La Produccion de Ceramica Fenicia en El

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Amb la col·laboració de:

YOSERIM:
LA PRODUCCIÓN ALFARERA
FENICIO-PÚNICA
EN OCCIDENTE
XXV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA
FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2010)

Editadas por
benjamí costa y jordi h. fernández
EIVISSA, 2011
«TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMEN-
TERA» s’intercanvia amb tota classe de publicacions afins d’Arqueologia
i d’Història, a fi d’incrementar els fons de la Biblioteca del Museu Arqueo-
lògic d’Eivissa i Formentera.

«TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA I FORMEN-


TERA» se intercambia con toda clase de publicaciones afines de Arqueo-
logía e História, con el fin de incrementar los fondos de la Biblioteca del
Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera.

DIRECTOR: Jordi H. Fernández

COORDINADOR: Benjamí Costa

Intercanvis i subcripcions/ Intercambios y subscripciones:


Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera
Via Romana, 31 - 07800 Eivissa (Balears)

Foto portada:
Conjunt de ceràmiques d´època púnica tardana d´Eivissa
(Foto Toni Pomar, arxiu MAEF)

ISBN: 978-84-87143-47-2
Dipósit legal : V-3740-2011
Maquetació i impressió: Fent Impressió – Fentweb.net. 96 203 39 39
[email protected][email protected]
ÍNDICE

LA PRODUCCIÓN DE CERÁMICA FENICIA EN EL EXTREMO


OCCIDENTE: HORNOS DE ALFAR, TALLERES E INDUSTRIAS
DOMÉSTICAS EN LOS ENCLAVES COLONIALES
DE LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA (SIGLOS VIII-VI A.C.)
Ana Delgado Hervás............................................................................................9

ALFARERÍA EN EL EXTREMO OCCIDENTE FENICIO.


DEL RENACER TARDOARCAICO A LAS TRANSFORMACIONES
HELENÍSTICAS
Antonio M. Sáez Romero....................................................................................49

LA PRODUCCIÓN ALFARERA EXTREMO-OCCIDENTAL ENTRE


LOS SS. III Y I A.C. BALANCE HISTORIOGRÁFICO
Y ESTADO DE LA CUESTIÓN
Ana María Niveau de Villedary y Mariñas......................................................107

EL SECTOR ALFARERO DE LA CIUDAD


PÚNICA DE IBIZA
Joan Ramon Torres..........................................................................................165

LA PRESÈNCIA DE CERÀMIQUES PÚNIQUES EBUSITANES


AL NORDEST PENINSULAR (SEGLES V-III AC.): IMPACTE
ECONÒMIC I SOCIAL DE LES RELACIONS COMERCIALS
ENTRE L’EIVISSA PÚNICA I ELS IBERS DEL NORD
David Asensio i Vilaró. .................................................................................223

–7–
LA PRODUCCIÓN DE CERÁMICA FENICIA
EN EL EXTREMO OCCIDENTE:
HORNOS DE ALFAR, TALLERES E INDUSTRIAS
DOMÉSTICAS EN LOS ENCLAVES COLONIALES
DE LA ANDALUCÍA MEDITERRÁNEA
(SIGLOS VIII-VI A.C.)

Ana Delgado Hervás

Universitat Pompeu Fabra

INTRODUCCIÓN
La industria cerámica fue posiblemente una de las principales actividades eco-
nómicas de los centros fenicios occidentales. Alfareros fenicios, que se instalaron
en estas tierras desde momentos muy tempranos, produjeron a gran escala ánfo-
ras, vajillas y otros contenedores cerámicos. La capacidad de estos talleres para
producir cantidades masivas de recipientes cerámicos fue una pieza clave en el
éxito de las estrategias comerciales fenicias en Occidente y en la rápida expansión
en estas tierras de sus mercados y redes de intercambio. Las cerámicas elaboradas
por estas industrias –principalmente envases destinados a almacenar y transportar
otros productos para su comercialización, pero también vajillas para consumir y
servir alimentos y bebidas– estuvieron implicadas en la inmensa mayoría de las
operaciones comerciales llevadas a cabo en el extremo Occidente y alcanzaron
incluso puertos más lejanos integrados en las amplias redes comerciales fenicias
–como, Pithecusa, Sulcis, Cartago o la lejana Ekron.
Junto a esta reconocida salida comercial, un porcentaje muy elevado de la
producción de los talleres alfareros occidentales tuvo como principal destinatario
a las propias comunidades coloniales asentadas en colonias, puertos y barrios
fenicios del extremo Occidente. Sus habitantes fueron importantes consumidores
de grandes y pequeños contenedores, recipientes culinarios, vajillas, lámparas
o figuras de terracota elaborados en estos alfares instalados en Occidente. Estas
manufacturas las utilizaban diariamente en la mayor parte de sus actividades do-
mésticas, de sus prácticas rituales y de sus industrias y empresas comerciales. Por

–9–
esta razón, la cerámica era una producción con una elevada demanda entre las co-
munidades coloniales fenicias occidentales. Además, a esa condición de producto
básico de uso cotidiano, se unía su fragilidad, que exigía que estos productos
fueran renovados y reemplazados de forma frecuente. Los cientos de miles de
fragmentos de recipientes cerámicos producidos en los alfares occidentales recu-
perados en viviendas, talleres y espacios rituales fenicios, y, de forma especial-
mente ostensible, en vertederos o basureros, son claros testigos de los elevados
niveles de consumo y de producción que tenía este tipo de bienes y dan cuenta de
la importancia económica de la industria cerámica en estos ámbitos coloniales.
El peso de esta industria alfarera ha sido tradicionalmente reconocido por la
arqueología fenicia occidental que ha dedicado a sus producciones la inmensa
mayoría de sus trabajos y publicaciones. Huelga decir, sin embargo, que sus es-
tudios han estado más interesados en definir las características morfológicas o
decorativas de algunas de sus producciones con supuestas virtudes crono-tipo-
lógicas –platos y ánforas, principalmente– que en dar a conocer toda la variedad
de formas y recipientes producidos –hoy seguimos sin disponer de un corpus
sistematizado de estas producciones– o de sus formas de uso y consumo.
Desde el punto de vista de los estudios cerámicos, debe destacarse muy es-
pecialmente la escasísima atención prestada al análisis de las técnicas de manu-
factura artesanal empleadas en estos talleres (cf., sin embargo, Párraga, 1996).
Esta falta de interés en los procesos tecnológicos y en las técnicas alfareras se
ha mantenido incluso tras la irrupción de los estudios arqueométricos en esta
disciplina. Desde los años 80 se han publicado algunos estudios que han tenido
como objeto de análisis cerámicas fenicias o de tradición fenicia producidas en
el ámbito peninsular, aunque muy pocos de ellos han sido realizados en muestras
cerámicas recuperadas en alfares (entre ellos, Rodríguez et al., 1999; Cardell,
1999; Alaimo et al., 2002; Alaimo et al., 2005; Cau Ontiveros, 2007). El interés
de estos análisis arqueométricos no se ha focalizado en explorar los patrones y
técnicas de manufactura utilizados en los talleres, sino en definir la composición
mineralógica de las distintas producciones cerámicas en un intento, por el mo-
mento infructuoso, de diferenciar de un modo preciso y sin ambigüedades los
patrones de composición mineralógica que los distintos alfares que operaban en
el extremo Occidente; su objetivo ha sido establecer rutas de circulación y comer-
cio de estas producciones, el gran “trending topic” de la arqueología fenicia en
Occidente durante las últimas décadas.
Ese interés, excesivamente centrado en la vertiente crono-tipológica o comer-
cial de las producciones cerámicas, ha provocado que el estudio de los propios
talleres y áreas industriales donde se elaboraban esos recipientes, los procesos
–10–
de este trabajo artesanal, la tecnologías que utilizaban, su organización espacial,
su convivencia con otras actividades productivas y cotidianas o las relaciones
sociales de producción que caracterizaban a estos espacios productivos, hayan
sido temas secundarios en la literatura arqueológica, una carencia denunciada por
Gioacchino Falsone hace ya 30 años (Falsone, 1981:21). Estas temáticas consti-
tuirán el foco de interés del presente trabajo, que centra su atención en la vertiente
económica y social de esos talleres, pequeñas ventanas que permiten explorar la
economía y la sociedad fenicia de las áreas coloniales más occidentales. Tras un
breve análisis de las primeras evidencias de producción cerámica fenicia en el
sur de Iberia y de la temprana proliferación de alfares en estas tierras, se analizan
los hornos y talleres excavados en el Cerro del Villar, un enclave fenicio situado
en el extremo más occidental de la bahía de Málaga, donde se localizaba uno de
los principales centros de producción cerámica en el Mediterráneo occidental en
época arcaica.

LAS PRIMERAS PRODUCCIONES ALFARERAS FENICIAS


OCCIDENTALES

La producción alfarera es una de las actividades artesanales fenicias más tem-


pranas documentadas en el extremo Occidente. Las primeras empresas comercia-
les fenicias en Iberia, fechadas en el siglo IX y en los momentos iniciales del siglo
VIII a.C., probablemente ya incluyeron en sus tripulaciones artesanos levantinos
especializados en la fabricación de recipientes cerámicos.
Huelva presenta la evidencia más antigua de producciones alfareras fenicias
occidentales. El estudio de los materiales cerámicos recuperados en el solar de la
Plaza de las Monjas (González de Canales et al., 2004), que corresponden a esos
a tempranos tiempos del comercio levantino en la Península, presenta evidencias
que sugieren que en esas primeras navegaciones viajaron ceramistas levantinos
que elaboraron recipientes y contenedores cerámicos en este puerto tartésico del
litoral atlántico. Esta práctica comercial, que implicaría la manufactura o el pro-
cesamiento en el mismo puerto de comercio de buena parte de las materias primas
y bienes comercializados, está perfectamente documentada en la propia Huelva
en los siglos IX-VIII a.C. a través de otras industrias artesanales, como son la
metalurgia, la ebanistería o la eboraria (González de Canales et al., 2004).
Entre los materiales cerámicos recuperados en el conocido solar onubense se
documentan numerosos contenedores y vajillas realizados con técnicas de manu-
factura fenicia, que reproducen morfologías similares a los utilizados habitual-
–11–
mente por las poblaciones levantinas en sus actividades comerciales y en su vida
cotidiana. Algunos de estos recipientes presentan pequeñas diferencias técnicas
con respecto a los repertorios fenicios habituales en Levante. Estas características
diferenciales han llevado a estos estudiosos a sugerir la posible producción en
el propio puerto onubense de buena parte de estas cerámicas, que habrían sido
manufacturadas por artesanos fenicios desplazados hasta Huelva (González de
Canales et al., 2004: 33-34).
A estas cerámicas, que presentan diferencias técnicas, se suma también la evi-
dencia de otro grupo de recipientes cerámicos elaborados con técnicas artesana-
les claramente orientales, pero que muestran claras diferencias morfológicas con
respecto a las vajillas y envases utilizados habitualmente en Levante. En el solar
onubense de la Plaza de las Monjas se han documentado algunos vasos manufac-
turados con tecnologías levantinas que presentan diseños y morfologías distinti-
vamente occidentales (González de Canales et al. 2004:33). Estos recipientes son
mayoritariamente vasos utilizados en el consumo y servicio de alimentos y, entre
ellos, destacan copas o cuencos para beber que se caracterizan por sus morfolo-
gías visiblemente emparentadas con las cerámicas de tradición local (Delgado,
2008a:fig. 23). Estos vasos morfológicamente occidentales manufacturados con
tecnologías alfareras fenicias se conocen, además de en el puerto onubense, en
otros asentamientos que accedieron al comercio fenicio en esa primera etapa de
contactos que se sitúa entre el siglo IX y la primera mitad del siglo VIII a.C. Se
ha analizado la composición mineralógica de algunos de estos recipientes; es el
caso de algunas copas recuperadas en el asentamiento tartésico de Campillos, en
Cádiz, cuya composición revela que fueron producidas en Occidente con arcillas
extraídas de la bahía gaditana (López Amador et al, 1996:86).
Estos datos demuestran que ya en primeras etapas de contacto previas a la
gran diáspora fenicia a Occidente, artesanos levantinos elaboraron parte de los
recipientes cerámicos que comercializaron en los mismos lugares de intercambio.
Ésta era una práctica común empleada por los mercaderes egeos y levantinos des-
de al menos mediados del II milenio a.C. y fue ampliamente utilizada por parte
de algunos comerciantes fenicios que actuaron en Occidente durante el I milenio
a.C., como sugieren, por ejemplo, las evidencias de Peña Negra (González Prats
y Pina, 1983) o la Alcaçova de Santarém (Arruda, 1999-2000: 220), por citar sólo
algunas de ellas.
La evidencia de producción de cerámica fenicia en tierras ibéricas indica que,
en los momentos iniciales, los mercaderes levantinos desplazados a Occidente
emplearon ya tácticas comerciales que perseguían maximizar los beneficios de
sus largos viajes, buscando estrategias que les permitieran ampliar el volumen de
–12–
los intercambios más allá de lo que la limitada capacidad de carga de sus barcos
era capaz de desplazar, y suprimiendo buena parte de los elevados costes de trans-
porte que implicaba negociar con de bienes de bajo valor por unidad de peso, un
problema esencial que resta rentabilidad al comercio a larga distancia de envases
o vajillas cerámicas.
La elaboración local de parte de estas cerámicas probablemente fue un ele-
mento decisivo en la creación de unas redes comerciales en Occidente cada vez
más extensas y con tráficos más regulares, que desembocó en los momentos fina-
les de esa etapa en la instalación de numerosas comunidades fenicias en estas tie-
rras. Estos productos, manufacturados con materias primas accesibles y baratas, y
carentes de los elevados costes adicionales de un transporte a tan larga distancia,
pudieron tener un acceso social relativamente amplio. A diferencia de preciosi-
dades y bienes de prestigio, cuyo uso habría estado limitado a pequeños grupos
de elite o comunidades rituales, el comercio de vajillas cerámicas destinadas al
consumo y servicio de alimentos y bebidas en ceremonias de comensalía parece
haber sido accesible desde momentos tempranos a ciertos grupos domésticos no
pertenecientes a la elite, que a juzgar por la distribución de estas primeras impor-
taciones parecen haber participado ya en esta primera etapa en las redes comer-
ciales fenicias que operaban en el sur de Iberia (Delgado, 2008a:412-17; e.p.).
Las producciones fenicias elaboradas en el sur de Iberia y que presentan ca-
racterísticas morfológicas distintivamente occidentales son minoritarias en es-
tos primeros momentos y parecen haber estado compuestas principalmente por
elementos de vajilla. Pero, al menos, desde la primera mitad del siglo VIII a.C.,
estas producciones estuvieron acompañadas por envases anfóricos que disponían
ya de un diseño distintivamente occidental. En el contexto onubense de Plaza de
las Monjas se han recuperado al menos 5 ánforas de producción occidental (Gon-
zález de Canales et al, 2004:70); también están presentes en los espacios excava-
dos de la calle Cánovas del Castillo, en Cádiz, donde se han recuperado ánforas
que se engloban bajo el tipo T-10.3.1.1 de J. Ramon (Ramon, 2006:192-195;
2010:219), un contexto algo más tardío que el onubense, pero que debe enmar-
carse dentro de estas primeras etapas del comercio fenicio en Iberia. Esta tempra-
na producción occidental de recipientes ánforicos es un proceso paralelo al que
tiene lugar en otros espacios mediterráneos donde están interviniendo activamen-
te comerciantes fenicios, como Cerdeña, donde en estas mismas fechas empiezan
a elaborarse ánforas visualmente diferenciables de las producciones levantinas
(Oggiano, 2000). En los contextos sardos estas nuevas producciones ánforicas
se han relacionado con la comercialización de alimentos locales, probablemente
de vinos (Botto, 2004:18-19). Posiblemente también en Iberia vinos occidentales
–13–
envasados en ánforas T-10.3.1.1, acompañados de vajillas manufacturadas local-
mente por alfareros fenicios desplazados hasta estas tierras, permitieron abrir y
consolidar de forma exitosa estos nuevos mercados en el extremo Occidente.

TIEMPOS DE DIÁSPORA: LA CREACIÓN DE UNA INDUSTRIA


ALFARERA FENICIA OCCIDENTAL

A lo largo de la segunda mitad del siglo VIII a.C., coincidiendo con la llegada
masiva y con el establecimiento permanente de numerosas comunidades de ori-
gen levantino en algunos centros y pequeños territorios del extremo Occidente,
aparece en las tierras del sur de Iberia una industria alfarera fenicia propiamente
occidental. Esta industria produce la inmensa mayoría de las vajillas de mesa,
de los contenedores domésticos o de los envases comerciales que las gentes que
viven en los espacios coloniales utilizan cotidianamente en sus vida diarias, en
sus actividades productivas y en sus empresas comerciales. El consumo de re-
cipientes cerámicos no producidos localmente y adquiridos en otras esferas de
intercambio es absolutamente minoritario, tal y como demuestran los estudios
de materiales cerámicos de los distintos centros fenicios occidentales excavados.
Esta industria alfarera fenicia occidental se caracteriza por el uso de patrones
de manufactura y de tecnologías levantinas y por la elaboración de un repertorio
de producciones con apariencias y modos de uso y consumo muy similares a las
producciones del área sirio-palestina, seguro lugar de origen de algunos de los
maestros alfareros establecidos en estas tierras que transmitieron sus modos de
hacer y sus propias visiones del mundo, materializadas a través de sus cerámicas
y de sus formas de trabajos. En los talleres occidentales en los que trabajaron,
estos patrones, cosmovisiones y estéticas fueron transformados y reinventados,
en parte fruto del contacto con otras gentes, en parte consecuencia del estable-
cimiento de levantinos en una nueva tierra donde reinaban marcos culturales y
dinámicas sociales muy distintos a los de las tierras de origen. El resultado fue la
creación en un momento relativamente temprano de repertorios cerámicos occi-
dentales claramente distinguibles de los elaborados en otras esferas fenicias, en
los que se aprecia materialmente ese juego de búsqueda consciente e inconsciente
de similitudes y distinciones tan característico de los espacios diaspóricos y que
permite ligar a estas materialidades tan cotidianas con la construcción de nuevas
identidades (Delgado, 2010).
Junto a este proceso de construcción identitario, la producción de un reper-
torio formal distintivamente occidental debe entenderse asimismo en el marco
–14–
de las estrategias comerciales que parecen haberse dibujado ya en los momen-
tos previos a la diáspora. Los contenedores producidos en los alfares del sur de
Iberia parecen haber buscado distinguirse visualmente a través de una serie de
rasgos morfológicos de otros envases elaborados en otras esferas comerciales
fenicias ubicadas en el Mediterráneo central u oriental. En este sentido es espe-
cialmente notorio que los talleres alfareros que operaban en el área del Estrecho
–incluidos los alfares de tradición tecnológica fenicia ubicados en centros indíge-
nas– produjeran envases anfóricos bastante similares visualmente. Esta voluntad
de identificar de forma distintiva la procedencia “occidental” de los contenidos
envasados en estos recipientes anfóricos –una estrategia de mercadeo a la que
hoy aplicaríamos la etiqueta de branding– posiblemente deba relacionarse con
la construcción de una sólida red comercial fenicia en el ámbito del Estrecho,
cuyos productos no sólo eran valorados y consumidos en estos ámbitos, sino tam-
bién entre otras comunidades fenicias e indígenas establecidas en el Mediterráneo
centro-occidental.
Esta industria alfarera fenicia occidental –o de tradición tecnológica fenicia-
contó con numerosos talleres que operaban en el sur y sudeste peninsular y en
las costas magrebíes. En el caso de peninsular, los estudios arqueométricos rea-
lizados hasta la fecha indican una proliferación alfarerías que elaboran este tipo
de producciones ya en los momentos finales del siglo VIII, con un crecimiento
importante durante los siglos VII y VI a.C.
Los estudios mineralógicos de pastas cerámicas realizados hasta la fecha pare-
cen dibujar un mapa con múltiples centros de producción que muestran una am-
plia distribución geográfica. A partir de estos análisis se ha propuesto la presencia
de talleres en distintos puertos de la costa atlántica andaluza –como Huelva �����
(Mil-
lán et al., 1990) o Castillo de Doña Blanca (Galván, 1986)–, en numerosos puntos
del interior –entre otros, Carmona (Navarro, 1997), Acinipo (Padial et al., 2000)
o Ategua (Barrios et al., 2010) así como también y en diversos centros fenicios de
la costa mediterránea andaluza (Bachmann, 1982; González Prats y Pina, 1983;
Cardell, 1999; Rodríguez et al, 1999).
Sin embargo, pese a estas informaciones arqueográficas, disponemos de poquí-
simas evidencias arqueológicas de esos talleres alfareros. En el periodo de tiempo
que se extiende entre el siglo VIII y el siglo VI los centros alfareros excavados
en los cuales disponemos de evidencias directas de producción de cerámica son
muy escasos. En la costa atlántica destaca el núcleo de Torre Alta (San Fernando,
Cádiz) (Ramon et al., 2007) y en el interior, se conocen asentamientos como
Castellar de Librilla y La Alberca, en Murcia, (Ros Sala, 1989:144-45; Martínez
Alcalde, 1999), que cuentan con hornos de producción de cerámica datados en
–15–
los siglos VII-VI a.C., al igual que el asentamiento granadino de Pinos Puente,
en Granada, donde también se ha excavado un horno de alfar (Contreras et al.,
1983). Debe mencionarse muy especialmente, el asentamiento de Marmolejo, en
Jaén (Molinos et al., 1994), una pequeña aldea rural poco conocida datada en los
siglos VII-VI que cuenta con alfares de producción cerámica (Fig. 1).
En los enclaves fenicios de la costa mediterránea andaluza las primeras eviden-
cias arqueológicas de la presencia de talleres de producción cerámica se remon-
tan al siglo VIII a.C. De ese momento datan los primeros indicios que sugieren el
trabajo de alfares en el Cerro del Villar, un asentamiento al que dedicaremos una
especial atención en los próximos apartados. Fechas similares ofrecen algunas
de las evidencias arqueológicas documentadas en el asentamiento de Chorreras
que han llevado a proponer la localización de talleres en este centro –fragmentos
cerámicos con evidencias de haber sufrido una cocción defectuosa y un prisma–
(Martín Córdoba et al., 2006:259). Algunas decenas de estos ítems de terracota
conocidos tradicionalmente como prismas –y que parecen estar claramente rela-
cionados con algunas fases del proceso de elaboración de recipientes cerámicos,
como sugiere su localización en distintos talleres y hornos alfareros peninsulares
en el Cerro del Villar, en La Pancha o Pinos Puente– se han recuperado también
en el pequeño enclave fenicio de Montilla, ubicado en la desembocadura del Gua-
diaro (Schubart 1987:206 y fig. 7), muy próximo al conocido núcleo indígena de
Alcorrín (Marzoli et al., 2010).
En los últimos años, actuaciones arqueológicas en el área del Algarrobo han
permitido poner al descubierto un nuevo enclave fenicio, La Pancha, que parece
haber concentrado industrias cerámicas dedicadas principalmente a la elabora-
ción de grandes contenedores para el almacenamiento y el transporte y de vajillas
para uso doméstico (Martín Córdoba et al., 2006) (Fig. 2). Sus excavadores han
definido a este centro, datado en los momentos finales del siglo VII y los inicios
del siglo VI a.C., como un enclave o barrio industrial asociado a Morro de Mez-
quitilla. Las excavaciones realizadas han permitido documentar algunas estancias
que pudieron formar parte de un taller de elaboración cerámicas a juzgar por las
decenas de ánforas que se almacenaron en alguna de ellas. No se han localizado
hornos, ni otras estructuras relacionadas con el proceso de producción cerámica,
pero la enorme escombrera situada en sus inmediaciones no deja lugar a dudas
de las ocupaciones desarrolladas por algunos de los habitantes de este enclave.
En ella se han recuperado decenas de miles de fragmentos cerámicos, muchos de
ellos defectos de producción, así como también distintos útiles relacionados con
procesos de manufactura cerámica como primas, alisadores y machacadores.
–16–
Las evidencias arqueológicas descubiertas hasta el momento confirman que,
entre finales del siglo VIII y los inicios del siglo VI a.C., en la costa mediterránea
andaluza estaban en funcionamiento distintos talleres dedicados a la manufac-
tura cerámica. Estos talleres parecen haber producido cerámicas a gran escala
destinadas tanto al comercio exterior, como al consumo de las propias comuni-
dades coloniales, tal y como sugieren los datos obtenidos en la escombrera de La
Pancha. Estas alfarerías fenicias aparecen ubicadas en los principales escenarios
coloniales o comerciales de esta costa –la desembocadura del Guadiaro, la Bahía
de Málaga y las desembocaduras del Vélez y Algarrobo–, y se localizan tanto en
áreas periféricas de núcleos residenciales –Las Chorreras–, como en puertos co-
merciales –Montilla– y en barrios o pequeños enclaves rurales de tipo industrial
que en esta costa empiezan a aparecer al menos desde las décadas finales del siglo
VII a.C. –La Pancha–.
Poco conocemos, sin embargo, sobre la organización social y espacial de la
producción de cerámica en estos enclaves. La documentación arqueológica de
estos talleres alfareros es hoy por hoy es excesivamente nimia. En ellos no se han
documentado hasta el momento hornos de cocción u otras áreas de trabajo rela-
cionadas con el proceso de manufactura susceptibles de ser analizadas contex-
tualmente. En el panorama actual de la investigación, la documentación obtenida
en las excavaciones llevadas a cabo en la década de los años 80 y 90 en el Cerro
del Villar sigue siendo excepcional. Sus talleres y hornos de alfar nos permiten
conocer algunos espacios y actividades de trabajo artesanal que pueden ser claves
para interpretar las economías coloniales en época arcaica.

LAS INDUSTRIAS ALFARERAS DEL CERRO DEL VILLAR (MÁLAGA)

El Cerro del Villar es una pequeña isla fluvial situada en la desembocadura


del Guadalhorce, en el extremo más occidental de la bahía de Málaga (Figs. 3 y
4). En este espacio, al menos a partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C., se
establece de forma permanente una comunidad colonial integrada principalmente
por familias de artesanos y comerciantes. El carácter comercial e industrial de
este centro fenicio ha sido puesto de manifiesto en distintas publicaciones a partir
de los datos medioambientales del entorno inmediato (Aubet y Delgado, 2003) y
de la evidencia arqueológica obtenida en excavaciones de espacios de mercado
(Aubet, 1997; Aubet, 2002) y de diferentes áreas, viviendas y talleres donde se
efectuaban actividades artesanales (Fig. 5).
–17–
Entre los trabajos de manufactura documentados en el Cerro del Villar, des-
tacan los relacionados con la metalurgia del cobre, de la plata y, especialmente,
del hierro ����������������������������������������������������������������������
(Rovira, 2005���������������������������������������������������������
; �������������������������������������������������������
Delgado, 2008������������������������������������������
b), pero junto a ellos tuvieron una impor-
tancia excepcional las actividades alfareras. La producción de cerámica en este
centro parece iniciarse al menos en la segunda mitad del siglo VIII y se prolonga
durante toda la vida del asentamiento.
Diversas evidencias arqueológicas sugieren que en este centro se concentró
una importante industria alfarera, que contaba posiblemente con diversos talle-
res trabajando de forma simultánea y que elaboraban cerámicas a gran escala.
A lo largo de toda la secuencia estratigráfica del corte 5 existen evidencias de
producción alfarera (Aubet, 1999) y prácticamente en todas las áreas del asen-
tamiento son visibles en superficie grandes cantidades de escorias cerámicas
vitrificadas, restos de paredes de hornos y numerosas cerámicas con defectos de
cocción. Distintos análisis petrográficos y estudios macroscópicos tradicionales
de pastas cerámicas coinciden en considerar a los talleres ubicados en el Cerro
del Villar como el centro donde se produjeron buena parte de los recipientes
cerámicos fenicios adquiridos en enclaves levantinos y del nordeste peninsular
(entre otros, González Prats y Pina, 1983:120; Garcia i Rubert y Gracia Alonso,
2011: 46), un dato que no sólo avala la concentración de talleres alfareros en el
área de la bahía de Málaga, sino asimismo también indica que buena parte de
su producción se canalizaba hacia el comercio exterior.
Sin embargo, las evidencias arqueológicas más significativas de esa activi-
dad industrial la constituyen, sin duda, los talleres dedicados a la manufactura
de cerámicas y los distintos hornos de alfar excavados en este yacimiento que
corresponden a distintos momentos cronológicos. Los hornos más antiguos ex-
cavados hasta la fecha datan de la primera mitad del siglo VII a.C. (Aubet
2006:104; Delgado, 2008b:78); entre finales del siglo VII e inicios del siglo VI
se ha fechado el taller alfarero excavado en el denominado sector 3/4 (Barceló
et al., 1995); por último, destacar la continuidad de las actividades alfareras en
época púnica, como pone de manifiesto el horno de alfar del siglo V a.C. loca-
lizado en el denominado corte 5 (Aubet y Lavado, 1999). Esta documentación
arqueológica indica que la industria alfarera parece haber estado presente a lo
largo de toda la vida de este centro, incluso cuando buena parte de su población
lo abandona a finales del siglo VII y se traslada a otros enclaves vecinos. En ese
momento el Cerro del Villar parece transformarse en un pequeño núcleo rural
de carácter industrial dedicado a la producción alfarera a gran escala, un patrón
similar al que hemos visto en otros enclaves fenicios de la Andalucía medite-
rránea, como La Pancha.
–18–
Dos factores parecen haber incidido en esta concentración de industrias alfa-
reras en el asentamiento fenicio del Cerro del Villar. En primer lugar, la centra-
lidad que tuvieron las comunidades fenicias asentadas en el entorno de la bahía
de Málaga –una presencia que se remonta a finales del siglo IX o la primera
mitad del siglo VIII a.C. (Arancibia et al., 2011)– en las redes de comercio
marítimo del Mediterráneo occidental, así como también en las rutas de inter-
cambio terrestre que se dirigían al interior del actual territorio andaluz. Esta im-
portante actividad comercial, basada en buena medida en productos envasados
en contenedores cerámicos y en vajillas, requería de talleres de alfar situados en
los mismos puertos o centros comerciales o en sus inmediaciones. En segundo
lugar, la proximidad de materias primas imprescindibles para la manufactura
cerámica, como agua, combustible y arcilla. Los alfareros que trabajaron en
el Cerro del Villar parecen haber obtenido estas materias primas de fuentes si-
tuadas en las inmediaciones mismas del enclave. Es el caso de los combustible
utilizados, un recurso que esta industria necesita en grandes proporciones, y
cuya explotación seguro contribuyó a la degradación de la cubierta arbórea de
este entorno estuárico, que se detecta desde los momentos iniciales de la vida
del asentamiento (Ros y Burjachs, 1999). Asimismo, es el caso de las arcillas,
que se obtuvieron de depósitos situados en las proximidades del centro. Según
los análisis de pasta efectuados en cerámicas elaboradas en el taller 3/4, sus
alfareros utilizaron para fabricarlas arcillas sometidas a la influencia marina, lo
que sugiere que los depósitos explotados debieron estar situados en la misma
línea estuárica (Cardell, 1999). Desde el punto de vista de los recursos naturales
debe destacarse la excelente calidad de las arcillas que se localizan en la cuenca
aluvial del Bajo Guadalhorce, unos depósitos que fueron explotados no sólo en
época fenicia y púnica, sino también en otros tiempos históricos (Beltrán Fortes
y Loza Azuaga, 1997; Lagóstena, 2001:147).

LOS HORNOS DEL SECTOR 9

El denominado sector 9 está situado en el extremo nororiental del asentamien-


to (Fig. 5). Este área fue objeto de excavaciones arqueológicas de urgencia en
los años 1995 y 1998, dirigidas por la Dra. Aubet. Las actuaciones arqueológicas
realizadas tuvieron como objetivo delimitar el perímetro oriental de la antigua
isla del Villar con el fin de evaluar el impacto que tendrían sobre el yacimiento
fenicio las obras de canalización del río Guadalhorce.
–19–
Durante esas campañas de excavación fueron localizados los restos de dos
hornos de alfar. Se sumaban, así, a los restos de un tercer horno descubierto en la
misma zona en 1991, durante una visita a las obras de construcción de la Autovía
del Mediterráneo. En diciembre de ese año, en el perfil de la cavidad excavada
para cimentar uno de los pilares de la autopista que se eleva sobre la parte sep-
tentrional del yacimiento, eran todavía visibles los restos de un horno de alfar de
época arcaica.
Los dos hornos excavados en el sector 9 (H1 y H2) están construidos con ado-
be (Fig. 6). Tanto el Horno 1, como el Horno 2, presentan una planta elíptica. La
cámara del Horno 1 conserva unas dimensiones internas de 3,40 m de eje mayor x
de 2,96 m de eje menor, a las que debe sumarse la boca del horno o praefurnium,
sólo parcialmente excavada. El Horno 2, del cual se recuperaron tan sólo los ves-
tigios correspondientes a la base de su cámara de cocción, es de menor tamaño, y
presenta unas dimensiones internas conservadas de 1,92 m de eje mayor x 1,74 m
de eje menor. Tanto en H1, como en H2, la elipse que forma su planta aparece rota
por una lengua que entra en la cámara de combustión y la divide en dos mitades
formando dos lóbulos de un tamaño similar. Esta morfología corresponde a los
hornos conocidos en la literatura fenicia como de planta bilobulada o con forma
de omega (Falsone, 1981). La función de esa lengua, que les otorga la caracterís-
tica forma de ω, era la de sostener la parrilla que en estos hornos separaba la cá-
mara de combustión de la cámara de cocción (Fig. 7). En ninguno de los hornos
excavados en el Cerro del Villar se ha conservado la parrilla, aunque en el relleno
del H1 han podido recuperarse restos que parecen corresponder a esa estructura.
La forma de algunos de los adobes recuperados en el interior del horno indica que
la parrilla estaba construida también del mismo material, adobe, y a juzgar por
la forma de algunos fragmentos recuperados, disponía de orificios que dejaban
pasar el calor y los gases desde la cámara de combustión a la cámara de cocción.
La morfología y las tecnologías de construcción y de uso de estos hornos son
de origen sirio-palestino. En el área levantina los hornos bilobulados se conocen
en talleres de producción cerámica ubicados en centros portuarios e industriales
–como Sarepta (Anderson, 1987) o Akko (Dothan, 1989: 60)– desde el II mile-
nio a.C. y perduran en el I milenio a.C. En Occidente esta tecnología de cocción
cerámica está presente al menos desde el siglo VII a.C. como evidencian los pro-
pios hornos del Cerro del Villar o los localizados en San Fernando (Ramon et al.,
2007), Mozia (Falsone, 1981) o Solunto (Greco, 2000).
Los hornos bilobulados, corresponden tipológicamente a los denosminados
hornos tubulares y de doble cámara, que suelen ser estructuras semisubterráneas,
que se construyen, bien aprovechando un desnivel del terreno, bien excavando
–20–
una fosa que se reviste en su interior de adobes o barro crudo y en la que se
aloja total o parcialmente la cámara de combustión (Falsone 1981:35; Sempere,
1999:373). La excavación del Horno 1 puso de manifiesto que en su construcción
se utilizaron simultáneamente ambos elementos: se aprovechó un fuerte desnivel
existente en ese tramo del yacimiento, y, al mismo tiempo, se excavó una fosa en-
tre los restos de lo que posiblemente fue una antigua vivienda, ya abandonada en
el momento de construcción del horno, y se encastró la parte inferior de la cámara
de combustión entre los zócalos de piedra de ese edificio, que sirvieron para re-
forzar la estructura del propio horno. Las paredes de la fosa excavada en la casa y
parte de sus zócalos de piedra se recubrieron con una gruesa capa de barro crudo
y conformaron la base del horno (Fig. 8). Entre esas capas de barro se depositaron
algunos fragmentos cerámicos, utilizados como material constructivo (Fig. 9). La
morfología de algunas de esas cerámicas corresponden a tipologías datables en el
siglo VIII a.C. Esos fragmentos cerámicos utilizados como material constructivo
fueron posiblemente obtenidos durante la excavación de la fosa en el interior de
la casa en la que se encastra el horno, un edificio que parece haber estado en uso
durante la segunda mitad del siglo VIII a.C. Esa cronología coincide con la de
otras unidades estratigráficas excavadas en este mismo sector, que preceden a la
construcción y al funcionamiento del H1.
El momento de construcción y especialmente de utilización de H1 puede
establecerse a partir de los materiales depositados en el relleno del horno o de
aquéllos localizados en algunas de las unidades estratigráficas identificadas como
áreas de trabajo asociadas con el funcionamiento de H1. En estos contextos se
han localizado principalmente ánforas, que aparecen asociadas a otros materiales
cerámicos tales como ollas, trípodes, cuencos, platos, pithoi, jarras, botellas y
prismas, que presentan morfologías a las que tradicionalmente se les atribuyen
cronologías del siglo VII a.C. (Figs. 9 y 10). Estas cerámicas podrían indicar una
producción mixta que incluía fundamentalmente ánforas, pero también vajillas
dedicadas al uso cotidiano.
Sin embargo cabe ser prudentes a la hora de establecer las características de
las producciones de este horno a partir de los hallazgos actuales. La reducidas di-
mensiones del área excavada (unos 15 m2) no han permitido documentar las prin-
cipales áreas de trabajo asociadas a esta estructura, que se sitúan principalmente
en la boca del horno, o localizar los testares o zonas de vertido que habitualmente
aparecen en las inmediaciones de este tipo de estructuras y que suelen acoger res-
tos de cenizas y combustible, así como miles de restos y de fallos de producción
(Zorn 1998:199; Ramon et al. 2007:106).
–21–
La información arqueológica disponible sobre las producciones cerámicas
manufacturadas en los talleres asociados al segundo de los hornos excavados
en este sector 9, el denominado H2, es incluso más reducida. Del Horno 2 tan
sólo se conserva una estructura de adobe de poco más de 15 cm de altura que
corresponde al suelo de su cámara de combustión y un reducido espacio asociado
estratigráficamente con él, situado en su esquina SE. Este horno, que se sitúa en
paralelo a H1 y cuya base descansa sobre una cota superior, se localiza a escasos
metros de distancia de la orilla actual del río (Figs. 6 y 11). Posiblemente esa
situación y su ubicación en una cota algo más elevada que H1, hayan sido las
causas del deterioro sufrido por este horno y por los espacios de trabajo asociados
con él, que parecen haber sido prácticamente arrasados por labores agrícolas y
por la erosión fluvial.
Desde el punto de vista cronológico, tanto la situación estratigráfica de H2,
como los materiales asociados a la base de su cámara y al espacio H2-SE, parecen
indicar que esta estructura se construyó con posterioridad a H1 y que estuvo en
funcionamiento en momentos posteriores, posiblemente en la segunda mitad del
siglo VII o incluso en las primeras décadas del siglo VI como podría sugerir el
plato de ala ancha recuperado en unidades estratigráficas asociadas con él (Fig.
12).
La reducida superficie excavada supone asimismo un serio límite a la hora de
contextualizar social y espacialmente los hornos alfareros excavados. Los tres
hornos de alfar detectados hasta el momento parecen sugerir que este sector del
yacimiento, situado en la periferia del asentamiento fenicio, aglutinó en el siglo
VII industrias alfareras. La concentración de talleres formando barrios alfareros o
artesanales es una característica que se conoce bien en espacios urbanos y rurales
del mundo sirio-palestino, así como también como en los ámbitos coloniales fe-
nicios occidentales. Un ejemplo conocido es el barrio industrial de Sarepta (Prit-
chard, 1975; Anderson, 1988), un núcleo portuario situado entre las antiguas ciu-
dades de Tiro y Sidón. En este barrio artesanal, donde se han localizado prensas
de aceite y existen evidencias de trabajo metalúrgico, se han excavado 22 hornos
de alfar de distintas cronologías que abarcan desde los siglos finales del II milenio
a los inicios del I milenio a.C. También es el caso de Akko, una ciudad portuaria
enclavada en la bahía de Haifa, donde se ha excavado un gran horno bilobulado
datado en el s. XIII a.C. situado en una zona industrial junto a talleres metalúrgi-
cos e instalaciones dedicadas a la elaboración de tintes (Dothan, 1989: 60).
Talleres individuales o concentrados en barrios alfareros habitualmente se si-
túan en los confines de los asentamientos –un ubicación que se observa en el caso
de los hornos localizados Cerro del Villar– e incluso extramuros, formando nú-
–22–
cleos separados o segregados (Wood, 1990:38-41). Referencias bíblicas sitúan el
barrio alfarero de Jerusalén en los extremos de la ciudad, junto a una de las puer-
tas de la muralla (Jer. 19, 2) y evidencias arqueológicas señalan patrones muy
similares en otros enclaves sirio-palestinos como Tell al-Nasbah (Zorn,1998) o
Lachish, donde los talleres se sitúaban en las inmediaciones del espacio fune-
rario (Wood, 1990: 36). En ámbitos fenicios occidentales los talleres de alfar
parecen haber mantenido el mismo patrón, ubicándose también en los límites
de las zonas de hábitat –como sucede en el caso de Cartago (Rakob, 1998:17;
Docter, 2007:38); Mozia (Falsone, 1981; Spanò, 2002), Solunto (Greco 2000) o
Ibiza (Ramon, 1991)– o incluso formando asentamientos segregados como pa-
rece observarse en asentamientos alfareros como La Pancha (Martín Córdoba et
al., 2006), Torre Alta (Ramon et al., 2007) o Kuass (Ponsich 1968; Alaoui, 2007).
Las motivaciones de esta segregación parecen haber sido principalmente eco-
nómicas – necesidad de grandes espacios, proximidad a afloramientos de arci-
lla, a fuentes de agua y combustible, cercanía a áreas de producción…–, pero
posiblemente también la confinación de estos espacios y de los trabajos que se
realizaban en ellos en los límites del área de hábitat podría haber estado motiva-
da asimismo por consideraciones de tipo social e ideológico. La alfarería, como
otras artesanías, parece haber sido considerada, tanto en ámbitos levantinos como
coloniales, un trabajo “sucio” y socialmente poco valorado (Wood 1990) y, por
tanto, debía ser apartada de otros espacios, de otras gentes y de otras formas de
vida con mayor estima social.
El alejamiento de los talleres alfareros de los espacios centrales de los núcleos
de hábitat no implica que en estos contextos existiera una separación entre activi-
dades productivas y espacios residenciales, como muchas veces se ha argumen-
tado. Al contrario, en distintos talleres y barrios alfareros ha podido comprobarse
que no existía una segregación entre estas actividades y que ambas concurrían
en el mismo espacio o en estancias inmediatamente colindantes. En los relatos
bíblicos se menciona la “casa del alfarero” donde éste “trabaja sobre la rueda”
(Jer. 18, 2-3) y las evidencias arqueológicas de núcleos industriales como Sarepta
también ponen de manifiesto la inexistencia de una separación entre el espacio
artesanal y el lugar de residencia. Los datos arqueológicos parecen sugerir la
prevalencia de talleres-vivienda que acogen grandes instalaciones para la elabo-
ración cerámica como son los hornos, así como otras infraestructuras utilizadas
durante la elaboración de cerámicas –bases en las que irían encastradas las ruedas
de los torno, fosas de vertido, cubetas para el almacenamiento, amasado y pisado
de la arcilla, etc.– (Anderson 1988). En algunos de los contextos excavados se ha
podido determinar que junto a estas estructuras existían otras relacionadas con la
–23–
preparación de alimentos, entre ellas hornos domésticos, utilizados para cocinar
alimentos, principalmente pan. El carácter claramente doméstico de estas insta-
laciones llevó a sus excavadores a dudar sobre un posible cambio de función, de
industrial a residencial, de este área, (Pritchard, 1975:70; Anderson, 1988:365),
–una respuesta casi automática al dogma sobre la separación de esferas producti-
vas y residenciales en economías desarrolladas que imperaba en el pensamiento
de esa época. Nuevas interpretaciones realizadas sobre esos contextos señalan,
sin embargo, claramente la coexistencia de actividades alfareras y domésticas en
esas casas talleres de Sarepta (Gilboa y Sharon, 2003:50-51).
Esta coexistencia de actividades domésticas y artesanales en los mismos espa-
cios se ha podido observar también en centros alfareros fenicios occidentales. Un
caso paradigmático es el del enclave alfarero de Kuass donde Ponsich excavó va-
rios hornos rodeados de estancias y habitaciones, en las que se documentaban no
sólo actividades productivas, sino también tareas de mantenimiento y consumo.
Estas evidencias llevaron a su excavador a proponer que en Kuass las viviendas
de los ceramistas y sus familias se situaban junto a los mismos hornos (Ponsich,
1968:6)
Los hornos excavados en el sector 9 del Cerro del Villar no nos permiten
valorar si también en este caso se dio esa estrecha convivencia de actividades
domésticas y productivas. En sus inmediaciones se localizaron dos molinos de
piedra similares a los utilizados en los ámbitos domésticos para moler el grano,
pero la reducida superficie excavada es claramente insuficiente para interpretar
contextual y funcionalmente estos hallazgos.

EL TALLER ALFARERO DEL SECTOR 3/4

Mucho más elocuente en este sentido es el denominado taller 3/4. Este taller
fue localizado a finales de los años 80 en un sector excavado en el área central del
yacimiento. Conocido a través de distintas publicaciones (Barceló et al., 1995;
Aubet et al., 1999; Curià et al., 1999) ha sido datado en las primeras décadas del
siglo VI a.C., momento en el que el Cerro del Villar parece haber visto reducida
su población, abandonándose, al menos, la orilla oriental de la antigua isla �����
(Del-
gado, 2008b). A partir de finales del siglo VII o inicios del siglo VI el Cerro del
Villar parece transformarse en un pequeño centro de carácter industrial, presen-
tando características muy similares a los núcleos secundarios dedicados a la ela-
boración de cerámicas que ya hemos visto aparecer en la propia costa de Málaga
a través del ejemplo de La Pancha.
–24–
En el sector 3/4 se puso al descubierto un edificio de grandes proporciones,
destruido en su flanco meridional por labores agrícolas y sólo parcialmente exca-
vado (Aubet et al., 1999) (Fig. 13). De este edificio se han excavado dos estancias
muy amplias y alargadas que dan acceso a un gran espacio abierto, probablemen-
te un patio interior, pavimentado con pequeños guijarros. Desde el punto de vista
de sus dimensiones destaca principalmente el espacio 4, un área exterior, en la
que se acumulan grandes cantidades de cerámicas, muchas de ellas defectuosas,
que presentan grandes burbujas y superficies total o parcialmente vitrificadas.
En el suelo y en el relleno de este espacio se detectaron asimismo importantes
concentraciones de arcillas y adobes parcial o totalmente escorificados, que co-
rrespondían a los restos de las paredes de uno o de varios hornos de alfar que
debieron situarse en sus inmediaciones, en espacios todavía sin excavar. La pre-
sencia de ítems como prismas, con más de 90 recuperados en esta área, alisadores
y pulidores indican que el área 4 fue un espacio de trabajo que formaba parte
de un gran complejo alfarero. Evidencias relacionadas con el trabajo alfarero
también se recuperaron en las dos estancias interiores del edificio y en el patio
pavimentado. En ellos se localizaron prismas y otros instrumentos relacionados
con el trabajo alfarero, restos de óxido de hierro, probablemente utilizado para la
elaboración de engobes y pigmentos, restos de vajillas no cocidas y cantidades
extraordinarias de cerámica (Barcelo et al., 1995).
Junto a estas evidencias de manufactura alfarera, en las estancias y espacios
exteriores del edificio 3/4 arqueológicamente se detecta también la práctica si-
multánea de otras actividades, casi invisibles ante la abrumadora evidencia ma-
terial que produce una actividad como la alfarería. Entre ellas, cabe mencionar
posibles prácticas de tipo comercial como apuntan ciertos indicios materiales,
como un probable juego de pesas de piedra. Pero junto a actividades artesanales
y a estos indicios de prácticas comerciales, deben destacarse principalmente evi-
dencias que apuntan claramente a la realización de actividades domésticas en este
edificio y en los espacios anexos.
Entre estas actividades son especialmente visibles desde un punto de vista ar-
queológico ciertas prácticas de cuidado relativas principalmente a la preparación
y consumo de alimentos. Molinos de piedra, ollas de cocina con señales de haber
sido usadas y afectadas por procesos de combustión (Curià et al., 1999:183) o
grandes recipientes cerámicos con evidencias de combustión en su interior que
fueron utilizados como braseros y hogares (Barceló et al., 1995) documentan la
preparación de alimentos en este taller, quizá, a juzgar por las evidencias, tam-
bién vivienda de un grupo doméstico corporativo. Asimismo, la preparación de
alimentos también pudo ser una de las funciones de las pequeñas estructuras de
–25–
combustión circulares que se localizaron en el patio pavimentado con pequeños
guijarros.
Prácticas relativas al consumo de alimentos llevadas a cabo en este edificio
se documentan tanto a través de las vajillas, como de los restos bioarqueológicos
recuperados en el taller. Las vajillas utilizadas fueron mayoritariamente cerámi-
cas elaboradas en este mismo alfar. Pero, junto a ellas, los miembros del grupo
doméstico que trabajaba en este taller usaron también piezas adquiridas, como es
el caso, por ejemplo, de los vasos y recipientes griegos y etruscos documentados
en este edificio (Curià 1999: 280), un elemento de distinción que sus residentes
incorporaron a sus vajillas de mesa, tal y como lo hicieron también en estos mis-
mos momentos otras gentes que formaban parte de las comunidades coloniales
del sur peninsular.
Los restos bioarquelógicos recuperados en el taller también evidencian prácti-
cas de consumo alimentos. Entre los alimentos consumidos pueden mencionarse
cereales –principalmente cebada y en menor medida trigo–, guisantes, uvas, atún,
moluscos, paloma, gallo, bóvidos, ovicápridos y cerdo (Català 1999: 311; Monte-
ro 1999; Garcia Petit 1999; Rodríguez 1999; Güell 1999). Algunos de los restos
localizados presentan señales de descarnamiento y de haber sido sometidos a la
acción del fuego.
Entre los restos de fauna se encuentran los de 3 cerdos sacrificados en edad
infantil que aparecieron casi completos y en conexión anatómica, sin evidencia
alguna de haber sido consumidos (Montero 1999). Estos cerdos se localizaron
en la estancia denominada A 3, una habitación en la que también se registró una
terracota fragmentada que representaba a un animal, posiblemente un caballo,
bajo una de las losas de piedra que descansaban sobre el pavimento (Delgado
et al., 1999: fig. 200). Los tres cerdos aparecieron enterrados, justo en una de
las esquinas de la habitación asociados a fragmentos de recipientes cerámicos
(Aubet et al 1999: fig. 94) y parecen remitir a prácticas de tipo ritual asociadas
con la fertilidad, así como también con la domesticidad y el cuidado del grupo.
La práctica de enterrar ollas con o sin alimentos bajo el suelo de las habitaciones
de las casas fenicias, es bien conocida en otras casas del Cerro Villar y en otros
espacios fenicios occidentales.

–26–
CONCLUSIONES: INDUSTRIAL FAMILIARES Y ECONOMÍAS
COLONIALES

La enorme cantidad de vasijas, de restos de producción y de cerámicas de-


fectuosas, de paredes de hornos y de otros ítems relacionados con procesos de
manufactura cerámica recuperados en el sector 3/4 permiten establecer la escala
de producción de este taller alfarero y los productos que en él se elaboraron.
El volumen de estas evidencias arqueológicas registrado en este sector permite
proponer que en este taller se efectuaba una producción en masa estandarizada.
El grueso de su producción eran ánforas, un envase con una enorme demanda,
utilizado principalmente para transportar y comercializar productos piscícolas y
agropecuarios y sus derivados. Asimismo en este taller se manufacturaron vaji-
llas, lámparas, ollas y recipientes utilizados en la cocina y en la vida cotidiana,
o vasos para el almacenamiento doméstico (Barceló et al., 1995; Curià et al.,
1999). La producción de este taller no estaba sólo destinada a abastecer redes lo-
cales, sino que sus producciones circularon en redes regionales e interregionales
que abarcaron al menos la costa mediterránea andaluza y el este y el nordeste de
la península ibérica, tal y como han podido establecer algunos estudios cerámicos
(véase supra).
En los años 70 y 80 una serie de estudios arqueológicos (Van der Leeuw 1977;
Stanley et al., 1989) clasificaron los tipos de producción artesanal y propusieron
que existía una relación entre contextos de producción –residencia, taller indivi-
dual, núcleo industrial–, volúmenes de producción, estandarización de la produc-
ción y espacios y redes de distribución de las manufacturas que elaboraban –con-
sumo doméstico, distribución local, regional o interregional–. Esta clasificación,
absolutamente monolítica, les llevó a construir una jerarquía con pretensiones
evolutivas de los sistemas de producción artesanal. Esta clasificación los organi-
zó en una escala de desarrollo unilineal que conducía desde las formas más sim-
ples –producción doméstica: realizada en el espacio residencial, a tiempo parcial
y destinada al consumo del propio grupo–, a las más complejas –industria a gran
escala–, pasando por formas intermedias –talleres o industrias individuales: se-
gregados del espacio residencial, con producción estandarizada y en masa, traba-
jo a tiempo completo y distribución en redes regionales– (Van der Leeuw 1977).
Atendiendo a estas clasificaciones de corte universalista, las características de
la producción del taller del Cerro del Villar –en masa, estandarizada, comerciali-
zada interregionalmente– implicaba que este taller debía haber estado segregado
de actividades cotidianas y de espacios residenciales. Sin embargo, la evidencia
arqueológica que hemos visto en este sector no parece ajustarse a esta propuesta
clasificatoria y nos sugiere, por el contrario, la convivencia de actividades do-
–27–
mésticas, de consumo, y artesanales en un espacio de carácter productivo y resi-
dencial.
A partir de los años 90 empezaron a publicarse estudios sobre producción
artesanal alternativos a las propuestas monolíticas de van der Leeuw. Entre estos
trabajos destaca el de Costin (Costin, 1991) en el que se ponen en duda estos mo-
delos monolíticos y se cuestiona la relación universal que proponen entre estos
autores entre escala de producción y contexto de producción, una relación que
llevó a van der Leeuw y a sus seguidores a segregar las actividades artesanales
a gran escala de los espacios residenciales. A partir del trabajo de Costin se han
publicado un importante número de estudios, centrados principalmente en Meso-
américa, que han puesto de manifiesto la relevancia de los espacios residenciales
como ámbitos de producción artesanal a gran escala y la convivencia en un mis-
mo contexto de distintas formas de producción artesanal –industrias domésticas,
talleres individuales, producción centralizada …– (entre otros, Feinman y Nicho-
las 2000; Hirth 2006; 2009).
Esta misma convivencia de formas y contextos de producción artesanal pa-
rece estar presente en los espacios coloniales fenicios occidentales, donde como
hemos visto, junto a talleres individuales, que aparentemente están segregados
del espacio residencial, cada vez son más abundantes las evidencias que indi-
can el protagonismo de los contextos residenciales como lugares de producción
artesanal. Esta evidencia no se limita a la actividad alfarera, sino que también
puede proponerse en el caso de otras industrias, como la metalúrgica. Algunas
de las casas excavadas en el yacimiento fenicio de Sa Caleta, en Ibiza, son un
buen ejemplo en ese sentido (Ramon, 2007), como también lo son otros ámbitos
excavados en el mismo Cerro del Villar, como la casa 2, donde en una de las es-
tancias se localizó un taller metalúrgico dedicado al beneficio de plomo o plata
(Delgado, 2008b).
Esta convivencia de actividades artesanales y de cuidado en espacios pro-
ductivos y la no segregación de contextos residenciales y artesanales en estos
espacios coloniales fenicios occidentales nos está poniendo de manifiesto que los
grupos domésticos –formados por hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y
ancianas–, unas gentes tradicionalmente invisibilizadas en las narrativas arqueo-
lógicas, fueron los principales actores en las economías coloniales del Mediterrá-
neo antiguo.

–28–
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–36–
FIGURAS

Figura 1. Planta de un área de producción cerámica excavada en la aldea rural de Calañas de


Marmolejo, Jaén (Molinos et al. 1994: fig. 12).

–37–
Figura 2. Mapa de las desembocaduras del Vélez y Algarrobo (s. VIII-V a.C.), con la localización
de los talleres de alfar de La Pancha (s. VII-VI a.C.) y Los Algarrobeños (s.V a.C.) (Martín et al.
2007, fig. 2, modificado).

–38–
Figura 3. La Bahía de Málaga y el delta del Guadalhorce en los siglos VIII-VI a.C. (García Alfonso
2007, modificado).

–39–
Figura 4. Poblamiento en el valle del Guadalhorce y el entorno de la Bahía de Málaga (s. VIII-VI
a.C.).

–40–
Figura 5. Planta de asentamiento del Cerro del Villar indicando las zonas excavadas.

–41–
Figura 6. Vista general del sector 9 con los Hornos 1 y 2.

Figura 7. Dibujo esquemático de un horno de doble cámara (Miller 2007: fig. 4.8, modificado).

–42–
Figura 8. Sector 9, Horno 1.

–43–
Figura 9. Sector 9, Horno 1: A. Materiales utilizados como material constructivo del H1; B.
Materiales localizados en el relleno del Horno. Dibujos: R. Marlasca.

–44–
Figura 10. Sector 9: Cerámicas procedentes de espacios de trabajo asociados al funcionamiento
del Horno 1. Dibujos: R. Marlasca.

–45–
Figura 11. Sector 9, Horno 2.

–46–
Figura 12. Sector 9: Cerámicas procedentes de espacios asociados al Horno 2. Dibujos: R.
Marlasca.

–47–
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Figura 13. Planta del taller alfarero del sector 3/4 del Cerro del Villar (Aubet 1999: fig. 37)
TREBALLS DEL MUSEU ARQUEOLÒGIC D’EIVISSA
I FORMENTERA

Nº 1 LUCERNAS ROMANAS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO


DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y Esperanza Manera. Ibiza,
1979. 22 pp. y IX láms. (Agotado)
Nº 2 CERÁMICAS DE IMITACIÓN ÁTICAS DEL MUSEO AR-
QUEOLÓGICO DE IBIZA. Por Jorge H. Fernández y José O.
Granados. Ibiza, 1979. 49 pp. y I lám. (Agotado)
Nº 3 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIU-
SAS. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 72 pp. (Agotado)
Nº 4 EL HIPOGEO DE CAN PERE CATALÀ DES PORT (SANT VI-
CENT DE SA CALA). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1980. 34
pp. y VIII láms. (Agotado)
Nº 5 IBIZA Y LA CIRCULACIÓN DE ÁNFORAS FENICIAS Y PÚ-
NICAS EN EL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL. Por Juan Ra-
món. Ibiza, 1981. 49 pp., 6 figs. y III láms. (Agotado)
Nº 6 UN HIPOGEO INTACTO EN LA NECRÓPOLIS DEL PUIG
DES MOLINS. EIVISSA. Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1981.
34 pp., X láms. y un plano de la necrópolis. (Agotado)
Nº 7 ESCARABEOS DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE IBIZA.
Por Jorge H. Fernández y Josep Padró. Madrid, 1982. 249 pp.
con figs. y láms.
Nº 8 EL SANTUARIO DE ES CUIERAM. Por Mª. Eugenia Aubet Se-
mmler. Ibiza, 1982. 55 pp. y XXX láms. (Agotado)
Nº 9 URNA DE OREJETAS CON INCINERACIÓN INFANTIL DEL
PUIG DES MOLINS. Por Carlos Gómez Bellard. Ibiza, 1983.
26 pp. y I lám.
Nº 10 GUÍA DEL PUIG DES MOLINS. Por Jorge H. Fernández. Ma-
drid, 1983. 242 pp. (Agotado)
Nº 11 LA COLONIZACIÓN PÚNICO-EBUSITANA DE MALLORCA.
ESTADO DE LA CUESTIÓN. Por Víctor M. Guerrero Ayuso.
Ibiza, 1984. 39 pp., 24 figs. y VIII láms.
Nº 12 SOBRE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA. Por Jose Mª. Mañá de
Angulo. Ibiza, 1984. 174 pp. (Agotado)
Nº 13 ESCULTURA ROMANA DE IBIZA. Por Alberto Balil. Ibiza,
1985. 19 pp. y VIII láms.
–255–
Nº 14 NOTAS PARA UN ESTUDIO DE LA IBIZA MUSULMANA.Por
Guillermo Rosselló Bordoy. Ibiza, 1985. 69 pp. (Agotado)
Nº 15 BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA DE LAS ISLAS PITIUSAS
(II). Por Jorge H. Fernández. Ibiza, 1986. 42 pp. (Agotado)
Nº 16 AMULETOS DE TIPO EGIPCIO DEL MUSEO ARQUEOLÓ-
GICO DE IBIZA. Por Jordi H. Fernández y Josep Padró. Ibiza,
1986. 109 pp., 7 figs. y XVII láms. (Agotado)
Nº 17 LAS PINTURAS RUPESTRES DE SA COVA DES VI SES
FONTANELLES. SANT ANTONI DE PORTMAY. (IBIZA).
Por Antonio Beltrán, Benjamín Costa y Jordi H. Fernández. Ibi-
za, 1987. 26 pp., 12 figs. y IX láms. (Agotado)

Nº 18 EL SANTUARIO DE LA ILLA PLANA (IBIZA): UNA PRO-


PUESTA DE ANÁLISIS. Por Esther Hachuel y Vicente Marí.
Ibiza, 1988. 92 pp., 12 figs. y XXII láms.
Nº 19 EL SEPULCRO MEGALÍTICO DE CA NA COSTA (FORMEN-
TERA). Parte I. Por Jordi H. Fernández, Luis Plantalamor y
Celia Topp. Parte II. Por Francisco Gómez y José M. Reverte.
Ibiza, 1988. 76 pp., 18 figs. y X láms. (Agotado)
Nº 20 EPIGRAFÍA ROMANA DE EBUSUS. Por Jaime Juan Castelló.
Ibiza, 1988. 118 pp., 2 figs. y XVII láms.
Nº 21 EL VIDRIO ROMANO EN EL MUSEO DEL PUIG DES MO-
LINS. Por Cristina Miguélez Ramos. Ibiza, 1989. 78 pp., 41 figs.
y VIII láms.
Nº 22 EL VERTEDERO DE LA AVDA. ESPAÑA Nº 3 Y EL SIGLO
III D.C. EN EBUSUS. Por Ricardo González Villaescusa. Ibiza,
1990. 112 pp., 38 figs. y III láms. (Agotado)
Nº 23 LAS ÁNFORAS PÚNICAS DE IBIZA. Por J. Ramon. Ibiza, 1991.
199 pp., 56 figs. y XXXI láms. (Agotado)
Nº 24 I-IV JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA.
(IBIZA, 1986-89). Por AA.VV. Ibiza, 1991. 259 pp. con figs. y
láms.
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Nº 46 SANTUARIOS FENICIO-PÚNICOS EN IBERIA Y SU IN-


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Nº 51 CONTACTOS EN EL EXTREMO DE LA OIKOUMÉNE. LOS
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Nº 52 MISCELÁNEAS DE ARQUEOLOGÍA EBUSITANA (II). EL
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Nº 53 CAN CORDA. UN ASENTAMIENTO RURAL PÚNICO-ROMA
NO EN EL SUROESTE DE IBIZA. Por Rosa Mª Puig Moragón,
Enrique Díes Cusí y Carlos Gómez Bellard, Ibiza, 2004. 175 pp.
con dibujos y fotografías en blanco y negro y una lámina en color.
Nº 54 COLONIALISMO E INTERACCIÓN CULTURAL: EL IMPAC-
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Nº 55 UNA APROXIMACIÓN A LA CIRCULACIÓN MONETARIA
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Nº 56 GUERRA Y EJÉRCITO EN EL MUNDO FENICIO-PUNICO.


XIX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EI-
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Nº 57 LAS NAVAJAS DE AFEITAR PÚNICAS DE IBIZA. Por Beatriz
Miguel Azcárraga. Ibiza, 2006. 311 pp. con láms.
Nº 58 ECONOMÍA Y FINANZAS EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO
DE OCCIDENTE. XX JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENI-
CIO-PÚNICA (EIVISSA, 2005) Por AA.VV. Ibiza 2006. 130 pp.
con figs. y láms.
Nº 59 MAGIA Y SUPERSTICIÓN EN EL MUNDO FENICIO-PÚNICO
XXI JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EI-
VISSA, 2006). Por AA.VV. Ibiza 2007. 200 pp. con figs. y láms.
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Nº 60 EL DIOS BES: DE EGIPTO A IBIZA Por Francisca Velázquez
Brieva. Ibiza, 2007. 258 pp. con figs y láms.
Nº 61 ARQUITECTURA DEFENSIVA FENICIO-PÚNICA XXII JOR-
NADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA,
2007). Por AA.VV. València, 2008. 190 pp. con figs. y láms.
Nº 62 AMULETOS PÚNICOS DE HUESO HALLADOS EN IBIZA
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Nº 63 EL DEPÓSITO RURAL PÚNICO DE CAN VICENT D’EN JAU-
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ter y Carlos Gómez Bellard. València, 2009. 176 pp. con figs.

Nº 64 INSTITUCIONES DEMOS Y EJERCITO EN CARTAGO. XXIII


JORNADAS DE ARQUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVIS-
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Nº 65 ASPECTOS SUNTUARIOS DEL MUNDO FENICIO-PÚNICO
EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. XXIV JORNADAS DE AR-
QUEOLOGÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2009). Por AA.VV.
València, 2010. 136 pp. con figs.
Nº 66 YOSERIM: LA PRODUCCIÓN ALFARERA FENICIO-PÚ-
NICA EN OCCIDENTE. XXV JORNADAS DE ARQUEOLO-
GÍA FENICIO-PÚNICA (EIVISSA, 2010). Por AA.VV. València,
2011. 264 pp. con figs. y láms.

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