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EN LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
RÍS
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que adaptarse a la civilización del medio circundante, parece que hoy, des-
graciadamente, hemos entrado en una segunda fase: aquella en la que es la
guerra la que manda y es la civilización la que tiene que adaptarse a ella» (10).
Asimismo, para Roger Caillois, «hoy, el peso de la guerra es superior al
de todos los demás pesos sumados. Ya no es la guerra la que se adapta a
las leyes generales de la civilización; al revés, es la civilización, como con-
junto, la que, por adelantado, debe adaptarse a las condiciones de los futu-
ros combates. La guerra manda en lugar de obedecer. Lejos de plegarse a
un estado de cosas del que surgiría tan sólo como un accidente subalterno,
desde ahora son las necesidades que se prevén, la ansiedad que obsesiona a
los espíritus, lo que orienta la actividad principal de las sociedades» (11).
La guerra como agente del cambio social ha ejercido su acción desde
tiempos inmemoriales.
Es hoy conocido que, salvando la diferenciación de funciones en base al
sexo y a la edad, la guerra ha sido uno de los factores generadores de la
división técnica y social del trabajo, sobre la cual se basa fundamentalmente
no sólo el proceso económico, sino también la estratificación social. Como
apunta G. Bouthoul: «Quizá sean los efectos de las guerras los que intro-
dujeron las primeras formas de división del trabajo y de jerarquía social que
no se basasen exclusivamente en el sexo y en la edad. El esclavo, probable-
mente, ha comenzado siendo un cautivo de guerra del que se pospuso su eje-
cución con la finalidad de que prestara servicios. Luego las cosas se compli-
caron...» (12).
En el campo económico, la guerra parece además hallarse en la base
de las primeras acumulaciones de capital (13). Bouthoul, Fraga, Fuller, Som-
bart, Mumford, Venner y otros han recalcado una y otra vez, el papel im-
pulsor de la guerra en la Revolución Industrial (14). Es sabido que la pro-
ducción en serie desciende en línea directa de la fabricación de armas
(siglo XVIII) (15). Últimamente, y siempre en el campo económico, es
(10) Ver su obra Vinjlvence de l'armement sur Vhistoire; des guerres medi-
ques á la II G. M., París, 1948, pág. 8.
(11) Ver su obra Bellone ou la pente de la querré, París, 1966, págs. 195 y 196.
Por todo ello, para M. Fraga es el "proceso de la totalitarización constante de
la guerra lo que ha repercutido en la totalitarización de la sociedad misma y del
Estado" (en La guerra sin límites, REP. núm. 89, Madrid, 1956, págs. 41 y 42).
A su vez, para el polemólogo F. Antonnini, "todo existe en función de la guerra o
contra la guerra, todo es consecuencia de la guerra o factor de la guerra, todo es
preparación a la guerra. Por lo que la paz termina apareciendo como un verda-
dero intervalo entre dos guerras" (L'Homme furieux, París, 1970, pág. 193).
(12) En Traite de Polémologie, pág. 303.
(13) Vid. Traite de Polémologie, págs. 170 y sigs.; vid. también E. MANDEL,
Traite d'économie marxiste, París, 1962.
(14) Vid. J. F. C. FULLER: La conduite de la guerre, París, 1963, y sobre todo
Vinjluence de l'armement sur Vhistoire, ya citado; Werner SOMBART: Guerra y
capitalismo, Madrid, s/f.; L. MUMFORD: Técnica y civilización, Mjadrid, 1971; D.
VENNER: Le livre des armes, tomo III, París, 1974.
(15) Vid. D. VENNER: Le livre des armes, tomo III, ya citado.
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tras unos siglos en los que la guerra era el privilegio de la nobleza, la Re-
volución Francesa y el principio de las nacionalidades, al insistir en que la
cosa pública y la nación eran de todos, hizo que la guerra también fuera de
todos; y el «ascenso a los extremos» no se hizo esperar: con Napoleón,
«la victoria pertenece a los gruesos batallones» (35); en la Primera Guerra
Mundial, a las grandes divisiones, y en la Segunda Guerra Mundial, a los
grandes cuerpos de ejércitos, a los ejércitos o a los grupos de ejércitos (36).
Las armas son cada vez más mortíferas y, paradójicamente, cada vez más
manejables, al alcance de cualquier individuo. De esta forma, la guerra ha
ido absorbiendo masas de jóvenes cada vez más considerables (37). Ahora
bien, no sólo se produce un retorno a la guerra total, sino que ésta reapa-
rece bajo la modalidad industrial. La guerra del siglo xx es la «Guerra total
industrial» (38). Se trata, en este caso, de una guerra llevada a cabo entre
Estados Soberanos, que implica la movilización de todos los individuos sin
los cuales el sistema social y económico no puede seguir funcionando, aun
en un grado mínimo, y el uso de un material bélico tecnológicamente avan-
zado, producido en serie y en masa, y cuya acción se basa principalmente
en la utilización de energía química. Es decir, que la «Guerra total industrial»
arranca de dos supuestos:
— La fabricación en serie y en masa de armamentos y artefactos des-
tructivos sofisticados.
— La utilización de masas humanas considerables, movilizadas por cons-
cripción (39).
Es particularmente interesante el segundo supuesto: la movilización de
todos los varones va a crear ese vacío que, rellenado por las mujeres, va a
alterar la condición social de éstas.
Paralelamente con el alto grado de división y de estandarización del tra-
bajo alcanzado a fines del siglo xix, y que prosigue hoy en día, también la
actividad económica ha dejado de depender, en muchos procesos producti-
vos, de un alto nivel de formación o de una larga experiencia; en consecuen-
cia, cada vez más las mujeres, los ancianos y los niños son movilizados para
hacerse cargo de las tareas desempeñadas por los varones en tiempos de paz.
Y es que, en el fondo, la clave del problema se halla en la relación exis-
(35) Vid. E. WANTY: L'art de la guerre, tomo III: "De la deuxiéme guerre
mondiale a la stratégie nucléaire", Verviers, 1968, y J. PERRE: Les mutations de
la guerre moderne, París, 1962.
(36) Vid. J. P. PRATS: Guerra y desarme, Barcelona, 1973. Hasta los grandes
cuerpos del Ejército quedan superados. Léon DEGRELLE, en Hitler pour 1000 ans,
París, 1969, afirma que la pérdida de 300.000 hombres en Estalingrado no tenía por
qué incidir desfavorablemente en las posibilidades de victoria del III Reich...
(37) Vid. G. BOUTHOUL: L'infanticide différé, op. cit.
(38) El término "Guerra total industrial" es utilizado por Jorge VERSTRYNGE
en su tesis doctoral Los efectos de la guerra en la sociedad industrial, ya citada.
(39) Vid. J. VERSTRYNGE, tesis ya citada pág. 74.
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Es hoy evidente que la Primera Guerra Mundial originó una gran muta-
ción en la condición de la mujer. Como explica M. Bardeche: «Cuando el de-
creto de movilización hizo desaparecer como en una trampa a todos los
varones adultos que se podían hallar entre la Bretaña y los Urales, las mu-
jeres se hallaron de pronto en una situación que la Historia les ofrecía por
primera vez. En el vacío así creado, estas desahuciadas se hallaron de re-
pente frente a las tareas de los varones, a los útiles de los varones, a los
sillones vacíos dejados por los varones...» (1).
Se pensaba, entonces, en una guerra «fresca, alegre y corta», en la que
los movilizados gritaban rítmicamente «Nach Paris» o «A Berlín», según el
lado de la frontera, y adornaban sus fusiles con flores. Mas, cuando los fren-
tes se estabilizaron y comenzaron las batallas de desgaste, hubo que cubrir
las pérdidas en soldados y, como se expresa en lenguaje militar, «peinar» las
retaguardias; es decir, apurar al máximo el capital de hombres y... dejar
vacantes muchos más puestos de trabajo y de responsabilidad. Como señala
Louise Black», «no son las condiciones psicológicas las determinantes. El
factor decisivo que arrastra a las mujeres a la guerra reside en la sustitución
de los ejércitos profesionales por los ejércitos de masas, así como en la
amplitud sin precedentes de las pérdidas humanas en los frentes. En las
fábricas, en los despachos, en los campos, en el seno de las profesiones libe-
rale:, la partida de millones de hombres hacia las trincheras ha creado vacíos
que sólo las mujeres pueden llenar. Por ello, la guerra no hace sino acelerar
la integración de las mujeres en la producción...» (2).
Así, en un libro escrito en 1916, Gustave Le Bon afirma ya, refiriéndose
a Francia: «Más de seis millones de hombres movilizados para la defensa
nacional han visto surgir legiones de mujeres, de niños y de ancianos para
sustituirlos en los campos, en las empresas; en una palabra, en cada rama de
la actividad humana. Una sustitución tal es un hecho único en la Histo-
ria» (3).
Y Louise Black insiste: «En todos los países beligerantes, la guerra
de 1914-1918 modifica profundamente la condición femenina. También en
eso dicha guerra se distingue de todas las que la habían precedido en la
(1) En Histoire de femmes, tomo II, pág. 357, París, 1968.
(2) Les femmes étrangéres dans la guerre. Revista Historia Magazine 20e sié-
cle; Les femmes en guerre, pág. 657, París, 1970.
(3) En Premieres conséquences de la guerre, París, 1916.
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mano de obra masculina por la femenina debía alcanzar el 50 por 100 y que
este porcentaje debía elevarse hacia el 31 de diciembre al 80 por 100. El
19 de marzo de 1917, una disposición decía que «donde el esfuerzo no fuere
excesivo y los instrumentos suplan la habilidad profesional, se utilicen mu-
jeres» aun en los trabajos más pesados. Hacia finales de 1915 las mujeres
empleadas en la industria bélica sumaban 23.000; en 1916, 89.000;
122.000 el 31 de junio de 1917; 175.000 el 31 de diciembre del mismo
año; 200.000 en octubre de 1918. En el momento del armisticio, sobre un
total de 905.000 operarios ocupados en la industria bélica, el 22 por 100
estaba constituido por mujeres.
El sector en el que se registraba un mayor empleo de mano de obra
femenina era el textil, que debía proveer a la producción de uniformes milita-
res. Los empleos públicos y privados absorbían también un ingente número
de mujeres y algo similar se producía en la agricultura; por todas partes la
mujer demostraba hallarse a la altura de las exigencias productivas de aquel
particular y difícil período (11).
Y así sucedía en cuanto a otros muchos contendientes. Hasta en Rusia,
donde, bajo el Gobierno Kerenski, se irá mucho más lejos aún, con la crea-
ción de batallones femeninos armados.
Sin embargo, cuando se comparan los porcentajes de las mujeres en el
trabajo en 1920, inmediatamente después de la guerra, con los de 1900
o los de 1910, se puede notar que, en algunos países, éstos han bajado,
y son menos importantes después de la guerra que antes: estas bajas son a
menudo notables y afectan en igual medida a países beligerantes que a paí-
ses que quedaron fuera del conflicto:
Austria 12
Dinamarca 10
Bélgica 7,9
Noruega 5,6
Italia 5,6
Irlanda 4,9
España 4,4
Alemania +5,2
Francia + 3,2
Suiza +2
EE. UU + 2,1
(11) L. CAPEZZUOLI y G. CAPPABIANCA: Historia de la emancipación femenina,
Madrid, 1973, págs. 116 y sigs.
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%de trabajado-
ras sobre pobla- %de trabajadoras
PAÍSES Años ción femenina sobre población
total activa total
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han dejado tan atrás, que ya nos parece que estamos separados de ella por
siglos enteros.
1. Vino la guerra a poner las cosas en su relación justa. No puede ne-
garse que el comportamiento de la gran masa de mujeres en Gran Bretaña
ha excedido no sólo a toda expectativa, sino a toda esperanza, y tampoco se
puede negar que el movimiento sufragista, a pesar de la violencia extrava-
gante de sus modos de propaganda, es el que ha contribuido eficacísimamen-
te a dar a las mujeres de todas las clases sociales la confianza en sí mismas
y la voluntad decidida de afrontar responsabilidades y privaciones, que
tan abundantemente despliegan. No sólo ha habido mujeres de sobra para
el trabajo en los hospitales, para toda clase de trabajos de caridad y de
asistencia. Todo esto ya lo habían hecho antes las mujeres, estaba en la tra-
dición de la feminidad. Lo nuevo es que han demostrado eficiencia e inte-
ligencia en toda clase de trabajos. Donde se les ha dado una ocasión han
hecho siempre más de lo que se exigía de ellas. Han revolucionado la valo-
ración de su importancia económica.
Estas mujeres se han ganado el voto. No hay extravagancia ni locura,
que después de esta prueba puedan impedir que lo logren. A las mujeres que
han arrostrado la muerte y las heridas con tanto valor en las fábricas de
explosivos —ha habido en realidad no pocos accidentes mortales en estos
trabajos— no puede negárseles el voto por su carencia de valor militar.
Han destruido todo argumento contra su pretensión de igualdad.
2. Y todas esas mujeres que a sí mismas se basten, querrán, con todo
derecho, como seres inteligentes capaces, enérgicos y libres, salir solas, viajar
solas, tomar habitaciones en los hoteles, comer en los retaurantes. Y su
libertad de acción influirá en la libertad que ha de adquirir también la mu-
jer casada...
. . . E l matrimonio, despojado por la independencia de la mujer de sus
vínculos de necesidad, pedirá como justificación y excusa un compañerismo
más íntimo, y se considerará como un fracaso si no se sabe transformar el
amor en intensa amistad personal.
El primer eslabón del camino hacia el sufragio se alcanzaría, con todo,
en 1918...»
El hecho es que, en Gran Bretaña, el acceso a la mayoría de las profe-
siones y carreras les fue reconocido a las mujeres solamente al final de la
guerra, en 1919, por la ley sobre la supresión de discriminaciones de elegi-
bilidad debidas al sexo. En 1919, Lady Astor fue elegida diputado, y diez
años más tarde, una mujer, Margareth Bondfield, llega a ser ministro de
Trabajo y miembro del Gabinete.
Respecto a Francia, en este país hubo un proyecto de ley que fue apro-
bado por la Cámara de los Diputados, pero rechazado por el Senado en 1919,
un año después de la Primera Guerra Mundial. De esta forma, como vere-
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elemento masculino que usufructuaba los derechos políticos. Sin embargo, las
asociaciones feministas, en un primer momento, es decir, en 1919, cuando fue
votada la ley, habían acogido favorablemente sus previsiones, por cuanto
esperaban una victoria más amplia: la conquista del voto que suprimía auto-
máticamente el presupuesto de incapacidad al que se refería el artículo 7...
En 1919, el Parlamento se ocupó ampliamente de la «cuestión femenina»,
y el 6 de septiembre de ese mismo año aprobó finalmente la ley del sufragio
femenino por 174 votos a favor y 55 en contra. El Parlamento se disolvió
antes de que el Senado tuviera la posibilidad de discutir el proyecto aproba-
do por la Cámara.
El 19 de noviembre de 1920 tuvo lugar una segunda votación en la
Cámara referente a la cuestión del voto femenino y, por segunda vez también,
fue aprobada por 240 votos favorables y 10 en contra. Tampoco en esta oca-
sión el Senado llegó a tiempo para examinar el proyecto de ley, a causa de
la anticipada disolución de las Cámaras, motivada por la convocatoria a elec-
ciones.
En marzo de 1922, el Hon. Modigliani presentó a la Cámara un proyecto
de ley de voto femenino, constituido por un único artículo que decía: «Las
leyes vigentes respecto del electorado político y administrativo son exten-
sivas a las mujeres.»
Esta fue la última iniciativa en favor del electorado femenino anterior al
advenimiento del fascismo (20).
Hasta la recién nacida OIT se preocupa por el tema femenino. Esta Or-
ganización consta de tres órganos principales: la Conferencia Internacional
del Trabajo, que cada año reúne delegaciones nacionales tripartitas; el Con-
sejo de Administración, que se reúne cuatro veces por año y dirige los
trabajos de las Comisiones, y el tercer organismo: el Bureau Internacional,
o Secretariado permanente. Los objetivos de la OIT fueron, desde el principio,
el pleno empleo, la elevación del nivel de vida de los trabajadores, la igual-
dad de oportunidades en la formación profesional, la protección contra los
accidentes, la protección de la maternidad y de la infancia, la cooperación
entre los empresarios y los trabajadores.
La OIT no podía consecuentemente, y teniendo en cuenta sus objetivos,
desinteresarse de los problemas del trabajo de las mujeres. El objetivo
esencial de la OIT fue rápidamente el suprimir las discriminaciones de las
que la mujer en el trabajo era aún objeto y el crear las condiciones que le
fueran favorables, a fin de que «todos los seres humanos, cualquiera que
fuera su raza, su creencia o su sexo, tuvieran derecho a alcanzar el progreso
material y el desarrollo espiritual dentro de la libertad y la dignidad, en la
seguridad económica y con oportunidades iguales».
(20) L. CAPEZZUOLI y G. CAPPABIANCA: Historia de la emancipación femenina,
págs. 120 y sigs.
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que permite el empleo más fácil y la promoción es, pues, una ardua ta-
rea» (21).
V. La «nueva mujer»
Pero hubo mucho más: desde el punto de vista social, se logró lo que
M. Bardeche llama «libertad total de circulación y de comunicación con los
hombres» (22); es decir, la aparición, por primera vez en la historia de
Europa, de una sociedad mixta propiamente dicha, mutación de la que sólo
conocíamos el parcial y, por tanto, poco representativo antecedente de la
obrera trabajando al lado de sus compañeros en las fábricas surgidas a raíz
de la Revolución Industrial.
Como indica Louise Black, ciertamente, el impacto variaba según la
clase social: «Para las mujeres de un medio acomodado, los efectos serán,
en general, beneficiosos. Las jóvenes de buena familia que han servido en
los cuerpos auxiliares o en los hospitales han salido para siempre del algodón
protector que había envuelto —y, a menudo, esterilizado— su adolescen-
cia. Aceptado en nombre del patriotismo, el trabajo ha dejado de parecerles
indigno de su condición. Han aprendido a contar más consigo mismas.
Finalmente, ya no serán unas "ocas blancas": habían estado en contacto tan
directo con los hombres, y en circunstancias tan críticas, que algunas con-
venciones sociales dejarán ya de tener vigencia.» Así ocurrió con el caso
de las relaciones sexuales, que quedaron demitincadas, registrándose, en el
caso de Inglaterra, un incremento del 30 por 100 de la cifra de hijos ilegí-
timos y del 300 por 100 de los divorcios.
Para las mujeres de las clases populares, el balance es más mitigado.
Prevalece la sensación- de que, tras haberlas incitado al trabajo cuando su
país estaba en peligro, con el retorno de la paz se les ha devuelto a sus
cocinas...
Así, acabada la guerra, cuando los hombres hayan recobrado sus pues-
tos, las mujeres, cuyo horizonte se habrá ensanchado por un momento,
sentirán algo de frustración (23). Sin embargo, aquí también ha habido
un profundo cambio en la mentalidad, y un índice —relativo— de ello lo
tenemos en la cifra de trabajadoras que se sindican: en 1917, 600.000 bri-
tánicas lo hacen, contra 550.000 en 1913, ello teniendo en cuenta un des-
censo global de la población activa total.
Como se escribe en un periódico de la época, el británico New Statesman,
las mujeres «son más atentas, más críticas hacia sus condiciones de trabajo,
(21) Evelyne SITLLEROT: HSTF, pág. 152.
(22) BARDECHE: Op. cit., tomo II, págs. 360 y 361.
(23) En Les femmes étrangéres dans la guerre, ya citado, pág. 658.
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Agricultura 37,9 44.2 +6,3 41,6 —3,6 41,7 —0,1 40,8 —0,9
Industria química . . 12,0 19,4 + 7,4 20,6 + 1,2 22,5 + 1,9 20,0 —1,5
Industria metalúrgi-
ca 5,5 9,3 +3,8 9,8 +0,5 10,9 +1,1 10,5 —0,4
Industria textil . . . . 55,8 62,2 +6,4 59,4 —2,8 59,7 +0,3 57,8 —1,9
Comercio y Banca . . 38,4 44,1 +5,7 40,5 —3,6 42,9 +2,4 41,6 —1,3
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ALEMANIA
Hombres Mujeres
1931:
Octubre ... 3.734.620 888.860
Noviembre 4.073.536 986.237
Diciembre 4.564.589 1.103.598
1932:
Enero 4.844.066 1.197.844
Febrero ... 4.922.085 1.206.344
Marzo ... . 4.841.047 1.193.053
Abril 4.585.916 1.153.154
Mayo 4.456.022 1.126.598
Junio 4.357.159 1.118.619
ALEMANIA
1931:
Octubre 29,7 26,4 24,8 33,3
Noviembre 31,0 27,6 24,1 30,6
Diciembre 33,7 31,1 25,5 32,2
1932:
Enero 35,1 31,5 25,8 33,1
Febrero 35,5 32,0 25,6 33,3
Marzo 36,4 33,0 25,8 33,3
Abril 36,7 33,0 25,2 32,3
Mayo 36,8 33,3 25,8 34,8
Junio 37,0 33,4 25,7 32,8
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salario semanal cuando una mujer era admitida y solamente el 24,5 por 100
si se trataba de un hombre. Se pueden señalar al respecto ejemplos paten-
tes: una «gran empresa metalúrgica, al contratar dieciséis hombres y ochenta
y tres mujeres, por el efecto combinado de la baja autorizada sobre los sala-
rios del personal, y por el cobro de las primas de readmisión, pudo procu-
rarse 4.752 horas de trabajo por semana con una economía en el pago de
94 R. M.» (27).
Los medios empleados para solucionar la crisis fueron drásticos, sobre
todo después de la llegada de Hitler. Y la mujer pagó en gran parte la
factura.
En Alemania, pues, donde, después de la Primera Guerra Mundial, más
de once millones de mujeres trabajaban, el Estado, el 30 de junio de 1933,
licenciaba a las mujeres casadas. Incluso a las maestras. Prioridad absoluta
para los trabajadores masculinos.
La Oficina de Trabajo «Arbeitschaft» extiende rápidamente su autori-
dad. Todos los trabajadores deberán inscribirse, y todos los empresarios
debían dirigirse allí. La contratación privada es excepcional, e inmediata-
mente era seguido de la inscripción en la Oficina de Trabajo. El reparto del
trabajo estuvo supeditado a ciertos principios:
— No al salario doble en un mismo hogar.
— Prioridad del hombre sobre la mujer, en la distribución de un empleo
y en la retribución.
Una campaña de gran envergadura fue llevada a cabo contra el trabajo
de la mujer casada. Incluso el trabajo privado les fue prohibido o sujeto
a un severo control.
El número total de mujeres en el trabajo baja de una manera espec-
tacular y no alcanza más que el 25 por 100 del número total de trabaja-
dores en 1936, es decir, un cíescenso del 10 por 100 en diez años.
Las becas fueron suprimidas en la enseñanza secundaria y la entrada en
las Universidades desaconsejada para las jóvenes o supeditada a una estric-
ta cota.
En 1935 les fue prohibido a las mujeres establecerse como abogados o
ejercer la función de juez.
Pero, contrariamente a las italianas, las alemanas no fueron pura y sim-
plemente reenviadas a sus hogares con la orden de tener hijos con la bendi-
ción papal, sino que fueron movilizadas por el nazismo. Las niñas fueron
enroladas en el Bund Deutscher Mádchen, se abren escuelas de formación de
Führerinnen para adolescentes, y las jóvenes de catorce a dieciocho años fue-
ron obligadas a inscribirse en la Arbeitsdienst y a dedicarse por un año al
servicio del país. En los centros se les enseñaban trabajos agrícolas, trabajos
de casa y doctrina nazi. Más tarde, las jóvenes en paro podían inscribirse
(27) Evelyne SULLEROT: HSTF, pág. 158.
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(30) Cf. New York Times 12 agosto 1933: "Equal Pay Step. Seen by Mrs.
Roosevelt. New Codes will have simple basis for women and men, she predicts".
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Así, pues, y allí donde era posible, éstos reemplazaron a las mujeres
por hombres. Incluso en la industria textil, donde ellas habían sido tanto
tiempo mayoritarias, las mujeres fueron reemplazadas por hombres. En la
industria del vestido, también.
La guerra vino a interrumpir este perfecto cuadro de un sistema basa-
do en la idea que se hacían los romanos del imbecillitas sexus (33).
En relación a Rusia, el caso es más complejo; las mujeres rusas, antes
de la Revolución de 1917, eran para Occidente fascinantes criaturas que
hablaban el francés tan bien como el ruso, a menudo también inglés y
alemán, que viajaban, pensaban y estudiaban con un ardor y un coraje que
las mujeres occidentales, ni siquiera en la élite, habían podido soñar. Tur-
bulenta y remarcable élite que inquietaba al Régimen cuando, en 1912,
ellas piden el derecho a elegir y, a ser elegidas en la Douma, se les da una
negativa motivada de esta manera: «Un atento examen de la realidad prueba
que existe el peligro de ver a las mujeres rusas embalarse en pro de las
ideas revolucionarias, y este hecho obliga a ser prudentes» (34). Se las tenía
atentamente en el límite. Juristas, ellas no podían ejercer, pero al menos
estudiaban.
Sin embargo, y en su conjunto, las mujeres rusas no se parecían en nada
a esta brillante élite. Y ese 8,7 por 100 que el censo de 1897 denominaba
«trabajadoras», refiriéndose a esas obreras de las ciudades pagadas la mitad
o dos tercios menos que sus camaradas masculinos, tampoco representaban
la masa de las mujeres rusas. Esta gran masa estaba integrada por las mu-
jeres de moujiks, las cuales estaban encargadas de las más duras tareas y
su vida social se limitaba a la práctica de una religión enteramente impreg-
nada de supersticiones. Respecto a su instrucción, en 1897, las mujeres sa-
biendo leer y escribir no representaban más que el 12,4 por 100 de la pobla-
ción femenina total.
Las estadísticas rusas nos enseñan, por otra parte, que en los albores del
siglo xx la duración media de la vida de las mujeres era de treinta y tres años.
La natalidad era altísima y la mortalidad infantil enorme: 273 por 1.000 ni-
ños no llegaban al primer año.
Masa increíblemente miserable sumergida en una ignorancia total, re-
signada pasivamente desde hacía siglos a la labor, a las desgracias, aparen-
temente) sin el menor espíritu de iniciativa, sin el más leve amago de revuelta
ante su destino en 1904 y 1905, campesinas y obreras habían seguido, sin
embargo, a sus hombres en la revuelta. En 1912 se dieron incluso revueltas
de mujeres solas. En enero de 1913, las filaturas de Petersburgo conocieron
una huelga de mujeres de grandes proporciones.
El trabajo de las mujeres preocupa a Lenin, que quería arrancarlas del
embrutecimiento de la economía doméstica, dándolas todas sus oportunida-
(33) E. SULLEROT: HSTF, págs. 176 y sigs.
(34) G. GROMOVA: La femme soviétique travailleuse et mere, Moscú, 1963.
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Efectivos femeninos
Altas escuelas:
Industriales 6.109 46.220
Agrícolas 3.901 19.040
Pedagógicas 11.077 46.679
Medicina 5.188 33.145
Facultades obreras .. 7.652 119.919
Escuelas industriales 49.210 283.834
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