Mayordomía Total
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Publicado por Admin | Jul 27, 2018 | crecimiento espiritual, iglesia, mayordomía, obediencia, Vida
Cristiana | 0 |
Juntamente con la renovación del Espíritu Santo dentro de la iglesia, viene un nuevo significado de
nuestra terminología. Mayordomía es una de esas palabras que están renovando su significado.
Yo crecí en una congregación Bautista del Sur, donde por lo menos una vez al año, se hacía un
énfasis sobre la mayordomía. Ocasionalmente, alguien mencionaba sus implicaciones más amplias,
pero siempre se terminaba hablando del diezmo. Había en mi mente una relación tan estrecha
entre el diezmo y la mayordomía que llegué a pensar que los dos eran sinónimos. En años
recientes, sin embargo, la distinción entre estos dos términos se ha hecho más obvia y ahora veo
ampliarse el horizonte de la mayordomía hasta cubrir toda la creación. El término se ha convertido
en algo dinámico – y hasta con implicaciones revolucionarias.
«Charles, pronto saldré para Europa en un viaje de varias semanas. ¿Te harías responsable de mi
familia mientras estoy ausente? ¿Podrías tú y tu señora cuidar a mi esposa y los niños y de la casa
también? María no sabe cómo arreglárselas cuando se descompone alguna cosa. Hay un sobre
sellado en mi escritorio con instrucciones si algo me llegara a suceder. Por supuesto que tengo
seguro de vida, pero de todos modos ella necesitará ayuda. Yo me iría tranquilo sabiendo que la
ayudarías si algo llegase a sucederme».
«Epitropos» es la palabra en griego para designar a alguien que supervisa las posesiones de otro,
por lo general con relación al personal y «oikonomos» se refiere a la supervisión de las
propiedades de otro. La palabra hebrea en el Antiguo Testamento para mayordomo designa a uno
que administra la casa de otro.
Los mayordomos eran cosa usual en los tiempos bíblicos. Todas las personas ricas y los
gobernantes tenían sus mayordomos a quienes confiaban la administración del personal y de las
propiedades. Abraham tenía a Eliezer a quien le confió hasta la tarea de buscar esposa para Isaac.
Jacob sirvió como mayordomo a Labán. José fue el Mayordomo de Potifar hasta que la esposa de
este último mintió con respecto a José. Más adelante José se convirtió en el administrador de
Faraón y gobernó sobre todo Egipto. En el Nuevo Testamento Jesús usa esta figura en sus
parábolas como ejemplo para el pueblo de Dios y Pablo se refiere a los cristianos en sus epístolas
como a administradores.
Existen varios grados de mayordomía. En las Escrituras algunos mayordomos tenían autoridad
sobre el personal. Otros ejercían la administración de los negocios y pagaban las cuentas, mientras
que otros cuidaban de las propiedades. El buen ejercicio de la mayordomía era recompensado con
responsabilidades y sueldos mayores. El mayordomo irresponsable era despedido o puesto en
desgracia.
El dueño es quien determina la extensión de la mayordomía. Es el único que tiene derecho a
nombrar mayordomos y establecer las condiciones. Solamente él tiene el derecho de poder las
metas para sus posesiones. Para que haya buena mayordomía es esencial reconocer quién es
dueño de la propiedad.
La dificultad más grande que Dios tiene con los hombres es que estos no reconocen Su derecho
soberano de propiedad. Jesús trata con este problema en Mateo21 :33. En esta parábola, el dueño
de la propiedad mandó a sus siervos para que recogieran el producto de la viña y todos fueron
golpeados. Finalmente envió a su hijo y los labradores lo mataron. Es obvio que Jesús estaba
relatando Su propia muerte.
Las Escrituras declaran explícitamente el derecho soberano de propiedad de Dios. «De Jehová es la
tierra y su plenitud, el mundo, y los que en él habitan» (Salmo 24: 1). Tan real era este principio
con los judíos que no podían dar títulos permanentes a las tierras que vendían (Lev. 25:23).
Periódicamente la tierra volvía a sus dueños originales y bajo ciertas condiciones Dios la distribuía
de nuevo. La obediencia era esencial para habitar la tierra (Deuteronomio 11 :18-21). Para que
haya buena mayordomía es necesario que haya también el reconocimiento del derecho del dueño
de distribuir sus posesiones y determinar su uso.
La tierra es del Señor por derecho de creación. Toda la naturaleza y los recursos se originaron por
la mano de Dios y por Su Palabra. Por lo tanto, sólo Él tiene derecho de designar a los hombres y a
las naciones para que la gobiernen. Judá descubrió que Dios podía dar autoridad aún a reyes
idólatras si así le parecía y si ellos cumplían su propósito. (Vea Is. 39:5, Jer. 29:4-14, Dan. 2: 19-23,
37,38). Debido a la deficiente mayordomía de Judá, la tierra cayó bajo el gobierno gentil, y sólo
hasta recientemente le ha sido devuelta por la mano de Dios.
La tierra es del Señor por derecho de redención. Como consecuencia de la desobediencia del
hombre, Satanás había usurpado el uso de la creación. Jesús vino, pagó con Su propia sangre divina
las deudas del hombre de acuerdo con la justicia de Dios y derrotó al usurpador Satanás. La
derrota de Satanás es un acto concluido y toda autoridad y dominio sobre la creación son de
Cristo.
El capítulo 5 de Apocalipsis describe la escena donde Jesús toma el título de propiedad. Jesús se
acerca hasta el trono y recibe el rollo de la mano del Padre y los ancianos entonan un cántico
nuevo:
“Digno eres de tomar el libro y de romper sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre
compraste para Dios a gente de toda tribu y lengua, y pueblo y nación. Y has hecho un reino, y
sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra” (Apoc. 5:9,10)
La tierra es doblemente de Dios. Es Suya por derecho de creación y por derecho de redención. Sólo
Dios tienen el derecho de determinar el curso de la creación y el propósito de cada vida y recurso.
Las consecuencias de aceptar honradamente este hecho, sacudirán la tierra. Daniel las aceptó y
profetizó que Dios finalmente establecería una mayordomía que ejecutaría fielmente Su voluntad.
Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será
el reino dejado a otro pueblo, desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá
para siempre (Dan. 2:44)
Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y
para siempre (Dan. 7:18).
Un día, caerá toda autoridad que no reconozca el derecho de propiedad de Dios. Su autoridad
delegada prevalecerá sobre las naciones.
Cuando Jesús pronunció la parábola de los labradores malvados que golpearon y mataron a los
siervos del hacendado y finalmente hasta a su hijo dieron muerte, El hizo la siguiente pregunta:
«Cuando venga, pues, el dueño de la viña ¿qué les hará a esos labradores? Ellos le dijeron: «Traerá
a esos miserables a un fin lamentable … (Mat. 21 :40-41). Ese era el sentimiento universal en
aquellos días hacia un hombre que traicionaba la confianza depositada en él. Un buen mayordomo
es leal.
Hay muchos mayordomos que reconocen muy bien el derecho de propiedad de sus amos y son
leales a ellos y a sus intereses, pero su propia falta de disciplina les impulsa a hacer mal uso de sus
oportunidades hasta que las pierden, Un buen mayordomo se cuidará de SI mismo primero.
«Mejor es el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Prov. 16:32).
4. Un Buen Mayordomo es obediente.
No hay palabra que toque el corazón de la mayordomía como la obediencia. En Lucas 8:18, Jesús
repite una frase que usaba a menudo: «Tener cuidado de cómo oís». Más adelante el Cristo
resucitado le dice a Juan:
«El que tiene oído … Oír cuidadosamente es obedecer y en tener cuidado en eso estriba el éxito y
el honor de un mayordomo. Un buen mayordomo presta atención a los detalles porque su deseo es
agradar a su amo. Quien sólo tiene sus propios intereses por delante, es un oidor descuidado y un
siervo inútil. El ejemplo de Jesús en este aspecto es algo precioso. Su obediencia fue detallada y
hasta la muerte, El dejó un patrón para todo el que aspira a la excelencia en su mayordomía.
Desde el principio Dios encomendó a su creación que fuese fructífera, Dios creativo, imaginativo,
enérgico y fuente de vida. El buen mayordomo cultiva de tal manera que dé a la creación la
oportunidad de ser productiva, pues Dios quien hizo y sostiene todo, puede hacer, a través de una
administración piadosa, que la tierra cumpla su encargo de productividad y de paz. El reino de
Dios está descrito en Miqueas 4:4 como cada hombre sentado debajo de su vid y debajo de su
higuera. El reino de Dios es fructífero.
Jesús advierte que toda rama que no lleve fruto será cortada por el Labrador -el Padre. Dios tendrá
un pueblo productivo y mayordomos que le ayuden a serlo. Amós profetizó de un día de
abundancia cuando el que ara tendría que comenzar su trabajo antes que los segadores
terminasen de recoger toda la cosecha y «las montañas destilarán mosto … » (Amós 9:’13i. El
interés constante de una buena mayordomía es preguntarse:» ¿Cómo podré aumentar lo que Dios
me ha encomendado?
Deuteronomio 26 es uno de muchos capítulos que tratan con el diezmo. Como está estipulado en
este pasaje, los diezmos eran entregados a los levitas como los representantes de Dios (los siervos
del Dueño). Los otros diezmos adicionales se repartían entre las viudas, los extranjeros y los
huérfanos al lugar donde Dios había puesto Su nombre. Todo diezmo dado presupone que el
mayordomo fiel prosperará de acuerdo con las promesas de Dios.
A veces le he pedido a uno de mis hijos que lleve una palabra a alguno de sus hermanos. En
ocasiones ha sido un mensaje de corrección. Sintiéndose muy importante mi joven mensajero ha
llegado donde su hermano con una actitud dura y autoritaria, agregando tal vez alguna amenaza
que yo no he hecho. El otro niño ha reaccionado negativamente o se ha rebelado porque mi
mayordomo no me supo representar bien. El mayordomo no sólo debe transmitir la voluntad de
su amo, sino su actitud y su carácter también. Por eso Jesús podía decir: «El que me ha visto a mí,
ha visto al Padre» (Juan 14:9),
Cuando comenzamos a darnos cuenta de la magnitud de lo que Dios nos ha confiado, podemos ver
con facilidad por qué un mayordomo tiene que estar constantemente consciente del derecho de
propiedad de Dios, tiene que ser leal a los intereses de Dios, tiene que mantenerse bajo disciplina,
tiene que ser obediente en todo detalle hasta la muerte, tiene que producir fruto, proteger el fruto
y representar debidamente a su amo.
«¿Qué quieres hacer tú?’: pareció preguntarle el Señor a su vez. Quedó con la impresión que Dios le
estaba dejando la decisión a él y que tenía intención de bendecir su esfuerzo.
Yo creo que este es el caso muchas veces. Si bien jamás debemos de habituarnos a actuar
independientemente, Dios a menudo nos deja en libertad de hacer decisiones como
administradores. Él nos ha dado la autoridad y nos ha enseñado la manera de hacer ciertas cosas.
Si nuestra relación con Él está bien, entonces actuaremos con los intereses de Dios en mente y de
acuerdo a Su consejo.
Las Escrituras nos presentan con esta realidad asombrosa: «Dios nos ha concedido todo lo que
concierne a la vida y a la piedad» (2 Pedro 1 :3). El cristiano tiene acceso a recursos ilimitados y no
imaginados aún. Todas las riquezas concebibles están a nuestra disposición para cumplir con el
propósito de Dios.
Génesis 1 :26 dice que Dios hizo al hombre para que gobernara sobre toda la tierra y toda la vida
animal y vegetal que hay en la tierra. En Génesis 2: 15 el hombre fue nombrado mayordomo sobre
el Huerto, donde había, según las Escrituras, oro, piedras preciosas y ríos. En otras palabras, el
hombre fue creado para algo más que esperar toda una vida hasta ir al cielo. Fue creado para que
ejerciera fielmente su mayordomía sobre la obra de Dios. ¡Qué encargo el que Dios confió al
hombre!
Adán era el único mayordomo que Dios había nombrado sobre todos los recursos naturales de Su
creación. Así que cuando Adán desobedeció y perdió su comisión, mucho más que sus
descendientes quedaron afectados; el mar, el aire, la tierra y la vida misma sufrieron. Cuando el
mayordomo se desvió, todo lo que se le había confiado fue dañado severamente. «Porque sabemos
que la creación entera, a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora» (Rom. 8:22), hasta que los
nuevos herederos sean manifestados.
A menudo cuando viajo en avión puedo ver la contaminación tan terrible con que miles de fábricas
y millones de deficientes automóviles cargan el ambiente de polo a polo. He visto las heridas
dolientes donde la tierra se ha abierto y dejando en escombros a edificios y sueños. He caminado
donde la naturaleza gimiente ha lanzado la furia de sus marejadas contra hombres y mujeres, para
después mirar con satisfacción silenciosa como lloran y entierran a sus muertos. Toda la tierra
gime hasta que sus nuevos mayordomos sean manifestados. Está abrumada de pena bajo el peso
de los mayordomos negligentes.
La tierra es del Señor y Él nos la ha confiado. ¿La sojuzgaremos y la cuidaremos como es debido?
¿La atenderemos con cuidado y aumentaremos su fruto como fieles administradores del Señor? O
¿dejaremos que la tierra corra salvajemente destruyéndose a s í misma igualmente que nosotros?
En Adán nos convertimos en herederos de las cosas naturales, pero en Cristo de mucho más.
Romanos 8: 17 dice que somos coherederos con Cristo. Si compartimos Su sufrimiento,
compartiremos también Su gloria. El sufrimiento no es digno de ser comparado con la gloria. Todo
lo que tiene el Padre es Suyo y nuestro por medio de Cristo.
Jesús dijo que los mansos (fuerza bajo disciplina) heredarán la tierra (Mat. 5:5). Sus siervos
gobernarán sobre ciudades (Lucas 19:17). Pablo habla de juzgar o reinar sobre ángeles. Este
pudiera ser el lugar apropiado para preguntar: ¿Podremos hacerlo? Nos haría bien si algunos de
nosotros pasáramos menos tiempo en reuniones y más horas aprendiendo la manera de
administrar los asuntos de esta vida, porque hasta que la iglesia no aprenda a solucionar sus
propios problemas, jamás tendrá la oportunidad de resolver los del mundo. El ingobernable jamás
gobernará. A pesar de eso, la Iglesia bajo el señorío de Cristo, tiene acceso a los recursos naturales
y espirituales para derribar montañas y desafiar cualquier obstáculo. Estos recursos le serán
confiados cuando produzca una buena mayordomía.
La unción del Espíritu Santo es el recurso más dinámico que se nos puede confiar. En Lucas 3:21,22
Jesús recibe el Espíritu Santo. Después de ser probado, emerge triunfante para declarar que Dios le
había dado poder para proclamar las Buenas Nuevas de la Liberación de los pobres, los cautivos,
los ciegos, los oprimidos y los esclavizados. Ese mismo Espíritu Santo es dado a todos los que
creen, como un legado para hacer las obras de Jesús. La gran mayoría de los santos modernos se
han sentado descuidando el tesoro mientras que el enemigo ha puesto un yugo pesado sobre todos
los que caminan en tinieblas. Pero con el mismo poder que hizo doblar las rodillas de los reyes y
reinos, los buenos mayordomos de Dios pueden cambiar el curso de la historia misma, sin
mencionar los cambios milagrosos en las tristes vidas de los desesperados.
La Palabra de Dios ha sido confiada a la Iglesia. Si la Luz del Mundo es incapaz de dar dirección a
las mentes confundidas y entenebrecidas, entonces el mundo seguirá en tinieblas. Jesús depositó
Su Palabra en los discípulos y les ordenó que hicieran lo mismo con otros. Pablo le ordenó la
misma cosa a Timoteo. La Iglesia es el oráculo de Dios. Es la comunidad profética en medio de un
mundo errante. David se preguntaba: ¿Por qué rugen las naciones paganas y planean cosas vanas?
(Salmo 2: 1). Isaías también preguntaba: ¿Por qué trabajan por lo que no satisface? La Palabra de
Dios no produce resultados vanos: la Palabra de Dios cumple su objetivo. (Is. 55:2,11). ¡Qué
desesperados están los hombres por oír palabras eficaces! Ya están cansados del formalismo vacío
y de tropezar con una cosa vana y con otra. El Espíritu de Profecía prevalecerá donde Cristo está y
será un rayo de luz en medio de aguas oscuras para traer libertad al perdido y al errante. La
Palabra que es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino ha sido puesta en nuestras
manos.
El nombre de Jesús nos ha sido confiado. El nombre del Señor es nuestra credencial para la acción.
Es la autoridad con la cual la Iglesia unida puede establecer un decreto con la bendición del Padre.
Cuando mi esposa carga alguna mercancía a mi cuenta, estoy tan en deuda como si yo lo hiciera.
Cuando la iglesia, bajo la dirección de Dios, invoca el nombre de Jesús, el infierno tiembla como si
Jesús mismo hubiese dicho las palabras. Dios nos ha dado poder de representación en la tierra.
Unidos y obedientes en nuestra mayordomía podemos usar Su nombre para destruir las obras de
Satanás (Lucas 10:19, I Juan 3:8). Jesús dijo que como el Padre lo había enviado así enviaba El a
Sus discípulos. De la misma manera que había venido en el nombre y autoridad del Padre, así
enviaría a Sus discípulos en Su nombre y autoridad. (Juan’ 5:17-43; 7:16- 18; 8:27-32; 20:21; Lucas
10:18,19). Necesitamos recordar que la autoridad del nombre de Jesús en nosotros tiene por
condición que hayamos sido enviados, que seamos obedientes y que estemos unidos con la vida de
Su cuerpo. El éxito se logra en la ejecución justa de nuestras relaciones con Dios y con la Iglesia –
no haciendo un esfuerzo para creer. La fe verdadera es la esencia de la fidelidad. La fidelidad es la
esencia de las relaciones. Dios obra en nuestro favor, no porque tengamos una cierta creencia
académica o intelectual, sino por la relación que existe entre nosotros y El, de la misma manera
que El confirmó Su relación con Jesús. «Este es mi hijo». Jesús llevó Su nombre y nosotros el
nombre de Jesús. Nosotros somos hijos e hijas de Dios; somos hermanos y hermanas de Jesús. A
eso se llama autoridad de parentesco. Estamos en la familia del Rey. ¡Qué gran legado ha
depositado en nosotros! O como dijera Juan: «¿Qué clase de amor es este?» (1 Juan 3: 1).
De una manera muy real, la sangre de Jesús opera en las vidas de las personas en concierto con
nuestras acciones. I Juan 1:7 dice: «Si tenemos comunión los unos con los otros» la sangre de Jesús
nos purifica. Nosotros hacemos la decisión de brindar o negar nuestro compañerismo. Es casi
atemorizante darse cuenta que uno puede impedir que una cierta medida de purificación nos
llegue unos a otros. Hace varios años pasé por un período de examen profundo de mi corazón. En
mi búsqueda de Dios, mis pecados y errores del pasado regresaron a mi mente. Yo sabía que Dios
me perdonaría si se lo pedía, pero también me daba cuenta de mi responsabilidad de corregir
ciertas cosas. Fue una experiencia humilladora pero saludable. No siempre es sabio desenterrar el
pasado y se debe tener mucho cuidado para no resucitar un viejo problema, confesar los pecados
ajenos, o de confesar de cierta manera que le echemos la culpa a otro. Tuve cuidado de observar
estas reglas cuando escribí una carta reconociendo mi culpa. Había mentido hacía más de 20 años
y estaba pidiendo perdón. Esperé una respuesta, pero nunca llegó. Un día me encontré con el
hombre a quien había ofendido. Había recibido mi carta y se mostró muy cordial, pero había
descuidado decirme: «Te perdono». Eso hubiera tenido un efecto purificador en mí. Yo necesitaba
oír que me perdonaba.
Uno de los depósitos más grandes que Dios nos ha entregado es la habilidad de decir con
sinceridad a un hermano que nos ha ofendido, «Te perdono» Encogerse de hombros o decir «está
bien … » no es suficiente. El perdón nos ha sido confiado para darlo libremente.
Quisiera poder describir muchos de los preciosos dones con los que Dios nos ha confiado. Somos
mayordomos de la infinita gracia de Dios (1 Pedro 4:10). Tenemos la capacidad de bendecir a la
gente con el favor y los recursos de Dios. Somos mayordomos de los misterios de Dios (1 Coro 4:
1). El hará conocer Su secreto a los que le temen (Salmo 25:14). Jesús dijo que cuando el Espíritu
viniera, nos guiaría a toda verdad. Estos secretos son las respuestas a los problemas que azotan a
la humanidad tales como la guerra, la enfermedad, la pobreza y, sobre todo, el pecado y la culpa.