Joaquín El de La Barca, El Lepero Que Dio Vida A Mazagón
Joaquín El de La Barca, El Lepero Que Dio Vida A Mazagón
Joaquín El de La Barca, El Lepero Que Dio Vida A Mazagón
Mayo
Joaquín Suárez García, a la izquierda de la foto en el poblado del Loro, junto a Antonio Sánchez
Pimienta, comerciante de la lonja de pescado de Huelva. Foto: Familia de Joaquín Suárez.
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acantilado estaba el arroyo del Loro, del que se suministraban de agua potable con
cántaros que subían hasta las chozas, y donde también lavaban la ropa en una
pequeña charca que habían construido, por la que circulaba continuamente un agua
salubre y generosa. La colada la tendían en los matorrales a ambos lados del cauce.
Conviene aclarar que el nombre primitivo de este arroyo es, Arroyo del Oro, y la
almenara donde desemboca, Torre del Río del Oro, aunque popularmente se les
conozca como “Loro”.
Al otro lado del arroyo se encontraba el cuartel de la Guardia Civil, donde los
guardias vivían con sus familias durante todo el año. Joaquín y su familia enseguida
entablaron una buena relación con ellos, prestándose una ayuda mutua. La relación
llegó a ser tan estrecha, que unos días se amasaba el pan en el cuartel para todas las
familias, y el otro en la choza de Joaquín. Había una gran armonía y camaradería entre
todos. Los guardias, recluidos en aquel destino aislado de la costa onubense que ellos
no habían elegido, convivían todo lo alegremente que podían con las familias de
pescadores, soñando que un día les llegaría la hora de la jubilación y podrían volver a
sus pueblos con sus gentes.
El cuartel de la Guardia Civil del Loro fue Cabecera de Línea, con dependencia
directa de la Compañía de Moguer o de La Palma del Condado, según diferentes
épocas, y finalmente de la Comandancia de Huelva por orden jerárquico. La dotación
del destacamento se dividía en dos grupos: Cabecera de Línea y Puesto. El primero
estaba compuesto por un brigada, un corneta y dos guardias; y el segundo por un
sargento, un cabo y siete guardias, en total, trece familias. Las dependencias estaban
formadas por nueve pabellones, una sala de armas y una cuadra. Hasta su desaparición
en 1982 hubo varios cambios de personal, así como de la caballería. En marzo de 1965,
por fin llegó la modernización al cuartel y se dotó al destacamento de cuatro bicicletas,
y un año más tarde de un vehículo Land Rover, un teléfono de campaña y una emisora,
todo un lujo.
La hija del Brigada tenía un taller de costura en el cuartel, y las hijas de Joaquín,
subían todos los días a coser y bordar. No les cobraba nada porque ya las habían
considerado parte de la familia y, hasta celebraban las fiestas y las Navidades juntas. El
día de San Joaquín las mujeres de los guardias hacían dulces para celebrar el Santo con
él. En el cuartel nunca faltaba el pescado que Joaquín les regalaba a diario. Un
pescador al que llamaban El Gorreta se encargaba de subir todos los días los cántaros
de agua a las mujeres de los guardias, y éstas le daban a cambio un par de vasos de
vino. Las mujeres de los guardias realizaban una buena labor social con los niños del
poblado, pues eran ellas las encargadas de impartir la educación más básica, como era
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En una de las chozas había instalada una pequeña cantina que era atendida por
El Morito, donde los hombres iban a beber vino que procedía de Moguer y Almonte;
después la cantina se convirtió también en tienda, que fue regentada por Juan Gómez,
esposo de su hija María. Los víveres se los llevaban los arrieros cuando venían de
vuelta de repartir el pescado, y una vez al mes hacían una compra en el economato de
la Guardia Civil en Huelva. El camión que se encargaba de repartir los víveres por todos
los cuarteles de la costa, les dejaba el pedido en el poblado.
En Las Atarazanas (El Asperillo) había un pozo al que nunca le faltaba el agua, y
fue por eso precisamente, por lo que Joaquín decidió hacer allí un huerto para cultivar
todo tipo de frutas y hortalizas de verano; todo menos las habas, porque terminaban
comiéndoselas las perdices. Abajo en la playa había instaladas tres chozas que en
invierno utilizaba como almacén para guardar las nasas y las redes; y en primavera y
verano eran habitadas por pescadores temporeros de Sanlúcar que contrataba para la
pesca. Estas personas se encargaban al mismo tiempo de la recolección de la fruta y
hortalizas y de llevarlas al poblado del Loro. Aquellas chozas eran también un punto
estratégico para almacenar la sal y distribuirla por varias zonas de pesca.
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Primer poblado construido por Joaquín en la playa de La Fontanilla. Foto: José Sánchez Serrano (Archivo
Diputación de Huelva).
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utilizada para estancias cortas o bien para guardar materiales; mientras que la segunda
era una construcción más sólida y fabricada concienzudamente para ser utilizada como
vivienda habitual.
Uno de los actos más emotivos que realizaron aquellos dos misioneros vascos,
fue una misa que se celebró en alta mar, en el lugar donde estaba calada la almadraba,
en presencia de la imagen de la Virgen del Carmen. A la misa asistieron las familias de
los cuarteles y de los poblados de Mazagón. De vuelta a tierra, los asistentes
acompañaron a la Virgen en procesión hasta la capilla del poblado.
La escolarización de los niños del poblado del Loro y del cuartel de la Guardia
Civil, se repartió entre las escuelas de los poblados forestales de Mazagón y Abalario, a
las que acudían andando; y más tarde en el colegio del poblado de Los Cabezudos en
régimen de internos. Para ir a la escuela del poblado de Mazagón había que recorrer a
diario un largo camino, que realizaban a pie por la playa hasta llegar a un sendero
entre la playa de Rompeculos y el Parador que sube al poblado forestal. Sendero, hoy
día oculto por la maleza, que en verano suele ser descubierto por los viejos
conocedores de estos parajes para acceder desde el poblado a una de las playas más
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bellas del litoral onubense. Arriba en el poblado, propiedad del Patrimonio Forestal del
Estado, les esperaba el maestro Don Francisco Díaz Torres, un alicantino que llegó a
este poblado en 1954, cuando fue inaugurada la escuela, en la que ejerció durante
quince años. En la escuela había 63 alumnos, entre niños y niñas de 6 a 14 años,
predominando las niñas. Había otro grupo de alumnos de mayor edad que recibían
clases por las tardes, pues en aquella escuela —la única que había en Mazagón— no
sólo se atendía a los niños de los trabajadores del Patrimonio, sino también a los niños
de los albañiles de Rociana y Bonares que trabajaban en la construcción en Mazagón, y
a los niños de las familias del poblado del Loro. En la mayoría de los casos era el propio
maestro el que se encargaba de su escolarización, y otras veces eran los padres los que
solicitaban su ingreso. Muchas personas mayores del campo acudían por las noches a
la escuela para que Don Francisco les enseñara lo más básico. Muchos de ellos
aprendieron a firmar bajo la luz de los carburos, porque en aquel poblado no había luz
eléctrica. La enseñanza reglada hasta los 14 años, allí era ampliada hasta edades
indefinidas.
El maestro Don Francisco Díaz Torres con sus alumnos. Foto: Archivo de la Asociación Poblado Forestal
de Mazagón ASPOFOMA.
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Cabezudos, desde donde enviaban instrucciones a los maestros diciéndoles qué era lo
que tenían que hacer todas las semanas.