Inconsciente Personal y Colectivo

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El inconsciente colectivo: Según Jung, estaba conformado por «imágenes

primordiales» que provenían de la historia pasada de la humanidad. El inconsciente


colectivo pues, hace referencia a un tipo determinado inconsciente, por lo que su
característica principal es que el contenido que alberga no es procesado de una
forma consciente por la persona. El inconsciente colectivo está constituido por
símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psique que está más
allá de los procesos cognitivos racionales.
De forma concreta, el inconsciente colectivo se basa en la idea de que los individuos
presentan una serie de arquetipos inconscientes en una mente, estos arquetipos
son representaciones mentales que expresan los instintos del ser humano en un
sentido biológico, pero al mismo tiempo comprenden el lado espiritual. Por lo tanto,
el inconsciente colectivo se referencia a una serie de representaciones mentales
inconscientes que se manifiestan en fantasías y revelan su presencia a través de
imágenes simbólicas. El inconsciente colectivo resulta la primera instancia sobre la
cual se desarrolla la mente (inconsciente personal). Se postula que el inconsciente
colectivo resulta idéntico en las distintas personas y determina las similitudes entre
los seres humanos.

El inconsciente personal:

Según Jung, el inconsciente personal se interpretaba como una instancia


inconsciente individual que resultaba distinta en cada persona. El inconsciente
personal resulta un estrato superficial del inconsciente, el cual descansa sobre un
estrato inferior (inconsciente colectivo), opera como el almacén de todo lo que le ha
sucedido al individuo. Es decir contiene las vivencias y experiencias individuales,
los pensamientos (incluso los olvidados), las sensaciones, los deseos, la interacción
entre la persona y su entorno (incluyendo las personas con las que entra en
contacto) dejando una huella en su inconsciente y las proyecciones a acciones
futuras. Todo el material consciente previo, que no se encuentra disponible en la
mente actualmente porque ha sido olvidado, reprimido.
COLOMBIA TRAS EL CONFLICTO

Muchos campesinos que tuvieron que huir de sus pueblos por el conflicto
colombiano lo repiten una y otra vez: “Es mejor morir en nuestra tierra que vivir de
rodillas en las ciudades”. Algunos han regresado tras la firma del cese del fuego
bilateral y definitivo entre el Estado y las FARC de 2016. Otros lo hicieron antes de
esa fecha, a lo largo de los últimos años, a medida que sus zonas se fueron
apaciguando; o arriesgando el tipo cuando no soportaban más la vida urbana. Son
más de seis millones los desplazados que dejó la guerra. No todos volverán.
Después de más de medio siglo de disputa, Colombia se enfrenta a mil retos: frenar
la violencia y el narcotráfico, la reparación de las víctimas, la reintegración de los
exguerrilleros, la vuelta a una vida normal. O su comienzo. Pero existen aún más
oportunidades.

No se puede hablar de paz completa. Aunque la principal guerrilla, las FARC,


entregó las armas con la supervisión de la ONU el pasado junio 2018, todavía
quedan insurgentes que se resisten a dejar la lucha; y otro grupo, el Ejército de
Liberación Nacional (ELN), sigue activo, aunque acaba de firmar un alto el fuego
bilateral. “La paz tiene tantos significados como personas hay en un país. Para
alguien de ciudad, será que no le roben el celular. Para una familia en zona de
conflicto, que vive en una choza con el piso de tierra, sin agua, sin luz, sin escuela
para sus hijos, es poder sobrevivir sin que los maten ni violen”, reflexiona Frank
Pearl, quien fuera negociador plenipotenciario del Gobierno Colombiano con la
guerrilla de la FARC.
Lo cierto es que desde hace más de un año en Colombia nadie ha muerto por balas
de las FARC o del Ejército. El hospital militar de Bogotá está vacío. No hay nuevas
mujeres violadas por la guerrilla, los paramilitares o los soldados. Eso no quiere
decir que todos los problemas subyacentes se hayan resuelto de la noche a la
mañana, ni que aquellos lugares más castigados se hayan recuperado de repente.
Se puede ver en Montes de María, departamento de Bolívar, una de las zonas más
castigadas entre finales de los noventa y los primeros años de este siglo. “La idea
es recuperar aquí la vida que teníamos hace 20 años, libre de violencia; donde había
festivales, concursos, fiestas; donde la gente se movilizaba en medio de la montaña
y ni los perros le ladraban a uno porque eran amigos. Hoy en día no, hoy uno tiene
miedo hasta de la sombra”, se queja Pedro de la Rosa, miembro del espacio de
Organizaciones de Población Desplazada de Montes de María.

Allí se produjeron algunas de las masacres más crueles, como la de El Salado, un


pequeño pueblo que fue cercado durante dos días por los paramilitares. Con la
convivencia del Ejército colombiano asesinaron a más de 60 personas, y torturaron
y violaron a quienes consideraban oportuno, con el pretexto de que eran
colaboradores de la guerrilla. Los habitantes que van retornando y los que se
quedaron tratan de hacer una vida normal, aunque no siempre es fácil. El riesgo de
caer en el consumo de droga o en la delincuencia es alto entre los más jóvenes en
una tierra de oportunidades limitadas.

En ella, las mujeres, doblemente victimizadas por el contexto machista en el que


viven, tratan de salir adelante, ganarse la independencia económica de sus maridos
o, en los peores casos, reponerse de las terribles heridas dejadas por aquellos
combatientes que usaban su cuerpo como arma de guerra para sembrar el miedo.
“Tanto la guerrilla como la fuerza pública han sido perpetradores de violencia sexual.
Las víctimas solo empiezan a hablar después de años, con afectación
postraumática permanente, secuelas en la salud reproductiva y también sociales
que todavía no han sido dimensionadas: todas estas mujeres que vieron obstruidos
sus proyectos de vida podían haber tenido un rol en la sociedad”, apunta Linda
María Cabrera, subdirectora de la corporación Sisma Mujer.
Para muchos, los Montes de María siguen siendo sinónimo de barbarie y miedo,
aunque la violencia fuera decreciendo desde finales de la década pasada. Pero no
hasta llegar a cero. Ni siquiera tras el alto del fuego. Porque aunque el país está
lejos de ser lo que fue en los años noventa, y aunque en 2016 registró la tasa de
homicidios más baja de los últimos 42 años, todavía asciende a más de 24 por cada
100.000 habitantes, entre las 25 más altas del mundo. “En Colombia hay muchos
tipos de violencia: familiar, intrafamiliar, callejera, delincuencial, el problema del
narcotráfico. Todo esto hay que transformarlo, el país tiene nueve millones de
víctimas, se dice de forma muy simple que a causa del conflicto, pero eso está ligado
a un proceso económico. Ha habido disputas grandes por la tierra, por los recursos
naturales. El uso de las armas no se hace sin factores económicos”, argumenta Luis
Ignacio Sandoval, miembro de la dirección de Redepaz y del Consejo Nacional de
la Paz.

Jairo Barreto, uno de los representantes campesinos que participó en las


negociaciones de la Habana —y que concluyeron con la firma de la paz—, fue
amenazado “nada más aterrizar”. Uno de los grandes problemas que desencadenó
esta guerra fueron las tierras, algo que todavía no se ha resuelto. El propio Gobierno
calcula que los campesinos fueron despojados de 8,3 millones de hectáreas. Fueron
a parar a manos de grandes empresarios que compraron, generalmente a muy buen
precio, a medida que los lugareños se veían obligados a abandonar sus casas.
Barreto cuenta cómo era este proceso: “Ha habido toda una estrategia de
intimidación. Iban, ubicaban a una persona que estaba en una ciudad pasando
hambre, le ofrecían una suma que nunca antes habían contado y vendía. Pero había
campesinos resistentes. A ellos les empezaban a comprar alrededor, cerraban los
caminos de servidumbre, por donde pasaban; el pozo, que era comunitario, se
convertía en propiedad privada. Les iban cortando el agua, la movilidad y se veían
obligados a vender al precio que fuera”. La solución, en su opinión, pasa porque el
Estado compre tierras o se las quite de alguna forma a quienes ahora las poseen
para repartirlas entre los agricultores. Pero no es la única. Frank Pearl propone usar
millones de hectáreas que podrían ser productivas y hoy en día no se usan.
“Colombia no tiene problema de escasez de terreno”, sentencia.
Si hay un problema es que muchos de los que alzan la voz para volver a la vida de
la que gozaban antes del recrudecimiento del conflicto mueren en el intento. La
cuestión es que “en Colombia hay a quien no le interesa que la situación cambie”,
en palabras de Eduardo Álvarez Vanegas, director del área de Conflicto y
Negociaciones de Paz de la Fundación Ideas para la Paz. La Defensoría del Pueblo
anunció el pasado julio que en el primer semestre de este año 52 líderes sociales
habían sido asesinados, prácticamente dos cada semana. “De las comunidades
étnicas, los que reclaman las tierras, los que defienden los derechos humanos. No
se puede ser asesinado por el activismo, pero está ocurriendo y hay que pararlo,
porque la paz tiene que significar que todo el mundo ejerce sus derechos de manera
tranquila”, apostilla Sandoval, miembro de Redepaz.

Sucede, en parte, porque el Estado no tiene presencia en todo el territorio


colombiano. “Esto no es simplemente que las FARC fuera un grupo de bandoleros
que se dedicaba al narcotráfico: construyeron fuentes de poder, de autoridad e
incluso de gobernabilidad. El reto del Estado es inmenso, no solo hay desconfianza
de las poblaciones, sino que hay zonas donde el Estado jamás ha llegado. Al
desmontarse esta sombrilla que tenían las FARC quedaron otros agentes
generadores de violencia”, explica Álvarez Vanegas.

Los narcotraficantes y el crimen organizado aprovechan este aparente vacío de


poder que ha quedado en algunos lugares tras la marcha de la guerrilla. No es un
fenómeno que venga con la paz. A medida que se han ido desmovilizando
guerrilleros y paramilitares, lo que se conoce en Colombia como las BACRIM
(acrónimo de bandas criminales) han ido ganando poder. Un informe de la
Defensoría del Pueblo de 2014 ya apuntaba que estas organizaciones estaban
reclutando, generalmente para labores de información, a más menores que el ELN
y las FARC. Para luchar contra este fenómeno, el Gobierno no se ha quedado de
brazos cruzados: ha reforzado la Fiscalía, dotándola de más y mejores herramientas
para investigar; la Defensoría del Pueblo, para que dé alertas tempranas, y ha
creado un cuerpo de élite para la paz que aporte seguridad a las zonas de conflicto
y a sus líderes sociales.
Pero llegar a todos lados se antoja complicado. Un ejemplo es la Mojana, una
subregión agrícola del departamento de Sucre que ha sido un corredor tradicional
para la droga. “Se siguen generando dinámicas de narcotráfico que se benefician
de una ausencia permanente de las autoridades militares y del mismo Estado, lo
que hace que problemas como el microtráfico y el consumo se vean de forma
creciente en adolescentes y en niños”, explica Kely Aguilera, directora de la
Corporación Ecoss, que trabaja para impulsar el desarrollo en Sucre con la
colaboración de Ayuda en Acción.

El director general de esta ONG española, Fernando Mudarra, reflexiona sobre el


problema: “En estos momentos en los que se impone la paz, uno de los ámbitos
más importantes para cimentarla es volver a conectar estas zonas y a las personas
que viven en ellas con las instituciones que forman el Estado. No es tarea fácil.
Nuestro modelo de desarrollo rural a medio y largo plazo se alinea directamente con
el punto primero de los Acuerdos de Paz, que establece precisamente este ámbito
como prioritario: devolver unas condiciones dignas de vida a la población rural, en
especial a aquellas que estuvieron durante tanto tiempo ausentes de las políticas
públicas”.

Otro de los grandes retos del Estado, también reflejado en los acuerdos, es el de
trabajar en la reinserción de los guerrilleros que han dejado las armas para que
puedan hacer una vida normal. La Agencia Colombiana para la Reintegración ha
trabajado con más de 50.000 en los últimos 14 años; de ellos, el 70% tiene hoy
trabajo. Se calcula que con la firma de la paz entre 7.000 y 14.000 combatientes
farcianos han dejado el fusil para dedicarse a la vida civil. “Crear competencias que
sean funcionales requiere un proceso de largo plazo. Lo productivo no puede ser el
camino de entrada. Si una persona tiene 15 años de formación, entre escuela,
secundaria, universidad, hasta que se integra en la vida laboral, no podemos pedirle
a los exguerrilleros que lo hagan en seis meses”, sentencia Joshua Mitrotti, director
de la Agencia, quien asegura que el interés del Estado “no es romper a las FARC
como organización, sino que hagan un tránsito hacia la democracia”.
Y este es, precisamente, uno de los puntos que más divide a la sociedad
colombiana. El plebiscito que el presidente Juan Manuel Santos convocó para
ratificar el acuerdo de paz fue rechazado por una exigua mayoría y una muy baja
participación en octubre de 2016. Muchas de las poblaciones más castigadas
votaron a favor, mientras que en las ciudades, donde el conflicto se vio más de lejos,
por lo general triunfó un no, liderado, entre otros, por el expresidente Álvaro Uribe.
Quienes lo apoyan rechazan que las FARC sean parte de la vida política, algo que
está sucediendo desde que se ha constituido oficialmente como uno de los partidos
que concurrirá a las próximas elecciones legislativas de 2018. Algunos sectores a
favor de la paz temen precisamente que las eventuales victorias de las opciones
más conservadoras puedan dar al traste con todo el proceso. Algo que académicos
como Frank Pearl o Álvarez Vanegas descartan: “No tiene marcha atrás”.

INCONSCIENTE COLECTIVO

El inconsciente colectivo en la problemática social del conflicto armado en Colombia


contiene elementos históricos y colectivos que se han arraigado durante todos estos
años en los que se ha vivenciado dicha problemática, influyendo en la manera en
que piensan, sienten y actúan cada persona, pueblo, ciudad, departamento, país y
sociedad en general.

Por ejemplo; “algunas de las masacres más crueles, como la de El Salado, un


pequeño pueblo que fue cercado durante dos días por los paramilitares. Con la
convivencia del Ejército colombiano asesinaron a más de 60 personas, y torturaron
y violaron a quienes consideraban oportuno, su pretexto de ser colaboradores de la
guerrilla. Los habitantes que van retornando y los que se quedaron tratan de hacer
una vida normal, aunque no siempre es fácil. El riesgo de caer en el consumo de
droga o en la delincuencia es alto entre los más jóvenes en una tierra de
oportunidades limitadas”.

Todas las situaciones asociadas al conflicto armado en Colombia, se manifiesta en


experiencias dolorosa que se viene generando desde hace muchos años atrás,
afectan directamente e indirectamente a toda la sociedad pasada y actual.
Evidenciándose en las experiencias dolorosas, abandono, desarraigo, ruptura del
tejido social vividas desde nuestros antepasados hasta la actualidad, observándose
en comportamientos de maltrato entre las familias, los diferentes grupos sociales,
las culturas y diferencias económicas son los recuerdos colectivos de un país
desangrado y con mucho dolor en su historia convertido en odio, sumisión y abuso
del poder, transmitido de generación en generación de manera inconsciente y se re
experimenta al vivir otra vez la historia de nuestros padres, lo implica que no nos
desarrollamos de manera aislada al resto de la sociedad, sino que el contexto
cultural nos influye en lo más íntimo, transmitiéndonos esquemas de pensamiento,
creencias y sentimientos de experimentación de la realidad que son heredados
fuertemente a la sociedad.

INCONSCIENTE PERSONAL

El inconsciente personal en la problemática social del conflicto armado en Colombia


se enfoca a la historia de cada individuo dentro de esta, a los aspectos reprimidos
y ocultos de la interacción de cada persona y su entorno. Asimismo, las experiencias
y recuerdos dolorosos que ha vivido cada ser humano a la lo largo de toda su vida
e historia personal.

En el conflicto armado de Colombia el maltrato, las violencias, los crímenes


cometidos contra cada persona y familia, hacen que todos estos horrores vividos
afecten el inconsciente personal, y todas estas experiencias negativas se tengan
guardadas y/o reprimidas en la vida de cada individuo. Aunque pasen los años, es
una problemática que siempre va a estar presente, puesto que es la parte tenebrosa
de la historia de un país, cada persona que ha sufrido el flagelo de esta violencia
que parece una historia de nunca acabar, desafortunadamente siempre estará
recordando y reviviendo esos momentos nefastos que les tocó vivir y presenciar en
su vida, por ser una problemática de índole social a nivel nacional que no acaba.
Por ejemplo; Muchos campesinos que tuvieron que huir de sus pueblos por el
conflicto colombiano lo repiten una y otra vez: “Es mejor morir en nuestra tierra que
vivir de rodillas en las ciudades”. Algunos han regresado tras la firma del cese del
fuego bilateral y definitivo entre el Estado y las FARC de 2016. Otros lo hicieron
antes de esa fecha, a lo largo de los últimos años, a medida que sus zonas se fueron
apaciguando; o arriesgando todo cuando no soportaban más la vida urbana. Son
más de seis millones los desplazados que dejó la guerra. No todos volverán.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Alonso, J. (2004). La Psicología Analítica de Jung y sus aportes a la psicoterapia.


Universitas Psychologica, vol. 3, núm. 1, enero-junio, 2004, pp. 55-70. Pontificia
Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Extraído:
https://www.redalyc.org/pdf/647/64730107.pdf

Linde, P. (2017). Colombia tras el conflicto. Colombia: el país planeta futuro.


Recuperado de https://elpais.com/especiales/2017/planeta-futuro/colombia-tras-el-
conflicto/

Torres, A. (2019). Psicología y mente. Los tipos de inconsciente según Carl Jung.
Recuperado de https://psicologiaymente.com/psicologia/tipos-de-inconsciente-carl-
jung

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