Anon Sobre Rene Guenon
Anon Sobre Rene Guenon
Anon Sobre Rene Guenon
VARIOS AUTORES
Los tiempos han cambiado, se nos dice, y René Guénon, lejos de ser el
desconocido de antaño, ocupa ahora su lugar en los medios denominados
"intelectuales", y hasta la Universidad le reconoce el derecho de ciudadanía.
En este libro, en el que el autor se ocupa de "hacer conocer las ideas que a
menudo permanecen encerradas en círculos restringidos y que no obstante
tienen, o pueden tener, una influencia determinante sobre la evolución de
nuestra sociedad", se nos proponen muchos "pensadores", incluyendo los de la
Nueva Derecha y los de la sociobiología, pero brilla por su ausencia René
Guénon y el pensamiento tradicional.
Por mal que le pese a esa gente, René Guénon existe para nosotros, y hasta tal
punto que lo consideramos, en su misma obra, como el intérprete privilegiado
de la Tradición una y perenne en nuestro tiempo. Diciendo esto, no tenemos la
impresión de estar haciendo acto de guénonismo o de guénolatría. El hombre
era transparente, y a lo que nos invita, después de él, es al redescubrimiento
de los principios sin cuyo conocimiento -aunque sólo sea teórico- nuestra vida
en este mundo parecería "una sombra que pasa, un pobre actor que se
pavonea y se agita durante una hora sobre el escenario, y al que luego no se
vuelve a escuchar jamás; es un cuento, explicado por un idiota, lleno de
estrépito y de furia, que no significa nada" (W. Shakespeare en Macbeth).
La triple cuestión fundamental que se debería plantear todo ser nacido a este
mundo es: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi causa? ¿Cuál es mi finalidad? La
Tradición, bajo todas sus modalidades, le da medios proporcionados a su
incapacidad de responder por sí mismo, y en los momentos de oscurecimiento
en que aquélla escapa a la percepción de los seres surge entonces una
inteligencia esclarecedora, un rayo de la Palabra; la obra de René Guénon es
de este orden.
En cuanto al ser humano, no hay para él más que una alternativa: adherirse a
la marcha del mundo o desolidarizarse de ella. Claramente, el "hombre
moderno" es aquél que no es sino uno con este mundo de innumerables
rostros, luego quien se adhiere en la euforia de la inconsciencia al movimiento
de catábasis.
¿Hay alguna imbecilidad más grande que el querer ser del tiempo de uno? En
cuanto a la "fuga del mundo" en el sentido en que precisamente el mundo la
entiende, no se puede hacer un reproche de ello a René Guénon. Que René
Guénon se haya retirado y haya marcado distancias con respecto al mundo es
algo cierto y, exigiéndolo la actividad contemplativa, caería por su propio peso;
pero en cuanto a su obra, fruto de esta contemplación, ¿se puede negar que
sea una herramienta privilegiada para quienquiera que desee comprender la
naturaleza de la desviación que caracteriza al mundo moderno?
Con más precisión, nos parece que se puede contemplar la función de Guénon
como la de un discípulo de "Khezr". ¿No sería él uno de esos "enviados" que
deben anunciar el "día de YHVH" según una modalidad diferente de la de Elías
-"día de YHVH" profetizado por Malaquías-, uno de esos enviados cuya función
es preparar el "gran tránsito" del ciclo presente a otro ciclo inaugurando la
nueva Edad de Oro? Esta función para-eliásica se corresponde en la tradición
islámica con la de los discípulos de Al-Khidr o Khezr. Muchos signos nos
llevan a considerar a René Guénon como un espíritu precursor de la venida de
"aquél que debe restablecer todas las cosas". Por otra parte, si se recuerda que
a todo movimiento descendente corresponde de manera concomitante un
movimiento ascendente, resulta claro que la obra de René Guénon es el apoyo
proporcionado de las fuerzas de arriba a las fuerzas de abajo que están
trabajando en la última fase de nuestro ciclo presente, a fin de asegurar el
mínimo equilibrio requerido.
No es con este rostro, hay que decirlo, ni tampoco con el rostro antitradicional
del fundamentalismo como el Islam revela su respeto hacia la tradición, y
plazca al cielo que ese Islam no sea el de la contra-terminalidad. Recordemos
por otra parte las palabras del Profesor Askari1: " (...) Y creo firmemente que
René Guénon es el guía intelectual del cual los musulmanes tienen hoy
necesidad para hacer frente a las tentaciones y a las provocaciones de la
civilización moderna, así como los hombres pertenecientes a todas la
tradiciones".
Ahora bien, lo menos que uno puede decir de la mentalidad que caracteriza a
la humanidad actual, tomada en su conjunto, es que es contraria y tan poco
preparada como es posible estarlo a restablecer una sociedad así inspirándose
en principios metafísicos. No se ve cómo podría elaborarse una sociedad
tradicional en lo práctico, lo social, lo político, si no hay simultáneamente en
los individuos un anhelo proporcionado de tradición.2
Hemos partido hacia una aventura que no tiene origen o destino determinado;
los modernos son aquellos cuya ley es darse sus propias leyes".3 Pero si no
puede haber posibilidad de recuperación para la humanidad tomada en su
conjunto, ¿significa que están cerradas todas las vías de restauración personal
para aquellos seres que pertenecen a la segunda categoría? Por supuesto, la
fase iniciática propiamente dicha, salvo raras excepciones, está cerrada o en
vía de estarlo4 de conformidad, por lo demás, con el momento cíclico que es el
nuestro, sin lo cual ¿qué valor tendría el argumento del inexorable alejamiento
en el tiempo y en el espacio del ciclo respecto al Principio y a los centros
iniciáticos?
NOTAS
Nos parece lícito formular esta advertencia, que parecerá justa al lector
cuando sepa que dos de estos filósofos, Pitágoras y Sócrates, no dejaron
ningún escrito.
En cuanto a Platón, nadie, sea cual sea su competencia filosófica, está en
situación de distinguir qué fue dicho por él o por su maestro Sócrates. La
mayor parte de la doctrina de este último no nos es conocida más que por
mediación de Platón, y, por otra parte, se sabe que es en la enseñanza de
Pitágoras donde Platón recogió ciertos conocimientos de los que hace gala en
sus diálogos. Con ello, vemos que es extremadamente difícil delimitar lo que
corresponde a cada uno de estos tres filósofos. Lo que se atribuye a Platón a
menudo es también atribuido a Sócrates, y, entre las teorías consideradas,
algunas son anteriores a ambos y provienen de la escuela de Pitágoras o de él
mismo.
Verdaderamente, el origen de la expresión estudiada se remonta mucho más
allá de los tres filósofos mencionados. Mejor aún: es más antigua que la
historia de la filosofía, y supera también el dominio de la filosofía.
Se dice que estas palabras estaban inscritas en la puerta del templo de Apolo
en Delfos. Posteriormente fueron adoptadas por Sócrates, así como por otros
filósofos, como uno de los principios de su enseñanza, a pesar de la diferencia
que haya podido existir entre estas diversas enseñanzas y los fines
perseguidos por sus autores. Es probable, por lo demás, que también
Pitágoras haya empleado esta expresión mucho antes que Sócrates. Con ello,
estos filósofos se proponían demostrar que su enseñanza no era estrictamente
personal, que provenía de un punto de partida más antiguo, de un punto de
vista más elevado que se confundía con la fuente misma de la inspiración
original, espontánea y divina.
Constatamos que estos filósofos eran, por ello, muy diferentes a los filósofos
modernos, que despliegan todos sus esfuerzos para expresar algo nuevo, a fin
de ofrecerlo como la expresión de su propio pensamiento, de erigirse como los
únicos autores de sus opiniones, como si la verdad pudiera ser propiedad de
alguien.
Veremos ahora por qué los filósofos antiguos quisieron vincular su enseñanza
con esta expresión o con alguna similar, y por qué se puede decir que esta
máxima es de un orden superior a toda filosofía.
Para responder a la segunda parte de esta cuestión, diremos que la solución
está contenida en el sentido original y etimológico de la palabra "filosofía", que
habría sido, se dice, empleada por primera vez por Pitágoras. La palabra
filosofía expresa propiamente el hecho de amar a Sophia, la sabiduría, la
aspiración a ésta o la disposición requerida para adquirirla.
Esta palabra siempre ha sido empleada para calificar una preparación a esa
adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios que podían ayudar al
philosophos, o a aquel que experimentaba por ella alguna tendencia, a
convertirse en sophos, es decir, en sabio.
Así, como el medio no podría ser tomado por un fin, el amor a la sabiduría no
podría constituir la sabiduría misma. Y debido a que la sabiduría es en sí
idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede decir que el
conocimiento filosófico no es sino un conocimiento superficial y exterior. No
posee en sí mismo, ni por sí mismo, un valor propio. Solamente constituye un
grado preliminar en la vía del conocimiento superior y verdadero, que es la
sabiduría.
Es muy conocido por quienes han estudiado a los filósofos antiguos que éstos
tenían dos clases de enseñanza, una exotérica y otra esotérica. Todo lo que
estaba escrito pertenecía solamente a la primera. En cuanto a la segunda, nos
es imposible conocer exactamente su naturaleza, ya que por un lado estaba
reservada a unos pocos, y, por otro, tenía un carácter secreto. Ambas
cualidades no hubieran tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido allí
algo superior a la simple filosofía.
Puede al menos pensarse que esta enseñanza esotérica estaba en estrecha y
directa relación con la sabiduría y que no apelaba tan sólo a la razón o a la
lógica, como es el caso para la filosofía, que por ello ha sido llamada "el
conocimiento racional". Los filósofos de la Antigüedad admitían que el
conocimiento racional, es decir, la filosofía, no era el más alto grado del
conocimiento, no era la sabiduría.
¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del mismo modo que el conocimiento
exterior, por la palabra o mediante libros? Ello es realmente imposible, y
veremos la razón. Lo que podemos afirmar desde ahora es que la preparación
filosófica no es suficiente, ni siquiera como preparación, pues no concierne
más que a una facultad limitada, que es la razón, mientras que la sabiduría
concierne a la realidad del ser al completo.
De modo que existe una preparación a la sabiduría más elevada que la
filosofía, que no se dirige a la razón, sino al alma y al espíritu, y a la que
podemos llamar preparación interior; éste parece haber sido el carácter de los
más altos grados de la escuela de Pitágoras. Ha ejercido su influencia a través
de la escuela de Platón y hasta el neo-platonismo de la escuela de Alejandría,
donde apareció de nuevo claramente, así como entre los neo-pitagóricos de la
misma época.
Si para esta preparación interior se empleaban también palabras, éstas no
podían ser ya tomadas sino como símbolos destinados a fijar la contemplación
interior.
Mediante esta preparación, el hombre es llevado a ciertos estados que le
permiten superar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente,
y como todo esto está muy por encima de la razón, está también muy por
encima de la filosofía, puesto que la palabra filosofía siempre es empleada de
hecho para designar algo que sólo pertenece a la razón.
No obstante, es asombroso que los modernos hayan llegado a considerar a la
filosofía, así definida, como si fuera completa en sí misma, y olvidan así lo más
elevado y superior.
La enseñanza esotérica fue conocida en los países de oriente antes de
propagarse en Grecia, donde recibió el nombre de "misterios". Los primeros
filósofos, en particular Pitágoras, vincularon a ellos su enseñanza, como no
siendo sino una expresión nueva de ideas antiguas.
Existían numerosas clases de misterios con orígenes diversos. Aquellos en los
que se inspiraron Pitágoras y Platón estaban en relación con el culto de Apolo.
Los "misterios" tuvieron siempre un carácter reservado y secreto, significando
etimológicamente la propia palabra "misterios" silencio total, no pudiendo ser
expresadas mediante palabras las cosas a las cuales se referían, sino tan sólo
enseñadas por una vía silenciosa. Pero los modernos, al ignorar cualquier otro
método distinto al que implica el uso de la palabra, al cual podemos llamar el
método de la enseñanza exotérica, han creído erróneamente, a causa de ello,
que no había aquí ninguna enseñanza.
Podemos afirmar que esta enseñanza silenciosa usaba figuras, símbolos y
otros medios que tenían por objetivo conducir al hombre a estados interiores,
permitiéndole llegar gradualmente al conocimiento real o a la sabiduría.
Tal era el objetivo esencial y final de todos los "misterios" y de otras cosas
semejantes que pueden encontrarse en diferentes lugares.
En cuanto a los "misterios" que estaban especialmente vinculados al culto de
Apolo y al propio Apolo, es preciso recordar que éste era el dios del sol y de la
luz, siendo ésta en su sentido espiritual la fuente de donde brota todo
conocimiento y de la que derivan las ciencias y las artes.
Se dice que los ritos de Apolo llegaron del Norte y esto se refiere a una
tradición muy antigua, que se encuentra en libros sagrados como el Vêda
hindú y el Avesta persa.
Este origen nórdico era incluso afirmado más especialmente para Delfos, que
pasaba por ser un centro espiritual universal; y había en su templo una piedra
llamada "omphalos" que simbolizaba el centro del mundo.
Se piensa que la historia de Pitágoras, e incluso su propio nombre, poseen
una cierta relación con los ritos de Apolo. Éste era llamado Pythios, y se dice
que Pytho era el nombre original de Delfos. La mujer que recibía la inspiración
de los Dioses en el templo era llamada Pythia. El nombre de Pitágoras significa
entonces "guía de la Pythia", lo cual se aplica al propio Apolo. Se cuenta
además que es la Pythia quien declaró que Sócrates era el más sabio de los
hombres. Parece entonces que Sócrates estuvo relacionado con el centro
espiritual de Delfos, al igual que Pitágoras.
Añadiremos que si bien todas las ciencias eran atribuidas a Apolo, esto era
incluso más especialmente en cuanto a la geometría y la medicina. En la
escuela pitagórica, la geometría y todas las ramas de las matemáticas
ocupaban el primer lugar en la preparación al conocimiento superior. Con
respecto a este conocimiento, estas ciencias no eran dejadas de lado, sino que,
por el contrario, eran empleadas como símbolos de la verdad espiritual.
También Platón consideraba a la geometría como una preparación
indispensable a toda otra enseñanza, y había inscrito sobre la puerta de su
escuela estas palabras: "Nadie entre aquí si no es geómetra". Se comprende el
sentido de estas palabras cuando se las refiere a otra fórmula del mismo
Platón: "Dios siempre geometriza", ya que, hablando de un Dios geómetra,
Platón aludía a Apolo.
No debe asombrar que los filósofos de la Antigüedad hayan empleado la frase
inscrita en la entrada del templo de Delfos, puesto que conocemos ahora los
vínculos que los unían a los ritos y al simbolismo de Apolo.
Después de todo esto, fácilmente podemos comprender el sentido real de la
frase estudiada aquí y el error de los modernos a este respecto. Este error
deriva de que ellos han considerado esta frase como una simple sentencia de
un filósofo, a quien atribuyen siempre un pensamiento comparable al suyo.
Pero, en realidad, el pensamiento antiguo difería profundamente del
pensamiento moderno. Así, muchos atribuyen a esta frase un sentido
psicológico; pero lo que ellos llaman psicología consiste tan sólo en el estudio
de los fenómenos mentales, que no son sino modificaciones exteriores -y no la
esencia- del ser.
Otros aún ven en ella, sobre todo aquellos que la atribuyen a Sócrates, un
objetivo moral, la búsqueda de una ley aplicable a la vida práctica. Todas
estas interpretaciones exteriores, sin ser siempre enteramente falsas, no
justifican el carácter sagrado que poseía en su origen, que implica un sentido
mucho más profundo que el que así se le quiere atribuir. En primer lugar,
significa que ninguna enseñanza exotérica es capaz de dar el conocimiento
real, que el hombre debe encontrar solamente en sí mismo, pues, de hecho,
ningún conocimiento puede ser adquirido sino mediante una comprensión
personal.
Sin esta comprensión, ninguna enseñanza puede desembocar en un resultado
eficaz, y la enseñanza que no despierta en quien la recibe una resonancia
personal no puede procurar ninguna clase de conocimiento. Es la razón de
que Platón dijera que "todo lo que el hombre aprende está ya en él". Todas las
experiencias, todas las cosas exteriores que le rodean no son más que una
ocasión para ayudarle a tomar conocimiento de lo que hay en sí mismo. Este
despertar es lo que se llama anámnesis, que significa "reminiscencia".
Si esto es cierto para todo conocimiento, lo es mucho más para un
conocimiento más elevado y más profundo, y, cuando el hombre avanza hacia
este conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles se hacen cada vez
más insuficientes, hasta finalmente perder toda utilidad. Si bien pueden
ayudar a aproximarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes para
adquirirla realmente, y se dice corrientemente en la India que el verdadero
guru o maestro se encuentra en el propio hombre y no en el mundo exterior,
aunque una ayuda exterior pueda ser útil al principio, para preparar al
hombre a encontrar en sí y por sí mismo lo que no puede encontrar en otra
parte, y particularmente lo que está por encima del nivel de la conciencia
racional. Es necesario, para lograrlo, realizar ciertos estados que avanzan
siempre más profundamente hacia el ser, hacia el centro, simbolizado por el
corazón y donde la conciencia del hombre debe ser transferida para hacerle
capaz de alcanzar el conocimiento real. Estos estados, que eran realizados en
los misterios antiguos, eran grados en la vía de esta transposición de la mente
al corazón.
Había, hemos dicho, una piedra en el templo de Delfos llamada omphalos, que
representaba el centro del ser humano, así como el centro del mundo, según
la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el microcosmos, es
decir, el hombre, de tal manera que todo lo que está en uno está en relación
directa con lo que está en el otro. Avicena dijo: "Tú te crees una nada, y sin
embargo el mundo reside en ti".
Es curioso señalar la creencia extendida en la Antigüedad según la cual el
omphalos había caído del cielo, y se tendrá una idea exacta del sentimiento de
los griegos con respecto a esta piedra diciendo que tenía cierta similitud con el
que experimentamos con respecto a la piedra negra sagrada de la Kaabah.
La similitud que existe entre el macrocosmos y el microcosmos hace que cada
uno de ellos sea la imagen del otro, y la correspondencia entre los elementos
que los componen demuestra que el hombre debe conocerse a sí mismo
primero para poder conocer después todas las cosas, pues, en verdad, puede
encontrarlo todo en él. Es por esta razón que algunas ciencias -especialmente
las que forman parte del conocimiento antiguo y que son casi ignoradas por
nuestros contemporáneos- poseen un doble sentido. Por su apariencia
exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y pueden ser consideradas
justamente desde este punto de vista. Pero al mismo tiempo también poseen
un sentido más profundo, el que se refiere al propio hombre y a la vía interior
por la cual puede realizar el conocimiento en sí mismo, realización que no es
otra que la de su propio ser. Aristóteles dijo: "el ser es todo lo que conoce", de
tal modo que, allí donde existe conocimiento real -y no su apariencia o su
sombra- el conocimiento y el ser son una y la misma cosa.
La sombra, según Platón, es el conocimiento por los sentidos e incluso el
conocimiento racional que, aunque más elevado, tiene su origen en los
sentidos. En cuanto al conocimiento real, está por encima del nivel de la
razón; y su realización, o la realización del ser, es semejante a la formación del
mundo, según la correspondencia de la que hemos hablado.
Es ésta la razón de que algunas ciencias puedan describirse bajo la apariencia
de esta forma. Este doble sentido estaba incluido en los antiguos misterios, del
mismo modo que en todas las enseñanzas que apuntan al mismo fin entre los
pueblos de oriente.
Parece que igualmente en occidente esta enseñanza ha existido durante toda
la Edad Media, aunque hoy haya desaparecido completamente, hasta el punto
que la mayoría de los occidentales no tiene idea alguna de su naturaleza o
siquiera de su existencia.
Por todo lo precedente, vemos que el conocimiento real no tiene como vía a la
razón, sino al espíritu y al ser al completo, pues no es otra cosa que la
realización de este ser en todos sus estados, lo que constituye el fin del
conocimiento y la obtención de la sabiduría suprema.
En realidad, lo que pertenece al alma, e incluso al espíritu, representa
solamente grados en la vía hacia la esencia íntima que es el verdadero Sí, y
que puede hallarse tan sólo una vez que el ser ha alcanzado su propio centro,
cuando estando todas sus potencias unidas y concentradas como en un solo
punto, en el cual todas las cosas se le aparecen, cuando estando contenidas
en este punto como en su primer y único principio, puede entonces conocer
todas las cosas como en sí mismo y desde sí mismo, como la totalidad de la
existencia en la unidad de su propia esencia.
Es fácil ver cuán lejos está esto de la psicología en el sentido moderno de la
palabra, y que va incluso mucho más lejos que un conocimiento más
verdadero y más profundo del alma, que no puede ser sino el primer paso en
esta vía.
Es importante indicar que el significado de la palabra nefs no debe ser aquí
restringido al alma, pues esta palabra se encuentra en la traducción árabe de
la frase considerada, mientras que su equivalente griego psyché no aparece en
el original. No debe pues atribuirse a esta palabra el sentido corriente, pues es
seguro que posee otro significado mucho más elevado que le hace asimilable al
término esencia, y que se refiere al Sí o al ser real; como prueba, tenemos lo
que se dice en el siguiente hadith, que es como un complemento de la frase
griega: "Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor".
Cuando el hombre se conoce a sí mismo en su esencia profunda, es decir, en
el centro de su ser, es cuando conoce a su Señor. Y conociendo a su Señor,
conoce al mismo tiempo todas las cosas, que vienen de Él y a Él retornan.
Conoce todas las cosas en la suprema unidad del Principio divino, fuera del
cual, según la sentencia de Mohyiddin ibn Arabî, "no hay absolutamente nada
que exista", pues nada puede haber fuera del Infinito.
Traducido del Cap. VI de la 1ª parte de "Mélanges", París, Gallimard, 1976.
(Publicado la primera vez en árabe en la revista El-Ma'rifah, nº 1, mayo de
1931).
EL ORIGEN DE LA
TRADICIÓN PRIMORDIAL
SEGÚN TEXTOS DE GUÉNON
(Tomado de una intervención del Webmaster, Ángel Almazán,
en el foro de "Traditio")
LA ENFERMEDAD DE LA ANGUSTIA
RENE GUENON
Se dirá quizás que podría tener miedo de algo que hubiera en si mismo; pero
esto implica la existencia en él, en su condición actual, de elementos que
escapan a su propia comprensión, y en consecuencia de una multiplicidad no
unificada.
Lo cierto es que el ser que padece miedo busca la soledad, pero precisamente
para substraerse del miedo; adopta una actitud negativa y se "retracta" como
para evitar todo contacto posible con lo que teme, y de allí proviene sin duda
la sensación de frío y los demás síntomas fisiológicos que acompañan
habitualmente al miedo. Sin embargo esta forma de defensa irreflexiva es
ineficaz, pues no deja de ser evidente que, haga lo que haga una persona, no
puede aislarse realmente del medio en el cual está situado por sus propias
condiciones de existencia contingente, y en tanto se considere como rodeado
por un "mundo exterior", le es imposible estar enteramente al abrigo de su
alcance.
La causa del miedo no es otra que la existencia de otros seres, que, en tanto
que son otros, constituyen ese "mundo exterior", o de elementos que, aunque
incorporados al propio ser, no son menos extraños y ''exteriores'' a su
conciencia actual. Pero "el otro'' como tal no existe sino por efecto de la
ignorancia, puesto que todo conocimiento implica esencialmente una
identificación. Se puede decir entonces que más un ser conoce, menos existe
para él lo "otro" y lo "exterior", y en igual medida, la posibilidad del miedo,
posibilidad por otra parte totalmente negativa, que queda abolida por el
conocimiento. Finalmente, digamos que el estado de "soledad" absoluta
(kaivalya), que está más allá de toda contingencia, es un estado de pura
impasibilidad.
Los "terrores pánicos", que se producen sin ninguna causa aparente, se deben
también a la presencia de ciertas influencias que no pertenecen al orden
sensible; además son a menudo colectivos, lo que se opone aún más a la
explicación del miedo causado por la soledad. Y en este caso, no se trata
necesariamente de influencias hostiles o de orden inferior, pues incluso puede
ocurrir que una influencia espiritual provoque un terror de esta especie en los
"profanos" que vagamente la perciben sin conocer su naturaleza. El examen de
estos hechos, que no tienen en suma nada anormal a pesar de lo que pueda
pensar la opinión común, no deja de confirmar que el miedo es realmente
causado por la ignorancia, y ésta es la razón de que hayamos creído oportuno
señalarlo de pasada.
Hay cosas sobre las que uno se ve obligado a volver casi constantemente, tales
son las dificultades que parece tener para entenderlas la mayoría de nuestros
contemporáneos, por lo menos en Occidente; y se trata a menudo de aquellas
cosas que, a la vez que se hallan en cierto modo en la base de todo cuanto
tiene relación, sea con el punto de vista tradicional en general, sea más
especialmente con el punto de vista esotérico e iniciático, son de un orden que
debiera normalmente ser considerado como más bien elemental. Tal es, por
ejemplo, la cuestión del papel y de la eficacia propios de los ritos; y quizá sea,
por lo menos en parte, su conexión bastante estrecha con ésta la razón por la
cual la cuestión de la necesidad de la vinculación iniciática parece hallarse en
el mismo caso. En efecto, cuando uno ha comprendido que la iniciación
consiste esencialmente en la transmisión de una cierta influencia espiritual, y
que esa transmisión no puede operarse más que por medio de un rito, que es
precisamente aquél por el que se efectúa la vinculación a una organización
que tiene como función primordial conservar y comunicar dicha influencia,
parece que ya no debería haber dudas a este respecto: transmisión y
vinculación no son, en definitiva, sino los dos aspectos inversos de una sola y
misma cosa, según se la considere descendiendo o remontando la "cadena"
iniciática. No obstante, hemos podido comprobar recientemente que la
dificultad mencionada existe incluso para algunos de quienes poseen, de
hecho, tal vinculación; ello puede parecer más bien sorprendente, pero sin
duda hay que ver ahí una consecuencia de la disminución "especulativa" que
han sufrido las organizaciones a las que pertenecen; pues es evidente que,
para quien se limita a este punto de vista "especulativo", las cuestiones de este
orden, y todas aquéllas que podemos denominar propiamente "técnicas", no
pueden aparecer más que en una perspectiva muy indirecta y remota, y que,
por eso mismo, su fundamental importancia corre el riesgo de ser, en todo o
en parte, mal apreciada. Podría decirse aún que un ejemplo como éste permite
calibrar la distancia que separa la iniciación virtual de la iniciación efectiva;
no es, desde luego, que pueda considerarse la iniciación virtual como algo
desdeñable: al contrario, ya que se trata de la iniciación propiamente dicha, es
decir, del "comienzo" (initium) indispensable, y que ya lleva consigo la
posibilidad de todo desarrollo ulterior; pero hay que reconocer que, sobre todo
en las actuales circunstancias, hay un gran trecho entre esa iniciación virtual
y el más mínimo comienzo de realización. Sea como fuere, creíamos habernos
explicado suficientemente sobre la necesidad de la pertenencia iniciática ( 1 );
pero, a la vista de algunas preguntas que seguimos recibiendo sobre este
punto, estimamos útil tratar de añadir algunas precisiones complementarias.
Podemos ahora abordar lo que nos parece el punto más importante, el que se
acerca más al fondo mismo de la cuestión; a este respecto, la objeción que se
presenta podría ser formulada así: nada puede estar separado del Principio, ya
que aquello que lo estuviera no tendría verdaderamente existencia ni realidad
alguna, ni siquiera del grado más inferior; siendo así, ¿cómo puede hablarse
de una vinculación que, cualesquiera que sean los intermediarios por cuya
mediación se efectúa, no puede ser concebida, a fin de cuentas, más que como
una vinculación al Principio mismo, lo cual, tomado al pie de la letra, parece
implicar el restablecimiento de un lazo que hubiera sido cortado? Puede
observarse que una pregunta de este tipo es bastante parecida a la siguiente,
que otros se han planteado igualmente: ¿por qué es necesario hacer esfuerzos
por lograr la Liberación, ya que el "Sí mismo" (Atma) es inmutable y
permanece siempre igual, y no puede ser afectado o modificado por nada?
Quienes plantean tales cuestiones ponen de manifiesto que se detienen en una
visión demasiado teórica de las cosas, lo cual les hace percibir un solo aspecto
de las mismas; o que confunden dos puntos de vista que son netamente
distintos, si bien, en cierto sentido, se complementan recíprocamente: el punto
de vista de los principios y el de los seres manifestados. Claro está que, desde
el punto de vista puramente metafísico, uno podría, en rigor, mantenerse sólo
en el aspecto de los principios, desdeñando, en cierto modo, todo lo demás;
pero el punto de vista propiamente iniciático debe, por el contrario, partir de
las condiciones que son actualmente las de los seres manifestados, y, más
exactamente, las de los individuos humanos como tales; liberarlos de esas
condiciones es justamente el objetivo que se propone. Debe pues,
forzosamente –y esto es precisamente lo que le caracteriza con respecto al
punto de vista metafísico puro– tomar en consideración lo que puede llamarse
un estado de hecho, y vincular en cierto modo ese estado de hecho al orden
principial. Para disipar cualquier equívoco al respecto, diremos lo siguiente: en
el Principio, es evidente que nada puede estar nunca sujeto al cambio; no es,
pues, el "Sí mismo" el que debe ser liberado, ya que nunca ha sido ni será
condicionado, ni sometido a limitación alguna; es el "yo", y su liberación sólo
puede efectuarse disipando la ilusión que lo hace aparecer como separado del
"Sí mismo"; análogamente, no es el vínculo con el Principio lo que se trata en
realidad de restablecer, ya que ese vínculo siempre ha existido y no puede
dejar de existir ( 4 ); de lo que se trata es de realizar, para el ser manifestado,
la conciencia efectiva de ese vínculo; y, en las condiciones presentes de
nuestra humanidad, no hay para ello otro medio que el que proporciona la
iniciación.
Es evidente que hay muchas maneras distintas de leer un mismo libro, cuyos
resultados son igualmente diversos: si suponemos que se trata, por ejemplo,
de las sagradas Escrituras de una tradición, el profano, en el sentido más
completo del término –tal sería el caso del "crítico" moderno– no vería en ellas
más que "literatura", y lo más que podrá extraer de su lectura será esa clase
de conocimiento meramente verbal que constituye la erudición pura y simple,
sin que se le añada la más mínima comprensión real, siquiera sea de la más
externa, pues el lector no sabe, ni tan sólo se pregunta, si lo que lee es la
expresión de una verdad: y éste es el género de saber que puede ser calificado
de "libresco" en la acepción más rigurosa del término. Quien pertenezca a la
tradición de que se trate, aunque no la conozca más que en su vertiente
exotérica, ya verá en esas Escrituras algo completamente distinto, por mucho
que su comprensión quede aún limitada exclusivamente al sentido literal, y lo
que hallará en su lectura tendrá para él un valor incomparablemente mayor
que el de la erudición; ello sería así incluso en el grado más bajo; queremos
decir, en el caso de quien, por incapacidad de comprender las verdades
doctrinales, buscara en las Escrituras sencillamente una regla de conducta, lo
cual le permitiría por lo menos participar de la tradición en la medida de sus
posibilidades. El caso de quien se propone asimilar lo más completamente
posible el exoterismo de la doctrina –como hace, por ejemplo, el teólogo– se
sitúa a un nivel sin duda muy superior; y, sin embargo, sigue tratándose del
sentido literal, y puede ser que ni sospeche siquiera la existencia de otros
sentidos más profundos, del esoterismo, en definitiva. Por el contrario, aquél
que posea cierto conocimiento teórico del esoterismo podrá, con ayuda de
ciertos comentarios o de otro modo, empezar a percibir la pluralidad de los
sentidos que contienen los textos sagrados y, por consiguiente, a discernir el
"espíritu" que se oculta bajo la "letra": su comprensión es, pues, de un orden
mucho más profundo y más elevado que aquélla a la que puede aspirar el más
sabio y más perfecto de los exoteristas. El estudio de esos textos podrá
entonces constituir una parte importante de la preparación doctrinal que debe
normalmente preceder a toda realización; sin embargo, si quien se dedica a
ese estudio no recibe ninguna iniciación por otro conducto, se quedará
siempre, cualesquiera que sean sus disposiciones, en un conocimiento
exclusivamente teórico, que el estudio no permite, por sí mismo, superar en
modo alguno.
No nos queda por último sino considerar una última diferencia, que no es, sin
embargo, la menos importante desde el punto de vista en que nos situamos
aquí: nos referimos a la diferencia que surge según que un mismo libro sea
leído por el esoterista "teórico" del que acabamos de hablar, que suponemos
no ha recibido iniciación alguna, o por quien, por el contrario, posee ya una
vinculación iniciática. Este verá en el libro, naturalmente, cosas del mismo
orden que aquél, aunque quizá de modo más completo, y, sobre todo, se le
aparecerán en cierto modo bajo una luz distinta; no hace falta decir, por otra
parte, que, mientras no se halle más que en estado de iniciación virtual, no
puede hacer otra cosa que proseguir, hasta un grado más profundo, una
preparación doctrinal que ha permanecido incompleta hasta el momento; pero
la cosa es distinta en cuanto entra en la vía de la realización. Para él, el
contenido del libro no será propiamente, a partir de ese momento, más que un
soporte de meditación, en el sentido que pudiéramos llamar ritual,
exactamente como los símbolos de diverso orden que emplea para ayudar y
sostener su trabajo interno; y resultaría sin duda incomprensible que unos
escritos tradicionales, que son necesariamente, por su misma naturaleza,
simbólicos en la más estricta acepción del término, no pudieran desempeñar
ese papel. Más allá de la "letra" que, en cierto modo, ha desaparecido para él,
ya no verá verdaderamente más que el "espíritu", y así podrán abrírsele –al
igual que cuando medita concentrándose en un mantra o un yantra ritual,
posibilidades completamente distintas de las de la mera comprensión teórica;
pero si ello es así –repitámoslo una vez más– es en virtud de la iniciación que
ha recibido, y que constituye la condición necesaria sin la cual no podría
darse el más mínimo comienzo de realización; lo cual viene a decir,
sencillamente, que toda iniciación efectiva presupone forzosamente la
iniciación virtual. Añadiremos que, si ocurre que quien medita sobre un
escrito de orden iniciático entra realmente en contacto por esa meditación con
una influencia emanada de su autor, lo cual es, en efecto, posible si el escrito
procede de la forma tradicional y sobre todo de la "cadena" particular a las que
pertenece el iniciado, tal contacto, lejos de ocupar el lugar de una vinculación
iniciática, no puede ser, por el contrario, sino una consecuencia de la que ya
posee. Así, sea como sea que se considere la cuestión, no puede tratarse,
absolutamente en ningún caso, de una iniciación por medio de los libros, sino
sólo, bajo ciertas condiciones, de un uso iniciático de éstos, lo cual es,
evidentemente, algo completamente distinto; esperamos haber insistido en ello
lo bastante esta vez para que ya no subsista el menor equívoco a este
respecto, y para que ya no pueda pensarse que haya algo ahí que pueda
dispensar, siquiera sea excepcionalmente, de la necesidad de la vinculación
iniciática.
3 Ni que decir tiene que lo mismo ocurre con otros ritos exotéricos, en las tradiciones
que no revisten forma religiosa; si hablamos aquí más concretamente de ritos
religiosos, es porque éstos representan, en este terreno, el caso más generalmente
conocido en Occidente. (R)
4 Este vínculo, en el fondo, no es otra cosa que el sûtrâtmâ de la tradición hindú, del
que hemos tratado en otros estudios. (R)
7 Casi no hace falta recordar, a este respecto, todo cuanto hemos dicho en otro lugar
sobre la iniciación considerada como "segundo nacimiento"; este modo de considerarla
es, por lo demás, común a todas las formas tradicionales sin excepción. (R)
8 Señalemos, sin poder insistir más en ello aquí, que lo dicho no deja de tener relación
con el simbolismo del grano de trigo en los misterios de Eleusis, así como, en la
Masonería, con la palabra de paso del grado de Compañero; la aplicación iniciática
guarda, evidentemente, estrecha relación con la idea de "posteridad espiritual". A
propósito, no deja de tener interés observar que el término "neófito" significa
literalmente "nueva planta". (R)
10 Podríamos incluso añadir que, por razón de la correspondencia que existe entre el
orden cósmico y el humano, puede haber, entre los dos términos de la comparación
que acabamos de indicar, no una mera similitud, sino una relación mucho más
estrecha y más directa, que la justifica aún más completamente; y de ahí resulta
posible vislumbrar que el texto bíblico que representa al hombre caído como
condenado a no poder obtener nada de la tierra si no es por un penoso trabajo
(Génesis, III, 17-19) puede responder a algo verdadero incluso en su sentido más
literal. (R)
11 A estos casos se refiere la nota aclaratoria añadida a un apartado de las Pages
dédiées à Mercure de Abdul-Hadi, número de agosto de 1946 de Etudes
Traditionnelles, pp. 318-9. (R)
17 Pudiera objetarse que, según algunos relatos relativos sobre todo a la tradición
rosacruz, ciertos libros fueron cargados de influencias por sus propios autores; ello es
efectivamente posible en el caso de un libro, como en el de otro objeto cualquiera;
pero, aún admitiendo la realidad de ese hecho, no podría, en cualquier caso, tratarse
más que de ejemplares determinados, especialmente preparados a tal efecto; y,
además, cada uno de esos ejemplares debería haber sido destinado exclusivamente a
aquel discípulo al que se le entregaba directamente, no para sustituir a una iniciación
que el discípulo ya había recibido, sino únicamente para proporcionarle una ayuda
más eficaz cuando, en el transcurso de su trabajo personal, hubiera de servirse de
dicho libro como soporte de meditación. (R)
Para nosotros la tradición, puede ser escrita lo mismo que oral, aunque
habitualmente, si no siempre, haya debido ser antes que todo oral en su
origen. Pero, en el estado actual de las cosas, la parte escrita y la parte oral
forman por doquiera dos ramas complementarias de una misma tradición, ya
sea religiosa o de otra especie, y no vacilamos en hablar de "escrituras
tradicionales".
Etimológicamente, la tradición es simplemente "lo que se transmite" de una
manera u otra. Además, es necesario comprender en la tradición a título de
elementos secundarios y derivados, pero sin embargo importantes para tener
de ella una noción completa, todo el conjunto de las instituciones de diferentes
órdenes que tienen su principio en la misma doctrina tradicional.
Considerada así, la tradición puede parecer que se confunde con la misma
civilización que es, según ciertos sociólogos, "el conjunto de las técnicas, de las
instituciones y de las creencias comunes a un grupo de hombres durante un
cierto tiempo". Pero esta definición no tiene en cuenta lo que hay de
esencialmente intelectual en toda civilización, porque esto es algo que no se
podría hacer entrar en lo que se llama las "técnicas", ... por otra parte, cuando
se habla de "creencias"... hay ahí algo que supone manifiestamente la
presencia del elemento religioso. Nosotros decimos simplemente que una
civilización es el producto y la expresión de cierta mentalidad común a un
grupo de hombres más o menos extenso.
De todos modos, no es menos cierto que, en lo que se refiere al Oriente, la
identificación de la tradición y de la civilización toda entera está justificada en
el fondo: cualquier civilización oriental, tomada en su conjunto, se nos
presenta como esencialmente tradicional.
En cuanto a la civilización occidental, está por el contrario desprovista de todo
carácter tradicional, con excepción de su elemento religioso, que es el único
que ha conservado este carácter.
Las instituciones sociales, para que se las pueda llamar tradicionales, deben
estar efectivamente unidas, como a su principio, a una doctrina de carácter
tradicional también, ya sea esta doctrina metafísica, ya religiosa, o de
cualquier otra clase concebible.
Una doctrina cuya naturaleza fundamental es, en todos los casos, de orden
intelectual; pero la intelectualidad puede hallarse en ella en estado puro,
entonces se trata de una doctrina propiamente metafísica, o bien encontrarse
mezclada a diversos elementos heterogéneos, lo que da nacimiento al modo
religioso y a otros modos de que puede ser susceptible una doctrina
tradicional.
En el Islam, la tradición presenta dos aspectos distintos, de los cuales uno es
religioso, y es al que se adhiere directamente el conjunto de las instituciones
sociales, mientras que el otro, el que es puramente oriental, es
verdaderamente metafísico.
"En Occidente el desorden en todos los dominios se ha vuelto tan evidente que
se comienza a poner en duda el valor de la civilización moderna y de su
antitradicionalismo".
Entre las obras más conocidas de este famoso autor francés fallecido en 1951
encontramos: "Oriente y Occidente", "La crisis del mundo moderno", "El reino de la
cantidad...", que han servido para elaborar este artículo.
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BIOGRAFÍA DE RENE GUENON
Una de las pruebas de que nuestra verdadera esencia queda atrapada en los
roles que jugamos a lo largo de nuestra vida, es precisamente lo que llamamos
racionalidad.
Nos creemos y sabemos seres racionales, sin embargo, muy poca de esa
racionalidad es razonada por nosotros. Nuestra razón es más bien un acto
reflejo.
Un pensador de la tradición llamado Ouspensky lo describe de una forma
clara y concisa:
«por acto racional se entiende aquel que es conocido por el sujeto actuante
antes de su ejecución; aquel al que el sujeto actuante puede dar un nombre,
definir, explicar, puede decir su causa antes de su ejecución.
Actos automáticos son los actos que han sido racionales para un sujeto
determinado, pero que por razón de frecuentes repeticiones se han hecho
habituales y son efectuados inconcientemente.
Los actos automáticos adquiridos de animales entrenados fueron previamente
racionales no en el animal pero sí en el entrenador. Estos actos, con
frecuencia, parecen racionales, pero es una completa ilusión. El animal
recuerda la sucesión de los actos y por ello los actos parecen racionales y
oportunos. Y realmente fueron razonados, pero no por él.»
Esto habla de que estamos tan ocupados (repletos) por los dichos y haceres de
los otros, que si nos sacamos de encima aquello que el otro dijo, creemos que
adentro no va a haber nadie, sin embargo siempre vamos a estar nosotros,
nuestra esencia.
Partiendo del punto de que venimos de una evolución contínua a lo largo del
tiempo (llámese encarnaciones o herencia genética), esta esencia tendría una
particularidad como existencia única y personal.
Sin embargo, me atrevería a decir que es precisamente la experiencia que
hacemos a través de esos yoes la que va formando y fortaleciendo el ego,
haciéndolo madurar, alimentándolo pero también guiándolo hacia su propia
destrucción.
Este trabajo apunta a hacer una descripción de los simbolismos en los que se
apoya nuestra cultura y en la repetición de dichos simbolismos en forma
cíclica, pero al mismo tiempo, a mostrar que en ellos se encierra el secreto de
la existencia humana, desde el nacimiento de la conciencia hasta la formación
de la individualidad como forma de evolución y de acceso al conocimiento.
Podemos tomar datos que algunos podrán tildar de parciales, sin embargo,
resulta inquietante la coincidencia de dichos datos que, vistos desde un
particular lugar, con una base no científica sino experiencial, nos muestra que
cada cosa encaja en el lugar que le corresponde, y que el drama de la
existencia humana, como gustaban llamarla los existencialistas, es un reflejo
que se repite incansablemente desde los aspectos más abarcativos del cosmos
hasta los más íntimos, como lo es el desarrollo de la misma conciencia.
Vamos a comenzar por lo que conocemos como la mentira de la serpiente
bíblica, al que podemos tomar como un artilugio para que el hombre comience
a recorrer el camino de la existencia.
La expulsión del paraíso ( y ahí si podemos decir que el hombre fue arrojado a
la existencia), que previamente había tenido una expresión más universal en el
mito de la expulsión del diablo, o de Satanás de la propia casa de Dios, podría
tomarse como el punto de partida.
Los mitos judeocristianos tomados por la civilización occidental muestran lo
que otras vertientes de la sabiduría universal repiten de otras maneras, con
otros lenguajes ( que iremos viendo a lo largo de varios números), pero
narrando siempre la misma historia.
La mitología narra en forma amena los procesos que el hombre, en su interior,
y desde un punto de vista trascendente, vive cotidianamente.
Estos procesos no son irreversibles.Todo puede transformarse, incluso el
destino del hombre, si éste toma conciencia de que los destinos se trazan con
cada acto que se realiza, y que por ende, todo destino puede ser modificado.
Pero al mismo tiempo, cada acto que el hombre realiza lleva inplícito en sí
mismo su propio futuro. Todo acto, toda acción surge del pasado del hombre y
tiende a producir su futuro, pues no hay efecto sin causa y no hay causa que
no lleve implícita su efecto.
La dualidad de Jehová en el Génesis.
Tanto la tradición católica, como la cristiana, desde el punto de vista teológico,
siempre han hecho mención de la existencia de un dios único, todopoderoso e
inmutable, que creó al hombre a su imagen y semejanza. La figura de un dios
que a lo largo de su historia, ha tenido siempre a un mortal oponente:
Satanás.
La tradición formal nos dice que Satanás fue expulsado del paraíso, y que
tiempo más tarde ( después hablaremos de los motivos de esta expulsión),
tomó venganza al provocar la desobediencia de Adán y Eva, primeros seres del
género humano, a través del engaño. Esta expulsión logró que el hombre
dejara de ser inmortal para pasar a tener una vida temporal, y sufrir durante
esta vida, distintos avatares.
Sin embargo, solamente remitiéndonos al Génesis, podríamos hacer otra
lectura ( en algunos casos literal pues el texto no deja lugar a dudas), de que
en realidad esta escena vivida entre estos tres protagonistas, Jehová, la
serpiente y los humanos, en realidad muestra conflictos que mucho distan de
ser los conocidos.
En primer lugar deberíamos decir que la idea de un dios único y todopoderoso
declina al leer en el Génesis 1:26 que:
“...Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme nuestra semejanza...:
y en Génesis 1:27:
“Y creó Dios al hombre a su imagen... ...varón y hembra los creó...:
Lo primero que podemos leer en estas frases, es sobre la dualidad de Jehová,
cosa que nos saca inmediatamente de la idea de dios único, y al mismo tiempo
nos saca de la idea de un dios hombre, dado que contiene en sí mismo a los
dos sexos, a las dos polaridades.
Sería interesante saber de qué otra manera puede leerse ésta dualidad, y
quizás podamos leerla en el mismo Génesis, cuando la serpiente dice a Eva:
“...sabe Dios que el día que comáis de él (del árbol del conocimiento del bien y
del mal), serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo del bien y
del mal”...
Cuando Dios recrimina a Eva por comer del fruto y tentar a su pareja se
defiende diciendo :
“...la serpiente me engañó, y comí...”
Es aquí cuando después de maldecirlos Jehová dice:
“He aquí, el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal, ahora
pues que no alargue su mano y coma del árbol de la vida y coma y viva para
siempre.”
De aquí se desprenden varias claves que es importante tener en cuenta.
En primer lugar, Jehová tiene el conocimiento de que el hombre puede ser
como él: dual a partir del conocimiento de esa misma dualidad, es decir, que
contiene en sí mismo al bien y al mal.
En segundo lugar, la serpiente no engañó a la mujer, sino que le dijo la
verdad, pues Jehová confirma lo que la serpiente sentencia “seréis como dios
sabiendo del bien y del mal...”, y confirma también Jehová algo sumamente
importante “...el hombre es como uno de nosotros...” por tanto la serpiente
formaría parte de la misma naturaleza que Jehová...
También es la serpiente, y no Jehová quien da al hombre la posibilidad de la
elección, es decir, quien lo dota del libre albedrío. No olvidemos que son la
duda, primero, y la elección, después las que conducen al hombre a tener el
conocimiento del bien y del mal.
También ocultó Jehová parte de la verdad al decir que si comían del fruto
morirían. Al comer solamente tomaron conciencia de sí mismos, y si bien
salieron de la inmortalidad, dieron comienzo a la existencia a través de su
procreación. Al tomar conciencia de su dualidad producen la primera
manifestación : Caín, la primer creación del hombre.
Cómo sigue esta historia
Son muchas las formas en las que podría interpretarse esta historia. Si la
tomásemos literalmente, podríamos decir que narra los avatares de los
primeros humanos sobre nuestra tierra, es decir, como la vivencia de ciertos
seres mitológicos que dejaron la impronta de su creación a través de su
descendencia.
Por otra parte, sería pertinente considerar que la mayoría de los mitos, son en
realidad narraciones de las manifestaciones internas del ser humano, de
comportamientos arquetípicos, que cuentan en forma de narración, procesos
comunes a todos los humanos.
Visto desde este lugar podríamos acercarnos a una idea de lo que en realidad
sucedió en ese paraíso.
Desde la formación del universo hasta la formación de la conciencia, hay un
esquema que se repite.
La teoría del Big-Bang que nos habla de una gran explosión que da origen a la
vida en el universo, nos está hablando del comienzo de la manifestación en la
materia, es decir, jamás ha determinado la ciencia “qué” fue lo que explotó,
aunque se descarta que haya sido materia. Por tanto, algo que estaba unido, y
que podríamos decir que carecía de existencia material, se dispersó, se dividió,
se manifestó y dió origen a la diversidad.
Si observamos el proceso de la formación de la conciencia humana, podremos
ver el mismo proceso, es decir, durante su gestación y hasta pasados los
primeros años de vida, no hay diferencia entre madre e hijo, es decir, entre
creadora y creado. El niño tiene la idea de que él y su madre son uno.
Precisamente uno de los primeros dramas del ser humano es el darse cuenta
de que en realidad uno y su creadora son dos seres distintos, son dos
individualidades. Esta toma de conciencia da lugar a la creación del yo.
Cuando el niño manifiesta verbalmente su diferencia con su progenitora,
podríamos decir que da comienzo a “su existencia” como individuo, y a partir
de aquí, comienza el desarrollo de su propio ego.
Podemos observar en estas dos experiencias que los procesos son similares, y
que tanto la expulsión de Adán y Eva del paraíso, como la expulsión del diablo
del cielo, son en realidad la descripción arquetípica del proceso de
individuación del ser humano.
Bibliografía
Acerca del bien y del mal. Dr. Norberto Levy
El demonio - Félix Gracia
El simbolismo en la ciencia sagrada- René Guénon
El Antiguo Testamento- Versión Reina Valera
BREVE SOBRE LA NECESIDAD DEL EXOTERISMO
FEDERICO GONZALEZ
En 1925 Guénon escribía en El hombre y su devenir según el Vêdânta: "El
exoterismo y el esoterismo, considerados no como dos doctrinas distintas y
más o menos opuestas (lo cual sería una concepción totalmente errónea) sino
como dos aspectos de una misma doctrina, han existido en ciertas escuelas de
la antigüedad griega y se los vuelve a encontrar muy claramente en el Islam,
pero no ocurre lo mismo en las doctrinas orientales. Respecto de ellas no se
podría hablar sino de una especie de "esoterismo natural" que existe
inevitablemente en toda doctrina, y sobre todo en el orden metafísico, donde
siempre se debe hacer referencia a lo inexpresable, que es asimismo lo que
hay de más esencial, puesto que las palabras y los símbolos no tienen en
suma otra razón de ser que la de ayudar a concebirlo en tanto que proveen de
"soportes" para un trabajo que no puede ser sino estrictamente personal.
Desde este punto de vista, la distinción entre exoterismo y esoterismo no sería
diferente de la que existe entre la "letra" y el "espíritu", y podría también
aplicarse a la pluralidad de sentidos más o menos profundos que presentan
los textos tradicionales o, si se prefiere, las escrituras sagradas de todos los
pueblos."
En ese mismo año en El esoterismo de Dante afirmaba: "... el verdadero
esoterismo es algo muy diferente a cualquier característica de una religión
externa y, si presenta algún tipo de relación con ésta, no puede ser sino
mediante una consideración que supone a las formas religiosas como un modo
de expresión simbólico. Poco importa, por lo demás, que esas formas
correspondan a tal o cual religión, puesto que se trata de una unidad doctrinal
esencial que se oculta detrás de una diversidad aparente.
Por ello, los antiguos iniciados participaban de modo indistinto en todos los
cultos exteriores, adheriéndose así a las costumbres establecidas en los países
en donde circunstancialmente se encontraban."
Las citas de este tipo pueden multiplicarse en la obra guenoniana y se pueden
encontrar en distintos libros, entre ellos Aperçus sur l'initiation (1947): "la
religión considera únicamente al ser en el estado humano individual y de
ningún modo apunta a hacerlo salir de él, sino que por el contrario intenta
asegurarle las condiciones más favorables en ese mismo estado, mientras que
la iniciación tiene esencialmente como objetivo superar las posibilidades de
este estado y lograr que sea efectivamente posible el pasaje a los estados
superiores y hasta finalmente conducir al ser más allá de todo estado
condicionado, sea cual fuere" y en Símbolos Fundamentales de la Ciencia
Sagrada, en los dos tomos de sus Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le
Compagnonnage, etc. en particular en el estudio denominado "Cristianismo e
Iniciación" de Aperçus sur l'ésoterisme Chrétien, del que citaremos:
"Finalmente, para concluir podemos decir esto: a pesar de los orígenes
iniciáticos del Cristianismo, éste, en su estado actual, no es ciertamente nada
más que una religión, es decir una tradición de orden exclusivamente
exotérico, y no tiene en sí mismo otras posibilidades que las de todo
exoterismo; no lo pretende además de ninguna forma puesto que no se ha
propuesto nunca otra cosa que obtener la 'salvación'." Estas citas
introductorias tienen importancia pues queremos referirnos aquí al capítulo
de Guénon sobre "Necesidad del exoterismo" en su obra Initiation et
Réalisation Spirituelle (que tanta confusión ha traído y que de hecho se
contrapone con los cerca de veintisiete volúmenes de su obra completa, y que,
por otra parte, se reduce a unas pocas frases disonantes dentro de un
contexto habitual en su discurso), aparecido en Etudes Traditionnelles a
finales de los años cuarenta. Pensamos que tal vez se debe a una situación de
circunstancia temporal, de momento histórico; esto mismo sucede con
numerosos escritos de Guénon, publicados en distintos tiempos, en medios
diversos (muchos de ellos hasta opuestos entre sí, antagónicos), revistas y
editoriales de muy distinto tipo, y por lo tanto dedicados a audiencias
diferentes. Sin embargo, el meollo de su doctrina es el mismo y muchos de
estos estudios han constituido parte de los libros que conforman su obra
completa, como es el caso; esto, en gran medida, se debe a la doctrina del
autor que, parte de una Tradición Primordial que se fragmenta y da lugar a
numerosas formas tradicionales entre las cuales se encuentran las religiones
conocidas, la masonería (incluso menciona a los indoamericanos), etc., y no
vacila en ver en ellas esencialmente lo mismo, es decir los Principios
Universales emanados de un solo Origen.
Para nosotros esa adecuación a las formas niega precisamente la posibilidad
de que cualquiera de ellas sea infalible, o única, tal cual es asegurado por los
católicos, o los fundamentalistas de cualquier religión o movimiento –incluidos
los francotiradores que tratan de utilizar la obra guenoniana para sus
pequeños discursos de orden egótico personal–, pues son susceptibles de
interpretaciones diversas; lo mismo sucede con la infalibilidad de cualquiera
que trate o exprese los temas del Conocimiento, Guénon por ejemplo. En
efecto, la Doctrina (vertical) es una, pero los modos que toma (horizontales) y
la manera de expresarse de acuerdo a circunstancias de tiempo y lugar,
invalida esta pretensión extrema de precisión dogmática, propia por otra parte
de Occidente y con orígenes aristotélicos, racionales, lógicos y
pretendidamente sistemáticos, que son completamente ajenos a los textos
sagrados de todos los pueblos, e incluso no está presente en Platón y el
neoplatonismo.
En ese sentido queremos hacer nuestras las palabras de René Alleau,
pronunciadas en el coloquio de Cerissy-La-Salle en 1973, denominado René
Guénon y la actualidad del pensamiento tradicional, organizado por él mismo
y Marine Scriabine, uno de los más importantes coloquios en homenaje al
metafísico francés, el guía intelectual de una gran corriente de pensamiento:
"La noción de ortodoxia guenoniana me parece la más extraña a la obra y al
pensamiento de René Guénon, así como al pensamiento de todo filósofo
tradicional verdadero."
En todo caso el hecho de que el pensamiento de Guénon, está vivo para todos
aquellos que puedan acceder a él, demuestra la imposibilidad de encasillarlo y
hacerlo consumible a un nivel interesado en ello.
Pero volviendo al tema de lo esotérico y lo exotérico, o si se quiere de
metafísica y religión, eso no quiere decir que lo horizontal no sea un reflejo de
lo vertical, y que por lo tanto en lo horizontal no existan los medios de
aprehender lo vertical, cuestión conocida por todas las gnosis. De allí que el
rito exotérico sea un poderoso medio para vivificar lo esotérico, aunque lo
esotérico ya nos sea conocido, por la misma necesidad de actualizarlo
permanentemente. En este caso se trata de ritos religiosos (horizontales), pero
se debe tener en cuenta que estos ritos están comprendidos en otro más
amplio que es el rito de nuestro compromiso con el Conocimiento (vertical) que
signa todos los actos y momentos sagrados de nuestra vida, como sucede en
las sociedades tradicionales. Por lo que seguramente es aconsejable el rito
exotérico que será efectivo si está comprendido dentro de la Gnosis. A este
efecto recordaremos una cita de Guénon referida a Santo Tomás. Este decía:
"Para un fin cualquiera, se dice que algo es necesario de dos modos: de uno,
como aquello sin lo cual no puede ser, tal el alimento necesario para la
conservación de la vida humana; de otro, como aquello por lo cual de modo
mejor y más conveniente se alcanza ese fin, tal el caballo es necesario para el
camino".
Lo mismo sucede en este caso. El vehículo no es imprescindible pero sí útil y
mal haríamos en no tomarlo si eso está a nuestro alcance. Esto ha sido
considerado por algunos que poseen un rito esotérico, por ejemplo los
masones, como una indicación de atenerse a algún exoterismo religioso, en
particular el Católico, lo que ha dado lugar a la llamada doble pertenencia. En
realidad nosotros pensamos que el artículo de Guénon sobre el exoterismo
religioso está dirigido, precisamente en esta oportunidad, a Schuon, con el que
Guénon mantenía graves diferencias por el hecho de no atenerse a la
Tradición Islámica, es decir que pretendía dirigir una tarîqah sufí, sin siquiera
ser musulmán.
Lo que es verdaderamente importante en el exoterismo católico es la
revivificación de la vida, pasión y muerte de Cristo en toda su magnificencia
simbólica y trascendente y la lectura de los textos evangélicos incluidos los
"apócrifos" y el resto del Nuevo Testamento y los del Antiguo Testamento a los
que estos se refieren e incluso en los que se basan plenos de significado
esotérico y que nada tienen que ver necesariamente con la lectura que de ellos
hace la autoridad eclesiástica y el clero en general en estos días; lo cual no
obsta para que este exoterismo religioso sea válido para la gran multitud de
los que no pueden, por sus propias características intelectuales y anímicas
comprender los grandes misterios de la cosmogonía, la ontología y la
metafísica, y son completamente válidos en la medida en que de alguna
manera establecen un orden en el devenir constante del tiempo y en las
pasiones y en los comportamientos de los hombres, a la par que abren
posibilidades de nuevas perspectivas de Conocimiento cuando lo literal, lo
sentimental, piadoso y lo propiamente "religioso" y autocompasivo puede ser
superado.
El exoterismo ha sido necesario, y esa es precisamente la función de la Iglesia
Católica según el mismo Guénon lo señala, pero otra cosa es la necesidad de
practicar los ritos exotéricos para un iniciado. De hecho, esto es
contradictorio, pues al hacer necesario a lo exotérico, lo esotérico aparece
como no necesario, cuando imprescindiblemente es lo que se debe realizar, lo
primordial, la identidad del sujeto del Conocimiento.1
Pero, ¿qué es exactamente lo que se entiende por exoterismo? ¿Asistir a
alguna ceremonia religiosa los días de guardar o participar de los sacramentos
de modo "social"? ¿O aceptar de una vez y para siempre los dogmas desde el
concilio de Nicea hasta hoy, o los usos y costumbres de una religión? Si nos
referimos al Catolicismo, la aceptación del dogma se refiere entre otros puntos
a reconocer que Jesús es Dios, y no una manifestación de la Divinidad. Un
Dios absoluto encarnado en la historia y del que fuera de él no hay salvación.
La aceptación de este exoterismo sería totalmente contraria a la idea del
esoterismo en todas las tradiciones, e incluso una forma de negarlo, ya que la
afirmación exotérica prescinde de la perenne manifestación divina, del Logos
Eterno, materia que es la esencia de todo esoterismo, que trata de realizar la
unión con el Principio, posibilidad entretejida en el ser mismo del hombre. Lo
contrario sería aceptar que la letra es más que el espíritu o que la religión es
superior a la metafísica. En ese sentido parecería que Guénon contradice toda
su obra en algunas frases del artículo al que nos referimos; y de hecho se
contrapone, según nuestro parecer, a esta cita de su Introducción General al
Estudio de las Doctrinas Hindúes: "Para volver a la cuestión que nos ocupa,
recordaremos que indicamos ya lo que distingue, de la manera más esencial,
una doctrina metafísica de un dogma religioso: mientras que el punto de vista
metafísico es puramente intelectual, el punto de vista religioso implica, como
característica fundamental, la presencia de un elemento sentimental que
influye sobre la misma doctrina y que no le permite conservar la actitud de
una especulación puramente desinteresada; esto es, en efecto, lo que acontece
con la teología, aunque de manera más o menos marcada según se considere
una y otra de las diferentes ramas en que se la puede dividir." Sin embargo
Guénon ha señalado alguna vez en su epistolario la conveniencia de seguir el
rito exotérico, especialmente a muchos islámicos y cristianos, y a estos
últimos también de modo particular aunque al mismo tiempo subrayando una
y otra vez el carácter solamente exotérico del catolicismo en los tiempos
actuales. Ver la correspondencia con Goffredo Pistoni, publicada en este
mismo Nº de SYMBOLOS (págs. 309-325). Igualmente en carta a Rodolfo
Martínez Espinosa, de familia argentina de raigambre católica practicante:
"En cuanto a las dificultades que me presenta en su carta, me permito decirle
con franqueza que ellas me parecen provenir sobre todo de que usted no hace
una distinción suficientemente clara entre el punto de vista religioso, por un
lado, y el punto de vista metafísico e iniciático, por otro. ... Cuanto es religioso,
comprendido en ello el misticismo, toca a las posibilidades individuales, en la
extensión indefinida de la que son susceptibles, y no va más allá. Tal es, por
otra parte, su razón de ser, como, por el contrario, la de la realización
metafísica consiste en ir más allá, ... Debo asimismo hacerle presente que la
perspectiva religiosa está por necesidad relacionada a determinadas
contingencias históricas, mientras que el punto de vista metafísico se refiere
exclusivamente al orden principal."
Tal vez nosotros pensamos que esta aparente contradicción que el guía
intelectual de tantos introduce en su obra donde esto no está precisado y
repetido como en el resto, pueda ser una prueba, una dificultad en su camino
-como Guénon lo hace en otras partes de su obra a menudo- y suponga una
contradicción a resolver, dejada en manos de sus lectores, los que no pueden
leer su pensamiento -como tantos otros- de manera libresca, sino vivirlo, y
resolver su problemática individual en la que debieran verse a sí mismos,
como en un espejo.
En cuanto a que el exoterismo correspondiera a los "misterios menores" y el
esoterismo a los "mayores" está claro que eso no es así y siempre Guénon lo
puntualiza, ya que son dos ámbitos absolutamente distintos y hasta opuestos,
aunque eso no quita que la práctica religiosa y el exoterismo en general sea
ampliamente recomendada para todos aquellos que de lo esotérico no tengan
referencias directas.
Por otra parte es obvio que Guénon no emplea la palabra Dios en sus escritos
–salvo en alguna ocasión– como lo han hecho abusivamente sus "seguidores" y
está claro que hay una intención en ello, pues ¿a qué dios se refieren los que
lo nombran, como queriendo afirmar un sentimiento personal, individualizado,
y contrario a la idea de La Suprema Identidad, el Sí Mismo, o la No-Dualidad?
De hecho parecería ser, como se ha dicho, que los masones no necesitan de
un exoterismo, y por el contrario, la Iglesia de Roma niega la posibilidad de un
esoterismo.
El Hombre Verdadero, habitante del Jardín del Paraíso, ¿tiene alguna
necesidad de funciones religiosas? Y conste que sólo hablamos de los
misterios menores. La verdad por si misma no tiene por que ser "consoladora",
afirma Guénon, y nosotros nos preguntamos: ¿es necesario el consuelo para la
sabiduría?
Algunos creemos que el gran rito exotérico de Guénon es haber producido su
obra, escrita y personal, reflejo de su pensamiento debido a la concentración
interior, es decir el de una vida plenamente consagrada a todo ello.
NOTA
El término "ascesis", tal como lo entendemos aquí, es aquél que en las lenguas
occidentales corresponde lo más exactamente al sánscrito tapas; es verdad
que éste contiene una idea que el otro no expresa directamente, pero no por
ello esta idea deja de entrar menos estrictamente en la noción que pueda
darse de la ascesis. El sentido primero de tapas es en efecto el de "calor"; en el
caso de que tratamos, este calor es evidentemente el de un fuego interior ( 6 )
que debe quemar lo que los cabalistas llamarían las "cortezas", es decir, en
suma, destruir todo lo que, en el ser, es obstáculo para una realización
espiritual; es ello pues, claramente, algo que caracteriza, del modo más
general, a todo método preparatorio para esta realización, método que, desde
este punto de vista puede ser considerado como constituyendo una
"purificación" previa a la obtención de cualquier estado espiritual efectivo ( 7 ).
NOTAS
1 Quizá no sea inútil decir que el término "ascesis", que es de origen griego, no tiene
relación etimológica alguna con el latín ascendere, pues hay quienes se dejan engañar
a ese respecto por una similitud puramente fonética y enteramente accidental entre
ambos términos; por otra parte, aún cuando la ascesis apunta a obtener una
"ascensión" del ser hacia estados más o menos elevados, es evidente que el medio no
debe ser confundido en ningún caso con el resultado. (R)
5 Apenas creemos útil recordar que es ésta precisamente la diferencia esencial entre la
"salvación" y la "Liberación". No solamente los dos objetivos no son del mismo orden,
sino que ni siquiera pertenecen a órdenes que, aunque diferentes, fueran todavía
comparables entre sí, ya que no podría haber medida común alguna entre un estado
condicionado cualquiera y el estado incondicionado. (R)
6 La relación de este fuego interior con el "azufre" de los herméticos, que es concebido
igualmente como un principio de naturaleza ígnea, es demasiado evidente para que
haga falta algo más que indicarlo incidentalmente (Ver La Grande Triade, cap. XII). (R)
7 Podrá relacionarse a esto con lo que hemos dicho acerca de la verdadera naturaleza
de las pruebas iniciáticas (Aperçus sur l'lnitiation, cap. XXV). (R)
10 Para este ser, puede decirse que esas contingencias son entonces destruidas como
tales, es decir, en tanto que cosas manifestadas, porque verdaderamente no existen ya
para él, aunque subsistan sin cambio para los demás seres; pero, por otra parte, esa
aparente destrucción es en realidad una "transformación", pues va de suyo que, desde
el punto de vista principial, nunca nada de lo que es podría ser destruido.(R)
(*) En terminología más corriente y moderna lo que Guénon denomina "yo" es llamado
"ego" y el "Sí" es equiparable al "Yo" (con mayúscula). Igualmente lo que R. G. llama
"individualidad" puede sustituirse por "personalidad". (n. d.) (R)