El Decisionismo Politico, El Modelo Maldito

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EL DECISIONISMO POLITICO, EL MODELO MALDITO

Prof. Abraham Enrique Andara.


Teoría Política III 4to año. 2006.

En el campo de la politología, el modelo decisionista de la política no goza de


buen prestigio. Y esto es tan evidente que en esta disciplina los trabajos dedicados
a este modelo son relativamente escasos. Además, los autores que se pudiesen
suscribir a esta forma de asumir el estudio y el ejercicio del poder político evitan de
una u otra forma la estigmatización de “decisionista”, y no dudan en señalar que en
sus trabajos el análisis decisionista es meramente coyuntural, en realidad, algo pa-
sajero. Todo esto obedece a varias razones que son interesantes puntualizar.
En primer lugar, para los politólogos comprometidos con los ideales democrá-
ticos y con el pluralismo político subyacente, el decisionismo es simplemente un
modelo autoritario de ejercer el poder político y de imponer una discusión sin el ma-
yor consenso y sin la mayor discusión pública (deliberación) posible. En segundo
lugar, para los politólogos comprometidos con una visión específicamente tecno-
crática, el modelo bajo cuestionamiento es excesivamente extra-científico, cuasi-
racional y sumamente heurístico. En tercer lugar, para los politólogos con una pos-
tura pragmática del ejercicio del poder político, el decisionismo no sería propiamen-
te un modelo eficiente para guiar efectivamente la acción política y su quehacer dia-
rio, no se presenta como un marco teorético que pueda regular eficientemente la
praxis política. Sus presupuestos epistemológicos y sus axiomas fundamentales
serían muy débiles para guiar las complejas contradicciones de una realidad social
en crisis, y en vez de llevarlos por buen camino, lo llevarían a un colapso mayor, a
una catástrofe en realidad. En cuarto lugar, este es uno de los puntos más relevan-
tes, al politólogo no le cautiva mucho la idea de estar simplemente detrás de las
órdenes que impone el político de acción y convertirse en un simple legitimador y
justificador de las acciones tomadas por éste. En política, al politólogo no le agrada
el papel de “segundón”. Y por último, la estrecha relación ideológica que hubo entre
este modelo y los regímenes totalitarios de los años treinta y cuarenta del siglo pa-
sado, hace que los politólogos rechacen, no sin razón, gran parte del realismo polí-
tico que reclama el decisionismo.

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De todas formas, y a pesar de todas estas objeciones, el modelo ejerce una
profunda fascinación ¿por qué? La respuesta es muy sencilla. El decisionismo no
es un modelo politológico de analizar la realidad política (de hecho es profunda-
mente ignorado dentro de este gremio). En realidad, es un modelo político de apli-
car soluciones drásticas a situaciones conflictuales que ameritan urgencia, resolu-
ción y decisión. Todos estos lineamientos llevan dentro de sí la realidad del decisio-
nismo político, ya que es un modelo que se propone como alternativa al paradigma
de la politología liberal burguesa, técnica especializada y racionalista.
En el mundo antiguo no hubo ningún autor que defendiera específicamente las
tesis del decisionismo, y sólo podemos encontrar cierta aproximación en el mundo
de la sofística en su debate entorno a un orden justo y al papel del político en tal
desarrollo. Los sofistas se apegaron a la idea del gobierno como fruto de una con-
vención de circunstancias entre los hombres (nomos), más que un orden natural
(phisys) que a través de la razón se puede percibir y descubrir con “el orden justo
de las cosas”, como creían Sócrates y Platón. Es en el orden convencional, nomo-
lógico, en el que encontramos las ideas políticas de un Trasímaco, un Calícles o un
Polo, que se aproximan bastante al “mundo decisionista del más fuerte”. Sin em-
bargo, a pesar de que suscribieron a la idea del “poder de los más fuertes”, sostu-
vieron que todo gobernante toma las decisiones (gobierna) en su propio beneficio, y
se los impone a los demás bajo el engaño argumentativo del bien común o general.
Pero el decisionismo político que se empieza a construir entre los albores del rena-
cimiento europeo (cargado de una decisiva influencia republicana) y los inicios de
la revolución industrial (en pleno auge de las monarquías absolutas y del ascenso
social de la burguesía) no es simplemente una teoría antropológica del poder como
gobierno “de los fuertes” como propone buena parte de la sofística. A diferencia de
los sofistas no se basa en la separación radical entre el gobierno y el pueblo, cuyos
intereses podrían ser contradictorios. Tampoco, el objetivo del decisionismo no es
la simple y pura argumentación (“hechizar la mente con argumentos” ni el “cambio
del discurso débil en fuerte según la fórmula de Gorgias)”, para traer ventaja a los
que gobiernan y toman el poder en su propio beneficio. Ni mucho menos se cons-
truye como una ideología pedagógica para enseñar “el arte de gobernar” de los difí-
ciles asuntos del mundo político y social. Es que la piedra angular del decisionismo
esta en construir una relación hermética entre el gobierno y el pueblo en aras del

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bien común, que es el de todos, que se encuentra bajo amenaza de una situación
catastrófica. Y esto lo acerca a la propuesta dictatorial del antiguo legado romano,
sobre todo en la etapa de la transición entre la república y el imperio, es decir, en la
época cesarista. Esto implica que toda situación de crisis no debe servir como en la
segunda sofística de un “sálvense quien pueda” en una sociedad en crisis o de un
“raspar la hoya” de un Estado en quiebra. Ética y moralmente el decisionismo políti-
co tiene mayor relevancia (“salvar la patria”, “resolver la crisis e imponer una autori-
dad”) que la degeneración relativista y utilitarista de una segunda sofística. El deci-
sionismo político, como lo demostró Max Weber, tiene un fuerte ingrediente mesiá-
nico que no puede ser construido coyunturalmente, es decir, según cambien las
circunstancias.
Dentro de la teoría política se sostienen que los motivadores intelectuales de
este modelo fueron Nicolás Maquiavelo y Thomas Hobbes, que por paradójico que
parezca son los padres fundadores de la moderna ciencia política que posterior-
mente se convertirá en politología. No podemos decir que el corpus teórico de estos
autores sean exactamente anti-liberales, como los serán muchos elementos del
decisionismo contemporáneo, son más bien, pre-liberales. Por diferentes caminos
teoréticos, ambos autores comporten su preocupación por una sociedad en crisis y
ampliamente dividida que se abalanza sobre el mayor mal que puede sobrevenir a
una sociedad: La guerra civil. Esto no sólo debilita internamente a cualquier socie-
dad sino que también la pone a merced de las potencias enemigas extranjeras. An-
te este sombrío panorama, ambos autores comparten la idea de un gobierno fuerte
con poderes absolutos que pueda imponer el bien general y la unidad nacional. Y
ambos autores comparte la idea de que ante una situación de esta magnitud, cual-
quier decisión es buena con tal de que imponga el orden que luego se justificará
como “razón de Estado” (Maquiavelo) o del “interés nacional” (Hobbes). Y por últi-
mo, ambos autores comparten la idea de un poder ejecutivo fuertes (Príncipe o go-
bernante absoluto) que se imponga en un momento de grave excepcionalidad por
encima de cualquier discusión clericalista o parlamentaria. Para ambos autores,
ante esta grave situación, la autoridad o esta por “encima de la ley” (Maquiavelo) o
“hace la ley” (Hobbes), por lo que no debaten criterios contrapuestos de verdades
rivales. Por supuesto que muchos de estos elementos estarán en la raíz central del

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decisionismo como reacción antiburguesa, sobre todo, con la aparición del romanti-
cismo político y la filosofía de la vida (vitalismo) y su voluntarismo.

El modelo político decisionista y las pretensiones leviatánicas del Esta-


do.
El esquema político del liberalismo tenía como objetivo básico vencer las pre-
tensiones absolutistas del Estado dividiendo sus poderes en diferentes sectores
públicos (ejecutivo, legislativo y judicial como esferas públicas) y controlándolo me-
diante su sometimiento al derecho constitucional (Estado de derecho) que están al
servicio de los mecanismos invisibles del mercado. A pesar de ello, el Estado, co-
mo espacio público político por excelencia, no sólo logró vulnerar en muchos casos
estas limitaciones constitucionales y estructurales al concentrar y centralizar consti-
tucionalmente las esferas que dividían los poderes públicos en su interior tanto en
la versión del totalitarismo de derecha (nazismo y fascismo) como en los de izquier-
da (socialismo). El sociólogo histórico Michael Mann (1991) ha hecho una buena
apreciación cuando observa que la tendencia del Estado moderno es hacia el in-
cremento de su autonomía de poder, es decir, su tendencia es a incrementar su
poder despótico (la capacidad de tomar decisiones sin el concurso de la sociedad
civil) en detrimento de su poder infraestructural (toma de decisiones con el concurso
de la sociedad civil). Este incremento de la autonomía de poder del Estado se hace
más fuerte a medida que se burocratizan sus actividades básicas. Esta idea es par-
ticularmente importante para analizar los casos de los espacios públicos políticos y
sociales de América Latina.
El incremento desmedido de la autonomía relativa del Estado puede llevar di-
rectamente a la construcción del totalitarismo político, de acuerdo con lo señalado
por el modelo decisionista de la política. En este modelo, la política estatal penetra
en todos los ámbitos sociales, públicos y privados. El poder del Estado es asumido
por una élite o por un “líder redentor” (Weber-Maquiavelo) que hablando en nombre
de la masa (la mayoría) asfixia a la sociedad civil y sus iniciativas. En otras pala-
bras, el Estado reasume su pretensión leviatánica y la política se reduce a una rela-
ción de amigos/enemigos (Schmitt) donde el líder, o la nomenclatura del partido en
su defecto (Gramsci) toman las decisiones inconsultas y anormativamente en un
perpetuo estado de excepción. Decisiones que no pueden ser sometidas a críticas,

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porque son necesarias para solventar la grave crisis social. Veamos este modelo
político un poco más de cerca, como se expone en el siguiente modelo estructural-
funcionalista.

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De acuerdo con uno de sus máximos -sino el mayor- exponente de este mo-
delo político por excelencia Carl Schmitt el grito de guerra del decisionismo estaría
basado en el lema hobbesiano “Autorias, nom veritas facit legem”., lo que significa
que “la autoridad, no la verdad, hacen las leyes”, y lo que impone un límite a la pre-
tencion del modelo liberal de dividir constitucionalmente el poder absoluto de un
Estado al servicio de las leyes del mercado. Esta autoridad soberana la tiene el go-
bernante como máximo líder que tomas las decisiones en condiciones de caos e
incertidumbre social. Este modelo político se planteo como una alternativa política
para el disfuncionamiento del modelo liberal y su idea de excluir la teoría política
como forma de guiar y explicar la acción política. Observando la distancia que se-
para al modelo de espacio público liberal del modelo de espacio público decisionis-
ta se puede apreciar mejor la diferencia entre el liberalismo político y el decisionis-
mo político dentro de la modernidad.
Para la modernidad, el núcleo central de la política es la acción de la toma y
ejecución de las decisiones que tiene su núcleo central en la actividad gubernamen-
tal dentro de la esfera pública monopolizada por el Estado. Para este paradigma,
este acto político por excelencia se puede realizar desde dos perspectivas distintas;
una teorética (ampliamente favorecida por el liberalismo racionalista) y otra heurísti-
ca (ampliamente favorecida por el decisionismo). Estas dos perspectivas, marcan
los límites de la obediencia política entre la legalidad (liberal) y la legitimidad (deci-
sionista). Entonces, desde esta última perspectiva, se entenderá al decisionismo
político como la proyección ideológica y legitimatoria de la toma de decisiones. Por
proyección ideológica no debe entenderse el conjunto ideas que justifican racional-
mente o legalizan la toma de la decisión, sino la compleja realidad conflictual que
excusa legítimamente la toma de la decisión por muy drástica que sea. Entonces,
el decisionismo es la toma de decisiones radicales bajo un panorama social de ten-
sa conflictividad.
Dentro de este modelo, la toma de decisiones es la función fundamental de
toda actividad gubernamental y se establece esencialmente como un acto o activi-
dad sujetiva dependiente del sujeto pensante, o decisor. Esto quiere decir, que to-
mar una decisión es emitir un juicio o es establecer un criterio, bueno o malo, a tra-
vés de un proceso evaluativo sobre una coyuntura específica. La función funda-
mental de esta actividad es solucionar, o dar alternativas posibles en su defecto, a

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problemas o situaciones extraordinarias (excepcionales) que no hayan sido previs-
tas por la rutina administrativa o normativa (como presupone el liberalismo).
Como anteriormente habíamos dicho, y es necesario para nuestro objeto de
estudio aclararlo más, para que una decisión política sea ejecutada se puede hacer
a través de dos perspectivas distintas; o bien, desde una teorética (racionalista) o
bien, desde una heurística. En la primera perspectiva, quien toma las decisiones
tiene delante de si una serie elementos racionales, técnico e instrumentales (rece-
tas) que convertidos en “mapas mentales” guían efectivamente la ejecución de las
decisiones por un camino preconcebido. Por supuesto que nada de este proceso
asegura a ciencia cierta que dicha ejecución será ni efectiva, ni eficiente. De todas
forma esta perspectiva es privilegiada por el modelo liberal-burgués de asumir la
política cuyo fundamento legitimador esta basado en la demostración empírica y
científica. En este enfoque, el factor o variable tiempo juega un papel fundamental,
toda vez que el decisor puede proyectar el problema a futuro (tiene tiempo para
tomar decisiones) para darle la mejor solución de las diversas alternativas posibles.
Estas alternativas son definidas como “opciones preferenciales”, que luego de ser
ordenadas racionalmente pueden ser clasificadas desde la más eficiente racional-
mente hasta las menos eficientes racionalmente. La decisión adoptada toma en
cuenta dicha ordenación, y a través del debate con los diversos grupos opositores,
entre los que están a favor o los que están en contra, se toma la decisión que ten-
drá el menor costo y que producirá el mejor resultado en un cálculo de probabilida-
des.
En la segunda perspectiva, la heurística, la solución a un problema no se hace
a través de un plano teorético, sino práctico, apoyado por juicios referidos a valores.
Es decir, a medida que se presenta el problema a resolver (una crisis social, una
crisis personal, una coyuntura institucional) el sujeto decisor la va resolviendo en un
tiempo real. El factor tiempo en este panorama es fundamental, toda vez que se
presupone que “el tiempo es escaso” y todas las medidas a tomar deben hacerse a
corto plazo, lo cual la haría mucho más efectivas. Es por esta razón, que las deci-
siones dentro del decisionismo terminan en muchos casos siendo meramente co-
yunturales, y se deben legitimar más por un acto de fe (la pasión de creer que la
decisión realmente solucionará el conflicto), por lo que se exige la mayor colabora-
ción voluntaria (voluntarismo) de los entes comprometidos para que los efectos de-

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seados puedan convertirse en efectos reales. Si esta decisión logra su cometido,
cualquier discusión posterior moralmente válida, si fue buena o si fue mala, si éti-
camente es valida o no, pierde sustancia. El presupuesto básico es que ante cual-
quier coyuntura grave toda decisión es buena, es legítima.
Desde este último punto de vista, la política se concibe primordialmente no
como una cuestión ética, estética o económica, sino como un cuestión sustancial-
mente política, es decir, como una lucha por el ejercicio y el mantenimiento del po-
der (Weber) en beneficio de la comunidad, entendida como homogeneidad del
pueblo (Schmitt). Todo aquello que rompa sustancialmente esta “unidad” debe ser
considerado políticamente como un “enemigo público”, como alguien hostil (hostis)
que hay que combatir y eliminar. De esta forma, el político es el que hace una “pac-
to con el diablo” (Weber), el que es capaz, contra viento y marea, de llevar adelante
un proyecto político, y elimina todo aquello que se oponga al cambio, bien sea por
inacción, por diletantismo político o al opositor político renegado. El político auténti-
co se convierte en un líder que guía mesiánicamente a su pueblo (comunidad de
origen) a un mejor destino, aunque no se sepa a ciencia cierta cuál es, ya que allí
nada esta proyectado racionalmente. Todo se convierte en un eterno acto de volun-
tarismo pasional. Es por esto que la oposición entre razón y pasión se convierta en
uno de los debates más polémicos dentro de este modelo de espacio público anti-
burgués.
Socialmente hablando, el decisionismo a pesar de ser una reacción anti-
burguesa, anti-liberal nacida dentro de la misma burguesía, comparte los presu-
puestos básicos de la modernidad pero en su versión irracionalista. La “filosofía
irracionalista” tiene como supuesto fundamental el hecho de que la compleja reali-
dad social no pueda ser comprendida en toda su totalidad por lo que no puede ser
reductible a esquemas teóricamente explicativos, a procesos racionales ni sistémi-
cos, ni estructural-funcionalista. El “mundo de la vida” (la realidad tal cual es) se
puede comprender más con pasión o valores (sentimientos) que con razón instru-
mental. De allí que los “juicios de valores” y los “juicios con respecto a valores”
(Weber) sean parte integrante de la ciencia, aunque sea en una etapa de selección
del objeto de estudio, sobre todo en lo referido a la ciencia social. En el caso de la
formulación normativa de las leyes (culturales y jurídicas) en sí, su fundamentación
no dependerían de hechos objetivos de la realidad o de la relación causal (causa-

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efecto, que sólo seria valido para la ciencia natural) sino de los diferentes “juicios de
valor” (opinión) que expresen las diferentes interpretaciones de esa realidad. En el
caso de las ciencias jurídicas, la fundamentación legitimatoria de las leyes no esta-
ría en el Parlamento o en los Tribunales (que representa la pluralidad social y se
pierden en las discusiones interminable y diletantismo político), sino en el pueblo sin
intermediación alguna. El líder carismático, simplemente, sería el Juez y el albacea
de “espíritu de las leyes” que da el pueblo en actos simbólicos plebiscitarios.
Con respecto a la estructura del Estado, éste deja de ser entendido como una
maquina o empresa burocrática (Weber todavía lo consideraba así), y se convierte
en un ser vivo, orgánico, es decir que crece y cobra autonomía como la capacidad
de tomar decisiones soberanas. Comparados con el modelo liberal, dentro de este
“ser vivo”, las relaciones de equilibrios y colaboración de los poderes públicos
cambian sustancialmente. El poder ejecutivo, núcleo central del líder carismático, se
convierte en el centro del sistema político, al cual tienen que responder en resto de
los poderes públicos (Legislativo y Judicial), so pena de eliminación o castigo. Al
funcionario político que no acate las decisiones tomadas soberanamente por el líder
carismático se le tildará de “enemigo” el cual puede ser considerado desde un “trai-
dor”, un “corrupto o un “sedicioso” que hay que castigar con todo el peso de la ley y
la moralidad. La denigración pública se convierte en la vía de castigo propicia para
el político renegado. Esto hace que la clase política del modelo decisionista sea
altamente inestable y volátil.
La estructura burocrática también responde a los deseos soberanos del líder
ejecutivista (Presidente del país y líder del partido). El funcionario público debe
acatar pasivamente las decisiones pasionales tomadas por el líder predestinado, lo
cual se sostiene, lo hará de “buena gana”, toda vez que este tipo de funcionario
tiene una ética de la responsabilidad sin convicción, es decir, ejecuta y procesa las
decisiones en las cuales él como persona no cree o no piensa que serán efectiva,
“ese -se dice a sí mismo- no es su problema”, él esta allí para acatar y procesar, y
no para justificar. Son políticos sin pasión, “devoradores de cargos públicos”, sin
alma, que salen de los partidos políticos para repartirse los cargos públicos a título
personal. La responsabilidad de la efectividad o no de ejecución de las decisiones
se las dejará al líder que las justifica pasionalmente en un discurso ante el pueblo,

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toda vez que se hicieron para contrarrestar al enemigo público en un eterno estado
de excepción (crisis).
Este Estado gubernativo entre sus objetivos básicos se encuentra el control
efectivo sobre todos los ámbitos que represente la pluralidad social, y que poten-
cialmente se puedan convertir en unos “enemigos” de la homogeneidad social
(amigos). Es en esta línea donde se busca el control efectivo sobre los partidos po-
líticos, los medios de comunicación y las instituciones representativas como el legis-
lativo, todos ellos legítimos representantes de la “sociedad civil” en el modelo libe-
ral. La idea básica es que el Estado se tiene que emancipar del papel de subordi-
nación (sirviente) que le han señalado los intereses sociales e económicos del libe-
ralismo político. Dentro del liberalismo, la pluralidad social ha convertido al Estado
(Leviatán) en un servidor social pero con la agravante que no le da oportunidad real
de maniobra para resolver efectivamente, es decir políticamente, estos problemas
(Estado encadenado).
De acuerdo con las tesis de Schmitt, el Estado ha sido previamente neutrali-
zado (Siglo XIX) (despolitizado) por el sistema jurídico y por el legislativo, al reducir-
se a una ficción contractual que sólo interviene mínimamente en el proceso social
como un tercero “imparcial” entre dos partes enfrentadas (modelo contractualista)
que pueden resolver sus problemas o en términos económicos (a través de un con-
trato) o en términos normativos (a través de una discusión y deliberación). Al Esta-
do neutral lo ha sustituido el Estado Total (Siglo XX) que politiza virtualmente a toda
la sociedad, sobre todo en la versión democratizadora e igualatoria del “welfare sta-
te”. Es un “politización virtual” ya que lo único que se espera del Estado es que re-
suelva todos los problemas de los diferentes componentes plurales (culturales,
económicos, sociales, etc.) que integran lo social. En este esquema, el Estado in-
terviene en todos los asuntos sociales pero no de forma eficiente ni efectiva, ya que
al ser castrado políticamente (no tiene ni fuerza política, es decir soberanía) su in-
tervención es simplemente coyuntural, y sus respuestas muy ineficientes.
En otras palabras, el Estado es absorbido por las fuerzas plurales de la socie-
dad, y con esto es neutralizado políticamente. Lo que avizora este panorama no
sólo es la muerte del leviatán sino de la política misma, de su esencia, es decir, en
la capacidad de tomar decisiones soberanas y eliminar todo foco de resistencia
(enemigo, inacción o diletantismo político) en aras del bien común (homogeneidad

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del pueblo). Para revivirle la pasión a la política, se tiene que asumir que hay políti-
ca más allá del Estado, y que este es solo una realidad histórica específica de la
modernidad. El origen de la política no estaría en el Estado sino en la comunidad a
la cual deben subordinársele todos los poderes públicos, ya que es la fuente (po-
der originario) de la política. A pesar de que este modelo no conserva el optimismo
1
antropológico de Rousseau (el hombre bueno y libre), si apelan a su visión comu-
nitaria, toda vez que la comunidad encarnaría la “voluntad general” (como idea o
mito nacional), sin divisiones, ni pluralidades, convertida en la entidad política bási-
ca, el pueblo homogéneo, poder originario de las leyes y de la política, ya que se
reserva el derecho de declarar la distinción básica de los amigos público (lo que
estén con el pueblo) de los enemigos (los opuestos a los intereses del pueblo). Pe-
ro este pueblo no puede gobernarse directamente y necesariamente tienen que
elegir plesbicitariamente, dentro de la democracia participativa, directa y asamblea-
ría, a un líder que encarne su voluntad, su espíritu.
Con la unión líder/pueblo queda teóricamente asegurada la homogeneidad so-
cial del pueblo, ya que se sostiene que este es un tipo de “representación política
existencialista” donde el líder representa a un pueblo vivo y presente, y no como “la
representación liberal” que representa a un “pueblo siempre ausente” a través de la
formulación jurídica liberal de la suspensión del mandato imperativo de los votantes.
Esta entrega del pueblo al líder (cesarismo plebicitario) por supuesto que tiene un
precio (costo) que pagar, y en palabras de Weber sería cuanto a los seguidores del
líder, su “desespiritualización o proletarización espiritual”, lo que equivale a decir:
“para ser aparato utilizable por el caudillo ha de obedecer ciegamente, convertirse
en una maquina (...) no sentirse perturbado por vanidades de notables y pretensio-
nes de tener opinión propia” (La política como Vocación, 1987, Alianza, p.150).
Ante este panorama, queda la posibilidad real de aplicar en, en términos de
Schmitt, la dictadura democrática que no es otra cosa que la posibilidad que tiene el
líder de tomar soberana y legítimamente (en nombre del pueblo) las decisiones, y
evitar que los enemigos privados (enemicus) se conviertan en enemigos públicos

1
La visión antropológica del decisionismo político es que el hombre no es ni malo, ni bueno (Schmitt) o, en
palabras de Weber, a pesar de que el hombres es un ser más racional sigue actuando pasional y valorativamente
en muchos casos. De todas formas, en esta visión antropológica, es mucho más útil concebir al hombre como
malo, pasional y valorativo toda vez que este pesimismo permite plantear un optimismo politológico, ya que
hombre para controlar su pasionalidad tiene que unirse a otros (comunitariamente) para el bien de todos. Los

11
(hostis). En este marco, la centralización del poder y la superación del Estado de
Derecho para conservar el orden y la paz social son de vital importancia. Luego se
restablecerán las normas, que fueron suspendidas para su propia autoconserva-
ción. La dictadura no tendrá como fin la perpetuación del líder en su puesto, si lo
hace mal “....a la horca con él”, en términos de Weber, o hay que acordarse que “en
el pueblo esta el origen de la política, es decir, la posibilidad real de distinguir el
amigo del enemigo” (Schmitt). Y si el líder se convierte en el enemigo (hostis), el
pueblo recupera su poder político automáticamente y lo elimina.

La propuesta neodecisionista de Mouffe: el ámbito de lo político y sus


enemigos.
Actualmente Chantal Mouffe se ha declarado partidaria del decisionismo polí-
tico de corte schmittiano como una propuesta de “retornar a la política” y superar las
limitaciones del racionalismo liberal kantiano. Para la autora, a finales del Siglo XX
la democracia se encuentra ante una paradoja. Por una parte, se ha convertido en
el modelo político-ideológico predominante (aunque todavía no hegemónico) en un
mundo en cambio, pero por la otra, se encuentra sometida a un conjunto de dificul-
tades que amenazan su estabilidad. De las dos secciones de la paradoja, Mouffe
tratar de resolver la segunda parte a través de una filosofía política renovada. En-
tiende que la democracia no podrá ser un sistema hegemónico real, que permita la
convivencia sociopolítica plena y plural, hasta que no resuelva sus dificultades in-
ternas. De acuerdo con la autora, los inconvenientes de la democracia no solamen-
te se detectan en la inoperabilidad, ineficiencia o en la corrupción que algunas insti-
tuciones democráticas manifiestan. Evidentemente estos son problemas estructura-
les graves que generan un déficit consensual y axiológico sobre las instituciones
democráticas. No obstante, el enemigo más temible que enfrenta la forma política
democrática es la racionalidad, y más específicamente es la racionalidad liberal
heredada del pensamiento ilustrado kantiano. La ilusión liberal radicaba en que sólo
se podrían dar argumentos racionales para solucionar los problemas de la coexis-
tencia humana y garantizar la fidelidad de los individuos a las instituciones demo-
cráticas. Todo argumento irracional (o no razonable) era ilegitimo, se le podría con-

que no se unan, pueden declararse enemigos, diletantes políticos u hombres sin acción política, que hay que
eliminar o subordinar.

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siderar una “pasión” que tenía que ser eliminada o en el mejor de los casos se le
Comentario [.1]:
confinaría al ámbito de lo privado.
La racionalidad liberal niega la esencia misma de la política democrática al in-
tentar reducirla a un simple lugar de convivencia racional y moral entre individuos
(aislados) libres e iguales. Este tipo de racionalidad niega radicalmente las posibili-
dades de convivir con grupos humanos que no compartan nuestros mismos valores
o rasgos culturales (que no sean iguales). En otras palabras, la racionalidad liberal
niega el pluralismo, que es fuente de toda democracia, al querer extirpar la diferen-
cia y el conflicto del contexto sociopolítico.
Evidentemente este problema intrínseco de la democracia es afectado por
el tipo de concepción política que hemos heredado de la ilustración liberal. Esta
sólo entendía a la política como moral; era el lugar del consenso y la armonía
racional para el todo social compuesto de individuos competitivos, por lo que
quedaba oculto su lado conflictual y antagónico. En otras palabras, mientras la
política se proponía como objetivo para todo sistema político armonioso, lo políti-
co (el lugar del conflicto y la lucha antagónica por el poder) se tenía que aniqui-
lar, al no aceptar las “reglas del juego” del liberalismo. Para el racionalismo libe-
ral todo lo que sonara a diferente era conflictual o antagónico, se lo tildaba de
irracional (o no razonable) y se proponía su erradicación. Pero éste es un objeti-
vo imposible de cumplir toda vez que se constata que la política no puede existir
sin lo político, que el consenso no tiene sentido sin el conflicto, y que las posibili-
dades de la política está atravesada por la lucha antagónica por el poder. Lucha
que forma el componente básico de lo político. En otras palabras, El Retorno de
lo Político es reconocer el papel vital que juega lo político en la política. Sin esta
condición no se podrá crear una verdadera política democrática hegemónica, que
es el objetivo básico de la autora.
Claro está que Mouffe revive esta concepción de lo político de las viejas re-
flexiones anti-liberales expuesta por Carl Schmitt, que entendía a la política co-
mo la relación amigo/enemigo. Para Schmitt toda actividad política creaba una
situación antagónica que lograba que se identificara un “nosotros” por lo que se
preveía la existencia de un “ellos”. En esta concepción política schimittena, Mouf-
fe encuentra un lugar para admitir la existencia de la pluralidad, la diferencia y el
antagonismo. La identificación se puede crear en tanto hay una exclusión de un

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algo (un ellos o “exterior excluido”) y la afirmación de un nosotros. Esta identidad
social se revela política al ser una relación de poder político.

ALTERNATIVAS TEÓRICAS AL MODELO DE ES-


PACIO PÚBLICO LIBERAL Y AL MODELO DE ESPA-
CIO PÚBLICO DECISIONISTA.

Desde los años treinta del siglo pasado y desde las diferentes corrientes
ideológicas se han propuesto alternativas para superar los déficits que traen consi-
go tanto los modelos de espacio público liberal como decisionista.

La propuesta del socialismo: La creación de un “bloque histórico”.


Desde la izquierda se concibe que el decisionismo y el liberalismo no son mo-
delos políticos diferenciados sustancialmente. Ya Carlos Marx en “El Dieciocho
Brumario de Luís Napoleón” advertía la fuerza del decisionismo político con su en-
carnación del “bonapartidismo” donde la separación radical entre la sociedad civil y
el Estado (autonomía de poder) se llevaba a cabo con el objeto de defender el sis-
tema capitalista de los mismos burgueses y sus ambiciones desenfrenadas que
llevaban parasitariamente (burocráticamente) a usar los medios del Estado para
consolidar hegemónicamente su poder dándole prebendas a su séquito. La pro-
puesta de Antonio Gramsci ha sido muy discutida en este respecto al distinguir ex-
plícitamente un cesarismo progresivo (que lleva hacia el progreso social) y un cesa-
rismo regresivo (que lleva hacia la regresión social). En el primero se encontraba
figuras heroicas como Cesar o Napoleón I, en el segundo el Napoleón III (que Marx
tanto criticó) y Bismark.
La tesis fundamental de Gramsci se centra en atacar estratégicamente al ce-
sarismo regresivo, es decir, aquel donde no se propone un cambio de un Estado a
otro sino la misma evolución dentro del mismo Estado. En una fase catastrófica
donde las fuerzas progresivas y regresivas se anulan mutuamente se impone las
pretensiones hegemónicas del líder y del partido (de masa) por controlar y dominar
la sociedad a través del poder policial (más no ya directamente militar).
La idea de Gramsci de contrarrestar este tipo de decisionismo cesarista o bien
puede ser a través de la creación de un gobierno de coalición que no deja que se
impongan las fuerzas regresivas o mediante la construcción de un “bloque históri-
co” que con el concurso de todas las fuerzas sociales plurales (sociedad civil) sean

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capaz de oponer resistencia al poder hegemónico regresivo. Este bloque histórico,
como creación nueva y original por supuesto debería estar guiado por la vanguardia
del partido comunista (como nuevo príncipe) que sería capaz de guiar la praxis en
la consecución de la libertad política con el posterior ascenso del socialismo (filoso-
fia de la praxis). Lo más genial de la tesis de Gramsci es que intenta combatir el
“fuego con el fuego”, es decir, al decisionismo carismático del líder (que para
Gramsci sólo defiende los intereses económicos de la sociedad liberal y amenaza
con estrangularla) se impone el decisionismo del partido (comunista) como fórmula
mítica soreliana. Este bloque histórico se puede describir como una voluntad colec-
tiva nacional-popular que sea capaz de formar una “fuerza jacobina” eficiente y for-
me un nuevo Estado moderno dentro de una revolución nacionalista. Para que éste
se conforme deben concurrir tres factores importantes: 1) Una coalición entre las
diversas y distintas clases sociales urbanas (desarrolladas en el sector industria)
que junto con los campesinos irrumpirán en la vida política. 2) Una reforma intelec-
tual y moral que sea capaz de consolidar la voluntad colectiva dentro de una socie-
dad más civilizada elevando los estratos más deprimidos de la sociedad. 3) Un pro-
grama de reformas económicas que sea capaz de canalizar las reformas morales
propuestas. En palabras del propio Gramsci, el concepto de bloque histórico supo-
ne dialécticamente “…la unidad entre la naturaleza y el espíritu (estructura y su-
perstructura), unidad de los contrarios y de los distintos”. Aquí la ciencia política
juega un papel fundamental como teoría política guiada por la filosofía de la praxis.
Es una ciencia orgánica, viva, en pleno desarrollo tal como la concibió Maquiavelo
en su momento:

Se puede considerar que Maquiavelo quiere persuadir a estas fuerzas (el pueblo) de la nece-
sidad de tener un «jefe» que sepa lo que quiere y cómo obtener lo que quiere y de aceptarlo
con entusiasmo, aun cuando sus acciones puedan estar o parecer en contradicción con la
ideología difundida en la época, la religión. Esta posición de la política de Maquiavelo se repi-
te en el caso de la filosofía de la praxis. Se repite la necesidad de ser«antimaquiavélicos»,
desarrollando una teoria y una técnica de la política que puedan servir a los dos partes en lu-
cha, aun cuando se piense que ellas concluirán por servir especialmente a la parte que «no
sabia» porque se considera que es alli donde se encuentra la fuerza progresista de la histo-
ria. Y en efecto se obtiene de inmediato un resultado: el de destruir la unidad basada en la
ideología tradicional, sin cuya ruptura la fuerza nueva no podría adquirir conciencia de la pro-
pia personalidad independiente (Gramsci 1998, 13).

En otras palabras, el maquiavelismo político puede servir tanto para el decisio-


nismo del líder como al decisionismo progresista del partido, tanto al decisionismo

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del bloque hegemónico como al decisionismo del bloque histórico (“los que supues-
tamente no saben”). Esta es la única forma de destruir ese poder hegemónico co-
mo unidad basada en la ideología tradicional. Este poder hegemónico decisionista
se oculta detrás del partido político de masas donde los dirigidos tienen “fidelidad
genérica de tipo militar” a un centro que se mantiene oculto: “la masa es simple-
mente de «maniobra» y se la mantiene «ocupada» con predica morales, con estí-
mulos sentimentales, con mesiánicos mitos de espera de épocas fabulosa, en las
cuales todas las contradicciones y miserias presentes serán automáticamente re-
sueltas y curadas” (1997, 23). A este partido con tendencias totalitarias se impone
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el partido orgánico , histórico como concurrencia de todos los partidos que ha to-
mando conciencia histórica en los momentos decisivos y fundamentales y actúan
de forma monolítica y organizada y esto porque “… cada parte presuponía las otras,
tanto que en los momentos decisivos, cuando las cuestiones fundamentales fueron
puestas en juegos, la unidad se formó, el bloque se verificó” (Ibid, 28).

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Por orgánico, Gramsci entiende organización y administración en la política.

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