Particularidades de La Literatura Infantil

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Asociación mundial de educadores infantiles

LA LITERATURA EN LA INFANCIA

Particularidades de la literatura para los niños


La literatura, como creación humana y, por tanto, social, surge como necesidad de
expresión estética del individuo y se fija de manera escrita junto con la aparición
del signo gráfico. Un camino largo, ligado a la creciente especialización humana,
conducirá al surgimiento de los géneros literarios, entre ellos la poesía lírica y
épica, el teatro, la novela, el ensayo, y otros.

Si bien la intercomunicación por la vía del arte escrito es a lo largo de los siglos
un medio de las personas racionalmente desarrolladas, o mejor, de pensantes
adultos, no por ello se puede señalar como inadmisible una literatura paralela
dirigida a los niños. La poesía oral de tiempos históricos, y un gran número de la
de la Edad Media y el Renacimiento está marcada por pasajes líricos o
composiciones dirigidas a los niños.

No es un invento reciente la nana o canción para dormir al bebé. El simple fraseo


o tarareo de sílabas inexpresivas en su unidad, pudo constituir el inicio de tal
tradición, que continuó durante siglos. Ese hecho puede encontrarse en cualquier
cultura y época histórica. Quizá fue el origen de la expresión artística
intercomunicativa del adulto con los niños, y de estos entre sí.

La llamada literatura infantil, como hoy se entiende, nace en el siglo xix, con la
profusión de las recopilaciones de cuentos folclóricos, no siempre dirigidos a los
pequeños.

Es cuestionable el hecho de fijar esta situación como el origen mismo de la


totalidad de la literatura infantil. Es inobjetable que, antes del pasado siglo, habían
aparecido obras expresamente creadas para los niños; la tradición oral, tanto lírica
como narrativa, es antiquísima; no obstante, este tipo de literatura se consolida en
el siglo xix, sobre todo por vía de la narrativa.

Ahora bien: ¿es la literatura infantil un género literario? Laprofusión de las


publicaciones indiscriminadas en todo el mundo bajo este titulo genérico y los
escasos (y necesarios) concursos, donde se presentan diversidad de obras para un
premio único, han traído la posible confusión.

Hay que recordar que las divisiones que se establecen en ciertos planos, responden
muchas veces a contraseñas y convenciones y hasta a la estandarización para evitar
confusiones, y que, especialmente, en la cuestión de los géneros literarios, la
división podría caer en equívocos serios, como considerar a La divina comedia lo
mismo novela que ensayo en verso, o a Facundo como un mero ensayo histórico.
Atendiendo a la necesaria división esquemática por la que hoy se conoce sobre los
géneros literarios, se puede estudiar de forma más definida la literatura infantil.

Un cuento, un poema para niños, una novela para adolescentes, una obra de teatro
de títeres o con oradores reales pueden ser literatura infantil, pero no por ello
pueden ser todas y cada una la misma cosa. En este caso, se está ante un área
semántica un tanto indefinida. Si se puede responder que hay una literatura infantil
ya definible, se debe analizar que ella es en sí misma un área, una zona de la
llamada literatura universal. Es una especialidad por cuanto va dirigida a un amplio
público en formación y, por tanto, no responde a todos los patrones reconocidos
para la literatura general o de adultos. Sus diferencias expresivas y hasta temáticas
hacen que ella tenga una especificidad que reclama sus obras y sus propios
clásicos, con independencia de las posibles adaptaciones de las obras de los
grandes creadores de la literatura universal.

Se propone estudiar la literatura infantil como área, como zona específica dentro
de la literatura universal, con relativa autonomía dentro de esta, dadas sus
funciones más centradas en la formación infantil.

El problema es complejo cuando se particulariza, porque hay que tomar como base
de su fundamentación la carga didáctica que, en su mayoría, poseen estas obras.
Se entiende este didactismo no solo en el sentido de enseñar moralejas y reglas
éticas a la niñez, sino también cuando se les enseña a buscar o a sentir placer
estético, ante una obra que condensa en ella una emoción vital.

Pero ¿no hace lo mismo la vasta zona literaria que frecuenta el adulto? Puede
hacerlo, pero no es su función principal. Ellas se dirigen a un intelecto formado (o
deformado, según el lector), y lo ponen a discutir con la obra y consigo mismo,
cuando no se trata de un ejercicio mental de entretenimiento.

En el caso de los niños, se acumulan otros elementos. Hay un agente receptivo y


asimilador de proporciones diferentes a las del adulto. El entretenimiento suele
tener un grano de enseñanza para ellos; es decir, un consejo o una mirada lírica a
la vida. En una obra literaria adaptada, ellos descubren cosas de su experiencia
personal y aprenden otras que se confunden en su complejo mundo imaginativo y,
muchas veces, suelen tornarse experiencia vital. Ello puede centrarse en el
mensaje, así como en la forma en que se ha expresado. No será igualmente grato
que se diga que el mundo es redondo, con una cara de susto y exclamaciones de
terror, que se exprese lo mismo con suavidad y naturalidad.
Si, a veces, para un adulto el contenido supera a una forma gastada o poco estética,
para los pequeños esto no se cumple de la misma manera. Que un lagarto se coma
una mosca puede ser un hecho natural, de necesaria alimentación, o un hecho cruel,
malvado y que les produzca un fuerte disgusto, según el punto de vista que se
adopte para narrar, y la manera en que se narre. Si la mosca es el personaje central
y positivo, el efecto es terrible, pero si lo es el lagarto, nada más natural, salvo que
este sea algo así como el monstruo de la laguna negra.

Al adulto lo mismo se le puede contar una historia de una manera que de otra,
incluso a veces prefiere leer sobre plagas de langostas o de hormigas gigantescas,
y hasta ver en el cine mujeres arañas comiendo seres humanos; sin embargo, si
tales escenas de crueldad mercantil no son aconsejables ni para los adultos mismos,
lo son aún menos para los niños. Claro que a estos no hay que ocultarles el mundo
de violencia en que vivimos, propio de la sociedad clasista en parte del mundo; por
eso, la violencia no tiene por qué desaparecer de un relato para los pequeños. A lo
que sí no se debería llegar es a narrar escenas de extrema crueldad, como la
siguiente que se tomó de La novia blanca y la novia negra de los hermanos
Grimm:

«Merece que se le encierre en un barril erizado de clavos, se enganche un caballo


al barril y se lance el animal a trote».

La literatura infantil difiere notablemente de la adulta por la forma de transmitir el


mensaje, y por el mensaje mismo.

En el orden de los géneros, hay que ser algo más cuidadosos. ¿Por qué no se puede
hablar de lírica infantil cuando se lee el poema de Lorca, «Cancioncilla sevillana»:

Amanecía
en el naranjel.
Abejitas de oro
buscaban la miel.
¿Dónde estará
la miel?
Está en la flor azul,
Isabel.
En la flor
del romero aquel.
(Sillita de oro
para el moro.
Silla de oropel
para su mujer.)
Amanecía

en el naranjel.

Se debe tener un cuidado especial en el caso de la poesía lírica, porque lo que de


ella puede ser emocionante y hermoso para un adulto, puede ser incomprensible
para los niños, pero casi nunca se da la relación inversa.

Se sabe que, en infinidad de casos, si no en casi todos, los poemas infantiles pueden
causar placer estético también al adulto. Igual ocurre con los cuentos y otros
géneros de ese conglomerado que se denomina literatura Infantil.

La diferencia puede inscribirse en el campo de lo subjetivo: el adulto se emociona


y le gusta una creación para los niños, porque su contenido poético es también
poesía para él, pero sabe que es literatura infantil. Los infantes no pueden
emocionarse ante obras no escritas para ellos y que no entienden, porque no pueden
hacerlo. Esto puede demostrar que las diferencias entre una y otras zonas o áreas
de la literatura artística, no pertenecen solo al plano formal, sino también al plano
de lo emocional, subjetivo. Claro que, a la hora de crear o seleccionar obras para
las edades de 0 a 6 años, no debe primar el criterio impresionista, indocumentado,
sino científico, para cada circunstancia.

Hay una literatura creada para los niños e, incluso, puede afirmarse que creada por
ellos mismos. Ahora bien, ¿la niñez es un concepto total, homogéneo?, ¿supone lo
mismo para un autor crear obras para las edades entre 0 y 6 años, como entre 6 y
14? Esta problemática no se plantea en la literatura para adultos. Un novelista
jamás tiene que pensar en si la edad biológica de sus posibles lectores es de 25 o
65 años. Pero no es probable que a un adolescente de 14 años le guste de igual
manera un poema que se le lee a un niño o niña de 5; a uno que a los 7 años le
encantaba La Bella Durmiente, no encontrara un placer de la misma naturaleza
cuando tenga 15 años.

Dentro de la propia literatura infantil, pueden encontrarse áreas menores,


atendiendo a las edades de los menores. Como la niñez de las primeras edades tiene
especificidades que lo distinguen del escolar, y ambos se diferencian de la edad
juvenil, a la hora de ofrecerles literatura hay que contar con esas diferencias. Según
esto, los intereses, fines, contenidos y formas de la creación artística variarán, lo
que, desde luego, no puede conducir al extremismo de pensar que no es igualmente
válido un poema, como el que se citó de Lorca, para edades diferentes; todo
dependerá del tono y la forma con que se dé, y del tono y el modo en que se apropie
el receptor de la obra ofrecida.
La validez artística, estética, debe sostenerse en cualquier obra, pero en cuanto a
lo formal, no puede medirse de la misma manera aquello que se le ofrece a un niño
o niña de la primera infancia, que a otro de 8 o 10 años, incluso a un adulto. Esto
conduce al complicado mundo de la preceptiva, de las normas y requisitos, de
los qué y cómo y de las sutiles diferenciaciones de los para quién.

Los consejos preceptivos que enuncian una serie de méritos y deméritos que debe
o no llenar el creador para niños, suelen hacerse inválidos si no se piensa en la
especificidad de las edades. También en este campo ha de cumplirse una meta
social: hablar cada cual según sus necesidades.

No se habla con exactitud cuando se expresa en abstracto la literatura infantil, o


cuando se la considera como área de la creación artística-literaria.

Además, no están claros los conceptos infantil y juvenil, porque dentro de ambos
hay especificidades correspondientes a diferentes edades. Lo mismo ocurre cuando
se habla de una literatura para la primera infancia.

Hay que recordar que, los que se ocupan de estudiar este grupo de edades, las
subdividen según las características que en cada una se presentan. Los
términos edad infantil menor, mayor, etc., van haciéndose familiares a medida que
aumenta el estudio y el interés particular por la psicología de los infantes. Así pues,
un estudio de la literatura infantil implica que no se ha de entrar en terrenos
monolíticos, sino que se atenderá a todo lo que concierne a las edades de los
receptores, unido a las características del género que a los niños se les presenten.

Entre los 3 y los 6 años, los niños pueden asimilar muchísimas cosas. En esta
época, comienzan a hacer sus primeros intentos de lectura y escritura, y les fascina
el mundo maravilloso de los libros. Este es el período para iniciarlos en la literatura
y otras expresiones artísticas, aunque antes de los 3 años es preferible que se les
haya familiarizado con ellas.

Para iniciar a los niños en la literatura, se recurrirá a medios pedagógicos y


artísticos. En la edad temprana debe comenzarse, como recomendaba el
especialista ruso Lev Stepainian, por poesías, cuentos y relatos breves, con tramas
de animales, juguetes o instrumentos de trabajo. Es también el momento de
instruirlos en el conocimiento más amplio del mundo circundante por vía de la
obra artística, para lo que es conveniente un considerable grado de realismo, en
cuanto a aquello que ven y oyen cotidianamente.

Gracias a las investigaciones de científicos dedicados al estudio del desarrollo


infantil, se conoce que los niños comienzan a comprender antes que a hablar. Por
ello, es posible que se pueda empezar a educarlos en sentido general desde su
nacimiento, y que no tengan que pasar muchos años para que comiencen a entender
y a disfrutar de obras literarias. De hecho, la creación literaria influye sobre el
desarrollo del lenguaje infantil; una estudiada selección de fonemas y un léxico de
gradual complejidad, los ejercita y les proporciona mayores facilidades en el paso
del lenguaje socializado al egocéntrico o lenguaje para sí.

A partir de un estudio de la especificidad del lenguaje infantil, de Guiseppe


Francescatto, se puede analizar la posibilidad de una literatura para niños menores
de 3 años. Es algo difícil encontrar un libro de ficción directamente escrito para
tales edades, pero no lo es tanto hacer recopilaciones y antologías en las que no se
desechen finas canciones de cuna, cuyos contenidos no se resistan a ser
considerados poesía. Claro que, a tal edad, un bebé no entendería nada de la Nana
de las cebollas de Miguel Hernández, porque el gran poeta español no la escribió
para ellos, sino sobre ellos. Sin embargo, gran cantidad de hermosos poemas, con
onomatopeyas y gorjeos propios para estas edades, producirían los primeros
efectos de su iniciación literaria elemental.

El investigador italiano citado afirma que los infantes están capacitados para darse
cuenta de la gramaticalidad de las frases que producen, de la misma manera que
están capacitados para producir nuevas frases gramaticalmente correctas. Por
tanto, esta literatura inicial ayuda a activar el lenguaje infantil, pues las
capacidades humanas no dependen solo de la imitación.

R. I. Jukovskaia afirmó que mediante el juego se puede conducir a los niños hacia
sus primeras actividades esenciales. El juego posee un fondo agradable en el
lenguaje como factor emocional y, durante él, ellos crean rimas singulares que
surgen sin intermedio de nadie. No se les ofrecería primero la literatura por sí
misma, sino mediante múltiples formas de juego, sobre todo en el tercer año de
vida.

El contenido de lo que se les ofrece, aunque libre, debe regirse por un círculo de
temas afines a ellos, así como ideológicamente dirigidos. Algunos pedagogos y
psicólogos han estado de acuerdo en que las primeras percepciones de las
relaciones causales infantiles suelen ser animistas: consideran que cada cosa se
mueve como ellos pueden hacerlo. No es nada nocivo ni raro que para ellos un
pollito hable y píe, un gato maúlle y hable, y lo mismo haga un perro: ladrar y
hablar. Cada animalito u objeto inanimado posee su sistema expresivo en las
sonoridades que emite, en sus colores, etc.; de hecho, para los pequeños estas
formas de expresión pueden traducirse en deseos y sentimientos y no les cuesta
trabajo «entenderse» en un diálogo con un conejo, con un ratón de juguete, y hasta
con la maquinita que rueda por el suelo. La imaginación creadora puede, como ya
lo ha hecho, aprovechar estos elementos para introducirse en lo que se ha dado en
llamar el mundo de los niños o mundo infantil.

Cuando se trata de niños muy pequeños, debe tenerse en cuenta a la hora de crear
obras para ellos el sistema fonético que ya dominen. Algunos investigadores han
determinado los primeros sonidos expresivos (no solo biológicos) que emiten, las
primeras sílabas y palabras que articulan. Se ha sostenido, así lo hace Francescatto,
que su sistema expresivo no es similar en su estructura a la construcción gramatical
del adulto.

El creador de obras para estas edades infantiles debe ser, además, un investigador,
para determinar la veracidad de estas proposiciones y afirmaciones, y a partir de
ellas crear la obra. Si para el adulto el azar del surrealismo y las dificultades de
poetas como Góngora o Mallarmé, entre otros, pueden servir de acicate para
reiteradas lecturas, para los infantes cualquier creación de tal naturaleza puede
ocasionarles aturdimiento. Quizá por eso, en romances y poemas de posible lectura
para ellos, Lorca se transforma en un poeta más sencillo. La sencillez, sin renunciar
a la calidad estética, es una de las condiciones necesarias para el que escribe en
función de las edades infantiles. Sencillez en el sentido gramatical, lógico y
psicológico, pero, se reitera, acompañada de la imprescindible belleza estética, que
será un factor decisivo para que los niños se apropien de lo creado como cosa suya
y, desde luego, con un contenido enfocado desde un correcto punto de vista
ideológico.

Cada edad posee un vocabulario y un modo propio de metamorfosear poéticamente


la realidad. Ello quiere decir que debe considerarse como innecesaria una batalla
contra las metáforas y símiles en la literatura infantil, a no ser que se correspondan
con el nivel de comprensión de cada niño o niña. Los investigadores Stone y
Church afirman que un pequeño de 4 años miraba cómo se ordeñaba una vaca y
enseguida comentó: «Es como una pistola de agua». Este ejemplo ilustra su
facilidad, a esa edad, para comparar cosas que tiene por sabidas, con otras que
adquiere como conocimiento. A ello deben estar atentos maestros y creadores; los
primeros cuando leen o relatan, los segundos cuando escriben. No cabe aquí,
menos que en parte alguna, la inspiración pura y desinteresada si el autor se
propone ofrecer una obra de cualquier género para que los infantes la disfruten y
en algo les sea útil.

A partir de los 3 años, y entre los 4 y los 5, pueden ofrecérseles obras expresamente
creadas para ellos, que harán suyas por los contenidos y no solo por los colores y
la belleza de las ilustraciones. A partir de aquí, la ilustración no puede llenar
espacios para una comprensión facilitadora, sino que debe dejar pie a la
imaginación, no decirlo todo, no opacar con su expresividad el contenido mismo,
ya sea la obra didáctica, recreativa o con otros fines determinados. Evidentemente,
puede haber libros solo de variados tipos de ilustraciones y de dibujos, o donde
ellos sean lo fundamental y el texto secundario, pero no es este el tipo de libro que
aquí se trata.

Este asunto de la ilustración debe ser estudiado y tratado por verdaderos


especialistas, de manera que no constituya un problema para la niñez el hecho de
llegar a la Educación Primaria y encontrarse con que los textos didácticos apenas
tienen ilustraciones, lo que les puede llegar a producir cierto rechazo hacia los
libros de texto. Toda obra debe poseer, como base, un estudio previo que garantice
que la ilustración no sobrepase al texto, porque, en algunos casos, los pequeños
prescinden del contenido literario solo por disfrutar de una lamina, o lo que es más
grave, no lo aceptan porque resultan desagradables los dibujos. Usar en exceso
ilustraciones creadas por los propios niños o una copia de ellas es como imitar sus
defectos en el habla, lo cual no coopera al desarrollo gradual de sus habilidades.
Las ilustraciones, como el texto mismo, deben contribuir al esfuerzo mental
infantil, no a su acomodamiento.

En el paso de la «etapa realista» a la de «la imaginación», no hay que hablarles


solamente del piar del pollito y del salto de la rana, sino que, incluso en la etapa
media de la primera infancia menor, deben comenzar a asimilar obras que les van
a ser útiles de mil maneras.

Una selección de cuentos de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault y otros


creadores, sin duda alguna aportarán un mundo enriquecido a los niños. Como ha
afirmado el poeta Eliseo Diego, los infantes tienen mucho que aprender en los
llamados clásicos de la literatura infantil; en ellos se encuentran cuentos y relatos
de la fantasía popular universalizados, que les aumentan la imaginación; no hay
que desecharlos por dañinos, lo que hay que velar es la dosis en que se suministran:
ni demasiado, para que no lleguen a cambiar lo real por lo imaginario; ni tan poco,
para evitar que lleguen a ser ingenieros sin inventiva o deportistas sin imaginación.

Los cuentos con mucha fantasía, incluso con algún acto de magia positiva, en la
que el bien se enfrente al mal y lo venza, no perjudican a los pequeños.

Estas ideas en torno a la literatura infantil plantean a creadores, investigadores,


seleccionadores y adaptadores definir desde sus puntos de vista las opiniones que
les correspondan, de manera que un amplio intercambio de ideas ayude a aparecer
en escala mayor (cualitativa y cuantitativamente) esa literatura que la infancia
necesita, especialmente en las primeras edades.

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