Acuerdos Laborales
Acuerdos Laborales
Acuerdos Laborales
DOWHALUK
ACUERDOS EXTINTIVOS
LABORALES
Introducción ...................................................................................................... 13
PRIMERA PARTE
LOS ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL.
PRECISIONES TERMINOLÓGICAS Y CONCEPTUALES
SEGUNDA PARTE
EL ACTO HOMOLOGATORIO
TERCERA PARTE
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL.
DOCTRINA Y CASUÍSTICA JURISPRUDENCIAL
CUARTA PARTE
IMPLICANCIAS TRIBUTARIAS
APÉNDICE DE MODELOS
punto tal que, aun sin proponérselo, discrepan sobre una cuestión tan fundamen-
tal como es si ellas adquieren o no los atributos de la cosa juzgada, lo cual ha sido
resuelto por la legislación laboral en sentido afirmativo. A ello obedece la inclusión
de un acápite dedicado a la llamada revisión de la cosa juzgada, que permite que
frente a ciertos supuestos de excepción aquella santificada institución, que en
modo alguno es incuestionable, deba necesariamente ceder ante la razón de la
justicia, que bien merece prevalecer sobre una no más que aparente seguridad
jurídica, cuando ella es lograda en base a medios fraudulentos.
Por su parte, en el tercer capítulo abordamos en particular la tipología completa
de los acuerdos extintivos laborales contemplados por los arts. 15 y 241 de la LCT.
Comenzamos por aquellos en su estado puro, vale decir, sin encontrarse contami-
nados de otras figuras, para llegar finamente a los que ostentan una naturaleza
mixta, que realizan conjuntamente –fundidos en un único acto complejo– los su-
puestos previstos por ambas normas. En todos los casos lo hacemos mediante la
compulsa de una abundante cantidad de fallos judiciales de los más actuales que
proporciona la prolífica casuística en la materia. Se analiza a conciencia en base a
ellos la naturaleza, efectos y validez de las cláusulas más comunes en este tipo de
negocios jurídicos extintivos que, como sucede con el llamado sistema de retiro
voluntario –inicialmente pergeñado para el sector público–, los desvirtúan a punto
tal de generar una inusitada litigiosidad. En ese orden de consideraciones, se
hace una crítica a dos tan relevantes como ilegítimos y nefastos pronunciamientos
sobre el punto, que son el plenario “Lafalce” (1970) de la Cámara Nacional de
Apelaciones del Trabajo y el fallo “Gatarri” (1988) de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación; el primero de ellos, basado en disposiciones civiles aplicables por
entonces, se relaciona con el supuesto que con posterioridad vino a contemplar el
art. 15 de la LCT y que, a causa de ello, ha quedado desprovisto de todo sustento
legal; y el segundo, vinculado a supuestos enmarcados en el art. 241 de dicha ley,
en aquellos casos de rescisiones onerosas que se ven distorsionadas por la
inclusión de ciertos condicionamientos impuestos por el empleador y que cuentan
con el aval de este precedente y de los que aun siguen sus turbias aguas.
También en esta tercera parte tratamos el tema concerniente a la impugnación
de estos acuerdos por parte del trabajador, cuando alega la existencia de una
ineficacia estructural. Esto debe ser correlacionado, en los casos en que así co-
rresponda, con lo que se estudia en la segunda parte respecto de la revisión de la
cosa juzgada. Pero en esta otra sección hurgamos en los distintos vicios de la
voluntad y de los actos jurídicos en particular. En primer lugar, y al igual que en el
capítulo inicial –aunque allí con relación a los modos de extinción de las obligacio-
nes–, efectuamos un repaso de los conceptos fundamentales referidos a estas
causales de nulidad. Y la razón para proceder de este modo es que a partir del
examen de los decisorios jurisprudenciales sobre el punto, hemos detectado una
recurrente falencia al momento de plantear la impugnación con base en la presen-
cia de alguno de estos vicios. La respuesta casi invariable para el rechazo de la
acción ha sido la invocación genérica, vaga e imprecisa del defecto alegado, y por
supuesto, la falta o insuficiencia de la prueba necesaria para acreditar su existen-
cia. Teniendo en cuenta que la Justicia suele ser muy estricta al momento de
decidir sobre la nulidad de un negocio jurídico, volcándose en general a favor de su
validez en caso de duda, el planteo debe ser certero. Por ello hemos preferido que
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Para este primer capítulo nos ha parecido conveniente, como plan de trabajo,
delimitar, previo a todo, el alcance y significado de algunos conceptos. Ello así, por
cuanto muchas de las controversias de las que dimos noticia someramente en la
introducción precedente –y que serán objeto de nuestro estudio en la presente
obra–, tienen origen, en gran medida, en imprecisiones de orden conceptual; vale
decir, en lo que a nuestro juicio constituye un inadecuado empleo del lenguaje
técnico.
Como se sabe, el Derecho es una ordenación normativa e institucional de la
conducta humana en sociedad inspirada en postulados de justicia, cuya base son
las relaciones sociales existentes que determinan su contenido y carácter. Es muy
importante destacar el papel funcional que el lenguaje cumple para la correcta
interpretación del Derecho positivo. Es sabido que la comunicación exige los si-
guientes elementos: emisor, receptor, mensaje y canal de transmisión. Pero la
garantía del éxito de la comunicación precisa, además, que el mensaje se emita
en un código común al emisor y al receptor. Es el código el que define el lenguaje
utilizado y establece su estructura. Siendo ello así, lo que acabamos de denunciar
unas líneas más arriba se torna ciertamente grave, si se tiene en debida cuenta
que nuestra disciplina se basa, fundamentalmente, en un lenguaje técnico, de
suyo, una variante lingüística del lenguaje estándar, para un uso específico. Es tan
inherente como inevitable en todo lenguaje la ambigüedad de sus términos, pu-
diendo así suceder que dos interlocutores entiendan un mensaje transmitido a
través de un idéntico código, de un modo diferente, puesto que cada uno podría
estar asignándole a las mismas palabras distintos significados dentro de aque-
llos posibles y plenamente admitidos. Pero esta falla, si bien no puede ser deste-
rrada tampoco en el lenguaje técnico, debe ser evitada por todos los medios. Uno
de ellos, entre tantos, es cuidar de no transplantar injertos doctrinarios de regíme-
nes jurídicos foráneos sin cerciorarse previamente de su aplicabilidad a nuestro
orden jurídico. Otro es estar prevenido de que el legislador no siempre emplea el
lenguaje técnico en las normas que sanciona, sino que en muchas ocasiones
utiliza las mismas palabras pero en su sentido vulgar. Y otro, quizás el más obvio
de todos, pero no por ello menos olvidado, consiste en asegurarse de no intercam-
biar promiscuamente los términos con los que denominamos los diferentes insti-
tutos del Derecho (terminología jurídica) –ello aún cuando no tengamos a la mano
un sinónimo al cual recurrir, siendo preferible en tales casos la reiteración del
término en cuestión, aunque no resulte todo lo estilísticamente elegante que qui-
siéramos–, puesto que de lo contrario, no se podrá precisar con plena certeza a
cuál de sus diversos sentidos posibles estamos aludiendo con tal o cual expre-
sión en cada ocasión.
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1
Conf. VILLEGAS, Héctor B., Curso de finanzas, Derecho financiero y tributario, 9ª ed.,
Astrea, 2005, pp. 85 y ss. Actualmente, la doctrina moderna más calificada es sumamente
crítica de estas concepciones «autonomistas» de las diferentes ramas del Derecho, a las que
considera perimidas. En este sentido, TAVEIRA TORRES afirma que en la actualidad, las premisas
que informaban sus respectivas tomas de posición fueron ampliamente reformuladas y ya no
subsisten en la Ciencia del Derecho. Al adoptarse el paradigma sistémico, tal como se encuen-
tra hoy en día adelantado, se esfuma cualquier pretensión verdadera para que se afirme la
persistencia de alguna autonomía dogmática de alguna de las «ramas» del Derecho, teniendo
en cuenta las características de unidad y unicidad de organización del sistema. Concebido de
este modo, no hay manera de aceptar reparos autónomos en el ámbito interno del sistema. En
primer lugar, porque el conjunto de las relaciones internormativas van hasta el infinito, lo que
impide cualquier composición de sentido de los textos analizados en un apartado del todo
sistémico desgarrado del conjunto de relaciones de subordinación y coordinación que lo
estructuran; en segundo lugar, porque la teoría de la autonomía científica es una construcción
que ve la norma como algo dado y no como algo construido por el intérprete, como producto del
acto de aplicación; en tercer lugar, porque al ser sistema presupone unidad y unicidad perma-
nente, porque si no se le quitaría su carácter como tal. Sólo un corte didáctico puede permitir
una tímida demarcación del campo material que se pretenda estudiar, aunque se reconozca la
limitación y el conocimiento simplemente parcial que esta metodología puede posibilitar (conf.
TAVEIRA TORRES, Heleno, Derecho tributario y Derecho privado. Autonomía privada, simulación
y elusión tributaria, Marcial Pons, 2008, pp. 29 y ss.).
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Derecho especial traen su origen de este principio. Luego afirma que “si se reco-
noce como cierto que la autonomía del derecho del trabajo depende en primer
término de la elaboración y existencia de principios generales que al mismo tiem-
po implican una valoración específica, pero que por otro lado estos conceptos
específicos de valor no son absolutos, resulta sin más que las reglas especiales
pueden cruzarse fácilmente con las reglas generales. Con otras palabras: que el
derecho del trabajo –y, más particularmente, el derecho del contrato de trabajo–
puede ser al mismo tiempo relativamente independiente y parte integrante de una
rama más amplia del derecho. Esta rama no es otra que el derecho privado común
(civil y comercial) y, dentro de él, con relación al contrato de trabajo, el derecho
general de las obligaciones. Reflexiones de esta índole han contribuido a que se
reconozca, por lo general, la falta de desvinculación total del derecho del trabajo
con respecto al derecho común […]”2.
Reconociendo la vigencia del principio de la unidad del Derecho, lo cual trae
como consecuencia inmediata admitir que la autonomía de cada rama jurídica sea
relativa y no absoluta, DE LA FUENTE señala, en un erudito trabajo, que ya no se
discute que la aplicación del Derecho civil, respecto de los derechos especiales,
debe ser supletoria o subsidiaria, de modo que los completará e integrará en los
casos en los que éstos presenten lagunas que no puedan cubrirse con normas
análogas ni con los principios propios de la rama especial. Luego, el autor se
apresura a disipar la habitual confusión entre el llamado Derecho común y el Dere-
cho civil, expresiones a las cuales se les atribuye idéntico significado. El primero,
también denominado general, contiene, precisamente, las normas, principios e
instituciones generales aplicables a todo el Derecho. Pero el Derecho civil no es
Derecho general, sino apenas una de las tantas ramas en que se divide el Dere-
cho, esto es, un Derecho especial. Lo que ocurre –explica– es que los conceptos
fundamentales del Derecho, con vigencia en todo el ámbito jurídico, por razones
históricas, han sido receptados por el Derecho civil, que por ser el primero en
formarse necesitó desarrollar aquéllos para elaborar después sus instituciones
específicas3, de modo que no es Derecho general, aunque de hecho y provisoria-
mente haga las veces de tal, por expresar reglas de justicia, de lógica y de equidad
como base permanente de todo el orden jurídico.
Como observa el jurista en cita, aquello cobra especial importancia en el mo-
mento de tener que aplicar el Derecho civil como supletorio, ya que en algunos
supuestos no será posible trasladar a los derechos especiales los principios e
instituciones que han sido legislados desde una perspectiva puramente civil. Tal lo
que sucede, v. gr., con la regla del art. 1047 del Código Civil, por la cual no puede
invocar la nulidad absoluta aquél que “ha ejecutado el acto sabiendo o debiendo
saber el vicio que lo invalidaba”, que no es sino una aplicación del principio jurídico
de que nadie puede alegar su propia torpeza. Según esta norma el trabajador no
podría plantear la nulidad de un acuerdo que modifique normas imperativas en su
perjuicio. Empero, en el Derecho del trabajo prima la solución opuesta, ya que
2
Conf. KROTOSCHÍN, Ernesto, El contrato de trabajo y el Derecho común de las obligacio-
nes, L. T., Tº XX, pp. 945 y ss.
3
DE LA FUENTE, Horacio H., Posibilidad de modificar el Derecho civil para adaptarlo a los
derechos especiales, DT, 1995-A-1.
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 23
nuestra disciplina presupone la desigual situación de las partes del contrato labo-
ral, y de allí que sea admisible que el dependiente pueda demandar la nulidad de
un acuerdo que él mismo ha suscripto, invocando así su propia torpeza4.
Luego DE LA FUENTE se encarga de acometer con el análisis de una cuestión
poco explorada por los estudiosos, que tiene que ver con los modos de aplicación
del Derecho civil supletorio, y así distingue dos variantes: la aplicación supletoria
directa y la aplicación supletoria analógica. Por la primera, el Derecho supletorio
pasa a cubrir la carencia normativa de un modo directo, sin modificaciones, de
forma tal que el juez no elabora norma alguna, sino que la aplica tal como es,
siempre, claro está, previa evaluación que determine la compatibilidad de la norma
supletoria con el Derecho especial. En el caso, el juzgador debe comprobar previa-
mente la similitud existente entre el supuesto previsto por el Derecho supletorio y el
no previsto por el ordenamiento especial (analogía); a partir de allí el juez podrá
elaborar una nueva norma para regir el caso, si es que resulta necesario adaptar
aquélla a las necesidades y principios del Derecho especial (aplicación analógica
del Derecho supletorio). En ambos casos hay carencia normativa del primero. La
norma que habilita tal integración no es otra que el art. 16 del Código Civil, que se
ha considerado de aplicación general a todo nuestro ordenamiento jurídico, al
igual que el resto de los preceptos contenidos en el título preliminar de dicho
cuerpo normativo. En la LCT contamos con una norma de similar tenor, que es la
contenida en su art. 11.
Sin embargo, la adaptación del Derecho civil supletorio está sujeta a límites y
condiciones, para resguardar la seguridad jurídica y no convertir al juez en legisla-
dor. Como se dijera, los conceptos civilistas han sido elaborados para responder
a sus propias necesidades, por lo que no es de extrañar que en ciertas ocasiones
su aplicación se oponga categóricamente a las exigencias del Derecho especial,
conduciendo a graves injusticias. En cambio, si la adaptación del Derecho civil
contribuye a superar esas situaciones irracionales o inconvenientes es cuando,
para DE LA FUENTE, se justifica plenamente que el juzgador pueda llenar la laguna
normativa a través de la aplicación analógica, elaborando una nueva norma que le
permitirá arribar a un resultado razonable y justo, además de jurídicamente correc-
to5. Este procedimiento representa uno de los principales medios o técnicas que
permiten a los jueces perfeccionar y hacer progresar a los derechos especiales, a
través de una adecuación a las cambiantes necesidades que plantea la realidad
social. Entre una multiplicidad de ejemplos del Derecho laboral que el prestigioso
autor proporciona, podemos extraer el supuesto de la interrupción de la prescrip-
ción causada por la demanda judicial en el Derecho civil, principio que en el Dere-
cho del trabajo podría conducir a soluciones injustas en los casos en que se
establecieran instancias administrativas previas y obligatorias para acceder a la
Justicia. Ante esta situación, la jurisprudencia laboral, adaptando la ley civil a la
rama especial, reconoció efectos interruptivos a los reclamos administrativos del
trabajador, por reconocer que ello evidenciaba que no había inacción del acreedor.
4
En igual sentido se expide GARCÍA MARTÍNEZ, Roberto, Derecho del trabajo y de la seguri-
dad social, Ad-hoc, 1998, p. 296.
5
Ibidem. p. 8.
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Por su parte, GARCÍA MARTÍNEZ6 explica que el Derecho civil actúa frente al Derecho
del trabajo con carácter supletorio y en cuanto sus normas no contraríen los princi-
pios de este último. Esto implica que esa aplicación supletoria estará sujeta a
reglas determinadas, la principal de las cuales es la adaptación del Derecho co-
mún a las exigencias o conveniencias de la rama especial, de modo que habrá un
acomodamiento a los principios generales y especiales de esta última. Pero tam-
bién hay situaciones en las que el Derecho del trabajo ha regulado en forma espe-
cial e incompatible con el Derecho civil, por cuanto existen normas y principios
propios que impiden la aplicación de éste, ni aun en forma supletoria, esto es, que
ni siquiera la falta de integridad de este tipo de instituciones permitirá completarlas
con el Derecho civil. Es así que el rígido principio consagratorio de la autonomía de
la voluntad (art. 1197, Código Civil), no tiene cabida en esta materia, primando el
principio de la heteronomía por el encima del de la autonomía privada. Por eso se
ha dicho que admitir concesiones sobre la base del principio que consagra el art.
1197 del Código Civil, supone tanto como comprometer toda la estructura de la
legislación laboral. Otro caso paradigmático es el de los efectos liberatorios del
pago: la ley laboral (art. 260, LCT) modifica radicalmente los principios del Código
Civil sobre los efectos del pago, de modo que la aplicación de estos últimos resulta
incompatible. También se observa que en el caso de la indemnización por muerte
del trabajador (art. 248 de la LCT) se ha regulado diversamente, apartándose del
régimen sucesorio civilista y remitiéndose a la legislación previsional, al reconocer
derechos que aquél otro no acuerda al concubinato.
Asimismo, como enseña este autor, se presentan supuestos en los cuales la
ley laboral modifica instituciones anteriormente reguladas por el Derecho civil,
tornándolas inaplicables. Pueden citarse como ejemplos lo atinente a los privile-
gios y a la firma en blanco. En el primer caso, la normativa laboral excluye la aplica-
ción de las normas del Código Civil, sin perjuicio de que puedan aplicarse las
normas generales sobre privilegios. En tanto que, a diferencia del Derecho común,
en materia laboral la firma no puede ser otorgada en blanco por el trabajador, y éste
podrá oponerse al contenido del acto demostrando que las declaraciones insertas
en el documento no son reales (art. 60, LCT; art. 1016, Cód. Civil). Pero cuando no
existe incompatibilidad entre la norma civil y la laboral, el Derecho civil actúa como
integrador en los casos en que el Derecho del trabajo no ha regulado o ha regulado
en forma parcial o imperfecta. Claro que esta aplicación supletoria se hará tenien-
do en cuenta los principios generales del Derecho laboral y la adaptación del
Derecho común a esos principios. Ejemplo de ello es la llamada excepción de
incumplimiento (arts. 510 y 1201 del Cód. Civil), la que permite al trabajador negar
su prestación de servicios, sin pérdida del salario, en caso de incumplimiento por
el empleador de sus obligaciones fundamentales (deber de seguridad, pago del
salario, etc.). Otros ejemplos son los de la figura del abuso del derecho (art. 1071,
Cód. Civil), la de los vicios del consentimiento y la del daño moral, cuando por la
violación de otros deberes contractuales o por hechos ajenos al vínculo laboral que
produzcan daños al trabajador, dan derecho a reclamar su reparación integral, al
igual que el daño material. Finalmente, está el caso de la prejudicialidad: el Código
Civil resuelve el problema en sus arts. 1102 y 1103, aplicables en materia laboral.
6
GARCÍA MARTÍNEZ, op. cit., pp. 61 y ss., especialmente, 66 y ss.
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Por último, el autor en cita alerta que, pese a lo que a priori podría pensarse, se
pueden presentar casos en los cuales la interpretación a través del Derecho civil
puede ser más favorable para el trabajador: por ejemplo, las disposiciones sobre
familia a cargo y sobre alimentos que contiene el Código Civil son más favorables
para el trabajador que otras interpretaciones que se basan en las normas previsio-
nales, sobre asignaciones familiares o sobre obras sociales. Y como no podría
ser de otra manera, hay situaciones en las que el Derecho del trabajo se remite en
forma expresa al Derecho civil, v. gr., los supuestos de los arts. 24, 95, 97 y 257 de
la LCT. En estos casos, si bien se debe aplicar en forma plena lo dispuesto por el
Derecho común, deberá hacérselo cuidando de acomodar estas soluciones al
Derecho laboral y sus principios basilares7.
7
Ibídem.
8
Conf. SMITH, Juan C., en Enciclopedia Jurídica Omeba, voz «orden público».
9
Para la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, el orden público es la restricción
a la autonomía de la voluntad que, con un sentido de equidad, ampara el interés general de la
sociedad, para la realización de una idea de justicia. El orden público, surja de la ley o de la
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naturaleza intrínseca de sus disposiciones, tiene una finalidad: corregir abusos de derecho y
evitar injusticias en la organización social, y para lograr esa finalidad las normas jurídicas que
gozan de esa jerarquía son de aplicación obligatoria e independiente de la voluntad de las
partes; más aun, sustituye esas voluntades (SCBA, 19/2/74, ED, 55-660).
10
DE LA FUENTE, Horacio H., Orden público laboral (primera parte), DT 2009 (enero), 1 -
Sup. LLP Derecho Laboral 01/01/2009, 15; La Ley On Line.
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11
Ibídem.
12
Del mismo autor, Orden público, Astrea, 2003, pp. 23 y ss.
28 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
nunciable o no. Si lo fuera, la nulidad será absoluta, puesto que además del interés
particular involucrado hay detrás un interés general en la sanción de nulidad; en
tanto que si así no fuese, la nulidad será sólo relativa, pues se considera que
únicamente se encuentra comprometido el interés particular del nulidicente, sien-
do el acto convalidable (tal lo que sucede con el acto celebrado por un incapaz,
siendo que las normas sobre capacidad son, empero, de orden público).
Con relación al tema, GARCÍA MARTÍNEZ13 explica que el orden público laboral es
una instrumentación propia del Derecho del trabajo, institución que tiene su basa-
mento en el principio de irrenunciabilidad, principio general inherente a esta rama
del Derecho que no se identifica con aquella institución. El orden público laboral
–continúa– es una especie del orden público; un acomodamiento del orden públi-
co general al Derecho del trabajo, donde asume características propias. Recuerda
también que Justo LÓPEZ ha dicho que la necesidad de imbuir con el orden público
a las leyes sociales, tiene por objeto cubrir diferencias económicas, culturales,
sociales y a veces de orden político.
Apuntando a la distinción entre orden público general y orden público laboral,
ZURETTI14 afirma que la limitación de la autonomía de la voluntad en el orden público
general es total, y un acto unilateral o bilateral que lo viola es nulo en su totalidad y
no puede ser confirmado; mientras que en el ámbito del orden público laboral, si
no se afecta el orden público general (como en el caso de objeto ilícito, esclavitud,
etc.) actúa sólo en un ámbito –el laboral– y produce distintos efectos. En el primer
supuesto, la nulidad del acto es absoluta; en el segundo, como el vicio afecta
exclusivamente la cláusula violatoria del derecho no negociable, no invalida el
contrato y éste conserva sus efectos, aunque se rige según la normativa que se ha
violado, que sustituye a las cláusulas nulas. Es decir que se opera la conversión
del negocio en otro válido no fraudulento; el acto fraudulento no es totalmente nulo
como en el otro caso, sino que está afectado de nulidad parcial. En síntesis, según
este autor, la limitación que se impone a las partes en un caso es total, mientras
que en el otro (el orden público laboral), únicamente se proyecta en un solo senti-
do; no se puede negociar (son derechos irrenunciables) por debajo de las pautas
mínimas que fija la ley pero sí por encima de ellas.
Conforme con la distinción efectuada entre orden público laboral absoluto y
relativo, FERNÁNDEZ MADRID enseña que el orden público absoluto se manifiesta, por
ejemplo, en la nulidad de los contratos de objeto ilícito o prohibido (arts. 38 a 44
LCT). En tanto que las normas de la ley o del convenio colectivo de trabajo que
establecen derechos del trabajador vinculados con el contrato de trabajo, forman
un derecho necesario relativo (derecho de mínima), que puede ser modificado a
favor del trabajador (art. 7, LCT), sea que el CCT modifique a la ley o que la cláusula
del contrato individual modifique en beneficio del trabajador al convenio, a la ley o a
ambos. Por eso aquellas normas imperativas que pueden ser desplazadas por la
13
GARCÍA MARTÍNEZ, Roberto, Derecho del trabajo y de la seguridad social, Ad Hoc, 1998,
p. 314.
14
ZURETTI, Mario E., en Rodríguez Mancini (dir.), Curso de Derecho del trabajo y de la
seguridad social, Astrea, 1999, p. 93.
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 29
voluntad de las partes, a favor del trabajador, forman parte del denominado “orden
público relativo”15.
La justificación se encuentra en el carácter tuitivo del Derecho del trabajo, tal
como apunta GRISOLÍA16: al no existir un pie de igualdad entre las partes, protege al
trabajador, que es la parte débil en la relación de trabajo. Nace así el principio
protectorio, y el procedimiento lógico de corregir desigualdades es crear otra des-
igualdad de signo inverso. Entonces, para lograr equiparar la relación laboral, la ley
impone a las partes, con carácter de orden público, un mínimo de condiciones
inderogables. No suprime la autonomía de la voluntad, sino que la limita hasta
donde resulte necesario para cumplimentar sus fines.
15
FERNÁNDEZ MADRID, Juan C., Tratado práctico de Derecho del trabajo, 3ª ed., La Ley, 2007,
Tº I, p. 589.
16
GRISOLÍA, Julio A., Derecho del trabajo y de la seguridad social, 4ª ed., Depalma, 2001,
p. 11.
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art. 724 del Código Civil, lo cual le ha valido no pocas críticas de parte de los
comentaristas. Entre otros reproches, se suele aducir la inutilidad de una enuncia-
ción de este tipo en una ley, por ser meramente ejemplificativa y por tanto, incom-
pleta, además de haber mencionado supuestos que no sólo son extintivos de los
derechos creditorios, sino también de otras clases de derechos. Se ha estimado
que lo correcto hubiese sido incluir la extinción de los derechos en una parte gene-
ral, de suyo, inexistente. Aquella norma consigna las siguientes vías de extinción: el
pago, la novación, la compensación, la transacción, la confusión, la renuncia de los
derechos del acreedor, la remisión de la deuda y la imposibilidad de pago. Asimis-
mo, en la nota a dicho artículo, el codificador ha indicado también otros supuestos
como la condición resolutoria, el plazo resolutorio, la anulación de los actos y la
prescripción, aunque se ha objetado, y con razón, que la anulación de los actos no
es un medio extintivo, puesto que ella afecta a la relación jurídica en su mismo
origen a causa de un vicio congénito, a diferencia de aquellas otras formas de
extinción que sí presuponen la existencia de una obligación ab initio válida. En
referencia a la prescripción liberatoria, si bien algunos prestigiosos autores sos-
tienen que ella extingue el derecho, para una abrumadora mayoría lo que se extin-
gue, en realidad, es la acción para reclamar el derecho y no éste en sí mismo.
Por su parte, la doctrina ha agregado otros: en primer término, aquellos a los
que hicimos referencia en un párrafo anterior, y que tienen que ver con la extinción
de una obligación de origen contractual por vía indirecta, cuando lo que deja de
existir es su causa-fuente, como lo son la resolución, la rescisión, la revocación y la
muerte del deudor, esta última, como causal extintiva para los supuestos de obli-
gaciones intuitu personæ (lo mismo vale para la incapacidad sobreviniente, en
determinados supuestos). Otras vías son el “concurso de causa lucrativa”, modo
previsto en el art. 3754 del Código Civil, y aquellas enunciadas como “efectos de
las obligaciones respecto del acreedor”, incluidos en el art. 505 en sus tres inci-
sos; así como también otros supuestos17, algunos controvertidos y excepcionales,
que mencionan los estudiosos de las obligaciones en sus obras, y que no viene al
caso apuntar aquí.
En general, la doctrina suele clasificar los diversos modos de extinción de las
obligaciones agrupándolos en función de distintos criterios. De ellos sólo nos
interesa aquél que tiene en cuenta la naturaleza o estructura de cada una de las
figuras extintivas, es decir, si su extinción es consecuencia de un hecho jurídico
(género), o bien, de un acto jurídico (especie), y en este caso, unilateral o bilateral.
Así, se dice que entre las primeras (cuya extinción es producto de un hecho jurídi-
co), tenemos a la compensación, la confusión, la imposibilidad de pago, la pres-
cripción, la caducidad, la condición resolutoria, el plazo extintivo, la muerte y la
incapacidad sobreviniente. En tanto que entre las segundas encontramos aque-
llas que son consecuencia de un acto jurídico unilateral, como el pago, la revoca-
ción, la resolución facultativa y la rescisión unilateral; y las que tienen origen en
convenciones liberatorias (actos jurídicos bilaterales), como son la rescisión bila-
teral (distracto), la dación en pago, la novación, la transacción, la renuncia y la
17
En el caso del concurso preventivo exitoso, la ley 24522 establece que el acuerdo
homologado importa novación (extingue por novación) de todas las obligaciones con origen o
causa anterior al concurso (art. 55).
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 31
remisión. Todo ello, con la salvedad que hicimos precedentemente, respecto a que
algunas de ellas corresponden, en rigor de verdad, a modos de extinción de los
contratos que pueden tener repercusiones en el plano obligacional, de acuerdo a
lo que intentaremos precisar en los párrafos siguientes.
A diferencia de lo que sucede con las obligaciones, los modos o medios de
extinción de los contratos no han sido enunciados por el codificador de un modo
general, sino que ha sido labor de la doctrina su sistematización a partir de distin-
tos preceptos dispersos en la normativa legal. Es así que se suelen distinguir los
siguientes: naturalmente, el cumplimiento (este puede ser normal y específico,
cuando las obligaciones han sido satisfechas en la forma pactada; pero también
puede haber cumplimiento anormal, por vía de sucedáneo, cuando la prestación
convenida es incumplida y entra en su reemplazo la indemnización de daños y
perjuicios18); la imposibilidad de cumplimiento (que es total y definitiva cuando las
obligaciones se han tornado de cumplimiento imposible por caso fortuito o fuerza
mayor); por rescisión (unilateral o bilateral), por revocación, por resolución, y por
muerte o incapacidad sobreviniente del deudor en determinados supuestos, que
luego tendremos oportunidad de analizar detenidamente; por último, así como
acontece con las hipótesis ya señaladas del cumplimiento y la imposibilidad incul-
pable de cumplimiento, existen otros modos de extinción del negocio jurídico con-
tractual que lo son por vía indirecta o refleja, cuando lo afectado son las obligacio-
nes originadas por dichos actos. Así, se suele indicar que también lo son aquellos
que unas líneas arriba mencionamos como de extinción de las obligaciones19; y no
podría ser de otra manera, puesto que extinguidas las obligaciones que el contrato
generó, éste pierde toda razón de supervivencia en el mundo jurídico y debe, por
fuerza de las circunstancias, desaparecer. Pero estos supuestos deben ser ana-
lizados en cada caso concreto, ya que responden a la tipología de cada contrato, y
es por este motivo que insistimos en alertar que no deben ser identificados sin
más unos y otros. Es que no son iguales los efectos en un contrato de ejecución
única o instantánea que en uno de tracto sucesivo: en el primer caso, la distinción
es sutil, ya que extinguida la obligación se extingue con ella el contrato, en tanto que
en el segundo, al estar llamado a generar constantemente nuevas obligaciones, la
extinción de éstas no determina, en principio, la extinción del contrato; y a la inversa,
según el caso, la extinción del contrato por resolución o por rescisión puede aca-
rrear o no la extinción por vía refleja de las obligaciones pendientes nacidas de él.
18
En realidad, deben incluirse todos los casos previstos en los tres incisos del art. 505 del
Código Civil.
19
Conf. ALTERINI, Atilio A., Contratos. Civiles – comerciales – de consumo. Teoría general,
Abeledo-Perrot, 2005, pp. 499 y 526. Este autor explica que la extinción del contrato puede
producirse por vía principal, cuando deja de subsistir la causa fuente, porque se rompe de
alguna manera el acuerdo generador; o por vía de consecuencia, en razón de la extinción del
objeto contractual, es decir, de las obligaciones generadas por él. Le censuramos, no obstan-
te, hablar de «causa fuente» de los contratos, ya que los actos jurídicos no tienen fuentes,
sino causa fin; son las obligaciones las que tienen causa fuente, una de las cuales son los
contratos (Comp. PIZARRO, Ramón D. – VALLESPINOS, Carlos G., Instituciones de Derecho priva-
do. Obligaciones, Hammurabi, 1999, T° 1, pp. 170 y ss., espec. p. 180; RIVERA, Julio C.,
Instituciones de Derecho civil. Parte general, 4ª ed., Lexis Nexis, 2007, Tº II, pp. 523 y 524).
32 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
A) Rescisión
Se trata de un modo de extinción de los contratos de tracto sucesivo, por el cual
quedan sin efecto para lo futuro, en razón del acuerdo de las partes, o de la voluntad
de una sola de ellas autorizada por la ley o por la propia convención20. De ello se
colige que la rescisión puede ser tanto bilateral, unilateral o legal. La primera es la
que se materializa mediante el llamado distracto, o también denominado, con cier-
ta impropiedad, “mutuo disenso”21 (art. 1200 del Cód. Civil), que no es otra cosa
que un contrato que deja sin efecto a otro anterior. Y así se suele decir que “lo que
el consensus puede hacer, el contrario consensus puede destruir”. La segunda,
conocida como denuncia22, presupone que las partes han previsto contractual-
mente una cláusula que autoriza a cualquiera de ellas (o sólo a alguna) a dejarlo
sin efecto anticipadamente y sin necesidad de invocar causa alguna. Finalmente,
la rescisión legal opera por habilitación de la ley, que autoriza a alguno o a todos los
contratantes a rescindir el negocio jurídico23, tal lo que sucede con el contrato de
trabajo, como habremos de ver luego.
Más allá de las controversias que ha suscitado el criticado art. 1200 y su contra-
dictoria nota –sobre lo que dan acabada cuenta GARRIDO y ZAGO24—, maremagno en
el que no entraremos25, lo cierto es que la rescisión opera hacia el futuro (víd. nota
20
LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho civil. Parte general, 19ª ed., Abeledo-Perrot, T° II,
p. 577.
21
Decimos en el texto que aquélla denominación nos parece impropia, puesto que, más allá
de su origen romano, «disenso» significa «desacuerdo», y de lo que aquí estamos hablando
es de un acuerdo para extinguir un contrato. En otras palabras, por más desavenencias que
hayan surgido entre los contratantes, para dejar sin efecto el vínculo que los une necesitarán
ponerse finalmente de acuerdo (y a él sólo se arriba mediante el consenso de las partes). Es
entonces un contrasentido definir a la rescisión como un mutuo desacuerdo y al mismo tiempo
decir que es un acuerdo. Por ello es que nos parece mejor hablar, como lo hacen otros
autores, de «contrario consenso» para poner fin al contrato.
22
En materia societaria, la ley de sociedades comerciales 19550 llama «receso» (derecho
de receso) a la potestad que ejerce el socio de disolver su vínculo con la sociedad, en
determinadas circunstancias.
23
Conf. PIZARRO y VALLESPINOS, op. cit., T° 3, p. 453.
24
Véase GARRIDO, Roque F. – ZAGO, Jorge A., Contratos civiles y comerciales. Parte gene-
ral, 2ª ed., Universidad, 1998, Tº I, pp. 479 y ss., espec. pp. 484 y ss.
25
Las discusiones sobre este tópico hunden sus raíces, tanto así en el derecho compara-
do como en el nuestro, en un verdadero caos terminológico –he aquí la razón de ser de las
advertencias que formulamos en puntos anteriores—, en el que se confunden entre sí nulidad,
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 33
a dicho artículo) impidiendo que el contrato continúe produciendo sus efectos, esto
es, generando nuevas obligaciones; pero ninguna influencia tiene respecto de las
ya devengadas, las que seguirán su propia suerte, cumpliéndoselas o no (en este
último supuesto, con o sin culpa, según el caso: imposibilidad definitiva, sobreve-
nida, total y absoluta de cumplimiento –por caso fortuito o fuerza mayor–; o con
culpa o dolo, en cuyo caso se transformará en una obligación de responder por
daños), remitiéndolas o renunciándolas, transigiéndolas, compensándolas, etc.
No coincidimos, pues, con las opiniones de BORDA y de RIVERA26, quienes entienden
que nada impide que las partes, en uso de la autonomía de la voluntad, puedan
darle efecto retroactivo a la rescisión, siempre que con ello no perjudiquen a terce-
ros (conf. art. 1195, in fine). Por nuestra parte, consideramos que, si bien es exacta
la afirmación en el sentido de que es lícito que las partes convengan la retroactivi-
dad sin perjuicio de terceros, no será entonces en virtud de la rescisión en sí
misma que se extingan las obligaciones pendientes de cumplimiento, ya que,
como vimos, ésta opera ex nunc; sino a consecuencia de otro negocio jurídico
diverso, aun celebrado conjuntamente, cuya naturaleza habrá que analizar en cada
caso, y que podrá consistir en una transacción, en una remisión de deuda, etc. Y si
se tratase de prestaciones cumplidas, la retroactividad dependerá de la naturaleza
de aquéllas (cosas consumibles, hechos, etc.), supuestos en los que puede no
ser factible la restitución a un estadio anterior a la rescisión (v. gr., un inquilino no
podría restituir el uso y goce que ha hecho del inmueble). Tampoco coincidimos
–en lo que a rescisión unilateral se refiere– con alguna doctrina que, sin dar preci-
rescisión, revocación y resolución, todos ellos institutos distintos, por más que tengan algún
punto de conexión. La nulidad es la sanción de invalidez prescripta por la ley, por adolecer el
acto jurídico de un defecto constitutivo. O en otras palabras, la sanción legal por la que se
priva de sus efectos propios a un acto jurídico, en virtud de un vicio invalidante existente al
momento de su celebración. Se trata de una ineficacia estructural que opera, entonces, en el
plano genético o constitutivo del negocio, a diferencia de la rescisión, la revocación y la
resolución, que actúan en el plano funcional de un acto válido en su génesis. Empero, lamen-
tablemente, en nuestras leyes, así como en la doctrina y en la jurisprudencia, no son pocas las
veces que se intercambian promiscuamente estas expresiones entre sí.
Debe siempre tenerse en cuenta el sentido que le atribuimos en nuestro medio y no
imbuirnos del que le pudieran asignar en otras latitudes; como el caso de España, en donde su
código civil engloba dentro del concepto de rescisión (art. 1291) supuestos que entre noso-
tros son claros casos de anulabidad, de inoponibilidad o de resolución. COMPAGNUCCI DE CASO
brinda un detalle de las diferentes significaciones que se le atribuye a la expresión «resci-
sión» en el derecho comparado: en España se le da un valor semejante al de una ineficacia
estructural cercano al de nuestra «anulabilidad»; en el derecho francés tiene un carácter dual
que en ciertos supuestos lo acerca a una ineficacia estructural y por momentos al de una
ineficacia funcional («nuestra rescisión»), y en Italia tiene una inmediata vinculación con la
teoría de la lesión (víd. COMPAGNUCCI DE CASO, Rubén H., El negocio jurídico, Astrea, 1992, pp.
501 y ss.).
26
BORDA, Guillermo A., Manual de contratos, 18ª ed., Perrot, 1998, p. 128; RIVERA, op. cit., Tº
II, p. 882. Sin embargo, nada dice el resto de la doctrina que hemos compulsado en referencia
a este supuesto de retroactividad. Por el efecto hacia futuro se pronuncian: Spota y Leiva
Fernández, Llerena, Llambías, López de Zavalía, Mosset Iturraspe, Alterini, Garrido y Zago,
Lorenzetti, Pizarro y Vallespinos, Cifuentes, Compagnucci de Caso, Garrone, entre muchos
otros.
34 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
siones, sostiene que ésta puede ser tanto causada como incausada27; ello así, por
cuanto estimamos que la rescisión unilateral (tanto sea aquella facultativa pactada
de antemano por las partes, como aquella otra de origen legal) siempre es incau-
sada, pues de otro modo no sería rescisión, sino resolución (pudiéndose así pac-
tar que el incumplimiento de algún aspecto de la obligación dé lugar a la resolución
del contrato, de acuerdo con el tercer párrafo del art. 1204, pero siempre que con
ello no se incurra en conductas abusivas del derecho). De modo que toda excusa
esgrimida por quien pretendiese dimitir y que no constituya una causa suficiente
para disolver el contrato por incumplimiento –resolución–, no será más que una
mera expresión superflua de una motivación jurídicamente inocua, ya que quien
puede lo más puede lo menos, y así, quien denuncia un contrato encontrándose
facultado ad nutum para ello, por la propia convención o por la ley, no necesita
invocar causa alguna para hacer uso de dicha prerrogativa.
En cuanto a la forma, el contrario consenso puede resultar de manifestaciones
tácitas de voluntad, cuando esta forma es admitida para la celebración del contrato
de que se trate, por lo que si el primero se celebró por escrito, el distracto debe
revestir igual formalidad28. Conforme habremos de ver en su momento, aquí tene-
mos una diferencia importante con la regulación de la rescisión para el contrato
laboral.
Por otro lado, también se ha criticado con toda justicia aquella disposición del
art. 1200 del Código, por cuanto es inexacto que mediante la rescisión las partes
pueden “retirar los derechos reales que se hubiesen transferido”, ya que éstos
solamente pueden extinguirse –como consecuencia del orden público que cam-
pea en materia de relaciones jurídicas reales– por las causales y los modos admi-
tidos por la ley.
B) Revocación
No parece ser necesario volver a señalar aquí los graves yerros terminológicos
y conceptuales de Vélez Sársfield al redactar el art. 1200 y su contradictoria nota. En
ellos se confunde revocación con rescisión, y ambas también con nulidad. No
menos inexacta que la definición de la institución en estudio que da Manuel OSSORIO
en su Diccionario, al decir que “constituye una de las formas de extinción de los
contratos mediante su anulación por quien se había obligado en forma unilateral.
Es especialmente aplicable a los contratos de donación y de mandato”29 (por tal
motivo volvemos a alertar sobre el especial cuidado con que debe usarse la sino-
nimia común o vulgar). GARRIDO y ZAGO agregan que la revocación no sólo aparece
respecto de los contratos, sino también en materia de testamentos y legados. Ello
27
LORENZETTI, Ricardo L., Tratado de los contratos. Parte general, Rubinzal-Culzoni, 2004,
p. 567.
28
Víd. LAVALLE COBO, Jorge E., en Belluscio (dir.) – Zannoni (coord.), Código Civil y leyes
complementarias. Comentado, anotado y concordado, Astrea, T° V., comentario al art. 1200;
SALAS, Acdeel E. – TRIGO REPRESAS, Félix A., Código Civil anotado, 2ª ed., Depalma, 1977, T° II, p.
51, comentario al art. 1200, y sus citas jurisprudenciales, por las que se admitieron varias
excepciones al mencionado principio.
29
Citado por GARRIDO y ZAGO, op. cit., Tº I, p. 491, quienes parecen no haberse percatado
del yerro.
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 35
hace que LLAMBÍAS defina la revocación como un modo de disolución de los actos
jurídicos, por el cual su autor o una de las partes retrae su voluntad, dejando sin
efecto el contenido del acto o la transmisión de un derecho30. ALTERINI destaca que
ésta aun conserva resabios de su origen histórico, en los que se refería exclusiva-
mente a los actos unilaterales, como el testamento. Ello explica su operatividad en
la donación y en el mandato, por tratarse la primera de un contrato unilateral (de allí
la confusión, porque como contrato que es, importa un acto jurídico bilateral), en
tanto que en el caso del segundo, lo es porque el poder es unilateral31. Según los
casos puede ser causada o incausada (v. gr., en el mandato irrevocable se precisa
de justa causa). También puede ser expresa o tácita (víd. arts. 1971 y ss. del Cód.
Civil). Opera hacia el futuro, a partir del momento de la expresión de la voluntad del
autor de ella, sin destruir los efectos ya producidos por el acto.
C) Resolución32
Es un modo de disolución de los contratos en razón de una causa sobreviniente
que extingue retroactivamente los efectos resultantes del acto33. A diferencia de los
anteriores modos extintivos, opera retroactivamente, salvo pacto en contrario, em-
pero, no alcanza a los efectos ya cumplidos en los contratos de ejecución continua-
da o de tracto sucesivo34. La retroactividad obliga a las partes a restituirse lo recibi-
do en razón del negocio, o bien, su valor. A ello puede adicionarse la obligación de
reparar el daño causado por parte de la incumplidora. El efecto retroactivo no afecta
30
Op. cit., p. 576. A modo de ejemplo, en la Ley de sociedades 19550, en su art. 86, se
habla de revocación de resoluciones de la sociedad.
31
ALTERINI, Contratos…cit., p. 501.
32
Víd. IBÁÑEZ, Carlos M., Resolución por incumplimiento, Astrea, 2006; BENDERSKY, Mario J.,
Incumplimiento de contrato (la cláusula resolutoria en los derechos civil y comercial), De-
palma, 1963; FARINA, Juan M., Rescisión y resolución de contratos (civiles y comerciales),
Orbir, 1965.
33
LLAMBÍAS, op. cit., T º II, p. 575.
34
GARRIDO y ZAGO afirman que las cláusulas resolutorias actúan ex tunc, es decir, con
efecto retroactivo, y sólo en supuestos muy especiales puede hablarse de que sus efectos
son ex nunc (para lo futuro), como el de los contratos de ejecución o cumplimiento continuado
(op. cit., p. 494; en igual sentido, COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., p. 507). Señala al respecto
ZANNONI que la ineficacia de la relación contractual ocasionada por la resolución no necesaria-
mente es retroactiva, ex tunc, pues la retroacción no alcanza ni afecta las prestaciones
divisibles que se hubiesen cumplido antes de la resolución en forma parcial, recíproca y
equivalente. Es decir, entonces, que la resolución implica siempre una ineficacia de futuro –ex
nunc– del contrato como negocio o acto jurídico. Respecto del pasado, el retorno, el regreso
a la situación ante contractum, puede o no importar la ineficacia del negocio, aunque, también
en este último supuesto, se resuelva la relación contractual. Aclarando más el punto con cita
de autorizada doctrina extranjera, sostiene que lo que se resuelve no es el negocio con todos
sus efectos, sino la relación contractual, de tal modo que, entre las mismas partes de la
relación, pese a que la resolución despliega, por principio, efecto retroactivo, no se extienden
sus consecuencias a las prestaciones ya efectuadas en el ámbito de un contrato de ejecución
continuada o periódica. Y luego concluye que, a su juicio, la ineficacia de la relación contrac-
tual es consecuencia de la ineficacia del negocio. Lo que ocurre es que cuando se trata de
prestaciones divisibles que, cumplidas en forma parcial, recíproca y equivalente, quedan
firmes, la ineficacia no alcanza a estos efectos cumplidos. «Quedan firmes» no significa sino
que «son eficaces». La ineficacia es sólo parcial y, por lo tanto, respecto de las prestaciones
36 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
a terceros adquirentes de buena fe35. Ya vimos por qué, pese a este efecto ex tunc,
no cabe confundirla con la nulidad; no obstante lo cual cabe recalcarlo: la nulidad
deriva de una causa originaria que anida en los elementos constitutivos del acto
jurídico, en tanto que la resolución proviene de una causa sobreviniente, que es
independiente de la constitución misma del acto. Puede resultar tanto de una con-
dición resolutoria (arts. 528 y 553 a 557 del Cód. Civil), como del plazo resolutorio
(resolución automática, arts. 566 y 567, ídem), pactados de antemano; así como
del ejercicio del llamado pacto comisorio –resolución facultativa: prerrogativa que
alguna de las partes se reserva a fin de disolver el contrato si la otra no cumple sus
obligaciones en la forma convenida (arts. 1203 y 1204 del Cód. Civil, y 216 del Cód.
de Comercio; por estas últimas normas dicha facultad se la entiende implícita en
los contratos con prestaciones recíprocas)–. Este es el caso de la resolución por
incumplimiento, por la que el contratante cumplidor, no moroso, o cuya obligación
de cumplir estaba estrechamente vinculada al cumplimiento del otro, moroso, tie-
ne ante sí la opción, ejercible a su arbitrio, de exigir el cumplimiento o provocar la
resolución del contrato, con más los daños e intereses derivados del incumpli-
miento. También puede haber resolución cuando exista señal o arras penitencial
(art. 1202, Cód. Civil, pero debe advertirse que en los contratos comerciales esto
no opera así, pues la seña es siempre confirmatoria, conf. art. 473, Cód. Com.), o
como consecuencia de la excesiva onerosidad sobreviniente, fundamento de la
llamada teoría de la imprevisión (art. 1198, Cód. Civil). Otros supuestos de resolu-
ción son el pacto de retroventa (art. 1366), el pacto de mejor comprador (art. 1369)
y la imposibilidad sobrevenida de cumplir la prestación (art. 888). Podrá observar-
se, entonces, que al contrario de la rescisión bilateral (distracto), la resolución no
es el resultado de un nuevo contrato, sino que supone la extinción del contrato por
virtud de un hecho posterior a su celebración, hecho que a veces es imputable a la
otra parte (v. gr., el incumplimiento) o que puede ser extraño a la voluntad de ambos,
como ocurre en ciertos supuestos de condiciones resolutorias36.
Empero, LORENZETTI aclara que no debe confundirse la condición resolutoria con
la cláusula o pacto comisorio expreso, pues si bien ambas operan de “pleno dere-
cho”, la condición lo hace desde el advenimiento del hecho futuro e incierto previs-
to, en tanto que el pacto comisorio, en cambio, lo hace desde que se declara y
comunica la voluntad de resolver.
Por su parte, GARRIDO y ZAGO distinguen, además, entre resolución legal y resolu-
ción judicial. Como ejemplo de la primera dan el supuesto contemplado por el art.
1204, en el cual el legislador ha previsto que, por el simple cumplimiento de lo
ordenado por el texto legal se produzca la extinción del contrato –sin que sea
que fueron cumplidas de aquel modo, la relación contractual mantiene plenos efectos (conf.
ZANNONI, Eduardo A., Ineficacia y nulidad de los actos jurídicos, Astrea, 1986, p. 440).
En esa orientación, un fallo ha destacado acertadamente que «debe distinguirse entre la
resolución del contrato de ejecución instantánea, en la cual la misma opera retroactivamente,
deshaciendo la relación contractual desde el origen, y los contratos de ejecución continuada
o sucesiva, en los que opera para el futuro, ex tunc, pero que entre las partes carece de tal
efecto hacia el pasado respecto de las prestaciones ya cumplidas» (CNCom., Sala C, «Citi-
bank NA c/ Abalde Fernández, Félix A. y otro», JA, 2001-II-8).
35
Conf. LORENZETTI, op. cit., p. 565.
36
Conf. BORDA, op. cit., p. 129.
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 37
37
Conf. GARRIDO y ZAGO, op. cit., Tº I, pp. 498 y 499. Algo perecido se presenta en ciertos
supuestos de resolución de los contratos de arrendamiento rural, regulados por la ley 13246,
para los que es menester promover una acción ordinaria (v. BREBBIA, Fernando P. – MALANOS,
Nancy L., Tratado teórico práctico de los contratos agrarios, Rubinzal-Culzoni, 1997, p. 82).
En materia laboral, podríamos poner como ejemplo de «resolución judicial», el supuesto previs-
to en el art. 52 de la ley 23551 (exclusión de tutela sindical).
38
ALTERINI, op. cit., p. 514.
38 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
D) Imposibilidad sobreviniente
Para RIVERA, éste es un modo de ineficacia funcional de los actos jurídicos, que
tiene lugar cuando una causa sobreviniente a la constitución de la relación jurídica,
obsta a su subsistencia sin culpa de las partes. Vale decir –continúa– que la rela-
ción generada por el acto se hizo imposible en tiempo posterior al otorgamiento del
negocio tornándolo ineficaz (el autor citado da como ejemplo el de la compraventa
de un caballo que muere fortuitamente antes de ser entregado al comprador).
Este supuesto está regulado en nuestro Código Civil como un modo de extin-
ción de las obligaciones (arts. 888 a 895). Para que funcione este modo de inefica-
cia se requiere que la causa que obsta al cumplimiento de la relación jurídica sea
sobreviniente o sobrevenida, pues si fuese originaria se trataría de un supuesto de
nulidad. RIVERA entiende que la imposibilidad es una causal de ineficacia que po-
dría asimilarse en algunos aspectos a la resolución, advirtiendo que el Proyecto de
Unificación Legislativa así lo establece en su art. 120440. En opinión de ZANNONI,
esto, indirectamente, demuestra que si la imposibilidad sobrevenida es inimputa-
ble se resuelve el contrato por ausencia del objeto y por la elemental circunstancia
de que el contratante obligado no responderá por circunstancias que no le son
atribuibles41.
39
RIVERA, op. cit., Tº II, pp. 882-3.
40
Ibídem, p. 885; en igual sentido se expide LORENZETTI, op. cit., p. 571.
41
ZANNONI, op. cit., p. 449.
42
PIZARRO y VALLESPINOS, op. cit., t° 3, p. 451.
ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL | 39
F) Incapacidad sobreviniente
Estos mismos prestigiosos autores, cuyas enseñanzas transcribimos en el
párrafo anterior, se encargan de advertir que lo señalado para la muerte es aplica-
ble, en buena medida, al supuesto de la incapacidad sobreviniente. Ella puede
actuar como un modo de extinción de la relación jurídica contractual, aunque sin
afectar las obligaciones ya existentes hasta ese momento, las cuales sólo pueden
ser extinguidas por algunos de los modos preindicados. Pero cuando se trate de
obligaciones inherentes a la persona del deudor y dicha incapacidad revele la
imposibilidad de cumplirlas, la declaración de incapacidad extinguirá la obliga-
ción. Pero como en el caso de la muerte, es un supuesto de imposibilidad de pago.
43
Conf. HERRERA , Enrique, en Vázquez Vialard (dir.), Tratado de Derecho del trabajo,
Astrea, 1993, Tº V, p. 95.
SEGUNDA PARTE
EL ACTO HOMOLOGATORIO
La confusión sobre el punto –pese a la claridad de los textos legales de los arts.
15 y 241 de la LCT– seguramente tiene su raíz (al menos eso creemos) en el hecho
de que en ambos supuestos estamos frente a actos jurídicos bilaterales, más
precisamente contratos, y para peor, los dos de carácter extintivo: uno, de obligacio-
nes y el otro, de un contrato; y unido a ello, que para los dos se requiere, como
presupuesto de validez, la intervención de la autoridad administrativa o judicial,
aunque con distintos alcances (sin perjuicio de que en el caso del art. 241 se
admite también la actuación notarial). Y por si fuera poco, a veces (lo más común)
se celebran en forma conjunta cuando, además, la rescisión es onerosa. Pero
esto no debe inducir a equívocos. Dicha intervención es diferente en sendos su-
puestos. En la hipótesis del distracto –art. 241– la actuación de las autoridades
competentes lo es al solo efecto de instrumentar el acto (y por eso es que se
admite aquella la tercer variante: escritura pública notarial): estas formalidades
fueron concebidas legalmente para garantizar, en la mayor medida posible, la libre
expresión del consentimiento del trabajador, pero nada más que para eso. No le
corresponde a la autoridad, por tanto, emitir juicio de valor sobre la legitimidad,
justicia o razonabilidad de lo convenido, porque no hay conflicto de derechos, sino
un contrato oneroso. Mucho menos aun, dictar resolución homologatoria alguna, a
menos que observe que junto con la rescisión se pretenda celebrar otro tipo de
acuerdo, con efecto liberatorio de obligaciones pendientes de cumplimiento del
empleador con el trabajador, que es la segunda hipótesis de la que hablamos (la
prevista en el art. 15 de la LCT). En tal caso, si aquél cayera bajo las prohibiciones
del art. 12 de la LCT (una renuncia a derechos ciertos indisponibles), por supuesto,
la autoridad actuante deberá rechazar el acuerdo y limitarse a instrumentar el dis-
tracto solamente (salvo que también detecte vicios objetivos o subjetivos en la
conformación del acto rescisorio en sí , v. gr., para ocultar un despido arbitrario). En
cambio, si el mismo encuadrara en las prescripciones del art. 15 de la LCT (una
transacción), sólo homologará lo convenido siempre y cuando ello comporte haber
alcanzado una justa composición de derechos. Como se ve, la intervención de la
autoridad en uno y otro caso es bien distinta. En uno (art. 241), sólo se procede a
documentar el acto (rescisión bilateral, sea gratuita u onerosa), de igual forma que
lo hace el empleado del correo en el caso de la renuncia (rescisión unilateral, art.
240) o el escribano en el supuesto de la rescisión bilateral (art. 241); en el otro, se
emite una resolución jurisdiccional, aprobando o rechazando lo acordado (art. 15).
Esta delicada cuestión, pocas veces cabalmente comprendida, y que suele ser
fuente de conflictos y de grandes injusticias, fue explicada en ocasión de estudiar
el distracto (punto 1.7) y la transacción (punto 1.8). En este otro lugar abordaremos
el estudio del acto homologatorio, tema que –al parecer– no ha sido debidamente
analizado en profundidad, tal vez por su aparente irrelevancia. Sin embargo, a poco
de sumergirse en sus entrañas pueden encontrarse numerosas cuestiones no
resueltas todo lo satisfactoriamente que cabría esperar de la dogmática jurídica, y
que probablemente constituya una de las tantas causas de confusión y discrepan-
cias, tanto en la doctrina como en la jurisprudencia.
Cabe advertir, además, que bien puede suceder que alrededor de un mismo
nomen iuris se suelan agrupar diferentes figuras que poca o ninguna vinculación
tienen entre sí más que el nombre. Y este parece ser uno de esos casos. Es que,
según el Diccionario de la Real Academia Española, el verbo “homologar”, en su
EL ACTO HOMOLOGATORIO | 159
1
DROMI, Roberto, Derecho administrativo, 10ª ed., Ciudad Argentina, 2004, p. 1071.
2
Ibídem, p. 1049.
3
Ibídem, p. 418.
160 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
Como paso previo a entrar en el tema ponemos de relieve que en este punto no
trataremos lo atinente a la naturaleza jurídica del acto homologatorio, ni sus requi-
sitos legales de validez, como tampoco aquello relacionado con su impugnación;
lo cual será analizado en los puntos subsiguientes. Lo que aquí nos toca determi-
nar es la relación existente entre acto jurídico –en este caso, el acto homologatorio
del art. 15 de la LCT– y el instrumento que lo documenta. En aquellos otros puntos
se apreciará la utilidad de la mentada distinción. Todo ello en vista de las reitera-
4
Con particular referencia a la homologación de los convenios colectivos de trabajo, se
observan hondas discrepancias que van desde la naturaleza jurídica de este tipo de actos
aprobatorios hasta las cuestiones vinculadas a las atribuciones de la autoridad administrativa
al momento de homologar o denegar la homologación. Un completo racconto de las diferentes
posiciones al respecto, puede apreciarse en el segundo tomo de la colección de trabajos de
varios especialistas, compilados y dirigidos por ACKERMAN, Mario E. (dir.) – TOSCA, Diego M.
(coord.), Relaciones colectivas de trabajo, Rubinzal-Culzoni, 2007.
5
Fallos, 318:676. También ha dicho el Alto Estrado que «con arreglo a la jurisprudencia de
esta Corte, no es método recomendable, en la interpretación de las leyes, atenerse estricta-
mente a sus palabras, ya que el espíritu que las informa es lo que debe rastrearse en procura
de su aplicación racional y… para dar pleno efecto a la intención del legislador han de superar
los jueces las posibles imperfecciones técnicas de la instrumentación legal» (CSJN, fallo del
23/8/1984, ED del 22/11/84; y del 6/11/1980, in re «Saguir y Dib»).
EL ACTO HOMOLOGATORIO | 161
6
Conf. GORDILLO, Agustín, Tratado de Derecho administrativo, 9ª ed., Fundación de Dere-
cho Administrativo, 2007, Tº 3, El acto administrativo, pp. VII-1 y ss.; también en
www.gordillo.com.
7
LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho civil. Parte general, 19ª ed., Abeledo-Perrot, T° II,
p. 343, num. 1576 bis. Muestra de ello es lo que acontece con la sanción por defecto de doble
ejemplar en el caso del instrumento privado. Sobre este tema el autor en cita opina que la
sanción que corresponde por la omisión de este requisito es la nulidad del instrumento defec-
tuoso, sin que ello afecte la validez del acto jurídico instrumentado. Reitera que en esta materia
no es posible confundir el instrumento con el acto jurídico instrumentado: una cosa es el
contrato de compraventa y otra cosa es el boleto de compraventa o instrumento donde consta
el contrato. Y enfatiza diciendo que la falta de doble ejemplar perjudica al instrumento, que
queda destituido de sus efectos propios, es decir, degradado por la ley al estado de nulo; pero
no afecta al contrato. Excepcionalmente la nulidad del instrumento por falta de doble ejemplar
puede provocar la nulidad del acto instrumentado, si éste dependiera para su validez de la
forma instrumental (conf. art. 1044, Cód. Civil) (op. cit., T° II, p. 355, nums. 1597 y 1598).
En cuanto al tema de la mentada nulidad refleja enunciada en el texto, LLAMBÍAS destaca que
en la generalidad de las situaciones, acto e instrumento serán considerados independiente-
mente. Por tanto la invalidez del acto dejará subsistente la eficacia del instrumento, con la
fuerza probatoria que le corresponda (arts. 993, 994 y 1026); y asimismo, la invalidez del
instrumento no perjudicará la eficacia del acto que no lo requiera como condición esencial.
Sólo cuando depende el acto para su validez de la forma instrumental, se da esta incidencia de
la suerte del instrumento sobre la condición del mismo acto. La nulidad del instrumento arrastra
la nulidad del acto instrumentado: es una nulidad refleja. A la inversa, la nulidad del acto
jurídico nunca acarrea la invalidez del instrumento en que está otorgado. La función de uno y
otro es muy diferente. El acto instrumentado es causa eficiente de las obligaciones impuestas
y de los derechos constituidos. El instrumento es el medio de prueba creado para certificar la
162 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
Explica GORDILLO que tanto los instrumentos privados como los públicos son
instrumentales –valga la redundancia– al efecto de documentar un acto jurídico. En
un caso, la documentación es de relativo valor probatorio, en el segundo, tiene una
fuerza probatoria mucho mayor. Queda claro que en ambos casos su valor es ese,
preconstitución probatoria de la existencia del acto jurídico, no de su sinceridad o la
de los comparecientes. Nada puede variar cuando en lugar de tratarse de un acto
jurídico de derecho privado, se trata de un acto administrativo. En este caso, su
documentación a través de un instrumento público no hace sino a un aspecto
probatorio: es la prueba fehaciente de que el acto es auténtico, que realmente fue
dictado, que lo fue efectivamente en la fecha y lugar que indica, que la firma es
verdadera y ha sido puesta por la persona de que se trata. Es que la presunción de
legitimidad del acto administrativo “en nada puede asimilarse al valor probatorio
del instrumento que lo documenta”. Esto es así tanto si el acto administrativo cons-
ta en un instrumento público levantado por un escribano público, o sea, una escri-
tura pública, como si consta en un documento público levantado por un funcionario
público, de acuerdo al inc. 2° del art. 979 del Código Civil. El acto administrativo,
como declaración de voluntad, puede o no constar por escrito (la regla es que se
exprese por escrito); cuando conste por escrito, podrá interpretarse que el docu-
mento que lo atestigua reviste la calidad de instrumento público, no así el acto por
él autenticado8.
El prestigioso autor en cita efectúa también una muy atinada distinción entre la
“plena fe” del instrumento público proclamada por el Código Civil (presunción de
autenticidad) y la presunción de legitimidad del acto administrativo9 pregonada por
la LNPA 19549 (art. 12). En este sentido señala que algunos autores han confundi-
existencia de un acto, el reconocimiento de una deuda u otros hechos, etc. La nulidad del acto
instrumentado deja intacta la eficacia probatoria del instrumento respecto de los hechos
cumplidos: así, la nulidad de la hipoteca no disminuye la eficacia de la escritura hipotecaria
acerca de la entrega del capital prestado por el acreedor, la presencia de las partes en el lugar
y fecha indicados, etc.
Luego el autor nos alerta de que el codificador no ha incluido en los arts. 1041 a 1044 los
supuestos de nulidad de los instrumentos públicos o privados. Pero no obstante, aplicando al
caso el criterio de distinción de los actos nulos y anulables, menciona distintos supuestos de
instrumentos nulos: v. gr., los instrumentos públicos otorgados por oficial público incapaz,
incompetente o interesado en el acto, o sin llenar las formas legales, etc. (LLAMBÍAS, op. cit., T°
II, p. 517, nums. 1941, 1942 y 1943).
8
GORDILLO, op. y loc. cit. El distinguido profesor trae en su apoyo jurisprudencia de la
Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, en la que se manifestó que «ha mantenido la
diferencia que existe entre el acto administrativo en sí y el instrumento que lo documenta y ha
cuidado de precisar la naturaleza jurídica de ese instrumento sin asignarle, sin más, la calidad
de instrumento público por la sola circunstancia de que documenta un acto que goza de
presunción de legitimidad, siguiendo de tal modo la correcta doctrina […] y superando el
equívoco de otros autores que […] consideran que el acto administrativo otorgado por escrito
tiene todas las notas que caracterizan al instrumento público cuando es ‘otorgado por el
agente o funcionario administrativo con competencia’, confundiendo la competencia para
emanar el acto con la del oficial público que lo registra» (DJBA, 120-85, 212-245; SCBA,
«Ibarra», JA-1994-III, 99).
9
Según señala FERNÁNDEZ VÁZQUEZ, con apoyo en acreditada doctrina, esta presunción de
legitimidad, sustancialmente importa una presunción de regularidad de un acto. Es una carac-
terística del acto administrativo que consiste en suponer que éste ha sido emitido de acuerdo
EL ACTO HOMOLOGATORIO | 163
con las normas del ordenamiento jurídico, es decir, que el acto ha sido ejecutado de conformi-
dad con lo que exige el Derecho. Se presume, por tanto, que es un acto regular. Esta presun-
ción, que justifica y avala al acto administrativo, no es particular y exclusiva de él, sino común
a la generalidad de los actos de Derecho público, de cualquier clase que fueren, ya que todos
ellos tienen la presunción de su validez jurídica inmediata: toda ley se considera constitucio-
nal, toda sentencia se considera válida, todo acto de la Administración se considera legal,
hasta tanto no se declare lo contrario por el órgano competente.
Sobre el fundamento de esta presunción se han dado varias opiniones. En realidad, la
presunción de legitimidad responde a las exigencias de celeridad y seguridad necesarias en
la actividad administrativa, porque un juicio previo sobre esa legitimidad podría entorpecerla,
con daño de los intereses públicos. Se trata, empero, de una simple presunción que, como tal,
puede ser desvirtuada por el interesado, quien para ello tendrá que demostrar que el acto
contraría el orden jurídico existente (FERNÁNDEZ VÁZQUEZ, Emilio, Diccionario de Derecho públi-
co, Astrea, 1981, voz «legitimidad, presunción de»).
10
Conf. GORDILLO, op. y loc. cit.
164 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
11
JAUCHEN, Eduardo M., Tratado de la prueba en materia penal, Rubinzal-Culzoni, 2002, p.
489.
12
Ibídem.
EL ACTO HOMOLOGATORIO | 165
13
KIELMANOVICH, Jorge L., Teoría de la prueba y medios probatorios, 3ª ed., Rubinzal-
Culzoni, 2004, pp. 381 y ss. y 420 y ss.). Allí el autor efectúa un exhaustivo estudio de las
distintas especies documentales, enfocándolos desde diferentes criterios clasificatorios.
166 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
ideológica, en que los hechos o actos de que da cuenta el oficial público admiten
prueba en contrario de su autenticidad por la vía pertinente14.
Lo precedentemente expuesto deja al desnudo el error, bastante común por
cierto, contenido en muchos decisorios judiciales laborales, adoptados como váli-
dos por buena parte de la doctrina, como tantos que repiten el consabido “cliché”
que sigue: “la homologación ministerial de la rescisión por mutuo acuerdo del
contrato de trabajo veda al trabajador la posibilidad de discutir la naturaleza jurídica
de ese acto rescisorio, que sólo podría considerarse oponible mediante redargu-
ción de falsedad que conlleva la nulidad de la homologación en acción que debería
sustanciarse en forma conjunta contra la empleadora y la autoridad administrativa.
Ello así, pues el mentado acuerdo transaccional constituye un instrumento público
[art. 878, inc. 1), CC], y por ende, para que el planteo del actor –referente a la
existencia de vicios del consentimiento– fuese viable, tendría que haber iniciado
acción de redargución de falsedad, citando al funcionario público que suscribió y
homologó el acuerdo (cfr. arts. 992 y 993, CC y art. 395, CPCC)” 15. Varios son los
yerros conceptuales de esta jurisprudencia: en primer término, no queda claro qué
se quiere decir con esto de que la homologación impide “discutir la naturaleza
jurídica” del negocio jurídico homologado, como tampoco con aquello de “conside-
rarse oponible”16 (la inoponibilidad, si es que a ello se refiere, es un instituto diver-
14
Conf. KIELMANOVICH, op. y loc. cit. En igual entendimiento, MOSSET ITURRASPE, Jorge – NOVELLI-
NO, Norberto J., La obligación de escriturar, La Rocca, 2001, p. 215 y ss.). Los autores citados
en último término explican que el incidente de redargución de falsedad es el que debe promo-
verse pendiente un juicio, en la hipótesis y en la forma prescripta por el art. 395 del CPCCN.
Pero no habiendo proceso pendiente, la redargución de falsedad debe promoverse por juicio
ordinario autónomo, o bien, por querella penal regulada por el CPPN (allí afirman que tratándose
la falsedad material de un delito penal de acción pública, conf. art. 292 del Cód. Penal, por
tanto, perseguible de oficio, también es procedente la simple denuncia penal, apreciación
también aplicable al supuesto de la falsedad ideológica contemplada en su art. 293).
15
Conf. CNAT, Sala X, sent. 36 del 27/6/96, B. J., 1996- 198/199; CNAT, Sala V, 15/6/93, in
re «Valvo, José c/Telefónica de Argentina»; CNAT, Sala X, sent. 2110 del 25/8/97, B. J., 1998-
212/213; citados por SARDEGNA, Miguel Á., Ley de contrato de trabajo y sus reformas, 7ª ed.,
Universidad, 1999, com. art. 241. Incurren en el mismo error también los siguientes fallos más
actuales: CNAT, Sala I, 27/06/2006, «Bruno, Mario y otros c/ Peugeot Citroën Argentina S.A.»,
La Ley On Line, AR/JUR/10245/2006; Id., Id., 28/9/2007, «Gruszka, Jorge Daniel y otro c.
Wyeth Whitehall S.A.», IMP, 2007-23, 2219. En idénticos términos, CNAT, Sala X, 14/12/2006,
«Hume Fernando A. c/ Qualitas Médica S.A.», el Dial.com, AA4877; y La Ley On Line, AR/JUR/
9722/2006 y DJ2007-II, 431; y CNAT, Sala IV, 6/6/97, «García Valassina, Jorge M. c/ Banco de
la Nación Argentina», La Ley On Line, AR/JUR/5914/1997; entre muchos otros. En doctrina,
GRISOLÍA, Julio A., Régimen indemnizatorio en el contrato de trabajo, 3° ed., Nova Tesis, 2005,
pp. 558-9.
En las antípodas, esto es, en la postura que efectúa la distinción pertinente, se ubica el
fallo CNAT, Sala III, 30/4/2009, «Cherny, Pablo L. c/ Xerox Argentina ICSA s/despido», elDial,
AA52F4. En él, el voto mayoritario sostuvo que «el accionante al demandar invocó como
causa de nulidad del acuerdo homologado que su voluntad se encontraba viciada en los
términos del artículo 954 del Código Civil, ello descarta el argumento del incidente de redargu-
ción de falsedad, puesto que el demandante no pretende que se declare la falsedad del
instrumento (art. 395, CPCC)».
16
Si a lo que se quiso hacer alusión es a la oponibilidad del instrumento público, derivada
de su presunción de autenticidad (es decir, referido a su valor probatorio), en todo caso lo que
EL ACTO HOMOLOGATORIO | 167
Ya vimos unos párrafos arriba, al principio de esta parte, qué significa “homolo-
gar” según el diccionario. Entonces, pues ¿en qué consisten las llamadas “sen-
tencias homologatorias” que regulan la mayoría de nuestras leyes procesales?
Así, en el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, en su art. 162, se dispo-
ne, respecto de ellas (tal como reza el epígrafe de dicha norma) que “las senten-
cias que recayesen en los supuestos de los artículos 305, 308, y 309, se dictarán
en la forma establecida en los artículos 160 o 161, según que, respectivamente,
debió decirse es que «sólo podría considerarse inoponible mediante redargución de false-
dad», es decir, exactamente lo contrario. Pero en todo caso, en modo alguno esto «conlleva la
nulidad de la homologación», pues una cosa es el instrumento y otra distinta el acto en él
instrumentado.
17
CNAT, Sala VI, 30/5/75, DT, 1979-933, citado por SARDEGNA, op. cit., p. 102, comentario al
art. 15 de la LCT; en igual sentido, CNAT, Sala II, 24/4/2006, «Domínguez, Salomón Sabino y otro
c. Metacab S.A.», La Ley On Line; entre otros fallos. Y si de lo que se tratara fuese de la
nulidad del acuerdo transaccional en sí mismo (v. gr., uno de los llamados «acuerdos espon-
táneos» afectado por un vicio de la voluntad o simulación), la vía idónea es la acción ordinaria
de nulidad que corresponda (arts. 954, 1044, 1045 y concs., Cód. Civil), que llevará aparejada
la del acto homologatorio, y no la redargución de falsedad.
TERCERA PARTE
1
Porque de no hacerlo así, tal como se ha declarado, «carecen de validez las cláusulas del
acuerdo celebrado por escritura pública que impongan una transacción o liberación de even-
tuales créditos del trabajador que se pudieran originar durante la ejecución del contrato
laboral, porque es requisito legal que tales acuerdos se realicen con intervención de la auto-
ridad judicial o administrativa, y mediare resolución fundada de cualquiera de éstas que
acredite que se alcanzó una justa composición de los derechos e intereses de las partes (art.
15, ley de contrato de trabajo)» (CNAT, Sala V, 7/2/2006, «Gago, Gastón M. c. Siembra A.F.J.P.»,
La Ley On Line).
2
Conf. MAZA, Miguel Á - PLAISANT, Elio G, en Allocati (dir.) – Pirolo (coord.), Ley de organiza-
ción y procedimiento de la Justicia Nacional del Trabajo comentada, anotada y concordada,
214 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
2ª ed., Astrea, 1999, Tº II, pp. 88 y ss. Víd. Res. CNAT 18/97, por la cual ha previsto en forma
expresa la posibilidad de que las partes, espontáneamente, alcancen un acuerdo y decidan
presentarlo ante la Justicia laboral para obtener allí su homologación, eludiendo el SECLO. Con
respecto a los «acuerdos espontáneos» a ser presentados ante el MTEySS, sin recurrir al
SECLO, víd. art. 4º decr. 1169/96.
Estos autores puntualizan los requisitos que deben contener estos «acuerdos espontá-
neos» o, en su caso, la demanda conjunta de conciliación cuya homologación se solicita; como
son los elementos de juicio suficientes que permitan al tribunal (o autoridad administrativa)
examinar la situación y expedirse en los términos del art. 15 de la LCT. Incluso, se ha señalado,
respecto de este tipo de acuerdos, por aplicación analógica del art. 277 de la LCT, que cabe
pedir la ratificación personal del trabajador si, por ejemplo, la presentación efectuada por las
partes resultase deficiente, al omitir aclarar cuáles fueron las cantidades originariamente
reclamadas por el trabajador, el sueldo devengado, los motivos del despido, etc. y todos los
demás datos que permitan al juzgador apreciar la equidad de la transacción a que se arribó
(CNAT, Sala II, 25/2/91, «Benítez, Daniel c/ Hlowackij, Pedro»; citado por los mismos autores).
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 215
derechos creditorios de los que el trabajador fuese titular o a los que tiene derecho
(salarios, o sus diferencias, devengados y no cancelados, indemnizaciones por
infortunios del trabajo, etc.), los cuales, para integrar el acuerdo, deberían ser
detallados uno por uno con sus montos, causa y períodos a que corresponden,
reformulando y ampliando el reclamo original con adecuación a la ley adjetiva. De
no ser así, por estas otras acreencias aquél mantiene siempre expedito su dere-
cho, tanto como si no hubiese celebrado transacción alguna con su empleador,
puesto que las mismas no han integrado el acuerdo, que sólo tuvo por objeto la
pretensión de cobro de la indemnización por despido.
¿Pero qué pasaría si el empleador, no obstante, quisiera insertar una cláusula
de tal tenor en una transacción por derechos derivados de un despido? En ese
caso la autoridad debe abstenerse de homologar antes de inquirir a las partes
acerca de cuáles son aquellos otros derechos que también pretenderían incluir en
la transacción (debiendo éstas, en consecuencia, reformular los términos del acuer-
do), y asegurarse de que el trabajador comprenda indubitablemente sus alcances,
a fin de poder merituar su procedencia, esto es, si resulta así posible arribar a una
justa composición de los derechos controvertidos que merezca la homologación. Y
para el caso de que, no obstante tal restricción, la autoridad igualmente homologa-
ra el convenio en esas condiciones (con una cláusula de renuncia en blanco como
la descripta, cuando lo que se transó fue sólo aquello relacionado con el despido),
dicha resolución será insanablemente nula por violación de la ley aplicable; pero
aun sin necesidad de declaración de nulidad, la homologación sólo debe enten-
dérsela circunscripta a aquello que fue materia de la “litis”, o lo que es igual, que los
límites objetivos de la cosa juzgada derivados de la resolución sólo alcanzan a los
derechos devengados con el despido, que fueron los expresamente transigidos, y
no a cualquier otro crédito adeudado por el empleador, que quedaron, por necesa-
ria exclusión, fuera del acuerdo. Respecto de ellos el trabajador en cualquier mo-
mento podrá formular el reclamo pertinente, con el único límite de la prescripción (o
aun más, recordando que la oposición de la defensa de prescripción es un dere-
cho potestativo del deudor, que hará valer si le place hacerlo y, por supuesto, en
legal tiempo y forma), porque en esos otros aspectos la resolución homologatoria
le es absolutamente inoponible. Sin embargo, una antigua “doctrina” 3 plenaria
abominable, ilegal, que más abajo refutaremos, ha sentado una postura contraria,
con grave afectación de derechos; empero, afortunadamente, está siendo paulati-
namente dejada de lado. Estas cuestiones y otras serán objeto de estudio en los
parágrafos siguientes. Para todo lo demás, remitimos a la primera parte, lugar en
donde analizamos los aspectos generales de estos acuerdos.
Amén de todo ello, resta recordar aquí dos cuestiones más de gran importan-
cia. La primera, que el acuerdo celebrado en una forma distinta de la ordenada por
el art. 15 de la LCT –por ejemplo, por escritura notarial– que no sea ratificado ante
la autoridad judicial o administrativa y obtenga homologación (acuerdos espontá-
neos), o bien, aquellos otros convenios cuya homologación sea denegada (dado
que éste es un requisito constitutivo esencial de validez, a diferencia de la transac-
ción civil), es nulo, inoponible al trabajador (arts. 15 y 49 de la LCT), por lo que el
empleador no se libera por más cláusula de renuncia que valga. Esto lo explica-
3
Los jueces no hacen «doctrina» con sus fallos; sólo resuelven casos concretos.
216 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
4
CNAT, Sala V, 30/9/2008, «Alvarado, Marcelo David c/ Euroamérica S.A. y otro s/ despi-
do», elDial.com, AA4C15.
5
Excepto en lo que concierne a otros aspectos, v. gr., si hubiera puntos discutibles de la
base de cálculo de dicha indemnización (como la «habitualidad» de un determinado rubro o su
existencia misma, v. gr. , como podría suceder con las horas extras), etc. En coincidencia con
lo que formulamos en el texto se ha expedido el Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de
Santiago del Estero, al decidir que «los derechos y beneficios laborales devengados y no
discutidos no pueden ser objeto de renuncia ni negociación alguna, pues ya están incorpora-
dos al patrimonio del trabajador, lo cual implica que el acuerdo celebrado entre trabajador y
empleador ante autoridad administrativa y homologado, no podría considerarse como una
renuncia a reclamar los créditos no considerados en él –en el caso, SAC no abonados e
indemnización de la ley 25.561 (Adla, LXII-A, 44)–, aún en el caso en el que se hubiera
incorporado la cláusula por la que el trabajador declara que ‘nada más tiene que reclamar’»
(STJSE, Sala Criminal, Laboral y Minas, 12/6/2008, «Suárez, Carlos Alberto c/ Produnoa S.A.
y/o responsable», La Ley On Line).
6
Ambos, típicos supuestos de ejercicio del llamado pacto comisorio (resolución contrac-
tual), y por ende, actos jurídicos causados. En tanto que el supuesto del art. 245 de la LCT
comporta el ejercicio de la facultad rescisoria de origen legal que tiene como consecuencia el
pago de una indemnización tarifada por la ley.
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 217
res del derecho del trabajo, como son el de irrenunciabilidad y orden público. Por
ello, no puede homologarse el acuerdo cuando el derecho del trabajador surja de
hechos reconocidos por el empleador, cuando con el acuerdo se vulneren normas
de orden público o se dejen sin efecto derechos irrenunciables […] Si el trabajador
no puede renunciar en forma expresa, por vía de un desistimiento del derecho a las
indemnizaciones derivadas de un despido sin causa reconocido por la empresa,
menos aun podría hacerlo de modo indirecto por medio de la conciliación.”7
Además, el voto mayoritario ponderó el hecho de que “el accionante, al celebrar
el acuerdo ante el SECLO, no contó con la asistencia letrada que exige el art. 17 de
la ley 24635, ya que la profesional que lo acompañó fue puesta por la empresa y los
términos del convenio tampoco son veraces, dado que fueron preestablecidos por
la empleadora. Esta última cuestión también resulta relevante, dado que la autori-
dad administrativa homologó el acuerdo sobre la base de que el actor se había
dado por despedido con causa, desconociendo que fue la empresa quien dispuso
la cesantía sin motivo jurídicamente valedero, lo que lleva a sostener que su con-
clusión de que en el caso se había logrado una justa composición de los hechos e
intereses de las partes se sustentó en premisas falsas.” Por todo ello se concluyó
que “al haber sido despedido sin justa causa, el actor ya gozaba del derecho a
obtener una indemnización, aparece claro entonces que la posterior negociación
con un pago inferior al que le correspondería, se proyectó sobre derechos irrenun-
ciables emergentes de normas imperativas y con ello se violaron los principios del
derecho laboral y del orden público mínimo inderogable, y derivó en un pago infe-
rior al que le hubiera correspondido percibir”. De modo que, “en este contexto,
carece de eficacia la manifestación del trabajador que nada tendrá que reclamar a
la empresa demandada una vez percibida la suma convenida, ni resulta de aplica-
ción la doctrina que sentara esta Cámara, en pleno, al decidir los autos ‘Lafalce,
Ángel y otros c/Casa Enrique Schuster SA’, Fallo Plenario N° 137, del 29/9/70, pub.
en DT, XXX-718; LL 140-287 (en igual sentido, SD N° 88.115, del 26/9/06, en autos
‘Filgüeiras, Roberto Sebastián c/Argencos SA y otros s/despido’, del registro de
esta Sala)”8.
En el precedente transcripto, como se vio, el acuerdo se anuló en base a nor-
mativa de linaje laboral9, empero, también son anulables, por supuesto, por las
7
CNAT, Sala III, 30/4/2009, «Cherny, Pablo L. c/ Xerox Argentina ICSA s/despido», elDial,
AA52F4.
8
Sin embargo, increíblemente, en otro fallo se admitió como válido que el mismo contrato de
trabajo pueda ser extinguido dos veces por diferentes causales (tanto como si un ser vivo
pudiera morir dos veces), al declarar que «aun cuando la empleadora procedió a despedir a
los trabajadores invocando el art. 247 de la LCT y luego las partes celebraron un acuerdo en
los términos del art. 241 de la citada ley, corresponde otorgar plena validez a dicho acuerdo de
desvinculación, pues, más allá de los reparos formales que pueda merecer el posterior acuer-
do celebrado y las conductas e intenciones de las partes, no se aprecia un perjuicio económi-
co grave frente a la situación que rodeó a las partes» (CNAT, Sala I, 27/11/2006, «Gómez,
Ramón E. y otros c/ Quebecor World Buenos Aires S.A. y otro», IMP, 2007-3, 293).
9
Al igual que en este otro fallo, en el que se declaró la nulidad en virtud de hallar que «es
ineficaz el acuerdo transaccional celebrado ante el Servicio de Conciliación Laboral Obligato-
ria (SECLO) en el cual el actor manifestó que una vez percibida íntegramente la suma acorda-
da nada más tiene que reclamar del demandado por conceptos emergentes del vínculo laboral
218 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
que los uniera, toda vez que el trabajador asintió en consignar una antigüedad que evidencia
un certero fraude en los términos del art. 14 de la ley de contrato de trabajo, vulnerando
abiertamente el principio de irrenunciabilidad que emerge del art. 12 del ordenamiento mencio-
nado» (CNAT, Sala I, 4/3/2005, «Dilonardo, Héctor D. c. Testino S.A. y otro», LL, 2006-A-839).
O este otro en el que se anuló un acuerdo porque «la demandada procedió a despedir al actor
el 2/10/02 con fundamento en el art. 247 de la Ley de Contrato de Trabajo, invocando la falta
de trabajo derivada de la crisis económica que atravesaba el país en la época de los hechos
de referencia. No obstante ello, al día siguiente celebró un acuerdo en los términos del art. 241
del citado cuerpo normativo, de manera espontánea y ante el SECLO, donde se acordó el pago
de la suma de $103.550 en concepto de gratificación extraordinaria por egreso. Este acuerdo
no fue homologado por la autoridad ministerial con motivo de los términos en los que se
encuadró la desvinculación (art. 241 LCT), en tanto estos acuerdos por su contenido carecen
de carácter transaccional, conciliatorio o liberatorio por lo que no resulta factible evaluar si
constituyen una justa composición de derechos e intereses de las partes, conforme indica el
art. 15 de la Ley de Contrato de Trabajo, tal lo dictaminado por la mencionada autoridad
administrativa.» […] «Resultando pues irrazonable la existencia de dos extinciones de un
mismo vínculo, no cabe sino concluir que la ruptura contractual se produjo mediante el despido
notificado con sustento en la falta de trabajo invocada por la empleadora, y no habiendo
mediado un reingreso del trabajador a las órdenes de aquélla, al momento de celebrarse el
acuerdo fundado en el art. 241 de la Ley de Contrato de Trabajo, el contrato de trabajo ya se
hallaba disuelto. Por ende, los importes abonados por la demandada deben tomarse como
pago a cuenta de lo adeudado al trabajador (art. 260 y conc. de la LCT)» (CNAT, Sala I, 21/3/
2007, «D’andrea Roberto Alfredo c/Establecimientos Mecánicos Jeppener S.A. y otro s/dife-
rencias de salarios», elDial, AA488D).
10
Conf. CNAT, Sala VII, 30/4/2009, «Tapia Vergara, Luis Rolando c/ Chamical S.R.L. y otros
s/ acción ordinaria de nulidad», elDial, AA5354. Allí también se dijo que «…dentro de este
contexto probatorio, la circunstancia de que el Sr. Tapia hubiera firmado de manera «volunta-
ria» el acuerdo conciliatorio en el expediente que tramitara por ante el Juzgado del Fuero nro.
4 por su despido no desbarata la comprobación en el caso de que, el acto que estaba
celebrando, se hallaba viciado de manera sustancial en virtud de la maniobra de vaciamiento
que, tal como se comprobó, los demandados llevaron a cabo de manera coetánea a la celebra-
ción del acuerdo, vulnerando así principios tutelares que el derecho del Trabajo brinda al
trabajador, como lo son el de irrenunciabilidad de derechos y el de buena fe (arts. 12, 62 y 63
L.C.T.)». «[…] El actor fue sorprendido en su buena fe e inducido a error en el momento del
acuerdo por cuanto mediaba conducta intencional de la accionada en licuar sus bienes e
insolventarse para imposibilitar el cobro por parte del trabajador de la suma conciliatoria;
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 219
ocultándole a Tapia que, menos de un mes antes de la celebración del convenio (agosto de
2001) ya se estaba operando el traspaso de los bienes de la S.R.L. a la S.A.; declarándose
luego en quiebra dos meses después (22/11/01) de haber firmado la conciliación; lo que deja
a todas luces claro que dicho ocultamiento fue la causa determinante del consentimiento que
el trabajador manifestó en el acuerdo (arg. arts. 932 inc. 2 y 954 del Cód. Civil, art. 386 del Cód.
Procesal).»
Además, la Dra. Ferreirós, en su voto, agregó que «…pocas veces, como en este caso,
se advierte la presencia del fraude, como vicio del acto jurídico en cuanto implica la utilización
de una norma de cobertura, en el caso el art. 15 de la Ley de Contrato de Trabajo, para violar,
puntualmente la causa fin del acto jurídico, con alcance al Orden Público Laboral. En el caso,
se le planteó al actor un escenario de solvencia con perspectiva de cobro que lo indujo
erróneamente, a aceptar el ofrecimiento conciliatorio. Mientras tanto, trastienda, el propio
deudor organizaba el estado de insolvencia que frustraba el pacto alcanzado. De tal manera,
enancado en el art. 15 de la Ley de Contrato de Trabajo, violaba no sólo el orden público laboral
«in totum» sino también el art. 21 del Código Civil, y daba lugar a la aplicación del art. 14 de la
L.C.T.»
11
Fallo Plenario CNAT 137, del 29/9/70, «Lafalce, Ángel y otros c/ Casa Enrique Schuster
S.A.», LL 140:287; D. T., 1970-847; el Dial.com, AA4876.
220 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
de rigor en estos casos –“una vez percibida [por el actor] íntegramente la suma
materia de esta conciliación, nada más tiene que reclamar de la demandada por el
vínculo de trabajo que los uniera”– un valor superior a la ley de orden público (ya
estudiamos los efectos de normas de ius cogens en la primera parte, a donde nos
remitimos). Comienza manifiestando que “…nada impide que lo que se convenga
en la conciliación abarque un campo más reducido o más amplio, más o menos
rubros, que los que fueron objeto de la demanda, ya que por expresa disposición
de la ley orgánica del fuero, aquélla puede ser modificada en la audiencia de
conciliación (art. 59). Y huelga agregar que lo que debe tenerse en cuenta a los
efectos de la cosa juzgada es lo que se ajustó en el acuerdo conciliatorio (art. 57
cit.), no lo que se reclamó al demandar”.
Primer sofisma: cabe aclarar que esta temprana objeción está encaminada,
principalmente, a refutar a quienes aun sostienen la vigencia actual del plenario,
más que a las conclusiones del voto mayoritario en aquel aspecto, pues en el fallo
(del año 1970) se hacía referencia al régimen adjetivo vigente a la época del inicio
del proceso, conforme el cual se celebraba una audiencia conciliatoria previa al
juicio ante la Comisión de Conciliación (ley 12948). Pero el posterior decreto-ley
18345/69 en ninguna disposición prescribe que la demanda pueda ser modificada
en la audiencia de conciliación; más aun, en su texto actual la LO establece como
hito temporal de máxima para modificar los términos del libelo inicial (aunque, en
puridad técnica, más que de una “modificación de demanda”, se trata de un “cam-
bio de demanda”, esto es, una nueva demanda distinta de la primigenia, lo que
implicaría el irremisible desistimiento de ésta)12, el de cualquier momento anterior
a su notificación al demandado (art. 70, con igual criterio que el seguido por el
CPCCN, art. 331), pero no en la audiencia de conciliación (art. 80), necesariamente
ulterior. Si bien en su texto prístino, ya entonces vigente a la época del plenario, la
LO –con un procedimiento distinto al actual, en el que la audiencia de conciliación
era posterior a la interposición de la demanda pero previa a su contestación–
preveía que la modificación de la demanda pudiera efectuarse en esa instancia
conciliatoria (que se llevaba a cabo ante el juez), con el objeto de resguardar el
derecho del trabajador ante una decisión precipitada de su parte ordenaba la cele-
12
ARAZI efectúa una distinción entre modificación, ampliación y cambio de demanda. La
primera se produce cuando se alteran los fundamentos de la demanda, sin cambiar la causa
ni el objeto del litigio. La demanda sólo puede modificarse luego de la oportunidad prevista en
el art. 331 del CPCCN cuando se producen situaciones que no podrían ser contempladas al
iniciar el proceso (la desaparición de la cosa reclamada, etc.). El cambio de demanda, por el
contrario, se da cuando se sustituyen los sujetos, la causa o el objeto del litigio. El cambio de
demanda anula los efectos de la anterior. Distinto es el caso de ampliación de la demanda, por
la que la ley contempla la posibilidad de ampliar la suma reclamada cuando se originan nuevos
incumplimiento del demandado en los contratos de tracto sucesivo (ARAZI, Roland, Derecho
procesal civil y comercial, Rubinzal-Culzoni, 1999, Tº I, pp. 283 y ss.).
Con referencia al cambio de demanda, GOZAÍNI explica que ella comporta la sustitución de
una demanda por otra, y en la generalidad de los casos implicaría el desistimiento de la
anterior. La modificación del objeto se vincula con la «cosa demandada», circunstancia que
obliga a ponderar el thema decidendum inicial para evitar la manipulación inadecuada del
objeto litigioso, con el riesgo de vulnerar el principio de congruencia y la garantía de defensa
en juicio (GOZAÍNI, Osvaldo A., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, comentado y
anotado, 2ª ed., La Ley, 2006, Tº II, pp. 277 y ss., comentario al art. 331).
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 221
bración de una nueva audiencia a esos fines en un plazo no mayor a diez días. Esto
quiere decir, ni más ni menos, que aquel plexo normativo requería previamente de
una expresa y formal modificación objetiva de la demanda original, para luego sí
intentarse la mentada conciliación sobre esa base, que permitiera arribar a una
justa composición de derechos –mediante una transacción– capaz de poner fin al
litigio y adquirir efectos asimilables a la cosa juzgada sobre ese nuevo thema
decidendum. Ergo, no bastaba –como allí se quiso hacer ver– con una simple
mención casi al descuido efectuada en el acuerdo conciliatorio, cuyo objeto no
había sido modificado previamente como la ley mandaba, pues de otro modo se
estaría desbordando la continencia de la causa13, con grave afectación del principio
procesal de congruencia14, que haría que luego se dictara una sentencia extra
petita, y por tanto, arbitraria y nula. Tomando como valedero que los efectos de la
cosa juzgada pudieran alcanzar a esas otras cuestiones introducidas al pleito
informalmente y con posterioridad, como allí se dijo (los otros créditos diversos a
los reclamados originariamente), es paso ineludible la previa modificación de la
demanda (rectius: cambio de demanda por una nueva con un objeto diverso) y el
análisis de rigor acerca de la procedencia de la transacción respecto de ellos.
Claramente se deduce que las cosas no son tan sencillas como usualmente se
las quiere mostrar.
Volviendo ahora al voto mayoritario, en el párrafo siguiente se vuelve a distorsio-
nar, esta vez, el texto y el espíritu de una norma del Código Civil: el art. 835 –que es
13
Tal como enseñara otro prestigioso procesalista, Isidoro EISNER, «por iguales razones
debe entenderse que no se ha alcanzado, en una decisión firme, la autoridad de la cosa
juzgada material, cuando ella aparece como emitida sin relación ni referencia lógica con la
cuestión debatida; de manera que no se halla sustentada en una pretensión concretamente
planteada o no hubiera existido posibilidad de discusión y prueba o no se advirtiera la presen-
cia de un efectivo juzgamiento como acto racional y consciente de contenido crítico sobre
puntos sometidos a decisión» (EISNER, Isidoro, Autoridad de cosa juzgada, La Ley, 130-501).
14
Ensayando una definición del principio de congruencia, PEYRANO entiende que es la
exigencia de que medie identidad entre la materia, partes y hechos de una litis incidental o
sustantiva y lo resuelto por la decisión jurisdiccional que la dirima. Citando a calificada doctrina
puntualiza: la exigencia de congruencia comprende los siguientes aspectos: a) resolución de
todas las pretensiones deducidas; es decir, la prohibición de omitir la decisión de una preten-
sión oportunamente deducida; b) resolución nada más que de las pretensiones ejercitadas; o
sea, prohibición de resolver pretensiones no deducidas o –lo que es sustancialmente lo
mismo– alterar o exceder las ejercitadas; c) aplicación de las reglas precedentes a las cues-
tiones introducidas al debate por el demandado, o sea, resolución de todas las cuestiones
planteadas por el mismo y nada más que de ellas.
La incongruencia puede producirse tanto respecto de los litigantes (subjetiva), como del
material fáctico aportado por ellos, así como de las reclamaciones formuladas (objetiva). De
ellas nos interesa la última. PEYRANO explica que ella se presenta cuando hay un desfasaje
entre las reclamaciones formuladas y su satisfacción por obra de la decisión jurisdiccional.
Así, hay incongruencia objetiva por exceso, y por ende resolución ultra petita, cuando el
órgano jurisdiccional concede más de lo reclamado; en tanto que la habrá por defecto, cuando
el tribunal, sin razón valedera, otorga menos de lo reclamado. La incongruencia objetiva extra
petita se da cuando el órgano jurisdiccional otorga algo que no ha sido impetrado por las
partes; en tanto que la habrá citra petita si aquél omite pronunciarse sobre la viabilidad de
alguno de los pedidos deducidos (PEYRANO, Jorge W., El proceso civil. Principios y fundamen-
tos, Astrea, 1978, pp. 63 y ss.).
222 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
15
Según las enseñanzas de ARAZI, los límites objetivos de la cosa juzgada están dados por
la cosa demandada, así como por los hechos en que se funda la petición, y por todas aquellas
excepciones y defensas que debió oponer el demandado. Es decir que sólo adquiere autori-
dad de cosa juzgada la decisión de las cuestiones que fueron o pudieron ser objeto de debate
en un determinado proceso. Explica el autor que el CPCCN adopta un criterio amplio para
determinar cuándo hay cosa juzgada, sin exigir la clásica identidad entre sujetos, objeto y
causa (art. 347). Dicha identidad constituye un valioso método para apreciar si la cuestión ya
ha sido juzgada, pero no es una regla absoluta. En un proceso, el objeto lo constituye el bien
corporal o incorporal que se reclama, el bien que se pide concretamente en la demanda. La
causa es el hecho jurídico que se invoca como fundamento de la pretensión, el fundamento
inmediato del derecho que se ejerce.
En distintos procesos, la verificación de los mismos hechos puede llevar a conclusiones
distintas, lo cual no deriva en escándalo jurídico, atento el sistema dispositivo que domina el
proceso civil. Si para dictar una sentencia de condena el juez tuvo por acreditada la culpa del
demandado, tal presupuesto, que puede tener alguna eficacia como medio de prueba en otro
proceso, nada tiene que ver con la autoridad de la cosa juzgada, que no extiende su investi-
dura a la motivación, sino a la conclusión última del silogismo judicial. Los juicios de valor
hechos por el juez apreciando la prueba producida en un proceso, sólo importan para el
proceso donde fueron formulados, conforme explica el prestigioso profesor en cita.
Cuando el objeto del proceso se puede obtener alegándose distintas causas, aparece el
problema de la identidad de causa como requisito de la cosa juzgada. Por ejemplo, si la
demanda de nulidad de un acto jurídico por un vicio del consentimiento impide o no una nueva
demanda en que se invoque otro vicio del consentimiento. Lo mismo puede decirse en el caso
de divorcio por distintas causales invocadas sucesivamente o en el desalojo. Hay tres teorías,
de las cuales la tercera, a la que adhiere ARAZI, considera cada causal en forma independiente,
de manera que si se invocó una de ellas puede luego invocarse otra.
En los supuestos enunciados, la causa, desde el punto de vista procesal, es el vicio que
se invoca como fundamento de la pretensión. Si bien puede ser conveniente que el autor
invoque simultáneamente todos los vicios que invalidan el acto o todas las causales que hacen
procedente el divorcio o el desalojo, en su caso, no hay disposición legal alguna que le
imponga esa carga; por ello, no resultará fundada la oposición al trámite de un nuevo juicio
basado en otra causal, aunque haya coexistido con la anterior. Couture –ciatado por ARAZI–
dice que la nueva demanda no es jurídicamente excluyente de la anterior; si lo que se reclama
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 223
jurídico, le son aplicables todas las normas generales que regulan los de su espe-
cie, entre ellas, las que determinan los requisitos del objeto del acto jurídico –el art.
953–, según el cual dicho objeto debe ser determinado o determinable, pues como
afirma la nota a dicho precepto, “…el acto es ilusorio [nulo] cuando el objeto es tan
vagamente indicado que no sea posible determinarlo”. Y esto es lo que sucede con
este tipo de cláusulas, ya que a través de tan imprecisa mención es imposible
adivinar –aun por el juez, como tercero ajeno a la relación jurídica– qué derechos
comprende la transacción.
Como nota marginal pero vinculada íntimamente a estas cuestiones, resulta
oportuno destacar un argumento frecuentemente utilizado por los que profesan
adoración por este viejo plenario, y es sobre lo que han dado en llamar “cosa
juzgada implícita”, a la cual no han sabido interpretar o se resisten a interpretar
como realmente es. Ella se vincula con los límites objetivos de la cosa juzgada que
explicamos en nota al pie de página. RIVAS afirma que las cuestiones resueltas
expresamente por el fallo están comprendidas y amparadas por la cosa juzgada,
sin embargo, ella alcanza igualmente a otras vinculadas con el pronunciamiento.
Así, abrazará las que no fueron resueltas de una manera expresa, cuando por sus
características, su subsistencia como aspecto pendiente del litigio, resulta incom-
patible con el sentido del fallo. Un ejemplo es éste: se demandó la resolución
contractual por incumplimiento del demandado y los daños y perjuicios derivados
de esa situación, y el fallo rechaza la demanda por considerar que la accionada se
ajustó correctamente a sus obligaciones, es obvio que los daños y perjuicios están
implícitamente desestimados, aunque nada se haya dicho al respecto en el fallo.
También la cosa juzgada alcanza a todas las cuestiones que pudieron ser plantea-
das en el juicio de que se trate y no lo fueron. Con otro ejemplo: si reclamado el
pago de una suma de dinero, el accionado alegó el pago pero omitió hacer lo
propio con la prescripción, y la sentencia hizo lugar a la demanda, quedó con ello
cerrada toda posibilidad de poderse discutir la restitución de lo abonado en virtud
de la condena, arguyéndose esta vez, que la prescripción estaba cumplida. Empe-
ro, esto tiene que ver con que la prescripción es renunciable, siendo una potestad
del deudor oponerla16.
Resulta evidente que ninguna relación tiene la alegada “cosa juzgada implícita”
con los alcances de la cláusula de renuncia de derechos bajo examen en el plena-
rio. Está fuera de discusión que si se reclamara una diferencia salarial por un
determinado período, ningún obstáculo hay que impida luego promover otra de-
manda por un período diferente. Por otro lado, a la sentencia definitiva se le recono-
ce cualidad de cosa juzgada a condición de que haya sido precedida de un juicio
contradictorio, esto es, de un proceso en el cual los justiciables hayan tenido opor-
tunidad de audiencia y prueba, organizado sobre bases compatibles con los dere-
chos y garantías constitucionales, según lo ha señalado reiteradamente nuestro
Máximo Tribunal17. Claramente, y como hemos explicado con anterioridad con apo-
yo en doctrina y jurisprudencia, en la sentencia homologatoria nada se ha juzgado
ni decidido, porque los procesos de homologación no son técnicamente “juicios”,
en el sentido de pleito o controversia judicial. Son una manifestación diversa de la
actividad jurisdiccional. Nada allí se acoge o se rechaza “implícitamente”, porque lo
que hay es sólo un acuerdo de partes (un contrato) que se aprueba en cuanto a su
contenido, a partir de su confronte con normas imperativas. En ella no hay debate
(ni amplio ni restringido) y prueba, ni alegaciones y defensas que pudieron hacer-
se y no se hicieron. Se le aplican, por tanto, en cuanto a su objeto, las normas que
regulan la transacción y los contratos en general, como aquellas que ya señala-
mos y no, por ejemplo, las prescripciones del art. 347, inc. 6, del CPCCN18, pensa-
16
RIVAS, Adolfo A., en Witthaus – Rivas – Rodríguez – Vallejos – Pérez – Torti – Raffo, El
proceso ordinario en la Provincia de Buenos Aires y en la Nación, Abeledo-Perrot, 1982, pp.
446 y ss.
17
Conf. FENOCHIETTO, Carlos E., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación comenta-
do, Astrea, 2000, p. 213, comentario al art. 163; con cita de CSJN, 8/10/87, JA, 1989-I-396.
18
NOVELLINO explica que continencia significa que una causa contiene a la otra, de la cual es
parte; que conexidad consiste en la interdependencia de juicios, sin que se requiera –a
diferencia de aquélla– una igualdad absoluta de elementos, siendo suficientes aquellos que
lleven a fallos donde, eventualmente, sean resueltas cuestiones ya tratadas en la sentencia
preexistente. En cuanto a la accesoriedad, cabe señalar que conlleva el vínculo de dependen-
cia, como acontece con los incidentes, aunque en estos no hay cosa juzgada, sino preclusión,
cuando se trata de incidentes propiamente dichos. Lo cierto es que se pueden distinguir dos
supuestos de accesoriedad: de hecho y de derecho. Por otro lado tenemos la subsidiariedad,
que se produce cuando una cosa se encuentra en grado de dependencia permanente en
relación con otra. Este aspecto marca su distinción respecto de la accesoriedad, cuya depen-
dencia no es total y hasta tiene su propia autonomía conceptual (NOVELLINO, Norberto J., Ejecu-
ciones, 4ª ed., Astrea, 2003, p. 224).
Fácil es colegir que, v. gr., ante un reclamo por indemnizaciones por despido, ninguna
relación ni de continencia, ni de conexidad, ni de accesoriedad, ni de subsidiariedad (como
para decir que existe cosa juzgada al respecto) hay frente a un posterior reclamo por diferen-
cias salariales o por la reparación de un infortunio laboral, ya que responden a diferentes
causas fuentes (distintos presupuestos de hecho generadores de obligaciones, arg. art. 499
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 225
del Cód. Civil), por más que tengan origen en una misma relación contractual de tracto suce-
sivo, que, conforme explicamos en la primera parte, está llamada a perdurar en el tiempo
produciendo fluyentemente un sinnúmero de obligaciones distintas e independientes. Por ello,
v. gr., cada una tiene su propio término de prescripción (como lo tiene cada salario, cada
infortunio, etc.).
19
Tal el planteo erróneo sustentado por CABALLERO, Julio – COMADIRA, Guillermo L., Extinción
del contrato de trabajo por voluntad concurrente de las partes, Revista de Derecho Laboral,
Rubinzal-Culzoni, 2000-1, p. 114; y por TORRENS ELGUETA, Gonzalo, Los acuerdos disolutorios
en sede administrativa y la cosa juzgada, LLC, 2004 (mayo), 339.
226 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
ámbito laboral rige el principio ‘nemo auditur propiam turpitudinem allegans’”. Ta-
maño desaguisado nos exime de mayores comentarios (sobre el orden público
laboral y la posibilidad que tiene el trabajador, en principio, de alegar su propia
torpeza, nos remitimos a lo estudiado en la primera parte). Aquella inadvertencia
les hace afirmar además que “…no cabría alegar error acerca del alcance de lo
convenido, ya que no habrá mente tan obtusa que […] no tome conciencia de que si
afirma que nada tiene que reclamar por el trabajo prestado, no podrá decir lo
contrario cuando le parezca bien…”. Por supuesto que este es un aserto hoy día
insostenible, atento a lo prescripto por la LCT en sus arts. 12, 58 y 260, que tutelan
aun a las mentes más obtusas, ya que no efectúan distinción alguna. Es que el
interés general está por encima de cualquier mente obtusa.
Cuarto sofisma: podríamos decir que encierra una falacia parcial, o mejor aun,
que es tal según el contexto. Nos explicamos: en el caso que dio motivo a la
convocatoria a plenario, el razonamiento efectuado en el voto mayoritario –y que
seguidamente transcribiremos– es valedero, pues se trataba de un supuesto de
despido con invocación de justa causa; empero, formulado este aserto con carác-
ter general e indiscriminado en cuanto situaciones que pueden plantearse en los
hechos, se torna inválido. El razonamiento, resumidamente, es el siguiente: la
cláusula en cuestión no configura, como comúnmente se afirma, una renuncia
prohibida de derechos –según esta postura del voto triunfante–, ello así, pues a lo
que se renuncia en la transacción no es un derecho, sino una pretensión (obli-
gaciones litigiosas o dudosas). Reconoce en consecuencia que sería inválida la
renuncia si versase sobre la indemnización por antigüedad de quien hubiera sido
despedido arbitrariamente, pero no respecto de quienes –como los actores– lo
fueron con causa justificada, y la posterior pretensión por indemnización por vio-
lación de la estabilidad gremial aparece como injustificada, por las razones –por
cierto, de peso– que en el fallo se enumeran. Hasta aquí la reflexión parece co-
rrecta.
Sin embargo, como dijimos, la aplicación general e indiscriminada de tal crite-
rio puede conducir –y de hecho conduce– a resultados desastrosos y violatorios de
la ley, porque es muy fácil para el empleador transformar un derecho cierto en
litigioso con sólo discutirlo invocando cualquier causa o argumento, por disparata-
do y falso que sea, jugando con la necesidad del trabajador. Desde otro costado
¿qué examen pudo haber efectuado el juez en el primer juicio, ya no sobre los
derechos demandados, sino sobre aquellos otros conjeturalmente incorporados
aun implícitamente, como para determinar si son ciertos o dudosos y así poder
saber si tiene que admitir o rechazar el acuerdo liberatorio, si ni siquiera se ha
tenido la decencia de declararlos con sus elementos identificatorios (causas,
montos, períodos a que corresponden, etc.)? En la generalidad de los casos no se
hace ningún análisis, aceptando “a libro cerrado” la supuesta voluntad plasmada
en el acuerdo, en colisión franca con el concienzudo examen que exigen al funcio-
nario actuante los arts. 15 y 277 de la LCT (aquella manifestación claramente
trasunta un desistimiento del derecho), sin reparar en que por encima de ella está
una ley de orden público a la que no puede oponerse lo pactado. Por lo demás, con
el mismo criterio que entiende que son pretensiones y no derechos los que se
estarían renunciando en la transacción, deberíamos estimar que la cosa juzgada
se extiende sólo a éstas –a los derechos dudosos litigiosos– pero jamás a dere-
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 227
chos ciertos y reconocidos. Respecto de ellos no habría así cosa juzgada, pues se
trataría de derechos indubitados y no de meras pretensiones (v. gr., si posterior-
mente a la transacción por los derechos dudosos derivados del despido con cau-
sa, aun mediando aquella cláusula, aquél reclamara en un nuevo juicio el pago de
salarios adeudados). Es decir, si lo que luego se demandara fuesen derechos
¿qué objeción podría hacerse si lo que se transó eran simples pretensiones?20
Resumiremos ahora los lineamientos de la minoría en el plenario sub exámi-
ne. El voto del Dr. Goyena, luego de distinguir correctamente conciliación de tran-
sacción, en ciertos aspectos formula reparos similares a los que efectuamos no-
sotros en los párrafos precedentes a la cláusula abdicativa de rigor en estos acuer-
dos, como cuando afirma llegar “a la conclusión que en situaciones como la deba-
tida, no puede sostenerse que haya autoridad de cosa juzgada sobre la base de
una locución genérica, sin afectación concreta de cuáles beneficios estarían real-
mente integrados en ella”[…]. Abona su posición sosteniendo que “existe en todo
litigio, dentro de los cuales no están exentos los laborales, la indispensable y
necesaria remisión a la demanda donde se señala lo que es materia de reclamo.
Y en ella se exige la individualización de los distintos rubros integrantes de la
pretensión, porque la decisión que recaiga se referirá a ellos con exclusión de
cualquier otro. De allí que dentro del proceso laboral vigente, al concertarse la
audiencia de conciliación, lo que se discute es lo pedido en la demanda y por lo
tanto, salvo manifestación expresa que implique la inclusión de otros rubros, como
la conciliación tiene efecto de sentencia –cosa juzgada y actio judicata– mal puede
ir por encima de lo que fue objeto de reclamo. En tal orden de ideas, cuando se
usan locuciones por las cuales se cancelan las obligaciones emergentes de un
contrato de trabajo sin mencionarlas, se las debe condicionar a lo que es materia
del pleito, sin extenderlas a lo que es ajeno al mismo. Es cierto, tal como lo insinué
más arriba, que las partes pueden, en la oportunidad de la audiencia de concilia-
ción, modificar sus recíprocas expresiones, porque es allí donde recién se configu-
ra la relación procesal21, pero siempre es preciso que tales ampliaciones, modifi-
caciones o adecuaciones se determinen con claridad, porque se incluirán o adicio-
narán al reclamo primero. De allí la posibilidad de una nueva audiencia para con-
testarla o el arribo a una solución conciliatoria, o el responde inmediato, según sea
la actitud que adopte el afectado. No es aconsejable, y por otra parte no condice con
la buena doctrina, la suscripción de una renuncia en blanco o indiscriminada res-
pecto de derechos expresamente tutelados por la ley, en función de una expresión
surgida de alguna práctica tribunalicia o administrativa y menos aún que ello se
presuma […]”.
Finalmente agrega que “…la utilización de la locución inserta en el temario, no
es a mi juicio elemento al que se le atribuyen seriedad y eficacia como para consi-
derarle con los efectos de la cosa juzgada, admitiéndose que se le transforme en
20
Esta es la idea que pareciera sustentar el voto del juez Míguez en el plenario de marras.
21
Luego el camarista afirma: «…en este caso, hay una expresión clara y definida y allí
procede que se considere que media una ampliación de la demanda, dándole así una tónica
acorde con la índole de lo que constituye la conciliación». Recordamos que, según ya explica-
mos, no sería aquello una ampliación de demanda, sino un «cambio de demanda», con requi-
sitos y efectos sensiblemente diferentes.
228 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
22
Fallo plenario CNAT 239, del 25/8/82, «Aizaga, Jorge A. c/ I.P.S.A.M.S.A.»; LL, 1983-A-
246. Se decidió que «la manifestación del trabajador en un acuerdo conciliatorio de que nada
más tiene que reclamar del empleador por ningún concepto emergente del vínculo laboral que
los uniera no comprende la acción fundada en el art. 1113 del Código Civil».
230 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
23
No obstante la plena operatividad del plenario «Aizaga», se ha sostenido que «resulta
procedente la excepción de cosa juzgada opuesta por la demandada cuando se había firma-
do, entre las partes, un acuerdo en el que se incluía en la suma a percibir por el trabajador, las
indemnizaciones derivadas de los daños y perjuicios y daño moral con fundamento en los
artículos 1109 y 1113, Código Civil. Tal situación resulta alcanzada por el plenario ‘Lafalce’. Ello
no implica soslayar la doctrina sentada por este Cuerpo en el fallo plenario ‘Aizaga c/ Ipsam
SACIF’, por cuanto, en el caso, no resultó cuestionada la inclusión o no de la indemnización
prevista por el artículo 1113 mencionado, en el marco del acuerdo arribado, sino que por el
contrario, fue prevista expresamente en el convenio» (CNAT, Sala X, 24/2/2009, «Prieto,
Marcela c/ Casino Buenos Aires Compañía de Inversiones y Entretenimiento S.A. y otro s/
accidente», RDL, 2011-1, p. 300).
232 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
24
Sin perjuicio de dicha remisión, adelantamos aquí algunos pronunciamientos jurispruden-
ciales que postulan tanto la inaplicabilidad como la pérdida de vigencia dicha doctrina plenaria.
En el primero de ellos se sostuvo que «el plenario ‘Lafalce’ no se encuentra vigente como tal,
y por ende no es de acatamiento obligatorio, ya que fue dictado con anterioridad al dictado de
la ley 20744 (sic). La interpretación que la mayoría de los integrantes de la Cámara efectuara
de los alcances de las transacciones en los términos de los artículos 834 y concordantes del
Código Civil y sus efectos eventuales para la excepción de cosa juzgada en el marco de lo
previsto en los artículos 57 y concordantes del decreto 32347/44 de procedimiento laboral, no
puede aplicarse analógicamente a situaciones regidas por una regla jurídica específica y
expresa como el artículo 15, LCT, dictada con posterioridad y de texto diferente. Para más, la
doctrina del mencionado plenario tampoco sería útil para examinar los efectos de acuerdos
celebrados ante la autoridad administrativa y por esta homologados, toda vez que se llamó a
plenario ‘a fin de resolver el problema de si existe cosa juzgada en juicio posterior donde se
reclama un crédito no demandado en el juicio conciliado’ (del voto del Dr. Folchi) y el presu-
puesto del debate zanjado por el plenario era ‘un acuerdo conciliatorio en sede judicial’ (del
voto del Dr. López)» (del voto del Dr. Maza, en CNAT, Sala II, 19/9/2007, «Scaiotti, Sergio c/
Perevent S.A. s/ diferencias de salarios», RDL, 2011-1, p. 301).
En tanto que en este otro se señaló que «los fallos plenarios tienen naturaleza interpreta-
tiva de una norma legal, así el plenario ‘Lafalce’ constituyó la interpretación que la CNAT
efectuó de los alcances de las transacciones en los términos de los artículos 834 y concor-
dantes del Código Civil y sus efectos eventuales para la excepción de cosa juzgada en el
marco de lo previsto por los artículos 57 y concordantes del decreto 32347/44 de procedimien-
to laboral. Dicho plenario no puede aplicarse analógicamente a situaciones regidas por una
regla jurídica específica y expresa como el artículo 15, LCT, dictada con posterioridad y de
texto diferente, o al menos no puede hacerse con carácter obligatorio en los términos del
artículo 330, CPCCN» (CNAT, Sala III, 20/9/2010, «Castro, Mariana Elizabeth c/ American Expre-
ss Argentina S.A. s/ despido», RDL, 2011-1, p. 302).
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 233
que acusó el plenario “Lafalce”, pues contradice el art. 15 de la ley, lo que configura
hoy día una solución ilegítima25.
La autora en cita hace extensivas sus conclusiones respecto de lo fallado por la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso “Álvarez, Jorge E. c/ Todoli Hnos.
SRL”, del 2 de junio de 1998, que ha motivado un laudatorio comentario de POSE,
quien interpreta que el fallo citado avala la doctrina plenaria “Lafalce”26, lo que a su
juicio otorga “nueva vitalidad y un mayor campo de aplicación al pronunciamiento
emitido por la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo hace [más de] un
cuarto de siglo, tendiente a posibilitar la inserción en los acuerdos conciliatorios,
de cláusulas liberatorias generales, exonerando a la parte empresaria de toda
responsabilidad por incumplimiento, potencial y/o cierto de sus obligaciones labo-
rales…”. La distinguida profesora discrepa con esta conclusión, considerando que
el Alto Tribunal no se ha expresado al respecto con claridad suficiente ni ha tenido
en cuenta los principios del Derecho del Trabajo, ni menos aun que en el contexto
normativo actual, sólo por excepción pueden formularse acuerdos conciliatorios.
De la lectura del fallo indicado, que revocó por arbitrariedad un pronunciamien-
to de la Corte bonaerense, el cual, según aquél decisorio, omitió el tratamiento
adecuado de la defensa de cosa juzgada opuesta oportunamente por la demanda-
da, si bien no surge una convalidación expresa de dicha doctrina –ni siquiera hace
alusión al plenario– parece coincidir en un todo con ella. Otra cosa no podría haber-
se esperado de aquel tribunal político de los años noventa –no hace falta que
expliquemos las razones–, pero más estupor nos causa que un juez del trabajo
pueda efectuar tan livianamente una afirmación semejante, al aprobar un fallo que
supuestamente alentaría a mayor escala aun, el incumplimiento masivo de las
leyes laborales imperativas (no sólo de la LCT, piénsese en la ley de seguridad e
higiene del trabajo, etc.) con tan sólo insertar una cláusula, que es un verdadero
“bill de indemnidad” para abusarse de las necesidades del más débil. Si el Dere-
cho del trabajo está destinado a proteger a la parte vulnerable de la relación labo-
ral, resulta obvio que la interpretación que se haga de sus preceptos no puede ir en
contra de aquella voluntad del legislador –que no ha hecho más que cumplir con
expresas mandas constitucionales en tal sentido, contenidas en los arts. 14 bis y
75, incs. 18, 19, 22, 23 y 32 de la Ley Suprema–, so pena de transformarla en letra
muerta. El juez laboral debe ser, pues, un fiel custodio de la efectiva vigencia de
esos valores y postulados en todo momento y circunstancia, y no tolerar jamás que
doctrina alguna, sea de quien fuere que provenga, los eche por tierra para propiciar
la instauración del más regresivo capitalismo de mercado, cuyos nefastos resulta-
dos se ven a diario.
25
CAUBET , Amanda B., Los acuerdos conciliatorios y el principio de irrenunciabilidad,
D.L.E., nro. 162, febrero/99 – Tº XIII, p. 124 y ss. Con su opinión coincide FERNÁNDEZ MADRID,
Juan C., Ley de contrato de trabajo, La Ley, 2009, Tº I, p. 426, comentario al art. 15.
26
CSJN, 2/6/98, «Alvarez, Jorge Edgar c/ Todoli Hermanos S.R.L. y otra», Fallos, 321:1592.
POSE, Carlos, El Superior Tribunal de la Nación reivindica la operatividad de la doctrina fijada
en el plenario «Lafalce c/ Casa Enrique Schuster SA», DT, 1998-B-2415. Su posición es
compartida por CABALLERO y COMADIRA, op. cit., p. 103; así como también por DE DIEGO, Julián A.,
Extinción del contrato de trabajo de común acuerdo, Hammurabi, 2001, p. 106.
234 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
27
ARIAS GIBERT, Enrique, Los límites del artículo 15 del régimen de contrato de trabajo,
D.L.E., Tº XIV-173, enero 2000, pp. 36 y ss.
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL | 235
iguales normas. Por ello, opinan que sólo es correcto usar la frase “que nada más
tendrá que reclamar por los rubros de autos”, y que lo contrario es permitir renun-
cias y desistimientos ajenos a la causa y contra legem. Como último argumento
los autores destacan que la homologación no puede recaer –sin contradecir las
pautas del art. 15 de la LCT– sobre puntos no propuestos en la causa por la
demanda y su réplica, ya que, sin elementos, no podrá saber el juez si media o no
la justa composición de los derechos e intereses de las partes, exigida por aquella
norma legal, ni si se vulneran disposiciones de orden público o se transigen dere-
chos innegociables28. También FERREIRÓS y MANSUETI se expiden por la actual pérdida
de vigencia de dicho plenario, en razón de la posterior aparición en el ordenamien-
to laboral del art. 15 de la LCT, que se eleva como una defensa del orden público y
del principio de irrenunciabilidad29.
De más está decir que coincidimos con estas conclusiones, que avalan nues-
tra postura, la cual volcamos en oportunidad de refutar los argumentos que susten-
taron la posición mayoritaria del plenario “Lafalce”, y que damos por reproducidos
aquí. Resta señalar que las cosas no cambian en cuanto se trate de lo acordado en
una conciliación celebrada ante la autoridad administrativa30. También allí hay un
“thema decidendum” del cual no puede salirse el funcionario actuante, que estará
signado por los propios términos del acuerdo y lo informado por el conciliador en el
acta, en su caso: acuerdo espontáneo u obtenido a consecuencia de una concilia-
ción laboral. Si no surgiera de allí claramente cuál es el objeto de la transacción, la
autoridad ministerial debe denegar la homologación hasta tanto no se reformule y
aclare adecuadamente dicho objeto; pues de otro modo no podrá valorar si se trata
o no de materia vedada a la negociación individual (derechos indisponibles), ex-
cluible de cualquier transacción laboral, y si con el acuerdo se puede alcanzar una
justa composición de derechos e intereses de las partes (conf. art. 15 de la LCT)31.
28
MAZA, Miguel Á - PLAISANT, Elio G, en Allocati (dir.) – Pirolo (coord.), Ley de organización y
procedimiento de la Justicia Nacional del Trabajo, comentada, anotada y concordada, 2ª
ed., Astrea, 1999, Tº II, p. 85, com. art. 69. El Dr. Maza ha tenido oportunidad de plasmar su
criterio en el fallo CNAT, Sala II, 21/10/2008, «Relats y De Dalmases, Javier c/ Ceteco Argentina
S.A. y otro s/ despido», RDL, 2011-1, 294).
29
FERREIRÓS, Estela M., La cosa juzgada y su posible acción de revisión, D.L.E., XXIII, 2009,
p. 1264. MANSUETI, Hugo R., La homologación y su alcance en la conciliación laboral. El juego
armónico del artículo 241 de la LCT, elDial.com, DCE68. Este último autor sostiene que a partir
de la sanción de la LCT los acuerdos liberatorios deben ser analizados de conformidad con su
art. 15, y no en el contexto del Código Civil, bajo el cual la Cámara laboral se pronunció en el
referido plenario. Es que el art. 15 de la LCT impone, con carácter previo a la homologación, un
análisis valorativo de los términos del acuerdo. Dicho análisis sólo puede ser realizado sobre
los rubros que el trabajador indica que constituyen la materia de su reclamo. Tanto la omisión
de indicar créditos que deberían ser objeto de valoración en la homologación, como las mani-
festaciones genéricas que constituyen liberación de obligaciones que nunca conformaron las
bases del acuerdo, son aspectos que obstan cualquier tipo de control y pueden ser objeto de
revisión judicial posterior.
30
En igual sentido, MONSALVO, Manuel R., Extinción de los créditos laborales, en Ackerman
(dir.) – Tosca (coord.), Tratado de Derecho del trabajo, Tº 4, «La relación individual de
trabajo» – III, Rubinzal-Culzoni, 2005, p. 698.
31
En un caso de distracto oneroso al cual se le pretendía anexar un negocio jurídico
liberatorio de obligaciones del empleador, por el que se pedía homologación judicial, acertada-
236 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
No obstante ello, cabe aclarar que, como lo ha entendido una parte de la jurispru-
dencia y la doctrina, la decisión plenaria es inaplicable a los acuerdos alcanzados
en sede administrativa32, ya que todas sus conclusiones se vinculan a la transac-
ción judicial –en ningún lugar se las hace extensivas a las conciliaciones adminis-
trativas–, y tratándose de cuestiones atinentes a la renuncia de derechos, su inter-
pretación debe ser siempre restrictiva, de acuerdo a la jurisprudencia del Máximo
Tribunal sobre el punto. Ergo, éstos no están alcanzados por el referido plenario.
Lamentablemente, no existe ningún aporte doctrinario convincente y digno de
mención en el que se haya efectuado aunque más no sea un mínimo esfuerzo
intelectual por fundamentar la validez de la posición contraria, esto es, aquella que
pregona la vigencia actual del obsoleto plenario “Lafalce”, y que con rigor científico
jurídico y profundidad de análisis nos pueda explicar las razones por las cuales
entiende que éste puede ser cohonestado con el principio procesal de congruen-
cia, con el principio laboral de irrenunciabilidad (art. 12 de la LCT), la imperatividad
de las normas (arts. 7 y 13, íd.) y con el art. 15 de esta ley (que obliga al funcionario
interviniente a valorar cada uno de los acuerdos que le son sometidos a su cono-
cimiento, para concluir si se ha alcanzado una justa composición de derechos), y
que nos demuestre cómo es que luego de todo este cotejo, aquella concepción
sale indemne. No sirven al efecto ni las habituales pegatinas de fallos, ni la acos-
tumbrada obsecuencia, como tampoco las frases hechas ni aquella repetida fala-
cia que pretende que aquel último artículo comporta una excepción al mentado
principio de irrenunciabilidad, al admitir la renuncia de derechos por conducto de
los acuerdos liberatorios, porque ya explicamos en la primera parte –adonde remi-
timos– que esto es inexacto (brevemente: lo que sólo admite la norma es la tran-
sacción de simples pretensiones), y porque no cabe presumir semejante torpeza
del legislador consagrando una excepción que vaciaría totalmente de contenido a
aquel principio basilar de nuestra disciplina (más sencillo le resultaría directamen-
te abrogar el art. 12 de la LCT). Nos preguntamos cómo harían sus epígonos para
explicar cómo un funcionario –a menos que posea dotes paranormales dignos de
mente se rechazó la solicitud encaminada en tal sentido, sobre la base de considerar que «en
el caso no existe una exposición de los hechos que motivaron esa solución conciliatoria, por
lo que no se puede valorar adecuadamente si existió una justa composición de derechos e
intereses de las partes en los términos del art. 15 de la LCT». «La extinción del contrato de
trabajo por mutuo acuerdo no requiere homologación judicial (art. 241 de la LCT). Lo que la
norma exige al funcionario público como condición de validez de las homologaciones de
acuerdos transaccionales, conciliatorios o liberatorios es la verificación previa de los térmi-
nos de que tales acuerdos no importen violaciones al orden público laboral vigente, análisis
que debe ser hecho de acuerdo con las circunstancias fácticas y con las exposiciones
verosímiles de las partes que sean susceptibles de ser apreciadas por el funcionario en ese
momento, lo que no se cumplió en autos (en sentido análogo, sentencia Nº 84.432 del
27.12.8702, en autos ‘Caputo, Roque Hipólito y otros c/ Administración de Ingresos Públicos s/
diferencia de indemnización por retiro’, del registro de esta Sala)» (CNAT, Sala III, 30/5/2007,
«Giménez, Juan Carlos c/ Romero Natalia Magdalena s/ homologación», elDial.com, AA47B0).
32
Conf. NÁPOLI, Rodolfo, La extinción del contrato de trabajo de común acuerdo, elDial.com,
DCE6E; con cita coincidente de BARREIRO, Diego A., El verdadero alcance de los acuerdos
homologados por la autoridad administrativa del trabajo, en rev. «La causa laboral», n°32,
febrero de 2008, pp. 29 y ss. En la jurisprudencia, véase infra el fallo de la Sala V de la CNAT,
en autos «Vivas c/ Peugeot», voto del Dr. Zas.
CUARTA PARTE
IMPLICANCIAS TRIBUTARIAS
1
En su parte pertinente, el agregado al art. 15 de la LCT establece que «…si una o ambas
partes pretendieren que no se encuentran alcanzadas por las normas que establecen la
obligación de pagar o retener los aportes con destino a los organismos de la seguridad social,
o si de las constancias disponibles surgieren indicios de que el trabajador afectado no se
encuentra regularmente registrado o de que ha sido registrado tardíamente o con indicación
de una remuneración inferior a la realmente percibida o de que no se han ingresado parcial o
totalmente aquellos aportes y contribuciones, la autoridad administrativa o judicial interviniente
deber remitir las actuaciones a la Administración Federal de Ingresos Públicos con el objeto de
que la misma establezca si existen obligaciones omitidas y proceda en su consecuencia. La
autoridad judicial o administrativa que omitiere actuar del modo establecido en esta norma
quedará incursa en grave incumplimiento de sus deberes como funcionario y será, en conse-
cuencia, pasible de las sanciones y penalidades previstas para tales casos».
2
Respecto de estas funciones de la Administración tributaria, amplíese en ZICCARDI, Hora-
cio, Derecho tributario administrativo o formal, en Tratado de tributación, Astrea, 2003, Tº I,
«Derecho tributario», dirigido por Horacio García Belsunce, vol. 2, pp. 189 y ss., espec. pp.
197 y ss.; también en LAMAGRANDE, Alfredo J., Fiscalización, en Tratado de tributación, Astrea,
2003, Tº II, «Política y economía tributaria», dirigido por Vicente Oscar Díaz, vol. 2, pp. 397 y ss.
324 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
en aquellos casos en los que ello sea necesario, y que de ser posible, aquélla sea
obtenida directamente por el personal de la repartición. Empero, para mal o para
bien, es ahora la propia LCT la que impone el deber de información y colaboración
con la AFIP. Sin embargo, en su aplicación práctica la norma ha sucumbido frente a
la realidad, en virtud de que la actual capacidad operativa de la Justicia laboral le
impediría cumplir con la exigencia legal, por lo que la Cámara capitalina ha optado
por hacerlo comunicando mediante oficio las circunstancias de presunto interés
para la AFIP y poniendo a disposición de sus funcionarios los expedientes respec-
tivos para su consulta in situ.
Pero no es ése el tema a tratar en este parágrafo. Sí lo es, en cambio, el texto
agregado como último párrafo al art. 15 de la LCT, que establece que «en todos los
casos, la homologación administrativa o judicial de los acuerdos conciliatorios,
transaccionales o liberatorios les otorgará la autoridad de cosa juzgada entre las
partes que los hubieren celebrado, pero no les [los] hará oponibles a los organis-
mos encargados de la recaudación de los aportes, contribuciones y demás cotiza-
ciones destinados a los sistemas de la seguridad social, en cuanto se refiera a la
calificación de la naturaleza de los vínculos habidos entre las partes y a la exigibi-
lidad de las obligaciones que de esos vínculos se deriven para con los sistemas de
seguridad social». Los casos a los que se refiere la norma son los previstos en el
segundo párrafo del mismo artículo, es decir, aquellos en los que las partes pre-
tenden no encontrarse alcanzadas por las normas que imponen el deber de ingre-
sar o retener los aportes y contribuciones correspondientes, ya sea en calidad de
contribuyentes o de responsables por deuda ajena, en su caso, o cuando a partir
de las constancias disponibles surgieran indicios de posibles situaciones como
las descriptas en los arts. 8 a 10 de la LNE 24013 (trabajo total o parcialmente
registrado) o, directamente, de evasión de aquellos tributos aun cuando la relación
estuviera correctamente registrada. De este modo, los acuerdos liberatorios cele-
brados en tales condiciones y que han recibido homologación de parte de la auto-
ridad, se declaran inoponibles a la AFIP, a fin de que ésta proceda a determinar la
materia imponible omitida y a aplicar las multas, intereses y demás sanciones que
correspondan.
Una norma tan justa como lógica desde todo punto de vista, por otra parte, si se
quiere, acaso innecesaria (pues ni siquiera se precisaría que la ley lo diga expre-
samente para que el fisco proceda a recalificar los vínculos jurídicos si detecta
evasión), ha despertado encendidas críticas de un sector de la doctrina laboral. Es
el caso, por ejemplo, de ETALA3, de PIROLO4 y de POSE5. El primero de estos autores se
ha pronunciado reconociendo que si bien los efectos de la cosa juzgada no pue-
den extenderse a terceros, “la nueva disposición establece una incomprensible
escisión entre los planos laboral y de la seguridad social de la cuestión, puesto
3
ETALA, Carlos A., Los alcances de la cosa juzgada y la modificación del artículo 15 de la
ley de contrato de trabajo por la ley»antievasión», DT, 2001-A-727; apreciación que el autor
reitera en su obra Contrato de trabajo, 5ª ed., Astrea, 2005, p. 70, comentario al art. 15.
4
PIROLO , Miguel Á., Breves consideraciones acerca del último párrafo del art. 15 de la LCT
(modif. Por ley 25345), TySS, 60/2000, XXVII-1041; crítica que el autor reitera en la obra bajo
su dirección, Legislación del trabajo sistematizada, Astrea, 2001, p. 47.
5
POSE, Carlos, El sesgo fiscalista del artículo 15 de la ley de contrato de trabajo tras la
reforma impuesta por ley 25.345, DT, 2001-A-248; manifestación que el autor reitera en su
obra Ley de contrato de trabajo comentada, 2ª ed., 2004, comentario al art. 15.
IMPLICANCIAS TRIBUTARIAS | 325
vernácula como en la foránea, que estos recursos son tributos que recaen sobre la
nómina salarial. En otro lugar lo hemos demostrado con acopio de referencias de
los más notables autores6. Siendo ello así, a su respecto son de aplicación todos
los principios y garantías constitucionales materiales que desde antaño se reco-
nocen como inherentes a los tributos (reserva de ley, generalidad, igualdad, capa-
cidad contributiva, no confiscatoriedad, proporcionalidad, irretroactividad, etc.). De
ello se deduce sin dificultad que, tratándose de obligaciones ex lege, la voluntad de
las partes del contrato gravado es intrascendente a los efectos de la producción del
hecho imponible. Se trata, ni más ni menos, que de la inderogabilidad de la ley
tributaria por la misma autonomía de la voluntad, al igual de lo que sucede con las
normas laborales de orden público. Éste aserto es fácilmente justificable aun sin
necesidad de recurrir a abstrusas y cuestionadas construcciones doctrinarias como
el tan temido principio de la realidad económica (que cuenta con recepción legal en
nuestro medio desde hace décadas, en los arts. 1º y 2º de la ley 11683, y que es de
aplicación a los tributos de la seguridad social en virtud del art. 1º de la ley 26063)7.
Para ello basta con apelar a principios como el de la intangibilidad de la obligación,
el del efecto relativo de los contratos y de la cosa juzgada, y a nociones como las del
fraude a la ley, la simulación y el abuso del derecho.
6
Véase DOWHALUK, Christian S., en Novellino – Dowhaluk, Manual de la prescripción
adquisitiva y de la prescripción liberatoria, García Alonso, 2009, pp. 286 y ss.; allí citamos las
opiniones coincidentes de SCHINDEL, Ángel, Concepto y especies de tributos, en Tratado de
tributación, Tº I, «Derecho tributario», dirigido por Horacio García Belsunce, Astrea, 2003, vol.
1, pp. 611 y ss. y sus citas de prestigiosos catedráticos españoles; CASÁS, José O., en el
prólogo a la obra de PÉREZ, Daniel G., Procedimiento tributario. Recursos de la seguridad
social, Errepar, 2006, quien coincide con su prologuista en calificarlos como tributos sobre la
nómina salarial; GIULIANI FONROUGE, Carlos M., Derecho financiero, 9ª ed. actualizada por Nava-
rrine y Asorey, La Ley, 2004, Tº II, pp. 891 a 904, con cita concordante de doctrina italiana,
española y brasileña; JARACH, Dino, Finanzas públicas y Derecho tributario, Abeledo-Perrot,
1996, p. 250; VILLEGAS, Héctor B., Curso de finanzas, Derecho financiero y tributario, 9ª ed.,
Astrea, 2005, pp. 202 y ss.; con cita de Corti – Calvo – Sferco, en «Impuestos», LV-A-863;
GARCÍA VIZCAÍNO, Catalina, Derecho tributario, 2ª ed., Lexis Nexis, 2006, Tº I, pp. 135 y ss.; y la
opinión conteste de la doctrina previsionalista más destacada, como José M. GOÑI MORENO, Juan
C. ETALA, Fernando PAYÁ y María T. MARTÍN YÁNEZ, y María D. LODI FE, entre otros.
7
En resumidas cuentas, el principio de la realidad económica no es propiamente un método
interpretativo basado en la significación económica de los hechos y actos jurídicos tomados
por la norma tributaria como hecho imponible, tal lo que algunos pretenden (pues la interpreta-
ción es siempre labor jurídica y no económica, médica ni astrofísica), sino un instrumento del
que se vale el intérprete para calificar los hechos y subsumirlos en una norma jurídica, tal
como se lo hace en cualquier rama del Derecho (sobre la tarea de calificación de los hechos,
dentro de la etapa de aplicación de la norma jurídica, y su distinción de la labor de interpreta-
ción de esta última, como problema autónomo, véase la obra de XAVIER, Alberto, Derecho
tributario internacional. Conceptos fundamentales, Ábaco, 2005, pp. 143 y ss.). Se trata de
develar naturalezas jurídicas, no económicas. Se califica, pues, jurídicamente por los efectos
del contrato, antes que económicamente por sus resultados. VILLEGAS lo explica diciendo que
el Derecho tributario se interesa de la operación real que llevan a cabo las partes, sin recono-
cer eficacia creadora de efectos tributarios a la voluntad individual si ellas han distorsionado
la realidad de la operación mediante una forma jurídicamente inapropiada que se busca al sólo
efecto de defraudar al fisco. Mediante la aplicación del criterio de la realidad económica los
jueces tienen la herramienta necesaria para apartarse del formalismo conceptual en los casos
IMPLICANCIAS TRIBUTARIAS | 327
Como dijimos, la obligación tributaria tiene fundamento legal y nace (se deven-
ga) a partir del acaecimiento del hecho imponible (víd. infra), y por lo tanto, cuando
éste es un contrato –para las partes lo es, pero para el fisco, que no es parte de él,
es un mero hecho jurídico: el hecho generador de una obligación que la ley le
obliga a percibir– la relación jurídica tributaria sustantiva se traba entre el fisco
acreedor y el contribuyente (aquel contratante, o ambos, al que la ley indique como
sujeto pasivo). Como se ve, esta relación es totalmente ajena a la relación contrac-
tual habida entre las partes –tanto como aquellas otras relaciones jurídicas anuda-
das entre fisco y contribuyente de diversa naturaleza (administrativas y sancionato-
rias)–, por lo que ambas corren diversa suerte, de manera totalmente indepen-
diente (por ello una y otra tienen diferentes plazos de prescripción, dies a quo,
causales de suspensión e interrupción, distintos privilegios, etc.), a punto tal que
aquéllos ni siquiera podrían alegar frente al fisco acreedor que el acto es simulado
o nulo8. De tal modo que así como una sola de las partes del contrato no puede
modificar unilateralmente ni una coma de las condiciones del negocio jurídico, el o
los sujetos pasivos tributarios no pueden manipular ni un ápice de la obligación
tributaria, en virtud del mismo principio, que no es otro que el de la intangibilidad
unilateral de la obligación. Más aun, no siendo una obligación contractual, sino de
origen legal, ni siquiera con la anuencia del fisco pueden hacerlo; ello así, en virtud
de un corolario lógico derivado del principio de legalidad tributaria, que es el de la
indisponibilidad del crédito fiscal9: al órgano recaudador no le está permitido deci-
dir a quién cobra y a quién no (ni en qué momento) el tributo devengado, por lo que
no le es dado conceder quitas o esperas, transar o compensar la obligación tribu-
taria si la ley no lo autoriza a ello y bajo ciertos recaudos.
Lo dicho es aplicable a cualquier contrato: los pactos que puedan hacer las
partes sobre cuál de ellas es la que habrá de soportar finalmente la carga tributaria
son absolutamente inoponibles al fisco (lo mismo que sucede, v. gr., con la deuda
por expensas en la propiedad horizontal y los pactos entre propietario locador y
locatario frente al consorcio). Del mismo modo, la calificación que pudieran atribuir
las partes a un contrato, v. gr., como donación a lo que en realidad es una compra-
venta, a fin de eludir el pago del impuesto a la transferencia de inmuebles (o atribuir
valores ridículos a la operación), es absolutamente inoponible al ente recaudador
(tanto como lo sería el caso inverso de la donación disfrazada de compraventa
frente a un heredero perjudicado con el acto del causante que afecta su legítima),
el que podrá iniciar un procedimiento tendiente a determinar la existencia de un
hecho imponible oculto o su verdadera magnitud, y así perseguir el cobro del tribu-
to evadido y aplicar las multas e intereses que correspondan. Pues bien, lo mismo
podría y debería hacer el fisco frente a lo que las partes hubieran calificado como
relación no laboral (v. gr., una pasantía; véase, no obstante, el desatinado dictamen
DAL, AFIP, 73/2001), si de la realidad de los hechos surge que se trata de un
contrato de trabajo respecto del cual se han evadido las cargas sociales con las
que está gravado. Es que en cualquiera de estos casos nos encontramos frente a
una maniobra de fraude en perjuicio de la actividad financiera del Estado.
Así lo explica VILLEGAS, para quien la obtención de ventajas fiscales mediante la
adopción de ciertas formas jurídicas es posible y lícita siempre que se limite a
configurar un caso de economía de opción, como sucedería si varias personas
resuelven asociarse y al observar que una sociedad anónima implica ventajas
fiscales en comparación con una sociedad colectiva, deciden adoptar la primera
de esas formas jurídicas. Pero si se recurre a formas manifiestamente anormales
con relación al acto o negocio jurídico que se pretende llevar a cabo, si esa recu-
rrencia obedece al deliberado propósito de no pagar el tributo que grava el acto
jurídico realmente perseguido y si esa anormalidad del “ropaje jurídico” no tiene
otra explicación racional que el propósito de evadir el legítimo gravamen, existe una
conducta fraudulenta y, por ende, ilícita, aun cuando esa forma jurídica en sí misma
no sea prohibida por el Derecho privado. Por ejemplo, el hecho de dar forma jurídi-
ca de honorarios por retribución de servicios a lo que en realidad son utilidades de
capital (dividendos) de los socios de una sociedad anónima, ante la evidencia de
que los honorarios están gravados menos onerosamente que los dividendos. Una
cosa es ordenar los negocios en forma tal de pagar menos tributos eligiendo la
forma jurídica lícita más favorable fiscalmente, y otra cosa muy distinta es recurrir a
artificiosas y arbitrarias manipulaciones en el hecho imponible10. Lo primero es
lícito, lo segundo no.
cho tributario», op. cit., vol. 1, p. 173; VILLEGAS, Curso… cit., 9ª ed., p. 228; TAVEIRA TORRES, op.
cit., pp. 17 y ss.
10
VILLEGAS, Héctor B., Derecho tributario penal, en Tratado de tributación, Tº I, «Derecho
tributario», op. cit., vol. 2, pp. 446 y ss.
IMPLICANCIAS TRIBUTARIAS | 329
Lo expuesto permite explicar el error de aquella postura que ataca la validez del
agregado al art. 15 de la LCT. Es que si se dejara en manos de las partes la
calificación del vínculo sin dar al fisco la posibilidad de objetarla si no se condice
con la realidad y ello acarrea una elusión fiscal, nadie, salvo los altruistas, pagaría
sus impuestos, más aun en un sistema como el nuestro, que reposa en el princi-
pio de la determinación del tributo por el propio responsable mediante declaración
jurada, la cual queda, lógicamente, sujeta a verificación fiscal acerca de su correc-
ción. De otro modo, las obligaciones tributarias tendrían de tales sólo el nombre,
pues no serían más que contribuciones voluntarias. Quienes así piensan no pue-
den luego quejarse de que, v. gr., en caso de accidentarse en la vía pública no
llegue a tiempo una ambulancia en su auxilio, o de que no aparezca la policía
cuando se la requiere por carecer de combustible sus móviles, ni de que las calles,
las escuelas o los hospitales estén en mal estado. Antes de dirigir su ataque hacia
la reforma, acusándola de poseer “un carácter fiscalista que habrá de dificultar las
soluciones transaccionales” –lo cual no es así, porque la composición de los
conflictos nada tiene que ver con la convalidación de la defraudación tributaria, y en
aquellos casos en que sí, en bien de todos es mejor que no se compongan–
deberían formularse este tipo de planteos.
Pero no es necesario indignarse y ensañarse con la norma legal, porque los
casos en los que el fisco puede efectivamente hacer uso de la solución que se le
proporciona son realmente excepcionales, porque para ello primero deberá acre-
ditar el fraude o la simulación de la relación laboral (o la evasión directa, sin en-
mascarar, de los tributos, en los casos de relaciones tanto “en blanco” como “en
negro”) y luego que la transacción no es sincera, sino un montaje o puesta en
escena para burlar los intereses fiscales, para lo cual la actuación –complaciente
o no– de la autoridad que ha homologado lo acordado por las partes no es más
que el instrumento con el que se cubre la maniobra fraudulenta con un manto de
legalidad, al amparo de la cosa juzgada. El fisco, a despecho de lo que cree PIROLO,
no crea ninguna relación laboral que no exista; sólo se limita a investigar y, en su
caso, a desvelar y declarar la relación de este tipo que pudiera haber oculta bajo el
ropaje de una vinculación de naturaleza diversa, al igual que lo haría un fiscal ante
una denuncia de estafa, o como lo peticionaría a un juez un ciudadano cualquiera
perjudicado por un acto simulado, y nadie jamás ha tachado de inconstitucionales
las normas que así lo permiten. La cosa juzgada fraudulenta no es ningún obstá-
culo para ello. Por el contrario, si se toleraran este tipo de maniobras no se estaría
garantizando el derecho constitucional de contratar, tal como él lo entiende, sino
fomentando la delincuencia y perjudicando a la sociedad toda. Con esto no alenta-
mos la promoción de “excusiones de pesca” sin pruebas11 por parte del fisco ni el
11
Por ello es que luce acertada la conclusión a la que arribó la Justicia al considerar que los
acuerdos conciliatorios resultan, por sí solos, insuficientes para justificar un reclamo por
aportes y contribuciones impagas, si no se acredita fehacientemente, en el respectivo proce-
so administrativo, la existencia de una relación de trabajo (CFSS, Sala II, 22/4/2004, «Trans-
fármaco S.A. c/ AFIP», con nota de POSE, Carlos, La validez de los acuerdos conciliatorios
frente a los reclamos de la AFIP, DT 2005 (abril), 470, La Ley on line). En este mismo fallo, para
así decidir se tuvo en cuenta que «en conocimiento del acuerdo conciliatorio, y resultando del
mismo que no se reconocía una relación laboral, la Administración debió encarar la dilucidación
330 | CHRISTIAN SERGIO DOWHALUK
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a los ... días del mes de ……… del
año ……, por una parte, el Sr. ………………, quien acredita su identidad con DNI
………, con domicilio real en la calle …………………, Capital Federal, en calidad
de trabajador, con el patrocinio letrado del Dr. ……………, Tº …, Fº …, CPACF,
constituyendo domicilio en …………………, Capital Federal, y por otra parte, el
Sr. ………………, quien acredita su identidad con DNI ………, con domicilio real
en la calle ………………, Capital Federal, en calidad de empleador, con el patro-
cinio letrado de la Dra. ………………, Tº …, Fº …, constituyendo domicilio en
………………, Capital Federal. Abierto el acto, ambas partes manifiestan que el
trabajador ingresó a trabajar para el empleador el día … del mes de …… del
año ……, que se desempeñaba en la categoría …………, con una remunera-
ción mensual, normal y habitual de pesos …………($ …….-). Que frente al des-
pido con justa causa que fuera objeto con fecha ………… las partes han arriba-
do al presente acuerdo conciliatorio. El trabajador acepta y consiente expresa-
mente la causal de despido invocada por la parte empleadora. El empleador,
sin reconocer hechos ni derecho alguno y al solo efecto conciliatorio, se aviene
a abonar a la parte trabajadora la suma única y total de pesos ……… ($ ……),
comprensiva de los siguientes rubros: indemnización por antigüedad, SAC so-
bre indemnización por antigüedad, vacaciones año ……, SAC sobre vacacio-
nes, salarios caídos y bonificaciones graciables, SAC proporcional, indemniza-
ción sustitutiva de preaviso, SAC sobre indemnización sustitutiva de preaviso,
vacaciones no gozadas, SAC sobre vacaciones no gozadas, indemnización ley
24013 –arts. 8, 9, 10 y 15, indemnización trabajo en negro ley 25323, indemni-
zación art. 80 y art. 132 bis, LCT. La parte trabajadora reajusta su pretensión en
la suma de pesos ……… ($ …….-), pagaderos en este acto, en un solo pago y
ÍNDICE GENERAL
Introducción ...................................................................................................... 13
PRIMERA PARTE
LOS ACTOS JURÍDICOS EXTINTIVOS. MARCO REFERENCIAL.
PRECISIONES TERMINOLÓGICAS Y CONCEPTUALES
SEGUNDA PARTE
EL ACTO HOMOLOGATORIO
TERCERA PARTE
TIPOLOGÍA DE LOS ACUERDOS EXTINTIVOS Y SU REVISIÓN JUDICIAL.
DOCTRINA Y CASUÍSTICA JURISPRUDENCIAL
CUARTA PARTE
IMPLICANCIAS TRIBUTARIAS
APÉNDICE DE MODELOS