Andrés Bello y La Gramática Castellana Latinoamericana

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Andrés Bello y la Gramática Castellana latinoamericana

Resumen

Con apoyo en las propias palabras del autor, se da cuenta, por un lado, de las motivaciones,
estrategia, teoría gramatical, normativa y preocupación pedagógica presentes en la
Gramática Castellana de Andrés Bello, así como de la valoración que tuvo en su época
(siglo XIX) y en décadas posteriores hasta llegar al siglo XXI, y, por otro, se evalúa el
concepto de normatividad utilizado por Bello a la luz de recientes enfoques lingüísticos
sobre el tema, y la validez actual de una gramática normativa para los latinoamericanos.

Introducción

Decir que Andrés Bello fue un intelectual extraordinario no es decir nada nuevo. Fue por
cierto un notable humanista, que desempeñó innumerables funciones a lo largo de sus 84
años, en Venezuela, en Inglaterra y sobre todo en Chile, y lo notable es que todas las
desempeñó bien, varias de ellas notablemente bien. Pero no sólo eso: hacia 1850, a los 70
años de edad, Bello desempeñaba al mismo tiempo las funciones de rector de una
universidad, de subsecretario de RR.EE., de consultor del gobierno, de senador de la
República, de redactor de El Araucano y, además, trabajaba intensamente en la elaboración
del Código Civil y en sus obras de derecho, de filología y sus producciones literarias. No
cabe duda que Bello asimiló todo lo que en su tiempo se sabía y lo propagó de manera
magistral, porque era un estudioso de los clásicos, tenía una inteligencia clarísima y
penetrante, lógica inflexible, capacidad analítica y excelente memoria.

Entre 1881 y 1893, el gobierno de Chile, como merecido homenaje a la figura


latinoamericana más brillante del siglo, recopiló su enorme obra en cerca de 20 gruesos
volúmenes, que subieron a 24 en la edición venezolana posterior, iniciada en 1952.

Nacido en 1781, siglo XVIII, desplegó su enorme tarea intelectual en el siglo XIX, y esto lo
hizo con una actitud crítica, creatividad y apertura tales que se adelantó por casi una
centuria a muchas ideas que se desarrollarían posteriormente, ya entrado el siglo XX.
Sólo sobre un aspecto de sus preocupaciones deseamos desarrollar esta presentación, que
así quiere ser un modesto homenaje a un hombre extraordinario, uno de los últimos
productos de su época, de la educación de su época, que quería formar a un hombre íntegro,
en absoluto ajeno a cuanto fuera humano. Y es por eso que tenemos a un Bello historiador,
jurista, legislador, naturalista, filósofo, cosmógrafo, diplomático, periodista, educador,
político, filólogo, y además gramático. Fue, pues, un auténtico hijo del siglo de la
Enciclopedia, puesto que quiso cultivar todos los conocimientos humanos.

Entre todo lo que Bello hizo durante su vida, no cabe duda que el Código Civil y la
Gramática Castellana son sus obras más conocidas y que han tenido más trascendencia.
Ahora bien, estas obras en particular hay que entenderlas a partir de dos grandes ideas-
fuerza que orientaban no solo el pensamiento sino todo el quehacer social de nuestro autor.

Por la educación recibida, Bello -como muchos hombres de su época- no se conformaba


con su personal ilustración sino que sentía la necesidad de hacer cultos a los demás. El
progreso social, no sólo el cultivo personal, eran su meta. Esta idea, típica del siglo XIX, es
por cierto la que lo motivó a fundar una universidad que orientara toda la educación del
país, a redactar un código civil que sistematizara las relaciones jurídicas entre las personas,
a ser por muchos años redactor de un periódico, a legislar como Senador de la República, a
crear una gramática castellana que reorientara el uso lingüístico de los chilenos.

Pero además movía a Bello otro motivo que, desprendido de los motivos generales
mencionados, se hacía ahora particular: su patriotismo americanista, su ideal de una patria
común latinoamericana, sueño posible en momentos en que las jóvenes repúblicas salían de
su dependencia colonial para enfrentarse a la responsabilidad de países independientes. Esta
nueva situación exigía por cierto una manera nueva de comportamiento social y de
participación en la cultura del mundo, que debían ser regulados no sólo jurídica sino
también lingüísticamente. Este parece ser el fundamento último de estas dos obras
sobresalientes, cuya normatividad parece tener en Bello una raíz común.

Obra gramatical de Bello


Observando la obra gramatical de Bello -que no se reduce a su Gramática-, pero sobre todo
teniendo presente sus ideas, explicitadas aquí y allá, sobre la calidad del lenguaje usado por
los chilenos, queda claro que la Gramática que publica en 1847 en nuestro país es sólo la
culminación de una preocupación sobre la totalidad de la lengua. Como el uso de la lengua
va más allá de la construcción de la frase, y la gramática normativa, como la académica,
pretende normar ese uso, hay que entender que la Gramática de Bello se complementa con
sus observaciones ortográficas y ortológicas, que prefirió no incorporar en su gramática. En
efecto, desde temprano reflexiona nuestro autor sobre la lengua castellana, como prefiere
llamarla. Ya de 1810 data su Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación
castellana (1884), que fuera publicado sólo en 1841, en Valparaíso, uno de sus más
originales y profundos estudios.

A partir de 1823 su preocupación se centra en el aspecto escrito de la lengua,


específicamente en el ortográfico: de esa fecha son sus Indicaciones sobre la conveniencia
de simplificar i uniformar la ortografía en América (1884: 381-394), seguido por Ortografía
castellana de 1827 (1884: 395-400), Ortografía de 1844 (1884: 401-416), Reglas de
acentuación de 1845 (1884: 421-424), y Reformas ortográficas de 1849 (1884: 425-432);
en 1832 publica un breve artículo sobre Gramática castellana, donde fija su posición
respecto de cómo debe ser una gramática de la lengua materna o nativa, y en 1835, un
extenso tratado sobre Principios de la Ortolojía i Métrica de la lengua castellana (1884: 3-
229), seguido al año siguiente por sus Lecciones de Ortología y Métrica.

Motivaciones de su Gramática

1. La lengua, un bien político

Dice Bello en su Prólogo: "Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros


padres, en su posible pureza, como un modo providencial de comunicación y un vínculo de
fraternidad entre las varias naciones de origen español, derramadas sobre los dos
continentes".

Esta clara conciencia de la función socio-política que desempeña una lengua (en rigor, la
variedad formal de una lengua, o lo que otros llaman -con menos precisión- lengua común
o lengua estándar), lo lleva a condicionar la unidad nacional (política) a la unidad de la
lengua. Si bien era un decidido servidor de la emancipación americana, estaba convencido
de que lo que daría unidad a las nuevas repúblicas americanas era la cultura y la lengua que
tenían en común, y como estas eran las de España, no tenía sentido la separación o ruptura
cultural con la península. Por eso temía que el fraccionamiento del castellano en múltiples
dialectos y lenguas -que se podría producir luego de la liberación política de los pueblos
americanos respecto de España- pudiera oponer "serios estorbos a la difusión de las luces, a
la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional" (1954: 22).

Pero, a diferencia de lo que se pensaba en su época, Bello no veía en esa amenaza un hecho
natural inevitable, sino un fenómeno histórico y cultural, sujeto por tanto a una eventual
intervención. Y el instrumento de esa intervención era por cierto la gramática.

La unidad de la lengua, que Bello entendía como la participación de América con el mismo
derecho de España en la permanente formación de la lengua común, era para nuestro autor
un bien político inapreciable, de alcance no sólo nacional sino intercontinental, por lo que
la separación política de los países latinoamericanos de España por ningún motivo debía
llevar a la ruptura lingüística. Este fue el principal motivo que lo indujo a componer su
Gramática, según confiesa explícitamente en el Prólogo a la misma, convencido al mismo
tiempo de que el

cultivo [del buen uso] de la lengua la uniforma entre todos los pueblos que la hablan, y hace
mucho más lentas las alteraciones que produce el tiempo en ésta como en todas las cosas
humanas; que, a proporción de la fijeza y uniformidad que adquieren las lenguas, se
disminuye una de las trabas más incómodas a que está sujeto el comercio entre los
diferentes pueblos… (1884: 457).

2. Legitimidad de las variedades

La otra idea subyacente en su obra gramatical es su plena conciencia de que el uso del
español en América era y es diferente del peninsular en varios aspectos, y de que esa
diferencia es legítima. Dice en el Prólogo:
Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas, y que subsisten en
Hispanoamérica: ¿Por qué proscribirlas?... Si de raíces castellanas hemos formado vocablos
nuevos según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que
se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que
nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y
Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la
costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. (1954: 23).

Gramática para el uso de los americanos

1. La unidad de la lengua

El que hubiera añadido el subtítulo "destinada al uso de los americanos" a su Gramática no


significa -como pudiera pensarse- que se propusiera elaborar una gramática diferente de la
académica. El análisis de ella muestra que Bello veía la lengua castellana "como una y
común, y su Gramática -aunque en ella se advierta que está destinada al uso de los
americanos- es la gramática cabal de la lengua española sin restricciones" dice el eminente
crítico español Amado Alonso, en el prólogo a la edición venezolana de la Gramática
(1951: XVI). De hecho, ni siquiera en la corrección de los malos usos idiomáticos se atiene
Bello a los límites de América, aunque la educación lingüística de los americanos sea su
propósito capital.

¿Por qué denominarla así entonces, restringiendo su destinatario? Según declaraciones del
propio autor, dos fueron las razones:

1. El anticiparse al rechazo de los gramáticos peninsulares, "que pudieran negar a un


americano el derecho de corregir los malos usos idiomáticos de los españoles" (Bello,
1954: 20), para lo cual había que "manifestar el uso impropio que algunos [americanos]
hacen de ellas [las formas y locuciones]", y atajar "la avenida de neologismos de
construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América" (Bello,
1954: 22), y
2. Su desacuerdo con lo que él llama "supersticioso casticismo" de las gramáticas
españolas, que rechazaban como "viciosa" cualquier expresión americana que no se
practicara en la península. Y sus argumentos son irrefutables y pueden ser suscritos sin
vacilación por cualquier lingüista de hoy:

El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura


intelectual y las revoluciones políticas piden cada día nuevos signos para expresar ideas
nuevas; y la introducción de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y
extranjeras, ha dejado ya de ofendernos, cuando no es manifiestamente innecesaria, o
cuando no descubre la afectación y mal gusto de los que piensan engalanar así lo que
escriben (...) Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación
de algún verbo, ¿por qué hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en
Castilla?... (Bello, 1954: 22-23).

Con ello reivindica no sólo locuciones castizas usadas por los americanos y que para los
españoles son arcaísmos, sino también las innovaciones surgidas en América, como pueden
serlo nuevas palabras y nuevas acepciones de palabras surgidas en estas tierras por
necesidades tanto de nominación como expresivas.

2. Estrategia

Como Bello estaba pensando en una lengua común a América y España, pero respetando la
evolución de la misma en una y otra banda del Atlántico, debía elaborar una estrategia que
le permitiera redactar una gramática con los usos hispanoamericanos sin que ello fuera
sentido como un desafío a la gramática académica. De allí la explicitación de su
destinatario en el título de su obra, y de allí también que estuviese lejos de su intención
derribar la autoridad de la Academia, por muy española que fuese, para erigir otra en
América, pues aprecia su utilidad, y su propósito no es negar su obra, sino mejorarla.

En sus Principios de Ortología y Métrica (1884 [1835]) dice con claridad: "En medio de
tantas incertidumbres y controversias, mi plan ha sido ["para fijar lo correcto y lo vulgar"
en las pronunciaciones] adherir a la Academia Española, no desviándome de la senda
señalada por este sabio cuerpo, sino cuando razones de algún peso me obligan a ello" (195).
Lo dicho respecto de las pronunciaciones es válido naturalmente también respecto de los
usos significativos de la lengua, que son los que recoge en su Gramática. Por eso -como
dice Alcalá Zamora, anotador de la obra de Bello-:

Erraría gravemente quien juzgara la Gramática de Bello -creyendo además elogiarla- como
heterodoxa, cismática, iconoclasta y revolucionaria, con total olvido de que defiende la
pureza del idioma, procura ante todo asegurar su unidad, rinde culto ferviente a la tradición
clásica y a las grandes figuras en ella consagradas, y si bien se propone ser innovador y
progresivo, quiere serlo con razón y con pulso. (Pról. 1954: 12).

Su estrategia en este sentido se reveló acertada, porque muchas de sus propuestas fueron
incorporadas por la Academia en sucesivas versiones de su Gramática.

Finalmente, también es parte de su estrategia el no llamar a la lengua "hispanoamericana" o


"americana", que llevaría la impronta del separatismo lingüístico -precisamente lo que
quería evitar-, ni tampoco "española", en ese momento mención muy poco oportuna, sino
"castellana", conforme al uso habitual y oficial en España misma, hasta entrado el siglo
XX.

3. Teoría gramatical

Refiriéndonos ahora a su Gramática propiamente tal, la característica más destacada por los
estudiosos es que por primera vez se elabora una gramática de nuestra lengua que rechaza
explícitamente el modelo latino, vigente desde la época de Nebrija. Y nótese que Bello
llegó muy pronto a ser, entre tantas cosas, un reconocido experto latinista. En su artículo
Gramática castellana, de 1832, hace una certera crítica de la latinización indebida de la
gramática académica: "Así como la Academia introduce sin necesidad en el castellano
distinciones i clasificaciones que son peculiares de la lengua latina, así omite algunas que
no hicieron los gramáticos latinos porque no eran necesarias en el idioma que explicaban,
pero que lo son en el nuestro" (1884: 463). Y en el Prólogo, ya citado, escribe:

El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos respectos se


diferencia de los otros sistemas de la misma especie; de que se sigue que cada lengua tiene
su teoría particular, su gramática. (...) Y mal desempeñaría su oficio el gramático que
explicando la suya se limitara a lo que ella tuviese de común con otra, o (todavía peor) que
supusiera semejanza donde no hubiese más que diferencias (...) Una cosa es la gramática
general, y otra la gramática de un idioma dado: una cosa es comparar entre sí dos idiomas,
y otra considerar un idioma como es en sí mismo (...) Este es el punto de vista en que he
procurado colocarme, y en el que ruego a las personas inteligentes, a cuyo juicio someto mi
trabajo, que procuren también colocarse, descartando, sobre todo, las reminiscencias del
idioma latino… (1954, 17-18).

Pensamiento admirablemente moderno en una época en que predominaba una concepción


racionalista del lenguaje, lo cual pone a Bello como precursor de la lingüística moderna. Ya
en su artículo de 1832 sobre gramática decía sin dar lugar a dudas: "...el objeto esencial i
primario de una gramática nacional (...) es dar a conocer la lengua materna, presentándola
con sus caracteres i facciones naturales, i no bajo formas ajenas..." (1884: 465).

4. La autoridad de la lengua

Como consecuencia de lo anterior, proclama que la lengua misma es la autoridad en que


hay que apoyarse al explicarla, pues solo le parece legítimo dar cuenta de lo que una lengua
es, tal cual es y en estos tiempos, es decir de su uso:

No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable


en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que
ella constante une, ni para identificar lo que ella distingue... Acepto las prácticas como la
lengua las presenta; sin imaginarias elipsis, sin otras explicaciones que las que se reducen a
ilustrar el uso por el uso (…) Ver en las palabras lo que bien o mal se supone que fueron y
no lo que son, no es hacer la gramática de una lengua sino su historia. (1954: 19).

Fidelidad a su objeto de estudio, diríamos hoy.

5. La norma bellista
Pero son muchos los usos que se hacen de una lengua. ¿Cuál es el uso que se debe recoger
en una gramática de la lengua materna, nacional como él la llama? En otras palabras, ¿cuál
es el criterio de corrección, normativo, tras ese uso? Para Bello, la gramática de la lengua
materna debe educar a los ciudadanos en las buenas maneras de hablar. La gramática
recoge cuáles maneras de hablar son buenas y cuáles reprobables, y se cree obligado a dar
un fundamento para sus aprobaciones y rechazos. En las Nociones preliminares de su
Gramática define ésta como el "arte de hablar correctamente, esto es, conforme al buen uso,
que es el de la gente educada (...), porque es el más uniforme, en las varias provincias y
pueblos que hablan una misma lengua, y por lo tanto el que hace que más fácil y
generalmente se entienda lo que se dice..." (1954: 25; la cursiva es nuestra), y que en
definitiva identifica con la lengua literaria, ya que "si la gente educada -como dice Alonso-
tiene un modo de hablar más cultivado que la iletrada, eso se debe a que lo orienta con
cultivo y estudio hacia la lengua de los escritores, en suma, porque lo basa en la lengua del
arte literario que le sirve de guía y de correlato ideal" (Alonso, 1951: XVIII).

De esta manera, la gramática de Bello es directamente gramática de la lengua literaria, con


extensiones al uso doméstico [escrito y hablado] que las gentes educadas hacen de ella: "El
hablar de las clases educadas no es bueno con sólo ser practicado; tiene que acordarse con
la tradición literaria" (Alonso, 1951: XVIII). Por eso, si un uso de la gente educada está en
desacuerdo con los buenos escritores, Bello lo señala para que las personas educadas lo
enmienden y se generalice así el cambio.

Dice en su Prólogo, sin que se preste a duda: "Parecerá algunas veces que se han
acumulado profusamente los ejemplos; pero sólo se ha hecho cuando se trataba de oponer
la práctica de los escritores acreditados a novedades viciosas..." (Bello, 1954: 21). Tan clara
está en nuestro autor esta idea, que en su Gramática acoge formas ya desaparecidas del
buen hablar y hasta de los usos actuales de la literatura, con tal de que los encontremos en
las obras ejemplares de la literatura, el mismo razonamiento que utiliza la Academia para
justificar la acogida de ese tipo de vocablos en su Diccionario, y con el cual uno puede por
cierto estar en desacuerdo: "He creído también que en una gramática nacional no debían
pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente, ya
porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir a ella, ya porque su conocimiento es
necesario para la perfecta inteligencia de las obras estimadas de otras edades de la lengua"
(21).

La Gramática de Bello es, pues, normativa o preceptiva en su idea fundamental, y como tal
se propone codificar los usos normativos con propósitos correctivos. No podía ser de otro
modo en Bello, preocupado desde muy temprano por lo que en su tiempo se consideraba
usos viciosos o corruptos del lenguaje, hablado y escrito, preocupación que no sólo era
deontológica, sino política, ya que él, como muchos en su tiempo, asociaban la disolución
de la lengua con la disolución política y social de nuestros pueblos, semejante a la que
causó la disolución del latín en tiempos antiguos.

El mal uso de la lengua entre los chilenos era para él escandalosa, razón por la cual se
empeña desde muy temprano por combatirlo por todos los medios: haciéndolo presente a
las autoridades públicas y a la población letrada, a través de sus artículos en El Araucano; a
los padres y profesores, a través de sus Advertencias sobre el uso de la lengua castellana a
los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuela (1834 [1940]); a los
estudiantes, a través de su Compendio de Gramática castellana escrito para el uso de las
Escuelas Primarias (1884: 303-378), sin contar sus textos destinados a corregir la mala
ortografía y ortología de los chilenos, que, muy probablemente, no era mejor ni peor que la
de los demás pueblos americanos.

6. Preocupación pedagógica

Su interés por la enseñanza de la lengua, que orienta gran parte de su obra, se manifiesta no
sólo en ese Compendio de que acabamos de hablar, sino en que su Gramática misma está
concebida para dos tipos de destinatario: principiantes, y gente educada simultáneamente,
dificultad que nuestro autor sortea de una manera muy simple, y por eso mismo,
pedagógica. Dice en su Prólogo:

Hay en la gramática muchos puntos que no son accesibles a la inteligencia de la primera


edad; y por eso he juzgado conveniente dividirla en dos cursos, reducido el primero a las
nociones menos difíciles y más indispensables, y extensivo el segundo a aquellas partes del
idioma que piden un entendimiento algo ejercitado. Los he señalado con diverso tipo y
comprendido los dos en un solo tratado...Por este medio queda también al arbitrio de los
profesores el añadir a las lecciones de la enseñanza primaria todo aquello que de las del
curso posterior les pareciere a propósito, según la capacidad y aprovechamiento de los
alumnos (21).
Queda claro, entonces, que con su Gramática Bello se propuso hacer en rigor un
instrumento de educación en la lengua materna, no una gramática especulativa.

7. Relevancia de su Gramática

En relación con los contenidos gramaticales, aún cuando dedica el primer capítulo de su
obra a nociones elementales de ortografía literal y acentual y al silabeo, en la práctica se
restringe a una gramática sensu stricto al decir en su tantas veces mencionado Prólogo: "...a
la gramática incumbe exponer el valor de las inflexiones y combinaciones..." (20), no
distinguiendo -a diferencia de las gramáticas de su tiempo, encabezadas por la académica-
entre morfología y sintaxis, que le parece una separación meramente convencional y
artificiosa, con lo que manifiesta una vez más su originalidad y profunda comprensión de
los fenómenos del lenguaje.

No vamos a hacer aquí, en el breve marco de este artículo, una reseña de la Gramática de
Bello; las hay por decenas, pero ahora recordamos la muy acuciosa del notable gramático
Claudio Rosales titulada "Cien años de señorío de la Gramática de Andrés Bello" (1944-46)
-con ocasión de celebrarse el centenario de la publicación de su obra cumbre gramatical-,
cuyo solo título da cuenta de la vigencia que ella ha tenido a lo largo del tiempo, pese a
algunas inexactitudes, errores y vacíos. Tan solo queremos expresar que, además de los
temas gramaticales en que coincidía con las gramáticas de su época, como las de la
Academia, Vicente Salvá, Pedro Martínez López y el bachiller A.M. de Novoa, Bello
abordó temas nuevos, con sagacidad y maestría indiscutibles, partiendo de ciertos
postulados que se hallan implícitos en el texto mismo, y que le dieron a su Gramática una
estructura interna que la colocó sobre todas las de su tiempo.

Que cada lengua es un sistema peculiar de signos expresivos; que la palabra vale en cuanto
elemento constituyente de la oración; que la estructura formal de una palabra se halla
condicionada por su valor funcional; y que el carácter fundamental de una palabra es su
valor funcional (Rosales, 1944-1946: 250), son principios que no se encuentran en los otros
autores de su época, que presidieron la concepción de su Gramática, y que orientaron su
tratamiento de esos temas nuevos a que aludíamos arriba: su clasificación de los verbos
irregulares, el significado de los modos y tiempos del verbo, la novedosa y práctica
denominación de estos últimos, las construcciones anómalas del verbo ser, las
proposiciones impersonales de los verbos haber y hacer, la negación implícita, el número
de las partes de la oración, el género gramatical, la supuesta declinación de los nombres, su
clasificación de las oraciones, su análisis de la oración comparativa, la distinción entre
oración y proposición, etc. Aunque no siempre anduvo afortunado en su comprensión de
los abstrusos problemas gramaticales, como en su identificación del artículo el con el
pronombre él, en el papel que le asignaba a la preposición en la sentencia, o en el valor que
le asignaba al participio verbal.

Dice Rosales: "No hay cuestión que se debatiera en los comienzos del siglo pasado [siglo
XIX] sobre cuestiones del lenguaje que no haya sido tratada en ella [la Gramática]…"
(255). Y aunque ciertas soluciones por él dadas no satisfagan hoy completamente, la
macicez de su obra mirada en su conjunto mereció que sucesivos comentaristas, como
Rufino José Cuervo, Marco Fidel Suárez, Francisco Merino Ballesteros o Niceto Alcalá
Zamora, aclararan esos puntos oscuros, lo que le ha permitido gozar, como ninguna otra, de
una vitalidad tan vigorosa -con excepción de la gramática académica, que es institucional-,
constituyéndose, en palabras de Amado Alonso, no sólo en la mejor de nuestra lengua, sino
"como una de las mejores gramáticas de los tiempos modernos en cualquier lengua"
(Alonso, 1951: LXXXVI).

Proyección de la Gramática de Bello

Con todas las virtudes que hemos enumerado, una gramática como la suya estaba destinada
a triunfar. Y así fue en efecto, si nos atenemos solamente al número de ediciones que tuvo,
una cincuentena, en distintos países, incluido Francia, donde se hicieron, asombrosamente,
24 ediciones. Con todo lo dicho, ¿por qué en Chile e Hispanoamérica no tiene hoy la
presencia que tuvo en su época y en los cien años que le siguieron?

Probablemente porque un romántico sentimiento de hispanidad ha inducido a los gobiernos


de las repúblicas americanas a robustecer los lazos que las unían a la que un tiempo fue la
metrópoli del imperio español -y que aún hoy se sigue viendo por muchos americanos
como la cuna y el modelo de la lengua-, imponiendo la enseñanza obligatoria de la doctrina
gramatical de la Academia de la Lengua, ortografía y ortología incluidas.

Probablemente también porque su autor sólo pudo corregir y mejorar su obra hasta la sexta
edición, y las observaciones de sus comentaristas posteriores no podían tener el valor de
una actualización hecha por el propio autor, lo que sí ha podido hacer la Real Academia
con la suya en cada una de sus ediciones, incorporando incluso muchas de las ideas del
gramático venezolano.

Finalmente, es sintomático que su debilitamiento coincida con el de la gramática


académica, cuya última edición data de 1931 y cuyo Esbozo de una nueva gramática de la
lengua española, de 1973, resultó tan poco convincente que no ha generado aún la tan
esperada nueva gramática española (aunque hay noticias de que en 2007 sería aprobado,
por la Asociación de Academias de la Lengua Española, el texto de la Nueva gramática de
la lengua española). Y esta coincidencia tiene bastante que ver, en nuestra opinión, con el
criterio "normativo" que tanto la Academia como Bello y los demás gramáticos de su época
aplican en su gramática.

Tres son las notas, a nuestro juicio, que caracterizan este concepto de normatividad, que se
expresa como norma académica o norma purista:

Primero, está asociado en definitiva con la lengua o variedad literaria, solo que Bello la
extiende a la gente educada. La Academia no se pronuncia explícitamente en relación con
el hablar correcto, pero los modelos que utiliza son claramente literarios. Bello, por el
contrario, es explícito a este respecto, puesto que en su Gramática quiere presentar, o
exponer, el buen uso, es decir, el uso correcto que de la lengua hace la gente educada. Pero
se da cuenta de que ésta no es garantía del buen uso, por lo que recurre a los escritores de
prestigio como modelo, y a su propio parecer. Finalmente es él quien juzga el buen uso de
la lengua, porque él se reconoce, y otros le reconocían y reconocemos hoy, como un buen
usuario de la lengua, como un modelo:

Algunos dicen en el presente de subjuntivo: yo haiga, tú haigas, etc. Debe decirse haya,
hayas, etc.... Yerran asimismo contra la propiedad gramatical los que no distinguen entre
competer y competir... A nosotros (...) nos parece preferible en esta variedad de práctica
pronunciar y escribir transacción... En las composiciones de la mayor parte de los poetas
americanos se halla también frecuentemente violada esta regla prosódica… (1940 [1834]:
467).
Ahora bien, en este criterio mixto prevalece el juicio del buen usuario, que es modelo de
lengua. ¿Por qué no precisarlo, sometiendo hoy el uso normativo a la competencia de un
grupo de hablantes públicos, reconocidos en el país como buenos usuarios de la lengua, a
los que un equipo de investigadores solicite emitan juicios valorativos sobre los usos
lingüísticos contenidos en textos -orales y escritos- emitidos en situaciones públicas de
comunicación que les sean sometidos a su consideración?

No se nos escapa que hay cierta circularidad en este procedimiento, pero ella es
insoslayable tratándose de juicios subjetivos y de normas prescriptivas. Lo que interesa
finalmente es el resultado, que el procedimiento funcione y se obtenga la norma canónica
buscada con la que esté de acuerdo, si no todos, la mayoría de los usuarios lingüísticamente
cultos. Como se puede ver, el criterio de corrección subyacente en la solución que
proponemos corresponde al uso consagrado, en las situaciones formales, por los hablante-
escribientes públicos estimados como modelos de lengua, que deja fuera el uso literario,
que en rigor no se puede confundir con el uso práctico, cotidiano y público de la lengua,
porque obedece a funciones distintas. Esto, claro está, significa adoptar como criterio
normativo el de la variedad formal de la lengua, que hemos desarrollado en varios trabajos
(Wagner, 2001-2002), y no el de la variedad literaria.

Segundo, su carácter exclusivo, es decir, su desconocimiento, más o menos velado, de la


legitimidad de los otros usos que no son el buen uso de la lengua, dicho técnicamente, de
las otras variedades de la lengua. Pretensión que por cierto ha contribuido fuertemente al
descrédito de este tipo de gramática, porque el hablante corriente se siente presionado a
hablar de una sola manera, cuando intuitivamente sabe que tiene derecho a utilizar todas las
variedades de la lengua que están a su disposición en una comunidad idiomática
determinada. La sociolingüística ha puesto en claro que el buen uso de la lengua sólo es
privativo de un tipo de situaciones de comunicación, las situaciones formales, porque ellas
son públicas y permiten el despliegue de una serie de funciones de la lengua indispensables
para la sociedad y que no le pueden proporcionar las otras variedades. Y ese buen uso debe
responder a una norma imperativa y evaluativa, como la norma académica, y como toda
norma, pero a diferencia de la académica, debe además ser flexible -para amoldarse a las
nuevas preferencias de los hablantes-, y restringida a las situaciones formales.

Tercero, se expresa en un lenguaje ciertamente ambiguo, descriptivo-prescriptivo, que no


siempre permite tener claridad respecto del tipo de texto al que uno se enfrenta, y que suele
provocar confusión entre sus usuarios: ¿se trata de una gramática científica que se limita a
describir los hechos de lengua, o de una gramática prescriptiva que norma el buen uso de la
lengua, cualquiera que sea el criterio normativo utilizado? Nuestro autor define la
gramática de una lengua como el arte de hablar correctamente, pero a renglón seguido dice
(la cursiva es nuestra): "...una lógica severa es indispensable requisito de toda enseñanza..."
(Bello, 1954, 17); así también "Insistimos en que el estudio de la lengua nativa debe ser
rigurosamente analítico" (1884: 465), utilizando un lenguaje que, a nuestro juicio, se aviene
mejor con un enfoque científico.

El discurso que requiere la nueva gramática normativa es un discurso que prescribe


acciones con el propósito de informar a los usuarios acerca de las técnicas empleadas para
alcanzar fines de carácter práctico: un discurso prescriptivo-informativo entonces, que en
estricto sentido puede denominarse, siguiendo a Morris (1962: 161-163), discurso
tecnológico.

La fundamentación de esta idea hay que buscarla en el hecho de que toda lengua es -como
enseña Coseriu (1977; 1958)- una técnica (histórica) del hablar o discurso, una técnica de
validez general de la que todo hablante histórico dispone para la realización de su libertad
expresiva.

Para cada hablante la lengua es un saber hablar "en" una determinada comunidad, "de
acuerdo a" ciertas situaciones y "según" una determinada tradición. Este saber lingüístico
es, más precisamente, un saber hacer, es decir, un saber técnico, práctico; en otras palabras,
un conjunto de acciones aplicadas a la ejecución de la lengua y que puede, en consecuencia,
aprenderse por la simple ejercitación, y corregirse si es el caso, con el fin de cambiar una
estructura (estructura ya realizada con esa técnica y con determinadas pautas: piénsese, por
ejemplo, en la pronunciación de tr en tren, atraso o trabajo) o aprender otra ignorada.

¿Una Gramática Castellana latinoamericana?

Finalmente, ¿se justifica hoy una gramática normativa para los latinoamericanos? La
respuesta requiere algunas precisiones. Primero, con el conocimiento que la lingüística,
especialmente la dialectología, ha ido adquiriendo sobre la existencia de las variedades
dialectales del español, ya no cabe seguir sosteniendo la oposición "español de España /
español de América", que era muy natural en tiempos de Bello. Las hablas españolas en la
península no son homogéneas, y tampoco lo son las de América: hay regiones de España,
como la meridional, que son coincidentes con amplias zonas litorales de América, y
muchísimas zonas americanas del interior cuyas variedades se asemejan a las del centro y
norte de la península, por lo que no tiene sentido elaborar ningún tipo de gramática que
responda a una unidad exclusiva en realidad inexistente.

Segundo, si se está de acuerdo con la teoría de la variedad formal de la lengua, que


circunscribe su uso (buen uso) a las situaciones públicas de carácter formal -diálogo no
familiar, difusión por los medios, discurso público, exposición, informe, publicidad,
instrucción canónica-, entonces sí tiene sentido la redacción de una gramática normativa,
pero para cada comunidad idiomática donde la variedad formal utilizada es asumida como
propia y diferente de otras semejantes.

La ciencia lingüística ya ha aclarado que dos o más comunidades idiomáticas (en rigor,
comunidades de habla) que comparten la misma lengua pueden estar condicionadas por
normas prescriptivas diferentes derivadas de modelos diferentes, de lo que se desprende
que ninguna de las variedades prescriptivas puede ser superior a otra, y que todas
comparten una amplísima zona común. Por esto son tan legítimos los términos chil.
financiamiento / esp. financiación, o chil. vereda, esp. acera, mex. banqueta. Es la tarea que
en definitiva deberían realizar (o sancionar, si las elaboran no académicos) las distintas
Academias de la lengua asociadas a la Real Academia.

Y si es deseable mantener la unidad del idioma -para efectos de una comunicación más
amplia y eficaz-, se hace muy útil una gramática normativa panhispánica, que caracterice a
todo el conjunto como perteneciente al español, tarea que le correspondería por cierto a la
Real Academia de la Lengua, que se enfrentaría entonces a dos posibilidades: codificar sólo
lo que es común a las variedades formales de todo el territorio hispanohablante, o que a ello
se sumen las normas formales alternativas de las distintas comunidades idiomáticas. De
esta manera, cualquier hispanoparlante -y eventualmente cualquier extranjero- tendría a su
disposición una pauta normativa correspondiente al español formal, en lo que este presenta
de común (primera opción) o en lo que este presenta de común y de diferente en todo el
ámbito hispanohablante (segunda opción), que podría contribuir más eficazmente que como
ha ocurrido hasta ahora a la tan deseada unidad de la lengua.

Cualquier opción que tome la Academia al respecto implicará por cierto la elaboración
previa, si no de todas, al menos de un cierto número de gramáticas formales de
determinados comunidades de habla, que suelen coincidir, pero no siempre, con las
fronteras políticas de los países. Las ediciones sucesivas de este instrumento normativo
irían incorporando naturalmente las nuevas alternativas formales.

Aunque una propuesta como esta es plenamente realizable, porque felizmente para el
español existe la Asociación de Academias de la Lengua Española, no se nos escapan las
grandes dificultades de su posible concreción.

Tercero, por lo que se lleva dicho, los nuevos instrumentos normativos deberían asumir
características muy diferentes de las gramáticas vigentes, tanto en el contenido como en la
forma, sin olvidar el nombre mismo de "gramática", ya ambiguo y con connotaciones
demasiado marcadas.

Coseriu, ya en 1978, escribía: "la gramática normativa (...) no es ni teoría, ni descripción, ni


estadística, sino un cuerpo de recomendaciones" (75). En realidad, por todo lo argumentado
y por su carácter de técnica, este instrumento normativo debería adoptar las características
de un Manual de uso de la lengua, porque debería limitarse a informar acerca de cómo
hablar y escribir bien el español formal (de Chile, de México, etc.): ni más que eso ni
menos que eso. Para lo cual se elaborarían las normas que deben configurar ese cuerpo de
instrucciones técnicas encaminadas a la consecución del objetivo de hablar y escribir de
acuerdo a una normativa formal previamente especificada -la que puede ser obtenida como
se sugiere en un párrafo anterior- que constituya modelo para una comunidad de habla
determinada. Esas normas deberían permitir, por ejemplo, que un usuario pudiera
pronunciar adecuadamente la ch, atenerse a la puntuación que corresponda, manejar la
concordancia sujeto-verbo, etc., instrucciones que para el usuario deben constituir
evidentemente un conocimiento práctico y no uno teórico.

La idea de Bello de una gramática normativa que trascendiera las fronteras de un país y
pudiera hermanar a todos los hispanohablantes -que puede ser vista como correspondiente
al ideal político americanista de su amigo Bolívar- tiene, pues, a nuestro juicio, pleno
sentido, aunque no en los términos ni con el propósito que movieron a este insigne
americanista a elaborar una gramática de ese tenor.
La Gramática de Bello destaca con caracteres singulares dentro de la rica y variada
producción del insigne polígrafo venezolano. Leyéndola, después de conocer otras
gramáticas, es imposible no reconocer sus méritos. Ello explica por cierto su temprana
celebridad, su rápida difusión y su éxito indiscutido, que le han valido la más larga vigencia
entre las gramáticas particulares en la historia de nuestra lengua
La Gramática de la lengua castellana (1847) de Andrés Bello es un texto clásico que,
sin embargo, muestra una sorprendente actualidad. Se exponen tres aspectos de este
libro que dan cuenta de esto: uno, la concepción cultural de la gramática; dos, la
concepción de la lengua como sistema aplicada a la descripción de las clases de
palabras y tres, la noción de pronombre como clase de palabra definida dentro de la
estructura interna del sistema.

Palabras clave: Andrés Bello, gramática, categorías gramaticales, pronombre.

PREÁMBULO

La importancia de la obra de don Andrés Bello, y específicamente de su Gramática de


la lengua castellana (1847), ha sido reconocida, y con plena justicia, hace ya tiempo1.
No solo: la obra de don Andrés sigue concitando interés en todos los ámbitos de la
cultura hispanoamericana. Con relación a la Gramática, prácticamente todos los
aspectos de esta obra fundamental para el desarrollo de nuestra concepción de la
lengua, tanto en su carácter de sistema de signos como en su condición de institución
cultural, han sido reconocidos incluso más allá del ámbito hispánico2.

En esta breve presentación, y más allá de la ponderación o del análisis erudito, dentro
del espíritu interdisciplinario de la Cátedra Andrés Bello, solo se pretende poner de
manifiesto la impresionante actualidad de la Gramática de la lengua castellana. Para
ello, se mostrarán tres aspectos de esta obra fundamental, tres verdaderos hitos que
parecen particularmente dignos de atención en los tiempos que corren. El primer hito
tiene que ver con la integración de la gramática, en el sentido de texto que expone la
estructura y el funcionamiento de la lengua, en su entorno cultural; el segundo hito se
refiere a la concepción misma de la estructura gramatical de la lengua como sistema,
en una perspectiva algo más teórica, y el tercer hito describe un aspecto puntual del
análisis de una categoría lingüística específica, a saber, la noción de pronombre.

PRIMER HITO

En el caso de un idioma estandarizado3, es conveniente distinguir entre dos aspectos


que tienen que ver con la disposición cultural de los miembros de la comunidad
hablante. Un aspecto tiene que ver con el hecho de ser, simplemente, hablante de la
lengua, esto es, una persona con la competencia adecuada para elaborar mensajes y
para decodificarlos. Es el caso de la enorme mayoría de los hablantes, que no van más
allá de su condición de tales, sin plantearse el asunto de la tradición en la cual se
inserta su idioma ni el problema de su estructura y funcionamiento. El otro aspecto
tiene que ver con la disposición de ciertos hablantes para, además de ser usuarios de
la lengua, dar cuenta de su condición de tales, esto es, la capacidad de plantearse
cómo está hecha y cómo funciona la lengua y cuál es su relevancia en el marco de la
identidad cultural de la comunidad hablante.

Esta segunda situación es característica de las lenguas que han alcanzado un grado
considerable de estandarización, pues presupone, por parte del hablante, la capacidad
de reflexionar acerca de lo que se hace, lo que lo constituye en lo que llamamos un
hablante culto.
Consideremos la historia de nuestro romance castellano: si pensamos que ya en el
siglo sexto este dialecto se había distanciado del todo del viejo tronco latino,
constituyéndose en una lengua diferente, pasaron al menos siete siglos antes de que
sus hablantes empezaran a escribirlo en forma autónoma e institucionalizada, y dos
siglos más antes de que un adelantado osara escribir una descripción de su estructura
y funcionamiento. Este adelantado fue el maestro Antonio de Nebrija y su obra
pionera, la Gramática de la lengua castellana, es de 1492. Antonio de Nebrija nos
muestra, entre otras cosas, el sentido cultural de la elaboración de una gramática:
constituirse en una forma de apropiación de la lengua materna como una institución
reconocible, susceptible de ser usada en todas la circunstancias de la vida social, desde
los menesteres más básicos hasta los productos más explícitamente normados e
intelectualizados y, en consecuencia, una manifestación básica de la autonomía de la
comunidad y garantía de unidad no solo comunicativa, sino cultural, política, territorial
y, en el caso de Nebrija, religiosa4. Así vio el sentido de su obra el propio maestro
Nebrija al referirse, en expresión tan clásica como malentendida, a "la lengua
compañera del imperio", esto es, encarnación de una identidad nacional y de un
proyecto compartido. (Al mismo tiempo, Nebrija entendió la relevancia de enfatizar la
autonomía propiamente estructural de la lengua como sistema de signos, dejando en
claro que su sistema de escritura, sus categorías gramaticales básicas y su modo de
organizar una visión propia del mundo la hacían una digna sucesora y continuadora
preclara de las grandes lenguas que la historia le ponía como ejemplo: el hebreo, el
griego y el latín). De algún modo, la prodigiosa expansión de la lengua castellana por
el ancho mundo tuvo un sustento simbólico en la obra del maestro Nebrija.

A partir del siglo dieciséis, más y más intelectuales, escritores y líderes políticos,
religiosos y culturales afianzan el desarrollo de la lengua castellana como un idioma
estandarizado capaz de sustentar la armazón comunicativa de un vasto imperio.
Maestros gramáticos y lexicógrafos, como Gonzalo de Correas y Sebastián de
Covarrubias son cumbres en este aspecto, junto con los grandes creadores que
asientan un sistema de actitudes lingüísticas y culturales y un corpus literario que
permiten hablar de verdaderos clásicos de una lengua que rebasa cada día más los
límites de sus modestos inicios.

En el siglo dieciocho se produce un segundo momento crucial en el desarrollo del


proceso de estandarización de la lengua castellana, con la instalación, en 1713, de la
Real Academia Española, lo que viene a institucionalizar la conciencia de unidad en
torno a una lengua conscientemente cultivada. La Real Academia centraliza todos los
aspectos que tienen que ver con el cultivo idiomático intelectualizado de modo
explícito: la ortografía (publicada en 1741, haciendo cuestión central de su sustento en
la pronunciación más que en otras consideraciones), el léxico (mediante un estupendo
diccionario, editado en varios tomos a partir de 1726) y la gramática (cuya primera
edición es de 1771). Hay dos aspectos extraordinariamente relevantes de la temprana
labor académica: uno es el carácter de institución de servicio que se impuso la
corporación, servicio tanto a la lengua misma, en el sentido de ser fieles a su
estructura y su "lógica" interna, y servicio a la comunidad hablante, en el sentido de
presentar modelos culturalmente funcionales para el cultivo intelectualizado y creativo
de la lengua. Como lo demuestra aquel vetusto Diccionario de la Lengua Castellana,
que hoy llamamos "diccionario de autoridades", la Academia se concibe a sí misma
como entidad de autoridad delegada, pues las verdaderas autoridades son los
escritores e intelectuales más caracterizados que han plasmado su huella en la lengua
común. Otro punto digno de mención es el hecho de que la Real Academia se concibe,
desde su fundación, como básicamente española, esto es, como institución patriótica,
y concibe a la lengua como una manifestación de una tradición y de una identidad
también básicamente españolas, aunque ya para entonces, de hecho, la lengua había
rebasado los límites geográficos, culturales y étnicos de la mera españolidad5. Esta
actitud tiene su punto culminante precisamente después de la emancipación de las
naciones hispanoamericanas, cuando la Academia se erige en autoridad idiomática por
sí misma (un símbolo de ello es la supresión de las citas de autores –"autoridades"– en
el diccionario) y tiende a concebir la lengua española como una empresa española en
un sentido más bien estrecho, marginando de algún modo la importancia de las
naciones hispanoamericanas y generando una actitud de resentimiento idiomático.

En este contexto aparece, en 1847 en Santiago de Chile, la Gramática de la lengua


castellana destinada al uso de los americanos, de don Andrés Bello. (Nótese, de paso,
que este acto explícito de dedicar la obra "al uso de los americanos" se ha obviado en
la mayor parte de las ediciones posteriores de la obra y en muchos de los estudios
acerca de la misma).

Así como el maestro Nebrija planteó su gramática como una apropiación de la lengua
castellana en el marco de una unidad imperial española, fuente de ejemplaridad
sistematizada, don Andrés Bello plantea la suya en el marco nuevo de una lengua
internacional, o quizás mejor supranacional, suprageográfica y supraétnica. La mayoría
de los hispanohablantes ya no es nacionalmente española, ni étnicamente de origen
europeo. Así, Bello concibe la lengua común no ya como "española" en un sentido
estrecho y exclusivista, sino ampliada a un rango cultural y funcionalmente muy
superior. La lengua, sin dejar de ser española, es ahora la lengua de un vasto
conglomerado de comunidades, una de cuyas características más relevantes es la
diversidad. Para él la noción de diversidad no se contrapone con la noción de unidad,
pues diversidad alude a los rasgos identitarios de naciones diversas y unidad alude a
una condición interna de la lengua misma como sistema de signos, afincada en una
sólida tradición. En esto, Bello difiere tanto del patriotismo idiomático estrecho de
muchos intelectuales españoles como del antiespañolismo esterilizante de muchos de
sus contemporáneos. Bello no reniega de la tradición, especialmente de la tradición
escrita, fuente de ejemplaridad y de unidad, pues, entre otras cosas, no la considera
"española" sino fuente de una continuidad comunicativa nunca rota. Para él, la
literatura del pasado es un reservorio, vigente para todas las comunidades
hispanohablantes, de riqueza y energía cultural, pero al mismo tiempo, entiende que la
lengua ha de ser desde ahora cultivada en una dirección de participación
intercomunitaria en un mundo donde los hablantes de la lengua común, que él por eso
mismo prefiere llamar con el antiguo dictado de "castellana", mejor que "española",
tienen el derecho a participar por igual, cada uno desde su identidad y desde su
empaque cultural específico. La lengua resulta ser el instrumento de un ámbito
comunicativo que se ha ampliado no solo en lo geográfico, sino que se ha enriquecido
en todos los órdenes de la interacción humana y donde cada grupo y cada individuo
pueden hallar su identidad y su originalidad expresiva. En otras palabras, don Andrés
Bello asume pioneramente el sistema de actitudes lingüísticas propio de un idioma
estandarizado. Gracias al cultivo intelectualizado de varias generaciones de creadores,
pensadores y difusores, gracias a la existencia de guías como las gramáticas y
diccionarios que ofrecen instituciones de estudio, los miembros de la comunidad
cuentan con un marco de referencia para el comportamiento comunicativo
relativamente homogéneo en su flexibilidad, pero cuentan también con un instrumento
eficaz de cohesión, que al mismo tiempo que los identifica como miembros de una
comunidad hablante, los conecta con el resto del mundo en una de las más amplias
redes de interacción conocidas. Los hablantes de la lengua, en cuanto hablantes, ya no
son españoles o mexicanos o chilenos: sin dejar de serlo, son antes que nada
hispanohablantes y su identidad lingüística es, como decimos hoy, panhispánica.
La Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello está al servicio de esta
nueva visión de la lengua común. Por eso también, puede llamarse con justica, como
lo ha hecho la Academia Chilena, "gramática de la libertad"6.

SEGUNDO HITO

Un segundo hito estructurador de la Gramática de la lengua castellana de don Andrés


Bello afecta la fundamentación misma de la descripción de la estructura gramatical de
la lengua, y consiste en el hecho de que para Bello la gramática debe dar cuenta
simplemente de la estructura de la lengua en cuanto sistema de signos, y no de la
naturaleza de los referentes de esos signos. De hecho, la gramática tradicional, desde
la antigüedad, tiende a concebir la descripción de los componentes de la estructura
lingüística basándose en la designación de los hechos de la vida que hacen los
componentes de la lengua y en la concepción del mundo que estos implican. Así por
ejemplo, se definen los sustantivos en términos de su referencia a los seres (a las
"substancias"), los adjetivos en términos de su referencia a las cualidades, los verbos
en términos de su referencia a las acciones de las entidades, etc. Para decirlo casi
burdamente, las palabras se confunden con las cosas. De ahí que, con relación a los
sustantivos, se hable, por ejemplo, de concretos y abstractos, según se puedan o no
percibir por los sentidos, y de masculinos o femeninos, según se refieran a machos o a
hembras, etc., sin tener en cuenta que los sustantivos, en cuanto palabras, son
siempre abstractos en cuanto designan, en el mejor de los casos, clases de entidades,
y que, también en cuanto palabras, no están afectos a la categoría de sexo, que es
propia de algunos seres vivientes. Pues bien, Bello plantea algo realmente simple en su
novedad: la gramática es una descripción de la función de las palabras y de las marcas
que determinan su inserción en los enunciados, cosa que es bastante específica para
cada lengua. Consecuentemente, busca definiciones que se ajusten a este principio y
así, en el famoso capítulo segundo de la obra, titulado magistralmente "Clasificación de
las palabras por sus varios oficios", plantea que el verbo ha de definirse por su función
de constituirse en "la palabra esencial y primaria del atributo" ("sujeto" preferimos
decir hoy) y el sustantivo por su condición de ser "la palabra esencial y primaria del
sujeto". Consecuentemente, una categoría básica del sustantivo, como el género, se
definirá en términos de la concordancia con el adjetivo (cuando este tiene dos
terminaciones), esto es, en términos morfosintácticos. Esta concepción, que la crítica
ha llamado funcional, afecta hasta el día de hoy las descripciones de nuestra lengua,
pero también hasta el día de hoy muchas descripciones todavía llevan la marca de la
concepción "ontologista" tradicional, precisamente, entre otras cosas, en las
descripciones de una categoría como el género, porfiadamente basadas en la noción de
referencia al sexo.

Pero hay elementos aún más pioneramente lúcidos en la concepción funcionalista de


Bello. Desde luego, sobresale su descripción del significado básico de los tiempos
verbales, con la noción de significado fundamental, secundario y metafórico, en un
complejo de interacciones que es todavía básicamente vigente. Y hay también otro
rasgo importantísimo, no siempre reconocido. Se trata de la concepción de las clases
de palabras básicas como componentes de un continuum y no como clases estancas
establecidas en términos absolutamente discretos. Así, en el capítulo veinte, sobre los
"derivados verbales", se expone cómo existen zonas puente entre las clases básicas,
esto es, zonas de interpenetración entre ellas: así, un infinitivo "es un derivado verbal
sustantivo", un participio "es un derivado verbal adjetivo" y un gerundio "un derivado
verbal que hace el oficio de adverbio". Tendencias renovadoras en la concepción de la
estructura gramatical y de la descripción de sus componentes básicos, como la
gramática generativa, y tendencias más actuales como la orientación cognitiva, hallan
en esta noción de traslapamiento una importante fuente de investigación acerca de las
estructuras de estabilidad flexible de la lengua, sobre todo en su dimensión creativa.

TERCER HITO

Un tercer elemento digno de atención en la gramática de Bello, y que la crítica


posterior ha tendido a subestimar, se refiere a la concepción de una categoría
específica de la lengua, como es el pronombre. Desde luego, en la gramática
occidental de cuño aristotélico, y concretamente en el caso hispánico desde el maestro
Nebrija, se insiste en considerar el pronombre en términos del "nombre", esto es, del
sustantivo, solo que como una clase especial de nombre y no como una clase funcional
diferente. Se agrega más tarde la idea de su condición semánticamente "vacía", como
si tal cosa fuera posible, matizando más modernamente la noción de "significado
ocasional", como Alonso y Henríquez Ureña7, o clase "deíctica" centrada en la noción
de "persona", como en la gramática académica de hoy, entendida esta última noción
como alusión "a los participantes del discurso", aunque sin especificar demasiado esta
noción, que está de hecho contagiada de lo que hemos llamado "ontologismo", esto es,
referencia directa a los referentes del acto comunicativo: el que habla, a quien se
habla, de quien se habla.

En la gramática de Bello hay, sin embargo, una observación que se suele pasar por
alto, y es, precisamente, la definición propiamente funcional de la noción de
pronombre:

La palabra PERSONA, que comúnmente, y aun en la gramática, suele


significar lo que tiene vida y razón, lleva en el lenguaje gramatical
otro significado más, denotando las tres diferencias de primera,
segunda y tercera, comprendiendo en este sentido a los brutos y a
los seres inanimados no menos que a las verdaderas personas (Bello
1949 [1847], n° 38).

Dejando de lado los componentes propios de su época del párrafo citado, lo sustancial
es la descripción de la categoría de "persona" en términos estrictamente estructurales,
como elementos de un sistema cuya identidad radica no en algún rasgo inherente a
cada uno de ellos sino en la relación que establecen entre ellos en el marco de un
subsistema, en este caso, precisamente la clase primaria de los pronombres
personales. Más aun, Bello señala que el ámbito en el cual funciona el sistema de los
pronombres es el del acto comunicativo básico, donde "primera", "segunda" y "tercera"
"personas" no son propiamente los "participantes del discurso" en los términos
referenciales ya señalados ("el que habla, a quien se habla, de quien se habla"), sino
los elementos del acto comunicativo en cuanto tales, estos es, componentes de una
estructura de lenguaje y no de un sistema de interacción social y espacialmente
condicionada. En este sentido, me parece que la concepción de pronombre en Bello es
extraordinariamente válida y que solamente los planteamientos de Benveniste, aún no
superados, le hacen de algún modo eco8. Los pronombres, y específicamente los
pronombres primarios, que son los personales, no son "hechos de la vida", son
"realidades del discurso", hechos de lengua entendibles solo en términos de "locución"
y "alocución", razón por la cual son una categoría que alcanza el rango de un universal
del lenguaje humano:

Es […] un hecho a la vez original y fundamental que estas formas


"pronominales" no remitan a la "realidad" ni a posiciones "objetivas"
en el espacio o en el tiempo, sino a la enunciación y hagan reflexivo
así su propio empleo (Benveniste 1971: 175).

La noción de pronombre que entrega Bello, en apariencia tan simple, tiene todavía más
consecuencias relevantes para la teoría y descripción gramatical. Es así como los
pronombres significan la idea de persona, pero agregando "ya expresen esta sola idea,
ya la asocien con otra", lo que significa que, además de la noción básica de las tres
diferencias (o relaciones) de primera, segunda y tercera, hay otro tipo de relaciones,
como las de "propiedad" (entendida no como posesión propiamente tal, sino como la
asignación de una relación de dependencia de una entidad a la primera, segunda o
tercera persona), tal como sucede en el caso de los pronombres llamados "posesivos",
o las relaciones de espacialidad (y aun temporalidad), como en el caso de los
pronombres demostrativos. La trascendencia de esto último no ha de ser desestimada,
pues nos permite plantear que aquellas clases léxico-gramaticales que la tradición
describe como "adverbios de lugar" son, de hecho, una subclase específica de
pronombres espaciales. Con esto se pone también de manifiesto la noción tradicional
de que los pronombres no constituyen una clase morfosintáctica especial, una "parte
de la oración" o "clase de palabras". De hecho, pueden ser no solo sustantivos y
adjetivos, sino también adverbios, pues incorporan la noción de persona delineada por
Andrés Bello, esto es, categorías no absolutas sino existentes en un
complejo continuum funcional. Una razón más para seguir leyendo y reflexionando
acerca de la obra del maestro Andrés Bello

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