El Comer Nietzscheano
El Comer Nietzscheano
El Comer Nietzscheano
No descuidar el clima. Lugar y clima, sobre todo el clima, influyen sobre el metabolismo y éste a su
vez incide en la tarea. El retardo o la aceleración del metabolismo pueden incluso alejar del
cometido o hasta hacerlo perder de vista por completo. Enseguida reaparecen los intestinos, órgano
al cual Kant y Nietzsche son tan afectos, aunque con distintas ópticas, como hemos visto. Una
pequeña “inercia intestinal” es capaz de convertir a un genio en un mediocre, o sea, en un alemán,
sostiene Nietzsche. El clima alemán debilita hasta los intestinos más robustos. En suma, el ritmo del
metabolismo guarda una estrecha relación con la ligereza o pesantez de “los pies del espíritu; el
‘espíritu’ mismo, en efecto, no es más que una especie de ese metabolismo”. Después de lo dicho
más arriba, se entenderán estas metáforas (“pies del espíritu”) y afirmaciones de Nietzsche. Agotada
la tradición cristiano-metafísica de Occidente, el sujeto es el cuerpo, cada cuerpo. Las funciones
anímicas se corporifican, sin perder por ello especificidad, como sí sucede en el viejo y grosero
materialismo metafísico, que domina todavía hoy en gran medida nuestras ciencias naturales al uso.
Todos los hombres de gran espiritualidad, los genios, se han desarrollado en climas secos. Nietzsche
nombra París, la Provenza, Florencia, Jerusalén, Atenas. La emergencia del genio, sus posibilidades
de prosperar, están condicionadas por el aire seco y el cielo puro. ¿Por qué? Por el metabolismo
rápido que implica “la posibilidad de recobrar una y otra vez cantidades grandes, incluso
gigantescas, de fuerza”.
¿Cómo no recordar aquí que Aristóteles denominaba “fisiólogos” a los tempranos pensadores
griegos, escolarmente conocidos como “presocráticos”? “Fisiólogos”: esto es, estudiosos de la phýsis.
“Ahora bien, ¿qué dice la palabra phýsis? Significa lo que sale o brota desde sí mismo (...); el
desplegarse que se manifiesta, lo que en tal despliegue se hace manifiesto y se detiene y permanece
en esa manifestación; en síntesis, la fuerza imperante de lo que, al brotar, permanece (...) La phýsis,
entendida como salir o brotar, puede experimentarse en todas partes (...) Pero phýsis, la fuerza
imperante que brota, no significa lo mismo que esos procesos que todavía hoy consideramos como
pertenecientes a la ‘naturaleza’” (Heidegger). Fisiología: finos oídos para la fuerza imperante que
brota, sin despreciar por ello los conocimientos procedentes de la ciencia positiva.
Nietzsche se queja amargamente una vez más de su ignorancia juvenil en cuestiones fisiológicas.
Endilga todas las culpas al “maldito ‘idealismo’”. Idealismo y cuidado de sí se contraponen nítida y
violentamente. El súbito repliegue sobre el cuerpo (más que a su filosofía, Nietzsche lo atribuye a su
enfermedad), permite escuchar algo de la lejana voz del instinto, aliado imprescindible de la
dietética, por difícil que sea reencontrarlo y descifrarlo.
Alimentación, clima y lugar no agotan el objeto de la dietética: “La tercera cosa en que por nada del
mundo es lícito cometer un desacierto es la elección de la especie propia de recrearse”.
Las incumbencias de la dietética parecen extenderse sin encontrar límite alguno, abrazando todos
los aspectos de la vida. Tradicionalmente, digamos, en la modernidad, aunque la dietética filosófica
comprendía un campo mucho más vasto que el referido a la alimentación, permanecía acotada por
la moral, la religión, la metafísica. Las pautas de conducta eran instituidas por la moral, cuando no
todavía por la costumbre (o una transacción entre ambas). El cuerpo representaba una modesta
porción de la subjetividad. Al disiparse la tradición moderna, la dietética pasa a ocupar los lugares
vacantes. Sustituye a la moral, la religión, la metafísica.
Empezamos a comprender que el capítulo “Por qué soy tan inteligente” de “Ecce homo”, con su
dietética, constituye un verdadero tratado de filosofía posmetafísica. En la posmodernidad, filosofía
y dietética se confunden: filosofar es construir el propio régimen de vida, en sus facetas más
diversas, el modo singular de llevar la vida. Asistimos, en cierta forma, a un retorno a lo griego. Bien
dice Jaeger: “Los griegos entienden por ‘dieta’, no sólo la reglamentación de los alimentos del
enfermo sino todo el régimen de vida del hombre y especialmente el orden de los alimentos y de los
esfuerzos impuestos al organismo”. Sin embargo, en la posmodernidad, el campo de aplicación de la
dietética es todavía más amplio. La dietética griega extiende sus alcances más lejos que la moderna
pero menos que la posmetafísica. Entre los griegos, la dietética resulta limitada al menos por la ética
y la política; con seguridad, a partir de Platón. Adivino no obstante la objeción: nada impide
entender cabalmente la ética y la política griegas en términos dietéticos. Platón es un pensador
dietético.
Pero hay algo más importante que los alcances. En abierto contraste con la griega, la dietética
posmetafísica rehúye las prescripciones generales; cuanto más se desarrolla más se singulariza; no
olvidemos que su sujeto es un cuerpo singular.