testamentario (prueba de ello es que las
Iglesias de Oriente, guardianas de la primera ortodoxia, no admiten la prima-
cía de Pedro). Sus apóstoles no escribieron bajo su dictado. Examinada hoy por
un notario, la Nueva Alianza no podría intitularse Testamento. Las personas
perjudicadas, si las hubiera, tendrían fundamento para hablar de falsificación
de escritura privada. Es la pátina del hecho consumado la que se encargó de
autentificar al sustituto.
.
tir que existimos para y por los demás, apéndices de un organismo mil veces
menos biodegradable que el nuestro? Devenir miembro es un servicio social,
bastante narcicista y saturante. Pascal lo había dicho: “Ser miembro es no tener
vida, ser ni movimiento sino por el espíritu del cuerpo y para el cuerpo.” Y
agregó: “Nos amamos porque somos miembros de Jesucristo. Amamos a Je-
sucristo porque es el cuerpo del que somos miembros. Todo es uno, uno es el
otro, como las tres Personas.” Creer es entrar en la orquesta, meterse en el dia-
pasón, en simbiosis (creer en la Historia también era participar de la van-
guardia en marcha, dentro de la calidez comunicativa de la “clase obrera”). Se-
cular o revelada, una religión es caritativa cuando nos incorpora a algo más
grande y elevado que nosotros. Y religiosas en sentido lati-
no pueden ser denominadas las adhesiones que permi-
ten que vivan juntos, sin desgarrarse demasiado, a los
“alia quibus cohaerent homines”, como decía Cicerón en
su De Legibus. La hazaña espiritual se nota en el creci-
miento de nuestras co-eficiencias, y casi se podría me-
dir el grado de éxito de las diversas proposicio-
nes utópicas o míticas que jalonan los siglos
por su capacidad de concentración parcelaria.
Por las promesas de cooperación y, por ende,
de eficacia acrecentada, que estas prótesis co-
lectivas pueden suministrar a los individuos.
“Ven.” Unámonos, únete. Dar un pueblo a quie-
nes no lo tienen ya o no lo han tenido… Aña-
dirnos un cuerpo quiere decir dos cosas, muy necesarias y
muy precarias: cartografiar el entorno, o acondicionar un
área de circulación según ciertos pasajes, lugares santos e iti-
nerarios recomendados. Y ordenar los días siguiendo un
hilo rector, calando los devenires en un calendario común.
Claramente, hacer de cada vida un viaje a través del año li-
túrgico y del desfile de sacramentos, desde el bautismo has-
ta la extremaunción. ¿Darle un sentido a la aventura? Pun-
Ángel portador de un tos de referencia y fechas de encuentro. Una brújula y una
reloj solar. Catedral de
Chartres. agenda: todo comienza allí. Lugares adonde ir y fechas
.
.
nes pueden sustituir a otros sin que la reciprocidad sea posible. El obispo puede
hacer de “lector”; el “lector” no puede hacer de obispo. Tal es la relación de or-
den. Se puede elegir la forma de comunidad, pero ¿cómo escapar a esta rela-
ción desigual que es la única que puede dar forma a un ser comunitario? Los
ministros de lo Legítimo (o los comentadores autorizados) reprimen a los de-
más, sin lo cual no serían sus ministros. No se ordena a un neófito en el epis-
copado; se necesita un tamiz. Es ya el germen del binomio que forman el clero
y el laicado, o los docentes (los enseñantes) y los discentes (los aprendices). Los
puros apartan o dejan atrás a los menos puros. O los purifican según cier-
tos rituales de iniciación, que habilitan a los profanos a entrar en contacto con
lo divino, a tocar los vasos sagrados o los rollos de las Escrituras, por grados su-
cesivos (el cursus honorum), hasta las últimas comuniones sagradas (vedadas a
chantres, sacristanes y ostiarios, ministros de segunda clase).
El más pesado de los costos de la posteridad es el pasaje del adjetivo al sus-
tantivo. Laikos no es al comienzo (en la epístola de Clemente a Roma) más que
un epíteto que designa a “aquel que no tiene ningún ministerio sagrado que
cumplir”. En este estadio, y paralelamente, kleros no designa aún más que una
función, no un estado. Hasta el día en que el empleo ocasional se transforma en
estatus personal. La elección divina se funcionariza. Se había partido de la no-
ción de servicio, con el obispo elegido por los fieles; y se llega a la noción de
dignidad, en la que sólo el obispo puede entronizar al obispo. A riesgo de equi-
parar la Iglesia con el navío de Dios, con su piloto, sus marineros y sus pasa-
jeros —el obispo, los diáconos y
los hermanos. A cada función co-
rresponderá una retribución: el
diezmo (debiendo el pueblo sub-
vencionar a las necesidades del
clero). Al cabo de dos generacio-
nes, el apóstol itinerante es rem-
plazado por el obispo sedentario.
Las jerarquías de función se con-
vierten en jerarquías de perfección.
Y las gracias sobrenaturales (los
Laurent de La Hyre, La imposición de manos a los siete
diáconos, siglo XVII. Museo del Louvre, París. dones de curación, de lengua o de
.
modelo romano del cursus honorum y los decretales de los papas (cartas que
regulan las cuestiones de disciplina y de administración) llegaron a rematar un
proceso ya muy avanzado en el siglo IV. Es cierto que en materia de organización
los mejores constructores de pirámides habían sido teólogos de lengua latina, a
menudo de origen africano (al ser África la cuna de la Iglesia latina), como
Tertuliano y Cipriano, obispo de Cartago, que precedieron en un siglo a la ofi-
cialización imperial.3
La operación “posteridad” no es por consiguiente una página en blanco. Tie-
ne sus gastos fijos, difícilmente reducibles. La apertura al porvenir exige la ins-
tauración de grados, escalones y barreras. Comprendida la Casa de Dios, donde
hay espacios autorizados, reservados, prohibidos. Separados unos de otros.
No se entra en una iglesia como en un molino. Y una vez en el interior, habrá
una progresión regulada desde el nártex hasta el coro. Este último estará se-
parado de la nave por una puerta cancel, con una balaustrada o reja adosada,
a menudo precedida por un reclinatorio. O a falta de ello, por una barra de ho-
nor que soporta un crucifijo o un calvario. El espacio reservado a los clérigos
está separado del de los laicos por una galería-tribuna cerrada, de madera o de
piedra, que cruza de modo transversal entre el coro y el trascoro.
3 Alexandre Faivre, Fonctions et premières étapes du cursus clérical, tesis de doctorado, Universi-
dad de Estrasburgo II, (tesis ).
.
Dios, Israel, es un dato social. La Ciudad de Dios, de san Agustín, es una entidad
mística. Un punto de perfección situado antes y arriba, “exiliado en el curso
de las edades”, esperando “hasta que la justicia se transforme en juicio”. Se pro-
duce aquí una dehiscencia, una discordia entre el abajo y el arriba. Graciano
imputa a san Jerónimo, en los alrededores del siglo IV, la separación en el plano
eclesial de los niveles de responsabilidad. El clérigo es al comienzo el que entra
en el estado eclesiástico con vistas a brindar un servicio. El mayor se distinguía
del menor, hoy suprimido, hacia el siglo VII. Y la prohibición del matrimonio no
se producirá hasta el Concilio de Letrán, en . Sigue estando en el origen esta
demarcación liberadora de los dos planos que niega la teocracia, y de donde
saldrá un día nuestra laicidad moderna. Se respira. Es el lado bueno de la cosa.
Pero precisamente porque el clero no lo es todo, fue necesario hacer de él un
todo aparte y en sí. Para poder, como san Agustín, subordinar el orden de la
carne al orden del espíritu, o la Ciudad Terrestre a la Ciudad de Dios, hay que
comenzar por disociarlos. Clérigo viene de kleros, la parte, el lote separado. “La
parte del Señor”, los sorte electsi, los elegidos de Dios. La concentración sobre sí
mismo de un cuerpo divino integral e integrado es el reverso del sitio donde se
lee la promisoria y principal separación del Sacerdocio y del Imperio (Edad Me-
dia), del Altar y del trono (Monarquía), de la Iglesia y del Estado (República).
A esos tránsfugas de la zoología que somos todos, animales políticos, nos con-
vendría mirar de cerca cómo se engendra un duradero hogar de pertenencia.
El nacimiento de una Iglesia es, en este sentido, una lección de las cosas, que
hay que escrutar como un arquetipo en la clínica de los grupos. Los partida-
rios del hermetismo y del esoterismo tienen tendencia a rechazar los organi-
gramas en las zonas bajas del pensamiento. Una manera como otra de escapar
a la realidad de las sintaxis humanas y a los tristes repartos que impone la cons-
titución de una identidad colectiva, profana o sagrada…
S aulo de Tarso compartía dos virtudes con el san Pablo de Marx, es decir,
Lenin: no haber conocido personalmente al maestro y el sentido de la
ORGANIGRAMAS DE LO DIVINO
PA PA
CONGREGACIONES – Signatura
(todas en pie de igualdad) Apostólica
SECRETARIADOS – Rota
– Para la doctrina de la fe
– Penitenciario
– Para la unión de los – De las iglesias orientales
cristianos – De los obispos
– Para los no cristianos – Para la disciplina de los
– Para los no creyentes sacramentos
… – Para la causa de los santos
– De los religiosos e institutos
seculares
… CONSEJOS
– Justicia y paz
OFICINAS – Consejo de
los laicos
– Cancillería apostólica …
– Prefectura de asuntos económicos
– Cámara apostólica
– Administración del patrimonio
– Prefectura de la casa apostólica
– Oficina central de estadísticas
ORGANISMOS AUTÓNOMOS
Organismos no permanentes.
BIBLIOTECA VATICANA
ARCHIVOS SECRETOS DEL VATICANO
Cuando la flecha atraviesa a un organismo IMPRENTA Y EDICIONES
el poder pontificio se ejerce también por in- CAPELLANÍA
termedio de tal organismo.
EDIFICIO DE SAN PEDRO
Iglesias orientales SÍNODO Iglesia latina
(uniatos)
SACRO
CONFERENCIA
PATRIARCA PAPA EPISCOPAL
CO
NACIONAL
SÍNODO L EGIO Consejo Consejo
DE
LOS OS presbiterial pastoral
Consejos O B ISP
Consejos
CURIA
DIÓCESIS DIÓCESIS
SÍNODO
convocatoria CONSISTORIO SUPERIOR
(no regular)
Pueblo
Comunidad
La autoridad temporal nombra a los superintendentes, cuyo papel es la visita regular, a
nivel del principado (superintendentes generales) o de las circunscripciones inferiores
(superintendentes especiales) y de los consistorios, compuestos por teólogos y juristas
que deciden acerca de los asuntos eclesiásticos corrientes.
.
4 Jean Gaudemot, Les sources du droit et de l’Église en Occident du IIe au VIIe siècle, Cerf, .
hasta nosotros”, los decretales de los pontífices, los cánones conciliares, las re-
glas monásticas, los testimonios de los Padres. La amplificación legendaria y
las ideas preconcebidas apologéticas no constituyen evidentemente obras de
historia en el sentido moderno del término. Así como no hay biografía de los
santos sino hagiografías, no se conoce, para este periodo crucial, una historia
de la teología que no sea una teología de esta historia (como ocurre con san
Agustín). Habrá que esperar a los mauristas, en el siglo XVII (los benedictinos
de la congregación de san Mauro), así como a la gran figura de Mabillon
(-), para dejar entrar a la crítica histórica en el recinto de lo sacrosanto.
Del mismo modo en que el soporte se disimula en el mensaje que hace po-
sible, la organización se escamotea en el órgano final, de modo que abordar el
hecho cristiano por los textos es tomar el efecto por causa, el final por el co-
mienzo. Lo que consideramos fuente y fundación es ya en sí un efecto de
organización, puesto que la colección de textos normativos (decisiones de los
concilios dotados de autoridad o Libros que se consideran inspirados por el
Espíritu de Dios) fue resultado de una decisión eclesial (o administrativa). Leer
la institucionalidad cristiana a la luz de la doctrina es algo así como permutar
la fuente por la desembocadura. Lo prueba la imposibilidad en que estamos de
discernir, en la captura del cuerpo doctrinal, los conflictos de interpretación
de las luchas de tendencias. La extrema izquierda arrianista (el Cristo no es
más que un hombre) expresa un separatismo meridional; el nestorianismo (el
Cristo se desdobla), una disidencia oriental. Los ismos reflejan o cifran luchas
dinásticas y nacionales (queriendo cada provincia asegurar su teología y su igle-
sia). No olvidemos que los siete prime-
ros concilios que fijaron la doctrina de
la Iglesia fueron convocados por inicia-
tiva del Emperador y se desarrollaron en
el palacio imperial. Las decisiones po-
líticas entrañan a menudo la creación
de una nueva estructura de autoridad
(sínodo, concilio, asamblea) por encima
de la anterior, no suficientemente dócil.
Nuestros dogmas (revelados) fueron en Jean Fouquet, Concilio de Clermont, primer
llamado a la Cruzada por Urbano II, . Bi-
su tiempo decretos (arbitrarios). La tra- blioteca Nacional de Francia.
.
dición borró la firma o el golpe de fuerza del que tomó la decisión; y un sedi-
mento de fe se constituyó, suma de obediencias eclesiásticas trascendidas en
misterios teológicos, yendo en el sentido de un reforzamiento de la unidad y
de la autoridad imperiales. (g) La metáfora paulina del cuerpo recomendaba
tener ante todo cuidado con la cabeza. El organigrama de las autoridades y el
de las verdades se auparon haciéndose estribo con las manos.
Existían al comienzo, para la catequesis, las didascalias, escuelas libres que
preparaban a los catecúmenos para el símbolo bautismal. Se fueron transfor-
mando poco a poco, hacia el siglo IV, en escuelas autorizadas o catequísticas,
donde los obispos, detentadores de la verdad revelada, eran los únicos habili-
tados para inculcar el credo. A los maestros heréticos o que se descaminaban
pronto se les prohibió enseñar (tal como a Orígenes de Alejandría por parte de
su obispo en ). Así se consolidó doctrinalmente la sucesión del Cristo en los
Apóstoles, de los Apóstoles en los obispos, y de los obispos en los obispos, hasta
estabilizar la barca de Dios. El fin era producir lo repetible (ut cum dicas nove
non dicas nova: di las cosas de nueva manera pero no digas cosas nuevas). El
poder detesta lo imprevisto. La captura concluyó, en lo esencial, con la pro-
mulgación de la disidencia como religión de Estado (edicto de Teodosio, ).
son tan disciplinadas y cerradas como una tropa de choque, donde cada uno
está en su lugar. Esta jerarquía funcional proyectó hacia el cielo, agrandán-
dolos, los escalones de la condición eclesiástica —órdenes menores (ostiarios,
lectores, exorcistas, acólitos, subdiáconos) y órdenes mayores (diáconos, sacer-
dotes, obispos)—, a la que sirvió como devolución de fianza. Nos cuesta tra-
bajo hoy afrontar la dura verdad de los ángeles, cuya lindura oculta lo marcial.
Subrayemos que en la Iglesia fueron los fundadores de órdenes o los generales,
como Gregorio el Grande e Ignacio de Loyola, o incluso san Bernardo, quienes
tomaron en serio a los ángeles. Los halcones y no las palomas. Los hombres
de acción y no los fabricantes de frases. El rechazo de las verdades básicas del
cristianismo por los cristianos up to date se expresa actualmente en este géne-
ro de frase usual: “Hay algo de angélico en pretender que una comunidad de
fieles pueda estar desprovista de una jerarquía.” Habría que decir exactamente
lo opuesto, y un lector del Pseudo-Dionisio, el fundador de la angelología y el
primer antropólogo del fenómeno burocrático, habría rectificado: “Habría al-
go demoniaco en pretender que una comunidad estable pueda estar despro-
vista de una jerarquía.”5 Es perturbador ver, en tanto lo instituido tiene mala
prensa, hasta qué punto nuestras lenguas de algodón pueden invertir el abecé
de la doctrina. Si la formación de una identidad de grupo obedece a constantes
que se imponen a todos, creyentes o no, y ante las cuales no somos totalmente
libres, se comprende nuestra mala fe. Nos felicitamos de que las sociedades de-
mocráticas hayan salido de la religión para entregarse a la libre producción de
su porvenir. ¿Se habrán vuelto sin embargo indemnes a los prerrequisitos de lo
colectivo (que llamamos en nuestra jerga cientificista limpieza del ruido, filtra-
ción de la información, redundancia organizada), cuyo conjunto constituiría
lo que hemos denominado en otra parte “el inconsciente político” de la huma-
nidad? Si nos resistimos a esta halagüeña ilusión, no dudaremos en decir: ver-
dad clerical y mentira religiosa, al igual que se dijo: “verdad novelesca y men-
tira romántica” (René Girard).
Soñamos todos con cooperativas espirituales, digamos más modestamente,
con círculos de afinidades donde la cohesión no se pagaría con ninguna subor-
.
Emmanuel Tranes, La synaxe des anges, icono, . Museo Bizantino y Cristiano. Atenas.
.
La crítica del espíritu de ortodoxia es una tarea infinita, que hay que retomar
cada mañana, en tanto que las potencias divinas se inclinen a regimentar los
cuerpos y los poderes seculares, a regimentar las mentes. Iglesia tridentina,
triunfalista, aplastante e intrusiva. Una Potencia de la tierra. El médium (de la
fe, de la ciencia, de la voluntad del pueblo, etc.) hace pasar el mensaje y engor-
da al pasarlo. Frente a estas pulsiones de dominio y a los clericalismos ateos, sin
fe ni ley, que toman el relevo, el combate de la ironía para preservar la incohe-
rencia del mundo será siempre de actualidad. La laicidad es demasiado precio-
sa y precaria.6 De allí la idea en principio tranquilizante, la del deísmo liberal,
de tomar la crema sin la masa: el Ser Supremo sin “lo infame”, la comunidad
sin el encierro, el espíritu sin el cuerpo. Voltaire: “Muero adorando a Dios,
amando a mis amigos, sin odiar a mis enemigos y detestando la superstición.”
El espíritu de la Ilustración gira sobre los rechazos de la Encarnación y de la His-
toria. Un “Dios formador, remunerador y vengador”, el Arquitecto en jefe
encargado exclusivo de los pesos y medidas de la naturaleza, cuidándose muy
bien de no politizar las relaciones y de no confiar sus intereses a una secta mez-
quina, nos suministraría el buen Dios sin sus lados malos. La religión en los
límites de la simple razón (sin casos Calas o Galileo, sin autos de fe ni fatwa…).
Salve Regina
Carne, oh mi Dios, no poseías
para partir con ellos el pan de la comida…
Tu carne en primavera por mí moldeada,
oh hijo mío, fui yo quien te la dio.
.
todavía las mujeres son mayoritarias en los conventos y los monasterios, así
como entre los practicantes. Ciertamente, el eclesiástico prefiere para este fin a
la mujer de edad madura, casta y célibe; y fuera de la liturgia a la señora de tal,
sumisa y prolífica. La carne será vergonzante o fecunda. Virgen o madre, santa
o matrona, nada de términos medios. Excluida del sacerdocio entre los católi-
cos e impropia para profesar, sólo resta que la mujer no se “monte” en la To-
rah teniendo acceso a la Santa Mesa. Del Dios mayor nada le concierne; en
cuanto al Dios Hijo, dice el catecismo, distribuye la comunión y puede inclu-
so, en ausencia del sacerdote, presidir exequias. De una transmisión a la otra
se ha pasado de la puerta dorsal a la puerta ventral.
Pasaje problemático y por cierto inacabado. Se regresaba desde lejos, de
una disimetría de principio. “La mujer es para el hombre; el hombre es para
Dios.” La ancestral relación de orden parecía la naturaleza misma. De allí las
prohibiciones, más fáciles de soslayar que de levantar francamente. No se
puede cuestionar a la Nueva Alianza el mérito de haber restablecido al menos el
equilibrio en el inmemorial tándem deseo-repulsión que inspiran Eva o Pan-
dora, o Kali, siempre nociva y nutricia. Ambigua como el humus, que nutre a
los vivos y recoge a los muertos. La fe emergente partió la manzana en dos. Ani-
mal y dionisiaca, enlazada a la serpiente, montando un chivo —bruja y agen-
te de Satán. Pero también, más tarde, conducto de gracia, sonrisa de perdón,
“madre de los senos fieles” —la Madre de Dios. Los comienzos
fueron ortodoxos. San Pablo, desde el primer esbozo, no esca-
tima su antifeminismo (ordena a las mujeres callarse en las
asambleas y les prohíbe enseñar). De suerte que, veinte si-
glos más tarde, las mujeres de la Europa cristiana le pa-
gan con la misma moneda al organizador. Lo miran con
malos ojos. Al acceder a la igualdad muchas abando-
nan la misa (como sus hermanas cuestionan la sina-
goga). De la exclusión del ministerio sacerdotal a la
prohibición de abortar, una antología de la vejación lle-
naría un volumen por sí sola: Tertuliano, Ambrosio,
san Jerónimo. Sin olvidar el decreto de Graciano () Las generaciones en el seno
que estipula que la mujer no fue hecha a la imagen de Abraham, Biblia de Sou-
vigny, fin del siglo XII. Biblio-
de Dios.¿Por qué ese encarnizamiento? ¿Por qué los teca Municipal, Moulins.
.
Reparaciones y arrepentimientos
lico, lo pastoril y las pastorelas —fantasías de ociosos citadinos. Vivir, para ellos,
es moverse. La reproductora asegura, pero hace que todo sea más lento. Una
desventaja para la movilidad. Cuando se embaraza es forzoso cuidarla y eco-
nomizarle movimientos. Tradicional división sexual de los papeles: la incuba-
ción y el trayecto. La cocción y la caza. A ella las provisiones, lo clausurado y lo
tibio. La depositaria de las lentitudes nutricias, de la gestación y la germina-
ción, cuidado del fuego, la cocina, los granos y los niños, mientras que el de-
predador del medio natural se arriesga afuera, con sus armas y sus instrumen-
tos, para cazar o para apacentar al ganado. Continuidad versus Innovación. A las
mujeres lo cubierto; a los hombres lo descubierto.
.
la acoge como “hueso de sus huesos y carne de su carne” —algo más que una
repetición y algo menos que un encuentro. Los animales no le resultaban una
compañía suficiente. Los optimistas interpretan: es la mujer la que hará pasar
al hombre de la naturaleza al pensamiento. Sin Eva no habríamos tenido his-
toria, puesto que hubiéramos permanecido en el Paraíso, como las bestias: so-
focados de felicidad. La que arrastró a la perdición lo hará igualmente a la sal-
vación. Esas simpáticas recuperaciones pueden hacernos sonreír. Como lo
dirá sin rodeos san Ambrosio en el siglo IV: “Es la mujer la que fue para el hom-
bre el origen de la falta, no el hombre para la mujer.” Con la anterioridad de
Adán y la malevolencia de Eva, el androcentrismo bíblico es de principio. No se
conocen de Adán y Eva más que hijos varones: Caín, Abel, Seth (con quién se
reprodujeron es un misterio). Noé, Abraham, sólo tuvieron hijos y José sólo
tuvo hermanos. En las genealogías primordiales las hijas son olvidadas.
S obre esas heridas mal cicatrizadas podemos echar nuestro grano de sal ex
officio: el segundo plano masculino del símbolo. Más allá de los conteni-
dos, es el Escrito como tal lo que fue necesario borrar para hacer desaparecer
el desprecio del Gran Falócrata, o el benign neglect de sus servidores. Las pala-
bras, con la historia, han cambiado de sexo. Hoy que la cosa libresca se femini-
za, puesto que en adelante serán las mujeres las que compren, escriban, editen y
critiquen las obras impresas (como lo muestran las estadísticas de los lectores, las
casas editoras y los suplementos literarios de nuestros periódicos), se olvida que
durante tres mil años el Libro y la Mujer fueron recíprocamente ajenos, inclu-
so enemigos. Solapados y tenaces. No siendo ya el escrito en Occidente una
palanca de poder social, al igual que el mandato electivo, los machos pueden en
el presente abandonar la escritura y el Parlamento a “la otra parte” y apoyar sin
temor la paridad en esos campos. Tienen cosas más serias que hacer en otras
actividades. En la industria de las imágenes y la circulación del dinero, los re-
cintos que no cuentan se reservan la tajada del león. Así, hemos perdido de
vista todo lo que, en el inconsciente tecnológico, alejaba al Verbo de la Carne. El
embargo seco del productor de signos del vientre húmedo de las reproductoras.
.
2Traducción al griego de la Biblia Hebraica, realizada en Alejandría entre los siglos III y II antes
de Cristo.
.
tín—, esas exclusiones de lo femenino son el “persisto y firmo” propio de los clé-
rigos. El momento de inercia de los legatarios sobrepasa sin duda la voluntad
de los testadores. La desacralización circundante vuelve aún más escandaloso
el desfase. Las feministas (cuyo enemigo público número uno es el papa) tie-
nen alguna razón en ver en la iglesia y la sinagoga los principales “aparatos de
reproducción del patriarcado” en el seno de un Occidente secularizado que sale
de él a reculones. Esta animosidad es un homenaje a la larga memoria de los
hombres de Dios. ¿Es la Escritura la que se sirve de los cleros para prorrogar
en la videosfera una sacralidad caída en la perdición? ¿O bien son nuestros dig-
natarios los que toman como rehenes la difunta majestad del Libro para pro-
rrogar sus poderes desvanecidos? Sean cuales fueren las razones de clero, o como
se dice habitualmente las razones de Estado, el hombre “simbólico” dedicado a lo
sacro tiene tendencia, en la órbita monoteísta, a relegar hacia los márgenes secu-
lares a la mujer “indicial”. Tatuadas por el Diablo, las hijas de Eva, sobre todo las
del mundo latino, continúan pagando al mayor costo la victoria de lo Simbóli-
co sobre lo Imaginario, encarnada por el Libro, que ha cortado en seco con trein-
ta mil años de divinidad bisexual.
.
caciones gestuales. Esta soltura anuncia los cambios de inflexión. La Nueva Alian-
za redondea los ángulos; después de la nuca tiesa, el cuello de cisne. Al Dios
duro de los Ejércitos, que se venga y castiga (“Tu diestra, oh Eterno, aplastó al
enemigo”), lo sucede uno dulce que perdona y desarma. Vemos flores sobre las
tumbas y no ya piedrecillas. Vemos que llega el espíritu de convivencia al desier-
to. Cántaros de vino y pan sobre la mesa. Desde el Mediterráneo hasta Arabia.
O más bien hay equilibrio entre lo pelado y el verdor gracias a esa providen-
cia geográfica que hizo nacer y predicar a Jesús a las orillas de la planicie de-
sértica, al este del Jordán. En la depresión del Mar Muerto se desliza una franja
verde de kilómetros de longitud y quince de ancho, zona cultivada, acoge-
dora del sedentario y donde el cultivo del trigo es posible. Jesús se impuso la
prueba del desierto pero sin hacerse ermitaño. Vuelve pronto a los vergeles, los
frutos y las palmeras. Se desplazó en ese corredor intermedio entre los pueblos
del mar y los alucinados de la piedra, entre la consonante ronca y las vocali-
zaciones que arrullan en torno de los lavaderos. Contrariamente a sus predeceso-
res, Jesús no tiene mente de notario. Él charla, hace digresiones, reflexiona en voz
alta. La parábola es menos rigorista que la Ley. Los protestantes, que serán los
primeros en adoptar el principio del Sacerdocio Universal y la pastoría femeni-
na (en Francia desde los años treinta), son también los sostenedores de la Pa-
labra contra —completamente contra— la Escritura. Es Jesús quien habla entre
líneas, insisten, siguiendo a Lutero (“Cristo es el señor de la Escritura; ésta es
su servidora”).
.
ración teológica y cristológica de los tres primeros siglos puede leerse como un
prolongado y sutil trasvasamiento mental consistente en verter una cierta verti-
calidad hebraica en los pliegues de la cultura griega, que la recodifica con sol-
tura. Émile Poulat observa con razón: “Creer es también formular la fe, algo así
como pensarla en un estado de cultura y de civilización: lo creíble pasa por lo
pensable.” Y lo pensable pasa por lo decible. Christos, Ev-angellos (Evangelio),
Ekklesia (Iglesia), Hairesis (herejía), Angellos (mensajero), Eu-charistia (comu-
nión)…: todas las palabras claves de la fe nueva provienen del molde heléni-
co. Marco de vida y por lo tanto de pensamiento. Al menos hasta el momento en
que la dulzura del sonreír egeo desaparece bajo el latín jurídico y duro. El al-
fabeto griego es redondo, no cuadrado. Esta notación menos enfática tiene lí-
neas onduladas, redondeadas, y sobre todo vocales. La dicción del kerigma en la
lengua de Platón —lengua de traducción para los hebreos pero materna para
los cristianos— aporta a una divinidad gutural toda erizada de consonantes la
flexión femenina de las vocales abiertas, más fluidas. La vocal viaja. Ondula. Es
del litoral, de los puertos, de los mercados. Fenicia. Vendedora. Suave. Acogedo-
ra. Hecha para ágoras, gineceos y desembarcaderos.
L a feminización de los cuadros incluye las altas esferas. Los funcionarios ce-
lestes, en el Antiguo Testamento, son más bien de un humor hosco y
masculino. Los embajadores del Altísimo (malak en hebreo, angellos en grie-
go, el mensajero, el anunciador), las alas divinas, no están lejos de los ángeles
guerreros de Zoroastro, alineados en orden de batalla, con el arma en el puño,
cinturón, estandarte. “El Señor enviará contra ti sus ejércitos.” Estos feroces sol-
dados son muy diferentes de los rubiecitos de cabellos ensortijados y versátiles
que realizan sobre nuestras pinturas los encargos del Señor. A éstos se los lla-
ma por su nombre de pila, mientras que sus lejanos antepasados aerotrans-
portados estaban cubiertos por el anonimato. Los querubines del Edén y de lo
propiciatorio tampoco tienen derecho a un nombre propio, ni el ángel del Se-
ñor que se le presenta a Moisés. Hasta después del retorno de Babilonia que apa-
recerán Miguel, Rafael y Gabriel, los únicos ángeles superiores que frecuentan
El ángel: de un sexo al otro
a) asirio
b) hebraico
c) bizantino
d) ortodoxo
e) monástico
f) rafaelita
g) bella época
a) Genio alado, bajorrelieve asirio, a.C.; b) Querubín, marfil, Siria, hacia a.C.; c) Serafín, mosaico,
Basílica de San Marcos, Venecia, siglo XII; d) Frangos Katelanos, El arcángel Miguel, icono, siglo XVI; e) Fra
Angélico, La Anunciación, fresco, Florencia, hacia ; f) Leonardo da Vinci, La Virgen del Peñón, óleo
sobre madera, ; g) cartel para la Exposición de las Artes Eléctricas Aplicadas, Italia, ; h) Rafael, Ma-
dona de San Sixto, óleo sobre tela, .
.
* Juego de palabras: Même longueur d’onde, qui coule de source et de sexe; la expresión idiomáti-
ca “qui coule de source”, literalmente “que fluye de la fuente”, es un giro que también significa
“que cae por su peso”. [T.]
.
corta con agua un vino demasiado fuerte, no lo vuelve más fácilmente consu-
mible para aquellos que no están habituados a él. El catolicismo, a este respec-
to, semeja un monoteísmo intimidado por su tarea (o quizá astuto) al que le
habrían sido inyectadas como coadyuvantes pequeñas dosis de politeísmo. En lo
alto (la Trinidad), abajo (los santos) y en los costados (la Virgen y los ángeles).
Este mestizaje le aseguraba una transmisibilidad óptima.
La aculturación en el medio en que se vive permite penetrarlo mejor adue-
ñándose de las armas del adversario. La Iglesia logró así la confluencia de los
Puros y de los Gentiles, sacando un muestreo de sus dos rivales (de donde su
convicción de formar el Tertium Genus, la tercera raza, ni judía ni pagana). A ries-
go de descalificarse ante los otros dos. Durante tres siglos, esta incomodidad
moral y política fue el patrimonio de una herejía sentada entre dos ortodoxias.
Una herejía blasfematoria a los ojos del Templo, que veía en esos descarriados
judíos exageradamente helenizados, a cosmopolitas más o menos relapsos. E
inquietante a los ojos de Roma, que veía en esos agitados, como Plinio el Joven,
una contagiosa extravagancia judía (mientras que la religión madre gozaba de
un estatus reconocido).
Sin ver en la recapitulación cristiana la marca de un “entrismo” premeditado,
no hay duda de que da testimonio de un inmenso talento político que no deja
nunca su lado “recógelo todo”, “carro barredora”: “no se sale de la ambigüe-
dad más que por su propia cuenta y riesgo”. Al ser el punto de origen de nues-
tra era, el punto de llegada de algunas otras, esto permite la síntesis (“siempre
gubernamental”, subrayaría Proudhon) con aquello que se requiere de recupe-
rador en este tipo de asimilación. Todos los afluentes mitológicos concurrie-
ron desde los cuatro lados del Imperio para empujar la barca del Cristo, a donde
vinieron a retomar su vigencia varios mitos en desaparición, varios temas figu-
rativos y simbólicos. Misterios de Isis, orfismo, mitraísmo, gnosis hermética,
astrología mazdeísta (los reyes magos) y otros cien matices de sentido. Resi-
duos más o menos depurados, reencuadrados y reinscritos, tal como la cruz con
asa, el símbolo de vida de los antiguos egipcios, fundida en el monograma del
Cristo. O el cirio pascual, que retoma la llama de Mazda, el dios iranio de la
luz. En el despliegue de las religiones de salvación, cada una hacía sus flechas con
todas las maderas. La Iglesia naciente no habría podido canibalizar al Imperio,
tan formidablemente polifónico, tan admirablemente compuesto, sin prolon-
.
gar sus principales líneas de deriva. La propia banalidad de sus fábulas (la clá-
sica unión de un dios y una mortal transformada en Encarnación, el anuncio
pítico convertido en Anunciación, el ciclo de Osiris que deviene Resurrección,
etc.) facilitó secretamente el metabolismo de los folclores populares. Allí donde
algunos ven una prueba de eclecticismo y de inautenticidad se adivina el ho-
menaje de un recién llegado a la continuidad de la especie. Cada época tiene
sobre la precedente un derecho de continuidad tanto como de inventario, y esta
gratitud conforma nuestra humanidad. Las leyendas cristianas han seguido las
huellas, felizmente para ellas y para nosotros. Sería con seguridad desolador que
las decenas de millones de seres inteligentes que construyeron una tras otra Ní-
nive, Sumer, Babilonia, Tebas, Atenas, Alejandría y Roma hubiesen imagina-
do, presentido o reflexionado en vano, y que sucesores amnésicos hubiesen
pensado sacarlos del debate porque un Salvador, uno verdadero, ayer por la ma-
ñana hubiese nacido en la paja de un pesebre de Belén.
U na cultura que honra las imágenes rinde honor a las mujeres. Vieja cons-
tante de las civilizaciones que atraviesa las edades y las latitudes. La opre-
sión de las hermanas va a la par con la destrucción de los iconos —véanse Kabul,
Karachi, Argel. El mismo que bombardea las estatuas lapida a las adúlteras.
Quien cierra sus museos encerrará a sus mujeres. Lo inverso también es cierto:
en todas partes donde la imagen tiene derecho de ciudadanía, la mujer tiene
derecho a participar.
Ocurre aquí con las imaginerías cristianas lo que con el manto protector de
María: su homologación no se hace de entrada ni sin dificultades. Los He-
chos son parcos sobre la Madre del Señor, los Evangelios prácticamente no
dicen palabra de María. Los siglos y la piedad popular le dieron después pa-
rientes (Ana y Joaquín), un deceso (en Éfeso), un estatus teológico (la Madre
Inmaculada), un blasón (doce estrellas de oro sobre fondo azul) y títulos en
abundancia: de la Misericordia, de la Guardia del Buen Puerto, del Alumbra-
miento, etc. Tan sacrílega era la irrupción del cuerpo en lo sobrenatural, que fue
necesario más de un concilio para reconocer a la hija legítima de la encarna-
5 VéaseRégis Debray, Vie et mort de l’image. Une histoire du regard en Occident, Gallimard, .
6Una elocuente demostración de este hecho se encuentra en el muy bello Museo de Arte y de
Historia del Judaísmo, de París.
.
cuadernillos de lectura labrados, las telas y los tikkim (cofres cilíndricos para los
rollos) añaden gloria a Dios, no sentido. No son separables del culto. El arte
sagrado cristiano sí lo es.
7 Localidad situada a orillas del Éufrates, en Siria, sobre la ruta de las caravanas entre Alepo y Bag-
dad, donde se descubrió en una sinagoga de la época helenística con muy ricas decoracio-
nes murales que ilustran las principales escenas bíblicas.
media que dirá que la imagen no es modelo sino tensión elevadora hacia el divi-
no modelo. La Iglesia concluye finalmente un contrato de matrimonio equili-
brado entre lo femenino y lo masculino, fascinación y rechazo de las imágenes.
No volveremos aquí sobre esta prolongada experimentación mediante “ensayo
y error”, teológica y pasional. Arriba la enmarca el asno irrisorio del monte Pa-
latino, Alexamenos adora a su Dios, y abajo L’homme est la bouche de Dieu, de Paul
Klee. Entre un graffiti y un bosquejo, entre las catacumbas y el museo, dos
mil años de aproximaciones visuales al Invisible.
El icono no era una peripecia. El Único nació de un Becerro de oro roto y
de una maldición inapelable lanzada sobre los ídolos orientales. La reforma
de Josué purgó a Jerusalén de sus deidades cananeas y asirias. Al colocar en el
Templo una estatua del Zeus olímpico cuatro siglos más tarde, el rey helenista
Antioco IV encarnó “la abominación de la desolación”. Se comprende que los
herederos de esos judíos intratables hayan tenido un sobresalto ante esta recaí-
da en la idolatría. Maimónides dirá claramente que el cristianismo es una
idolatría y Jesús un falso profeta que fue necesario eliminar. Pero esto será
dicho como una evidencia, al pasar. Mientras el benjamín cristiano debe expli-
carse ante su antepasado en su calidad de hijo infiel con su Padre, el judaísmo
puede proseguir su camino como si nada hubiera ocurrido. El Talmud no di-
ce una palabra sobre Jesús (sino bajo la cubierta de “Balaam el impío”). Como
afirma Yeshayahou Leibowitz: “Si Jesús no hubiese existido, el libro de plegarias
de Kippur sería exactamente el mismo libro, sin cambiar una sola letra.”8 Se
adivina aquí un cierto desdén por una herejía exitosa que “juega a dos paños”,
el Ídolo y la Ley. El cristiano une sin vergüenza lo mundano a lo ingrato.
Golpe doble, para adicionar a los san Juan, que no tienen necesidad de ver pa-
ra creer, los santo Tomás, que no creen sino lo que ven sus ojos. Y la propaga-
ción de la fe (como el dicasterio investido de esta tarea) ha encarecido la misa
escritural duplicando los prestigios masculinos del escrito mediante los en-
cantos propiamente femeninos de la imagen. Menú completo. Lo salado más
lo azucarado —corriendo el riesgo de lo dulzón, del merengue sulpiciano (des-
vío terminal).
.
.
El arte motor
.
situ, las estatuas y medallas con su efigie. Clonación por la efigie políticamen-
te rentable, que permitía someter a prueba la lealtad a los menores costos, al
estar llamado cada sujeto extranjero a sacrificar públicamente ante la imagen del
Emperador. Era el impuesto icónico, tan litigioso entre los judíos como el im-
puesto monetario.“Reddere Caesari…” Según Mateo el publicano (perceptor de
impuestos), la famosa fórmula llegó a Jesús manejando una pieza de mone-
da, medalla de plata grabada con los rasgos del Emperador. “Dar al César lo
que es de César y a Dios lo que es de Dios” es una reflexión de contribuyente nu-
mismático y perplejo. Pero haciéndose representar sobre un solidus de oro —en
el anverso la corona y la cruz y en el reverso Cristo de frente—, Justiniano II
(a fines del siglo VII) va a reclamar a su vez la obediencia y a recaudar impues-
tos como representante de Jesús sobre la Tierra. En Bizancio, Dios y César ha-
cen causa común. ¿Dad a César y dad a Dios? El teócrata elude la dificultad
cobrando a dos manos: su perfil en el reverso y la Cruz Triunfal en el anverso.
Como se hacía sobre las monedas constantinianas y las ampollas palestinas. Y
este César-Papa no es ya local ni provincial, puesto que la primera iconografía
cristiana oficial tiene el don de la ubicuidad. Circula como la moneda y se con-
vierte en el equivalente universal de los valores del Imperio. Inmediatamente
comprensible, el esperanto visual pres-
cinde de traducción. La imagen federa
menos profundamente pero con ma-
yor facilidad que la palabra, y la in-
mensa pero compuesta Confederación
Cristiana se apoderó de la llave maes-
tra. Un Dios policromo y polifónico,
que se transmite por frescos, mosaicos
y motetes interpuestos, entra donde
quiere, fácilmente liberado de adua-
nas. La imagen-sonido psicomotriz
viene al rescate del cristiano en el mo-
mento en que el ioudaios, como lo lla-
ma san Juan, el judío privado de tierra, El emperador triunfante en el nombre del Cris-
no dispone más que de un texto sin to y los pueblos del mundo se prosterna a sus
pies. Díptico imperial llamado Ivoire Barberini,
ilustraciones para consolarlo. (i) Poco hacia el año . Museo del Louvre, París.
.
le preocupa, por cierto. La Ley no está escrita para los goyim; Yahvé es endógamo.
Desposar a la humanidad, en contrapartida, es un proyecto que no puede cum-
plirse sino mediante una política de la belleza. No se gobierna a los herederos
del mundo grecorromano, que va desde Bizancio hasta Hollywood, sin ocupar
sus retinas y sus sueños, sin satisfacer la insaciable libido del ojo y del tímpa-
no. Bajo el capó de las Escrituras el cristianismo puso un tigre: la ternura.
.
elegida en todas partes donde reinaba el poder paternal (que llegaba en Roma
hasta el derecho de vida y muerte sobre los hijos). ¡Qué insulto a la patria po-
testas y a la ley de los hermanos! Hacerse cristiano en el Imperio romano era
una opción de ruptura con las lealtades obligatorias. Y con el principio jurídico
de la gens, con los lazos de sangre. Había habido un derecho romano de adop-
ción, pero centrado en la familia a la cual el nuevo adoptado se unía. Y no existe
la adopción legal en una familia judía ortodoxa. Así como no hay comunida-
des monásticas en el seno del pueblo elegido. El voluntarismo cristiano nos ha
hecho pasar de un mundo donde los padres reconocen y declaran a su hijo,
a un mundo donde los hijos reivindican y declaran ellos mismos su filiación.
La fijación de domicilio es libre o flotante. Algo fastidioso para “la paz de los
hogares” y las comisarías de barrio. Y los ficheros del estado civil. “Tú eres Si-
món, el hijo de Juan; te llamarás Cefas” (Jn , ). ¿Qué divisa más subversiva y
ambiciosa que ésta: “Tenéis que nacer de lo alto” (Jn , )? Esto quiere decir: a
ustedes corresponde decidir lo que debe transmitirse. Todos tenemos una co-
munidad de destino, ciertamente. Un hombre sin destino es un hombre per-
dido, desorientado. Pero el destino, aquí, es un proyecto: a cada uno correspon-
de encargarse de sí mismo. Abajo de la Cruz, el centurión romano desgarra
interiormente su acta de nacimiento, transgrede su estatus social. “Glorifican-
do a Dios, decía que ese hombre era justo.” Es tanto como decir que todas las
naciones serán admitidas en la Santa Mesa. Mediante inseminación artificial
“por obra del Espíritu Santo”. Y que todo hombre puede renacer diferente, born
again. “Todos vosotros sois uno en Jesucristo” (Gál , ). Por primera vez en
escala popular, fuera de las élites cosmopolitas (porque deliberadas también
eran las afiliaciones a las escuelas de filosofía), lo sobrenatural va a merecer su
nombre.
Se espera que un caudillo mesiánico haga la guerra. “La guerra de los hijos
de la luz contra los hijos de las tinieblas” —como lo recomiendan los himnos
esenios de Qumrán. Jesús es un mesías —o sus discípulos lo ven así. Pero no
toma las armas. No amenaza a nadie. No hace el papel de zelote. No entra en
connivencia ni responde a las expectativas: sus discípulos —y no sólo ellos—
esperaban que expulsara a los romanos, que restaurara el reinado, que liberara
a Israel. Como buen patriota judío. Como otros antes o después de él, falsos o
verdaderos mesías. Se le decía con todo “hijo de David”. Se buscaba un jefe, la
.
La última llama
La imprenta es el último don de Dios y el mayor.
Por medio de ella Dios quiere hacer conocer la
verdadera religión a toda la Tierra y expandir-
la en todas las lenguas. Es la última llama que
brilla antes de la extinción de este mundo.
( )
.
Pero, ante todo, ¿cómo pudo la herencia sagrada del Imperio cristiano atra-
vesar las Invasiones bárbaras y los periodos oscuros? Con la página impresa,
y con la disponibilidad. Las escuelas paganas cerraron y se abrieron monaste-
rios. Las letras se hacen a un lado y los frailes aprenden a leer. En el siglo VI, Ca-
siodoro, el senador cristiano que sirve al rey ostrogodo, redacta catálogos, reco-
pila todo lo que puede de libros en griego y arma una biblioteca. Los monjes
toman el códice íntegramente a su car-
go. Se hacen algunos pequeños para
los viajes, para la lectura en común,
para la copia solitaria, siempre con un
mismo actor, el asceta de la letra mo-
nástica, al que san Benito conmina a
combatir la ociosidad y hacer ayuno
tomando un libro del armarium para
“leerlo entero y por orden”. El libro
es raro y caro, y a menudo, en Monte
Casino o en Roma, se raspan los ma-
nuscritos romanos para recopiar en-
cima los Evangelios. Todos los centros
de oración se convierten en centros de
almacenamiento y en talleres de edi-
Libros encadenados en la Biblioteca de Cesna, ción. Los scriptoria. Una orden reli-
dibujos tomados de Henri Petroski, The book on
the bookshelf, A.H. Knopf Inc.
giosa es en primer lugar una comuni-
dad de escribientes-oyentes donde la
lectura en voz alta acompaña cada comida. De esta Alta Edad Media nos viene
la “carolina” (de “carolingio”), nuestra base de caja tipográfica. Y también la prác-
tica de la lectura silenciosa, invento monástico tardío pero que se remonta a
esos tiempos de lectura intensiva (pocas obras, pero rumiadas). Los libros son
los víveres de Dios. Y sus municiones. Claustrum sine bibliotheca quasi castrum
sine armamentaria, escribe Godefroy de Sainte-Barbe en el siglo XII. Un claus-
tro sin biblioteca es casi como una plaza fuerte sin arsenal.
.
.
1 Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, L’apparition du livre, París, Albin Michel, , p. .
diológico. Están siempre seguras de poder trasladar los fines de ayer en el me-
dio del día (la tele = sermón o escuela del pueblo). De allí su desconcierto
cuando el genio del dispositivo desconocido les brinca en la cara. Los “bárba-
ros” se sustraen a ello al no estar presos del modelo del medio precedente y les
toman el peón ni visto ni oído.
.
.
acero, cobre), colorantes y laminados. De ese modo los teólogos vieron am-
pliarse a su público. Por su parte, Dios avalaba en cierto modo la expansión
comercial: la Biblia de cuarenta y dos líneas le confería el nihil obstat. Los tipó-
grafos subieron por asalto del Cielo pero, lejos de ofrecerles resistencia, el pro-
pietario titular los acogió con los brazos abiertos. “Pasen, están en su casa.”
Esta confianza inaugural ciega a las dos partes en cuanto a la apuesta final. Es
decir, el nacimiento de un Dios emancipado de sus fundamentos de poder.
Los devotos fabricantes de incunables no supieron que abrían el camino a la
ruptura del sistema de autoridad, ni la teología en vigor sospechaba que esta-
ba así dando margen a la herejía, ya presente en la intrusión de lo vulgar en la
lengua sagrada. Después de la expropiación de los comentadores autorizados
vino la desestabilización de las autoridades, de quienes se descubre que eran
pantalla y no luz. Si Dios personalmente me da cita en su libro, multiplicable
a voluntad, ¿qué necesidad tengo de intercesores o de chaperonas? “Todo pro-
testante fue papa con una Biblia en la mano” —Boileau no sabía decirlo tan bien.
La máquina de reproducir hizo estallar a la máquina de controlar. El papel
sustituye al papa y “esto matará a aquello”, resume en un largo capítulo el au-
tor de Notre-Dame de Paris (esto, la Biblia de Nuremberg; aquello, la catedral
gótica). El nexo era forzado pero la intuición genial.3
Masa y potencia
l’aube de l’Europe moderne (La Découverte, ), sin, por supuesto, la menor referencia a Hugo
(ni historiador ni sociólogo etiquetado).
.
.
Un calentamiento teológico
.
este bello mundo, el campesino de base está listo para el motín. Bella ilustra-
ción de un Cristo como peón panadero subversivo, del lado del pueblo. Los po-
deres establecidos, políticos y religiosos, se sienten desbordados por las “socie-
dades civiles”, que muestran ya cómo se las gastan. Como en Zúrich, los bancos
privados de las iglesias, signo de distinción aristocrática, son saqueados. Se rea-
vivan, de una y otra parte, las hogueras de libros. También decapitan, queman,
ahogan y desmontan —los campesinos rebelados de Alemania especialmente.
Lutero, atacado por sus ultras, da media vuelta hacia la derecha y les lanza
a quemarropa su folleto Contra las bandas asesinas y saqueadoras de campesi-
nos. Thomas Münzer y sus bribones milenaristas sucumbieron a la guerra ale-
mana de los panfletos con las armas en la mano. Es apenas entonces cuando
los reformistas se angustian. Los medios revolucionarios asumieron sus hojas
volantes y sus prédicas al pie de la letra, les tomaron la palabra, y crece la puja
demagógica. Sin querer abrieron las esclusas de la ira. Los ingenuos, después
de Gutenberg, reencontraron el saber. Ya no se les puede ocultar que el Juicio
Final es anunciado por las Escrituras para mañana por la mañana. Y que Jesús
era duro con los ricos y los tibios. Lutero se bate en retirada (más vale menos
pero mejor) y publica su Sincera admonición a todos los cristianos a fin de que
se cuiden de todo motín y toda rebelión (). Es demasiado tarde. El monje im-
presor lanzado contra la derecha papista es rodeado por su izquierda. El eru-
dito se convierte en agitador y un jefe de escuela más bien moderado se trans-
forma rápidamente en un jefe de guerra a su pesar. Al conferir al pensamiento
“una potencia incomparable de penetración”, la prensa manual, de clavijas, y
que será pronto la accionada a vapor, no producía ya doctrinas sino epilepsias.
Abrió la era de las campañas de prensa y de las cacerías humanas. Ésa donde
se saca la pluma como el señor su espada y el campesino su mayal.
padres (Du bist nicht fromm!). Les reprochan pescar con caña en el Rubicón,
no salir de su gabinete, no difundir su ciencia. Alrededor de este punto crucial
se separan reformadores y humanistas. Calvino vela por que su Institución de
la religión cristiana (), escrito en latín, salga en francés (). El cuidado
que dedican a responder al desafío de la vulgarización distingue a los soldados
de Dios de los blandos o “nicodemitas” (Nicodemo hacía a Jesús visitas noc-
turnas). Púlpitos portátiles, pilas desmontables, biblias enrolladas. Los evange-
listas perseguidos recuperaron las astucias judías de lo micro para pasar entre
las mallas. Es un combate a menudo sacrificial. Un pozo de ciencia como Eras-
mo rehúsa la militancia. Prefiere el griego al habla popular y su biblioteca a la
calle. Contrariamente al doctor en teología, centrado en el curso y en el ser-
món, el nuevo sabio se entrega con exclusividad a sus trabajos de pluma, que
no bastan a los organizadores comunitarios. Éstos deben subir al púlpito, co-
mo otros a un tonel frente a la puerta de las fábricas. Añaden a la pasión de
comprender la de convencer. Un galeote de la escritura como Calvino ( mil
palabras al año desde ) nunca olvida predicar para los simples, aun dan-
do lecciones orales de exégesis para los doctos. La edición no es para él más que
un trampolín, y corresponde a la Palabra altruista, habitada por el Espíritu,
indicar a la comunidad la buena letra.
“Cuando el Creador hizo al ave —escribe Bachelard—, hizo al ave de rapiña
y al ruiseñor. Cuando el hombre hizo aviadores, hizo soldados y mensajeros.”
Cuando hizo el automóvil, hizo carros de asalto y ambulancias. Y cuando hizo
Lucas Cranach, La predicación de Martín Lutero o Martín Lutero señalando al crucificado a la comunidad,
parte inferior del retablo de la Iglesia de Santa María, en Wittenberg.
.
.
La historia del Eterno en Occidente tiene algo de pendular que puede volverse
aciago. Cuando Él se hace plenamente legible olvida lo visible en tan buen ca-
mino. El “queso y postre” parece prohibido a nuestro consumo divino. Cuan-
do se pregona el Verbo se refrena la imagen y viceversa. Nuestro Dios único
pasa de uno a la otra y de ésta al anterior como un hombre sufriente en la no-
che da vueltas una y otra vez en su lecho sin poder encontrar la buena postura.
El hebreo rompe los ídolos y, en esa huella, se pone a idolatrar el escrito. Mag-
netizado por imágenes de un realismo alucinante, el cristiano medieval realiza
la contramarcha: encierra al verbo con doble llave y se entrega a lo espectacular.
El puritano rehace el movimiento en sentido inverso, reactivando una querella
a las imágenes duplicadas que sacude a toda Europa. Erasmo, prudentemente,
desacreditaba en forma pública los lujos inútiles y censuraba en privado los már-
moles demasiado blancos y costosos de la cartuja de Pavía. La imagen desvía
5 Como nos lo recuerda Jean Clair en su malicioso libro De l’invention de la péniciline et de l’ac-
.
6 Es el papel anticonformista asumido en Francia (“la familia contra los poderes”) por la Unión
Nacional de Asociaciones Familiares (UNAF), animada con gran talento y combatividad por
P.-P. Kaltenbach.
Henri Valkenberg, Domingo en la tarde en tierras adentro, lectura de la Biblia en una familia protestante,
.
.
G uiado por los nuevos mapas y atlas impresos, el Eterno prolonga después
de la Reforma su caminata del Levante al poniente (también su sopor-
te, el papel, siguió el movimiento del sol, de China hacia Europa). Con “el arte
negro”, Él se propulsa hasta el otro lado del Atlántico, un salto de cinco mil ki-
lómetros. Hélo aquí en el cenit de su curso justo en el momento de la revolu-
ción industrial en que en el Viejo Mundo la fe comienza a declinar (los relojes
divinos están bien regulados). El recubrimiento de cromo y níquel no puede
hacer olvidar que América del Norte debe su fabuloso destino al encuentro
entre Dios y el plomo. Nueva Inglaterra es el retoño legítimo del biblismo en
caracteres romanos, tal como Nueva España lo es de la Biblia en latín y en le-
tras góticas. Nada muestra mejor el contraste entre dos estados de Dios casi
contiguos, el de los escribas y el de los impresores, que la fosa mental que sepa-
ra, desde el origen, a Iberoamérica de Angloamérica. Las regiones de lo real ma-
ravilloso y las de lo real enmendado. Nueva Inglaterra, donde todo se hace según
la Ley, toma su juridicidad de un Legislador formalista, cuidadosamente ali-
Mapa del Nuevo Mundo, atlas de Abraham Ortelius, Theatrum orbis terrarum, Amsterdam, .
.
fallido: Cypango, liberación del Santo Sepulcro y alianza lateral con el Gran
Khan que da a las Indias occidentales su aroma de magia, escapado de las vie-
jas novelas de caballería. “Ese olor mezcla de sangre y de rosa” propio de la
Edad Media muriente. Los descubridores portugueses y españoles se guiaron
por los oráculos de Joachim de Flore y las profecías de Isaías para ir a recupe-
rar por el oeste el Arca de Sión y preparar las vías para el retorno del Señor
aquí abajo. Erasmo y los filólogos no habían pasado todavía por allí. Y el Libro
del que esas ratas de biblioteca aventureras se pretendían las cabezas investi-
gadoras, el botón de fuego* es todavía el grimorio sin rima ni razón de los
sorbónicos rabelaisianos, de los almanaques y de las farragosas confusiones.
Muy distinto es el Dios del nuevo régimen, revisado y corregido, cuyas instruc-
ciones, línea por línea, los escrupulosos lectores de la Inglaterra isabelina, los
maniacos del Antiguo Testamento expulsados por los Estuardo, han querido se-
guir haciéndose a la mar para “rechazar y negar toda relación con la impiedad y
la maldad” y para reencontrar la Tierra Prometida descrita en Dt , :“Pues Yahvé
tu Dios te conduce a una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares
que manan en los valles y en las montañas, tierra de trigo y de cebada, de viñas,
higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel, tierra donde el pan
que comas no te será racionado y donde no
carecerás de nada […] y bendecirás a Yahvé
tu Dios en esta tierra buena que te ha da-
do.” ¿Qué obra habrá sido finalmente más
energética y vitaminada que la Biblia, cuyos
arcaísmos han llevado la modernidad a las
pilas bautismales?
primeros pasos de los cristianos sobre la arena, como dan fe sus cartas y diarios,
lugares saturados de memoria. El escenario divino, al expandirse en el imagina-
rio letrado, había dado a la Europa de los libreros el deseo de adecuar sus actos
a las palabras. De ahí el impulso de La Niña y el Mayflower. La más literal de las
lecturas posibles, la rigorista, proyectó así sobre el Atlántico norte a tradicio-
nalistas exactos, para quienes nada estaba autorizado si no tenía su fundamen-
to en tal o cual versículo. En busca de redención porque estaban más instruidos
que el promedio de los yeomen, los pequeños propietarios ingleses se limita-
ban a lo estrictamente necesario (tres fiestas religiosas al año, y dos sacramen-
tos: el bautismo y la eucaristía). Nuevos Viejos, y pasando por encima de los
siglos hacia los tiempos olvidados del desierto, los puritanos que desembar-
caron en Plymouth saben todos leer y escribir, y sus descendientes, en el siglo
XVIII, tendrían un índice de alfabetismo todavía dos veces más elevado que los
ingleses del terruño. Las raíces obligan (un año después de la independencia
el Congreso estadunidense vota la importación de mil biblias). Pero para
celebrar estos forzudos, eclesiásticos sin sotana, se vestían con hábitos negros.
La gran migración hacia la tierra “designada por la Providencia para ser el teatro
donde el hombre debe alcanzar su verdadera estatura” debe sumarse a los acti-
vos de Abraham, de Isaac y de Jacob. Pues el Antiguo Testamento, más que el
Nuevo, dio a los anglófonos expatriados el bosquejo de la pieza por represen-
tar: no separarse de una Inglaterra de cuerdas y hogueras sino volver a cruzar
el Mar Rojo. Afrontad el wilderness, como vuestros antepasados el Sinaí. Caed de
rodillas al tocar el cabo Cod. Y cuando arribéis a Connecticut, parapetaos en
Canaán y agradeced al Cielo la primera cosecha.
Huir de Egipto o de Europa era abandonar la historia y sus ardides para re-
encontrar un tiempo inmóvil y seguro, virginal y virginiano, sustraído a la co-
rrupción de las cosas y de las gentes. Entre la égloga y el Paraíso. “¡Todos, todos
son libres! Aquí reinan Dios y la naturaleza. / La mano del hombre no ha man-
chado su obra”, escribe el poeta de la nueva nación, Philip Freneau, en .
Los pensadores de la independencia, Franklin, Thomas Paine, Jefferson (con-
vencido, este último, de los poderes democráticos de la imprenta, que salva-
guarda las leyes del olvido y las pone bajo los ojos de todos), abrazan como una
evidencia la visión del nuevo pueblo elegido que puso al Mar Rojo entre él y
el Mal. Entre el viejo y el nuevo tiempo. Los EUA soñaron con un fin de la his-
.
7Véase Nathalie Hind, “Sudisme et millénarisme aux États-Unis au XIXe siècle”, Anglophonia.
French Journal of English Studies, , , Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, .
.
libre. Mayoría moral. El pastor Luther King. Las oraciones presidenciales por
las víctimas. Quien no tiene a Habacuc sobre su mesa de noche no puede com-
prender nada en el país de la high tech, el único de Occidente donde el mono-
teísmo se encuentra en el puesto de comando. Go west, old God.
Y es Dios mismo quien prohíbe que haya una religión de Estado. Él está pre-
sente en la Constitución de todos los estados de la Unión, salvo uno. Y su escu-
do de armas es el Gran Sello del Estado Federal. Annuit cœptis:“Dios favoreció los
comienzos.” La pirámide inacabada se eleva hacia el cielo para reunirse con el
ojo de la divina providencia. Al situar a la “Nación con alma de Iglesia”, de entra-
da y sin el intermediario romano, bajo la protección del Eterno, fue posible,
según las palabras de Jefferson, elevar un muro de separación entre la Iglesia y el
Estado. Conjugando creencia y disidencia, espíritu de religión y espíritu de liber-
tad (a Tocqueville esto no le gustaba, y con razón). Sería sacrílego reconocer un
culto en particular y querer interferir con las denominaciones religiosas
que se reparten hoy el país (donde por ciento de los habitantes declaran
creer en Dios y por ciento se dicen afiliados a una iglesia). La institución po-
lítica —tal era el credo de Calvino— es demasiado humana y frágil para que se le
reconozca el derecho de fijar una verdad cualquiera, privilegio reservado al
Omnisciente. Pero el muro levantado por la primera enmienda de la Constitu-
ción no está destinado, como ocurre en una República a la francesa, a proteger
al Estado de las injerencias de las iglesias, sino a la inversa. Por eso el legislador
de Washington está allí para permitir a Aquel que está en las Alturas irradiar sus
gracias sobre toda la Tierra, hasta la consumación de los tiempos. En esta Holy-
land materialista y mística, futurista y
arcaica (lo uno en virtud de lo otro), teo-
cracia patriótica atemperada por la de-
mocracia política (donde “secularización”,
como se habrá comprendido, no es “lai-
cidad”), el Dios de los bautistas born again
no se mezcla, sino muy por el contrario,
con el business. Tanto para la nación como
para el self-made man el éxito económi-
Ronald Reagan prestando juramento sobre
la Biblia durante su investidura en . co constituye el signo visible de la elec-
Moisés al norte, la Virgen al sur del río Bravo: el Arca de Noé resiste bien. Mien-
tras que el Viejo Mundo se aparta, el Único ejerce oportunamente en el Nuevo
sus talentos de unificador, sobre todo en tiempos de guerra y de catástrofes.
El gran agujero unificador es sin duda más necesario allí donde las tensiones
centrífugas son las más poderosas y donde los riesgos del leadership mundial
son los más grandes. Para bien o para mal, para el vigor y el Imperio, la gene-
rosidad y la brutalidad, la valentía y la arrogancia, el dinamismo y el simplis-
mo, Estados Unidos desde su nacimiento cerró un pacto con el Altísimo que
lo expone a venturas y desventuras ejemplares. Pese a la reducción de las con-
vicciones a opinión y del fervor a aborregamiento, parece muy decidido a no
cortar el cordón umbilical. La Europa reexportadora no podía prever, en tiem-
pos de su centralidad, lo que le costaría el pasaje de relevo: el desplazamiento del
eje del mundo. Sobre el asunto God and Co. es inútil discutir, y ella se cuida
muy bien de hacerlo: el cow-boy es leader. ¿En el nombre de qué podría, si no,
detentar el dominium mundi, dictar el derecho en las antípodas, burlarlo si
es necesario y unificar en los peligros al Occidente cristiano bajo su báculo? Es-
tados Unidos ya no es el santuario impoluto que
soñó ser en otros tiempos, pero el hecho de
ser, por nacimiento, divisa y convicción
íntima, el confidente de la Providencia, lo
pone en la posición de hacerle frente a to-
do. God y Alá se responden. En una guerra
santa, moralmente, sus armas son casi
iguales. Otros métodos y el mismo postu-
lado: el Bien contra el Mal. Propaganda de la Iglesia de Cristo en Nueva
York durante la década de . Fotografía to-
mada del libro de John Craven, Los americanos.
Borradura
Cristo parricida
Los muertos exclamaron: “¡Oh Cristo!
¿No hay Dios?”
Él respondió: “No lo hay.”
Todas las sombras se pusieron a temblar
con violencia.
- ,
.
es una marca de respeto. Dios no busca imponerse. Nos deja libres de elegirlo.
A nosotros nos corresponde verlo y escucharlo.
Esta moderación proverbial no explica lo que se ha convertido con el correr
de los tiempos en un liso y llano ausentismo (y creerlo innato evita interro-
garse sobre lo que tiene de inquietante). Pese a su moral de la evasión, el Eterno
es el contemporáneo fundamental de los hebreos. Omnipotente y omnipre-
sente. Es Jesús, el de los cristianos. El Todopoderoso, bajo su influencia, se des-
lizó de la cortesía al renunciamiento. Las iglesias de hoy huyen de lo teologal
(lo que concierne a Dios) por la moral (lo que concierne al hombre). A hurta-
dillas, por supuesto, pero miremos las cosas de frente. Dios hace muchísimo
tiempo que fue retirado por sus turiferarios del servicio activo y lanzado a la
reserva. Donde lo acogieron, quién sabe, los dioses holgazanes y burlones del
Olimpo, que instalados en el primer balcón miraban riendo a los hombrecitos
devorarse entre ellos.
¿Relevo o despojo?
Más bien una sorda pero inexorable deposición.
Remontémonos a la escena primitiva: el Gólgota.
.
.
.
Jesús, la rebelión
.
santos profana. Y fue más que una idea en el movimiento llamado de los Busca-
dores de Dios, a fines del siglo XIX, constituido en torno al filósofo ortodoxo
Vladimir Soloviev, retomado por Berdiaiev, Bulgakov y los teósofos. Divini-
zación de lo humano que repercutió en Rusia inmediatamente después de la
revolución de , con los Constructores de Dios, Gorki y Lunacharski. Su Pa-
ter Noster estipulaba: “Proletariado nuestro que estás en la tierra, santificado sea
tu nombre, hágase tu voluntad, venga a nos tu poder.” Y llegó, el poder, con el
comunismo eclesiástico y la forma secular de teocracia que representó la lo-
gocracia roja. El Partido Iglesia. La Parusía en la punta del fusil o en el fondo de
las urnas. Stalin ex seminarista. El pastor Humbert-Droz (fundador del partido
comunista suizo). Garaudy, presidente de los Estudiantes Cristianos. El Padre
Celestial, por querer encarnarse demasiado, terminó como padrecito de los pue-
blos, dios viviente, y el paraíso de los trabajadores, en contrautopía. Es decir, el
Verbo hecho Carne quedó preso de su propia trampa.
Dime con quién andas y te diré quién eres. Pero Hijo y Padre, pasada la Revo-
lución jacobina, no son ya del mismo mundo. Los monarcas tienen su Te Deum
y los teólogos sus disputas: círculo cerrado, más bien latoso. Jesús es el amigo
.
del pueblo y del brillante —poetas, novelistas e historiadores. Gran público. Vic-
tor Hugo es la excepción, ya que no olvida el misterio del origen, pero es tanto
filósofo como poeta. En una palabra, el deísmo en el mundo cristiano se ha con-
vertido en una posición filosófica; y Jesús en una figura literaria, modulable
mediante poemas, folletines, novelas, canciones, comedias musicales. Lo sagra-
do del escritor será el del “único anarquista exitoso”. No son ya Bossuet o Ma-
lebranche quienes dan el tono; es Alejandro Dumas. El árbitro de las elegan-
cias ha cambiado; el Eterno no está ya de moda. No nos asombremos de que
un poeta, en el Songe de Jean-Paul, haya sido el primero en publicar el aviso del
deceso, poniéndolo en boca, formidable intuición, de Jesús mismo:
La iglesia quedó pronto desierta: pero de golpe, ¡espectáculo horrendo!, los niños
muertos, que se habían despertado a su vez en el cementerio, acudieron y se pros-
ternaron ante la figura majestuosa que estaba sobre el altar y dijeron: “Jesús, ¿no te-
nemos padre?” Y él respondió en medio de un torrente de lágrimas: “Somos todos
huérfanos; ni ustedes ni yo tenemos padre.” Ante estas palabras el templo y los ni-
ños sucumbieron y el edificio entero del mundo se desplomó frente a mí en su
inmensidad.2
Abraham). Pero la cabeza del linaje, en principio focal, era visualmente difu-
sa. Avanzando hacia nosotros en medio de una escolta cada vez más feérica y
con encuadernaciones de canto dorado,
el Ancestro, inmóvil, reculaba poco a po-
co en la penumbra.
.
Y eso no era todo. Con el teatro filmado, y después el cine, nuevo desequilibrio
en el trío conciliar. El Padre es el más perjudicado porque es el menos escénico.
El Espíritu Santo es aún menos escenificable, siempre con la misma fisonomía
(una vez vista la lengua de fuego se ha visto todo). Del Pesebre a la Cruz, en
cambio, cada figura del pequeño Jesús tiene su lugar en el repertorio. Su esce-
na y su indumentaria en el Misterio medieval ante el pórtico. El magisterio re-
chazó al teatro pero no al cine, enseguida adoptado. Las filmografías compa-
radas del Padre y del Hijo dicen suficientemente que la partida no es pareja. El
Segundo prevalece con mucho porque nos hace la gracia de tener un rostro,
una vida, una muerte, mientras el Primero es por construcción estático, inen-
gendrado y sin comienzo. El primer celuloi-
de de ficción fabricado en Francia llevó la
Pasión a la pantalla, y varios cientos más
sobre el Nuevo Testamento salieron du-
rante un siglo. Del Antiguo, en cambio, se
cuentan con los dedos de una mano, aunque
tienen un mayor presupuesto y son en ci-
nemascope (Cecil B. de Mille y John Hus-
ton). Esos peplums completamente super-
ficiales (salvo Ben Hur) nos hacen sonreír,
mientras que las cintas sobre el Hijo nos
ponen en lo vivo del tema: Ordet de Dreyer,
El Evangelio según San Mateo de Pasolini, El
Mesías de Rossellini, Salve María de Godard,
La última tentación de Cristo de Scorsese.
Cela s’apelle l’aurore, película de Luis Bu- “Estoy con vosostros para siempre —dijo
ñuel, .
Jesús—, hasta el fin del mundo.” En los ro-
setones, sobre los cimacios, al fresco, al óleo,
en el cine, e incluso en los flashes. En todos los tiempos y en todos los medios,
añadiremos, el devoto debió estremecerse. Como con el último de los reporta-
jes fotográficos sobre el Hijo de Dios, último rebote con “tendencia” del concilio
de Nicea, intitulado INRI. ¿Ilustraciones escandalosas en revistas de homosexua-
les? Sacerdotes y fieles protestaron. Olvidando sin duda que no se salvaguarda
sino violentando, y que el sacrilegio a la Buñuel es el último homenaje del pro-
.
Se puede decir sin exagerar que este descubrimiento genial llega a su debido tiem-
po en el plan de salvación del mundo. ¡Desgraciados de nosotros si lo dejamos
pasivamente en manos de los sembradores de discordia o de desaliento! ¡Qué ale-
gría, por el contrario, si sabemos utilizarlo como una extensión providencial de la
Iglesia y del Reino de Dios! […] ¡Los caminos de Dios son insondables! Vosotros
todos que buscáis en secreto, desconocidos que no habéis jamás experimentado la
luz, ella viene a vos mediante esta vía nueva y misteriosa por vez primera.
El mismo sonido de campanas pascuales del papa Pio XII en : “Espera-
mos de la televisión consecuencias del mayor alcance para la revelación cada
vez más resplandeciente de la verdad a las inteligencias leales.” Esto es lo que
llegó a hacer del Día del Señor, en Francia, nuestra más antigua emisión televi-
siva. Radiofónico, el protestante ve la imagen magnificada como palabra dis-
minuida, una privación de verdad. Denuncia la idolatría técnica. “La imagen
—escribe el reformado Jacques Ellul— pertenece al dominio de la realidad.
No puede en absoluto transmitir algo que pertenece al orden de la verdad.
No capta más que una apariencia, un comportamiento exterior.”3 Más abier-
ta a la celebración de un Hijo audible y visualizable que de un Padre ordina-
riamente privado de epifanía, la teología espontáneamente audiovisual del
catolicismo no vacila en celebrar la fusión Palabra/Imagen.
Insaciables mediadores
.
elabora despúes del deceso así: “Yo soy el cumplimiento, el Mesías sufriente
que esperabais, portador de los pecados de los hombres.” Jesús no será ya un
profeta más en un prolongado linaje (como lo ven los musulmanes, con cier-
ta sensatez); será el Mesías cuya llegada habían preparado todos los profetas,
volens nolens. El anunciador del Juicio Final deviene el Juez Supremo, el trans-
misor de la buena nueva del reino de Dios se transforma en el objeto mismo
de la buena nueva.4 Medio reciclado en mensaje. En detrimento del Padre, tan
bien realizado en la obra del Hijo que, sin mayor inconveniente, es posible ha-
cer que se deslice hasta la trampa.
Dios suplantado por sus mismos medios… Sólo los propios nos traicionan, y
en este caso con lo mejor que tienen: la función auxiliadora de los interme-
diarios. El entredós era el punto fuerte de la fórmula cristiana. Lo hemos visto
4Maurice Sachot, L’invention du Christ. Genèse d’une religion, Odile Jacob, París, , col. Le
Champ Médiologique.
La Nueva Alianza se las ingenió así para multiplicar los pasadores de gracia o
los elevadores de la salvación. Aquellos que hacen ascender (a los niños al Pa-
raíso) y descender (las bendiciones y las lenguas de fuego). Para reforzar, en los
dos sentidos, las escalas Cielo/Tierra, notoriamente insuficientes en la Anti-
gua Alianza. Y es este lujo de términos medios lo que ha vuelto al cristianismo al
mismo tiempo popular y operacional, superando el cara a cara estéril y parali-
zante de lo Alto y lo Bajo, del Bien y del Mal. Esta glacial separación de princi-
pios despojó de todo porvenir político a los gnósticos. Esos dualistas demasiado
rígidos oponían un Dios bueno a una Creación mala sacrificando el senti-
.
Cuando leía la vida de Nuestro Señor y de los santos se ponía a pensar y a decirse:
“¿Qué pasaría si yo hiciese lo que hizo san Francisco y lo que hizo santo Domingo?”
Se ponía a imaginar una cantidad de cosas que le parecían buenas y representaba
siempre cosas difíciles y penosas; y al imaginárselas le parecía encontrar en sí mis-
mo la facilidad para ejecutarlas. Al cabo de todos sus razonamientos, sin embargo,
volvía siempre a decirse: “Santo Domingo hizo eso y yo también debo hacerlo; san
Francisco hizo aquello y yo también lo haré.”5
.
A utor: “Se dice por excelencia de la primera causa que es Dios”, se lee en
el artículo “Autor” del Dictionnaire universel de Furetière. El Creador del
Universo y el autor de nuestros días gozaban en otro tiempo de la Autoridad
máxima. Pero la calidad de Padre Eterno se ha convertido en una descalifica-
ción. Es incluso, con la crisis generalizada de lo genealógico, cuyo costo pagó en
primer lugar el progenitor carnal, el sorprendente defecto de su coraza. ¿Có-
mo conservaría su estatus el Autor por excelencia si ya no vivimos en un régi-
men de autor? ¿Cómo permanecería el Padre en lo más alto si la función pa-
ternal hace agua por los cuatro costados?
La relación padre-hijo continúa dándose en teología como originaria y ori-
ginante. Una sobrenaturaleza anclada en el patrón más estable, el de la natura-
leza y las costumbres. El pater es el patrón, administra el patrimonio. El genitor
procrea, insemina a la madre. Y el parens educa en la ley. Bajo sus tres acepcio-
nes fundamentales, el Padre gobernaba. Podía dar órdenes a Abraham, como
este último, el padre de Israel, a los hijos de Israel. Era la Ley. Él tenía la pri-
mera y la última palabra. Fijaba lo prohibido. Sin haberlo llevado en su carne,
se supone que el Padre reconoce al hijo en espíritu mediante un acto de pala-
bra (principio espiritual, simbólico), mientras la madre se consagra a hacer su
cuerpo (principio carnal imaginario). Una situación de oro, garantía sobre el
gen. Ahora bien, además de que la experiencia humana de la paternidad no es
una invariante histórica, recientemente, con las biotecnologías, el genitor bio-
lógico se ha transnaturalizado (y no desnaturalizado, puesto que no hay un
.
Sin duda tal estado de cosas no es viable en el largo plazo, y se puede prever en
una próxima etapa una refundación del padre, tanto carnal como simbólico
(según el efecto jogging del progreso técnico). (l) Los pactos civiles de solidaridad
entre iguales no podrán ocultar durante mucho tiempo que en la fuente de las
conyugalidades homo o heterosexuales existe el vínculo de filiación, que no po-
dría constituir un contrato. No puede uno más que concordar con la Federa-
ción Protestante de Francia cuando evoca “la duración que precede y excede al
consentimiento individual”, porque los sujetos “deben venir de una infancia e
inscribirse en un mundo más duradero que ellos mismos”. Porque la pregun-
ta es precisamente ésa: “¿Cómo conjugar la autonomización del sujeto y la
institución de la filiación? Es así el sentido mismo de la institucionalidad lo que
nos es necesario reencontrar, redefinir y reinventar conjuntamente.”6
Por ahora, Padre desfalleciente, autor
evanescente. ¿Somos todos creadores
(creatividad generalizada)? Ya no nece-
sitamos Creador. ¿Somos todos origina-
les? Ya no necesitamos Original. ¿Qué
dios vería la diferencia, nuestras redes
digitalizadas, entre el original y la copia?
El Lienzo ya no tiene necesidad de de-
miurgo. Se puede hacer obra bordando.
¿Cómo identificar al autor de un texto
electrónico o de una animación por
computadora? Se puede determinar
quién es el autor de un cuadro o de una
foto argéntica. ¿A quién atribuir, jurídi-
El universo teocentrado: La création, cartel
de catecismo misionero, cromolitografía, co-
6 “La familia, la conyugalidad y la filiación”, Oficina
mienzos del siglo XX. Edición Maisson de la
de la Federación Protestante, septiembre de . Bonne Presse.
.
vicisitudes de Aquél. Esta división del trabajo de lamentación es tanto más ten-
tadora cuanto que las llagas de la Esposa del Cristo se ven a simple vista. ¿Qué
católico no ha escuchado decir, y no ha repetido alguna vez él mismo, después
del Concilio Vaticano II: “La Iglesia se largó.” El latín, la confesión auricular,
la sotana. En pública subasta la tiara; al museo el trono portátil, los abanicos
gigantes de plumas de avestruz con el mango ornamentado en oro. ¿Y si el bál-
samo estaba en la endecha? ¿Para evitar sumergir de nuevo al Eterno en la du-
reza de los tiempos? Sin duda, la suerte de lo instituido no está ligada a la del
Instituyente del cual se reivindica. Prueba de ello es que un culto puede muy
bien sobrevivir a su objeto supuesto. Jesús cuida a sus embajadores y en Esta-
dos Unidos, Polonia, Corea, tienen gran éxito, aun guardando con el Auctor
primordial relaciones de simple cortesía. Fuera de la esfera ortodoxa, donde se
mantiene la integridad del dogma y donde los derechos del Padre, así como
los del Espíritu Santo, son ostensiblemente preservados, el cristiano moderno
ha renovado su contrato de arrendamiento con el Cielo. Contrata directamente
con el Hijo, socio siempre cercano y de retorno inminente. Aquel cuya “hu-
manidad sobrevive a la muerte de Dios” permite a los mejor intencionados de
los hijos de la Santísima Trinidad tomar el tercio por el todo.
.
.
Cada cual
para sí
Se convirtió del catolicismo al bahaísmo en la
universidad. Para sus padres siguió enmarcando
su nueva orientación como parte de un
continuum con su fe de la infancia; Jesús
era indudablemente una Manifestación
de Dios, pero había algunas otras…
. C, Finding your religion
.
.
fes (a las que se llama todavía en Estados Unidos “actos de Dios”), las jerarquías
lugareñas. Para ir a su encuentro nos hacen falta en adelante más decisiones
que el simple abandono, y más anticonformismo que docilidad. Panurgo tiene
dioses para sus necesidades, y necesidades en la medida de sus posibilidades.
Ahora bien, ¿qué necesidad tangible tiene aún nuestra civilización, con sus re-
cursos cada vez más eficaces para calmar el miedo y el desamparo, de los servicios
de un Salvador en adelante poco servicial? Más utilitarios pero menos vulnera-
bles que antes a las agresiones del medio natural, henos aquí cada vez menos
“capaces de Dios”, porque aparentemente los motivos de utilidad para invocar
su Nombre no son los adecuados. Su viejo pliego de condiciones es asumido
por otros; la carta de fidelidad no cuenta más. Nos arreglamos sin ella.
.
los hombres está confundido porque soñaron con un rascacielos que batiría
todos los récords? Una hazaña high-tech, un gusto anticipado de audacia fáus-
tica, que hace honor a la vanguardia y habría valido el Guiness a los arquitec-
tos. Además de que nosotros tenemos por un bien, o un pecadillo, lo que era
funesto a los ojos de nuestros antepasados —por ejemplo, la curiosidad se-
xual (ellos conocieron que estaban desnudos) o el deseo de penetrar el mis-
terio de las cosas (el árbol del
conocimiento)—: la anomia des-
culpabilizada se mofa de la Ley,
una Ley que, por lo demás, ha
perdido su sacralidad al perder
todo soporte material fijo, al con-
vertirse en “hechos legislativos”
que se deslizan sobre las panta-
llas. En una sociedad donde está
prohibido prohibir, lo heredita-
Marc Riboud, Chartres, . rio irremisible, la manzana fatal,
el “culpable aunque no respon-
sable” que nos recibe en la cuna, están en los límites de lo impensable, entre
lo bárbaro y lo chusco. Los protocolos de compasión del hospital eliminan las
ceremonias de la penitencia. El confesionario de las iglesias se ha quedado
vacío en beneficio del diván o de las cámaras. Si uno pone el alma al desnudo
es delante del psiquiatra, cura agnóstico, o bien ante diez millones de teles-
pectadores, en un estudio.
Dios servía antaño para señalar al culpable, con la ordalía o para torturarlo a
fin de que dijera la verdad. La marca genética es más económica (en la sangre
de los inculpados y en tiempo de los jueces). Servía sobre todo para neutralizar
los riesgos, para “asegurar y proteger”. Para pedir socorro cuando no hay soco-
rro. Aspersión de agua bendita, palabras de exorcismo, procesión del Santísimo
Sacramento. Todo ritual tranquiliza: se tiene menos miedo en grupo que solo.
Pero ¿para qué sirven las bendiciones cuando se poseen el descuento del se-
guro y la mutualidad? Ya no hay bandoleros en los grandes caminos. Los lo-
bos han desaparecido de los bosques, los muertos permanecen en sus tumbas,
.
N uestro espacio y nuestro tiempo prácticos son cada vez menos datos
brutos e invariables, si es que alguna vez lo han sido. Se dilatan o contraen
en función de la mediasfera donde se mueven, física y mentalmente. El uso
público de la razón es “aquel que se hace en tanto letrado para el conjunto
del público que tiene el hábito de leer” (Kant). El uso privado de lo irracional
es el que se hace como creyente del espacio-tiempo muy provisional donde
nos esforzamos en hacer comunidad. Un ámbito de creencia implica varias co-
ronas concéntricas de coacciones. En el exterior, el entorno social, o el estado
promedio de las costumbres, cuya evolución puede suscitar una crisis de la ins-
titución. Existe, menos ostensible pero igualmente activo, el clima intelectual,
función de los conocimientos científicos de una época, que remodelan, en cada
estadio, las líneas divisorias entre lo creíble y lo increíble. Tal clima puede en-
gendrar una crisis de los dogmas y de las certidumbres. Está, finalmente, la cul-
tura material, cuyos cambios afectan cotidianamente a las prácticas. Este tercer
.
Nuestra atención, más modesta, se pondrá sobre el pequeño círculo de las tri-
vialidades. No sobre los contenidos (al menos en un primer momento) sino
sobre el modus operandi, la gimnasia de la fe. El gesto no es el complemento
Es vejatorio para el orgullo intelectual, pero bien podría ser que las ortopraxias
pesen más que las ortodoxias en las transmisiones de la fe. Para numerosas
sabidurías orientales la meditación tiene que ver con una disciplina. Porque lo
que se cree importa menos que lo que se hace con la creencia. Pero los encuen-
tros de la fe escapan tanto de las encíclicas de la autoridad como de los desi-
derata del fiel. La administración de los sacramentos en las parroquias rurales
despobladas, la misa dominical, el mapa de las diócesis no son factores que
reglamentarían de un plumazo una democratización del catolicismo o un Sa-
cro Colegio mejor inspirado. En lo que hace a su presencia en la Ciudad carnal,
Dios parece mucho más amenazado por el parque automovilístico y los elec-
trones que por el abandono del canto gregoriano y el matrimonio de los sa-
cerdotes.
1 Jean-Michel de Tarragon, “Le culte en Ugarit”, en Cahiers de la Revue Biblique, , p. .
.
más
50 zan ja
No re
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1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990
Práctica semanal / conjunto de jóvenes franceses Práctica mensual / conjunto de jóvenes franceses
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1950 1960 1970 1980 1990
nada no sabe algo pero no reencarnación vida nueva vida después de la muerte
no responde sabe qué sí no
Sociogramas tomados de Yves Lambert, “Les jeunes et le christianisme: le grand défi”, Le Débat, mayo-
agosto de .
.
2 Véase Michel Lagrée, “Dieu et l’automobile”, Cahiers de Médiologie, núm. , otoño de .
.
¿Y por qué no mencionar, ya que estamos abordando cosas serias, las malas pa-
sadas del hada electricidad? El ojo de Dios era como una lámpara encendida
.
Planet Circus
.
.
Cien veces descritos los rasgos de esta mediasfera extraña y sin embargo nues-
tra: primado de lo emocional sobre lo discursivo, del instante sobre los pro-
cesos, del individuo sobre el grupo, de lo auténtico sobre lo verdadero, de
las parataxis (yuxtaposiciones pasivas) sobre las sintaxis (organizaciones cons-
truidas) y de los escándalos sobre los misterios. No volvamos al mismo tema
por enésima vez. La respuesta adaptativa, por parte de las “viejas iglesias”: un
cambio de porte de lo doctrinal a lo carismático y una transposición en la pasto-
ral de lo “sagrado del instante” (viajes con gran pompa, ceremonias continenta-
les, congresos de oración). Si no hay tiempo pico, no hay información. Si no
hay información, no hay existencia. Bocal obliga. El pentecostismo protestante y
el iluminismo católico tienen un buen porvenir en un mundo de comuni-
cantes, y es probable que den cada vez más el tono a los asediados de la fe cris-
tiana. Para meterse no ya en la página sino on line y en el ambiente hay que
volverse interactivo y contextual —y sacrifi-
car las escrituras ante los fondos sonoros (gui-
tarra, batería, saxo). El audio no exige la misma
concentración que la lectura en suizo, sospe-
chosa secesión de asocial. Tampoco se les pi-
de ya a las religiones instituidas proponer ver-
dades (depositadas en caracteres pequeños en
textos y encerradas en cajas) sino ofrecer valores
(estremecimientos sensoriales y participativos).
Paso a los “signos fuertes” que “dan sentido”.
De acontecimiento que era, la Resurrección se Fra Angélico, La disputa de santo
convierte entonces en una vaga alegoría (Dre- Domingo y el milagro del libro (de-
talle de la Coronación de la Virgen).
wermann). Museo del Louvre, París.
.
¿Qué suerte va a reservar el poslibro a las religiones del Libro? Ellas adoran a
un Dios que se descifra y no se ve (“nadie puede ver mi rostro sin morir”, previ-
no desde el comienzo, dirigiéndose a Moisés). Y sostienen que la imagen de
Dios, cuando es autorizada, no es nunca Dios, quien es Palabra consignada,
Biblia o Corán. ¿Nuestro Metalibro conservará su estatus de excepción respec-
to de los libros ordinarios? Con un capital imaginario fundante, nuestro banal
ladrillo de papel se ha refugiado en un nicho poco inervado del cuerpo social.
Si sigue siendo, por su pátina, un pasaje obligado para los héroes de la imagen
—empresarios, actores, cantantes y políticos—, para quienes una obra debi-
damente firmada es como una carta de presentación ventajosa, su poder de
convocatoria sobre el público, en profundidad y anchura, disminuye cada día
(como lo muestran con creces los prestigios y los niveles de vida comparados
de los oficios del libro, del sonido y de la imagen). Nuestro saber leer, nuestra
sensibilidad en el continuum mimético de reposiciones, rivalidades y parodias
literarias que aparece en cualquier texto de autor (tal como la historia de la
pintura habita en el menor esbozo de Goya o de Picasso), se extingue suave-
mente. Los promotores de emisiones literarias, para legitimarse y volver a cap-
tar al público joven, hablan de defender “el escrito en sentido amplio”. ¿El sen-
tido propio los haría huir? Quejas y sermones inútiles. La ley del medio: dura
lex sed lex. Nuestras NTIC (nuevas tecnologías de la información y de la comu-
nicación) se llevan por delante a la vez el modo de reproducción de los textos,
su soporte y nuestras maneras de leer (que la imprenta en su tiempo no había
modificado sino un poco). Con el libro desmaterializado, y por lo tanto desacra-
lizado, comienza un mundo a-bíblico, invadido por lo cultural y abandonado
por la lectura. Abíblico puede decirse un mundo donde el escrito circula más ale-
gremente que antes, pero donde el libro transformado en base de datos declina-
bles a voluntad ha perdido su centralidad simbólica, en beneficio de impresos
de muestra o de picoteo utilitario. ¿Libro en migajas, Dios en migajas?
Ordenador es una palabra proveniente del latín de iglesia que designa al que
procede a una ordenación, el que preside la ceremonia o el director. Cristo era
llamado “ordenador” en el siglo XIII, término que Malebranche aplicó igual-
mente a Dios. Aquel que dispone las cosas según un orden, una línea de suce-
sión (la ordinal, por oposición a la cardinal), y respecto de la cual estamos todos
¿Qué debe hacer el Ordenador Original frente a los ordenadores a secas? Trans-
formarse, por supuesto. A las bibliotecas sin lectores, a las que se llega por
internet, corresponden religiones sin dogmas y sacerdotes sin sotana. Es ya
posible esperar de las redes de comunicación del mañana un e-God just in ti-
me, conmutable, por telepedido y sin copyright.
Un bien por un mal. Toda maquinaria nueva produce una servidumbre al li-
berarnos de otra. El alfabeto del desierto nos libró de las diosas madres y nos
.
del cliente-rey y surfista. Este marketing obligado se eufemiza como “la obliga-
ción de responder a las expectativas de la sociedad”.
.
es consustancial. Perder el sitio ceremonial además del Libro que sustenta a sus
lectores equivaldría a desactivar la gracia. El carácter móvil de plomo en Europa
del norte hizo resplandecer en el siglo XVI la mediación del cuerpo eclesial. Si
el on-line y el off-line llegaran a suprimir, con el in-situ, el cuerpo a secas, eso no
sería ya renovación sino implosión. Dios puede prescindir del Sumo Pontífi-
ce, pero no de los conmemorantes físicamente reunidos.
medios, buscan sin embargo insertarse (a través del estrellato, del llamado a
las tripas, de los media-event). Los protestantes serían los que tendrían más fun-
damentos para protestar pero son demasiado poco numerosos en Francia
para atraer el escarnio. El judaísmo es sacralizado por la Shoah, el islam por
el antirracismo y el evangelismo por su bajo perfil. Los pioneros de la revolución
moderna no han tocado sus dividendos y eso no es justo. Falta de jefe emble-
mático (primer plano imposible), déficit de magisterio, complejidad de las
posiciones, folclor débil: los reformados son los más penalizados, no sólo por el
oropel y las lentejuelas (sin tener cabeza identificable y careciendo de cuerpo
atractivo), sino por el retorno pujante de lo mágico y del hechicero sobre las
ondas portadoras. Además de un pasado decepcionante (para ser breves: In-
quisición, san Bartolomé, Galileo, Pétain), los católicos, al menos en Francia,
tienen la culpa de ser numerosos y, peor aún, de representar el término medio.
El tamiz mediático retiene mejor a las minorías ostentosas, las identidades dra-
matizantes y agresivamente anunciadas. Las actitudes patéticas y pasionales se
benefician así con una prima de exposición de la que se ven privados los cen-
tristas de Dios. En esta competición victimaria los católicos no son, de hecho, los
peor situados, ya que cámaras y micrófonos, apasionados de las cúspides, sólo
se ocupan de las Eminencias. De allí una sobrexposición de la jerarquía, poco
atractiva en sí misma. Si se añaden a este cuadro, para el caso francés entre otros,
los rumores de pedofilia ( sacerdotes fueron inculpados sobre mil), con-
vengamos en que el católico atraviesa un mal momento. Habrá mejores.
L a cantinela del “fin de la historia” está tomada del mismo autor europeo,
Hegel, que fue el primero en anunciarnos, en su obra Fe y saber, de ,
“con un dolor infinito”, la muerte de Dios. Estremecimiento romántico al que
dio amplitud especulativa. Se argüirá que la historia no termina de finalizar ni
Dios de morir. Queda una innegable relación entre la expectativa en la absci-
sa (el hecho de que no esperamos ya de un mañana cualquiera algo esencial-
mente diferente de nuestro hoy) y el enganche en la ordenada (el hecho de que
no atamos ya a un designio sobrehumano nuestras felicidades y desgracias).
.
Nuestra feroz inocencia, nuestra sed de pureza, nuestra obsesión por el Mal, nos
hacen huir hacia lo divagante y lo mágico, con o sin “ácido”, hacia el trabajo de lo
negativo y la Angustia del surco. Que no es, ni mucho menos, la morosa con-
.
Recorrer Egipto en una semana. Estamos en la gloria cuando vamos lo más rápi-
do posible de un punto a otro. La Fórmula 1, ritual del siglo, nec plus ultra del
éxtasis temporal.
Hemos controlado tan bien las distancias que remplazamos el tiempo-sus-
tancia por el tiempo-distancia: el minuto-metro, la hora-TGV (tren veloz), el
año-luz. Huimos del tiempo muerto como de la peste. En un abrir y cerrar de
ojos —“el corto siglo XX”, que separa al velocípedo de lo supersónico— la textu-
ra de nuestro mundo ha invertido sus dominantes: poco nos importan las dis-
tancias que haya que recorrer, pero la menor demora nos resulta insoportable
(a nosotros, que no somos ya pintores ni jardineros). Lo sagrado de la incursión,
del récord y del flash es lo que nos ha dejado al partir un Dios lejano y lento,
que se tomaba su tiempo para cumplir sus promesas y al que no le gustaban mu-
cho los empujones en la puerta del metro. Nuestra felicidad no está ya en la pa-
ciencia de los caminos, en la molicia colectiva, en el “¡caminen!”, en el hurra
“por todos los que…”, sino en la ocupación inmediata y egoísta de un espacio
privativo, el mortífero “espacio vital”. Cada uno para sí, cada uno en su casa.
.
Rasgo irónico y más bien simpático de la mutación de las especies y de los cam-
bios de clima es la revancha, incluso el triunfo de fórmulas culturales hasta
determinado momento consideradas marginales por estar fuera del medio. La
joven cabra de Dahomey, de pelaje tupido, corre menos rápido que las demás
porque sus músculos se calientan demasiado. Por eso la hiena que ataca al re-
baño puede devorarla primero. “Desaparecida precozmente, no se reproduci-
rá”, apunta Bernard Stiegler, inventor de esta pequeña fábula mediológica. Pero
cuando el clima se enfría unos grados, he aquí que el déficit isotérmico afec-
ta a sus congéneres de pelaje no suficientemente abundante, de las que se ali-
mentarán a su turno los animales de rapiña. Reaparición gloriosa de la cabra
de gran pelaje. Caracteres negativos en un principio se vuelven positivos según
qué línea el termómetro suba o descienda. Inadaptados a la sociedad militar-
industrial de ayer, los budismos se revelan muy bien adaptados a la sociedad
bioinformática de hoy. Un mundo en red es un mundo cuyo comienzo está en
todas partes y el fin en ninguna. Esto conviene a los grandes ciclos cósmicos
(regeneración/destrucción) de las espiritualidades de Oriente. Así, de ser sim-
ples curiosidades filosóficas en tiempos de Schopenhauer, las escuelas orientales
se aclimatan ampliamente. La no violencia, la prioridad dada al trabajo sobre sí
mismo con una indiferencia cortés hacia el otro, la ausencia de un corpus ce-
rrado y preciso, la ignorancia de la culpa, la muerte individual como reciclaje,
.
no en el más allá sino aquí mismo, todos esos rasgos ayer molestos por presen-
tarse a contrapelo se han convertido en armoniosas respuestas correctivas a
nuestra esfera desnaturalizada en busca de clorofila. Es el caso de los métodos
de bienestar psicocorporal como el yoga o ciertas formas del zen laico.3 El At-
man hinduista, las Upanishad o el Bhagavad-gita adquieren también nueva
juventud. Un Absoluto indiferenciado, ajeno al tiempo, que invita a la no duali-
dad, trasplantado a un mundo poscartesiano donde el hombre se reintegra a la
larga cadena de lo viviente y se rodea más que nunca, en la ciudad, de animales
de compañía, se revela de pronto más “moderno” que nuestros Evangelios. Más
próximo de ese simbolismo verde y grato cuya nostalgia nos marca. Comul-
gar con el cosmos, abismarse en el todo, no encerrarse ya en lo humano… es-
tas fórmulas vegetarianas resuenan cada vez más en el Oriente de nuestra alma,
y este Oriente se instala a domicilio. Es la inversión de los antípodas.
3 Véase Éric Rommeluère, “Un zen à l’occidental est-il possible?”, Voies de l’Orient, Bruselas, ju-
lio-septiembre de .
dios. un itinerario
Cuando vemos el destino desde ahora académico del fluido astral (convertido en
disciplina de doctorado por la Universidad René Descartes, a instancias de sabios
sociólogos), de la homeopatía, de las paraciencias y de lo “paranormal” (bru-
jos, alquimistas, curanderos, parapsicólogos, exorcistas, ensalmadores, etc.),
sin remontarnos a la gnosis de Princeton ni a los Paulo Coelho del momento,
¿qué descubrimos? Que irreligión no es incredulidad sino superstición. Como
si, liberada de la sujeción a los dogmas y las instituciones, la aberrante obsesión
por la seguridad pudiera finalmente darse vuelo (las canalizaciones han saltado
y todo se desborda). No sólo nuestros sistemas de explicación no han ahuyen-
tado “los miedos irracionales”, sino que, al dejar de hacer girar al universo en
torno del ombligo humano, los habrían más bien agravado. Se sabía que “el
pensamiento salvaje” rebasa al otro; no estaba dicho que lo sucediera. La pru-
dencia científica, la autolimitación de los saberes positivos, la preocupación por
el rigor, dejan sin cultivar zonas vitales (la muerte, el origen, el más allá) que
tienen horror al vacío. Los reductores de incertidumbre llegados del neolítico
vuelven a salir a la superficie (ya Victor Hugo, irreprochable anticlerical sin
384
Lo eterno
del Eterno
Solamente el esqueleto es eterno.
“Avanzo oculto”
P ero, ante todo, ¿quién es pues esta Sombra con la que nos entretiene usted
desde hace más de páginas? ¿No sería cortés decirnos su estado civil?
¿Identificar a la Esfinge universal? No. Imposible. Lo siento. Si hubiera una res-
puesta clara y nítida no habría ya cuestión. No habría ya materia. Ni interés. Ni
fundación. Lo propio de un fundamento es ser infundado. Si pudiera deducirse
.
.
Peter Bergheim, Reconstrucción de la cúpula del templo del Santo Sepulcro, Jerusalén, -.
poránea que los “estados trascendentes unitarios” tienen un efecto benéfico so-
bre el hipotálamo y el sistema nervioso autónomo. “Los estudios han mostrado
que la participación en actividades espirituales como plegarias, oficios religio-
sos o meditaciones puede hacer bajar la presión sanguínea y el ritmo cardia-
co, reducir los niveles de cortisona hormonal y suscitar mejoría en el sistema
inmunológico del individuo.”1 Los creyentes tendrían una esperanza de vida su-
perior, menos infartos y enfermedades cardiacas que los demás (en condiciones
análogas, por supuesto). El doctor Koenig, del centro médico de La Duke Uni-
versity, expresó: “La falta de compromiso religioso tiene un efecto sobre la mor-
talidad equivalente a años de tabaco con un paquete de cigarrillos diario.”
Estados Unidos ha reconciliado apologética y fisiología. ¿Por qué rechazar los
datos brutos recogidos por médicos y psiquiatras estadunidenses?
Y el hombre dijo que el Eterno sea, y el hombre vio que era bueno. Y Lo man-
tuvo por arriba de sí. Más o menos oculto por las nubes, según las latitudes y
los estados del tiempo.
.
larismos (tal ocurre con el católico todavía inserto en la Iglesia romana que se
convierte en el individuo universal a la manera protestante) y será a su vez des-
lastrado por el siguiente. Hasta el englobamiento casi panteísta de Gea, la Ma-
dre Tierra, donde lo sagrado incluye a las bestias. Y los ríos. Y las plantas. Y el
ozono. El cosmos al fin bello como un dios…
En esta globalización feliz, la historia del Eterno se abriría del terruño a la Tierra
como el diafragma de un objetivo. Primer plano, plano medio, plano de con-
junto. El henoteísmo de una divinidad local se convirtió, después de Babilonia,
en el monoteísmo de un pueblo elegido, que se extendió enseguida a todos los
pueblos de la ecúmene mediante la evangelización cristiana. Después fue es-
parcido por todo el planeta por el proselitismo de los reformados. Y finalmente
retrocedió, durante el siglo XX, en la mayoría de las sociedades civiles debido a
una “secularización” que difunde en el mundo profano los valores sagrados. Así,
el Decálogo se convertiría insensiblemente en la ley de las naciones. La espiral
se cierra. Resumen en la ficha técnica de la apertura: a medio camino del primer
milenio antes de nuestra era, en un territorio pequeño del Cercano Oriente, un
haz de mitos aldeanos se engalana con la idea contagiosa de un Creador univer-
sal. Resumen en la ficha técnica del final: a comienzos del tercer milenio el Uno
original, exportado desde su origen por la vía de múltiples denominaciones
hasta los antípodas (comprendido el Pacífico), retorna sobre sí mismo bajo la
forma de una conciencia mundial normalizada pero sin etiqueta de origen.
A la luz de este happy end el mal se vuelve un bien. El despojo de las iglesias,
por ejemplo. Debería regocijar a los cleros porque sirve a su fin último, al permi-
tir a un credo planetarizado desbordar las fronteras confesionales. Olvidando
que la extensión de un concepto se encuentra en relación inversa con su com-
prensión (lo que se gana en amplitud se pierde en profundidad), el gruñón ob-
jetará que nuestro “derecho-del-hombrismo”, religión muy acomodaticia, es a
las revelaciones de Abraham lo que el esperanto a la lengua universal, o el G-
a los pueblos del mundo. Y le será respondido que lo que cuenta es la asínto-
ta. Miremos el punto de fuga, no las falsas apariencias de la transición. Y rego-
cijémonos todos juntos de que nuestro siglo haya visto nacer el “catecismo del
hombre honesto” con el que soñaba Voltaire. ¿A este máximo común denomi-
nador hay que llamarlo el cristianismo de los pobres en valores espirituales? ¿O
.
nos cara y más liviana (multiplicar el recurso, bajar costos, facilitar el transpor-
te). Los espectadores asustados que quisieran salir antes de la terminal cosmo-
planetaria para quedarse prudentemente con el amor al prójimo se felicitarán
al menos de haber pasado de un Dios nicho, sobre un mercado muy especiali-
zado, a un Dios estándar o para el gran público, del cual el American God, Ojo
incoloro pero panóptico, certificado de conformidad moral y constancia de
buen funcionamiento institucional (Corte Suprema, : “Somos un pueblo
religioso cuyas instituciones presuponen un Ser Supremo”), habría sido una
suerte de prefiguración.
“Se prescinde demasiado rápido de mis servicios en este rincón del sistema so-
lar. Los cementerios están llenos de gente irremplazable, pero así y todo.” El
Omnipotente se equivocaría si se molestara viendo a nuestras sociedades
mercantilizadas y festivas darle la espalda con cierta chabacanería. Que la au-
toridad moral de sus iglesias, sobre todo en Europa, no esté ya garantizada so-
bre una logía cualquiera (teo-, esotero- o escatología) no podría ciertamente
agradarle. Pero la historia, le diría el joven Marx para consolarlo, avanza siem-
pre por el lado malo. La reconversión de una Revelación religiosa puntual (no
matarás, no robarás, etc.) en un código de buena conducta diplomática y políti-
ca, oponible a todo descreído infiel, ¿no es acaso un fabuloso logro? Tal sería el
último ardid del Eterno (como lo era el de la Razón), justo antes de su desa-
parición de las tablillas, para continuar reinando en nuestros corazones olvi-
dadizos: el Padre haciéndose pasar por muerto en el interés de su familia nume-
rosa. ¿Su recuerdo no interesa ya al gran mundo? Admitámoslo. ¿Ha perdido
sus enemigos en el camino —los Prometeos que querían tomar el Cielo por asal-
to (todos muertos, fusilados o condecorados)— siendo que se vive y se vale
sólo por el número y la calidad de los enemigos? Sea. Pero qué importa, si el
valor de los valores cristianos —para simplificar: las víctimas tienen siempre
razón— se ha convertido en la religión oficial de la familia. En su cuestión de
honor. Lo que no habría logrado ciertamente si se presentara con la estampi-
lla de origen, acuñada con la cruz o con la estrella. El logo se borró ante el
Logos. La abnegación hasta el final. “Good job. He trabajado tan bien que ya no
tienen necesidad de mí. Este asunto camina completamente solo. Vamos a ver
otros lugares (los millones de galaxias restantes). Fin del episodio Tierra.”
.
2 Proceso analizado en detalle en nuestra Critique de la raison politique, sur l’inconscient reli-
gieux, Gallimard, .
3 Véase Gilles Kapel, La revanche de Dieu, Seuil, .
.
.
Los otros sistemas políticos —dijo— están fundados sobre principios ajenos a los
hombres: el mandato celestial de los emperadores chinos, el derecho divino de los re-
yes absolutos, la voluntad de la historia y del proletariado de los dirigentes comu-
nistas. La democracia funda al pueblo en nombre del pueblo; es la ley que se dan
los hombres a sí mismos. No es un destino promulgado desde arriba o desde más
allá de la historia, ni una ley dictada por la sangre y los muertos. No es una fe ni pro-
pone absolutos…
.
Auguste Comte habría sin duda visto en la amalgama de los dos términos una
enésima “insurrección del espíritu contra el corazón”. Él fue uno de los muy po-
cos en anunciar un siglo XX a la vez científico y religioso, y religioso en tanto que
científico. Si se aventuró a imaginar una religión de la Humanidad única e in-
divisible, capaz de enterrar “el cadáver de la guerra” y de establecer la paz uni-
versal, es porque, al contrario del despropósito que circula sobre la palabra
positivismo, estaba plenamente consciente de la incapacidad de la ciencia de cons-
tituir la unidad espiritual de un pueblo. El fracaso de su proyecto grandioso tes-
timonia que no nos desembarazamos mediante un plumazo filosófico del nexo
entre lo ascendente y lo persistente. La Humanidad (o el conjunto de los seres
pasados, presentes y futuros) que se adora a sí misma es la serpiente que se
muerde la cola. La inmanencia del Gran Ser comtiano en sí mismo, sin necesi-
dad de quebrantar las cargas ni el plan, ha matado en el huevo la idea de erigir
directamente la sociología en teología. Es la suerte habitual de las “religiones
horizontales”. Se asemejan al legendario barón de Münchhausen que, caído des-
dichadamente en un estanque, quería remontarse hasta la superficie levantán-
dose a sí mismo por los cabellos. Es una idea económica, el salvamento por
cuenta del autor, más barato que con tasa de descuento, sobre un acreedor in-
cierto, pero de cuyo carácter operatorio se puede dudar, desgraciadamente.
L a dilatación del mundo y la world com han estimulado más que impedi-
do “el retorno de lo religioso”. ¿Alguna vez se fue? Admiremos que leyen-
das y gestos inventados hace miles de años hayan podido seguir siendo nuestros
durante tan largo tiempo. Todas las rupturas técnicas, científicas y políticas
sobrevenidas después de la guerra del fuego no han podido mermar ese núcleo
de credibilidad. Increíble pero tenaz, el hecho de que esos relatos delirantes,
que datan de antes del cero y del molino de viento, resulten todavía animados o
inspiradores para cientos de nillones de individuos, cuyos utensilios y cuya es-
peranza de vida rige, por lo demás, la big science. Si tales historias para dormir de
pie sólo fueran el relleno que tapa nuestras ignorancias, ¿quién se preocupa-
ría aún por ellas? La cosmología, la física, la medicina de los tiempos de san
Agustín ya no interesan más que a los historiadores de las ciencias; sus arados y
sus depósitos de granos, a los historiadores de las técnicas. Su fecha de caduci-
dad ha pasado desde hace mucho. ¿Quién preferiría hoy, antes que los anti-
bióticos, las pociones y tisanas del siglo V? Pero Sobre la utilidad de creer, del
mismo Agustín, escrito en el año , no ha sufrido ni una arruga. Podría ser
lanzado hoy a la circulación. Cambiando la fecha y el nombre del autor y su-
primiendo algunas polémicas subalternas (todas lo son) con la secta de los mani-
queos, se lo festejaría como si hubiera sido escrito ayer. Los ejemplos familiares
que da el obispo de Hipona para mostrar que ser creyente no es ser crédulo, y que
no es posible desempeñarse en la vida cotidiana sin dar fe a cosas que no se ven
o sin remitirse a ciertas autoridades de las que se tienen algunos motivos para
pensar que saben más que nosotros (Iglesia, Estado, Familia, Prensa), se entien-
den hoy muy bien. La amistad que profeso por mis amigos y de la que nada me
dice que ellos la experimentan realmente en el fondo de sí mismos, o la cer-
tidumbre que tengo de haber sido engendrado por mi padre porque él así lo
declaró al registro civil y me recibió bajo su techo (lo que no impediría a mi
madre haber tenido un amante, extranjero o infiel): nada de eso ha envejeci-
do ni envejecerá.
¿Qué indica este diferencial de recepción sino que fe y saber no están en com-
petencia? No ocupan los mismos hemisferios del cerebro; cada una tiene su fun-
ción. Ocurre con las claves de la conducta humana como con las obras de
belleza: el tiempo no tiene nada que ver en el asunto. La creencia no está antes
que la ciencia, y la ficción épica no es asignable a un estadio de pensamiento
pre-racional, que debería evacuar sus lugares desde el momento en que tuvié-
ramos reglas de cálculo y termómetros a nuestra disposición. Si eso fuera así,
la Biblia no sería ya, después de Kepler y Copérnico, más que una curiosidad
para eruditos de las Inscripciones y de las Bellas Letras, que se estudiaría por lo
que es (desde un punto de vista “positivo”): un fárrago de cuentos y extravagan-
cias, la emanación de imaginarios obsoletos. Y san Marcos o san Juan, asimis-
mo, no hablarían actualmente más que a los helenistas y a los especialistas de
la Palestina judeorromana. Si su sentido es descontextualizable, si pueden aún,
saliendo del montón, ofrecernos esquemas de comprensión de la sociedad y de
nosotros mismos, es porque sus arreglos ficticios sirven de clave a una verdad
que los transita y los supera. Han disfrazado una memoria de mito, pero éste no
.
serviría de referencia en este punto si no nos ofreciera a cambio alguna luz so-
bre la historia efectiva. Las figuras del origen son figuras universales, y por eso
mismo reactualizables, mucho más allá de su primera cuenca de audiencia. Es
el caso de Prometeo, Edipo, Ulises y Hermes. Pero también de Adán, Caín y Jo-
sé (el ojo está en la tumba y continúa brillando). Esos sainetes refinados y bien
perfilados, esos caracteres, esos papeles emblemáticos reverberan a través de
los siglos porque prefiguran, como en una línea de puntos, una representa-
ción más articulada del drama existencial. Éste no esperó el arribo de las cien-
cias humanas para expresarse, y todas sus dicciones de fantasía tienen valor de
síntoma, o de armónicos. ¿La proliferación de las fabulaciones religiosas incli-
na al escepticismo? Pero el hecho de que haya una gran cantidad de lenguas y
ninguna lengua universal no priva de significación a nuestros miles de idio-
mas, ni de su aptitud para ordenar el desbarajuste común.
Algunos nos hablan más que otros. Cuestión de latitud y de hábitos. En Fran-
cia, con nuestros programas escolares o familiares, se escucha mejor a Jesús que
a Zeus, o a Juana de Arco que a Hércules. Más allá de un etnocentrismo confe-
so y a medias perdonado, no es absurdo estimar que la trayectoria de un Gran
Obstinado concentre de modo más legible lo que las mitologías antiguas ven-
tilan sobre una multitud de historietas. Es la ventaja del concentrado judeo-
cristiano sobre soluciones más desvergonzadas o espirituosas, como lo son las
leyendas grecorromanas, de las que debemos destilar la esencia del juego antes
de su dilución para el análisis. Nuestra colección de leyendas bíblicas puede
leerse como un comienzo de antropología todavía en estado salvaje, a la vez quin-
taescenciada y dramatizada. El mito de origen ha anticipado nuestros proce-
dimientos de análisis, ciertamente más rigurosos pero menos evocadores. Lo
sagrado ha dicho lo profano a media voz, pero sin sesgarlo ni disfrazarlo. Con más
brutal franqueza que nuestros modelos sectorizados y nuestras jergas erudi-
tas. La Revelación, por ejemplo, no elude la imposibilidad en que estamos de
razonar el origen; lo registra sin disimulo y legitima su arbitrariedad intrínse-
ca, que hay que recibir como un desgarramiento incomprensible en el tejido de la
historia. El misterio cristiano también pone a lo ilógico buena cara: nos de-
manda creer sin querer explicar. Nuestros relatos de fundación conjugan saga-
cidad e ingenuidad. Bienaventurada frescura, que da a la escenificación épica
de un caos repetitivo de carnicerías e iniquidades una carga simbólica y pro-
misoria que no habría podido regalarnos una historiografía más fríamente exac-
ta. El Antiguo Testamento, los Evangelios, los Apocalipsis confieren a nuestro
largometraje un espíritu de iluminación y de gozo que su desarrollo efectivo sin
duda no conlleva. Y ello sucede porque una sobrenaturaleza pone su buena
voluntad interviniendo en la historia durante cada momento difícil —Egipto,
Babilonia o el Gólgota— para reorientar in extremis el curso muy comprome-
tido de los acontecimientos. En esos tiempos benditos Dios ofrecía a la huma-
nidad una garantía de buen fin, como en nuestros días podría hacerlo un asegu-
rador antes del primer giro de manivela de una película de gran presupuesto.
.
.
Yahvé, Jehová, el Señor de los Ejércitos, el Rey de Reyes, el Padre, el Ser Supremo:
nombres de código dados por el linaje de Jerusalén a una coacción universal
y compartida por las demás civilizaciones (bajo sus propios colores), puesto que
dar nombre y figura a lo que no se puede impedir es una manera de ablandar-
lo, de aclimatar lo ineluctable. A saber: si debe haber un nexo particular entre
individuos cualesquiera, éstos deben estar ligados (y no solamente relaciona-
dos) por una referencia en la altura que los preceda en el tiempo y que deberá
sobrevivirles. Es posible que el ego, en su celdilla, esté menos expuesto a tal es-
torbo (o que esté expuesto pero no en el mismo grado); un estorbo que con-
cierne ante todo a los hombres. Un hombre se mantiene sobre sus dos piernas
siempre que se le dé de comer. Pero los hombres es algo que no consiste. Se dis-
persan desde el momento en que se encuentran librados a su ombligo y a sus
reyertas. No se tienen en pie sin un abrupto declive para retardar la inevitable caí-
da de lo singular en lo del montón. Aquello de lo que nos previene por antici-
pado el patchwork bíblico podría entonces formularse así: “¿Quieren una unión
entre ustedes? Encuentren una trascendencia. Llámenla Jehová si eso les im-
presiona más. Pero les prevengo: si no hacen un agujero en el techo se van a asfi-
xiar. Poco importa lo que pongan allí; lo que cuenta es la entrada de aire.”
El efecto placebo designa una modificación fisiológica positiva inducida en
un enfermo por una sustancia neutra, sin principio activo. El paciente cree que
es un medicamento pero no lo es, y se observa una mejoría clínica (en la enfer-
medad de Parkinson se ha mostrado que el cerebro, bajo el efecto de la creen-
cia, produce realmente dopamina, la molécula que necesita). ¿Por qué el incons-
ciente de las colectividades no haría lo mismo con los placebos de algún modo
.
etiquetados que son las “religiones”? No sería más que un retorno al remitente,
puesto que el término viene del latín eclesiástico, en el oficio de difuntos (Pla-
cebo Domino in regione vivorum, complaceré al Señor en la región de los vivos).
Traducción invertida: el Señor nos complace porque retarda las fuerzas dege-
nerativas así como el día del oficio de difuntos. Así como Dios es la figura su-
perlativa y un perfecto prestanombres, para la Referencia que hace de un mon-
tón un todo (“el infierno es vivir en la ausencia de Dios”, dice justamente el
cardenal Ratzinger, el prefecto romano de la doctrina católica, si se precisa ense-
guida que “Dios” es una entre otras claves de las piedras angulares imagina-
bles), del mismo modo “religión” designa la forma arquetípica, pero de nin-
gún modo exclusiva, de una configuración estructural donde la relación entre
los lugares importa más que la naturaleza de los contenidos.
“Religión” es una palabra fácil y confusa. La definición que le dio Cicerón
en su De inventione tiene el mérito de la sobriedad: “La religión es el hecho de
preocuparse por una cierta naturaleza superior que llamamos divina y
rendirle culto.” Los romanos no eran fabricantes de frases sino gente matter of
fact, con los pies en la tierra. Superior o trascendente debería tomarse aquí en
el sentido banal y espacial de nivel, de un borde, del curso de un río o de una
cubierta de barco. Es lo que se encuentra más alto, por encima del plano en que
se sitúa uno mismo (el plano de la inmanencia). El Antiguo Testamento está
por encima del pueblo judío, y el Nuevo por encima del pueblo cristiano. La
Constitución del pueblo estadunidense y el Corán del Islam. Y así sucesiva-
mente. La superstición a la que cada agregado humano consagra sus desfiles,
ceremonias, arengas, rotondas, aeropuertos, fiestas nacionales, etc., puede as-
pirar a todo tipo de nombres. El estimulante tónico puede ser un profeta, un
Ser Celestial, una batalla, un general, un sabio, una divisa, una Declaración…
Cada cual tendrá sus preferencias. En nuestro Hexágono* el patrocinio de san
Luis, el de julio, el Sagrado Corazón o la Declaración de los Derechos del Hom-
bre, no tienen ciertamente el mismo valor y el mismo efecto. Pero formalmente
el acto de la dedicatoria, o de la absorción en común del placebo colectivo en
vigor, cuya traducción es el día feriado o la fiesta nacional, persiste y signa. Exige
a ritmo regular la interrupción de los trabajos y de los días, para recibir la re-
generación y la recarga desde lo alto. Con la puesta en correspondencia, ritua-
lizada en una ceremonia o en una toma de la palabra, entre la argamasa surreal
y lo real que se va a pegar, la operación se confía a los Grandes Sarcerdotes. Jueces
de la Suprema Corte, Ideólogos del Politburó, Tribunos de la República, Premios
Nobel, cuando nos encontramos oficialmente en el pos-Dios, o en los límites de
la simple razón. Cardenales, pastores, reverendos, mulás, ayatolas, grandes ra-
binos y otros santos hombres en la fase precedente. La división del trabajo entre
consagrados y consagrantes, entre portadores y garantes de las legitimidades
últimas (los grandes sacerdotes) y los fulanos por ellos edificados (ustedes y yo),
atraviesa las épocas como si nada, ya se proclamen tales épocas bajo el signo
de la fe o de la incredulidad.
E stamos pues obligados a “creer en algo” para seguir siendo “alguien” que
habla desde “algún lugar”. Se cruza aquí la idea freudiana según la cual la
ilusión religiosa no es de la misma naturaleza que un error porque no se defi-
ne respecto de la realidad efectiva sino respecto de los deseos que la suscitan.
El secreto de la fuerza de la ilusión es la fuerza de los deseos que la motivan. El
error es refutable, la ilusión no lo es. Pero Freud, movido por el cientificismo de
su tiempo (aunque ignorando al genial Auguste Comte), caracterizaba tales
deseos como infantiles y anticipaba la idea (quizá por simple cortesía) de que el
ser humano, al no poder permanecer eternamente niño, superaría pronto esta
neurosis de inmadurez. La religión a su juicio es un delirio de masas, una neu-
rosis universal, nacida del deseo narcisista de superar el desamparo infantil in-
ventándose un Padre fantaseado —pero no es más que un mal momento que hay
que dejar atrás.7 El desarrollo de los acontecimientos tiende a mostrar que a
este pretendido pasado de la humanidad le cuesta trabajo pasar. Si nos atreve-
7Sigmund Freud, L’avenir d’une illusion, PUF, , p. [ed. esp. El porvenir de una ilusión. Obras
completas, vol. , Buenos Aires, Amorrortu, ].
.
mos a llevar la crítica de las fábulas fundacionales hasta preguntarnos por qué se
siguen inventando, la cuestión parece poder esclarecerse mediante la hipótesis
de la incompletud, que hace de la ilusión subjetiva el indispensable correlato de
una cohesión colectiva. Hace a la “neurosis” ineliminable, incluso saludable, ba-
jo formas, por supuesto, modulables según las etnias, las generaciones técni-
cas y las clases sociales, y desbordando la órbita de las religiones reveladas. (o)
8Jean Wirth, “La naissance du concept de croyance (XIIe-XVIIe siècle)”, Bibliothèque d’Huma-
nisme et Renaissance, t. , pp. -.
9 Alain Boureau, “L’Église médiévale comme preuve animée de la croyance chrétienne”, Terrain,
.
una foto, ni de una imagen de noticiero que de una imagen de una película de la
televisión. El espectador de una película de ficción cree en lo que ve (si no, se
aburre y deja la sala), pero no como el de una película documental. La repre-
sentación no verificable (una comedia dramática) no solicita la misma adhe-
sión que una muestra supuestamente verificada (una película de animales).
Los distingos que conviene operar en el interior del mundo visual se imponen
todavía más cuando se cambia de mediosfera. En la grafosfera, las desventajas de
la abstracción escrita no son menos graves o virulentas que el actual nihilis-
mo de las imágenes. Simplemente son otras (o las mismas al revés). La censura
del cuerpo, de lo emotivo y de lo sensorial, de lo individual, de lo factual y de
lo particular, del presente inmediato, se pagó cara (la resaca de los días siguien-
tes). Y nuestra videosfera puede interpretarse como un tiro por la culata, la
factura que pagar por lo pasivo del Libro (con sus novatadas y sus zonas áridas,
que antes pasaban inadvertidas).
La distinción más flagrante opondría aquí lo oral del mito, cuentos y leyendas,
a lo escrito de los sistemas teológicos. Una excepción confirma la regla: el mito
de la Atlántida, único cuento popular que haya salido de la pluma de un filóso-
fo, Platón, para las tribulaciones extrauniversitarias, novelescas y políticas.10
Resta decir que la oreja es más crédula que el ojo, y anterior, para nuestra des-
gracia y desatino. ¿Acaso obedecer, en griego, no se dice “escuchar” (upakuein)?
Hay un fondo de pasividad en la audición y de autonomía en la visión. Se
pueden saltear las páginas de un libro, pero no las secuencias de una película
en la sala de cine, que impone su orden y su ritmo. La percepción visual es en
sí distante; la percepción sonora es fusional, cuando no táctil. Ignora la sepa-
ración del sujeto y del objeto; a veces, la del individuo y el grupo; y, si nos re-
montamos a la historia de un cuerpo, quizá la de lo prenatal y lo posnatal. El
feto escucha el cuerpo de su madre, jaleo omnipresente, y el bebé, todavía
ciego, escucha. Descartes: “Puesto que todos hemos sido niños…”, permane-
cemos sensibles a los cuentos de la abuela, a Papá Noel y al coco. El baño so-
noro de lo fabuloso viene desde algo más profundo y más lejano que las prue-
.
Hechos de los Apóstoles, : “Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: ‘Ate-
nienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de
la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he en-
contrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: AL DIOS
DESCONOCIDO.’”
Los griegos, que inventaron la geo-
metría, la filosofía y la democracia,
eran gente precavida. Sospechaban
que había muchos dioses más allá de
su horizonte, pasados o por venir, y que
al menos uno de ellos faltaría en sus
templos. Dedicar un altar al olvidado
era apaciguar por anticipado su ira.
Post scriptum: “Poca cosa. Mi biografía, finalmente, valía más que mi definición.
Quedé más acá de mi porvenir con mi demasiado famoso ‘Yo soy El que yo
.
soy’. Habría debido decir a Moisés: ‘…El que muere y deviene.’ Soy el Ser cuya
esencia es jugar a las escondidas, velarles mi rostro y volver por las espaldas pa-
ra sorprenderlos. Milenio tras milenio. En el fondo yo era la poesía misma: un
mito que dice la verdad. Y la verdad es que ustedes no pueden prescindir de
un poema, de un sueño colectivo, de un destello de más allá, si quieren vivir y
no sólo subsistir. Son demasiado pocos para lograrlo solos. Olviden los núme-
ros. Pueden ser cinco mil millones, diez mil millones sobre esta tierra, sin col-
mar su insuficiencia de ser. Seguirán en carencia. Sugerí que era vuestra falta,
con la historia del pecado original, para hacerme una imagen y de paso culpa-
bilizarlos. Era, sépanlo, una manera de hablar. Encuentren otras si eso les
place, pero a la vertical ustedes no escaparán. Nos reencontraremos. Ustedes
y Yo u Otro… Adiós.”
Notas complementarias
a) p.
Esta enseñanza, que se volvió más imperativa aún por la disgregación de las líneas
jerárquicas de transmisión, presenta algunas dificultades de organización y de concep-
ción. Su ausencia en los establecimientos educativos plantea problemas mucho más
graves. Pensar, por ejemplo, en una “educación artística para todos” sin comenzar por
lo que conforma nuestro patrimonio plástico y cultural, por lo único que permite ac-
ceder a ella, es bastante sorprendente. Por supuesto que la historia de las religiones en
la laicidad exige un enfoque científico y no confesional o moralizante. El antimodelo
caricaturesco es a este respecto España, donde los obispos nombran a los profesores.
Esta enseñanza debe ser confiada a los docentes mismos, historiadores formados a ese
efecto, y no a participantes externos o a los representantes del clero, sea cual fuere su
confesión religiosa, con la finalidad de evitar tanto el proselitismo como el sectarismo.
Existe el riesgo, en su defecto, de ver a las mentes jóvenes alejarse de la escuela laica
para poder acceder a las fuentes de nuestra cultura y de nuestra historia. La República,
con todo derecho, no reconoce a ningún culto. ¿Debe sin embargo rehusarse a cono-
cerlos? Así en realidad se podría, en nombre de la tolerancia y de la loable preocu-
pación por no introducir en la escuela las divisiones y los enfrentamientos religiosos
propios de la sociedad civil, terminar acentuándolos, favoreciendo una derivación
hacia los establecimientos privados, agresivamente confesionales. Al “efecto perverso”
le sobra malicia.
b) p.
Mencionaré especialmente Critique de la raison politique ou l’inconscient religieux
(Gallimard, ); Cours de médiologie générale, cuarta y quinta lección; Le mystère de
l’íncarnation y L’expérimentation chrétienne (Gallimard, ); L’incompletude, logique
du religieux (Bulletin de la Société Française de Philosophie, , Armand Colin), así
como Croire, Voir, Faire (Odile Jacob, ).
.
c) p.
La superficie del territorio en el mundo animal es relativa a la densidad de los recur-
sos alimentarios. Ella implica ciertos costos de defensa y debe, por consiguiente, re-
portar beneficios superiores en términos de supervivencia (limitación de los riesgos
depredatorios, facilidades de acoplamiento, de adquisición de alimentos y de organiza-
ción social). En general, los animales no defienden su territorio sino contra los miembros
de su propia especie (ya que cada una tiene su propio dominio vital). La delimitación de
los nichos respectivos puede efectuarse, especialmente entre los pájaros, por señales so-
noras (cantos) o visuales (paradas). Entre los mamíferos las marcas odoríferas prevale-
cen, mediante la deposición de orina o heces. Para mantenerse mutuamente separados,
los grupos humanos, más evolucionados, parecen haber recurrido también a marcas
religiosas ostentatorias —pomposas—, alimentarias, de vestimenta y arquitecturales.
d) p.
El mundo pagano, para su suerte, respira una cierta felicidad de finitud, propia del ca-
rácter apolíneo, de lo que no se pueden excluir los basamentos geográficos. El cero y
el infinito no han sido invenciones mediterráneas y no se sabe que los griegos, por más
deportivos que hayan sido, hubiesen pensado en escalar el Olimpo. ¿En qué medida pai-
sajes sin punto de fuga, con formas netas y asperezas precisas, a las que se puede ca-
racterizar también de apolíneas, han contribuido no sólo al gusto por la definición,
lógica y geográfica, de la Antigüedad clásica, sino también al realismo escrupuloso de
la línea y de los contornos? Modelo de paisaje y modelo de pensamiento: el rechazo
de la obra de Taine por parte de la ideología universitaria no facilitará el estudio de este
tipo de intersecciones. Véase sobre este tema Paysage mediterranéen (Electa, Milán, ,
catálogo para la Exposición Universal de Sevilla de ).
(e) p.
Desde un punto de vista religioso, el caso estadunidense es aberrante. ¿Es preciso recor-
dar que la Iglesia católica, durante veinte siglos, ha sostenido siempre la necesidad de
la pena de muerte, la cual, pese a algunos rechazos recientes y localizados, no es aún ob-
jeto de una condena formal urbi et orbi? La idea de que una redención ejemplar debe
efectuarse mediante la sangre —según la lógica ancestral del sacrificio— no es sin du-
da ajena a esta prolongada aprobación de la pena de muerte. Más aún cuando el peor
de los castigos aquí abajo no puede ser a sus ojos considerado como supremo, puesto
que la suprema instancia de apelación se encuentra en el más allá.
(f) p.
Antes de la Didascalia de los Apóstoles, hacia , cuyo original griego está perdido,
“conjunto de instrucciones dadas por los apóstoles a los obispos”, existe la Didaké (o
doctrina de los doce apóstoles), de fines del primer siglo, con un espíritu todavía muy
judaico, y que concede la primacía a los apóstoles, profetas y doctores. Después sigue
la Tradición apostólica, texto griego atribuido a Hipólito de Roma, entre y , tra-
ducido al latín hacia -, y que fija la paradosis, o sea la manera de transmitir la
enseñanza de los apóstoles. Las Constituciones apostólicas son una compilación de
ocho libros en griego cuyo autor hace hablar a los apóstoles.
(g) p.
El congreso comunista (canónico) respetaba la misma regla de unanimidad que el con-
cilio católico. El espíritu de clase, como el Espíritu Santo, no podían contradecirse a sí
mismos; por lo tanto la decisión última no podía ser tomada formalmente por la ma-
yoría. Al tener por meta conseguir un consentimiento unánime de la Iglesia o del Par-
tido, la resolución final compromete al cuerpo deliberante en toda su integridad, mís-
tica o proletaria. La unanimidad deviene así el signo en el cual se reconoce el carácter
“sobrenatural” o “científico” de los actos de la asamblea creyente.
(h) p.
No olvidemos sin embargo que Voltaire, deísta anticristiano, es absoluta y visceralmen-
te hostil al judaísmo. En el artículo “Tolerancia” del Dictionnaire philosophique puede
leerse que los judíos son “el pueblo más intolerante y el más cruel de toda la Antigüe-
dad”. O incluso, en el artículo “Catecismo chino”, se lee: “¡Ay de un pueblo lo bastante
imbécil y lo bastante bárbaro para pensar que hay un Dios exclusivo de su provincia!”
Su Essai sur les mœurs contiene un cálculo preciso de “los judíos exterminados por sus
propios hermanos o por orden de su mismo Dios desde que erraron en los desiertos
hasta el tiempo en que tuvieron un rey elegido por la suerte”: la cifra llega a
víctimas. Más tarde habla de más de un millón de hombres. Todas las ocasiones le resul-
tan buenas para ensombrecer el cuadro. El pensamiento de extrema derecha puede re-
cuperar a Voltaire, antisemita y negrero. Diderot en cambio permanece inasimilable.
(i) p.
Recordemos que la palabra Ioudaios, en la época de san Juan, puede tener tres sentidos:
] geográfico: el judeo o habitante del reino de Judá; ] étnico: el miembro de la nación
judía, que gozaba de un estatus cultural y jurídico en cualquier lugar del imperio; ] reli-
gioso: el adepto a un culto monoteísta bien determinado. Diríamos hoy: israelí, judío,
judaizante.
(j) p.
En un texto de titulado L’élasticité américaine, Paul Claudel, antes de evocar “las
enormes provisiones de espacio y de vacío que le suministró ese continente rico en
.
(k) p.
La Bible enfin expliquée par plusieurs aumôniers de Sa Majesté le Roi de Prusse (título
completo) fue publicada en . Voltaire acompaña al texto de la Biblia, en plena pági-
na, mediante notas al margen, extremadamente severas para los excesos fabulatorios y
las atrocidades del relato del Pentateuco. El Nuevo Testamento tiene derecho a un tra-
to más indulgente.
(l) p.
“El efecto jogging”: designa en mediología la reactivación de lo antiguo por lo nuevo,
o el retorno de arcaísmos culturales en la huella del progreso técnico. Desde que los ur-
banizados van en automóvil corren más porque caminan menos.
(m) p.
Los militantes materialistas del último siglo no escapan a la regla que pone fuera de dis-
cusión, en un grupo, su razón de ser. Así, Rosa Luxemburg afirmó: “La lucha de clases
no debería ser objeto de una libre crítica en el Partido.” Cuanto más fuerte es el com-
promiso vital, más acentuado es el tabú racional. Kautsky, al final de su vida, dijo: “Si
se probara un día que la concepción materialista de la historia y la concepción del
proletariado como fuerza dirigente de la revolución por venir se han convertido en
obsoletas, yo debería admitir que todo ha terminado para mí, y mi vida no tendría ya
sentido.”
(n) p.
La “salida de la religión” preparada por el desdoblamiento cristiano entre Dios y César, lo
sagrado y lo profano, el Sacerdocio y el Imperio, tal como Marcel Gauchet lo hipote-
tiza, no concerniría más que a la sociedad. Para este autor, lo religioso continuaría
hablando a los individuos, a título de sentimiento residual. Debe comprenderse que
nosotros sostenemos la tesis contraria: que es más fácil a los individuos ganar la sali-
da que al grupo de pertenencia, debido a la estructuración “religiosa” de lo colectivo.
(o) p.
Si se quisieran sistematizar los esfuerzos del pensamiento crítico, desde Epicuro hasta
Freud, para explicar racionalmente lo irracional, aceptando por consiguiente recono-
cerle una cierta positividad o consistencia, veríamos delinearse, simplificando al má-
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