La Produccion de Ceramica Fenicia en El
La Produccion de Ceramica Fenicia en El
La Produccion de Ceramica Fenicia en El
YOSERIM:
LA PRODUCCIÓN ALFARERA
FENICIO-PÚNICA
EN OCCIDENTE
XXV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA
FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2010)
Editadas por
benjamí costa y jordi h. fernández
EIVISSA, 2011
«TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMEN-
TERA» s’intercanvia amb tota classe de publicacions afins d’Arqueologia
i d’Història, a fi d’incrementar els fons de la Biblioteca del Museu Arqueo-
lògic d’Eivissa i Formentera.
Foto portada:
Conjunt de ceràmiques d´època púnica tardana d´Eivissa
(Foto Toni Pomar, arxiu MAEF)
ISBN: 978-84-87143-47-2
Dipósit legal : V-3740-2011
Maquetació i impressió: Fent Impressió – Fentweb.net. 96 203 39 39
[email protected] – [email protected]
ÍNDICE
–7–
LA PRODUCCIÓN DE CERÁMICA FENICIA
EN EL EXTREMO OCCIDENTE:
HORNOS DE ALFAR, TALLERES E INDUSTRIAS
DOMÉSTICAS EN LOS ENCLAVES COLONIALES
DE LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA
(SIGLOS VIII-VI A.C.)
INTRODUCCIÓN
La industria cerámica fue posiblemente una de las principales actividades eco-
nómicas de los centros fenicios occidentales. Alfareros fenicios, que se instalaron
en estas tierras desde momentos muy tempranos, produjeron a gran escala ánfo-
ras, vajillas y otros contenedores cerámicos. La capacidad de estos talleres para
producir cantidades masivas de recipientes cerámicos fue una pieza clave en el
éxito de las estrategias comerciales fenicias en Occidente y en la rápida expansión
en estas tierras de sus mercados y redes de intercambio. Las cerámicas elaboradas
por estas industrias –principalmente envases destinados a almacenar y transportar
otros productos para su comercialización, pero también vajillas para consumir y
servir alimentos y bebidas– estuvieron implicadas en la inmensa mayoría de las
operaciones comerciales llevadas a cabo en el extremo Occidente y alcanzaron
incluso puertos más lejanos integrados en las amplias redes comerciales fenicias
–como, Pithecusa, Sulcis, Cartago o la lejana Ekron.
Junto a esta reconocida salida comercial, un porcentaje muy elevado de la
producción de los talleres alfareros occidentales tuvo como principal destinatario
a las propias comunidades coloniales asentadas en colonias, puertos y barrios
fenicios del extremo Occidente. Sus habitantes fueron importantes consumidores
de grandes y pequeños contenedores, recipientes culinarios, vajillas, lámparas
o figuras de terracota elaborados en estos alfares instalados en Occidente. Estas
manufacturas las utilizaban diariamente en la mayor parte de sus actividades do-
mésticas, de sus prácticas rituales y de sus industrias y empresas comerciales. Por
–9–
esta razón, la cerámica era una producción con una elevada demanda entre las co-
munidades coloniales fenicias occidentales. Además, a esa condición de producto
básico de uso cotidiano, se unía su fragilidad, que exigía que estos productos
fueran renovados y reemplazados de forma frecuente. Los cientos de miles de
fragmentos de recipientes cerámicos producidos en los alfares occidentales recu-
perados en viviendas, talleres y espacios rituales fenicios, y, de forma especial-
mente ostensible, en vertederos o basureros, son claros testigos de los elevados
niveles de consumo y de producción que tenía este tipo de bienes y dan cuenta de
la importancia económica de la industria cerámica en estos ámbitos coloniales.
El peso de esta industria alfarera ha sido tradicionalmente reconocido por la
arqueología fenicia occidental que ha dedicado a sus producciones la inmensa
mayoría de sus trabajos y publicaciones. Huelga decir, sin embargo, que sus es-
tudios han estado más interesados en definir las características morfológicas o
decorativas de algunas de sus producciones con supuestas virtudes crono-tipo-
lógicas –platos y ánforas, principalmente– que en dar a conocer toda la variedad
de formas y recipientes producidos –hoy seguimos sin disponer de un corpus
sistematizado de estas producciones– o de sus formas de uso y consumo.
Desde el punto de vista de los estudios cerámicos, debe destacarse muy es-
pecialmente la escasísima atención prestada al análisis de las técnicas de manu-
factura artesanal empleadas en estos talleres (cf., sin embargo, Párraga, 1996).
Esta falta de interés en los procesos tecnológicos y en las técnicas alfareras se
ha mantenido incluso tras la irrupción de los estudios arqueométricos en esta
disciplina. Desde los años 80 se han publicado algunos estudios que han tenido
como objeto de análisis cerámicas fenicias o de tradición fenicia producidas en
el ámbito peninsular, aunque muy pocos de ellos han sido realizados en muestras
cerámicas recuperadas en alfares (entre ellos, Rodríguez et al., 1999; Cardell,
1999; Alaimo et al., 2002; Alaimo et al., 2005; Cau Ontiveros, 2007). El interés
de estos análisis arqueométricos no se ha focalizado en explorar los patrones y
técnicas de manufactura utilizados en los talleres, sino en definir la composición
mineralógica de las distintas producciones cerámicas en un intento, por el mo-
mento infructuoso, de diferenciar de un modo preciso y sin ambigüedades los
patrones de composición mineralógica que los distintos alfares que operaban en
el extremo Occidente; su objetivo ha sido establecer rutas de circulación y comer-
cio de estas producciones, el gran “trending topic” de la arqueología fenicia en
Occidente durante las últimas décadas.
Ese interés, excesivamente centrado en la vertiente crono-tipológica o comer-
cial de las producciones cerámicas, ha provocado que el estudio de los propios
talleres y áreas industriales donde se elaboraban esos recipientes, los procesos
–10–
de este trabajo artesanal, la tecnologías que utilizaban, su organización espacial,
su convivencia con otras actividades productivas y cotidianas o las relaciones
sociales de producción que caracterizaban a estos espacios productivos, hayan
sido temas secundarios en la literatura arqueológica, una carencia denunciada por
Gioacchino Falsone hace ya 30 años (Falsone, 1981:21). Estas temáticas consti-
tuirán el foco de interés del presente trabajo, que centra su atención en la vertiente
económica y social de esos talleres, pequeñas ventanas que permiten explorar la
economía y la sociedad fenicia de las áreas coloniales más occidentales. Tras un
breve análisis de las primeras evidencias de producción cerámica fenicia en el
sur de Iberia y de la temprana proliferación de alfares en estas tierras, se analizan
los hornos y talleres excavados en el Cerro del Villar, un enclave fenicio situado
en el extremo más occidental de la bahía de Málaga, donde se localizaba uno de
los principales centros de producción cerámica en el Mediterráneo occidental en
época arcaica.
A lo largo de la segunda mitad del siglo VIII a.C., coincidiendo con la llegada
masiva y con el establecimiento permanente de numerosas comunidades de ori-
gen levantino en algunos centros y pequeños territorios del extremo Occidente,
aparece en las tierras del sur de Iberia una industria alfarera fenicia propiamente
occidental. Esta industria produce la inmensa mayoría de las vajillas de mesa,
de los contenedores domésticos o de los envases comerciales que las gentes que
viven en los espacios coloniales utilizan cotidianamente en sus vida diarias, en
sus actividades productivas y en sus empresas comerciales. El consumo de re-
cipientes cerámicos no producidos localmente y adquiridos en otras esferas de
intercambio es absolutamente minoritario, tal y como demuestran los estudios
de materiales cerámicos de los distintos centros fenicios occidentales excavados.
Esta industria alfarera fenicia occidental se caracteriza por el uso de patrones
de manufactura y de tecnologías levantinas y por la elaboración de un repertorio
de producciones con apariencias y modos de uso y consumo muy similares a las
producciones del área sirio-palestina, seguro lugar de origen de algunos de los
maestros alfareros establecidos en estas tierras que transmitieron sus modos de
hacer y sus propias visiones del mundo, materializadas a través de sus cerámicas
y de sus formas de trabajos. En los talleres occidentales en los que trabajaron,
estos patrones, cosmovisiones y estéticas fueron transformados y reinventados,
en parte fruto del contacto con otras gentes, en parte consecuencia del estable-
cimiento de levantinos en una nueva tierra donde reinaban marcos culturales y
dinámicas sociales muy distintos a los de las tierras de origen. El resultado fue la
creación en un momento relativamente temprano de repertorios cerámicos occi-
dentales claramente distinguibles de los elaborados en otras esferas fenicias, en
los que se aprecia materialmente ese juego de búsqueda consciente e inconsciente
de similitudes y distinciones tan característico de los espacios diaspóricos y que
permite ligar a estas materialidades tan cotidianas con la construcción de nuevas
identidades (Delgado, 2010).
Junto a este proceso de construcción identitario, la producción de un reper-
torio formal distintivamente occidental debe entenderse asimismo en el marco
–14–
de las estrategias comerciales que parecen haberse dibujado ya en los momen-
tos previos a la diáspora. Los contenedores producidos en los alfares del sur de
Iberia parecen haber buscado distinguirse visualmente a través de una serie de
rasgos morfológicos de otros envases elaborados en otras esferas comerciales
fenicias ubicadas en el Mediterráneo central u oriental. En este sentido es espe-
cialmente notorio que los talleres alfareros que operaban en el área del Estrecho
–incluidos los alfares de tradición tecnológica fenicia ubicados en centros indíge-
nas– produjeran envases anfóricos bastante similares visualmente. Esta voluntad
de identificar de forma distintiva la procedencia “occidental” de los contenidos
envasados en estos recipientes anfóricos –una estrategia de mercadeo a la que
hoy aplicaríamos la etiqueta de branding– posiblemente deba relacionarse con
la construcción de una sólida red comercial fenicia en el ámbito del Estrecho,
cuyos productos no sólo eran valorados y consumidos en estos ámbitos, sino tam-
bién entre otras comunidades fenicias e indígenas establecidas en el Mediterráneo
centro-occidental.
Esta industria alfarera fenicia occidental –o de tradición tecnológica fenicia-
contó con numerosos talleres que operaban en el sur y sudeste peninsular y en
las costas magrebíes. En el caso de peninsular, los estudios arqueométricos rea-
lizados hasta la fecha indican una proliferación alfarerías que elaboran este tipo
de producciones ya en los momentos finales del siglo VIII, con un crecimiento
importante durante los siglos VII y VI a.C.
Los estudios mineralógicos de pastas cerámicas realizados hasta la fecha pare-
cen dibujar un mapa con múltiples centros de producción que muestran una am-
plia distribución geográfica. A partir de estos análisis se ha propuesto la presencia
de talleres en distintos puertos de la costa atlántica andaluza –como Huelva �����
(Mil-
lán et al., 1990) o Castillo de Doña Blanca (Galván, 1986)–, en numerosos puntos
del interior –entre otros, Carmona (Navarro, 1997), Acinipo (Padial et al., 2000)
o Ategua (Barrios et al., 2010) así como también y en diversos centros fenicios de
la costa mediterránea andaluza (Bachmann, 1982; González Prats y Pina, 1983;
Cardell, 1999; Rodríguez et al, 1999).
Sin embargo, pese a estas informaciones arqueográficas, disponemos de poquí-
simas evidencias arqueológicas de esos talleres alfareros. En el periodo de tiempo
que se extiende entre el siglo VIII y el siglo VI los centros alfareros excavados
en los cuales disponemos de evidencias directas de producción de cerámica son
muy escasos. En la costa atlántica destaca el núcleo de Torre Alta (San Fernando,
Cádiz) (Ramon et al., 2007) y en el interior, se conocen asentamientos como
Castellar de Librilla y La Alberca, en Murcia, (Ros Sala, 1989:144-45; Martínez
Alcalde, 1999), que cuentan con hornos de producción de cerámica datados en
–15–
los siglos VII-VI a.C., al igual que el asentamiento granadino de Pinos Puente,
en Granada, donde también se ha excavado un horno de alfar (Contreras et al.,
1983). Debe mencionarse muy especialmente, el asentamiento de Marmolejo, en
Jaén (Molinos et al., 1994), una pequeña aldea rural poco conocida datada en los
siglos VII-VI que cuenta con alfares de producción cerámica (Fig. 1).
En los enclaves fenicios de la costa mediterránea andaluza las primeras eviden-
cias arqueológicas de la presencia de talleres de producción cerámica se remon-
tan al siglo VIII a.C. De ese momento datan los primeros indicios que sugieren el
trabajo de alfares en el Cerro del Villar, un asentamiento al que dedicaremos una
especial atención en los próximos apartados. Fechas similares ofrecen algunas
de las evidencias arqueológicas documentadas en el asentamiento de Chorreras
que han llevado a proponer la localización de talleres en este centro –fragmentos
cerámicos con evidencias de haber sufrido una cocción defectuosa y un prisma–
(Martín Córdoba et al., 2006:259). Algunas decenas de estos ítems de terracota
conocidos tradicionalmente como prismas –y que parecen estar claramente rela-
cionados con algunas fases del proceso de elaboración de recipientes cerámicos,
como sugiere su localización en distintos talleres y hornos alfareros peninsulares
en el Cerro del Villar, en La Pancha o Pinos Puente– se han recuperado también
en el pequeño enclave fenicio de Montilla, ubicado en la desembocadura del Gua-
diaro (Schubart 1987:206 y fig. 7), muy próximo al conocido núcleo indígena de
Alcorrín (Marzoli et al., 2010).
En los últimos años, actuaciones arqueológicas en el área del Algarrobo han
permitido poner al descubierto un nuevo enclave fenicio, La Pancha, que parece
haber concentrado industrias cerámicas dedicadas principalmente a la elabora-
ción de grandes contenedores para el almacenamiento y el transporte y de vajillas
para uso doméstico (Martín Córdoba et al., 2006) (Fig. 2). Sus excavadores han
definido a este centro, datado en los momentos finales del siglo VII y los inicios
del siglo VI a.C., como un enclave o barrio industrial asociado a Morro de Mez-
quitilla. Las excavaciones realizadas han permitido documentar algunas estancias
que pudieron formar parte de un taller de elaboración cerámicas a juzgar por las
decenas de ánforas que se almacenaron en alguna de ellas. No se han localizado
hornos, ni otras estructuras relacionadas con el proceso de producción cerámica,
pero la enorme escombrera situada en sus inmediaciones no deja lugar a dudas
de las ocupaciones desarrolladas por algunos de los habitantes de este enclave.
En ella se han recuperado decenas de miles de fragmentos cerámicos, muchos de
ellos defectos de producción, así como también distintos útiles relacionados con
procesos de manufactura cerámica como primas, alisadores y machacadores.
–16–
Las evidencias arqueológicas descubiertas hasta el momento confirman que,
entre finales del siglo VIII y los inicios del siglo VI a.C., en la costa mediterránea
andaluza estaban en funcionamiento distintos talleres dedicados a la manufac-
tura cerámica. Estos talleres parecen haber producido cerámicas a gran escala
destinadas tanto al comercio exterior, como al consumo de las propias comuni-
dades coloniales, tal y como sugieren los datos obtenidos en la escombrera de La
Pancha. Estas alfarerías fenicias aparecen ubicadas en los principales escenarios
coloniales o comerciales de esta costa –la desembocadura del Guadiaro, la Bahía
de Málaga y las desembocaduras del Vélez y Algarrobo–, y se localizan tanto en
áreas periféricas de núcleos residenciales –Las Chorreras–, como en puertos co-
merciales –Montilla– y en barrios o pequeños enclaves rurales de tipo industrial
que en esta costa empiezan a aparecer al menos desde las décadas finales del siglo
VII a.C. –La Pancha–.
Poco conocemos, sin embargo, sobre la organización social y espacial de la
producción de cerámica en estos enclaves. La documentación arqueológica de
estos talleres alfareros es hoy por hoy es excesivamente nimia. En ellos no se han
documentado hasta el momento hornos de cocción u otras áreas de trabajo rela-
cionadas con el proceso de manufactura susceptibles de ser analizadas contex-
tualmente. En el panorama actual de la investigación, la documentación obtenida
en las excavaciones llevadas a cabo en la década de los años 80 y 90 en el Cerro
del Villar sigue siendo excepcional. Sus talleres y hornos de alfar nos permiten
conocer algunos espacios y actividades de trabajo artesanal que pueden ser claves
para interpretar las economías coloniales en época arcaica.
Mucho más elocuente en este sentido es el denominado taller 3/4. Este taller
fue localizado a finales de los años 80 en un sector excavado en el área central del
yacimiento. Conocido a través de distintas publicaciones (Barceló et al., 1995;
Aubet et al., 1999; Curià et al., 1999) ha sido datado en las primeras décadas del
siglo VI a.C., momento en el que el Cerro del Villar parece haber visto reducida
su población, abandonándose, al menos, la orilla oriental de la antigua isla �����
(Del-
gado, 2008b). A partir de finales del siglo VII o inicios del siglo VI el Cerro del
Villar parece transformarse en un pequeño centro de carácter industrial, presen-
tando características muy similares a los núcleos secundarios dedicados a la ela-
boración de cerámicas que ya hemos visto aparecer en la propia costa de Málaga
a través del ejemplo de La Pancha.
–24–
En el sector 3/4 se puso al descubierto un edificio de grandes proporciones,
destruido en su flanco meridional por labores agrícolas y sólo parcialmente exca-
vado (Aubet et al., 1999) (Fig. 13). De este edificio se han excavado dos estancias
muy amplias y alargadas que dan acceso a un gran espacio abierto, probablemen-
te un patio interior, pavimentado con pequeños guijarros. Desde el punto de vista
de sus dimensiones destaca principalmente el espacio 4, un área exterior, en la
que se acumulan grandes cantidades de cerámicas, muchas de ellas defectuosas,
que presentan grandes burbujas y superficies total o parcialmente vitrificadas.
En el suelo y en el relleno de este espacio se detectaron asimismo importantes
concentraciones de arcillas y adobes parcial o totalmente escorificados, que co-
rrespondían a los restos de las paredes de uno o de varios hornos de alfar que
debieron situarse en sus inmediaciones, en espacios todavía sin excavar. La pre-
sencia de ítems como prismas, con más de 90 recuperados en esta área, alisadores
y pulidores indican que el área 4 fue un espacio de trabajo que formaba parte
de un gran complejo alfarero. Evidencias relacionadas con el trabajo alfarero
también se recuperaron en las dos estancias interiores del edificio y en el patio
pavimentado. En ellos se localizaron prismas y otros instrumentos relacionados
con el trabajo alfarero, restos de óxido de hierro, probablemente utilizado para la
elaboración de engobes y pigmentos, restos de vajillas no cocidas y cantidades
extraordinarias de cerámica (Barcelo et al., 1995).
Junto a estas evidencias de manufactura alfarera, en las estancias y espacios
exteriores del edificio 3/4 arqueológicamente se detecta también la práctica si-
multánea de otras actividades, casi invisibles ante la abrumadora evidencia ma-
terial que produce una actividad como la alfarería. Entre ellas, cabe mencionar
posibles prácticas de tipo comercial como apuntan ciertos indicios materiales,
como un probable juego de pesas de piedra. Pero junto a actividades artesanales
y a estos indicios de prácticas comerciales, deben destacarse principalmente evi-
dencias que apuntan claramente a la realización de actividades domésticas en este
edificio y en los espacios anexos.
Entre estas actividades son especialmente visibles desde un punto de vista ar-
queológico ciertas prácticas de cuidado relativas principalmente a la preparación
y consumo de alimentos. Molinos de piedra, ollas de cocina con señales de haber
sido usadas y afectadas por procesos de combustión (Curià et al., 1999:183) o
grandes recipientes cerámicos con evidencias de combustión en su interior que
fueron utilizados como braseros y hogares (Barceló et al., 1995) documentan la
preparación de alimentos en este taller, quizá, a juzgar por las evidencias, tam-
bién vivienda de un grupo doméstico corporativo. Asimismo, la preparación de
alimentos también pudo ser una de las funciones de las pequeñas estructuras de
–25–
combustión circulares que se localizaron en el patio pavimentado con pequeños
guijarros.
Prácticas relativas al consumo de alimentos llevadas a cabo en este edificio
se documentan tanto a través de las vajillas, como de los restos bioarqueológicos
recuperados en el taller. Las vajillas utilizadas fueron mayoritariamente cerámi-
cas elaboradas en este mismo alfar. Pero, junto a ellas, los miembros del grupo
doméstico que trabajaba en este taller usaron también piezas adquiridas, como es
el caso, por ejemplo, de los vasos y recipientes griegos y etruscos documentados
en este edificio (Curià 1999: 280), un elemento de distinción que sus residentes
incorporaron a sus vajillas de mesa, tal y como lo hicieron también en estos mis-
mos momentos otras gentes que formaban parte de las comunidades coloniales
del sur peninsular.
Los restos bioarquelógicos recuperados en el taller también evidencian prácti-
cas de consumo alimentos. Entre los alimentos consumidos pueden mencionarse
cereales –principalmente cebada y en menor medida trigo–, guisantes, uvas, atún,
moluscos, paloma, gallo, bóvidos, ovicápridos y cerdo (Català 1999: 311; Monte-
ro 1999; Garcia Petit 1999; Rodríguez 1999; Güell 1999). Algunos de los restos
localizados presentan señales de descarnamiento y de haber sido sometidos a la
acción del fuego.
Entre los restos de fauna se encuentran los de 3 cerdos sacrificados en edad
infantil que aparecieron casi completos y en conexión anatómica, sin evidencia
alguna de haber sido consumidos (Montero 1999). Estos cerdos se localizaron
en la estancia denominada A 3, una habitación en la que también se registró una
terracota fragmentada que representaba a un animal, posiblemente un caballo,
bajo una de las losas de piedra que descansaban sobre el pavimento (Delgado
et al., 1999: fig. 200). Los tres cerdos aparecieron enterrados, justo en una de
las esquinas de la habitación asociados a fragmentos de recipientes cerámicos
(Aubet et al 1999: fig. 94) y parecen remitir a prácticas de tipo ritual asociadas
con la fertilidad, así como también con la domesticidad y el cuidado del grupo.
La práctica de enterrar ollas con o sin alimentos bajo el suelo de las habitaciones
de las casas fenicias, es bien conocida en otras casas del Cerro Villar y en otros
espacios fenicios occidentales.
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CONCLUSIONES: INDUSTRIAL FAMILIARES Y ECONOMÍAS
COLONIALES
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–36–
FIGURAS
–37–
Figura 2. Mapa de las desembocaduras del Vélez y Algarrobo (s. VIII-V a.C.), con la localización
de los talleres de alfar de La Pancha (s. VII-VI a.C.) y Los Algarrobeños (s.V a.C.) (Martín et al.
2007, fig. 2, modificado).
–38–
Figura 3. La Bahía de Málaga y el delta del Guadalhorce en los siglos VIII-VI a.C. (García Alfonso
2007, modificado).
–39–
Figura 4. Poblamiento en el valle del Guadalhorce y el entorno de la Bahía de Málaga (s. VIII-VI
a.C.).
–40–
Figura 5. Planta de asentamiento del Cerro del Villar indicando las zonas excavadas.
–41–
Figura 6. Vista general del sector 9 con los Hornos 1 y 2.
Figura 7. Dibujo esquemático de un horno de doble cámara (Miller 2007: fig. 4.8, modificado).
–42–
Figura 8. Sector 9, Horno 1.
–43–
Figura 9. Sector 9, Horno 1: A. Materiales utilizados como material constructivo del H1; B.
Materiales localizados en el relleno del Horno. Dibujos: R. Marlasca.
–44–
Figura 10. Sector 9: Cerámicas procedentes de espacios de trabajo asociados al funcionamiento
del Horno 1. Dibujos: R. Marlasca.
–45–
Figura 11. Sector 9, Horno 2.
–46–
Figura 12. Sector 9: Cerámicas procedentes de espacios asociados al Horno 2. Dibujos: R.
Marlasca.
–47–
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Figura 13. Planta del taller alfarero del sector 3/4 del Cerro del Villar (Aubet 1999: fig. 37)
TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA
I FORMENTERA
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