La Retórica y La Simbología en El Periodo Barroco

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La Camerata Florentina y la revolución pasional del Barroco

PUBLICADO POR PABLO RODRÍGUEZ CANFRANC

Aunque desde la perspectiva de la historia todo periodo luce con un brillo propio,

con frecuencia ha sucedido en las distintas épocas que la evolución de las

formas artísticas es contemplada por algunos de pensamiento más conservador

como una degeneración del estilo precedente. En oposición a éstos encontramos

a los defensores del nuevo arte que se convierten en abanderados del cambio y

condenan con saña el pasado.

La transición de la música renacentista a la barroca no fue ajena a este

fenómeno. El término baroco tuvo originalmente un carácter peyorativo: hacía

referencia a una era de oscuridad que había sucedido al esplendor del

cinquecento y que suponía en esencia la degeneración de las formas clásicas.

La música importó de las artes plásticas esa división entre Renacimiento y

Barroco.

Y en efecto, los músicos de principios del siglo XVII hablan de una Nuove

Musiche, lo que demuestra que se produce una sensación de ruptura y

transformación estética, como cuando Monteverdi en su quinto libro de


madrigales de 1605 afirma no guiarse por los preceptos de la vieja escuela

sino por la seconda prattica.

A pesar de que las formas renacentistas van siendo relegadas al olvido, siguen

conviviendo con la música de nuevo corte bajo el nombre de stilo antico y su

símbolo es Palestrina (de hecho también se conocía como stile alla Palestrina).

Los músicos se verán obligados a moverse entre ambos estilos, también

conocidos como stylus gravis o prima y la citada seconda prattica.

Una novedad del siglo naciente era la clasificación de la música en “de

iglesia”, “de cámara” y “de teatro o escena”, una división que Angelo Berardi en

su obra Miscellanea musicale de 1689 establece de la siguiente forma “los viejos

maestros tenían solamente un estilo y una práctica, los modernos tienen tres

estilos, los de la iglesia, la cámara y el teatro, y dos prácticas, la primera y la

segunda”.

El mismo Berardi hace notar una diferencia fundamental entre la música

renacentista y la barroca: la relación palabra-música. Mientras que en siglo XVI

la palabra está sometida a la armonía, en el siguiente ocurre todo lo contrario y

es la palabra la que domina. Esto lleva a hablar en el Barroco de la expresión

musical de un texto o expressio verborum, que viene a significar la

representación musical de la palabra.

En este escenario, hacia 1590 un grupo de intelectuales humanistas liderados

por los condes Bardi y Corsi fundan en Florencia el grupo conocido

como Camerata, que no era otra cosa que un movimiento de oposición a la

música que se venía componiendo en el Renacimiento. Entre los miembros de


este colectivo estaban Giulio Caccini, Emilio de Cavalieri, Pietro Strozzi y

Vincenzo Galilei, que era el padre del célebre astrónomo del mismo apellido.

Los militantes de la Camerata atacaban la escritura musical contrapuntística a la

que consideraban culpable de destrozar la poesía (laceramento della poesía)

dado que cada palabra era cantada por distintas voces simultáneamente

generando confusión. De hecho, tachaban esta técnica de pedantería.

Esta nueva tendencia estética sometía la música a las palabras, de forma que el

discurso recitado establecía el ritmo e incluso la cadencia de la misma.

Mientras que los músicos de la nueva escuela negaban la capacidad de la

música renacentista para transmitir el sentimiento de las palabras, los

defensores del viejo orden manifestaban lo contrario. Lo cierto es que ambas

tendencias musicales eran capaces de expresar la emoción del texto, si bien

estos sentimientos en el Renacimiento eran mucho más moderados que en el

Barroco, que pasa a reflejar las emociones más extremas. Éste es quizá el origen

del desencuentro entre ambas posturas.

Uno de los productos derivados de esa afición recitativa de la Camerata

Florentina es la ópera. En efecto, una de las aspiraciones del grupo era resucitar

la tragedia griega y la ópera barroca naciente adoptó las violentas pasiones

expresadas en sus textos. Los músicos de la Camerata defendían los valores de

la oratoria aplicados a la música; Caccini hacía alusión a “hablar en la música” y

Peri confesaba intentar “imitar a una persona que habla” en sus canciones.

No obstante la batalla contra la música contrapuntística a menudo no era más

que una pose académica. El propio Galileo, antes de renegar de ella bajo la
influencia de Bardi, fue un gran compositor de madrigales y motetes, dos géneros

intensivos en técnica contrapuntística.

En cualquier caso, el cambio de siglo implicó la evolución de las formas

musicales que a menudo partían del mismo origen conceptual pero con métodos

distintos de aplicación, como afirma Manfred F. Bukofzer:

“No nos debe confundir que tanto los conceptos renacentistas y barrocos

estaban fundados sobre la antigua teoría: el arte imita a la naturaleza, y los

defensores de ambas escuelas se fortificaban con citas de pasajes idénticos de

Platón y Aristóteles. La imitación de la “naturaleza de las palabras” solamente

era el trampolín desde el que los dos periodos despegaron. Es, de nuevo, el

método por el que la teoría se llevaba a efecto lo que constituye la diferencia

entre Renacimiento y Barroco.”

La retórica y la simbología en el periodo barroco

Influencia en las composiciones de J. S. Bach

FABIOLA TOMAS GARCÍA

Todo tipo de expresión artística con la que se relacionó J.S.Bach está

determinada por dos aspectos fundamentales: la retórica y la simbología. El arte

de los siglos XVII y primera mitad del XVIII, es decir, la literatura, la música, la

pintura, la escultura, etc., está influido, en mayor o menor medida, por un


lenguaje rico en imágenes y símbolos, basados en una compilación de recursos

de carácter retórico y/o simbólico, cuyo significado era bien conocido por la

sociedad de la época. En música, la tendencia fue ir más allá de una concepción

meramente sonora, intentando dotar al discurso de mayor significado, más aún

en el caso de Bach que consideraba sus composiciones como una forma de

alabanza a Dios. Para ello, y del mismo modo que sucedió en el resto de artes,

los compositores se sirvieron de la simbología y de estos recursos, que se

basaban fundamentalmente en la música poética, con el fin de conseguir la

máxima perfección en sus obras.

Es indiscutible que la música barroca, sobre todo en el núcleo del siglo XVII, se

amparó en una expresión relacionada con los principios retóricos, y ello se hizo

extensible tanto a las formas musicales como a los géneros y estilos. Casi todos

los elementos considerados como propios de la música barroca, están ligados,

directa o indirectamente, a los conceptos retóricos. Se ha llegado a decir que

entre las características distintivas del racionalismo musical barroco, figuraba, de

un modo primordial, el vínculo dado entre ambas artes (retórica y música). En

general, la música aspiraba a una capacidad expresiva comparable a la de las

palabras. Éstas junto con las frases, los estados anímicos o las líneas en las que

se escribe y anuncia un discurso, eran susceptibles de una traslación musical

mediante los recursos contenidos en la retórica.

En un inicio, este arte nace como un recurso meramente literario, cuyo objetivo

es crear un efecto en el oyente o lector, alejándose del uso gramatical más obvio

y sencillo. Más tarde, esta disciplina se extenderá al resto de las artes hasta el

punto de crear el código antes referido, del cual dependerá la práctica totalidad
del arte barroco. Su origen es muy curioso, se remonta al año 485 a.C. Tras una

expropiación de propiedades por parte de dos tiranos sicilianos, un nuevo

régimen dispuesto a devolver las tierras a sus dueños, instaló una especie de

jurados populares en los cuales cada demandante tendría la posibilidad de

solicitar la devolución de sus tierras. Para convencer a la autoridad de la

legitimidad de su reclamo se apoyarían únicamente en su palabra. Así fue como

surgieron oradores profesionales que se dedicaron a enseñar a los neófitos los

secretos de su arte.

Posteriormente, la utilidad práctica de estos discursos retóricos conduciría a la

elaboración de una teoría, su pronunciación y su enseñanza. Esta disciplina

unida a la gramática y a la dialéctica fueron los pilares de la enseñanza en las

polis griegas. Las tres disciplinas fueron agrupadas en el trivium y, junto con el

quadrivium[1], formaron las siete artes liberales en las cuales se basó la

educación a lo largo de los diez siglos que duró la Edad Media. Durante el

humanismo la retórica fue el sustrato indispensable de cualquier forma de

actividad intelectual, aspecto que se intensificó más aún en la época barroca

que, lejos de romper con la tradición renacentista, bebió directamente de ella,

buscando la exageración de los recursos retóricos.

La retórica se convirtió en un elemento sustancial de la música a partir de la

segunda mitad del siglo XVI, con el desarrollo de la teoría de los affetti, y así se

mantendría durante todo el periodo barroco. Ciertos procedimientos y efectos

podían inducir psicológicamente un estado anímico, y ello bastaba para afirmar

que entraba en acción la retórica, que no era más que una serie de recursos que

servían para regular y expresar los afectos. Christian Wolff (1679-1754) definió

los afectos como grados “del deseo y la aversión sensuales” que, gracias a la
retórica se “convierten en más intensos de lo que por sí serían el deseo y la

aversión sensuales”[2]. Cuando en retórica se pretende decir algo de forma

diferente a la convencional con el fin de crear un efecto en el oyente, ese efecto

es precisamente un afecto. La teoría de los afectos está íntimamente ligada a la

retórica. Por tanto, lo interesante de una figura retórica es el afecto que el

escritor, o compositor en el caso de la música, ha querido transmitir con ella. De

igual modo, si para un orador la imitación de los movimientos corporales

resultantes de una pasión o afecto, es fundamental para tratar de provocar la

misma pasión en su auditorio, para el músico no es menos importante seguir

este principio. Es por ello que la teoría de los afectos aplicada a la música

consiste en el estudio y análisis de las características que un determinado afecto

provoca en la persona, y el traslado de éstas, directamente, a la música. Según

afirma Johann Adolph Scheibe (1708-1776) en la famosa crítica contra Bach, los

afectos no podrían existir sin las figuras retóricas, ya que éstas son el medio

musical mediante el cual se hacen realidad. De hecho, la función última de las

figuras retóricas no es la desviación de la norma o el intento de justificar las

disonancias, como se indicará más tarde, sino la representación de un afecto y

la transmisión del mismo al oyente en su totalidad.

Esta estrecha relación existente entre la música y la retórica aumentó todavía

más entre los siglos XVII y XVIII, hecho que llevó a la creación de una teoría de

la retórica musical conocida como Música Poética basada en modelos de las

ciencias del lenguaje. Si bien en la edad media los teóricos musicales ya se

apropiaron de conceptos y términos de la retórica clásica, fue en 1599 cuando

se desarrolló en Europa una tradición teórica sólida y relevante. El objetivo

fundamental de esta teoría era suministrar a la música una serie de dispositivos


capaces de gestionar de manera eficiente las respuestas emotivas de los

oyentes. Estos dispositivos no sólo hacían referencias al uso de células retóricas

si no a la construcción del plan formal de la pieza como discurso. Los teóricos

sabían que no había nadie que controlara mejor los afectos de la audiencia que

los oradores por lo que intentaron aprehender sus estrategias y armas

persuasivas. Estos instrumentos llevaban años de perfeccionamiento y estaban

contenidos en la tradición de la retórica clásica. Las relaciones entre ambas son

longevas y cercanas, y su vínculo más fuerte se sitúa en el contexto de la música

poética, una forma de denominar a la teoría de la composición. La música poética

estaba estrechamente relacionada con el concepto de creación o fabricación de

la composición musical conocido como ars poetica, que no era muy diferente

al ars rhetorica.

Ya en la antigua Grecia pensadores como Aristóteles o Cicerón habían hablado

del poder persuasivo de la retórica, la filóloga mexicana Helena Beristáin lo

define así “[La retórica es] el arte de hacer discursos gramaticalmente correctos,

elegantes y, sobretodo, persuasivos”[3]. La finalidad de esta disciplina, aplicada

a cualquier arte, era enseñar (docere), conmover (movere) y deleitar (delectare)

al receptor. Del mismo modo que la retórica literaria, la retórica musical utiliza las

figuras retóricas para alejarse de una manera insustancial de componer. Por este

camino, los compositores del barroco encontraron una forma de eludir el riguroso

cánon de Gioseffo Zarlino (1517- 1590), y justificar así el uso de disonancias

prohibidas u otros innovadores procedimientos. Un alumno de Heinrich Schütz

(1585-1672) define las figuras retóricas como una manera de utilizar las

disonancias de forma «correcta».


El Maestro Johann Abraham Birnbaum (1702-1748), un amigo personal de J. S.

Bach, y su profesor de retórica en la universidad de Leipzig, afirmaba que Bach

estaba agudamente interesado en el arte de la oratoria y lo expresaba así: “Bach

entendió perfectamente el parecido que la interpretación de una pieza musical

tiene con el arte de la retórica, que él escuchó con extrema satisfacción y placer,

él habló sobre la similitud y el compromiso entre ellos”[4]. En la famosa crítica

que, en 1738, el teórico musical Johann Adolph Scheibe escribe contra Bach, se

habla de la escasa preocupación que el compositor había tenido por el arte de la

retórica y la poética que “de hecho se le exigen a todo gran compositor”[5]. A

esta crítica le siguió una violenta réplica escrita por Birnbaum que dice: “[Bach]

conoce tan profundamente las partes que la elaboración de una pieza musical

tiene en común con el arte de la retórica, que no sólo se le puede escuchar con

deleite insaciable cuando deja recaer sus profundas charlas sobre la similitud y

la coincidencia de ambas, sino que también hay que admirar el hábil uso que

hace de ellas en su trabajo. Sus conocimientos de arte poético son tan buenos

como sólo puede exigírsele a un gran compositor”[6]. Gracias a las explicaciones

ofrecidas por Johann Mattheson (1681-1764) en 1739 en su obra Vollkommenen

Capellmeister “El perfecto maestro de capilla”, Bach había comprendido muy

bien que, de la misma forma que el discurso de un buen orador está formado por

partes muy bien definidas, así también se compone el discurso sonoro del

músico. Los manuales de retórica que el compositor estudió en la universidad de

Leipzig, es muy probable que contribuyeran, también, a su uso del simbolismo.

El simbolismo es tan antiguo como el arte en sí mismo. En tiempos primitivos,

los hombres interpretaban los misterios del mundo mediante los símbolos. Lo

visible, tangible o audible era empleado para sustituir a lo inmaterial, espiritual;


podríamos decir que de esta sustitución nacieron el arte y la religión. Cuando se

alcanza un estado más elevado de civilización la simbología pierde importancia,

ya que la mente humana, cada vez más, es capaz de dar explicaciones

racionales a esos misterios del mundo. Tanto religión como arte han estado

siempre impregnados por un fuerte carácter simbólico, cuya influencia se ve

reflejada en compositores como J. S. Bach. Precisamente, el compositor alemán

estaba estrechamente unido a ambos campos y el influjo de este simbolismo se

encuentra claramente reflejado en la práctica totalidad de su producción.

La simbología es la parte de la semiótica que se encarga del estudio de los

símbolos, a través de los cuales podemos expresarnos sin necesidad de hacer

uso de las palabras. Un símbolo es la representación sensorial de una idea que

guarda un vínculo convencional y arbitrario con su objeto. Para entenderlo

hemos de diferenciar entre signo y símbolo, los signos únicamente significan

cosas, son meros y simples referentes o imágenes de alguna cosa mientras que

el símbolo, además de significar lo propio, ostenta la función de simbolizar, que

es lo mismo a decir que transmite un mensaje que deviene de la idea que

simboliza.

En la época de Bach nadie hablaba de conceptos como tener un «lenguaje

propio», la profundidad del sentimiento o el valor de la originalidad, con respecto

a una pieza de música. Para los ilustrados, todas estas ideas iban más allá de la

conciencia y no tenían punto de apoyo en la razón. Hoy en día sabemos que

Bach tenía un lenguaje propio muy característico, una personalidad artística

única, pero sobre todo unas incansables ganas por ofrecer la creación de

elementos simbólicos. El compositor alemán tuvo la habilidad de captar la


esencia de las cosas, de descubrir los secretos y misterios que esconden las

relaciones y expresar hasta la más pequeña realidad en símbolos musicales. El

periodo de la ilustración fue un momento idóneo para este tipo de creaciones

que, además siempre irían acompañadas de la necesidad de ser bendecidas por

Dios, y probablemente, de servirle como ofrenda. El concepto de espiritualidad

que se establece en el barroco es notablemente diferente al que había adoptado

el hombre del renacimiento o de períodos anteriores. Como consecuencia de ello

muchas de las imágenes y alegorías de la época medieval y renacentista

presentarán importantes cambios. El fundamentalismo católico ejerció una gran

influencia en los procesos creativos del barroco, que originalmente tenían

objetivos más dogmáticos que artísticos.

Para comprender el pensamiento barroco, según Arnold Schering (1877-1941),

es necesario conocer la filosofía alemana de Christian Wolff reunida en su

libro Psychologia empírica (1738). En él podemos entender la crítica de Manfred

Bukofzer (1910-1955) al método de Albert Schweitzer (1875-1965).

“Debe ser fuertemente enfatizado que las figuras musicales eran en ellas mismas

necesariamente ambiguas y tomaban un significado definido sólo en un contexto

musical y bajo un significado de un texto o un título. Ellos no lo llamaban

«expresar» simplemente «significar» o «presentar» los afectos. Figuras

musicalmente idénticas prestaban a menudo significados muy divergentes. Por

lo tanto, no podríamos aislar ciertas figuras y clasificarlas en un sistema de

absolutos significados. No se deben falsificar estos procedimientos y

presentarlos como música programática emocional o expresión psicológica de

sentimientos. Los afectos no eran psicológicos, eran actitudes estáticas y

estaban, por lo tanto, peculiarmente unidos con la representación musical. No es


debido a la presencia de figuras metafóricas en la música de Bach el hecho de

que podamos distinguir su música de la de otros compositores barrocos, esto no

hace a ninguna música automáticamente buena. Es la maestría y el alto

refinamiento en la integración de la estructura musical y el significado metafórico

que Bach otorga a su música y la hace única.”

Así pues, el arte barroco contó con toda esta serie de recursos y modelos

formales, más o menos codificados por la tradición, los cuales se utilizaron con

la intención de reforzar el sentido de un texto o, en el caso de la música

puramente instrumental, con la pretensión de provocar en el oyente una

respuesta emocionalmente satisfactoria a la propuesta estética que se

presentaba.

* * *

Bibliografía

 ANDRÉS, Ramón. Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los

libros. Barcelona: Acantilado, 2005. ISBN: 8496136965

 BERISTÁIN, Helena (1995). Diccionario de retórica y poética. Mexico: Porrúa.

 SCHEIBE, J. A. Der Critische Musicus

* * *

Palabras clave:

Barroco – Arte barroco – J.S.Bach – Simbología – Retórica – Sentimientos –

Poética – Música Poética – Significado

* * *

[1] El quadrivium agrupaba las siguientes disciplinas: aritmética, geometría,

astronomía y música.
[2] Página 130. ANDRÉS, Ramón. Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y

los libros.

[3] BERISTÁIN, Helena (1995). Diccionario de retórica y poética.

[4] SCHEIBE, J. A. Der Critische Musicus

[5] Página 121. ANDRÉS, Ramón. Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y

los libros.

[6] Página 121. ANDRÉS, Ramón. Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y

los libros

Inicio > MÚSICA Y RELIGIÓN EN LA REFORMA Y LA CONTRARREFORMA.

Por Cristian Pérez Vergara.

MÚSICA Y RELIGIÓN EN LA

REFORMA Y LA

CONTRARREFORMA. Por Cristian

Pérez Vergara.

15.02.2016 07:45

1. Introducción

En este estado sobre la cuestión se pretende analizar la música religiosa de los

siglos XVI y XVII en los mundos protestante y católico. Cabe aclarar que no se
trata de hacer un análisis directo de la forma de la música sobre las partituras,

trabajo más propio de musicólogos y cuyos instrumentos de investigación

todavía no están a mi alcance, además de que en un trabajo bibliográfico no

procede. Se trata más bien de ver de qué manera la fractura del cristianismo en

el siglo XVI afecta a la forma de hacer música en los dos mundos resultantes: el

recién nacido mundo protestante y el catolicismo postridentino. Para ello, en

primer lugar es necesario realizar un análisis del contexto histórico y musical

para saber de hasta qué punto la Historia trastoca la manera de hacer música y

qué transformaciones provoca.

Para comprobar la incidencia del cisma cristiano en la música trataré de realizar

una comparativa entre la música de ambos panoramas (recuerdo: sin analizar

directamente las formas en las partituras de la época) para extraer las más

notables diferencias y coincidencias en las temáticas y formas musicales

utilizadas. Y para ello se analizarán dos épocas por separado: el siglo XVI y el

XVII.

El estudio del siglo XVI corresponde al estilo Renacentista. Será interesante para

ver si se aprecian sustanciales cambios musicales desde el principio de la

aceptación de ambas reformas. En principio, y como opinión personal previa al

estudio, espero que sea la época en la que ambos panoramas se encuentren

más próximos. Sin embargo, será interesante para ver si el impacto de las

reformas sobre la música fue inmediato o se necesitó de más tiempo para que

las reformas penetraran en las formas musicales, para lo que será interesante

estudiar el siglo XVII, pero sin llegar a los últimos años, en los que ya Johann

Sebastian Bach comienza a componer sus piezas.


Como conclusión se realizará un balance de los resultados globales obtenidos.

En él se recopilará toda la nueva información obtenida durante el proceso de

elaboración del estado sobre la cuestión.

2. Contextualización

2.1. Contexto histórico

La sociedad bajomedieval vive inmersa en un clima apocalíptico, fruto de las

constantes guerras y de la pobre esperanza de vida. Está generalizado un horror

religioso al pecado, al que el cristiano responde sacrificando su vida terrenal para

asegurar su vida eterna. Por este motivo se buscan seguridades, como son la

intermediación de la Virgen María y de los santos, cuyas reliquias son muy

buscadas y apreciadas; y se recurre a rituales que sirvan para purgar las penas

derivadas del pecado. Las más controvertidas, y contra las que Lutero

arremeterá, fueron las indulgencias.

En este clima de inseguridad, la comunidad necesita como nunca a sus guías:

los sacerdotes. Sin embargo, en estos momentos nos encontramos ante un


abandono del ministerio parroquial. La acumulación de cargos, el abuso de la

falta de residencia, la escasa formación y los “comportamientos laicos”

contribuyen al desprestigio de la Iglesia y, por extensión, del Papado.[1]

De forma paralela se está produciendo una revolución en el mundo de la

información. La imprenta moderna junto con la generalización del libro hizo que

las personas tuvieran un acceso mucho mayor a la información, contribuyendo

al individualismo humanista. Lectura (y fe) tienden a ser individuales, por lo que

la Biblia será la fuente suprema de revelación.[2]

Los humanistas, pues, preparan la Reforma, pues provocan un despertar de la

conciencia cristiana: la Devotio moderna. Su proclama es de retornar al

Evangelio y profesar una religión interior. Además, aspiran a una religión sencilla,

con pocos dogmas, a imitación de Jesús.[3]

En un principio Lutero no lucha contra Roma ni por una iglesia nueva, sino contra

los métodos de la escolástica. Denuncia la existencia de las reliquias y la

distribución de indulgencias. Para él, el Papa no tiene la capacidad de perdonar

los pecados en nombre de Dios, pues no tiene su gracia. También critica la

fortuna de la Iglesia, y asegura que su verdadero tesoro está en el Evangelio y

la gracia de Dios, por lo que como buenos cristianos deberían repartir sus

bienes.[4]

La Contrarreforma será el movimiento que conteste a la Reforma. Sin embargo,

responde a las mismas necesidades: la devoción personal y la demanda de un

clero disciplinado y aplicado a su deber. Políticamente, la Contrarreforma,

supone la conquista por las armas. Sin embargo, también se dota de una
ideología, reafirmada en un concilio que llega tarde y sin capacidad para evitar

el cisma: Trento.

En Trento, el catolicismo se enfrenta decididamente a la doctrina y la práctica

propugnadas por Lutero, reafirmando y renovando las posturas tradicionales de

la Iglesia. Así, se produce un rechazo de la justificación por la fe (la Gracia

procede de la fe en sí), y se defiende el valor de las obras. Además de la

implantación de las obras, Trento pone al alcance de los fieles una serie de

sacramentos que marcan el ciclo salvífico católico: bautismo, confirmación,

penitencia, eucaristía, extremaunción. La Iglesia tridentina también mantendrá

las formas de piedad y el culto a las imágenes.

Con Trento se obliga al clero a practicar una vida más austera, además de

establecer la residencia obligatoria y la asistencia a los seminarios. A la

revalorización del clero parroquial acompaña la revalorización de la misa

dominical, la cual, frente a la apuesta por las lenguas vernáculas en el mundo

protestante, el canon se hará en voz baja y en latín.[5]

2.2. Contexto musical

En el momento en el que arranca la Reforma, en el panorama musical nos

encontramos en el estilo del Renacimiento. El Renacimiento supone retomar

elementos de las culturas antiguas. Al no sobrevivir la música antigua, los

compositores se basaron en los tratados, en los que se subraya la importancia

del texto y la estricta imitación y ritmo verbales por la música.


El uso de los modos sobreviviría hasta finales del XVI, aunque se observa un

progresivo acercamiento a la tonalidad de las escalas mayor y menor. También

adquieren importancia el uso de las disonancias preparadas y el cromatismo

como recurso técnico. [6]

Josquin des Près y sus alumnos difundieron un estilo flamenco por Europa,

cuyos principios serían seguidos por todos los compositores de la época. Su

estilo se caracteriza por: una textura contrapuntista homogénea mediante la

imitación de los motivos breves; un nuevo interés por las cualidades expresivas

de la armonía; un abandono gradual de las formas fijas antiguas como la misa

sobre cantus firmus; y un desarrollo de métodos más libres de construcción,

incluyendo las repeticiones variadas.[7]

El templo es el principal motor de la creación musical. La liturgia es el teatro de

la actividad musical, y los músicos son servidores de la Iglesia. Son casi los

únicos profesionales de la música, pues son los propios religiosos quienes

componen música profana.

Las piezas litúrgicas estaban encuadradas en unos módulos. Dentro de las

formas polifónico-vocales encontramos la misa, el oficio divino y el motete. Por

otro lado, dentro de las formas organísticas nos encontramos los versos, tientos

y glosas.[8]

En las misas encontramos 2 tipos distintos: las de Gloria y las de Requiem. En

la misa de Gloria concurren textos comunes a todas las fiestas

(Ordinarium missae), mientras que otros son propios de cada una

(Proprium missae).
Las ordinarium missae[9] constan de Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus-

Benedictus y Agnus Dei. Se distinguen en 4 tipos en función del proceso

compositivo:

1. La misa cantus firmus de tenor cimenta sobre una melodía

existente (religiosa e incluso profana, algo que el concilio de Trento

prohibirá).

2. Misa paráfrasis. Utiliza una melodía existente del repertorio

gregoriano.

3. Misa motete, que utiliza fragmentos polifónicos de motetes.

4. Misas sine nomine, en las que el músico se sale de los

procedimientos habituales.

Las misas de Requiem son las celebradas para los difuntos. Se inspiran en las

melodías gregorianas y constan de un introito y gradual (requiem), secuencia

(dies irae, dies illa), ofertorio (domine, Iesu Christe), Sanctus-Benedictus, Agnus

Dei, comunión (lux aeterna) y responsorio (libera me).

Además de las misas, encontramos los oficios divinos, la plegaria oficial de la

Iglesia católica, escritos en latín. Están estructurados para santificar las

principales horas del día, lo que proporcionará su nombre específico: maitines,

laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.

Sin embargo, la pieza más sugestiva de la polifonía religiosa es el motete. El

texto es de libre elección para el autor, por lo que el autor goza de completa
libertad para componer y sin peligro de irreligiosidad, por lo que puede utilizar

procedimientos de la música profana, del madrigal.[10]

El motete es un conjunto de episodios musicales, cuyo número viene

determinado por el número de frases de la letra. Cada frase da origen a un tema

nuevo, desarrollado mediante imitación u homofonía. Si se aúnan los principios

del cantus firmus y el canon forman un motete cantus firmus o un motete

canónico respectivamente. Este género se convertiría en el género religioso del

siglo XVI, tomando la posición de vanguardia frente a la misa.[11]

La relación directa entre la asociación litúrgica (texto y canto llano) y la función

del motete no es sostenible, pues éste podía ser intercalado en la misa como

ornamento extra-litúrgico. La libertad de los motetes le ayudó a lograr la

vanguardia.[12]

Todas estas formas musicales son las que acompañan a los textos de la liturgia.

Pero la liturgia también tiene partes que no están ocupadas por cantos ni

lecturas. Es entonces cuando aparece otro estilo musical, las formas

organísticas. Su misión es acompañar al coro y rellenar esos vacíos.

Hay 3 tipos de pieza organística: versos, tientos y glosas. Los versos son piezas

cortas destinadas a alternar con el canto de los salmos, himnos y algunas partes

de la misa; con una estructura similar a la de las piezas vocales polifónicas. De

los tientos se dice que son “una especie de motete sin texto”, pues también son

de invención propia del compositor. Por último, las glosas son piezas que

comentan mediante una amplia ornamentación melódica obras vocales


polifónicas, cuya práctica entraba bastante en el mundo de la improvisación,

pues prestaba al organista la posibilidad de desarrollar su virtuosismo.[13]

3. Siglo XVI

Un rasgo característico de la música del siglo XVI es el empleo de la imitación.

Se basa en la igualdad de voces, y supone la composición de las obras como un

tejido polifónico, es decir, de forma armónica.[14]

La revolución de la imprenta también afecta a la música escrita, puesto que la

imprenta musical permite que las obras lleguen a un público mayor y a un coste

menor, lo que provocó a su vez un aumento en el flujo de estilos y géneros entre

los artistas.[15]

El número de piezas también aumentó porque, hacia 1500, los compositores

dedicaron menos tiempo a otras tareas eclesiásticas, conformándose la

composición como una profesión.[16]

En el XVI dominan las piezas vocales, siendo los instrumentos unos meros

auxiliares o sucedáneos de la voz. Los conjuntos instrumentales no obedecían

ninguna regla, pues no se observaban consideraciones tímbricas a la hora de

componer. No obstante, según avanza el siglo vemos un mayor estudio de las

asociaciones tímbricas, llegando Giovanni Gabrieli a agrupar instrumentos por

familias en las postimetrías.

Esto se debe al desarrollo de nuevos instrumentos y el perfeccionamiento de los

antiguos, lo que, unido al abandono de la dependencia de la música instrumental

con la polifonía vocal y la danza, permitió un desarrollo de la música de cámara


instrumental y un mayor virtuosismo, plasmado en el aumento del número de

métodos.[17]

En este siglo se desarrollan nuevos instrumentos y se perfeccionan los antiguos.

Los instrumentos principales (ambos de tecla, el órgano y el clavicémbalo)

adoptan la división del tono en dos semitonos, lo que propicia la implantación del

sistema tonal en sustitución al modal. Así, los compositores comienzan a

experimentar con cromatismos y modulaciones hasta el momento desconocidas.

Los motetes de la polifonía franco-flamenca (centro musical de toda Europa) es

el punto de encuentro con el humanismo, con el cual comparten el deseo de

expresar las palabras y las emociones.[18]

El siglo XVI también vio aparecer las escuelas nacionales.[19] El fenómeno

esencial de esta época fue el surgimiento de la música italiana, y conquistará la

supremacía musical mundial. Será principalmente allí donde aparezcan las

nuevas formas, como los ricercari, unos pequeños preludios a una obra

polifónica anunciando su tonalidad, principalmente para órgano.[20]

Será también allí donde se le inyecte a la música un carácter teatral, sentando

las bases para la aparición de la ópera.

Pero nuestro objeto de estudio son los movimientos de reforma católico y

protestante y su repercusión sobre la música. Evaluar su influencia no es algo

fácil. La Iglesia católica buscaba la conformidad, pero por otro lado quería servir

de inspiración.[21]

3.1. El mundo católico


Las recomendaciones conciliares respecto a la música eran más bien de carácter

negativo:

“Todas las cosas deben ser ordenadas de tal modo que la Misa, ya se

celebre con o sin acompañamiento de canto, pueda llegar fácilmente a los

oídos y a los corazones de cuantos la escuchan, de manera que todas sus

partes se ejecutarán clara y adecuadamente. En aquellas Misas que se

celebren con cantos y órganos, nada profano ha de entremezclarse, sino

tan sólo himno y loores divinos. El canto debe estar dispuesto no para dar

vana satisfacción al oído, sino de manera que las palabras sean claramente

entendidas por todos. Así, el corazón de los que las escuchan se sentirá

movido al deseo de la celestial armonía y a la contemplación del gozo de

los bienaventurados”[22].

En cuanto al uso de la lengua vernácula, el Concilio no lo condenó

expresamente, pero estimaba que los tiempos no aconsejaban su aplicación a la

liturgia de la cristiandad occidental.[23] Esta será la mayor diferencia con la

liturgia protestante: la lengua usada, con las pasivas celebraciones gregorianas

en latín del lado católico frente al canto de los fieles en lengua vernácula entre

los reformados.

Realmente, el Concilio dedicó muy poco tiempo a la música. Sin embargo,

estandarizó el oficio, modernizó el canto gregoriano en las nuevas estéticas y

eliminó todas las secuencias.[24] En el aspecto técnico no hubo reformas, pues

no se prohibieron ni la polifonía ni la imitación de modelos profanos.[25]


El Concilio sometió a juicio la polifonía, y concretamente el contrapunto flamenco,

acusado de empañar las palabras y de introducir elementos profanos (aquí se

observan las ideas humanistas sobre la palabra). Sin embargo, las obras de

Jacob de Kerle y Vicenzo Ruffo demostraron que la polifonía no era enemiga de

la inteligibilidad del mensaje. Como resultado, los compositores continuaron

componiendo en estilo contrapuntístico y tomando elementos profanos, aunque

atenuado por la homofonía.

Sin embargo, en los posteriores años se observa cómo el arte polifónico católico

cristaliza y se purifica en sentido culto. También se observa una tendencia

espiritual en muchas partes del repertorio, como en las obras de Lasso y

Palestrina. Además, impulsa la expansión el madrigal espiritual: el lauda.[26]

A. Italia

La capilla de San Marcos, en Venecia, tuvo una gran importancia, pues en torno

a ella se creó un estilo peculiar: el estilo veneciano. Su característica principal es

la combinación de voces e instrumentos, y cuyo origen se encuentra en los salmi

spezzati de Willaert. Fue Andrea Gabrieli el primer compositor importante que se

especializó en obras policorales.[27]

Sin embargo, la figura más importante de esta época es Palestrina. Convencido

católico, sus obras se convirtieron en paradigma del misticismo musical, por lo

que fue canonizado como modelo ejemplar de la música religiosa católica. Había

hecho triunfar la eufonía sobre las asperezas de sus coetáneos. Palestrina

confiere la supremacía a la invención melódica. Evita los saltos de la melodía y

las modulaciones bruscas, limadas mediante preparaciones de disonancias y


elección de "grados buenos".[28] Esta forma de aplicar la armonía todavía es la

dominante hoy en día en los conservatorios de música, pese a ser considerado

por la musicología como retrógrado frente a las innovaciones llevadas a cabo por

los madrigalistas en la música profana. Aunque, si bien es cierto, fue progresista

en cuanto al uso de la disonancia y de la tonalidad era progresista.[29]

Su obra se ajusta a la tendencia romana de la ejecución a capella y destaca por

la sobriedad y sencillez.[30] Aunque infringió alguna vez los cánones del

Concilio, que prohibían la utilización de temas profanos en la música religiosa,

Palestrina suprimió el acompañamiento instrumental que el Concilio no había

vedado.[31]

En sus motetes utiliza con frecuencia la repetición, siendo la mayoría de los

temas libres. En el motete se aprecia mejor la expresión de sentimientos, aunque

son de un tipo menos emocional que los de Lassus.[32] No obstante, los motetes

de Palestrina son menos abstractos que las misas, reflejo de que no era ajeno a

las ideas humanistas sobre la relación entre música y texto.[33]

Los compositores más directamente influidos por Palestrina son los de la escuela

romana, donde destaca por encima de todos el nacido en España, Tomás Luis

de Victoria.[34]

En cuanto a la música instrumental, ya hemos mencionado que en Italia se halla

el germen del estilo del ricercar. En sus inicios era una pieza insignificante, que

ponía a prueba la capacidad improvisatoria del organista. Sin embargo, en las

décadas de 1530 y 1540 el ricercar se convirtió en una pieza profundamente

imitativa.
Hay otros dos géneros que surgieron de la práctica improvisatoria de los

músicos: la intonazione (breve preludio para establecer el modo y altura de canto

del coro) y la toccata (también con función de preludio).[35]

El compositor más importante de música litúrgica para órgano en Italia entre

1520 y 1580 fue Girolamo Caravazzoni.[36]

B. España

España era profundamente católica en el siglo XVI, siendo éste fue el período

más fértil de la polifonía española. Los 3 grandes de la época fueron Cristóbal

Morales, Francisco Guerrero y Tomás Luis de Victoria.

Los dos primeros seguirían el ejemplo de los flamencos llegados con Felipe el

Hermoso. Pero la gran figura es Tomás Luis de Victoria, en quien sus deberes

eclesiásticos ocuparon un lugar tan prioritario en su vida como la música.

Como los otros españoles, compone con una polifonía simple, preocupándose

más por la expresión de los sentimientos que en experimentos armónicos. No

compone ningún fragmento profano, siendo, quizás junto con Palestrina, el

compositor contrarreformista por excelencia.[37]

En lo respectivo a la música para órgano destaca Antonio de Cabezón, cuya obra

comprende pequeños versillos polifónicos, fantasías o tientos.[38]

C. Países Bajos católicos

En los Países Bajos, la difusión de la Reforma provocó una división entre el

protestantismo al norte y el catolicismo al sur. Los principales compositores


posteriores a Josquin fueron Clemens y Gombert, cuyos motetes reflejan con

plenitud la técnica de la imitación continua, que fue reemplazando la técnica

de cantus firmus. Las melodías de canto llano aún se utilizarían como referente

melódico de misas y motetes.[39]

Tras Clemens y Gombert, Willaert determinó la incorporación definitiva de las

técnicas flamencas al estilo italiano mediante el empleo de la imitación con una

declamación exacta del texto, insistiendo denodadamente en la importancia de

éste.[40]

En las postimetrías del siglo, la música religiosa flamenca muestra ya la

influencia de la chanson y el madrigal, pues se presta mayor atención a los

ritmos hablados y el contenido espiritual y emotivo de las palabras.[41] Roland

de Lassus y Phillippe de Monte fueron considerados como maestros de la

llamada musica reservata, la "música destinada a expresar emociones descritas

en un texto".[42] Hay una tendencia a finales del XVI de entender la música como

análoga a un discurso bien construido, hacer que la música hable.[43]

Lassus, fue el más prolífico, sobre todo en el campo del motete. Vivió en Italia

durante 10 años, expresión del trasvase musical hacia el sur que se produjo

durante este siglo, y es que la gran escuela del norte (Picardía, Valonia y

Flandes) acabó vaciada por el éxodo hacia Italia de sus talentos más

sobresalientes.[44]

En sus últimos años, las composiciones de Lassus se vuelven más austeras,

adaptadas a la ideología de la Contrarreforma. La imitación continua está

impregnada de homofonía, conformando estructuras más armónicas.[45]


D. Francia

Pese a la supremacía que conquistaría Italia, Francia todavía tiene un papel

importante en la primera parte del siglo dentro del panorama musical

internacional. No obstante, la música religiosa estaba en la primera mitad del

siglo un escalón por debajo de la chanson, pues era construida por autores faltos

de convicción religiosa.[46]

3.2. El mundo reformado

A. Alemania

La música alemana todavía no alcanzaba el nivel del resto de Europa cuando se

produjo la ruptura de Lutero. Sin embargo, el propio Lutero le daría un importante

impulso. Para él, la música era una necesidad vital, insistiendo en sus valores en

la educación. Impulsó la creación de Kantorei (escuelas corales) en todas las

iglesias reformadas.[47] En este punto difiere con Calvino, que la circunscribe a

los salmos, y a Zwingilio, que directamente la excluye (la música es una actividad

profana que distraía a los creyentes del culto[48]).

También el principio del libre examen favorecería la producción musical, pues

actúa en beneficio de la expresión personal del artista.[49]

Lutero, pese a mantener el oficio en latín que aún se daba en las grandes

ciudades, apuesta por un oficio simplificado y en alemán para las comunidades

rurales. Así pues, para la música, en un primer momento se apoya en el ritual

católico, pero adaptando letras alemanas a los cánticos, que ya en época


prerreformista se utilizaban como parte de la liturgia, aunque no gozaban de

reconocimiento oficial[50].

Sin embargo, una nueva Iglesia necesita cantos propios, y Lutero y sus

seguidores redactan nuevos textos. La colección polifónica más importante

apareció en 1544, fijando un repertorio con raíces en el canto nacional popular y

formando un acopio de melodías.[51] Beben de los Leisen, ornamentos

extralitúrgicos cantados por las congregaciones durante ciertas misas. En estos

cantos congregacionales se basan los corales, que se convertirían pronto en el

principal elemento de la liturgia luterana.[52]

Los corales se cantaban por la congregación de fieles, con acompañamiento

instrumental optativo. Éstos primeros corales, influidos por el estilo flamenco,

aparecen en las piezas polifónicas destinadas a las escuelas y a la interpretación

clásica y marcan el comienzo de un estilo alemán propio.[53]

A finales de siglo, con Seth Calvisius, Lucas Osiander y Hans Leo Hassler, el

coral luterano rompe los nexos con la liturgia católica y el estilo francoflamenco,

pasando la melodía al tono de soprano.

En cuanto a la música instrumental, Schlick abre un nuevo camino para la música

para órgano, pues adaptó al teclado el estilo imitativo de la generación de

Josquin.[54] Los sucesores de Schlick tendieron a recargar sus composiciones

con ornamentaciones.[55]

B. Calvino
Calvino hacía a la música sospechosa de contener rastros de catolicismo, lo que

le llevó a destruir la música inicial de los protestantes franceses. Quería una

música desnuda y austera, por lo que también proscribe los instrumentos y la

polifonía, así como el uso del latín. Sólo autorizaba en los oficios el canto al

unísono, sin acompañamiento.

Calvino fomentaba las músicas nuevas para evitar la reminiscencia de las misas

antiguas. El Salterio de Ginebra se convirtió en el libro de cánticos oficial de la

Iglesia reformista de Calvino.[56] La puesta en música del salterio se efectuó con

mucha rapidez. Es un trabajo rudimentario, cuyo objetivo primordial es facilitar el

canto colectivo.

Posteriormente los salmos fueron armonizados con un contrapunto sencillo

aunque sólido. Los dos músicos que más seriamente se dedicaron al canto

protestante fueron Claude Goudimel y Claude le Jeune, discípulo de Baïf, que

escribió sobre melodías originales unos salmos en forma de motetes mucho más

desarrollados.[57]

Al final, la música a la que Calvino miraba con tanta sospecha, acabó por

constituir una buena herramienta de propaganda.[58]

C. Países Bajos Protestantes

Los protestantes flamencos tenían un salterio entero en su propia lengua,

el Souterliedekens, publicado en 1540 con traducciones rimadas de los salmos

al holandés usando melodías populares y conocidas. Sin embargo, este salterio


estaba concebido para el hogar.[59] Un importante compositor de salmos sería

Sweelinck, que en los años finales del XVI comenzaba a realizar sus trabajos.[60]

3.3. El caso especial de Inglaterra

La música litúrgica inglesa de principios de siglo XVI tiene una personalidad

propia[61], pues mientras en el continente se empiezan a concentrar en la misa

de parodia y recurren a modelos profanos, los ingleses Fayrfax y Taverner

permanecieron fieles a la tradición del cantus firmus y a los modelos

religiosos[62]. Sin embargo, estas obras serían destruidas en los disturbios de la

Reforma.

En Inglaterra se observa una persecución a los católicos, persecución que

sufrirían John Bull y John Dowland, que tuvieron que emigrar. La música litúrgica

que empleaba textos en latín no fue abolida por completo, pues quedaba una

minoría aristocrática católica y se les permitía practicar su fe y su música en la

intimidad.[63] Ésta fue adaptándose al rito imitativo flamenco, disolviendo la línea

de independencia con el estilo continental. En el tercer cuarto del siglo, Tallis y

Byrd dan acogida a la imitación. Este último, católico confeso, pudo escribir

diversas misas, graduales y motetes de letras latinas, aunque también

compondría para el culto anglicano. Es un caso que sirve de paradigma de la

persecución, pues en 1593 tuvo que verse acogido por su mecenas y componer

música para la liturgia católica en un panorama de clandestinidad.[64]

El proceso reformador provocó la disolución de gran cantidad de monasterios

entre 1536 y 1540, y con ello la desaparición de muchos coros. Se trasladó el

centro de la música litúrgica a catedrales, iglesias parroquiales y otras


instituciones protegidas.[65] Así pues, a finales de siglo, el principal centro

musical inglés era la corte isabelina, totalmente autóctona, pues los "papistas"

extranjeros resultaban sospechosos.[66]

Dentro del protestantismo destaca Thomas Tallis, quien, no obstante, también

compondría para el mundo católico. Otra figura destacada fue Orlando Gibbons,

quien escribiría gran cantidad de anthems.[67]

El género propio de la música litúrgica inglesa es la anthem, que reemplazaba al

motete latino: el "himno" paralitúrgico cantado al final de maitines y vísperas.

Podía ser de dos tipos: full anthem (para coro sin acompañamiento, aunque

pudo tener acompañamiento de órgano) y el verse anthem (voz solista con

acompañamiento de órgano o de conjunto de violas alternado con el coro

completo).

El service (servicio) era la música correspondiente con las tres partes integrantes

del culto diario: maitines, comunión y vísperas. Los hay de tres tipos: short

service (homofonía silábica), great (con textura más elaborada y mayor

variedad) y verse (transferencia de la alternancia solista-coro del verse

anthem).[68]

En el siglo XVI encontramos dos estilos compositivos especiales en Inglaterra:

el faburden y los squares.

Las composiciones "upon the faburden" del siglo XVI consistían en escribir un

contrapunto, que funcionaría como cantus firmus, bajo una melodía gregoriana,

para luego usar ese cantus firmus para realizar una melodía. Esta técnica fue
utilizada por los organistas para componer himnos, permitiendo componer

música de mayor complejidad.

Los squares fueron melodías tomadas como cantus firmi para obras litúrgicas,

sobre todo para misas votivas en honor a la Virgen María. Debieron ser

consideradas, pues, como melodías de cantus firmus ya hechas.[69]

4. Música del siglo XVII

En el siglo XVII arranca, a la par que el estilo barroco, la era del bajo continuo o

del estilo concertante. Por primera vez coexistirían dos estilos: el stile antico de

la polifonía del XVI, y el stile moderno; que serán utilizados indistintamente por

los compositores.[70] Durante todo el siglo se producirá una lucha entre los

defensores de las innovaciones para atraer a católicos indiferentes (espíritu

Contrarreformista) y los más conservadores, la jerarquía, que pretendía

revitalizar la música polifónica.[71]

Los antiguos estilos evolucionan. La misa sufre una mutación estilística en torno

al cambio de siglo que trae aparejada la misa concertante, con voces solistas,

bajo continuo e instrumentos.[72]

Pero también acontecemos al nacimiento de nuevos estilos. El primero de ellos

es la cantata, obra para canto con acompañamiento instrumental que, por regla

general, comprende varios movimientos.[73]

Como consecuencia de la Contrarreforma, sacerdotes y laicos se reunían en el

oratorio de los monasterios e iglesias para realizar rezos independientes a la

liturgia. Debe su nombre y sus orígenes a unas recreaciones musicales que san
Felipe Neri ofrecía a los discípulos laicos de su Oratorio romano y en las que

había colaborado Palestrina: coros homófonos en la tradición de los

antiguos laudes medievales.[74]

Es una obra para solistas, coro y orquesta y que se ejecuta de manera

concertante. En sus inicios eran diálogos dramáticos, entremezclados con

pasajes de música en forma breve.[75]

El oratorio se distingue de la época por el tema sacro, la presencia de narrador

y porque no estaban destinados a ser escenificados, no se representaba la

acción.[76]El narrador, mediante recitativos, expone el texto bíblico como hilo

conductor para los diversos números musicales, basados en textos

bíblicos.[77] Son piezas circunscritas al catolicismo, aunque comparte con el

protestantismo el interés por explotar la interpretación del texto, habiendo

oratorios también en lengua vulgar.[78]

En los oratorios se utilizaron los recitativos, los cantos hablados. En el siglo XVII,

la nueva monodia lo convirtió en un canto hablado acompañado por un bajo

continuo, cuyos acordes sirven para el despliegue libre de la voz. el bajo continuo

está a cargo de la orquesta.[79] La monodia, además, haría imposible la

utilización del cantus firmus.

Las Pasiones eran historias basadas en la pasión de Cristo. Las hay de tres tipos:

motetística (dividida a la manera de los motetes), responsorial (dramática o

escénica, con alternancia de chantre y coro) y oratorial (incorpora las formas de

la ópera y el oratorio).[80]
La sonata es una composición instrumental de varios movimientos. La sonata de

iglesia consta de 4 movimientos que responden a la secuencia: lento (grave,

imitativa), rápido (fugado), lento (cantable, homófona) y rápido (fugada).[81]

En cuanto a las formas compositivas, desde las Sacrae Symphoniae de Gabrieli

(1597), las consideraciones tímbricas entran cada vez más en consideración en

las composiciones.[82] Con su segundo libro de Sacrae Symphoniae, de 1615,

el contraste se acentúa, y otros elementos compositivos pasan a definir la

estructura de la pieza, siendo ya éstas de tipo barroco.[83]

En el Barroco ya se prefigura el sistema tonal mediante el tratamiento de las

disonancias, que aparecían por la introducción del cromatismo y que solían

colocarse en tiempo o parte débil del compás para disminuir su efecto. Esto

implicaba la introducción del bajo continuo, una sucesión de acordes sobre los

cuales se construía el acompañamiento melódico.[84]

También se desarrolla la fuga, a partir de las formas imitativas del siglo XVI y del

Barroco primitivo, como la fantasía, el tiento y, sobre todo, el ricercare.[85]

En cuanto a la música instrumental cambió el tamaño y composición de los

conjuntos instrumentales. Necesitaban de un nexo, que se alcanzaría con el bajo

continuo. En cuanto a la técnica de ejecución, el organista debía siempre

respetar la línea de soprano sin oscurecerla ni doblarla.[86]

4.1. El mundo católico


La música sacra católica seguirá presidida por los géneros polifónicos, ahora

escritos en los dos estilos, antiguo y moderno: misa, motete, salmo, Te

Deum, Magnificat, antífona y secuencia. Pero no serán los únicos géneros.

El coral, entonado por la Schola de cantores, participaba en las liturgias

acompañado por el órgano.

En el Barroco la música crece en opulencia y espectacularidad. Así, los motetes

incorporan a menudo acompañamiento orquestal. El acompañamiento llegaría a

dimensiones colosales, creando un estilo nuevo: el llamado barroco colosal

romano, en el que se contraponen multitud de coros para lograr espectaculares

efectos.[87]

A. Italia

Italia se convirtió en la fuente de la revolución musical y destino de los jóvenes

estudiantes.[88]

Con Monteverdi podríamos decir que nace el teatro lírico. Sin embargo, también

dedica su tiempo a escribir música religiosa. Se ciñe a la polifonía palestriniana,

pero escribe con una menor sobriedad.[89]

En el siglo XVII, tras Monteverdi, encontramos el género del oratorio. En el

oratorio, el máximo exponente fue Giacomo Carissimi. La moda de los oratorios

no retrasa la confección de otras músicas religiosas, cuyos procedimientos son

más variados. No obstante, escasean las obras inspiradas.

En la escuela romana se sigue componiendo al estilo de Palestrina. Pero más

importantes fueron los grandes conciertos, inspirados en la las técnicas


policorales venecianas escritas para incluso doce coros.[90] Para agrupaciones

menores se concebía el concierto para pocas voces, en el que el gran maestro

fue Ludovico Viadana.[91]

En la música instrumental encontramos a Girolamo Frescobaldi, que llevó a la

música instrumental al nuevo estilo expresivo.[92] Sus toccatas proporcionaban

música para la misa y otras ceremonias; servían de preludios rapsódicos a

piezas mayores o eran composiciones de gran duración y carácter propio.[93]

B. España

En España, donde un rígido conservadurismo gobernaba la composición sacra,

se desarrolló una escuela de órgano austera. Sin embargo, entrará en declive

frente a la orquesta eclesiástica, que iba ganando terreno en las catedrales y la

capilla real en la última parte del XVII.[94]

C. Alemania católica

En el sur de Alemania y Austria, la música religiosa es una extensión del estilo

italiano.[95] Se componían muchas misas y pocos oratorios. Además, el

estilo concertato dominaba al dramático del oratorio. Las piezas podrían

catalogarse como antilitúrgicas, pues elementos como las excesivas repeticiones

alejaban a la música del espíritu de la liturgia y de los principios tridentinos.[96]

El lenguaje de Heinrich Schütz se configura esencialmente en Italia, donde

conoce el nuevo estilo concertante basado en el bajo continuo. Su música supo

traspasar el carácter nacional a la música religiosa, pues la representación del


texto del estilo moderno y el contrapunto del estilo antiguo se funden en una

germanización del estilo italiano.[97]

Tras Schütz, emerge una escuela sólida y alemana con Knüpfer, Zachow y

Huhnau. Gracias a la Reforma, sus obras arraigan en la Biblia, de la que los

católicos nunca han sabido nada.

Pero mientras los protestantes del norte cultivan con los lied y las cantatas su

germanismo, los católicos del sur son subyugados por el oratorio italiano, cuyo

texto latino y teatralismo contrastan con la convicción del coral alemán.

En la música instrumental, el sur alemán incluye menos interpretaciones en el

órgano que sus respectivos protestantes. Conforme avanzamos hacia el norte

se entrevé una mezcla de estilos y una mayor utilización de éste instrumento.[98]

D. Francia

En Francia, la música religiosa ocupaba un lugar subordinado en relación a la

vida cortesana. Así pues, al gusto de Luis XIV, la gran misa apenas se cultivó en

Francia.[99]

En la capilla real de Luis XIV lo más escuchado era el motete sobre texto bíblico.

Se solían componer para voces solistas y continuo, muchos con un marcado

estilo profano, pero otros mucho más pomposos y extensos, para orquesta

completa: grands motets.[100] Éstos fueron compuestos por compositores como

Lully, Dumont y Carpentier. Este último, discípulo de Carissimi, escribió las

tragedias sagradas interpretadas por los jesuitas.[101]


Los petits motets serían el equivalente a los conciertos sacros para pocas voces

practicados por Viadana.[102]

En la música para órgano, Francia se mantuvo con cierta independencia y

mantuvo un conservadurismo obediente a la polifonía tradicional.[103]

4.2. El mundo reformado

Los corales se cantaron a una voz, aunque conforme avanza el tiempo cada vez

más interviene el órgano, en el XVII en calidad de bajo continuo.

Surgieron nuevos estilos, como la canción-motete, con una escritura más

compleja que se basaba en el coral. Canción-motete y motete de proverbios, a

dos coros, están compuestos a capella, aunque también suelen acompañarse

por instrumentos.

La monodia y el concertato, como en la zona católica, también se utilizan en el

mundo protestante.

Los motetes siguieron cantándose aún como arte coral contrapuntístico.[104]

A. Alemania reformada

Las formas dramáticas, anteriormente unidas a la música católica penetraron en

el protestantismo, pues se hacía hincapié en señalar la Biblia como la Palabra

de Dios, lo que obligaba a interpretar estas palabras. Esto afectó a la música

coral y las piezas de órgano.


En la música religiosa todavía utilizaban el latín en secciones de la liturgia, lo que

hará que en la música: el Magníficat, el Te Deum e incluso la misa o el motete;

se encuentren piezas en latín y en alemán.[105]

Los diversos tipos de tratamiento vocal en la coral fueron codificados por Michael

Praetorius: motete coral (melodía en forma de fuga), estilo madrigal (motivos al

modo concertato) y cantus firmus-coral (paralelo de las variaciones para órgano

de Sweelinck).[106]

La cantata alemana es privativa de los músicos protestantes. Admitía la

dramatización de los hechos bíblicos, utilizar los recitativos y arias operísticas

que se habían deslizado en las composiciones corales y podía construirse sobre

las corales litúrgicamente apropiadas. No obstante, para los sectores más

conservadores, la cantata suponía una profanación del culto dominical.[107]

En la música instrumental, gran parte servía de preludio a la lectura de las

Sagradas Escrituras, el canto de himnos o la ejecución de la música de más

categoría.[108] Pachelbel y Böhm suponen para la música de órgano alemana

un nuevo virtuosismo. Bajo una intensa influencia del holandés Sweelinck, se

desarrolla la ejecución especialmente en adaptaciones de corales.[109]

B. Países Bajos Protestantes

En los Países Bajos protestantes destaca la figura de Sweelinck. Seguramente

estudiara en Venecia[110], por lo que fusiona en su música las formas modernas

de los venecianos con la variación de los virginalistas ingleses.[111] Usa, pues,

figuraciones ornamentales cada vez más elaboradas por encima de un cantus


firmus. De sus toccatas para órgano y fantasías partió la fuga que usará Johann

Sebastian Bach.[112]

4.3. El caso especial de Inglaterra

Durante los primeros veinte años del siglo XVII, la música inglesa se desarrolló

dentro de las líneas establecidas en el XVI, y fue influida por el estilo barroco

italiano de la monodia y el concertato. A su vez influyó en Alemania y en la

Europa Septentrional, siendo desplazada la Europa meridional por la música

italiana.[113]

Los puritanos republicanos habían prohibido a la iglesia la polifonía, sospechosa

de papismo. No permitían otra clase de música que no fuera la entonación de

salmos. Hubo que refugiarse en la música instrumental. La utilización del violín

era todavía muy temeraria.

Con la restauración de 1660, la reinstalación de los coros catedralicios, la

resurrección de la música antigua y la reconstrucción del coro de la Capilla Real

vinieron a suponer una súbita intrusión del estilo francés. La Capilla Real se

convirtió en una especie de modelo para la música religiosa de los

revolucionarios, entre los cuales destacó Humfrey.

En una escuela decadente, Purcell sobresale. Es el último gran compositor de

una escuela inglesa agotada. Está adoctrinado en los nuevos estilos, se le puede

considerar un dramaturgo musical que se encuentra a sus anchas en las obras

sin acompañamiento.[114]
Sin embargo, pese a su talento, la moda mantuvo la música de Purcell en un

papel subalterno.

5. Conclusión

Los autores a los que se ha recurrido para la búsqueda de información

bibliográfico son en su gran mayoría musicólogos, lo que es un reflejo del

problema de la música histórica. Las obras que existen sobre el tema son obras

muy detalladas en lo referido al análisis musical de las obras de la época, pero

son en cierta forma pobres históricamente. No existe una bibliografía que aúne

perfectamente ambos aspectos. Y es que la Música es una disciplina muy

especial, con un lenguaje muy concreto y que en muchas ocasiones ni los

historiadores del arte son capaces de asumir.

Por todo ello nos encontramos ante un gran problema. El historiador del arte y el

historiador, al realizar un trabajo sobre el contexto de la Reforma y de la

Contrarreforma, suelen discriminar a la música, pues es un ámbito que no

controlan a la perfección. Las obras las escriben musicólogos que sólo son

capaces de explicar la historia de forma muy superficial y positivista. Por ello

contamos con poca información por, poniendo un ejemplo aleatorio, la

composición e importancia social de las escuelas de cantores o la evolución de

éstas.

La música del siglo XVI se ve alterada por las convulsiones religiosas que

protagonizan la época. La ruptura protestante trastoca la liturgia y el culto de las

zonas convertidas, por lo que, en consecuencia, trastoca también la música allí

practicada. En algunas zonas, como la zona calvinista, la música se llega a


prohibir o, al menos, se restringe su uso, por lo que la producción musical se ve

trastocada.

Pero hay otras zonas, como la Alemania luterana, en las que la música se pone

en valor. Y, con los cambios en el culto, se producen cambios musicales. Si bien

es cierto que los estilos guardan cierta semejanza con la música católica, y que

las técnicas obviamente son las mismas, pues no es posible inventar nuevas

herramientas de la noche al día, la ruptura de Lutero da pie a un género musical

muy importante: el coral. Sobre éste compondrá Bach, cuya armonía sienta las

bases de la armonía actual estudiada en los conservatorios.

Entre el siglo XVI y el XVII, en las músicas católica y protestante se observa

cómo es la evolución artística más que la evolución religiosa, lo que hace mutar

a las composiciones. Sin embargo, ¿acaso no tuvo ya en su momento suficiente

incidencia la ruptura?

La aparición del protestantismo provocó esa ruptura entre dos mundos y dos

panoramas musicales. Por tanto, no se puede esperar que en el siglo XVII la

ruptura incida en las dinámicas musicales, pues la ruptura ya está hecha. La

evolución musical del XVII no es consecuencia directa del pensamiento de los

contemporáneos de Lutero ni de los obispos reunidos en Trento, pero no puede

entenderse sin ellos. Lutero y Trento crean dos mundos musicales que los

compositores, años después, heredan y sobre los que construyen su música.

Así, pues, entendemos la pervivencia de los corales durante los siglos

posteriores, pues, sin la Reforma, no habrían aparecido dentro de la música: la

Reforma ya permitió su aparición.


También en el mundo católico, pese a no aceptarse la prohibición de la polifonía

como ciertos sectores demandaban, se infundió un misticismo que perduró

durante décadas.

La música católica avanzaba al ritmo de la música sacra y pagana de toda

Europa, y por ello también aceptaba en ella la introducción del oratorio, la

disonancia, la tonalidad... Sin embargo, en el siglo XVII por primera vez

observamos la presencia de dos formas de escribir música: el stile antico y

el moderno. Esto sólo puede entenderse a la permanencia del espíritu tridentino,

pues pese a adoptar estas medidas, se continuaba componiendo en Roma, el

ombligo católico, alla Palestrina, es decir, al gusto de los principios tridentinos.

6. Bibliografía y fuentes

· ATLAS, A. W. La música del Renacimiento, Madrid, Akal, 2002.

· BUKOFZER, M.F. La música en la época barroca: de Monteverdi a Bach,

Madrid, Alianza, 1998.

· DELUMEAU, J. El catolicismo de Lutero a Voltaire, Barcelona, Editorial Labor,

1973.

· DELUMEAU, J. La reforma, Barcelona, Editorial Labor, 1985.

· EGIDO LÓPEZ, T. Las reformas protestantes, Madrid, Editorial Síntesis, 1992.

· GALLICO, C. Historia de la música vol. 4: La época del Humanismo y

Renacimiento, Madrid, Editorial Turner, 1986.


· GROUT, D. J. y PALISCA, C. Historia de la música occidental v.1, Madrid,

Alianza Editorial, 2001.

· MICHELS, U. Atlas de música v.1 y 2, Madrid, Alianza, 1982-1992.

· REBATET, L. Una historia de la música: de los orígenes a nuestros días,

Barcelona, Omega, 2012.

· ROBERTSON, A. (dir). Historia general de la música v.2: Desde el

Renacimiento hasta el Barroco, Madrid, Istmo, 1972.

· RUBIO, S. "La música religiosa española en los siglos XV y XVI." En: GARCÍA

VILLOSLADA, R.: Historia de la Iglesia en España, Madrid, Biblioteca de Autores

Cristianos, 1980, v. III-2º, pp. 553-585.

[1] DELUMEAU, Jean. La Reforma. Barcelona, Editorial Labor, 1985, pp. 15-20

[2] EGIDO LÓPEZ, T. Las reformas protestantes, Madrid, Editorial Síntesis,

1992, pp. 33-36

[3] DELUMEAU, Jean. Op. Cit., pp. 22-26

[4] EGIDO LÓPEZ, T. Op. Cit., pp. 81-83

[5] DELUMEAU, Jean. El catolicismo de Lutero a Voltaire, Barcelona, Editorial

Labor, 1973, pp. 15-25


[6] ROBERTSON, A. (dir). Historia general de la música v.2: Desde el

Renacimiento hasta el Barroco, Madrid, Istmo, 1972, pp. 210-217

[7] Ibid., p. 203

[8] RUBIO S. "La música religiosa española en los siglos XV y XVI." En: GARCÍA

VILLOSLADA, R.: Historia de la Iglesia en España, Madrid, Biblioteca de Autores

Cristianos, 1980, v. III-2º, pp. 556-560.

[9] Ver: Figura 1 en el anexo

[10] RUBIO, S. Op. Cit., pp. 561-562

[11] ATLAS, A. W. La música del Renacimiento, Madrid, Akal, 2002, pp. 311-312

[12] Ibid., pp. 327-328

[13] RUBIO, S. Op. Cit., pp. 562-563

[14] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 293

[15]Ibid., pp. 301-302

[16] Ibid., p. 313

[17] Ibid., p. 419

[18] Ibid., p. 321

[19] REBATET, L. Una historia de la música: de los orígenes a nuestros días,

Barcelona, Omega, 2012, p. 91


[20] REBATET, L. Op. Cit., pp. 114-116

[21] ATLAS, A. W. pp. 676-677

[22] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 260 citando a Gustav Reese.

[23] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 260-262

[24] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 571

[25] GROUT, D. J. y PALISCA, C. Historia de la música occidental v.1, Madrid,

Alianza Editorial, 2001, p. 331

[26] GALLICO, C. Historia de la música vol. 4: La época del Humanismo y

Renacimiento, Madrid, Editorial Turner, 1986, pp. 58-59

[27] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 270-271

[28] REBATET, L. Op. Cit., pp. 105-109

[29] ATLAS, A. W. pp. 667-669

[30] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 272

[31] REBATET, L. Op. Cit., pp. 108-109

[32] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 276

[33] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 663

[34] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 278

[35] ATLAS, A. W. Op. Cit., pp. 556-562


[36] Ibid., p. 549

[37] Ibid., p. 686

[38] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 294

[39] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., p. 253

[40] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 248-252

[41] Ibid., pp. 263-264

[42] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 269

[43] ATLAS, A. W. Op. Cit., pp. 699-708

[44] REBATET, L. Op. Cit., p. 100

[45] GALLICO, C. Op. Cit., pp. 71-72

[46] REBATET, L. Op. Cit., pp. 95-96

[47] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 253

[48] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 585

[49] REBATET, L. Op. Cit., pp. 128-133

[50] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 255

[51] GALLICO, C. Op. Cit., p. 58

[52] ATLAS, A. W. Op. Cit., pp. 80-581


[53] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 255-257

[54] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 427

[55] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 294

[56] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 587

[57] REBATET, L. Op. Cit., pp. 113-114

[58] ATLAS, A. W. Op. Cit., pp. 590-591

[59] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 591

[60] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., p. 322

[61] Ver: Figura 2 en el anexo

[62] ATLAS, A. W. Op. Cit., p. 609

[63] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 614

[64] Ibid., pp. 739-749

[65] Ibid., p. 614

[66] Ibid., p. 742

[67] REBATET, L. Op. Cit., pp. 125-128

[68] ATLAS, A. W. Op. Cit., pp. 750-754

[69] Ibid., pp. 609-611


[70] MICHELS, U. Atlas de música, Madrid, Alianza, 1982-1992, vol. 2, p. 301

[71] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 319-322

[72] MICHELS, U. Atlas de música, Madrid, Alianza, 1982-1992, vol. 1, p. 129

[73] Ibid, vol. 1, p., 121

[74] REBATET, L. Op. Cit., pp. 164-165

[75] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 327-334

[76] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., pp. 397-398

[77] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 1, p. 135

[78] Ibid, vol. 2, pp. 323-325

[79] Ibid, vol. 1, p. 145

[80] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 1, p. 139

[81] Ibid, vol. 1, p. 149

[82] Ibid, vol. 1, p. 65

[83] ATLAS, A. W. Op. Cit., pp. 679-682

[84] BUKOFZER, M.F. La música en la época barroca: de Monteverdi a Bach,

Madrid, Alianza, 1998, p. 25-27

[85] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 1, p. 117


[86] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 465-469

[87] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 2, pp. 327-329

[88] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 335

[89] REBATET, L. Op. Cit., pp. 101-102

[90] BUKOFZER, M.F., Op. Cit., p. 81

[91] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., pp., 396-397

[92] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 2, p. 341

[93] BUKOFZER, M.F., Op. Cit., pp. 58-63

[94] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 341-343

[95] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., p. 399

[96] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 335-341

[97] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 2, p. 339

[98] Ibid, vol. 2, p. 343

[99] BUKOFZER M.F., Op. Cit., p., 174

[100] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., pp. 450-451

[101] BUKOFZER M.F., Op. Cit., pp., 173-174

[102] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., pp. 450-451


[103] BUKOFZER M.F., Op. Cit., p., 183

[104] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 2, pp. 331-333

[105] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., p. 460

[106] ROBERTSON, A. Op. Cit., pp. 349-352

[107] Ibid., p. 357

[108] GROUT, D. J. y PALISCA, C., Op. Cit., p. 470

[109] MICHELS, U. Op. Cit., vol. 2, p. 343

[110] Ibid, vol. 2, p. 341

[111] BUKOFZER M.F., Op. Cit., p. 89

[112] ROBERTSON, A. Op. Cit., p. 351

[113] Ibid., p. 300

[114] Ibid., pp. 371-375

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la-contrarreforma-por-cristian-perez-vergara/

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