Elementos de La Fe
Elementos de La Fe
Elementos de La Fe
También nos enseña que esa justificación se obtiene sólo por medio de la fe, sin hacer
ninguna buena obra (Ro. 3:28, 4:4-5, 5:1; Ef. 2:8-9; Tit. 3:5).
Sin embargo, la Escritura también nos advierte en muchas ocasiones que hay una fe que
no es genuina y que por tanto no resulta en justificación (reconocemos que es Cristo
quien salva, no la fe).
Santiago nos muestra la verdad de que existe una fe falsa al decirnos: “¿De qué sirve
hermanos míos, si alguno dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe
salvarlo?” (Stg. 2:14). Lógicamente, tal pregunta se debe responder de manera negativa.
Lucas también nos alerta sobre la fe ficticia al escribir sobre Simón el mago, quien creyó y
sin embargo permanecía “en hiel de amargura y en cadenas de maldad” (Hch. 8: 13,23).
Nuestro Señor explicó que esta escena representa a aquellos que “cuando oyen, reciben
la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíz profunda; creen por algún tiempo, y en el
tiempo de la prueba se apartan” (Lc. 8:13)[i].
Fe verdadera y fe falsa
Considerar que existen dos tipos de fe inevitable nos lleva a cuestionarnos: ¿Cuál es la
diferencia entre ambas? ¿Cómo distinguir entre la fe salvífica y la fe falsa, externa y
superficial que deja al pecador sin perdón y vida eterna?
Este elemento se refiere al contenido de la fe, los datos o información que el pecador
debe saber para poder ser salvo.
El pecador no puede ser salvo poniendo su fe en algo falso, aunque sea sincero en su
creencia. Es por eso que debe tener conocimiento de quién es Cristo y de su obra en la
cruz para salvar a los pecadores. En otras palabras, este elemento tiene que ver con el
objeto de nuestra fe.
“Cuando uno abraza a Cristo por la fe, lo hace con profunda convicción de la verdad y de
la realidad del objeto de la fe, siente que esa fe satisface en la propia vida una necesidad
importante, y tiene conciencia de que en ello le va un interés absorbente…”[ii].
Los dos primeros elementos son necesarios para la fe salvífica, pero no suficientes. El
pecador es perdonado cuando, humillado, viene a Cristo y se apropia de Él con fe
penitente (fe y arrepentimiento de pecados son dos caras de la misma moneda).
De manera que la fe verdadera envuelve la totalidad del ser (mente, corazón y voluntad)
recibiendo todo lo que Cristo es.
Por supuesto que el pecador no tiene que estar consciente de estos tres elementos para
venir a Cristo. Sin embargo, estos componentes están presentes en toda persona que se
acerca a Cristo con fe sincera.
Cuando tenemos sed, tenemos conocimiento de que el agua puede remediar nuestro mal
(mente/conocimiento). La convicción de nuestro conocimiento despierta nuestras
emociones de manera que comenzamos a desear el agua para saciar nuestra sed
(corazón/asentimiento) y finalmente vamos al refrigerador y nos apropiamos del agua para
remediar el problema (voluntad/confianza). El mismo proceso ocurre cuando tenemos
hambre.
Nuestra hambre y sed espiritual no son saciadas hasta que ejercemos nuestra voluntad
para apropiarnos de Cristo.
“Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree
en mí nunca tendrá sed.” (Jn. 6:35)
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día
final.” (Jn. 6:54)
“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo
un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y
compra aquel campo.” (Mt. 13:44)
Para que podamos ser justificados, nuestra fe no tiene que ser fuerte, simplemente tiene
que ser real, pues una fe débil puede apropiarse de Cristo quien es poderoso para salvar.
Una vez que somos justificados por medio de la fe, comenzamos una nueva vida en
Cristo en la cual creceremos y, por la gracia de Dios, alcanzaremos progresivamente
mayores grados de fe y un arrepentimiento más profundo