El Abrazo de Los Gusanos PDF

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Paula Llorens

El abrazo
de los gusanos
PROGRAMA DE DESARROLLO DE DRAMATURGIAS ACTUALES
DEL
INSTITUTO NACIONAL DE LAS ARTES ESCÉNICAS Y DE LA MÚSICA
El abrazo
de los gusanos
Paula Llorens Actriz, dramaturga y directora teatral
Se licencia en Arte Dramático en la Escuela del Actor de Valencia en
2008 y en Filología Hispánica por la Universitat de València en 2009. En
2016 finaliza sus estudios de Dramaturgia en la RESAD de Madrid y en
2019 el Máster Universitario en Formación e investigación Literaria y
Teatral en el contexto europeo de la UNED.
En 2008 escribe su primera obra de teatro Cardiovascular, finalista
en el V Premio Teatro Nuevos Tiempos de la AET, estrenada por la com-
pañía Cactus Teatre (de la que es miembro fundador).
Otros títulos como autora son Tirant para el Institut Valencià de
Cultura y Compañía Nacional de Teatro Clásico (Premi de les Arts
Escèniques Valencianes 2019 a la millor versió, adaptació o traducció),
Historia de una maestra, adaptación de la novela de Josefina Aldecoa;
Inquilinos ganadora del Premio de Dramaturgia Hispana de Chicago del
Instituto Cervantes y el Aguijón Theater 2018; Lluvia publicada en
Fundamentos; Pequeña Zorra y En un banco representadas en el
Miniteatro de Valencia; Recuerdos del olvido en Teatro Mínimo de la
RESAD y en su versión en valenciano por Edicions 96; Flores silencia-
das en Fundamentos; el monólogo Diazepam para XXI edición del
Maratón de Monólogos de la AAT; Hijos de Verónica, coescrita con
otras autoras y estrenada en el Festival Russafa Escénica 2016 y publi-
cada por la editorial El Petit Editor.
Como actriz ha participado en montajes como Por delante y por
detrás de Olympia Metropolitana; Historia de una maestra, Lluvia y
Cardiovascular de Cactus Teatre; El coloquio de los perros de Amanece
Teatro; Temporada Baja de CulturArts; El Geperut de Notre Dame de
Bambalina Teatre y Centro Teatral Escalante; Canciones y amor con
queso de Oscura Teatre… Ha estado nominada al Premio Crisálide de
l’Aapv (2012), a Mejor Actriz Principal en el Concurso de Teatro de
Comedia de “Ciudad de Cullera” (2011) y a Mejor Actriz de Reparto en
el “Villa de Mislata” (2010).
Y ha sido ayudante de dirección en Mulïer y Lú de Maduixa Teatre,
Den Haag de Gabi Ochoa, Petit Pierre de la compañía Bambalina
Teatre, dirigida por Carles Alfaro, y Pulveriza de A. Zamora.
Paula Llorens

El abrazo
de los gusanos
Prólogo de Itziar Pascual
© Paula Llorens, 2019
© Del prólogo: Itziar Pascual, 2019
© Diseño de cubierta: Erica Martínez

© De la presente edición:
Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música

Diseño y maquetación:
Vicente Alberto Serrano

NIPO: 827-19-040-8
Una poética de la esperanza

Itziar Pascual

La realidad es que resulta contradictorio que alguien


que se siente incapaz de vivir tenga la valentía de pla-
nificar un suicidio.Valentía en tanto que la muerte co-
mo hecho real produce temor a cualquier ser huma-
no. El suicidio no se elige, sucede cuando el dolor que
sentimos es mayor que nuestros recursos para afron-
tarlo.
Javier Urra (La huella de la desesperanza; 2019: 15-16)

C
uenta Javier Urra en su excelente trabajo La huella de
la desesperanza (Ediciones Morata, 2019) el origen
del Efecto Werther. En 1774, a raíz de la publicación
de Las desventuras del joven Werther, de Goethe, se desenca-
denó una ola de suicidios de tal magnitud que la obra fue
prohibida en distintos puntos de Europa. No parece que
Goethe deseara proponer una apología del suicidio y en la
segunda edición de su novela añadió la siguiente frase: “Sé
un hombre y no sigas mi ejemplo”.
Pero la creencia de que revelar el suicidio podía tener un
efecto persuasivo o alentador en terceros fue creciendo, hasta
llegar a la situación actual. Ante el temor del Efecto Werther,
los medios de comunicación omiten la información que
concierne a los suicidios, suprimiendo toda referencia al mo-
do concreto en que éste se ha ejecutado. Sabemos que, según

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UNA POÉTICA DE LA ESPERANZA

la OMS, es la segunda causa de mortandad en el mundo en


las edades comprendidas entre los 15 y los 29 años, pero es
una causa en sombra; un tabú social y, como señala Javier
Urra, una tragedia individual y familiar, porque conlleva una
solución definitiva (la muerte), a un problema temporal y pa-
sajero (un dolor emocional y psíquico).
El silencio, el tabú del suicidio deviene en dolorosa culpa
para los familiares y amigos del suicida que logró su propósito,
y en desolación para quien lo intentó y no logró conseguirlo.
De esta forma se va creando un tejido de silencios y mentiras.
Por eso es tan necesario que el teatro escuche este silencio
sordo: el de las víctimas, el de sus familias, el de todas y todos
aquellos que han estado o están cerca de alguien que ha asu-
mido el malestar de la desesperanza.
Paula Llorens (Valencia, 1986) ha tenido la gallardía en El
abrazo de los gusanos, de ofrecer sus palabras a este silencio de-
sesperanzado.Y lo hace sin establecer juicios, y menos aún sin
partir de prejuicios: sin exigir ni exigirse afirmaciones categó-
ricas. Ella escucha a los personajes, atiende sus conflictos y les
ofrece el espacio sagrado del teatro para revelar sus conflictos.
Ella les ofrece una poética de la esperanza.
De este modo nos encontramos dos personajes que coin-
ciden en la habitación de una planta de Psiquiatría de un
hospital sin nombre; dos personajes, Miguel y Clara, que han
llegado a la desesperación a través de distintos caminos. Mi-
guel Úbeda es profesor de Secundaria y un experto en la
creación y la figura de Mariano José de Larra; Clara es una
joven que reconoce haber realizado al menos tres tentativas
de suicidio.
La elección de Larra no nos parece casual. Tal vez el
prosista y crítico teatral sea una expresión clara, en la tradi-

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ITZIAR PASCUAL

ción española, del suicida romántico, en donde se acaba con


la vida como respuesta a una decepción amorosa. Miguel
dará cuenta con detalle de la muerte de Larra, del que toma
el pseudónimo de Fígaro. En cierto modo, y citando La de-
tonación, de Antonio Buero Vallejo, el disparo de Larra con-
tra sí mismo sigue resonando dentro de la cultura española.
En el universo de Miguel Úbeda se reúnen distintas de-
cepciones; la primera, el abandono amoroso de su compa-
ñero, tras una larga relación de pareja, que le ha dejado por
una mujer. Este abandono es vivido como traición en di-
versos sentidos; pero también Miguel habita el sentimiento
de fracaso intelectual como profesor de Secundaria, el sen-
timiento de que no ha logrado motivar ni estimular a un
alumnado que se desentiende de todo lo que tiene que ver
con la literatura. En el universo de Clara, un personaje que
finge y emplea la mentira como recurso expresivo, encon-
traremos la hondura de la insatisfacción. Así refiere Clara lo
que le ocurre:
“Mis padres se han esforzado en dármelo todo, en ha-
cerme feliz.Y yo les he fallado. Escucho la palabra futuro
y tiemblo. ¿Qué seré? ¿Qué haré? ¿Dónde estaré? Es que
no me veo en nada. Nada me llena. Me gustaría volver
a ser una niña. No tener preocupaciones. Solo jugar…
y… y estar. Nada más. Es como si tuviera una pequeña
aguja clavada en el corazón”.

Llorens apuesta por los recursos de la estructura de si-


tuación – el número contenido de personajes, el espacio
único, el encuentro inesperado, el progresivo desvelamiento
de la verdad – para acercarnos a un mundo cuyo abordaje
es tan delicado como necesario. Clara y Miguel tendrán

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UNA POÉTICA DE LA ESPERANZA

que enfrentar la verdadera naturaleza de su realidad. Transi-


tarán entre el rechazo mutuo y la indiferencia para ir en-
contrando una complicidad, primero concebida como es-
trategia para lograr su propósito autodestructivo, y después
para ofrecer una nueva oportunidad a la experiencia.
El abrazo de los gusanos refiere la dimensión metamórfica
de los gusanos de seda, que se transforman en mariposas y
pueden emprender el vuelo. Como ellos, Miguel y Clara
pueden apostar por un nuevo viaje vital, con menos deses-
peranza y más ilusión.
Paula Llorens continúa con esta obra un camino decidi-
do en el que ha logrado recientes reconocimientos como el
Premio de las Artes Escénicas Valencianas 2019 en la moda-
lidad de mejor adaptación, versión o traducción con Tirant,
o el Premio de Dramaturgia Hispana Aguijón Theater, con
Inquilinos. El abrazo de los gusanos reencuentra a Paula Llo-
rens con la comedia, un género que le permite abordar te-
mas difíciles y dolorosos, con una perspectiva positiva y es-
peranzada.
Comprender que toda tentativa de suicidio es a la vez,
como señala Urra, expresión de un sufrimiento intenso, de
una incapacidad para hacerle frente, de una desesperanza
honda ante el futuro y de un debilitamiento de las redes
afectivas y sociales, significa también comprender que el te-
atro puede ser espacio social, comunicativo, fáctico y expre-
sivo para todos aquellos y aquellas que han habitado la de-
sesperanza. Y por todo ello, Paula Llorens ofrece al público
una oportunidad para habitar nuevas oportunidades, para
abrazar esta poética de la esperanza.

Mangirón (Madrid), noviembre de 2019

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El abrazo
de los gusanos
“No hay sol sin sombra y es necesario
conocer la noche.”
Albert Camus, El mito de Sísifo
PERSONAJES
CLARA
MIGUEL

ESPACIO
Habitación de un hospital en la planta de Psiquiatría. Dos
puertas. La de salida y la del baño. Dos camas. Una ventana
con rejas.

TIEMPO
Unas semanas. O unos meses. El tiempo necesario para que
dos seres perdidos aprendan a abrazarse.
ESCENA 1

(MIGUEL, tumbado en una de las camas, se despierta. Viste


un elegante frac, pero su aspecto es desaliñado. A su lado, una
joven de semblante serio, CLARA, reposa en la otra cama de
la habitación. Hace mucho tiempo que no sonríe y los mús-
culos de su rostro por falta de costumbre han olvidado cómo
hacerlo. Viste una bata de hospital y lleva las muñecas ven-
dadas.)

MIGUEL.– (Despertando.) ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú?


(Reparando en la vía intravenosa que cuelga de su brazo.)
¿Me han sedado? (Pausa.) ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
(Pausa.) Hola, te estoy preguntando. Que yo vea no
hay nadie más en la habitación. (Pausa.) ¿Es que no sa-
bes hablar?
CLARA.– Habitación 131 de la planta de Psiquiatría. Clara
Gil. Sí, te han sedado.Y llevas durmiendo unas 12 ho-
ras.
MIGUEL.– (Sigue bajo los efectos del calmante.)Vaya, veo que sí
que hablas.Yo soy Miguel Úbeda.Y soy gay. Pero pue-
des llamarme Fígaro. (Ríe exageradamente.) Esto no es
lo que parece. Yo no debería estar en Psiquiatría. Soy
una persona cuerda y totalmente cabal. Soy profesor
de Secundaria, ¿sabes? De hecho, tú podrías ser mi
alumna. ¿Cuántos años tienes?
CLARA.–
MIGUEL.– ¿Siempre eres igual de simpática?

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– He decido no estar mucho más tiempo en este


mundo de mierda.Y el poco que estoy obligada a estar
preferiría pasarlo en silencio.
(Pausa.)
MIGUEL.– Ya veo, tus muñecas. Yo no… Lo mío es distinto.
No… No solo me dedico a la docencia, sino que tam-
bién soy investigador. Premio Extraordinario en la Tesis
Doctoral: “Ideología y visión del mundo en los artícu-
los de Larra.” (Pausa.) Larra, el mejor prosista que han
tenido nuestras letras. Lo habrás estudiado en clase, ¿no?
CLARA.– (Se encoje de hombros.)
MIGUEL.– De verdad que no os entiendo a los jóvenes. Me
esfuerzo cada día. 20 años llevo tratando de entende-
ros. Pero no hay manera. Sois maleducados, apáticos.
Bueno, pues mi queridísimo Larra es un claro ejemplo
de que incluso la persona más brillante puede tener
un breve instante de enajenación. Él también puso fin
a su existencia por sí mismo. Quizá tuve un alarde de
imitación.Y el alcohol. El alcohol ayudó, claro. No es
que yo suela beber. Pero ayer no fue un buen día. El
peor día de mi vida se podría decir. Nunca me había
sentido tan humillado. Nunca había sentido tanto do-
lor.Y… pues… empecé a beber. Supongo que la em-
briaguez me llevó a pensamientos extraños. No creas
que se me había pasado jamás por la cabeza cosa se-
mejante. Pero es que me sentía muy mal. El hombre
más desdichado de la tierra. Tomé demasiadas pastillas.
O muy pocas, según como se mire. Soy un desgracia-
do. ¡Un miserable! (Acercándole a Clara el brazo donde
tiene la vía.) Por favor, ayúdame a quitarme esto.

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PAULA LLORENS

CLARA.– ¿Qué haces?


MIGUEL.– Tengo que enmendar el plagio fallido. ¡Quítame-
lo!
CLARA.– Ni se te ocurra acercarte a mí.
MIGUEL.– Está bien. (Coge aire y estira.) ¡Ahhh! ¡Joder!
(Busca por la habitación algún objeto contundente. Fracasa.
Coge las sábanas y mira hacia arriba por ver si puede col-
garlas del techo. Fracasa. Mira entre su ropa por si todavía
está el bote de pastillas. Fracasa.)
CLARA.– ¿No decías que había sido un error? Da la sensa-
ción de que quieras volver a intentarlo.
MIGUEL.–Y tú ¿no decías que preferías estar en silencio? Sí.
¡Sí! ¡Quiero quitarme la vida ahora mismo! Quiero
desaparecer, dejar de existir. Evaporarme, disiparme,
desvanecerme, borrarme del mapa, huir, fugarme, es-
capar… ¡Deserto de la vida!
CLARA.– ¿Crees que los médicos son idiotas? No vas a en-
contrar nada aquí con lo que poder suicidarte.
MIGUEL.– Nos ha salido listilla la niña.
CLARA.– Solo hay una forma de acabar lo que dejamos a
medias.
MIGUEL.– ¡Ilumíname!
CLARA.– Salir de aquí. (Pausa.) Para ser un novato no has
tenido mal despertar. Solo te has arrancado la vía. A
mí la primera vez tuvieron que bloquearme entre
cuatro enfermeros y pincharme otro calmante.
MIGUEL.– ¿Ya lo habías intentado antes?

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– Sí.
MIGUEL.– ¿Cuántas veces?
CLARA.– Dos.
MIGUEL.– ¿Has tratado de matarte tres veces y ninguna de
las tres lo has conseguido? A ti eso de a la tercera va la
vencida no…
(CLARA lo fulmina con la mirada. Silencio.)
CLARA.– ¿De qué vas disfrazado?
MIGUEL.– ¿Qué? Esto no es un disfraz, bonita. Es un frac.
Un traje originario del siglo XIX. Soy un dandi, co-
mo mi Mariano. Me refiero a Mariano José de Larra,
no a Rajoy. Por si había alguna duda… ¿Ya te he ha-
blado de mi fascinación por Larra? (Pausa.) ¿Cuánto
tiempo llevas tú aquí?
CLARA.– Una semana. (Pausa.) ¿Fígaro es tu mote?
MIGUEL.– ¿Mote?
CLARA.– Todos los profes tenéis uno.
MIGUEL.– Ya me gustaría a mí que mis alumnos me llama-
ran Fígaro. Es uno de los pseudónimos de Larra. Igual
que El Pobrecito hablador.
CLARA.– ¡Qué obsesión con el Larra ese! ¿Y por qué no
utilizaba su nombre de verdad?
MIGUEL.– Tenía que firmar sus artículos con seudónimos
por la censura.
CLARA.– ¿Censura? ¿Por qué?
MIGUEL.– Porque en el siglo XIX en pleno régimen abso-

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PAULA LLORENS

lutista había cosas que se podían decir y cosas que no


se podían decir. Al poder no le sientan bien las críticas.
CLARA.– ¿En serio eres gay? Gay de… maricón, de que te
gustan los tíos…
MIGUEL.– Sin dudarlo prefería tu voto de silencio. Mira, no
es adecuado usar el término “maricón”, ¿entendido?
Homosexual está bien. O gay, gay también es correc-
to.
CLARA.– Nunca había conocido a ninguno.
MIGUEL.– Pardon ?! ¿Me he despertado en el siglo XIX?
CLARA.– Y ¿cómo es ser… homosexual?
MIGUEL.– Para no hablar haces muchas preguntas, niña.
(Pausa.) Mira, de verdad que no me puedo creer que
no conozcas a ninguno. Pero si estamos por todas par-
tes.
CLARA.– No me dejan salir mucho. (Mostrando sus muñecas.)
Ya sabes.
MIGUEL.– En tu clase
CLARA.– (Niega.)
MIGUEL.– En tu familia.
CLARA.– ¡Qué va!
MIGUEL.– Te han engañado. Mínimo uno.Y me apuesto lo
que sea a que más. Otra cosa es que no te lo hayan di-
cho. Tampoco vamos por ahí presentándonos como
homosexuales ¿Qué te crees? A la gente qué le impor-
ta. Además, creo que en el fondo todos somos homo-
sexuales reprimidos. Un día te expondré mi teoría.

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

¡Ah! Ya entiendo. Crees que estoy aquí por mi orien-


tación sexual. No, no, no… Yo estoy muy orgulloso de
ser lo que soy. El amor es lo que me ha traído aquí.Y
el amor mata, ya lo dijo mi Pobrecito hablador.
CLARA.– Pues tú lo has hecho.
MIGUEL.– ¿El qué?
CLARA.– Fue lo primero que me dijiste. “Soy Miguel y soy
gay”.
MIGUEL.– No.
CLARA.– Sí.
MIGUEL.– No.
CLARA.– Sí.
MIGUEL.– ¡Iba drogado! Bueno, ya está bien. Ahora soy yo
el que no quiere hablar. Solicito un cambio de habi-
tación inmediato.
CLARA.– Tranquilo, que yo salgo de aquí hoy mismo. Solo
tengo que convencer a la doctora Suárez y no volverás
a verme.

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ESCENA 2

(CLARA sigue tirada en la cama. Sobre ella, una bandeja lle-


na de comida. MIGUEL ahora también viste una bata de
hospital. Su bandeja reposa vacía sobre su cama. Se mueve
de un lado a otro de la habitación mientras habla.)
MIGUEL.– Es que no me lo esperaba, pero ¿cómo me lo iba
a esperar? Después de 10 años juntos. Creía que estaba
a punto de pedirme matrimonio o incluso que íba-
mos a plantearnos adoptar. Él también es profesor. Lo
conocí en uno de los institutos en los que trabajé. Y
de pronto me lo suelta. Que necesita un tiempo para
aclararse. Y que se va. No podía ser verdad. Ahí había
gato encerrado. Y el gato se llamaba Mar… Marcos y
tenía 20 años. Ese golpe bajo me destrozó. Me dejó el
corazón hecho pedazos y la autoestima por los suelos.
El amor es complicado. El ser humano es complicado.
El primer amor de Larra resultó ser la querida de su
padre. El segundo, un matrimonio fracasado.Y el últi-
mo y verdadero, Dolores Armijo, lo abandonó, como
Arturo a mí. Solo había una salida. Una muerte per-
fecta, digna de un romántico. Pensé en conseguir una
pistola. Pero ahora no es tan fácil como en el XIX, a
menos que estés en EEUU. Quizá dentro de unos
años, cuando gobierne VOX y lo mío sea ilegal…
Imaginé mi precioso cuerpo destrozado. Mi cerebro
desparramado por el suelo. La boca abierta de par en
par. Sangre por todas partes. No. No quería que esa
fuera la última imagen que el mundo tuviera de mí.

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

Me vestí para la ocasión. Una mezcla de barbitúricos


y alcohol. Limpio e indoloro. Pues nada, ni matarme
me ha salido bien. Arturo regresó a recoger una cosa
que se le había olvidado. Me encontró tirado en el
suelo y llamó a urgencias. Bueno, ahora te toca a ti.
¿Por qué lo hiciste?
CLARA.– ¿El qué?
MIGUEL.– Intentar suicidarte.
CLARA.– ¡Y a ti qué te importa!
MIGUEL.– Yo te he contado mi historia.
CLARA.– Yo no te he preguntado.
MIGUEL.– Venga, ¿por qué quieres morir?
CLARA.– Yo no quiero morir.
MIGUEL.– Entonces, ¿qué haces aquí?
CLARA.– No quiero vivir.
MIGUEL.– ¿Qué diferencia hay? (Pausa.) Y ¿cuál es tu mo-
tivo para no querer vivir?
CLARA.– No hay ningún motivo.
MIGUEL.– ¿Cómo que no hay ningún motivo? ¿Y por qué
lo has hecho?
CLARA.– No lo sé.
MIGUEL.– Contigo la doctora Suárez lo tiene difícil. A mí
con tal de que me traiga a un hombretón que me de-
vuelva la alegría… ¿Algún problema en clase? ¿Al-
guien ha tratado de hacerte daño? Lo veo a diario.
CLARA.– No.

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PAULA LLORENS

MIGUEL.– ¿Te ha pasado algo con tus padres?


CLARA.– Soy huérfana.
MIGUEL.– Vaya, lo siento. ¿Hace mucho?
CLARA.– Murieron en un accidente de coche cuando yo
tenía 5 años. (Pausa.) Me he criado en un triste y as-
queroso orfanato. No tengo a nadie. No tengo nada.
(Silencio.)
VOZ EN OFF.– Señorita Clara Gil, tiene visita. Sus padres la
esperan en la sala 5.
(Se miran.)
MIGUEL.– Parece que en este hospital admiten visitas de
fantasmas. No me lo había creído.
CLARA.– Pero si estabas a punto de llorar.
MIGUEL.– Veo que también tienes sentido del humor. Un
tanto… “especial” quizás.Venga. Tus padres te esperan.
CLARA.– No voy a ir.
MIGUEL.– ¿Cómo que no vas a ir?
CLARA.– No quiero verlos.
MIGUEL.– ¿No te llevas bien con ellos?
CLARA.– ¡No quiero que me vean así! Si salgo volverán a
preguntarme qué han hecho mal conmigo y todas esas
mierdas.
MIGUEL.– Deberías cuidar tu vocabulario, es soez.
CLARA.– Ellos estarán mucho mejor cuando yo no esté.
MIGUEL.– Dudo que ellos piensen lo mismo.

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– ¿No estarías tu mejor sin mí es esta habitación?


MIGUEL.– Sí, eso es verdad.
CLARA.– ¿Podemos cambiar de tema, por favor?
MIGUEL.– Mira. No quería decírtelo. Pero… “los hombres
prudentes no deben hablar y mucho menos callar”.
Mientes fatal. Vamos, que la doctora no se ha creído
absolutamente nada de lo que le has dicho. “No voy a
volver a hacerlo, se lo juro. Quiero vivir.” Si deseas sa-
lir de aquí vas a tener que currártelo un poco más. Ser
más convincente.
CLARA.– Estás tratando de darme lecciones tú a mí. Soy
una experta en médicos y hospitales. Hace 2 años que
no salgo de ellos. Además: “Doctora, a ser posible, pre-
feriría estar en otra habitación. Soy alérgico a los jó-
venes”. Flipo.
MIGUEL.– ¿Quién sino me ha provocado cada una de estas
canas y arrugas? Vosotros. (Pausa.) Entiendo perfecta-
mente que salgas de aquí con unas ganas tremendas de
acabar con tu vida. Tener que llevar este espantoso
atuendo es razón más que suficiente para querer mo-
rirse.
CLARA.– (Lo mira seria.)
MIGUEL.– Era una broma. (Pausa.) Oye, sé que estabas fin-
giendo, pero ¿podrías recuperar esa especie de sonrisa
con la que te dirigías a la doctora? Me haría sentir más
cómodo.
CLARA.– No.
MIGUEL.– Vale, vale, prefieres seguir dándome miedo. Estu-

24
PAULA LLORENS

pendo. Mira, vamos a tener que estar un tiempo aquí


juntos. Nuestro diagnóstico…
CLARA.– Mentalmente inestables con tendencias autodes-
tructivas.
MIGUEL.– Difiero bastante de ello. ¿Creen que somos peli-
grosos? Que se paseen un día por mi instituto y verán
lo que es el peligro. Pero ese no es el asunto ahora. Se-
amos sinceros.Yo quiero salir de aquí cuanto antes.Y tú
quieres salir de aquí cuanto antes. Yo no te gusto a ti y
tú, evidentemente, no me gustas a mí. Pero habrá que
enterrar el hacha de guerra… Ambos queremos suici-
darnos. Así que aunemos nuestras fuerzas. ¿Trato hecho?
CLARA.– ¿Es que no puedes hablar un poco más… normal?
MIGUEL.– ¿Trato hecho?
CLARA.– (No muy convencida.) Trato hecho.
MIGUEL.– Este es el plan. Cuando la doctora o cualquier
trabajador del hospital entre por esa puerta, déjame
hablar a mí. Tú limítate a sonreír. O algo que se le pa-
rezca. Tenemos que hacerles creer que nos llevamos
bien, que hemos recuperado la esperanza. Y si te pre-
guntan directamente, ni se te ocurra mencionar la pa-
labra suicidio. ¿Qué día tienes cita con la psiquiatra?
CLARA.– Los martes.
MIGUEL.–Yo te escribiré lo que tienes que decir. Lo memo-
rizas y lo sueltas. En unos días estamos fuera y voilà!
CLARA.– ¿Y si mejor nos fugamos?
MIGUEL.– Vamos a ceñirnos al plan, ¿de acuerdo? Oye, ¿no
vas a comerte eso? Estaba buenísimo.

25
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– Todo tuyo.


MIGUEL.– (Cogiendo la bandeja de la joven.) Creo que soy el
único ser humano al que le gusta la comida de hospi-
tal.

26
ESCENA 3

(De noche. MIGUEL habla en sueños, balbucea cosas imper-


ceptibles. CLARA se despierta y enciende la luz.)
CLARA.– Shhhh. (Pausa.) Miguel. (Pausa.) Shhhh. (Pausa.)
¡Miguel! (Pausa.) ¿Fígaro? (Pausa.) Miguel, no me de-
jas dormir. (Se levanta y se acerca a la cama de MIGUEL.
Hace un amago de tocarlo, pero se arrepiente. Coge su sábana
y la sacude con fuerza.) ¡Miguel!
MIGUEL.– ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
CLARA.– ¿Es que ni durmiendo puedes estar en silencio?
MIGUEL.– ¡Pero si yo no he roncado en mi vida!
CLARA.– No eran ronquidos. Estabas haciendo sonidos ra-
ros, como… como si lloraras.
(Silencio.)
CLARA.– ¿Con qué soñabas?
MIGUEL.– Con nada.
CLARA.– ¿Has tenido una pesadilla? ¿Te perseguía un ejér-
cito zombi? ¿O te habías ido al instituto con las zapa-
tillas de estar por casa?
MIGUEL.– (Se da la vuelta en su cama dándole la espalda a
CLARA.)
CLARA.– No me lo cuentes si no quieres. No me importa.
(Silencio.)
MIGUEL.– (Sigue de espaldas.) Era mi entierro.Yo lo veía to-

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

do, como el espectador de una obra de teatro. En el


centro de la escena, el ataúd en el que reposaba mi
cuerpo.Y alrededor, un círculo de gente. Pero con dos
sitios vacíos. Una esfera incompleta. Ellos no estaban.
Yo, bueno, mi espíritu los buscaba entre los invitados.
Daba vueltas y vueltas tratando de encontrarlos entre
todos esos rostros desconocidos. Pero era inútil. Mis
padres no habían venido a mi entierro.Y no iban a ve-
nir. (Pausa.) ¿Nunca has soñado con tu entierro?
CLARA.– No.
MIGUEL.– Pues yo me lo imagino a menudo. (Se gira.) Pero
totalmente distinto al de mi pesadilla. Una sala enorme
repleta de flores. Con mucha gente. Miles de personas
vestidas de negro. Los alumnos a los que he dado clase.
Mis compañeros de trabajo. Arturo. Mi familia. Todos
destrozados. Llorando y llorando sin parar porque mi
pérdida les ha causado un daño irreparable. Al lado del
ataúd una foto mía en blanco y negro. Estoy guapísimo.
Por turnos, toman el micro y me dedican preciosas pa-
labras. Palabras eternas. Sienten que he dejado un vacío
en sus vidas que nada podrá llenar. “Amaba la libertad,
porque él, noble y generoso, creyó que todos eran co-
mo él nobles y generosos. Séale la tierra ligera. Si la me-
moria de los que en el mundo dejó puede ser de con-
suelo para el que cesó de ser, ¡nadie la llevó consigo más
tierna, más justa, más gloriosa!” Mientras suena un Im-
promptu de Schubert… (Tararea.) Supongo que no tie-
nes ni idea de quién es Schubert.
CLARA.– Pues mira por donde, sí que sé quién es Schubert.
Incluso he tocado alguna pieza suya.

28
PAULA LLORENS

MIGUEL.– ¿Eres músico?


CLARA.– Toco el piano. Bueno, tocaba, hace mucho que no
toco.
MIGUEL.– El piano es un instrumento exquisito. Al final re-
sultarás ser una romántica. Te pediría que tocaras en
mi entierro, pero no es factible…
CLARA.– En la Edad Media a los suicidas los enterraban sin
caja para que se pudriesen cuanto antes porque ellos
no iban a la otra vida. A algunos hasta les cortaban la
cabeza.Y hasta hace poco estaba prohibido enterrarles
en los cementerios. (Pausa.) ¿Crees en Dios?
MIGUEL.– Soy pagano de nacimiento. Aunque tengo que
confesarte que mientras tomaba todas esas pastillas, re-
cé para que no me doliera mucho. Todos nos volve-
mos un poco beatos en los momentos difíciles.
CLARA.– Pero entonces, ¿crees o no crees en Dios?
MIGUEL.– Creo que Dios no nos ha creado, sino que no-
sotros lo hemos creado a él.
(Silencio.)
MIGUEL.– Quizá deberíamos dejar por escrito nuestras úl-
timas voluntades. Qué queremos que hagan con nues-
tro cuerpo y todo eso. ¿Tú quieres que te entierren o
que te incineren?
CLARA.– Me da igual.
MIGUEL.– Yo no lo tengo claro, la verdad. Tengo que sope-
sar los pros y los contras. Si me convierto en cenizas
nadie tendrá un lugar donde llorarme… Mejor un ni-
cho. Pero lo de que los gusanos se coman mi cuerpo

29
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

tampoco me convence. Además, mis alumnos me lle-


narían la tumba de pintadas. ¿Sabes que una vez me
pincharon las ruedas del coche?
CLARA.– Cada 40 segundos una persona se quita la vida.
¿Por qué nadie habla del suicidio?
MIGUEL.– Es un tema delicado.
CLARA.– Es como si no existiésemos. Mis padres no se lo
han contado a nadie. Me obligan a ir a clase en manga
larga, incluso en verano. Me han cambiado varias ve-
ces de instituto. Ningún profesor me ha preguntado
jamás por mis ausencias… Ningún compañero. Nada.
Eso también es censura, ¿no? Como en el siglo XIX.
MIGUEL.– A lo mejor tratan de evitar que se contagie. Un
suicidio colectivo o yo que sé. Aunque a mí me ven-
dría de perlas que se pusiera de moda entre la juven-
tud. ¡Quedarme con 5 alumnos por clase… Ça serait
magnifique !
CLARA.– ¿No te tomas nada en serio?
MIGUEL.– En palabras de Fígaro “me río de todo para no
tener que llorar por todo.”
CLARA.– ¿Les has hablado alguna vez a tus alumnos del sui-
cidio de Larra?
MIGUEL.– No. (Pausa.) Seguramente tratan de protegerte.
Tus padres.
CLARA.– O se avergüenzan de lo que hago. (Pausa.) Yo tam-
bién tengo una pesadilla con mis padres que se repite
¿Conoces la peli esa de los niños con los ojos rojos y el
pelo blanco? Es de tu época… sabrás cuál digo.

30
PAULA LLORENS

MIGUEL.– ¿Cuántos años te crees que tengo? Es bastante


más antigua que yo.
CLARA.– ¿Pero sabes cuál digo?
MIGUEL.– Sí, sí. “El pueblo maldito” o algo así.
CLARA.–Yo nunca la he visto. Bueno, solo algún trozo suel-
to. O el tráiler. O a lo mejor tengo la imagen de cuan-
do sale en los Simpson. No me acuerdo. Pues muchas
veces sueño que un día pillo a mis padres con los ojos
brillantes. Siempre había sospechado que había algo
extraño en ellos, cierto odio hacia mí. Y en ese mo-
mento todo cobra sentido. Todo queda explicado: no
son humanos. Pero entonces, me ven ahí espiándoles.
Y corro, corro mientras ellos me persiguen.Y al final,
no sé cómo aparezco en la casa donde solíamos vera-
near. Y ellos están montados en los columpios.
MIGUEL.– Me estás dando un poco de miedo.
CLARA.– Les grito que me dejen en paz. ¡Que se vayan!
Y ya no sé si ganan ellos o yo, porque siempre me
despierto. Pues ese día me levanto muy cabreada con
mis padres. No puedo evitarlo. Ellos por supuesto, no
entienden nada, pero ¡joder! Que han intentado ma-
tarme. (Pausa.) ¿Nunca has tenido la sensación de ser
un bicho raro? ¿De estar totalmente solo en el mun-
do?
(Pausa.)
MIGUEL.– ¿Sabes lo que diría mi padre si viniese a mi en-
tierro? “Yo ya sabía que iba a acabar mal. Siempre fue
una nenaza. Un débil. Demasiado cobarde incluso pa-
ra vivir”. A Larra de pequeño le insultaban, le llama-

31
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

ban afrancesado. A mí “mariquita”. ¡Claro que me he


sentido un bicho raro!
CLARA.– A la mierda lo que digan. No estaremos aquí para oírlo.
MIGUEL.– ¿Ahora entiendes por qué no recibo visitas? Ha-
ce 25 años que no me hablo con mis padres. Me re-
pudiaron cuando les dije que me gustaban los hom-
bres. Bueno, fue mi padre quién me echó de casa, pero
mi madre no dijo nada. Mi ex novio está demasiado
ocupado follando.Y mis compañeros… suspendiendo
a sus alumnos, supongo.
CLARA.– Ya llorarán tu muerte.Y entonces se darán cuenta
de lo que han perdido.
MIGUEL.– Est-ce possible ? ¿Percibo afecto en tus palabras?
CLARA.– Ha sido un momento de debilidad.
MIGUEL.– Creo que necesito un abrazo. ¿Me darías uno?
CLARA.– (Nerviosa.) A ver, que haya flaqueado un poco no
significa que me haya vuelto tonta. Además, no quiero
provocarte ninguna reacción alérgica.
MIGUEL.– Buenas noches, Clara.
CLARA.– Buenas noches.
(Apagan la luz. Silencio.)
CLARA.– Miguel, ¿de verdad crees que hablar del suicidio
va a hacer que la gente se suicide más?
(Pausa.)
MIGUEL.– No. Más bien, al contrario.
CLARA.– Buenas noches, Fígaro.

32
ESCENA 4

(CLARA, tumbada en la cama. Sola. La mirada perdida co-


mo de costumbre. Su bandeja con el desayuno completa. La
de MIGUEL sobre su cama con escasos restos de comida. Éste
entra cargado de objetos diversos y, entonces, la joven trata de
hacerse la dormida.)
MIGUEL.– ¿Sigues en la cama? ¿Cuántos días llevas sin le-
vantarte?
CLARA.– Estoy cansada.
MIGUEL.– ¡Mira lo que me he encontrado en la sala 5! Las
horas aquí pasan lentamente. Habrá que hacer algo
para matar el tiempo ya que no nos dejan matarnos a
nosotros.
CLARA.– Voy a dormir un poco.
MIGUEL.– ¡Pero si son las 11:00 de la mañana! No puedes
pasarte todo el día durmiendo. Larra ya denunció la
pereza como vicio nacional en Vuelva usted mañana.
¡Un dominó y un parchís de goma! ¡Ver para creer!
¿Qué? ¿Nos echamos unas partiditas?
CLARA.– No tengo ganas de nada.
MIGUEL.– Anda…
CLARA.– Ya te he dicho que no tengo ganas.
MIGUEL.– También he pillado unos cuantos libros y revis-
tas. Basura literaria. Pero es lo que hay. Lo que daría
ahora mismo por una copa. Un vaso de Martini fres-

33
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

quito con dos hielos, un poco de tónica y una rodaja


de limón. Mmmm. Oye, otra vez la bandeja intacta.
No puedes estar sin comer.
CLARA.– ¿Para qué quiero comer si voy a morirme?
MIGUEL.– Pues para deleitarte de los alimentos por última
vez. A modo de despedida.
CLARA.– Prefiero que se los den a otros que les aproveche
más.
MIGUEL.– Clara, suicidarse requiere de esfuerzo físico y
mental. Y si no comes, no vas a tener fuerza ni para
matarte. Anda, tómate la leche por lo menos.
CLARA.– (Se incorpora y obedece.)
MIGUEL.– Solo se muere una vez en la vida. Hay que ha-
cerlo bien.
CLARA.– Conozco todas las formas posibles. Algunas inclu-
so las he probado: Tomar veneno o pastillas, asfixiarse
con gas, tirarse por la ventana, saltar a las vías del tren,
volarse la tapa de los sesos, cortarse las venas, echarse
al agua con piedras en los bolsillos, ahorcarse…
MIGUEL.– Veo que … “controlas” bastante.
CLARA.– Esto último no te lo recomiendo. La cara se te
pone azul y la lengua se te sale de la boca. Además, he
leído que un estrangulamiento brusco suele provocar
que la persona se cague encima. Si no quieres que
quien te encuentre tenga que limpiar la mierda, ten-
drías que ponerte pañal.
MIGUEL.– No voy a quitarme la vida con un dodot en el
culo. ¿Por qué conformarse con los métodos tradicio-

34
PAULA LLORENS

nales? Casi todos son vulgares. ¡Perfeccionemos el sui-


cidio! Quiero una muerte majestuosa.
CLARA.– ¿Sabías que casi todos los suicidas siguen un ritual
antes de quitarse la vida? Algunos se fuman su último
cigarro o beben una copa de vino, otros escuchan su
canción favorita y hay quien… quien… se toca.
MIGUEL.– ¿¡Masturbarse antes de suicidarse!? Bueno, es una
forma de irse al otro barrio contento y relajado.Yo no
tuve tiempo para rituales, estaba demasiado ocupado
maldiciendo a Arturo y a Marta.
CLARA.– ¿Quién es Marta?
MIGUEL.– ¿Qué Marta?
CLARA.– Has dicho Marta.
MIGUEL.– ¡No! Marcos. He dicho Marcos. ¿Tú seguiste al-
gún rito?
CLARA.– Escribí una nota para mis padres.
MIGUEL.– ¿Qué decía?
CLARA.– “Ya no puedo más. Es mejor que me vaya. Os
quiero”.
MIGUEL.– Parca pero efectiva.
CLARA.– ¿Te das cuenta? Si mis padres no hubieran vuelto
antes de lo previsto y tu novio no se hubiera olvidado
nada, ahora mismo seríamos fiambres. No es que eli-
jamos mal la forma de suicidarnos. El problema es que
nos acaban encontrando. La próxima vez tenemos que
evitar como sea que alguien pueda interrumpirnos.Yo
en casa de mis padres no puedo seguir intentándolo.

35
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

No hay manera. Lo haremos en tu casa, juntos. ¿Qué


te parece?
MIGUEL.– Estupendo. Pero nada de chapuzas. Iremos al en-
cuentro de la muerte de manera profesional. Un de-
senlace bello, elegante, respetuoso con la dignidad hu-
mana.
CLARA.– ¿Te quedan pastillas en casa?
MIGUEL.– Sí.
CLARA.– ¿Suficientes para los dos?
MIGUEL.– Creo que sí.
CLARA.– ¿Y alcohol?
MIGUEL.– Tu pregunta me ofende.
CLARA.– Perfecto. Ahora solo falta salir de aquí.
MIGUEL.– ¿Has memorizado lo que te he escrito?
CLARA.– Más o menos.
MIGUEL.– Pues a estudiar.
CLARA.– (Con desgana.) ¡Sí, señor!
(CLARA coge un folio y empieza a leer. MIGUEL ojea una
de las revistas.)
MIGUEL.– ¿Te gusta este vestido?
CLARA.– Odio los vestidos. No me sientan bien.
MIGUEL.– Creo que el rojo es tu color. Queda bien con tus
ojos.
CLARA.– A mí nada me queda bien.
(Pausa.)

36
PAULA LLORENS

MIGUEL.– ¿Tienes novio? ¿O cómo decís vosotros? ¿Un


rollete?
CLARA.– No me interesan los chicos.
MIGUEL.– ¿Novia?
CLARA.– ¡No! Quiero decir que no me interesan las rela-
ciones.
MIGUEL.– ¿Nunca has estado con nadie?
CLARA.– ¿Quién se va a fijar en mí? Soy horrible. Fea, ba-
jita, sin tetas y gorda. Mira esa chica del vestido rojo.
Soy una mierda a su lado. Soy una mierda al lado de
cualquier tía.
MIGUEL.– Pero ¿qué estás diciendo? Esto es todo mentira.
Maquillaje, botox, Photoshop… Tú eres mucho más
bonita que cualquiera de estas. Lo que pasa es que no
te sacas partido. Empezando por tu pelo, anda suéltalo.
CLARA.– (Apartándose.) ¡No me toques! (Pausa.) ¡Déjame
estudiar!
(Pausa.)
MIGUEL.– No debería ser yo quien te hable de esto… estoy
bastante en contra de las nuevas tecnologías y todas
esas patrañas.Yo soy más de miradas furtivas en los ba-
res, roces en los gimnasios, olor a perfume mezclado
con sudor de hombre en las aceras… Pero ¿sabes que
existe un chisme llamado Tinder? Porque una cosa es
suicidarse y otra muy distinta morir virgen.
CLARA.– ¿Podrías dejar de meterte en mi vida?
MIGUEL.– Perdona. (Silencio.) El encuentro sexual es la ex-

37
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

presión máxima de belleza y placer.Y, si el coito es en-


tre dos hombres, ya ni te cuento. La respiración se ace-
lera. El corazón está a punto de estallarte. Y, entonces,
el mundo desaparece. Tienes que probarlo. ¡A modo
de homenaje! Como el ritual ese del que hablabas an-
tes. Piénsalo. (CLARA lo mira.) Vale, ya no digo nada
más. (Pausa.) También es cierto que, si no lo has pro-
bado, no lo puedes echar en falta. Quiero decir que no
puedes saber lo que te estás perdiendo… (CLARA sus-
pira.) Vale, vale, me callo.

38
ESCENA 5

(MIGUEL entra en la habitación y extrañado contempla que


CLARA no está en su cama. Oye ruidos procedentes del ba-
ño. Se acerca y por la puerta entreabierta ve algo que no le
gusta.)
MIGUEL.– ¡Clara! Clara, ¿qué estás haciendo?
VOZ DE CLARA.– (Cierra la puerta de golpe.) ¡Nada! ¡Déjame
en paz!
(Silencio. MIGUEL se dispone a salir para llamar a alguien,
pero duda.)
MIGUEL.– ¡Sal de ahí ahora mismo o aviso a los enferme-
ros!
CLARA.– ¡No! (Saliendo.) No llames a nadie, por favor.
MIGUEL.– ¿Por qué estabas vomitando?
CLARA.– Miguel, pase lo que pase, tienes que prometerme
que me ayudarás a suicidarme. Si tú te echas atrás…
MIGUEL.– ¡No voy a echarme atrás!
CLARA.– Pero si lo haces, prométeme que me ayudarás a
que haga lo que tengo que hacer.
MIGUEL.–Vale, cálmate. ¿De verdad que no quieres que avi-
se a nadie?
CLARA.– No. Estoy bien. (Se tumba en la cama. Silencio.)
Miguel, cuéntamelo.
MIGUEL.– ¿El qué?

39
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– El suicidio de Larra.


(Pausa.)
MIGUEL.– Dolores Armijo, su amante, fue a visitarlo a su ca-
sa, situada precisamente en la calle Santa Clara. Para
despedirse. Había decidido volver con su marido. En el
encuentro se muestra fría. Trae las cartas que Larra le
había escrito para devolvérselas y le reclama las suyas. El
criado, avisado por la campanilla, acompaña a Dolores
de vuelta hasta el coche. Se oye un ruido fuerte, como
de una mesa que cae. “¡De qué humor ha dejado al se-
ñor la visita!”-comentan los criados. Su hija pequeña,
Adela, va a darle las buenas noches y lo descubre tendi-
do en el suelo. A su lado una pistola. Y sobre la mesa,
una caja abierta. Son casi las 9 de la noche del 13 de fe-
brero de 1837 y hace un frío cruel en Madrid. Un mes
después cumplía Fígaro los 28 años. Lo último que ha-
bía publicado en un periódico, el 22 de enero del 37,
apenas un mes antes de quitarse la vida, fue una crítica
de la obra de teatro Los amantes de Teruel, ironías del des-
tino. “Tantos disparos y cañonazos que he oído en mi
vida, apenas los recuerdo.Y aquella detonación que casi
no oí, no se me borra”-escribió años después Buero Va-
llejo en su obra de teatro La detonación.
(Silencio.)
CLARA.– Tenemos la obligación de ser felices y si no lo so-
mos nos sentimos unos fracasados. Me preguntaste
cuál era mi motivo para no querer vivir. No lo sé. To-
dos os empeñáis en buscar alguna razón.Y eso lo hace
más doloroso para mí. No tengo ni idea de por qué
quiero quitarme la vida, pero quiero hacerlo. Mis pa-

40
PAULA LLORENS

dres se han esforzado en dármelo todo, en hacerme fe-


liz. Y yo les he fallado. Escucho la palabra futuro y
tiemblo. ¿Qué seré? ¿Qué haré? ¿Dónde estaré? Es que
no me veo en nada. Nada me llena. Me gustaría volver
a ser una niña. No tener preocupaciones. Solo jugar…
y… y estar. Nada más. Es como si tuviera una pequeña
aguja clavada en el corazón. Solo siento vacío y dolor.
A veces el dolor es tan fuerte que no me deja respirar.
Me posee totalmente y necesito hacer algo, lo que sea,
para apagarlo. Me recetan pastillas, pastillas y más pas-
tillas, que se supone combaten eso que ellos llaman de-
presión, pero nada consigue matar este dolor. Ya no
quiero tomar más pastillas, Miguel. No quiero.
MIGUEL.– Eso que acabas de decir es más bonito que mu-
chas de las cosas que he leído.Y he leído mucho, cré-
eme. (Pausa.) ¿Desde cuándo te sientes así?
CLARA.– Me parece que empezó la primera vez que no qui-
se soplar las velas. En mi 14 cumpleaños. Mis padres no
podían entenderlo. Insistían e insistían. Pero es que no
me apetecía. No le veía ningún sentido a celebrar que
tenía un año más de vida. Todo me parece absurdo.
Cuando muramos al mundo le dará igual. Las cosas se-
guirán su curso. Los árboles seguirán creciendo. Los ríos
fluyendo. A miles de millones de personas les sonará el
despertador y se dispondrán a enfrentarse a otro día va-
cío. (Pausa.) Lo tuyo tiene solución. Encontrarás a al-
guien. Te volverás a enamorar. Pero lo mío no. La vida
es una carga demasiado pesada para mí.
MIGUEL.– Estás hecha toda una existencialista. ¿Has leído a
Camus?

41
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– ¿Qué es un existencialista?


MIGUEL.– Es alguien que se pregunta por el sentido de la
vida, como Camus en El mito de Sísifo. Sísifo fue con-
denado por los dioses a arrastrar una roca hasta la cima
de una montaña eternamente. Porque justo antes de
alcanzar el pico, la piedra siempre caía. Y Sísifo tenía
que empezar de nuevo. Una y otra vez.
CLARA.– ¡Qué putada!
MIGUEL.– Los dioses griegos no se andaban con chiquitas.
Pensaron que no existía castigo más terrible que el
trabajo inútil y sin esperanza.
CLARA.– ¿Y qué había hecho él?
MIGUEL.– Antes de morir le exigió a su esposa que no diera
sepultura a su cuerpo, por lo que fue directo al infier-
no. Allí le pidió permiso a Plutón para regresar a la tie-
rra y poder castigar a su esposa. Pero al volver a este
mundo y ver el cielo, los pájaros, los árboles, el sol…
no quiso retornar a la oscuridad infernal. Mercurio,
tuvo que bajar a por él a la Tierra y llevárselo a la fuer-
za de vuelta a los infiernos, donde estaba preparada su
roca.
CLARA.– ¿Tú eres existencialista?
MIGUEL.– Un poco. Bueno, yo realmente soy un románti-
co.
CLARA.– ¿Porque trataste de suicidarte por amor?
MIGUEL.– No. No me refiero a esa acepción de romántico.
Romántico del Romanticismo, de la corriente de
pensamiento del XIX. Romanticismo significa rebel-

42
PAULA LLORENS

día, libertad, pasión, efusión de sentimientos. Bueno,


en realidad el Romanticismo es más que un movi-
miento. Es una manera de sentir el mundo y de enfo-
car la vida. Es querer gozar y sufrir intensamente. Y
¿qué mayor expresión de libertad y rebeldía que el
suicidio? ¡Nuestro acto va a ser un acto de libertad!
(Pausa.)
CLARA.– Nunca le había contado esto a nadie.
MIGUEL.– ¿Y por qué no tratas de explicarles a tus padres
cómo te sientes? Creo que les ayudará.
CLARA.– Ningún padre está preparado para escuchar que
su hija no quiere vivir.
MIGUEL.– ¿Sabes cómo describió Buero Vallejo a Larra en
La detonación? “Una curiosa fisonomía de rasgos ani-
ñados, tersas mejillas y gruesos labios todavía no tra-
bajados por la madurez, alta frente y ojos penetrantes
sin la menor arruga en los que se agazapa, sin embar-
go, el enigmático cansancio de un anciano”. Tú tam-
bién te sientes cansada a pesar de tu corta edad, ¿ver-
dad?
CLARA.– Agotada.
MIGUEL.– Sé que piensas que estás sola. Pero esa aguja la te-
nemos todos en el corazón. A unos les pincha más
suave y a otros más fuerte. Pero a todos nos duele.
(Pausa.) Yo quería cambiar el mundo. Pensaba que ser
profesor era mi granito de arena. Enseñar a la juven-
tud, darles un arma. Las letras. Pero no he sido capaz
de despertar el interés por nada en nadie. Traté de lu-
char contra el atontamiento de la sociedad. Pero no

43
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

pude. ¿Cómo voy a hablarles de literatura? Si logro


que pasen los 50 minutos sin que nadie haya matado
a nadie durante mi clase llego satisfecho a casa. (Pau-
sa.) ¿Has tenido algún profesor que te haya marcado?
¿Alguno al que recuerdes con un cariño especial?
CLARA.– No. Pero yo nunca he sido una alumna brillante.
MIGUEL.– Los profesores no queremos alumnos brillantes,
solo queremos que nos escuchen. Dejar huella. Algo
estamos haciendo mal. (Pausa.) ¿Sabes? Larra murió
por dentro mucho antes del disparo en la sien. Solo un
cadáver podría escribir algo así: “Cada casa es el nicho
de una familia, cada calle el sepulcro de un aconteci-
miento, cada corazón la urna cineraria de una espe-
ranza o de un deseo”. Sintió el fracaso del país como
su propio fracaso. No había esperanza ni para el uno,
ni para el otro. Monarquía borbónica, censura, perse-
cución y exilio de los liberarles, guerra civil… A ve-
ces me pregunto si las cosas han cambiado tanto desde
el siglo XIX. Si Fígaro levantara la cabeza…
CLARA.– ¿Era guapo?
MIGUEL.– ¿Quién?
CLARA.– Larra.
MIGUEL.– Guapísimo. Si yo hubiera nacido en el siglo XIX
hubiéramos sido amantes.
CLARA.– Pero Larra no era gay.
MIGUEL.– Nadie es perfecto. Además, ¿y si Dolores Armijo
también era un seudónimo?
CLARA.– ¿Y su primera novia? ¿Y su esposa?

44
PAULA LLORENS

MIGUEL.– Errores. (Silencio.) Yo también tengo algo que


contarte. (Pausa.) Arturo me dejó por una mujer.
CLARA.– Ya lo sabía. Marta, ¿no?
MIGUEL.– ¡Qué cabrón! Eso no se hace. No tengo nada en
contra de vosotras, ¿eh? Pero es que no entiendo qué
ve en una chica.
CLARA.– Larra no era gay y, por lo visto, tu ex novio tam-
poco. Por eso trataste de suicidarte.
MIGUEL.– Lo de Arturo es pasajero. Está pasando por una
crisis.
CLARA.– Ya.
MIGUEL.– A veces, me los imagino teniendo relaciones se-
xuales. ¡Es asqueroso!
CLARA.– ¡No lo hagas!
MIGUEL.– No puedo evitarlo. De hecho, pienso que no sa-
brá cómo hacerlo. Yo no sabría cómo insertar mi…
CLARA.– ¡Para!
(Silencio.)
MIGUEL.– ¿Qué te parece si decidimos no tomar la medi-
cación? No tenemos por qué ser felices si no quere-
mos. Solo tenemos que ser nosotros.
CLARA.– Me parece perfecto.

45
ESCENA 6

(CLARA y MIGUEL en mitad de una discusión.)


MIGUEL.– Ya has oído a la doctora. Quiere tenernos unas
semanas más en observación.
CLARA.– ¡No puedo esperar unas semanas! ¡Necesito ma-
tarme ya!
MIGUEL.– Clara, no hay nada que podamos hacer.
CLARA.– Me dijiste que, si seguía tu plan, en unos días es-
tábamos fuera.
MIGUEL.– Los planes… fallan. Además, a saber lo que le di-
rías a la doctora.
CLARA.– Lo que me escribiste, palabra a palabra.
MIGUEL.– Yo no estaba allí, ¿cómo puedo estar seguro?
CLARA.– Porque te lo digo yo. Me has engañado.
MIGUEL.– Ya te he dicho que…
CLARA.– En realidad no quieres suicidarte. Eres un cobarde.
MIGUEL.– ¡Claro que quiero suicidarme!
CLARA.– Entonces haremos las cosas a mi manera.Tenemos
que fugarnos.
MIGUEL.– Jovencita, creo que has visto demasiadas películas.
CLARA.– Javi, el enfermero en prácticas.Tendremos que ga-
narnos su confianza. Sonsacarle información sobre
turnos, cambios de guardia y… y ¡robarle las llaves!

46
PAULA LLORENS

MIGUEL.– ¿Cómo? Ni pensarlo.


CLARA.– ¿Se te ocurre algo mejor? A ti hablar se te da ge-
nial. No tendrás que esforzarte mucho.
MIGUEL.– ¿Me estás exigiendo que entable conversación
con el enfermero más atractivo y simpático de esta
planta?
CLARA.– Sí.
MIGUEL.– ¿Y yo me estoy negando? Abortamos plan A.
Plan B en marcha. ¿Cuándo trabaja Javi?
CLARA.– Los jueves.
MIGUEL.– ¡Hoy es jueves! Entonces tendré que ducharme.
Tú también deberías animarte, que esta habitación
empieza a oler… a humanidad.

47
ESCENA 7

(CLARA sigue en su lugar de siempre. Sus manos reposan


sobre la bandeja y sus dedos se mueven como si tocara el pia-
no. Entra MIGUEL hecho una furia.)
MIGUEL.– Adivina qué quería.
CLARA.– Y yo que sé.
MIGUEL.– ¡Quedarse con el piso! “Como tú estás viviendo
en el hospital… pues para que esté vacío.” ¿Para qué?
¿Para retozar con esa fulana? Antes muerto que darle
mi casa. (Percatándose de lo que acaba de decir.) Creo que
debería empezar a cuidar mis metáforas. ¿Estabas to-
cando el piano en la bandeja?
CLARA.– Solo recordaba una pieza.
MIGUEL.– ¿Qué tocabas?
CLARA.– La Patética de Beethoven. (La tararea un poco.)
MIGUEL.– ¿Te gusta bailar?
CLARA.– No lo sé. Yo no bailo.
MIGUEL.– ¿Cómo que no? Si te gusta la música te gusta
bailar. Además, de alguna manera los pianistas bailáis
con vuestros dedos. Es curioso, tus manos no parecen
de pianista. Son muy pequeñas.
CLARA.– Pues era muy buena. La mejor de mi curso. Aunque
en las audiciones las manos me sudaban muchísimo por
los nervios y tenía que secarlas antes de subir al escena-
rio. Para que las teclas no me resbalasen al tocar.

48
PAULA LLORENS

MIGUEL.– A ver, pon tus manos así.


CLARA.– ¿Para qué?
MIGUEL.– Para medirlas con las mías. Ábrelas.
CLARA.– (Al ver que MIGUEL acerca sus manos a las de ella, las
aparta.) ¡Qué tontería!
MIGUEL.– ¿Por qué siempre me rehúyes?
CLARA.– ¿Qué?
MIGUEL.– ¿Te crees que no me ha dado cuenta? Nunca
quieres tocarme.
CLARA.– Eso no es verdad.
MIGUEL.– Dame la mano.
CLARA.– Déjame en paz.
MIGUEL.– ¿Qué pasa?
CLARA.– Me apetece estar sola.
MIGUEL.– No pienso irme hasta que me des la mano.
CLARA.– Déjalo.
MIGUEL.– Dame la mano.
CLARA.– (Lo mira fijamente. Trata de levantar su brazo, pero este
no le responde.)
MIGUEL.– ¿Te doy asco? ¿Es porque soy gay?
CLARA.– ¡No! No tiene nada ver.
MIGUEL.– ¿Seguro?
CLARA.– Vete, por favor.
MIGUEL.– ¿Qué coño te pasa? Lo tienes absolutamente to-

49
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

do: juventud, talento, inteligencia, una familia maravi-


llosa, ¿no es suficiente para ti?
CLARA.– Cállate.
MIGUEL.– A la señorita todo le repugna.
CLARA.– Basta.
MIGUEL.– Parece que disfrutes estando mal. ¿De verdad
quieres matarte? ¿O solo es tu forma de llamar la
atención? ¡Estás loca!
CLARA.– (Con la respiración agitada.) ¿¡Es que no lo ves?! Yo
soy la que me doy asco. Estoy vacía. No siento nada.
Ni siquiera siento cariño por mis padres. Soy el ser
más despreciable del mundo. Un pedazo de mierda
inútil.Todo lo que hago es doloroso para mí y para los
demás.Y no puedo soportar que nadie me toque por-
que tal vez os arrastre a mi desgracia y no lo merecéis.
Me he esforzado. He hecho lo que he podido. Pero
me doy por vencida. ¡Estoy harta de intentar ser otra,
porque por mucho que intente cambiar, siempre me
quedo conmigo!
MIGUEL.– Perdona, yo no quería decir… No…
CLARA.– (Respira con dificultad.) Tengo miedo, Miguel. Ten-
go mucho miedo.
MIGUEL.– Tranquila.
CLARA.– Ayúdame, favor.
MIGUEL.– Estoy aquí. No va a pasarte nada malo. Solo res-
pira.
CLARA.– No puedo. Me falta el aire.

50
PAULA LLORENS

MIGUEL.– Voy a llamar a…


CLARA.– ¡No! No te vayas. (Le tiende la mano.) Ayúdame.
(MIGUEL le agarra la mano. CLARA pierde el conocimiento.)
MIGUEL.– ¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!

51
ESCENA 8

(CLARA entra en la habitación con una bolsa de plástico que


esconde algo. No hay nadie. Sobre su cama ve un libro con
una página marcada. Entra MIGUEL.)
CLARA.– (Lee la página marcada del libro.) “No hay sol sin
sombra y es necesario conocer la noche.” ¿Qué es es-
to?
MIGUEL.– Mi forma de pedirte perdón.
CLARA.– ¿El mito de Sísifo de Camus?
MIGUEL.– (Le corrige la pronunciación francesa.) Camus. (Ella
lo mira.) Bueno, tú puedes llamarlo como quieras.
¿Cómo te encuentras?
CLARA.– Bien.Yo también te he traído algo. (Saca una bote-
lla medio vacía de Martini).
MIGUEL.– ¿Martini? ¿Cómo lo has conseguido?
CLARA.– Tengo mis contactos.
MIGUEL.– ¡Pero si está prácticamente vacía!
CLARA.– Es lo que he podido encontrar.
MIGUEL.– Gracias. (Pausa.) Clara, lo que te dije…
CLARA.– No importa.
MIGUEL.– Mereces una despedida por todo lo alto.Y ya que
te opones al homenaje sexual…Te he preparado una
sorpresa. Pero antes brindemos. (Le da un sorbo a la bo-
tella y se la pasa a CLARA.) Por ser nosotros mismos.

52
PAULA LLORENS

CLARA.– Por ser nosotros mismos. (Bebe.)


MIGUEL.– Quería traerte un piano, pero no ha habido ma-
nera. Así que ve tomando asiento. Que el espectáculo
está a punto de empezar. ¿Te comenté que además de
profesor he sido travesti?
CLARA.– ¿Qué?
(Saca de debajo de su almohada un reproductor de audio, lo
enciende y empieza a sonar Pelo Suelto de Gloria Trevi.
MIGUEL se transforma en un elegante maestro de ceremo-
nias.)
MIGUEL.– Esta canción está dedicada a una persona muy
especial. Alguien que se ha cruzado en mi vida por ca-
sualidad y me ha sanado de una alergia que creía in-
curable. Alguien que se siente igual de perdida que yo.
Alguien que sin darse cuenta me ha abierto los ojos y
me ha reconciliado conmigo mismo. Ahora sé que no
estoy solo y que ser un bicho raro no está tan mal des-
pués de todo. La vida duele, pero de vez en cuando,
también te hace algún regalo. Tú has sido mi regalo,
Clara.
(MIGUEL empieza la actuación modo playback, pero acaba-
rá cantando: “A mí me gusta andar de pelo suelto, me gusta
todo lo que sea misterio. Me gusta ir siempre en contra del
viento... Si dicen blanco, yo les digo negro. A mí me gusta
andar de pelo suelto, aunque me vean siempre con enredos.
Me gusta todo lo que sea sincero, yo soy real y no tengo re-
verso. A mí me gusta andar de pelo suelto, aunque me digan
que hasta barro el suelo. Ser agresiva como gata en celo y a
veces mansa como león con sueño. A mí me gusta andar de

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EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

greña suelta, aunque se acabe de infartar mi abuela. A mí me


gusta andar de pelo suelto, aunque me pongan gritos en el
cielo. Y voy, y voy, y voy, y voy, y voy, y voy... Voy a traer el
pelo suelto. Voy a ser siempre como quiero. Voy a olvidarme
de complejo. A nadie voy a tener miedo”. El baile de MI-
GUEL es lo suficientemente estrambótico para lograr arrancar
una sonrisa en CLARA. MIGUEL le tiende la mano y con
miedo, ésta acepta y con las manos entrelazadas, entre risas,
brincos y espasmos, inventan una nueva forma de bailar. Y
bailan como nunca antes se había bailado.)
MIGUEL.– ¡Te he hecho reír! ¡Lo he logrado! Nadie se re-
siste a mis encantos.
CLARA.– Miguel, por favor, no te mates. Tú no. El mundo
te necesita.
MIGUEL.– Y yo te necesito a ti.
CLARA.– No. Sabes que no puedo.
MIGUEL.– ¿Y si logro devolverte las ganas de vivir?
CLARA.– Es imposible.
MIGUEL.– ¿Qué te da más miedo que lo consiga o que no
lo consiga?
CLARA.– Ambos.
MIGUEL.– La vida no es maravillosa. De hecho, apesta. Pero
tiene cosas que no están tan mal. Podemos intentarlo
juntos.
CLARA.– No, por favor.
MIGUEL.– Sé que ahora te parece difícil. Todos tus planes se
desmoronan, pero ya te dije que los planes fallan. Ha-

54
PAULA LLORENS

remos otros. ¿Qué prisa hay? Siempre estamos a tiem-


po de matarnos.
CLARA.– No sé si seré capaz.
MIGUEL.– Pues yo me quedo en el mundo solo con una
condición… Que tú estés en él. (MIGUEL saca de su
bolsillo las llaves del hospital y se las muestra a CLARA.)
Tú decides.
(CLARA observa las llaves paralizada. Por unos segundos,
duda, pero finalmente las coge y las lanza por la ventana.)
CLARA.– (Se acerca a MIGUEL.) Vas a tener que enseñarme
porque ya no me acuerdo.
MIGUEL.– Ven aquí.
(CLARA se acerca más. Pero no mueve los brazos. Es MI-
GUEL quien la arropa con los suyos. Se funden en un torpe
abrazo, un abrazo de gusanos.)

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ESCENA 9

(Han pasado unas semanas. CLARA y MIGUEL tienen me-


jor aspecto. Visten ropa de calle. Quizá ella lleve un vestido
rojo y el pelo suelto. Al lado de cada cama, una maleta llena.
Seguramente, las maletas están más preparadas que sus due-
ños para emprender el próximo viaje.)
MIGUEL.– ¿Te dije o no te dije que no sabes mentir?
CLARA.– Es la doctora Suárez que tiene super poderes.
MIGUEL.– “Quiero suicidarme, doctora. Lo tengo decidido.
No quiero vivir.” ¿Por qué le has dicho eso?
CLARA.– Porque no sé si estoy preparada.
MIGUEL.– Claro que estás preparada. “Mentalmente esta-
ble”.
CLARA.– ¿Ya no estamos locos?
MIGUEL.– Quizá nunca lo estuvimos. O quizá todos lo es-
tamos un poco. ¿Quién no se ha sentido con ganas de
tirar la toalla alguna vez? ¿De enviarlo todo a tomar
viento? (Pausa.) Hagamos un repaso: Nada de objetos
afilados en casa.
CLARA.– Ni medicamentos ni alcohol al alcance.
MIGUEL.– Puertas sin pestillos.
CLARA.– Y evitar estar solo. (Pausa.) He hablado con mis
padres, Miguel. Les he dicho cómo me sentía. Y he
podido abrazarles después de tanto tiempo… Ha sido
maravilloso.

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PAULA LLORENS

MIGUEL.– Me alegro mucho.


(Pausa.)
CLARA.– Sí que me acuerdo de uno de mis maestros. Don
Emilio, de primaria. Era muy bueno con nosotros. Te-
nía una voz dulce y nunca se enfadada ni gritaba. Le
gustaban mucho los animales. Nos decía siempre que
teníamos que tratarlos bien y cuidarlos. Un día, llegó
a clase con una caja de zapatos. Dentro había gusanos
de seda. Nos contó que unos niños mayores estaban
cogiéndolos de una morera y jugando a aplastarlos y
que eso no se hacía. Los tuvimos varios meses en el
aula. Cada día se encargaba uno de nosotros de traerles
hojas para alimentarlos. En el recreo, a veces, me que-
daba mucho rato mirándolos hipnotizada. Eran pre-
ciosos. Con sus rayas y sus morros negros. Con esas
patitas diminutas. Los observaba y pensaba, ¿cómo se
abrazarán los gusanos? Un día, empezaron a envolver-
se a sí mismos con un capullo de seda.Y unas semanas
después, salieron unas mariposas. Aquello me parecía
magia. ¿Cómo podía haber sucedido aquella transfor-
mación sino? Don Emilio nos explicó que teníamos
que soltar a las mariposas porque los animales tienen
que vivir en la naturaleza y no encerrados. “¿Y si
vuelven a encontrarse con esos niños mayores que
quieren matarlos?” Le pregunté. “Eso no pasará, ahora
las mariposas tienen alas y pueden volar lejos de quien
quiera hacerles daño. De hecho, durante los próximos
días, buscarán a una pareja a la que unirse para volver
a poner huevos de los que saldrán otros gusanos”. No
sé qué habrá sido de don Emilio. Me gustaría encon-

57
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

trármelo un día y darle las gracias por todo lo que me


enseñó. Él fue mi mejor profe. Aunque ahora, tengo
otro profesor favorito. Dijiste que nunca habías con-
seguido enseñar nada a nadie. Eso no es verdad, Fíga-
ro. A mí me has enseñado muchísimas cosas… Ro-
manticismo, Larra, existencialismo, palabras que no sa-
bía ni que existían…
MIGUEL.– Venga, que me vas a hacer llorar.
CLARA.– Aunque…hablas tanto que no he podido quedar-
me con todo. Pero, tranqui, he hecho una buena se-
lección.
MIGUEL.– ¡Cómo me vas a echar de menos!
CLARA.– Tampoco exageres.
MIGUEL.– Sé que le has dicho a la doctora que yo también
tenía pensado suicidarme nada más salir de aquí.
CLARA.– ¡Eso no es verdad! (Pausa.) Vale, sí. Quería pasar
unos meses más contigo en esta habitación.
MIGUEL.– Tenemos que enfrentarnos al mundo, como esos
gusanos convertidos en mariposas. Mirarlo de cara y
comérnoslo.
CLARA.– ¡Cásate conmigo!
MIGUEL.– Pero ¿qué dices?
CLARA.– No sé si voy a poder hacerlo sin ti.
MIGUEL.– ¿Quieres casarte con un hombre que te dobla la
edad, homosexual y fanático de Larra?
CLARA.–
MIGUEL.– Además, no pienses que vas a librarte de mí.

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PAULA LLORENS

Pienso visitarte todas las semanas. Ya tengo hecha la


lista con los libros que quiero prestarte.
CLARA.– Espero que sean un poco más entretenidos que
Camus.
MIGUEL.– (Le corrige la pronunciación.) Camus.
CLARA.– Como se diga. No tiene ni idea. El suicidio no
puede ser de cobardes porque muchos no se atreven a
hacerlo. Dime si no hay que ser valiente para coger
una cuerda y colgarse. O para pegarse un tiro en la
sien como Larra. O para lanzarse desde una altura de
60 metros sabiendo que tu cuerpo va a hacerse peda-
zos.
MIGUEL.– ¿Qué haremos contigo? ¿No puedes dejar de
pensar en la muerte?
CLARA.– La doctora dice que esos pensamientos siempre
van a estar ahí. Solo tengo que aprender a vivir con
ellos.
MIGUEL.– Yo ya no sé si suicidarse es de cobardes o de va-
lientes. Pero desde luego se necesita mucha valentía
para enfrentarse a la vida. Espero que tener tan presen-
te a la parca te ayude a vivirla más intensamente.
¿Qué tienes pensado hacer?
CLARA.–Voy a recuperar mis estudios. Quizá volver a tocar
el piano. Y ser yo misma. Pero sin pretensiones.
MIGUEL.– Ni exigencias.
CLARA.– Ni exigencias. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
MIGUEL.– Por ahora, voy a pasar un fin de semana en la pla-
ya con el enfermero. Pero sin pretensiones.

59
EL ABRAZO DE LOS GUSANOS

CLARA.– ¿Y su novia?
MIGUEL.– Marta me robó a Arturo y yo le robo a Javi a su
novia. Tenía que devolverle al mundo un gay. Es una
cuestión de equilibrio universal.
CLARA.– ¿No tienes miedo?
MIGUEL.– Claro que tengo miedo.
CLARA.– A veces, pienso que escuchaste mi grito de auxilio
y apareciste en esta habitación de hospital.
MIGUEL.– Y bien guapo que me puse para venir al rescate.
Clara, no estamos solos. Hay muchos como nosotros.
Temblando. Quizá no se atreven a decirlo, o todavía
no han encontrado a alguien a quien poder decírselo.
Pero como Sísifo, cuando la roca se despeña vuelven a
bajar y vuelven a cargar con ella. La lucha en sí misma
les basta para vivir.
CLARA.– Prométeme una cosa.
MIGUEL.– Dime.
CLARA.– Primero prométemelo.
MIGUEL.– Te lo prometo.
CLARA.– Si alguna vez piensas en suicidarte, no vuelvas a
ponerte un disfraz, por favor.
(Ríen.)
CLARA.– ¿Qué hubiera pasado si no nos hubieran encon-
trado?
MIGUEL.– No quiero ni pensarlo. (Pausa.) Estamos vivos.
CLARA.– Sí. Estamos vivos.

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PAULA LLORENS

(Las crisálidas, temblorosas, cogen sus respectivas maletas y se


disponen a recuperar su libertad. Tras la metamorfosis, em-
prenden el vuelo.)

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