BAJO UNA LLUVIA DE Balas PDF

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
ENRIQUE GARCES

BAJO UNA
LLUVIA
DE BALAS
LOS CUADROS TRAGICOS

EN EL .HOSPITAL CIVIL

. Imprenta Nacional - 1933


QUITO-ECUADOR

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
UN HQMENAJE A DOS COl\IPA~EROS
INOLVIDABLES QUE PRESTARON
SU HUMANITARIO CONTINGENTE
EN LA AMBULANCIA Y EN EL
HOSPITAL Y QUE ACABAN DE
ABANDONARNOS PAUA SmMPRE

Alfonso Mera
y

Adolfo Castro
Y a los que compartieron del mismo dolor en los
días de guerra así como al llorar a nuestros condiscípuM
los, hermanos. en la brega estudiantil:
José Cruz C.
César Sierra Paredes
Aníbal Villagómez B.
Tito Livio Ortiz
Virgilio Páez
Miguel Salvador
Luis A. León
Jaime Ricaurte Enríquez
Camilo Villamar. Páez
Angel Viñán
Ramón Alfonso Casares
Porfirio Barragán
Aquiles Jijón
Efraín Mora Herrera
Quito, agosto de 1933.
Enrique Garcés

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
Sr. Ministro de Educación Pública.

E. S. D.

Señor Ministro:

Favorecido con su atent.a esquela, fechada el 8 de los


corrientes, en la que se digna pedir. mi
modesta opinión
sobre las interesantes páginas trazadas pos el ilustrado
escritor señor don Enrique Garcés, intituladas "Bajo
una lluvia de balas", me es grato dejar constancia de que
las· he leído detenidamente y con decidido empeño.

La vivacidad de las descripciones; el estilo apropia<:}o,


inquieto y rápido; la corrección de la forma; la sugesti-
va manera de recomendar .a la observación del público
lector los episodios descritos, hacen de esta pequeña obra
una valiosa muestra del talento literario de su autor.

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Mas, no solo por estas consideraciones, de suyo muy
apreciables, podrían y deberían difur.dirse dichas pági-
nas, en especial entre las escuelas y colegios, sino, princi-
palmente, por el valor moral que ellas encierran, y que
bien puede resumirse en el cumplimiento de la gran obli-
gación que tienen sobre sí los hombres patriotas y pen-
santes, de infundir en las nuevas generaciones el más
profundo horror a las matanzas fratricidas, causadas só-
lo por las diférencias de nuestra política, desatada y lo-
ca, y nada mejor para llenar este laurlable fin-como se
ha hecho en la referida obra-:- que mostrar con s.us pro-
pios colores el cuadro desolador y triste de la orfandad
y el luto en los hogares, causados por la guerra, la san-
gre derramada, el abismo de odios y venganzas inmoti-
vados entre los hijos de un mismo pueblo.

En resumen, creo que las páginas del señor Garcés


merecen todo el apoyo a que tienen derecho las letras na-
cionales; cuando van encaminadas al bien de la humani-
dad, y, 'singularmente, a defender la paz y la concordia
sociales, como elementos básicos del progreso y· del ep.-
grandecimiento ce la Patria.

Del señor Ministro, muy atentamente,

' Miguel Angel Albornoz

Quito, a 14 de agosto de I933·

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NI~OS DE LAS ESCUELAS:

Más tarde, os dirá la Historia de una guerra q4e hubo


en Quito. Agosto y Setiembre de 1932. Os dirán de
sus causas. En fin, sabréis minuciosamente.

Pero no querrán deciros del horror de la tragedia .•


Contarán de epopeyas y ,heroísmos. No,os dirán de lo
que es un Hospital manchado de sangre, lleno de dolor.

Huérfanos, cadáveres, hambre. Eso es la guerra, que-


ridos niños. Seréis hombres después. Sentiréis amor y
apego al frenesí de los combates.

Los cañoncitos de vuestros juegos, los fusiles y los


soldaditos de plomo, también hacen daño. No matan,
pero matarán ....

Un amigo vuestro, ha querido deiar en la sepultura


de todos los que cayeron inútilmente, estas hojas de pa-
pel escritas b'ajo una .lluvia de balas. Hilvanadas entre
el terror, pecan por malas. Perdonad, amiguitos. Pero
prometedme que las leeré~s a vuestros hermanitos, mien-
tras la abuelita haga dormir a las muñecas y guarde en .
su falda las armas de vúestros combates. ·

' E. Q.

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BAJO UNA LLUVIA DE BALAS

LOS CUADROS
TRAGICOS EN EL
HOSPITAL CIVIL

Estas líneas son escritas bajo una lluvia ue ba-


las. Los alumnos de Medicina asistimos al Hos-
pital Civil. Quizás se requería nuestra ayuda en
esta casa de tanto dolor. Y la bandada de blusas
blancas se armó de gasas, vendas, yodo. Espcrá-
. bamos a los miembros triturados, a las mutila-
ciones, al horror. Se anunéiaba Ia gran tragedia
de la guerra civil.

El domingo comienzan ya las noches largas,


angustiosas. Se nos dijo que v:enían heridos. 'I'o-
do a preparar. ~-Iierven los instrumentos ele ci-

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rugía. Las moÍ1jitas, sentadas, envuelven las


vendas rezando con voz llena de melancolía. Y
son las doce ele la noche. Recibimos aviso de
que no se ha librado el combate en Santa Rosa.

Las voces de la multitud aseguran que va a


desencadenarse la batalla. Lleg·a el avión por
entre un cielo bnmwso. 1\'lensajero de guerra o
de paz? Qué viene a decir a las fuerzas de la ciu-
dad? En la linde úroana las tropas se a pus tan.
Una duela inmensa en lu que va a pasar. Tiem-
blan en el pecho los corazones. Sirí miedo a la
muerte. Con el pavor a la desgracia colectiva.

Nutridos disparos al ave de guerra. Parece


hacer esguinces cuando le taladran las alas. Del
Panecillo, un cañonazo que le saluda agresivo.
La máquina aérea apaga su motor y tramonta
la cumbre cctno en una fuga, en descenso. He:..
mos creído que ha caído el águila. Pero la he-
mos visto volver. Nuestros ojos se nublan de
relámpagos. Los oídos comienzan a llenarse de
estruendo.

Y vino la tormenta. Allá, en la colín<~, se arras-


tran lós cuerpos con los fusiles adelante. Las
bocas humeantes. dicen palabras de muerte. El
trepidar del ambiente es atroz .. Silban las balas.

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Se ha iniciado el debate ele la fuerza. No pudie-


ron entenderse ccn palabras. Se cierne el terror
como razonamiento. Sordo y ctepitante cruza el
estampido ele la meüálla. En la psiquis se forja
un campo alucinatorio. Cada disparo un chorro
de sangre. Sangre hirviente que respira el aire .
de la pólvora. Entramós a las salas del Hospital.
Las camas aun vacías, nos dicen unas palábras:
"ya vendrán".
Los médicos han formado patrullas estudian-
tiles. Sin lenguaje militar nos ordenan posicio-
nes. La Sala tal par~t ustedes. Venga para este
s¡:ctor. Las medicinas quedan encargadas aquí.
. Se .llama al almuerzo. Las hermanas de la ca-
ridad se constituven en sirvientes. Somos vein-
tiocho los de la ;11ttchachada. Qué vajilla. Va-
mos, tome usted esto. Gracias, madrecita.
Un herido, gritan a la puerta. Corremos. Ver-
dad. Un chico infeliz envuelto en harapos, san-
grando. Cami,llas. Gente que se mueve. Los
médicos -atienden. Una gasa al borde de la he-
riela. Calma el grito de dolor. Y se va el chico
atra vesaclo por la bala artera.
Fue el comienzo del desfile trágico. La puerta
del Hospital empezó a teñirse en sangre. T,as
camillas tienen ya una gruesa capa de plasma.

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Tantas venas rotas vertiendo el licor. Mezcla-
dos allí de amigos y enemigos. De parte y parte.
Cómo se habrán' besado esos glóbulos distintos.
Pero únicos: humanos. Las blusas de los enfer-
meros están sucias. La sangre, la tierra, dibujan
la caricatura del flagelo. y las manos se han
huudillo en las heridas. Van quedando .pedazos
de vestidos humildes. Van quedando pedazos de
carnes acribillauas. Y la descarga no descanza.
Insistente, bárbara, cruge, grita, apuñala los ce-
rebros.
La sirena de la Ambulancia es un silbido
de ultratumba. Hiende en el fragor y se apaga.
Es una queja filosa. Llega. Se detiene. Muertos.
De uno en uno salen al suelo. Claro, el nl.uerto
puede esperar. Baje al herido. Riipiclo. Ay! ....
ay! .... , cloétor, dice el grito lastimero, profun-
do. Como salido del vientre apocalíptico. Y su-
ba a la sala el cuerpo que se agosta. Luego 1os
muertos. Sí, muchos muertos. Tantos que ya no
caben y se indica a la Cruz Roja: N o recojan
más muertos porque no alcanzan ya los depósi-
tos. Recojan heridos únicamente. parecido Ha
la orden dada por un mayordomo en la hacien-
da ....
Seguimos a una tarima. Lleva tres cacláveres.
Un militar, dos civiles. Han caído inútilmente

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en la brega.' Deteng-a aquí los muertos. No se


:sabe cómo se llaman? Ni siquiera eso .. Terrible
anonimidad. Busquemos en la ropa. Una carta
a la esposa ausente: "No me pasará nada, hijita".
Y estaba ya tendido, desfigurado atrozmente.
Papeles, cigarrillos, balas. Una medalla de la
Virgen María. Y una facies taladrada por siete
disparos. Los otros, recogidos muy tarde, he-
dían. Con las manos en actitudes suplicatorias.
O aprisionando un cristo sobre el pecho. Sangre.
Músculos desgarrados. Intestinos emergiendo
como cortinas. Este es el depósito. Vea usted,
ciento diez y siete muertos. , Qué horror. Una
·carga de despojos que desprende un olor inso-
portable Y no se les puede enterrar porque no
cesan las balas. Ya vendrán las familias a cono-
•cerlos. El Anfiteatro está repleto.

Pasamos por encima del montón de cuerpos


exámines en busca de un amigo. Se nos dice que
le· han traído. Nada. Caras desaparecidas. Be-
sando la tierra madre. Besando el ciclo. Podr~­
dumbre ya. Recinto nauseoso. Pcro-qué!. .. ya
no tenemos conciencia completa. N os invade el
aturdimiento. Y no lo encontramos al· camara-
da. Una voz que grita desde la puerta anuncian-
do que viene el compañero muerto. Verdad. El
plomo inconsciente entra por el cuello del amigo

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que servía en la ambulancia. Rompe los paque-
tes de vasos. Debió brotar un torrente de san-
gre. Y muere cerca ele su casa. Su dulce esposa
le contempla desde la ventana y se desploma.
Los dos chiquitines quizá subieron al barandal
para ver al papacito y gritarle: "Papá, tienes
sangre en la ropa". La última hijita dormía en
la cuna. Y lo recibiti1os al buen camarada que.·
viene por últirrta vez al Hospital. No podremos
enterrarle pronto. Formol a las arterias vacías.
Y una caja at apuro. Y le subimos al coro de la
iglesia. Retumban los pasos. Comitiva de estu-
diantes. El padre del difunto avanza tardamente
detrás. Los ojos repletos de lágrimas. Dos can-
diles que tn"ttevcn sus llamas en silencio. Tienen
en su temblor una amargura infinita. Y ese se-
ñor viejecito, se arrodilla ante los despojos del
hijo. Padre nuestro que estás en los cielos, dice
una voz cascada por el dolor. Lentamente repi~
te con insistencia: H ~gase, señor tu voluntad,
hágase tu voluntad. Recitado ele profunda tris-
teza. Y los ojos de les estudiantes se humede-
cen. Se impr'ovisa una meditación profunda.
El· recuerdo, el dolor, ocupan la neurona. Pare-
ce que hubiera una paz claustral. Pero vuelve
el atronar. Heridos, gritan de abajo. A correr .
A coner. Otra vez al medio de la desgracia.
Tenga recio. Pesa mucho. ·Procure que no se

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roce la herida. V amos. Ya. Queda mejor? Claro


... Morfina.
Eter. Ya va. Se necesita en la Sala de Ciru-
:gía. El doctor Estupiñán agota los bisturís ..
Proyectiles que se extraen. Abdomen abierto.
Suturas de asas intestinales. Vaho de humani-
,dad y cloroformo. Alaridos de las salas vecinas.
A la cama número ochenta y siete. Y viene un
estudiante. Ya murió el 16, dice. Entonces que
se le baje pronto.· Se necesitaú leciws. Y la si-
rena de los automóviles que recogen, acosa en
d portón. En tanto las gradas enrojecen y el es-.
pacio se satura de la fnás inmensa angustia.
U na sala de heridos. En las ca111as, en el su e..
lo. T-.igaduras. Bañuelos en las cabezas. Queji..
dos amargos. Ampolletas de morfina. ) crin-
guillas que inyectan. Cloral para que se duerma
·ese infeliz. Agua, madrecita, me muero de sed 1
Agua ... Y se restañan unas heridas que llega-
ron con sus labios erpsionaclos. Otras irán a ci-
catrizarse en la tumba. Dos sacerdotes prestan
sus auxilios cristianos. Lo reciben con unción
los enfermos. Un herido llega agonizando. Có-
mo se llama usted, le preguntanios angustiados
de verle agotarse. Luis, dice entre el estertor y
se queda definitivamente dormido., Otro señor
de uÍla cara muy dulce se está muriendo a nttes·

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tro lado. Le tomamos la mano para inyectar al-


canfor .. Lleva un anillo nupcial. Ya no habla.
Ya noconoce. Pero levanta la mano huesuda y
exangüe. Besos n11triclos al anillo querido. Co-
mo un adiós desesperado y final. Y ella estaría,
lejana, al pie del altar, rogando por su esposo.
Allá' hay un soldado que viene destrozado las
piernas. Palidez intensa. Entrega su mochila a
la hern1aria de la caridad. Para deshacerse de la
carga de guerra ha hecho muecas dolorosas. En-
contramos un crucifijo en las ropas desgarradas
y tintas de sangre. N os arrancha súbitamente.
Sí,· señor, mi mac\re me puso para salir al com-
bate. Y le besa coú fé. Y le apreta contra el pe-
cho que late forzadamente. La Hermana de la
Caridad que está al pie, ha llorado con unos ojos
hermosos, bajo la toca blanca. Qué dolor. N os
apretamos la garganta para poder salir. Hay
·que ser hombres. Hombres. Palabra estúpida
que nos trae 9-l recuerdo nublado por la convul-
sión de horror, aquello del "lupus".

Doctor, nos dice un herido ,joven, podrá salvar


esta pierna? Nosotros volvemos la cara para no
contestarle. Pero ha insistido. Y le mentimos:.
Sí, sí, podrá andar bien, podrá ir pronto a su ca-
sa.. Entretanto el diagnóstico anunciaba una
amputación muy alta por el destrozo del fémur.

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Preparar la mesa de opéraciones. Los ciruja~
nos no descansan .. Y estamos con el herido. La
ráfaga ele metralla hirió monstruosamente el ah-
. domen. Parecía abierto con una daga. Y emer-
gieron las asas intestinales queriendo quedarse
en la tierra. Pero el hombre se ató una sábana
para contenerlos. Doctor, exclama, no me ope-
re. Y o se que me voy a morir y que es es vano
la operación. Tengo a
mi esposa y· cuatro hiji-
tas. Eso es lo que me duele, doctor. N o me due-
len las heridas. Y fatalmente viene la muerte,
mientras recibe alguien unos pocos centavos que
deja de herencia para los suyos. Y le cert~amos
los ojos que se opa.can. Y en su boca se ha que.:
dado detenido un nombre que no akanzó a pro-
nunciar ..Otro que ingresa al montón mefítico.

El: Director del Hospital ordena que los enfer-


mos ele menos gravedad desocupen las camas pa-
ra alojar a los heridos que siguen lleg-ando. Y
ellos ceden sus puestos ,con una inmensa resigna-
ción. Y ellos también ayudan a levantarlos, a
cambiarles la posición que les cansa. A decirles
una palabra de consuelo. A pronunciar juntos el
Ave M a ría. Y de las salas inmensas, repletas de
humanidad doliente, se escapa el rezo coral de
los lacerados por la béÜa. La monjita va dicien-
do una plegaria. Y responden de los lechos las

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voces roncas. Algunos quiz~~no pudieron pro-


nunciar ni una sola sílaba. Y la ensayaron con
la mueca de los labios .. Pero nosotros escucha-
mos la oración sin el sentido de la fé. N o hay •
el espiritualismo del rito. Oímos igttal que el tra-
queteo de los fusiles. Oración funesta de la gue-
rra. El psalmo es como un ;trrcpentimicnto.
No es la dulzura de la endecha religiosa ni la sú-
plica místicá que el creyente dice ele rodillas. No.
Es un exorcismo de sepultura, ele hedm-. Es una
amalg·ama ele palabras instintivas que rugen por
las carnes abiertas.

Suero para refrescar los tejidos. Mucho suero


se inyecta. Y las alas blancas ele las tocas reli-
giosas, se agitan cerno gaviotas de paz. Los mé-
dicos acompañados ele los estudiantes, se acer··
can a todos los lechos donde se debate el dolor
acerbo.

Sí, niños tarnbién. Allí están heridos. Sontres


ya. Pequeñuelos ele pocos aí'íos de edad. Unos
recibieron la bala en brazos de la madre. Ella es-
tá en el anfiteatro. Muerta, claro. Mamá, grita
un chiquitín. Y acuden todos a hacer una cari-
cia. Pero como si la sintiera sin el calor mater-
nal, se empeña en llamar. M atmí. Mama cita .. ~
N o hay respuesta. Sólo los proyectiles que caen

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en la techumbre y despedazan las cornisas, res-
ponden.

En otra sala repleta encontramos a dos s·olda-


'dos que nos cuentan de la. barbaridad del campo
de batalla. Compañeros que se quedaron muer-
tos o heridos. Nosotros rog-amos a un Ministro
para que haya una tregua. Necesitamos recog-er-
los a todos. Nada. Nada. El cañón retumba.
El cielo se enturbia y parece tener ganas de llo~
rar. Por todas partes encontramos rostros páli-
dos. Comienzan a crisparse los nervios. Nos
encontramos entre los compañeros como autó-
matas. Es que es ya imposiiJie. El clamor inter-
no úos domina. Quisiéramos salir a la calle y
matar alevosamente a todos para que cese .la tor-
menta h<;nnicida. Agua. Agua para humedecer
la lengua. Noticias consoladoras . para humede-
cer la aspereza ele la incertidumbre.

Esos solda·clitos elisangrentados son de diver-


sos batallones. En camas seguidas se acogen
enemigos. Pero allí el dolor les une. Hermano,
le dice al cohtrario, por qué nos matamos así?
Y el otro responde con silencio angustioso to-
cándose el vanclaje de la g·ran hrricla. Sí, sólo el
dolor es capaz ·ele unirnos. Cómo hemos aprisio-
nado esas palabras del herido; hermano, por qué

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nos matamos así?. La llagadura como único


nexo posible. La sangre rutilante como un bau-
tismo de amor. Hermano. Este quejido que qui-
siéramos que retumbe en todas partes. El cora-
zón como la única metralla disparando el grito
ele fraternidad. Apretamos fuertemente los pu-
ños c·omo si anheláramos aprisionar a la felicidad
cordial ele los humanos .. Pero en la puerta nos
damos cuenta que llevamos una gasa empapada
en sangre y en pus. Qué desengaño!

Y un día y otro día. Y a pasará~ En va no todo.


El salvajismo se cierne sobre la ciudad. Pero qué
son los hombres, preguntan unas müjeres tris-
tes. Lobos, ha respondido en secreto la frase clá--
sica. V crdad. No lo habíamos comprencliclo. En
la Escuela y el Colegio nos pareció una frase
cualquiera para el análisis gramatical. Pero hoy,
ante la carne lacerada,. se agranda el término con
una musculatura de gigante. Lobos. Sí, lobos.
San Francisco ele Asís habrá estado llorando ese
momento. N o se domaba la bestezuela ele la tie-
rra: la de la Gubbia montaraz.

La luz eléctrica se apaga. H.achones, candiles


improvisados. N o podemos darnos el lujo ele
una esperma. Y guíados por la- mortecina llama
caminamos incrustados en la noche negra, como

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- 21'-

una tristeza millonaria de pesadumbres. Con la


luz, se acaba también el agua. Las bombas de
El Sena ya no nutren. Sur Teresita nos dice que
rio se puede dar de comer a los enfermos y heri-
·dus. Esperemos a la Cruz Roja. Y viene. En
todo recipiente volamos en busca de agua. Las
1nonjitas enclaustradas del Carmen Alto, nos co-
munican con un tubo. Mana el líquido precioso.
Per.o las balas arrecian. Agáchese, camarada.
Cuida-do. Corra, ·corra. U na, dos, tres, Herma-
nas ele la Caridad cruzan heroicamente la calle.
Pronto se prohibe el paso. Otra vez escasea el
elemento básico. Y se siente sed. Y así, medida
la ración para las salas, se reparte por gramos.
Cada enfermera hace esfuerzos supremos y no-
bles. Calladamente, les rendimos nuestra admi-
ración.

El teléfono no funciona ya. Las granadas


·chocan a cada momento en los postes. Se arran-
can cables e hilos. Estallan los bombillos de luz.
No podemos comunicarnos con nadie. N acla sa-
bemos de nuestras familias. Comenzamos a
aturdirnos. Se nos dice que van a asesinarnos.
Pero qué más?. Del Panecillo caen los plomos y
Jos aceros .. lm pactos en 1os corredores. La co-
-cina está bloqueada. Balas que entran a las sa-
las de los enfermos. Hieren algunas a los pa- .

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cien tes. Se'' fractura la tibia 'a un palúdico,
Atraviesa el vientre grávido de una mujer. El
terror cunde. Y los tullidos y febriles corren
para abandonar la sala amagada. Unos se
arrastran, otros ruedan. ·Es un desconcierto.

Desde el domingo no han ~ntrado provisiones.


al Hospital. La comida disminuye. Actos he-
roicos ele algunas personas proveen de sal y
otras cosas más. A tormenta a todos la noticia.
Algunos ni siquiera la hemos escuchado coil
atención. Estamos hartos de dolor. Basta.

Con la noche oscura y fatídica cesan un tan-


to los disparos. Pero las descargas frenéticas no
duermen. Ya no· vienen heridos. Es qüc son
las doce de la noche. Nos acurrucamos cobija-
dos con las blusas. Hace un frío como ele daga
muy filosa. Los cigarrillos se han agotado . .Le
uecimos a un enfermero que si se podría conse-
guirlos. Ahora la plata no vale nada, contesta.
Vaya, que no podemos echar humo. Heeogemos
en los bolsos y petacas las partículas de sobra.
Traiga un periódico para hacer nn pitillo. Y
envolvemcs en un editorial de "El Día". Pero-
falta tabaco. Ah! ..... no. Aquí hay unas ho-
jas secas de durazno. Esto es bueno para el pe-
cho. Y a fé que la bocanada sabrosa hace la espi-

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-23

ral rl)bricante. Y el silencio en que nos queda-


mos, se corta con la fusilería tllH.: nos taladra los
tímpa11os. Mús noche, t..:! frío de la madrugada
·es insoportable. No sabemos por qué el siste-
ma nervioso reclama la nicotina del cigarrillo.
Es irresistible la necesidad. Camarada, tiene
usted tabacos?. Y calla el cokga. Venga por
aquí. Sí, vcngá. Pero dónde vamos?. Ya verá
Y seguimos por el camino oscuro. Un muerto.
Este tiene pitillos. Búsquele. Efectivamente,
introducimos la mano con dificultad, sintiendo
el frío ele la eternidad. Volvemos escondiendo
el paquete que hemos robado. T,a necesidad,
claro. Y parecemos sonreír. No tenemos la cul-
pa. La guerra. Esta contienda estúpida de los
hombres, le vuelve a uno fuera de sí.

En mitad de la noche escuchamos un extraño


ruido en la sala de heridos.· Subimos apresura-
damente. Es uno de ellos que se encuentra fre-
11ético. Habíamos leído en los librds acerca de
la· psicosis de angustia causada pcr la guerra.
Era eso seguramente. El mozo anclaba deso-
rientado. Se acercaba a cualquier parte y ha-
da cosas fuera de orden. Quiere tomar los
·óleos que el sacerdote utilizaba en uno que mo-
ría: Grita. Ha hecho una bandera con la venda .
arrancada ele su brazo. Está confuso. Es la

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histeria de la guerra. Su cerebro copió eJ cqa-


dro macabro. Y hoy le asalta, Le atendemos.
Parece dormir. Y escuchamos su voz tartamu-
tleante que dice palaóras 'disímiles. Unas á1-
cen: balas, m uerle. O tras dice u: :\1 adre, amor.
Delirio. A flote la tormenta.

La fatiga de algunas noches ausentes de la ca-


ma, nos acosa. Las religiosas nos prestan los
colchones que están listos para los heridos que
seguirán entrando. Y allí nos acomodamos.
Otros hemos ido por algunas de las salas más
distantes a ingresar en las filas de enfermos.
Pero el sueño no viene. Frágil adormecimien-
to. Escurridizo como anguila submarina. Nos
despertamos a cada momento sobresaltados.
Las noticias que se comentan. Aún ruando que-
remos no oir nada, aguzamos el oído pat:a escu-
char. · Se toman Quito. Se retiran los que ata-
can. Van a dirigir la metralla al Hospital. Llue-
ven las me'ntiras como ·las balas. · Cada una de
ellas hace eco. Aunque ya no estamos para en-
tender lo que nos dicen. Hay un entorp~ci­
miento. Una ausencia ele la personalidad. Co-
mo si hubiera emigrado algo ele nuestro propio
ser. Y entre temor y angustia alguien comen-
ta -a Rernarque. Exacto. Las voces de la ca-
lle decían: ya se termina todo. Se ha firmado el

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armtstlcto. Sin novedad en el frente. Pero se-
guía el estertor.

Tome un puco ele Ul·chata dice un enfermo de


la sala donde me asilo. ·Y la he sorbido rápida-
mente, guardando un poco para después. Pe-
ro un compañero me ha estado atisbando. 1'u-
vo que conclui't·se el resguardo.

Por las noches llegan gentes sencillas y hu-


mildes a preguntar por lós heridos, por los muer-
tos. Estamos listos a recit:u una lista inmensa.
El portón del H os pi tal tiene una rejilla. Parece-
ría una ventanilla de correos. A esperar la no-
ticia. A las preguntas anhelosas, teníamos úni-
camente tt·cs respuestas qtie para nosotros ha-
bían perdirlo lo que significaban.· Fulano de tal,
señor, es mi papacito. Muexto, contesta el mé-
dico.. Y mi hermano, doctor. Herirlo, dice la
lista. Estará aquí tal persona. N o hay, respon-
de la misma voz. Y otra vez. Las mismas pre-
g-untas. Las mismas respuestas: muerto, heri-
do, no hay. Lo único que había en la sombra
era el brillar de las lág-rimas por los difuntos, por
los heridos, por los que no habían ..... .

Déjeme pasar, señor, para ir a buscar a mi pa-


pacito. A mi también, señor. Pasen, pasen. Y

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nos vamos con una farola pálida. El callejón que·
conduce al montón de caclá veres es peligroso·
por las balas. Apague la luz. Y nos tropeza-
mos con los cuerpos tendidos. Prenda aquí.. Ya ..
Unas mujeres voltean los cadáveres. "Les lim-
pian las caras. N o es este. Por allí va una se-
ñora con dos ¡)equ-cñuelo?. Buscan con ansie-
dad. Las manos están ya rojas. Levantan ro-
pas sucias. Y encuentran al padre. 'l'erríble·
hallazgo. Por cncin1.a de la tierra y de la sangre
coagulada las bocas tremantes besan la papilla
de una faz querida. Y cae el llanto como una
llovizna. La hemos levantado a la mujercita
desgraciada. N os ha contado no tener para
. comprar un ataúd. El era un obrero muy tra-
bajador. Pero ahora la casa se queda siil sos-
tén. Nosotros hemos visto en los ojos ele los.
huérfanos unas lágrimas muy graneles.' Las ca.,.
ritas tenían una expresión ii1definible. Una
mezcla de espanto, ele terror, ele amargura .. Se
contraían los labios. Como que mordieran una
palabra: GUERHA. La guerra fratricida y bes-
tial ..... .

Adelante con ese cadáver. No obstaculicen


la entrada. Quién es este señor?. Un amigo.
Joven toda vía. Su esposa daba a luz. El aten~.
día. En la puerta de la casa azota una tempes-

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


-27-

tad de hombres ei1fureciclos. Les dice desde la


··ventana que no destt'ocen los made:ros. Baja.
Se quejan !_os goznes del portón. Abre. Los
fusiles detonan. Como se detuviera en pie, la
descarga se repite. V se tumba en el quicio del
hog<u vertiendo sangre a raudales. Hasta 1le-
:gar al Hospital está ya exánime. En la mesa de
operaciones el suero endovenoso no puede hacer
milagros. Se escapa la vida lentamente. Es
una faz dulcísima, blanca, como un noble repro-
-che a la protervia de la horda. Estamos acom-
pañando a un momento suprerno. _ Pero unos
gritos fuertes nos hacen volver. Es una herma-
na suya que salvando las balas en supren)os es-
guinces, llegó al Hospital. Doctor, no puede
ser. No es verdad, no debe sermi hérmano,. no,
no. Uuc no le corten la pierna, doctor. Es que
no es él. N o_ Dónde Está? Y o le veré. Y o n1is-
ma.

El médico apacigua a la muchacha enloqueci-


_da. La ha engañado diciéndole que salvará. Pe-
ro ella, continúa en su grito: miserables, asesi-
nos. El dolor de esas hijitas tiernas caerá como
un baldón sobre ustedes, bandidos, asesinos. El
pañolón negro recibe los grues·os lagrimones.
U na Hermana ele la Caridad se acerca y le ha di-
cho: "roguemos a Dios por su alma".· Santa

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


--·28-

María, Madre de Dios ..... y la mujercita ensa-


ya a rezar~ Pero está mascando, magullando a
las sílabas. · -

Siga por el Panecillo. Pero extienda la ban-


dera de la Cruz Roja porque nos asesinan. Y el
_carro cruje,· se queja. Llegamos lentamente.
Deteniéndonos a cada momento. Recoja a ese
hombre. Ponga una venda en ese brazo. Pron-
to, que las balas están cayendo cerca. Y el re-
greso de locos frenéticos. Ir y venir con la car-
ga ele la muerte. Con lo que ·dejan las filas em-
bravecidas, los credos, las doctrinas, ·las pasio-
nes. Q11é brutos somos, ha dicho un hombre
anciano al vernos pasar. Qué gran verdad.

)ij- En el Panecillo encontramos a un agonizante ..

. Muchos soldados le hacen ruedo. Pregunta-


mos. Es un valiente que no temió pero que re-
cibió el plomo en su pecho. Con nobleza acon-
sejaba a sus camaradas. Las palabras caían pe-
sadas. Ya no eran voces ele mando, ya no eran
voces de ardor. El ·que sentía la amargura de
morir, sabía ese instante de la tristeza de los su ..
yos, de su hogar. En la ojéra profunda que bor-
deaba los ojos, ·se pintaba el luto de los huérfa-
nos. Y calló. Para siempre. Uno menos. Uno
más que se- deglute la boca del cañón:

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


-29-

Y entramos al Hospital llevando a cuestas a


los heridos. Las mujercitas buenas de esa casa
lloran sin cesar. Ojos húmedos po·r la salobre
refrigeración. Lloran por todos los que llegan.
Por todos. Es que el dolor no sabe sino de lo
que es sufrir. Ojos negros, repletos de llanto.
Ojos profundos, empapados en el manantial de
las tristezas. Y nosotros pasamos rápidamen-
te. N o debernos contagiarnos. Es que los hom-
bres no pueden llorar. Qué puerilidad. Cuando
caen las lágrimas, el párpado tiene una gran
aridez.

Vamos a visitar a un heroico militar. Ahora


ya no se llama sino el 9 ele la Sala ele Cirugía.
Ocho proyectiles cosieron el· cuerpo. Cómo se
siente, preguntamos. N o hay respuesta. Calla
mordido por el mal. Gangrena. Anputación.
Gravedad. Y muere.

La batalla enajenadora, que tiene procesos


mentales incomprensibles, arroja en la mente un
lastre de jicras. Un muchacho golpea las puer-
tas del Hospital. Viene herido. Se hace curar.
No ha querido abandonar un instante el arma.
Parece estar intoxicado, frenético. La pólvora
tendrá alguna sal misteriosa que enerva el senti-
miento?. Zapatea· como en protesta porque le

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


-- 30

detenemos. Quiere volver a las filas. V volvió.


Heroísmo digno de mejores causas. Cómo se
desperdiciaba la energía. Y volvieron a tocar la
puerta. El muchacho ya no venía frenético. Es-
taba muerto. .

Suba por esta calle. Ya no hay nada. Claro',


que va a ser mucho. Mu'ertos, heridos, destro-
zos, cañoneo incesante. Pero a qué hemos veni-
do?, nos preg·untarnos. A nada, sencillamente.
a eso: a nada. Es que la tensión nerviosa sacu-
de los miembros en clireciones absurdas'. Una
de ellas ha sido ensayar una caminata. Como
autómatas tirados por i.m hilo. La esquina ·está
plena de combatientes. Arrimados a una pared
nos hemos quedacl"o. !>ero mire. 1Jan caído ya
dos soldados por no abandonar la metralla. Se
acerca ese oficial. Qué valor. Y suena la gri--
tería salvaje de mil proyectiles por minuto. Pe-
ro qué ha pasado ..... Calla el arma atroz. El
militar está tendido en media calle. Hace una
señal con la mano, llamando. N aclie se puede
acercar. Los plomos se disputan el honor de
taladrar las carn¡;s. De la frente borbota un ma-
nati.tial rujo. Decae la señal de la mano. Se
agosta. Agoniza. Es ya un difunto. Le cobi-
ja el estrépito· y la mirada angústiosa de sus
compañeros. Fuego, . fuego. Adelante. Por

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- 31

allí. · Ataquen. -Cuidado. Esa avanzada. Pron-


to. Una arma pesada. Rastrillen. Disparen ..
Cuántas voces para sembrar dolor y dejar huér-
fanos.

Esperen. N o es posible que este cadáver se


vaya ~ó1 dejar su filiación. Esa carla. Sí. Su
nombre: Carlos. 'Lea, colega. Es que no se
puede. Está agujereaJa por las balas.· Qué
bac!Jaridacl. Deletreamos: Inolvidable adorado.
Pero ~igan; sig·an. Un<t mancha ele sang-re como
si se hubiera volcado una arteria. Una t·áfaga
de metralla por la espalda. Inmensa boca que
empujó el corazón hacia fuera. En el bolso de
la americana estuvo la carta querida. Y se be-
só cori ese corazón triturado. Corazón que qui-
5() leer la esquela de la amada y se juntó bien,.
amalgamáridose con la sang-re. Las letras im-
precisas que la manccita ele, la a11sentc trazó en
una ncche ele ¡·ccuerdllS, entraron a las cavida-
des ocuiL~.<:. Y en ccnsorcio de amor agoniza-
rorí juntas. Las balas habían matado dos cora-
zones: el del solcl;:tclo y el de la ausente.

Bntra un hvmbre demacrado. Es un herido


s_in herid.a. Sus hijos no han comido dos días.
Salió fr~nético a la calle a robar. Todo estaba
cerrado. Encuentra allá una tienda abierta. Ei.1-

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


32-

tra. N a da. Sólo ataudes vendemos aquí. Es·


tamos ocupados en csu. No hay nada más ....
Y estas ventas ele ataudes son las únicas que co-
mercian. Desfiles negros comprando el lecho fi-
nal. Y la sierra que gruñe frente a nosotros.
N oc he v día cortando los maderos. V una bro-
.· cha qu~ hace negro, muy negro.

Pero cuándo callarán los disparos. , Va no po-


demos resistir. Los tímpanos tienen un espas-
mo. No hay otro ruido en el mundo. Se satu-
ran de estampidq las células y los filetes. Hay
un combate interior, tenaz. Algunos no nos acos-
tumbramos. Tmposible. Y es que son de tan
cerca las descargas. Allí en el Arco de la Reina
hay unos tres soldaditos con. una ametralladora
pesada. Apostados detrás de unos sacos de are-
na que les parapetan. La . boca ardiente de la
máquina emerge con una mueca fatal. Son ya
tres días que resisten allí. Qué tenacidad. Fue-
go. fuego" Pero una bala certera cayó rom-
piendo el cuerpo ele ui1o de ellos. 8ueno y qué .
. . . Sigue la guerra. Son dos ahora. Nada· rnás.
Fuego, fuego·. Y otra bala mató al segundo.
El sobreviviente retira al camarada muerto por-
que le estorba para sus maniobras. Y fuego,
fuego. El fragor aumenta. Avanzan los otros
tendiendo sus cuerpos en la calle. Y la última

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cles.carga de la Fíat se ausento con el eco. Anun-
ciaba que callaba. Había caído el tercer soldado
sobre los cuerpos ele los ~uyos. lVI uertos todos.
Huérfana la metralla. Una charca roja. Y la
llegada de los otros. El arma candente parece
qu.e esquiva la caricia au'claz ele los enemigos.

, En el vértice del torreón más alto colocamos la


bandera universal. · Es blanca y en sus pliegues
ab,re sus brazos una. cruz de sangre. Sin bando
ni partido, ha sido también herida. La bala ha
hecho blanco en el asta erguida. Y cae, se ago-
bia. Como un símbolo fatal. La ceguera ele la
lucha. La ceguera del proyectil.

Akanzamos a divisar a lo largo de la Avenida


las filas desple~·adas. Fuego al Panecillo. Qué
insistencia. Y nosotros, con las pupilas dilata-
das, en actitudes de diafragmas, contemplamos
rodar los cuerpos, tumbarse las casitas. desves-
tirse los árboles y quejarse a la tierra por mi-
llares de proyectiles. Y el traqueteo de clamores
y silbidos, atronando en la cubierta de la casa.

La metralla no deja entrar a los heridos por el


portón. Se ha escuchado un quejido en la puer-
ta de la Iglesia. Sor María, arrastra: · al mori-
bundo hada la reja. Una escalera sirve paraba-

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-34·-
jar a otro por la ventana de una casa vecina.
Temblando en las cañas, ·desciende sostenido por
los enfermeros. Una 111ujercita cae a la camilla
rígida ya, con una hija de pocos años a su lado,
muerta también. Pero aún en el estertor, sus
brazos estrecharon a la pequeña, fuertemente,
desesperadamente, pensando que la pequeñuela
se quedaría· todavía .en el mundo .

. Los heridos y enfermos no han comido este


día. Esto· es ignominioso y cobár-dc. Por qué
~a guerra persigue hasta esos lechos dolientes?
No puede ser. Vamos nosotros a buscar alguna
cosa en cualquier parte. Pero dónde. Allí está un
Jefe~ Ha comprendido la urgente necesidad. Lis-
tos todos. Salimos a la piratería. Rompa ese can-
dado. Y entramos al mcréado púhlico. Qué im-
porta. El hambre no tiene razones. Menos aún
la batalla. Las manos tiemblan repelidas por
la conciencia. Pero qué palabra tan tonta y. a
deshora. Conciencia. Si no es sino tlll in-
vento de la moralidad pacata. Cóm.o nos
duele el perjuicio de la g-ente pobre .. Ma-
ñana vendrán para vender y no encontrarán
sino nuestro anónimo destrozo. Como un a-
lud caemos sobre los comestibles. Esto. Vea, ·
compañero, lleve la fruta. Ya no tengo donde.
Y robamos en abund<~.ncia. Sí, hemos robado a

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-35-
mansalva, en pleno día, en pandilla de foragidos
hambrientos. l-Iemos robado por el derecho de
comprender la necesidad ·de los que se asilan en
nuestro Hospital. El hambre es el que ha roba-
do con nuestras manos. No hemos sido no-
sot~·os. Scmos los muñecos emtorpedclos por la
lucha de los unos hermanos contra los otros.

Y de vuelta del asalto, la lumbre hace crepitar


los trozos de madera. El chocolate va a hervir.
Agitan. Y nos dan la racióú en una vacija que
nos han prestado. Qué sabroso. Sorbemos len~
tamente. N o sabemos sino que está exquisito.
A grandes tragos, los soldados jadeantés conc1u-
yen la marmita. En las sal~s, · tienen -sonido de
alegría los recipientes en los que se sirve 1a co-
lada.

Allá está un ruedo de metrallas. Círculos de


hierro, en actitudes de muerte. Siete ·soldados
fueron en el principio de la gran defensa. Hu-
meantes las bocas de las armas, arrojaban los pro-
yectiles· hacia la c'olina. Poco a poco muriet:on,
otros se fueron. Pero el último, estaba allí, me-
. ticlo en el casco fatal ele la semiluna que forí11a-
ban. Un señor, se acerca y le ruega que aban-
. done su puesto porque va a mol'ir. Imposible,
contesta enérgico. Si usted quiere hacerme un

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-36-
favor, obséquieme un vaso de agua. Entra a la
casa el compasivo. 1-face preparar un medio li- •
tro de una sabrosa naranjada. El mismo vuelve
con d vaso espumoso, Y a no estaba el soldadito
altanero. Había caído ele bruces, estallado el
cráneo por li1 granada que disp-ersó la masa en-
cefálica. · ·

Abrir la puerta manda un soldado. Y se abre.


Entran muchos al Hospital.· Es necesario em-
plazar las armas en la torre ele la iglesia. Es que
no puede ser, suplicamos. Pero qué importa una
casa de enfermos si se necesita para la guerra.
Mas, los jefes cultos, hacen retirar a las fuerzas.
Salen pronto. ·

Al frente. Sí, vanws. Y hemos querido in-


gresar en el grupo. Con la blusa blanca, con ga-
sas, acompañarnos a los otros que llevan cartu-
chos y fusiks. Golpe_s insistentes en la puerta
del claustro. Solemne y desafiante el portón se
queja apenas. Nadie. L.uego, una voz muy dul-
ce y l·ejana. No se puede abrir, dice. Es una voz
angelical y temblorosa. Pero la bestia humana'
sale al, amparo ele la pólvora. Hemos dejado de
ser .hombres. -~s preciso todo evento. Hay que
exterminar., Esta es la guerra.

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- 3i-
Y entramos súbitamente. Las monjitas eli~
claustradas caen al suelo. Ruegan a Dios. Nos
acercamos lentamente. No pasará nada, herma-
nit<l. Y calmamos la justa tensión nerviosa. Se
agolp§l-11 las túnicas ele sayal.. Se acurrucan como
polluelos. El velo negro, fatal, esconde la faz.
Scguramenle existe detrás algún perfil hermoso,
nostálgico . . Quién s<1;be lo que esconde el char-
chaff? Serán unos ojos negros que copiaron las
heridas ele Cristo? Será una boca jugosa, ma-
nantial del ruego en el recinto ele paz? Y en tan-
to se desbandan por entre los naranjos floridos
de un patio sevillano, se ha fugado ele n1i cerebro
algo que no comprendo. La sandalia humilde
besa el suelo en silencio. La puerta de la celda
se cierra tarda, triste, con un simbolismo ele au-
sencia. Un crucifijo extienrle los brazos lacera-
dos. Paz. Parece que hemos pasado a otro mun-
do. TT emos olvidado, tÍn instante siquiera, el
estampido atroz.
·"'

Bajo el arco colonial caen las ho]as amarillas.


En el convento acogedor y hermoso, entra gro-
tesca la bullanga ele la imbécil turbamulta' que
se asesina. Nosotros hemos quci'iclo GOrrer hasta
el,pie de un santo escuálido y rezarle con unción. •

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-38-
Pero el preciso momento, nos asalta una frase con
palabras de prostíbulo. Es que en la guerra, es
preciso unicamcnte eso. El espíritu que se en-
cuentra ambulando por las paredes destartala-
das, al primer disparo, muy cercano, ha vHelto a
su armadura anatómi·ca. Arriba. A correr. A la
torre. Allá han estado va los soldados. Un .he-
rielo, gdta alguno. Llegamos. Poca cosa. La
sangre se ha detenido.'. Vuelve a empuñar el fu-
sil. Esto no acabará nunca.

Qué importan las balas estúpidas de. la. con-


tienda. K os reconcentramos otra vez a ·dudar.
Pensamos en la Humanidad. Entornamos la
mira·da aJ·claustru so lecloso. ·Taladramos los ve-
los opacos de las monjitas. Cémo se rejuvenece
el recuerdo y se ensancha el pasado. Ese con-
vento es como todo lo ido. Cal~110, silente. Lle-
no ele figuras borrosas, con la túnica ele los años.
Pero por qué el m un do no será así, callado, her-
moso? Padre nu2stro que estás en los cicles.
Cuidado, cloctorcito, avisa un soldado. Y volve-
mos a lo que ·somos. Hundidos en el pozo· inte-
rior, no nos hemos dado cuenta que en el brocal
· estaba acechando la muerte. Y ncs hacemos un
hilo detrás de la ·columna 'Cle piedra. Pasan las

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()alas. Pasan con paso de Rey. Por qué son tan·
bestias, hemos preguntado a cada u:na. El silbi-
do de una- nos respondió,. volviendo la cara: los
hombres ...

. Baja'mus. Un escapulario viene ele· las úúirios·


blaucas. Al cuello. Sin. saber del fetichismo,
viene con el perfume ignorado. Saturado dé Utl
olor de casa solariega. 'l'rebolar del misticismo.
Nos, han dado antojos de besar la tela bordada,
ensayando un beso de bacanal. Pero la boca es-
tá seca. Adiós, hermana. Rece por los difuí1-
tos. Adiós. Y la puerta pesada cayó como una
loza sepulcral. Y están vivas las enterradas ....

Esta es la guerra ele las torres. Antes, e:n la


paz, era la campana la que hablaba. Hoy es la
explosión de la pólvora. Las moles sobrepasan
los hogares. Por encima ele las techumbres, en-
' redándose entre los alambres, se bloquean las to-
rnes. Por qué se han enojado las agujas góticas?
Hermanas ele la·' urbe caprichosa en- algarada
mortaL N o es eso? Han enloquecido repenti-
namente. Sí, puede ser
que ésto haya suce-
dido. La guerra da viclC~: hasta a lo inanimado
para solasarce en el placer dantesco ele matar.
Los impactos debieron seguramente haber arran-

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-· 4ó~

cado una queja metálica a la espada de Benal~


cázar quc ¡)intó este cielo de los Shyris con el
arabesco ele las cúpulas ...

Una acusación torpe y absurda que sólo pudo


dietar la malquerencia. ag-rava nuestra situación
en .el Hospital. Se dice que los estudiantes dis-
paramos ele las ventanas. L~n grupo de civiles
armados ele fusiles y ele rabia, entra al servicio.
l'vl anos <:trriba, cli'cen tenclicnclo el arma sobre nues-
tros pechos. N os buscan. N o encuentran na·
da. Los heridos, los médicos, atestiguan ele
nuestra labor honrada. No puede mancharse
nunca la blusa blanca con la sangre de un asesi-
nato. Estuvimos allí cerca del dolor brutal que
cau 1saron los credos. N os otros no podíamos si-
i10 llegar hasta la herida, ,hasta la muerte que
asa! taba en los lechos. I\ os otros no teníamos
sino. las armas nobles: \neelicinas. Y entre tanto
la fila inerme, era pasada revista ante la facies
hosca de los bravos ...

Lo más inquietante era la amenazé\1: los fusi-


laremos. Y ésto escuchamos de ambos partidos.
El engafio les hizo decir estas sanccclcs. Y allí,
entre la ang·ustia ·de la sentencia, se abroquela-
bau nuestras juventudes que no desmayaron un
momento en curar los desgarro~.

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-41-
Otro solclacló, ele i1Yiposible descri1)ciót1. Stt-
doroso, empolvado. lláce sin causa, entrando a
pasarnos otra revista. Y salió convencido a me-
dias .de los razonamientos que hacía el Director
de la Casa.

8ste ya no viene furibundo y atrevido. Es uno


t¡ue se retira. Pero es que en la sala estaba su
matlre. viejecita achacosa, .que inquiría por la
guerra. Aquí estoy, le gTita a la anciana que no
cree en la aparición del hijo. Yo, yo soy. Y
ella extiende la mano huesmla para tocar el re-
lieve del cuerpo amado. Una lágrima furtiva.
Y otra vez a la calle, a e.sconclcrse, a la calle a
mezclarse en el torvellino ele los homhres enfu-
recidos.

En la nocl1c, el cielo se ha vuelto negro. De


luto. Amenaza lluvia. Parece que va a llorar co-
mo un refrigerio sobre la tierra C"andente. Nu-
barrones que quieren unir sus lágrimas a la de
muchos hogares' tristes. Y el agua cae con un
temor inmenso. Escasa, temblando, juntándo-
se al'ventanal como para pedir hospedaje, y gua~
rccerse. Desde- un agujero hemos alargado la
mirada a un rincón atroz. En el gran montón
ele cadáveres, las gotas 'ele agua escurridizas se
van volviendo rojas, intensamente rojas. Ima-

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ginamos ·desgarrado el cielo, herido, magullado.
Un gran silencio interrumpido por el lloriqueo
de esas gotas que besaban los cuerpos horrible-
mente deformes, putrefactos. Raudal anónimo
sobre hombres difuntos, también anónimos.
Poco a poco viene la calma. Cómo se entra
la noticia en lo más íntimo. Nos han dado cle-
ser)s de gritar. Pero no pnede ser. Hay tanto
dolor aquí. Allá en las salas, no importa que ha-
ya paz. No van a curarse por eso las enormes
heridas. N o va a detenerse la agonía. Allá pro-
si¡~·L:c el ce m bate: Pasen a la sala de operacio-
nes al 27. Esta inyección para que se duerma
el 15. . Avisen a la familia para que se lleven al
que estuvo en el 38. Así.
Ibamos a correr por las calles. A buscar a la
nnmacita pa a abrazarle. A salir ele la ciudad,
p:;r cloncle quiera, rumbo incierto. Queríamos
aire, quietud. Pero, no hemos terininaclo nues-
tra misión ele estudiantes. El botín éstaba
amcntoriado. Botín humano que nadie quería
robar: hcmbres tendidos en las calles, agrupados
en posiciones inverosímiles. Botín despreciado,
aherrojado. ..,
Y nos alistamos a la tarcé}. Necesitamos ca-
rros, carretas, para comenzar al traslado. U r-

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gente, por·qu~ el olor es insoportable en el Hos-
pital. Allí hay desde, el día lunes. Hoy es vier-
nes.· Cinco días. Unas caras amoratadas. Mos-
cas, piojos, gusanos. Rumor de clísintegración.
Y un sol mañanero que penetra por entre los
resquicios de brazos y pechos, apura. la sazón ele
los necrobios.
1

Ya. Y;amos, compañero. Ajuste la blusa.


Ciérreme bien el cuello porque las manos están
sucias. Nos acercamos a uno de los m ')11 tones
que apestan. Una nube ele moscas verdosas nos
azota la cara. 'I'encmos que huir y volver ahu-
yéritánelolas. N o sabemus <le donde aprisionar
un cuerpo.· Magulladuras, fermentación, podre-
dumbre. Nueslras manos forradas de sangre,
pus, tierra, resbalan ele los miembros inertes. Al-
guien se ha quedado con -largos colgajos de epi-
de mis. Sacude como bandera para que caiga
. en el suelo. Levante la camilla. Ayude, cama-
rada, que pesa un mundo. Arriba. 'l'enga re
cio, hcmbce. Suba usted al carro. Vamos, una,
dos, tres. Pero retírele a ese soldadito para que
alcance este sargento. Pongamos la cara de es-
te hombre para arriba, está rompiéndose la boca
centra la·tabla del autocamión. Vamos, tire ele
los pies. N o sr1.le. N o, no. Los piojos le están
subiendo, sacúclase; Mas duro, que no caen. Ya

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puede irse este carro porque esta lleno. Cuán-
tos? Trece. Entonces vamos. Y el pito hac~
abrir al tumulto que se ag·olpa con pañuelos y
pañolones en la nariz y en los ojos. · SI desfile
macabro ha iniciado. Millares de gentes búscan
a los suyos. Han salido al encuentro del viaje.
· !\1 cementerio, señora. r\1lá, pueden buscarles.
N os vamos, estamos de apuro.

Y en las callejas ele San Diego, ele ulw en uno,


al suelo. Cara al cielo, en fila, militarmente alinea-
dos para qüe pasen revisla las familias. El in-
couicnible alud ele personas desesperadas nos si-
gue.' y madres, hijos, van llorando a lo largo
ele las fila de difuntos.

Y otro y otros viajes con la carga de la muer


te. Nadie nos quiere a·yuclar. Está cansado? E-
so no importa. Resista usted la miseria de la ci-
vilización. Pero por qué no vendrán los autores
de lamatanza a prestarnos sus fuerzas levantan-
do víctimas? Ah! ... están ocupados. La polí-
tica necesita a esos señores en el secreto. La Pa-
tria ... · Pero no afloje al cabo de la camilla. Co-
jamos a esta mujercita. N o, primero llevemos
al chicglÍtÍn. Bueno. Y en contacto con la po-
dre. Aspirando de la desintegración. Recogien-
do la tarea de los héroes. Qué brutalidad, como

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-45~

le han despedazado· el cráneo. Vea este infeliz


con el corazón afuera ... Alce. Colega. Espere,
pongamos otro más para hacer menos viajes. Y a
no podemos con el peso. Siga. Adelante. A
llenar los huecos inmensos que se han cavado
donde se reur¡irán estos desafortunados. A lle-
nar la huesa comtm abierta en la tierra generosa
que no sabe sino de lo que es prestai· su seno
para el descanso.
Dos horas ele tarea. Hemos pasado ciento
diez y siete cadáveres. Podemos ir a almorzar.
Estamos en el panteón. N o aliado de los mau-
soleos suntuosos y peclatites. Fuimos más allá.
Donde se refina la amargura del infeliz. La ba-
talla se libró también aquí. Esa cruz rota por
la bala. La plaquita humilde destrozada. Com-
batiendo encima ele los muertos.
Tumbas frescas. Sin nombre. Aquí está una.
V ea esta lápida: "N. N." N os hemos descu-
bierto con unción. Y hemos dicho: Bendita sea
tu paz amigo que no te conocimos. Duerme, en
tan.to nosotros seguimos entorpecidos en la trin-
chera de la vida. ·

Volvemos a la dudad. Hemos ensayado una


sonrisa. Ha surgido en los labios co~o una ex-:

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-. 46~

presiÓn de p1·ofunda tristeza_. Sentimos poco a


poco el retorno a la vida. Entrados a las heri-
das. Saturados de muerte. Entre larvas y gu-
sanos. En mitad del estampido y del horror, he-
mos olvidado que somos. En el cerebro subsiste
un atronar lejano. Salimos a modo de conva-
lescientes. Sólo tenemos un anhelo' muy gran-
de: Gritar a pulmón lleno la palabra "Paz".

Y seguimos por la vía pública llena de restos,


destrozos y rumoi·es. N o nos damos cuenta de
lo que pasa a nuestro lado. Est<lmos honda-
mente preccupaclos en un análisis interior. Re-
pasamo1s el nombre que nos pertenece. Lo sila~
beamos lentamente para convencernos de que
existimos y de que la neurona cerebral reaccio-
.na todavía.

Y la gente corea: basta, basta. Paz. Guerra


a la guerra.

Un clarín que suena alegre, nos hace volver en


la calle. l-Iemos estado yendo por otro rumbo.
Allá está la casa donde se encuentra la familia.

Quito 1 setiembre 3 d~ 1932,

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


OBRAS DEL AUTOR

LOS MAESTROS DE CERCA.-Reportajes a los pro-


fesores de Medicina.-Publicada en rg3o.

BAJO UNA LLUVIA DE BALAS.~Crónicas de gue-


I933·

RAGICA.-Teatro.-:Estrenada en el "$ucre"
32.-Inédita.

ESPIGANDO.-Crónicas varias.-Recopilación de ar-


ticulós periodísticos._;_Inédita.

;MEDICION DE LA INTELIGENCIA.-Tesis docto ..


ral.-En preparación,

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"

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