El Postoperatorio Inmediato Quirofano
El Postoperatorio Inmediato Quirofano
El Postoperatorio Inmediato Quirofano
1. Introducción:
Denominamos postoperatorio inmediato a aquel período que abarca desde el momento en que finaliza la
operación hasta que el paciente es recibido en la sala de reanimación o la planta correspondiente, donde
recibirá los cuidados necesarios a su estado tras el paso por el quirófano.
Este período es extremadamente delicado, puesto que la mínima variación del estado del paciente implica su
desestabilización, por lo que el celador, encargado de su traslado desde quirófano hasta el punto
correspondiente, tiene una importante tarea de observación y alerta durante el postoperatorio inmediato.
De modo general, a no ser que se nos indique lo contrario, y basándonos en la premisa de mínima
movilización del paciente, pasaremos al mismo directamente de la mesa quirúrgica a la cama postoperatoria,
evitando así el paso de mesa quirúrgica a camilla, y de modo posterior a cama en el servicio correspondiente.
El paso de mesa quirúrgica a cama será guiado por la enfermera circulante y el anestesista, quienes indicarán
la mejor postura para su traslado, que por lo regular será decúbito supino con la cabeza ligeramente ladeada
por si el paciente presenta vómitos, evitar una broncoaspiración.
Retiraremos la almohada y colocaremos la cama en posición horizontal, y junto con el paciente llevaremos la
historia clínica y todos aquellos informes que nos proporcione el equipo quirúrgico, así como las órdenes
verbales que nos transmitan para mejorar la recepción del paciente en el servicio correspondiente.
Hemos de tener en cuenta que la situación ideal para un postoperatorio inmediato es aquella en la que el
trayecto a la sala de reanimación, que hoy por hoy es la sala específica existente para los pacientes
postquirúrgicos inmediatos, es el más breve posible, por lo que dicha sala debería estar dentro del área
quirúrgica.
Como la idea de la sala de reanimación es un término de aplicación reciente en términos quirúrgicos, no todos
los hospitales han podido adaptar sus estructuras, con lo que en nuestra trayectoria profesional podemos
encontrarnos con salas de reanimación alejadas de los quirófanos, o con que dicha sala no existe y el paciente
ha de ser trasladado a una planta de hospitalización.
En vista de estos inconvenientes, el celador encargado del traslado del paciente en el período del
postoperatorio inmediato deberá saber hacer una pequeña valoración del paciente durante este tiempo, para
así poder ofrecer una atención de calidad.
Aunque la valoración que vamos a explicar a continuación puede ser aplicable a cualquier tipo de traslado de
paciente, es especialmente importante su rigurosa aplicación en el postoperatorio inmediato, pues es en este
período cuando el paciente sufre un mayor riesgo de desestabilización, y por tanto cuando cualquier mínimo
detalle tiene una importancia vital.
Una vez que el paciente es intervenido, consideramos como normal una coloración pálida de la piel y de las
mucosas, que está ocasionada por la pérdida de sangre sufrida durante la intervención y por todos los
fármacos intraoperatorios administrados, que pueden ser vasoconstrictores, con lo que se reduce el aflujo de
sangre a la piel, causa principal de dicha palidez.
Siendo la palidez normal, como hemos comentado, sin embargo consideraremos como signo de alarma la
aparición de cianosis en labios, uñas y/o dedos (las partes más visibles que tendremos del paciente), puesto
que serán un indicativo de mala oxigenación.
En presencia de cianosis, por tanto, avisaremos inmediatamente al personal médico o de enfermería, puesto
que puede ser indicativo de un próximo paro cardíaco, de una depresión del centro de la respiración por causa
de los fármacos anestésicos o del inicio de alguna complicación severa (derrame pleural), que deberá ser
atendido de manera inmediata.
2. VIGILANCIA EN PRESENCIA DE VENDAJES:
Los vendajes del paciente los veremos en el momento de pasarlo de la mesa quirúrgica a la cama o
camilla en la cual será trasladado. Es importante verificar en este momento que los apósitos estén
limpios, es decir, que no presenten manchas de sangre que indiquen que el enfermo está sangrando
por la incisión.
Para no confundirnos con otras sustancias que puedan manchar los apósitos, diferenciaremos que es
un sangrado si dicha mancha tiene un color rojizo tirando a rojo intenso (será un sangrado arterio-
venoso, habitualmente) y su diámetro aumenta de modo paulatino.
Si existe sangrado, lo podremos confirmar con una simple mirada al aspecto del apósito durante la
movilización del paciente, y por supuesto, ante la mínima duda, deberemos avisar inmediatamente al
personal médico o de enfermería para que confirme nuestra apreciación y actúe en consecuencia.
Todo paciente que sale de quirófano lo hace con vía venosa y perfusión de sueroterapia, incluso
podemos encontrarnos con una perfusión medicamentosa en gotero o por bomba de infusión;
tendremos, por tanto, que vigilar que esta perfusión funciona de un modo correcto durante la
movilización del paciente y durante su traslado desde el quirófano hasta el lugar correspondiente; para
facilitar esta vigilancia, son puntos que deberemos tener presentes:
La botella de la perfusión tiene que estar a una altura adecuada , que será
aquella en la cual el ritmo de perfusión sea el adecuado y que no haya reflujo de sangre
a través del catéter. Este reflujo de sangre es un hecho que ocurre cuando la fuerza que
hay dentro de las venas es mayor que la fuerza con la que el líquido que se perfunde
entra en las mismas gracias a la gravedad. El problema que presenta este reflujo es que
puede obstruir el catéter impidiendo el paso de la perfusión, con lo cual esta vía deberá
ser desobstruida o el catéter venoso cambiado por parte del personal de enfermería
correspondiente.
Una vez que sale del quirófano, sobre todo aquel paciente que ha sido intervenido con
anestesiageneral, podemos encontrarnos con cuadros de desorientación, en los cuales
el paciente puede intentar arrancarse el catéter venoso colocado y demás aparatos que
lleve. En esta situación, deberemos evitar que el paciente se haga daño,
sujetándolo firmemente y con seguridad .
Cuando el paciente sale de quirófano podemos encontrarnos con que porta dos tipos de sondas: sonda
urinaria y sonda nasogástrica. Tanto con una como con la otra deberemos tener una vigilancia sobre
ellas, para evitar lesiones en el paciente durante el traslado. No es ningún tipo de vigilancia especial, es
exactamente la misma vigilancia que deberíamos tener en el traslado de cualquier paciente con las
mismas características.
Son consideraciones a tener en cuenta cuando trasladamos a un paciente portador de sonda urinaria:
Deberá evitarse que la sonda urinaria esté tensa , pues esto implica un roce en
el meato urinario que va a provocar una irritación de la zona o una herida, siendo muy
doloroso para el paciente. Para evitar este problema, no debemos tirar o dar tirones de la
sonda, procurando llevarla suelta.
La sonda vesical puede ser molesta , por lo que un paciente desorientado tras la
intervención puede tratar de arrancarla, y con ello hacerse mucho daño, puesto que la
gran mayoría de las sondas urinarias van sujetas al interior de la vejiga por un globo
hinchado con suero, o sujetas con un punto de sutura.
La sonda nasogástrica la encontraremos de manera frecuente tras intervenciones del aparato digestivo,
esto es, tras cirugía digestiva. Cuando el paciente porta una sonda nasogástrica, también tendremos
que tomar una serie de precauciones para mejorar la asistencia del paciente:
Por drenaje entendemos un sistema que permite la extracción de líquidos del interior de una cavidad
corporal o una herida. Por ejemplo, cuando se extrae un tumor o un órgano como puede ser el bazo,
hay veces que queda un hueco grande en su lugar, que puede llenarse de líquido como resultado del
sangrado postintervención o por el exudado de los tejidos que lo rodean.
Para evitar el acúmulo de este líquido en la cavidad vacía, es preciso colocar un sistema que lo lleve al
exterior, de manera que se pueda cerrar poco a poco la cavidad y que podamos evidenciar si el
sangrado de la zona intervenida se puede considerar como normal o hay presencia de una hemorragia
interna que exige una reintervención.
Con relación a un drenaje, nuestra función de vigilancia principal será el visualizar el líquido o exudado
recogido por este drenaje, sabiendo que será anómalo un excesivo drenaje de líquido, y siendo nuestro
deber el informar de este dato, es decir, que la cantidad de líquido acumulado en el drenaje desde que
recogimos al paciente en el quirófano ha aumentado de forma muy notoria y alarmante en el trayecto
hasta la planta de destino.
Los drenajes que nos podemos encontrar cuando trasladamos a un paciente desde el quirófano son de
dos tipos: Abiertos y cerrados.
Llamamos drenajes abiertos a aquellos que ponen en contacto directo la cavidad que quiere ser
drenada con el exterior. Existen varios tipos:
PENROSE : tubo hueco, ancho y acanalado que consigue drenar por capilaridad,
es decir, atrae el exudado de la zona al exterior. Normalmente no los veremos, porque
suelen taparse con gasas para que empapen el exudado, por lo que la vigilancia del
vendaje es una buena manera de controlar el funcionamiento de este drenaje. También
nos lo podremos encontrar introducido dentro de una bolsa colectora de orina infantil, en
cuyo caso la cantidad de líquido drenado es el parámetro que deberemos vigilar.
KHER O TUBO EN T : este drenaje es muy importante, pues drena la bilis de
hígado y vesícula biliar tras una intervención a nivel de aparato digestivo. Irá conectado a
una bolsa de orina.
TUBO SILICONADO : es el drenaje abierto más utilizado en la ac-tualidad en el
quirófano. Consta de un tubo siliconado que se co-necta a una bolsa de orina, y cuyo
contenido suele ser hemático.
TEJADILLO Y CIGARRILLO : el tejadillo es un drenaje abierto similar al penrose,
pues drena por capilaridad. Se diferencia en que el penrose es un tubo y el tejadillo una
lámina acanalada por ambas caras. En cuanto al cigarrillo, es un penrose rellenado con
gasas. Se manejan de igual modo que el penrose.
Los drenajes cerrados evitan el contacto de la cavidad con el exterior, y normalmente ejercen algún tipo
de succión o presión sobre la zona para facilitar el drenado del exudado. Son los más comunes:
REDÓN : el drenaje cerrado tipo redón consta de una botella graduada con vacío
que aplica una succión al interior de la cavidad y facilita la salida del exudado. Al estar
graduado, permite la medición de un modo más simple de la cantidad drenada.
PLEUR-EVAC O DRENAJE TORÁCICO : es el drenaje apropiado para la cavidad
torácica, y es un sistema de drenado que consta de 3 cámaras, una para aplicar vacío si
se precisa, un sello de agua para evitar que entre aire del medio ambiente al pulmón y
una tercera que se encarga de recoger el líquido o aire que se pretende quitar en el
pulmón. Este tipo de drenaje es el único que puede drenar aire en caso de neumotórax,
y también es el más delicado de todos los drenajes que nos podemos encontrar. Por
tanto, además de controlar la cantidad de líquido que drena (lógicamente, no podremos
contabilizar la cantidad de aire que pierde), deberemos vigilar que este aparato está en
todo momento por debajo del nivel de inserción en el paciente, para evitar que lo
drenado vuelva otra vez a la cavidad pulmonar.
El vómito es la salida de contenido gástrico por boca, y es una reacción bastante habitual en pacientes
anestesiados con anestesia general y con anestesia raquídea, siendo esta causa de que deban estar en
ayunas cuando son intervenidos. A pesar de esta precaución, hay ciertos casos en que van a aparecer
náuseas y vómitos tras una intervención, como puede ser tras una intervención de urgencia.
El peligro de los vómitos lo representa el riesgo de aspiración de contenido gástrico a vías respiratorias,
pues el paciente, al haber sido anestesiado, tiene anulados los reflejos más simples, como puede ser el
reflejo de la tos o el cierre de la glotis a la hora de tragar alimentos.
Por tanto, nuestra actuación en caso de que un paciente recién intervenido comience a vomitar será el
colocarle la cabeza ladeada, pues de este modo se evita la broncoaspiración y se consigue mantener
abiertas las vías respiratorias. Si no es posible ladearle la cabeza al paciente, algo que puede ocurrir en
caso de intervenciones de columna, ladearemos al paciente moviéndolo en bloque y pediremos ayuda.
En ambos casos, comunicaremos lo sucedido al personal de enfermería de quirófano o al de la sala
donde hemos trasladado al paciente.
Una vez finalizada la intervención quirúrgica, el paciente estará aún bajo los efectos de la anestesia,
con lo que nos podremos encontrar con pacientes aún totalmente anestesiados, y por tanto,
inconscientes, y otros que están en un estado de semiinconsciencia, es decir, obnubilados, que
responden muy lentamente a estímulos como el llamarlos por su nombre o preguntarles si tienen dolor.
Tenemos que tener en cuenta que existen otros tipos de anestesia aparte de la general, como pueden
ser la raquídea o la localizada, en la cual el paciente está consciente pero tiene disminuida la
sensibilidad y la movilidad de la zona que se ha anestesiado, en el caso de la anestesia raquídea,
miembros inferiores y zona inferior del tronco, y en el caso de la anestesia localizada, aquella zona que
haya sido intervenida: un brazo, una mano, un pie,...
Durante el traslado del paciente a la sala correspondiente, sólo podremos valorar de un modo relativo la
consciencia del paciente, puesto que como ya hemos comentado, está alterada a causa de la anestesia
general. Sí que podremos valorar a aquellos pacientes que hayan sido intervenidos con anestesia
raquídea o local, en los cuales deberemos estar atentos a variaciones de la actitud del paciente, como
delirios, desorientaciones o silencios súbitos, que pueden indicar alteraciones graves, y de las cuales
deberemos avisar al equipo de enfermería.
Tenemos que tener en cuenta durante el traslado, que un paciente anestesiado tiene disminuida la
sensibilidad y la movilidad de todo el cuerpo (en anestesia general) o de partes concretas (en el caso de
anestesia raquídea y local), por lo que no puede saber si la postura que tiene es cómoda o le provoca
malestar o dolor, pero si permanece mucho tiempo en una postura inadecuada, podemos ocasionarle
alteraciones que variarán desde dolor en la zona en el postoperatorio tardío hasta problemas vasculares
y nerviosos graves de la zona (falta de fuerza en extremidades, necrosis de zonas concretas,...).
Para evitar este tipo de problemas, en el traslado del paciente nos aseguraremos de que la postura sea
adecuada vigilando los siguientes puntos:
Las piernas del paciente nunca pueden ir cruzadas, pues disminuiríamos la circulación
sanguínea de la zona; la posición ideal será estiradas sobre la cama, a no ser que el
anestesista o la enfermera nos indiquen otra posición.
Los brazos del paciente deben ir siempre encima de la cama, nunca colgando a los
lados, para evitar golpes en los mismos.
La cabeza no puede ir colgando hacia atrás, deberá ir sobre una almohada o sin
almohada en posición correcta. En intervenciones en las que se ha utilizado anestesia
raquídea suelen dejar al paciente sin almohada, para evitar la aparición de un efecto
secundario común en este tipo de anestesias: el dolor de cabeza por flexión del cuello.
Por la misma razón que en el apartado anterior, a este tipo de pacientes deberemos
llevarlos siempre en decúbito supino, y nun-ca colocarlos en posición de Fowler en este
primer traslado.
Procurar que la ropa de cama esté holgada en los pies, para evitar una excesiva presión
en la zona.
Algunas veces tendremos que participar en el traslado de pacientes intubados y con diverso aparataje
por el que se le estará administrando medicación para mantener sus funciones vitales. Como es lógico,
en el traslado de este paciente tiene que acompañarnos, como mínimo, la enfermera de quirófano, y a
ser posible, también el anestesista, para un control más estricto del estado general del paciente y una
intervención rápida en caso de situación de urgencia.