Canavaggio, Jean. Retornos A Cervantes
Canavaggio, Jean. Retornos A Cervantes
Canavaggio, Jean. Retornos A Cervantes
RETORNOS A CERVANTES
INSTITUTO DE ESTUDIOS AURISECULARES (IDEA)
COLECCIÓN «BATIHOJA»
CONSEJO EDITOR:
DIRECTOR:VICTORIANO RONCERO (STATE UNIVERSITY OF NEW YORK-SUNY AT
STONY BROOK, ESTADOS UNIDOS)
SUBDIRECTOR: ABRAHAM MADROÑAL (CSIC-CENTRO DE CIENCIAS HUMANAS Y
SOCIALES, ESPAÑA)
SECRETARIO: CARLOS MATA INDURÁIN (GRISO-UNIVERSIDAD DE NAVARRA, ESPAÑA)
CONSEJO ASESOR:
ISBN: 978-1-938795-98-5
New York, IDEA/IGAS, 2014
JEAN CANAVAGGIO
Retornos A CERVANTES
Índice
PRÓLOGO..................................................................................... 9
CERVANTES EN SU VIVIR
Los claroscuros de una vida....................................................15
Las prisiones de Cervantes........................................................47
«Aquel segundo que sólo pudo darse a sí tercero»:
Cervantes y Felipe II............................................................63
«De lengua en lengua y de una en otra gente»:
las experiencias lingüísticas de Cervantes.........................73
EL TEATRO
Numance de Jean-Louis Barrault: el París de 1937 ante un
Cervantes insólito...............................................................85
El prólogo a las Ocho Comedias desde el mirador de la
práctica autorial lopesca....................................................95
La teatralización del judío en Los baños de Argel.............. 107
Cervantès dramaturge, veinticinco años después.................. 121
EL PERSILES
El maldiciente Clodio, primer lector del Persiles .............. 219
Fantasía novelesca y experiencia viva: los desposorios
de Constanza y del Conde................................................229
La España del Persiles .......................................................... 235
A MODO DE EPÍLOGO
El humanismo de Cervantes................................................... 255
BIBLIOGRAFÍA..........................................................................279
PRÓLOGO
1
Cervantes entre vida y creación, Biblioteca de Estudios Cervantinos,Alcalá de Henares,
Centro de Estudios Cervantinos, 2000.
2
«Alonso López Pinciano y la estética literaria de Cervantes en el Quijote», Anales
cervantinos, 7, 1958.
10 JEAN CANAVAGGIO
3
Un mundo abreviado: aproximaciones al teatro áureo, Madrid/Frankfurt am Main,
Iberoamericana/Vervuert, 2000 (Biblioteca Aurea Hispánica, 9).
RETORNOS a Cervantes 11
***
1
Castro, 1967, p. 169.
16 JEAN CANAVAGGIO
2
Cervantes, Obras completas, p. 878a.
RETORNOS a Cervantes 17
comisionado a Orán por orden del rey Felipe II? A estas objeciones,
que no carecen de peso, se puede contestar que no sólo la distancia y el
tiempo, sino unas protecciones debidas a su conducta en Lepanto y en
Argel hubieron de allanar muchos obstáculos; así pudo el condenado re-
cobrar el honor perdido, una vez transcurridos los diez años de un des-
tierro de hecho pasado en parte al servicio de su majestad y concluido,
en los baños argelinos, por cuatro intentos frustrados de evasión. En el
estado actual de nuestros conocimientos, el caso Sigura constituye, pues,
la explicación más plausible de la repentina partida de Miguel a Italia,
y eso aun cuando sorprenda que en diciembre de 1569, a tres meses de
una busca con fuerte penalización, Rodrigo de Cervantes solicitara para
su hijo una detallada información ante el teniente corregidor de la Villa
de Madrid. Este asunto ilumina también una particularidad de dicha
información, la cual no habla para nada, contrariamente a la norma, de
la situación de Miguel con respecto a la justicia. Por fin, arroja cierta luz
sobre otro hecho: en su hoja de servicios, Cervantes, en dos ocasiones,
declara haberse alistado como soldado en 1568, afirmación que, pron-
to veremos, contraviene a la verdad. Así y todo, otra cosa es fantasear,
a partir de este documento, sobre el itinerario elegido por el fugitivo,
apelando a narraciones de casos similares que aparecen en El gallardo
español y el Persiles y adjudicándoles un valor autobiográfico. Seguir por
este camino no tiene el menor sentido. Caso de que los dos Cervantes
no sean más que uno, tan sólo cabe observar que al futuro autor del
Quijote más le valió perder el uso de la mano izquierda combatiendo
contra los turcos en la galera Marquesa, que padecer un castigo que le
hubiera apartado sin remisión del campo de las letras.
Las circunstancias de su alistamiento en el ejército de la Santa Liga
constituyen otro capítulo directamente relacionado con los hechos que
acabamos de recordar. En las dos informaciones establecidas posterior-
mente a petición de Cervantes, una en 1578, durante su cautiverio en
Argel, otra en 1580, a su salida, se da a entender que fue soldado a partir
de 1568. Ahora bien, cuanto sabemos de sus ocupaciones en Madrid,
primero, como alumno de López de Hoyos, y luego en Roma, al servi-
cio del cardenal Acquaviva, contradice esta afirmación. Se supone, pues,
que Miguel y su padre quisieron redondear la duración de sus años de
milicia, sea para escamotear el asunto Sigura, sea para dar más peso a
su petición: la práctica era corriente en la época. De hecho, el nombre
del escritor no aparece antes de 1572 en los registros de soldada de los
RETORNOS a Cervantes 19
5
Torres Lanzas, 1981, p. 66.
6
Du Fresne-Canaye, Voyage du Levant, p. 182.
7
Braudel, 1966, vol. II, pp. 325-329.
8
Canavaggio, 2000a.
RETORNOS a Cervantes 21
9
Sliwa, 1999, p. 77.
10
Sliwa, 1999, p. 106.
11
Márquez Villanueva, 2010, pp. 75-92.
22 JEAN CANAVAGGIO
14
Combet, 1980, pp. 553-558.
15
Sliwa, 1999, pp. 277-279 y 298-300.
16
Sliwa, 1999, p. 301.
26 JEAN CANAVAGGIO
17
Sliwa, 1999, pp. 302 y 309.
18
Sliwa, 1999, p. 301.
RETORNOS a Cervantes 27
19
Salazar Rincón, 2006, p. 159.
28 JEAN CANAVAGGIO
***
20
Riquer, 1989.
RETORNOS a Cervantes 31
21
Lafuente Ferrari, 1948.
22
Márquez Villanueva, 2004.
23
Cervantes, Obras completas, p. 1148b.
32 JEAN CANAVAGGIO
24
Domínguez Ortiz, 1991, p. 231.
25
Cervantes, Obras completas, p. 12b.
RETORNOS a Cervantes 33
las dolencias, los achaques del mal que se lo llevará son otros tantos sig-
nos de un ocaso cuyo fin no se le oculta. Como escribe en el prólogo a
las Novelas ejemplares, publicadas tres años antes de su muerte, «mi edad
no está ya para burlarse con la otra vida»27. En abril de 1609, ya se había
afiliado a la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento,
devota cofradía recién fundada que reclutaba a sus miembros entre las
gentes de letras, sin que podamos asegurar que todos pudieran obligarse
a las estrictas reglas que imponía: ayuno y abstinencia los días prescritos,
continencia absoluta, asistencia diaria a los oficios, ejercicios espirituales,
visita de hospitales. Lo que en cambio es cierto, es que la entrada masi-
va en esta Congregación de la aristocracia madrileña, tras los pasos del
duque de Lerma, la convirtió en pocos años en un círculo mundano del
que Cervantes no tardó en alejarse. Prefirió entonces, a ejemplo de sus
hermanas y de su esposa, elegir la Orden Tercera de San Francisco, de la
que era novicio desde 1613 y en la cual, el 2 abril de 1616, pocos días
antes de morir, pronunció sus votos definitivos. Será inhumado según
la regla de la Orden, con el rostro descubierto y vestido con el sayal de
los franciscanos. ¿Cómo interpretar, entonces, un fervor tan vivamente
pregonado? ¿Como una precaución necesaria frente a los guardianes
de la ortodoxia? ¿Como una concesión dispensada a tres mujeres que
se demoraban cada vez más al pie de los altares? ¿O como la decisión
meditada de un ser que, en el crepúsculo de su vida, trata de unir con
lazos más estrechos la fe y las obras? No podemos desentrañar las razo-
nes que motivaron a un hombre cuya intimidad espiritual se nos escapa.
Concedámosle, al menos, que no fueron ni mediocres ni mezquinas,
puesto que el «raro inventor» que se preció de ser nunca renegó de su
vocación de escritor.
La misma prudencia resulta imprescindible a la hora de apreciar su
ideología. Despreciador sutil de los valores establecidos, Cervantes desa-
craliza todos los conformismos. Pero ¿dónde encontrar la fuente de sus
desacuerdos, expresados más de una vez por entes de ficción con los
cuales no hay que confundirlo? ¿En sus decepciones de ex combatiente
mal recompensado de sus servicios? ¿En su comercio con las ideas de
Erasmo? ¿En su dudosa pertenencia a la casta de los conversos? Por lo
que se refiere a la opinión que se formó de Felipe II, un balance ma-
tizado es el que se desprende de sus escritos. Cervantes compartió, al
menos en un primer momento, la admiración de sus compatriotas por
27
Cervantes, Obras completas, p. 514a.
RETORNOS a Cervantes 35
28
Domínguez Ortiz, 2005, vol. I, p. xcv.
29
Cervantes, Obras completas, p. 458a.
30
Ver Márquez Villanueva, 2010, pp. 16-120.
36 JEAN CANAVAGGIO
31
Gómez Sánchez-Molero, 2010.
32
Eisenberg, 1988.
RETORNOS a Cervantes 37
33
Márquez Villanueva, 1995, pp. 157-190.
34
Aylward, 1982.
35
Cervantes, Obras completas, p. 514a.
36
Cervantes, Obras completas, p. 878a.
38 JEAN CANAVAGGIO
37
Sliwa, 1999, pp. 255-256.
38
Cervantes, Obras completas, p. 878a.
39
Cotarelo Valledor, 1947-1948, pp. 61-77.
40
Arata, 1992.
41
Cervantes, Obras completas, p. 878a.
RETORNOS a Cervantes 39
a primera vista. Por cierto, hasta el retorno de Miguel a las letras, las
relaciones entre los dos hombres fueron cordiales. Basta recordar cómo
Cervantes, en el soneto colocado al frente de las Rimas, publicadas en
1602 en volumen, junto con La hermosura de Angélica, celebra la «apacible
y siempre verde Vega / a quien Apolo su favor no niega»42. En cambio,
en la primera parte del Quijote, tres años posterior, asoman por primera
vez, puestas en boca del cura, unas frases agridulces sobre «un felicísimo
ingenio destos reinos» cuyas comedias, «por querer acomodarse al gusto
de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al
punto de perfección que requieren»43. En tales condiciones, aunque el
prólogo de 1615 parezca romper con semejantes indirectas, puesto que
esta vez Cervantes califica de «felices y bien razonadas» las comedias
del Fénix, lo que más destaca aquí es cómo su afortunado rival llegó a
avasallar y poner «debajo de su juridición a todos los farsantes», y con
qué facilidad «llenó el mundo» de tantas comedias, «que pasan de diez
mil pliegos los que tienen escritos»44. En otras palabras, la monarquía
ejercida por Lope se nos aparece aquí como la de un sujeto que se ha
adueñado de un negocio, poniendo a su servicio un complejo sistema
de producción y difusión, en perfecta adecuación con el gusto reinante.
Mejor aún: Cervantes cuida de marcar en sus debidos límites el alcance
de tal poderío, señalando la contribución de cuantos «han ayudado a
llevar esta máquina al gran Lope»45, desde el doctor Ramón, Miguel
Sánchez, el cánonigo Tárrega, Aguilar y Guillén de Castro, hasta Mira
de Amescua y Vélez de Guevara. Así pues, más allá del rencor de un
poeta cargado de años y amargado por el éxito de su rival, vemos cómo
el éxito de la comedia nueva no se presenta allí como el triunfo de
una fórmula original, sino, más bien, como el punto conclusivo de una
progresiva transformación de las condiciones de producción, represen-
tación y difusión de un repertorio cada vez más amplio y diversificado.
En este proceso, el papel desempeñado por Lope no lo consagra como
el inventor de un teatro nuevo, sino como el más destacado artífice de
una empresa colectiva en la que ocupó el lugar que le tenía que corres-
ponder.
42
Cervantes, Obras completas, p. 1180b.
43
Cervantes, Obras completas, p. 307a.
44
Cervantes, Obras completas, p. 878a.
45
Cervantes, Obras completas, p. 878a.
40 JEAN CANAVAGGIO
46
Canavaggio, 1977, pp. 18-25.
47
Asensio, 1965, pp. 102 y ss.
48
García López, 2001, pp. lii-lxi.
49
Romero, 2003, pp. 15-29.
50
Cervantes, Obras completas, p. 148a.
RETORNOS a Cervantes 41
tención del escritor fue demasiado breve para que allí pusiese su obra en
el telar. En cuanto a la Cárcel Real de Sevilla, donde permaneció varios
meses, a partir de septiembre de 1597, sin que sepamos cuándo salió,
bien pudo ver surgir en ella la idea primera del Quijote. Pero tan sólo la
idea primera, o sea el proyecto disparatado del ingenioso hidalgo que,
del poco dormir y del mucho leer sus libros predilectos, decide resucitar
la andante caballería y sale en busca de aventuras. Dicho de otra forma,
nada prueba que, durante su detención, su autor haya puesto sobre el
papel una historia que, más tarde, tomará las dimensiones que conoce-
mos. Con toda probabilidad, hubo una primera redacción que pasó por
tanteos, arrepentimientos de pluma, división en capítulos y en partes,
así como por revisiones deducibles de ciertos indicios: la incorporación
posterior del robo del rucio de Sancho, olvidado en la princeps, o el
probable traslado de varios episodios de un lugar a otro, como los que
relatan el escrutinio de la librería o los amores de Grisóstomo y Marcela.
Pero, hasta ahora, son meras tentativas las que se han hecho para concre-
tar la exacta fisonomía de una novela corta, sin que podamos determinar
si abarcaría tan sólo los cinco capítulos de la primera salida, o si llegaría
hasta el escrutinio o hasta el combate contra el vizcaíno51. En realidad,
desde estos capítulos iniciales ya vemos surgir los temas mayores en
torno a los cuales se ordena la estructura de conjunto de la novela: la
locura del protagonista, sus preparativos, su armamento en la venta, su
regreso a la aldea en busca de un escudero, su partida con él hacia nuevas
aventuras. Así se inicia una progresión que no sale de un patrón prees-
tablecido, sino que corresponde a un universo en expansión, modelado
poco a poco por la polifonía de los diferentes narradores. Mientras amo
y escudero prosiguen en sus andanzas, este diseño se enriquece con epi-
sodios adventicios, entre los cuales algunas historias, como el cuento del
Cautivo, fueron escritas a buen seguro en años anteriores.
En cuanto a la segunda parte, publicada diez años después de la
primera, ella también nos enfrenta con el proceso de su elaboración.
Ello se debe, entre otras cosas, a que, si bien se observa un impacto
indiscutible del Quijote apócrifo en este proceso, ni conocemos la per-
sonalidad del falsario, ni podemos medir exactamente este impacto. La
verdadera identidad del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda
es un tema que ha alimentado un sinfín de lucubraciones. Pero, hasta
ahora, todos los esfuerzos desplegados para resolver la incógnita han
51
Ver Rico, 2005b.
42 JEAN CANAVAGGIO
53
Martín Jiménez, 2001.
54
Martín Jiménez, 2001, pp. 25-27.
44 JEAN CANAVAGGIO
55
Riley, 1998.
56
Riquer, 2003, pp. 490-492.
57
Rico, 2005a, p. ccxxv. También Rico, 2005b.
58
Rico, 2005a, p. ccxxvii.
RETORNOS a Cervantes 45
1
«Tan escasa de noticias como llena de sinuosidades» (Castro, 1967, p. 169).
48 JEAN CANAVAGGIO
2
Sliwa, 1999, p. 38.
3
Sliwa, 1999, pp. 40-42. Punto recalcado por Bailón Blancas, 2001, pp. 35-41.
RETORNOS a Cervantes 49
4
Sliwa, 1999, p. 225.
5
Avalle-Arce, 1975a.
50 JEAN CANAVAGGIO
las experiencias del autor6. Los sucesos que nos refiere el capitán hasta su
captura ofrecen, eso sí, un notable parecido con las aventuras del propio
Cervantes; pero no menos significativos son los constantes desajustes,
reveladores de una minuciosa reelaboración del material aprovechado.
Las mocedades de Ruy Pérez de Viedma son tan azarosas como las de su
modelo; pero quien nos las cuenta no es hijo de un cirujano alcalaíno,
sino primogénito de un hidalgo leonés. Su partida a Italia corre pareja
con la de Miguel, salvo que no es huida y le lleva, en una serie de rodeos,
a alistarse en los tercios de Flandes. Luego, tras embarcarse en las galeras
de la Santa Liga, a las órdenes del mismo Diego de Urbina, el narrador
llega a combatir en Lepanto con tanta valentía como el famoso manco;
pero no lo hace como soldado raso, sino en calidad de capitán de infan-
tería y, en vez de quedar herido, es capturado por los turcos, víctima de
su temeridad. Una vez en Argel en tanto que cautivo de rescate, ve su
destino coincidir de nuevo con el de su creador. Igual que él, aunque
en distintas circunstancias, queda en poder del rey Hazán; y la visión
que nos ofrece de los baños se nos aparece henchida de los recuerdos
del escritor.
[Yo estaba] encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman baño,
donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de al-
gunos particulares […] Yo, pues, era uno de los de rescate; que como se supo
que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no
aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y
gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por
guardarme con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos
caballeros y gente principal, señalados y tenidos por rescate. Y aunque el
hambre y desnudez pudieran fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna
cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas
crueldades que mi amo usaba con los cristianos7.
6
Oliver Asín, 1947-1948, pp. 245-339, así como Márquez Villanueva, 1975a.
7
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, 40, vol. I, pp. 506-507.
RETORNOS a Cervantes 51
Sólo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual,
con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes
por muchos años, y todas para alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo
mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo,
temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez;
y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que
este soldado hizo, que fuera parte para entretenernos y admirarnos harto
mejor que con el cuento de mi historia8.
8
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, 40, vol. I, p. 507.
9
Gonzalo de Cervantes Saavedra tuvo que huir de Córdoba en 1568, tras un asun-
to de sangre, y se embarcó en las galeras de don Juan, llegando, tal vez, a combatir en
Lepanto.
10
Combet, 1980, pp. 553-558. El segundo Saavedra es el que aparece entre los cau-
tivos de El trato de Argel; el tercero es el protagonista de El gallardo español.
52 JEAN CANAVAGGIO
del rey. Por fin, en octubre de 1579, proyecta armar una fragata de doce
bancos y ganar España con sesenta pasajeros, pero es denunciado por
un renegado florentino, manipulado por otro cautivo, el doctor Juan
Blanco de Paz. El mismo anhelo de libertad anima, en el Quijote, a Ruy
Pérez de Viedma:
11
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, 40, vol. I, p. 506.
12
Chevalier, 1983.
13
«Respuestas de Juan Pezón, mercader de Valencia, a lo preguntado por el Duque
de Gandía» (abril-mayo de 1573), Simancas E. 487, en Canavaggio, 2000a.
RETORNOS a Cervantes 53
dos mil palos que le había mandado dar. Si hemos de dar fe al testimo-
nio de uno de sus compañeros de cautiverio, «si no le dieron, fue porque
hubo buenos terceros»14. Pero, ¿de qué apoyos pudo disponer? Se puede
pensar, entonces, en la intervención de Agi Morato. Renegado proce-
dente de Ragusa, debía su prestigio no sólo a su riqueza y a su cargo,
sino al hecho de que había peregrinado a La Meca y a su crédito ante
el Gran Turco, de quien era uno de los enviados o chauces. Su hija había
sido casada con Abd-el-Malek, sultán de Marruecos, muerto en 1578
en la batalla de Alcázarquivir, donde murió también el rey Sebastián
de Portugal, y volvería a casarse, dos años más tarde, con Hazán Bajá
en persona. Resulta que en dos ocasiones, en marzo de 1573 y agosto
de 1577, Agi Morato hizo unas aperturas en dirección de España, las
cuales fueron el primer paso hacia las negociaciones de Constantinopla
cuyo resultado serán las grandes treguas hispano-turcas de 1579-1581.
Durante estos primeros contactos intervinieron, en nombre de Felipe
II, diversos intermediarios: varios comerciantes y un religioso conoci-
dos de Miguel, así como el virrey de Valencia y el gobernador de Orán,
implicados en sus anteriores intentos de evasión. No cabe descartar,
pues, que el propio Cervantes haya sido introducido en la intimidad del
chauz como informador oficioso, y así se comprendería que haya sido
perdonado por el bajá15.
Tenemos que dar un nuevo salto, esta vez hasta 1592, para llegar a la
tercera circunstancia en la que Cervantes se vio privado de libertad. A de-
cir verdad, no pasó de ser un breve episodio. Había sido comisionado para
requisar el trigo y el aceite destinados a la nueva armada proyectada por
Felipe II después del desastre de la Invencible. Con este cometido, el 19
de septiembre, se encuentra en Castro del Río. Ahí le llega una orden de
arresto por una supuesta venta ilegal de trigo, orden emitida por Francisco
Moscoso, corregidor de Écija donde Miguel había hecho etapa. Moscoso
no tenía autoridad para proceder de esta forma; pero la coyuntura le era
favorable, ya que los superiores de Cervantes lo estaban pasando muy
mal: el comisario general encargado de la operación, Antonio de Guevara,
había sido acusado de fraude y detenido en Madrid, donde morirá el 27
de diciembre; y en cuanto a Benito de Meno, su ayudante, estaba su-
friendo juicio y no tardará en ser colgado en el Puerto de Santa María.
14
Testimonio de Alonso Aragonés, en Sliwa, 1999, p. 75.
15
Sobre el cautiverio de Cervantes en Argel, importa tener en cuenta las nuevas
perspectivas abiertas por Márquez Villanueva, 2010, pp. 16-120.
54 JEAN CANAVAGGIO
Campea más que otra casa y se deja bien conocer aun de los más extran-
jeros, así por el concurso de gente innumerable que sin cesar entra y sale
por su principal puerta a todas las horas del día y que la noche da lugar,
como también por los letreros que tiene en su gran portada, con las armas
reales y de Sevilla19.
16
Sliwa, 1999, p. 257.
17
Sliwa, 1999, pp. 277-279 y 298-300.
18
Sliwa, 1999, p. 301.
19
Chaves, Relación de la cárcel de Sevilla.
RETORNOS a Cervantes 55
20
En 1598 y 1603.Ver Sliwa, 1999, pp. 302 y 309.
21
Sliwa, 1999, p. 301.
56 JEAN CANAVAGGIO
22
Salazar Rincón, 2006, p. 159.
23
Pinheiro da Veiga, Fastiginia, en Rodríguez Marín, 1947, p. 110.
24
Rodríguez Marín, 1947, p. 110. Esta intervención correspondió a la entrada del
10 de junio.
RETORNOS a Cervantes 57
Cantemos a la gineta
y lloremos a la brida
la vergonzosa caída
de don Gazpar de Ezpeleta25.
25
Góngora y Argote, Obras completas, p. 418.
26
Ver Pérez Pastor, Documentos cervantinos, pp. 455-537. Los reproduce Sliwa, 1999,
pp. 315-333. El primer documento reproducido (p. 315) comporta un error en el título.
En vez de «Declaración del alcalde Gaspar de Ezpeleta», hay que leer: «Declaración al
alcalde [Villarroel] de Gaspar de Ezpeleta». En fecha más reciente, el texto ha vuelto a
ser editado por Carlos Martín Aires (Burgos, Instituto Castellano y Leonés de la Lengua,
2005).
58 JEAN CANAVAGGIO
27
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 506.
28
Ver Alonso Cortés, 1947-1948.
RETORNOS a Cervantes 59
29
Ver Camamis, 1977, pp. 124-150. En la Topographía se nos dice que «del cautive-
rio y hazañas de Miguel de Cervantes pudiera hacerse particular historia» (fol.185 de
la ed. original y p. 165 del tomo III de la reed. de la Sociedad de Bibliófilos Españoles,
Madrid, 1929). Anteriormente a esta atribución, se había sugerido que, entre las fuentes
utilizadas en la elaboración de esta obra tal vez figurasen informes debidos a Cervantes,
cuyo segundo intento de evasión se relata aquí con todo detalle. De ahí el que otro es-
pecialista llegara a defender —sin ganar nuestra convicción— la paternidad cervantina
de la Topographía.Ver Eisenberg, 1996.
30
Ver Garcés, 2002 y, desde un enfoque más amplio, Márquez Villanueva, 2010, pp.
16-120.
60 JEAN CANAVAGGIO
y donde todo triste ruido hace su habitación»31. Puede ser que dicha
cárcel sea la de Sevilla; pero no es que Cervantes, forzado a la inacción,
tomara la pluma durante su estancia para dar a luz esta historia, sino que
vio surgir en él la idea del libro que saldría, seis años más tarde, de la
imprenta de Juan de la Cuesta. Sólo que a falta de indicaciones sobre lo
que hizo al recobrar su libertad, no estamos en condiciones de decir si
aquel engendro se concibió como mera novela corta o, más bien. como
primer esbozo de una obra de mayores proporciones. Queda finalmente
la breve detención en Valladolid, consecutiva a la muerte violenta de
Gaspar de Ezpeleta. Entre los datos recogidos en la información del
juez Villarroel, figura una frase consignada en la declaración de Andrea
de Cervantes. A la pregunta que se le hace, contesta describiendo a su
hermano como «hombre que escribe e trata negocios, y que por su bue-
na habilidad tiene amigos»32. Por mucha habilidad que tuviera Miguel
en estos negocios, vemos que a su hermana se le apareció, antes que
nada, como «un hombre que escribe», siendo este verbo un intransitivo,
en el sentido que registra el Diccionario de Autoridades, de «componer
libros […] y otras obras y dejarlas escritas e impresas». ¿Qué obras? Por
supuesto, la que se llamaría más tarde Primera parte del Quijote, recién
publicada y reeditada, pero también, con toda probabilidad, algunas de
las novelas todavía en el telar, entre las cuales tres, al menos, sitúan parte
de la acción a orillas del Pisuerga: El licenciado Vidriera, El casamiento en-
gañoso y El coloquio de los perros33.
A los pocos meses de liberado, Cervantes va a abandonar defini-
tivamente Valladolid para volver a Madrid, otra vez sede de la Corte.
Durante los diez años que le quedan de vida, ya no tendrá que defen-
derse contra jueces y carceleros. De ahí el cambio que se observa en su
manera de presentarse. En 1590, en el memorial dirigido al Consejo de
Indias, empezaba recordando sus «jornadas de mar y tierra» y su cauti-
verio argelino34. En 1613, en el conocido autorretrato del prólogo a las
Novelas ejemplares, se nos aparece primero como «autor de La Galatea y
de Don Quijote de la Mancha», y sólo después como quien fue «soldado
31
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, «Prólogo», vol. I, p. 9.
32
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 518; Sliwa, 1999, p. 327.
33
Ver Salazar Rincón, 2006, pp. 192-202, el cual se centra únicamente en los nego-
cios que hubo de tratar el hermano de Andrea de Cervantes.
34
Sliwa, 1999, p. 225.
RETORNOS a Cervantes 61
35
Cervantes, Novelas ejemplares, pp. 16-17.
«AQUEL SEGUNDO QUE SÓLO PUDO DARSE
A SÍ TERCERO»: CERVANTES Y FELIPE II
5
Simancas, Registro General del Sello 9, leg. de setiembre, año 1569, en Sliwa 1999,
pp. 38-39. El que el protagonista de este duelo fuese un homónimo del escritor es opi-
nión defendida por José Manuel Bailón Blancas (ver Bailón Blancas, 2001).
RETORNOS a Cervantes 65
pasaba de ser un poeta novato a Isabel de Valois, esposa del «ínclito rey
del ancho del suelo hispano»6, había sido preludio a su contribución a las
exequias ofrecidas el año siguiente por su maestro, Juan López de Hoyos,
a la memoria de la joven reina, muerta a los 20 años7. Pero el volumen
preparado por el rector del Estudio de la Villa sale de las prensas en
1569, en un momento en que Cervantes se encuentra ya en Roma tras
haber escapado, al parecer, de la justicia. Queda así frustrada su tímida
entrada en la república de las letras, así como su ingreso en las aulas uni-
versitarias, en tanto que, de Roma a Argel, pasando por Lepanto, Modón
y Túnez, la vida que lleva en adelante es, primero, la de un camarero del
joven cardenal Acquaviva, luego, la de un soldado de los tercios españo-
les y, por fin, la de un cautivo de rescate que no consigue evadirse a pesar
de cuatro intentos fallidos.
Ni su valiente conducta en la batalla de Lepanto8 ni las cartas de
recomendación que le dieron en Italia don Juan de Austria y el duque
de Sessa, ni el trato que pudo mantener en Argel con el rico renegado
esclavón Agi Morato, en un momento en que éste resultaba implicado
en unas aperturas previas a las grandes treguas hispano-turcas de 1579-
1581, parecen haber preparado un contacto directo del humilde Miguel
de Cervantes con Felipe II9.
Hay que acudir por lo tanto a las ficciones cervantinas para encon-
trar, en la comedia de El Trato de Argel, compuesta pocos meses después
de terminado el cautiverio, una súplica a Felipe II. La dirige el cautivo
Saavedra «al gran Filipo», a la hora en que el rey reúne en Badajoz a
las tropas que le van a acompañar a Portugal, animándole a cambiar de
rumbo para tomar Argel, donde treinta mil esclavos cristianos anhelan
6
«Soneto de Miguel de Cervantes a la reina Doña Isabel Segunda», en Cervantes,
Obras completas, p. 1167.
7
Historia y Relación, 1569, pp. 145-146, 148-149 y 157-162. Las «Cuatro redondillas
castellanas a la muerte de Su Majestad» y «La elegía que, en nombre de todo el estudio,
el sobredicho [Miguel de Cervantes] compuso» se encuentran en Cervantes, Obras com-
pletas, pp. 1167b-1169b.
8
Según el testimonio de dos de sus compañeros, Mateo de Santisteban y Gabriel de
Castañeda, Cervantes, a pesar de estar malo y con calentura el día de la batalla, declaró
«que mas queria morir peleando por dios e por su Rei, que no meterse so cubierta»
(Sevilla, Archivo General de Indias, en Sliwa, 1999, pp. 51-52).
9
Acerca de las relaciones que pudo mantener Cervantes con Agi Morato, ver
Canavaggio, 2000a.
66 JEAN CANAVAGGIO
10
El trato de Argel, jornada primera, vv. 393-462, en Cervantes, Obras completas, pp.
830b-831a.
11
Puesta en duda por Antonio Rodríguez-Moñino, la paternidad cervantina de
la Epístola a Mateo Vázquez ha sido defendida hace poco con nuevos argumentos. Ver
Gómez Sánchez-Molero, 2008.
12
Legajo núm. 2653 de la Contaduría Mayor de Cuentas (Sliwa, 1999, pp. 120-121).
13
«Miguel de Cervantes Saavedra, sobre que se le haga merced» (6 de junio de
1590), Sevilla, Archivo General de Indias (Sliwa, 1999, pp. 224-225).
14
«y el miguel de çerbantes fue el que traxo las cartas y auisos del Alcayde de
Mostagan…» (Sliwa, 1999, p. 225).Ver al respecto Sola y De la Peña, 1995, pp. 156-182.
RETORNOS a Cervantes 67
15
Kamen, 1997, pp. 170-176.
16
La Galatea, en Obras completas, pp. 11-12.
17
Simancas, Guerra Antigua, leg. 123, núm. 1 (Sliwa, 1999, pp. 124-125).
18
Tragedia de Numancia, jornada primera, vv. 509-512, en Cervantes, Obras completas,
p. 856a.
19
Ver la Introducción de López Estrada y López García-Berdoy a su edición de
Cervantes, La Galatea, pp. 69-76.
68 JEAN CANAVAGGIO
20
Sliwa, 1999, pp. 225-226.
21
Simancas, Secretaría de Guerra, Mar y Tierra, leg. 363 (Sliwa, 1999, p. 240).
22
Simancas, Expedientes de Hacienda, leg. 516, fol. 96 (Sliwa, 1999, pp. 259-260).
23
Cervantes, Obras completas, pp. 1174a-1176b.
24
Cervantes, Obras completas, pp. 1176b-1178a.
25
Sliwa, 1999, p. 257.
26
Simancas, Contaduría y Juntas de Hacienda, leg. 324 (Sliwa, 1999, p. 288).
27
Simancas, Contadurías Generales, leg. 1745, copia 2 (Sliwa, 1999, pp. 288-289).
RETORNOS a Cervantes 69
Y luego, encontinente,
Caló el chapeo, requirió la espada,
Miró al soslayo, fuese y no hubo nada30.
28
Simancas, Contadurías Generales, leg. 1745 (Sliwa, 1999, pp. 300-302).
29
Viaje del Parnaso, cap. IV, v. 38; Cervantes, Obras completas, p. 1199a.
30
Cervantes, Obras completas, pp. 1179b-1180a.
70 JEAN CANAVAGGIO
31
Cervantes, Obras completas, p. 1180a.
32
La gran sultana, jornada primera, vv. 1044-1045, en Cervantes, Obras completas, p.
1012a.
RETORNOS a Cervantes 71
33
Don Quijote de la Mancha, I, 39, Cervantes, Obras completas, p. 275b.
34
Don Quijote de la Mancha, I, 39, Cervantes, Obras completas, pp. 276a-277a.
35
Vilar, 1967. Este artículo desarrolla, desde otra perspectiva, los planteamientos
básicos de otro trabajo clásico del mismo autor en Vilar, 1989.
36
Cervantes, Don Quijote de la Mancha (ed. Rico), vol I, p xcv.
«DE LENGUA EN LENGUA Y DE UNA EN OTRA GENTE»:
LAS EXPERIENCIAS LINGÜÍSTICAS DE CERVANTES
1
«Tan escasa de noticias como llena de sinuosidades», Castro, 1967, p. 169.
2
Blecua, 2004, p. 1119.
74 JEAN CANAVAGGIO
3
Cervantes, Obras completas, p. 670b.
RETORNOS a Cervantes 75
4
Cervantes, Obras completas, p. 585b.
5
Cervantes, Obras completas, p. 388b.
6
Moner, 1990.
7
Cervantes, Obras completas, p. 481b.
76 JEAN CANAVAGGIO
Pero su interés nos lleva más allá de este símil un tanto trillado, merced
al elogio que hace de dos famosos traductores, Suárez de Figueroa, en
su versión del Pastor Fido de Guarini, y Juan de Jáuregui, en la que nos
ha dejado de la Aminta de Torquato Tasso: muy superiores, el uno y el
otro, al capitán Jerónimo de Urrea, cuya traducción del Orlando furioso
recibió un varapalo del cura durante el escrutinio de la biblioteca del
ingenioso hidalgo.
Así y todo, fuera de los medios cultos, la difusión del italiano por
todo el Mediterráneo no se hizo a través de su literatura, sino que llegó
a constituir el fondo de la llamada «lingua franca» de la que se valen
Ruy Pérez de Viedma y Agi Morato para entenderse. Aunque combi-
naba vocablos de todos los idiomas ribereños, las muestras que se nos
da de aquel sabir en las comedias cervantinas evidencian una notable
proporción de términos italianos, lo mismo que en el habla que usan
los peregrinos alemanes con quienes camina Ricote, compartiendo con
Sancho una alegre comida. Además de remitir, sin la menor duda, a la
experiencia personal del escritor, tales injertos comunican a la escena
un sabor de vida al que concurre, en secuencias similares, el empleo de
voces árabes. Especial relevancia tienen, al respecto, las que se ponen en
boca de moros y turcos en las llamadas comedias de cautivos, pero no de
forma meramente decorativa, sino siempre con una función que varía
según la situación: así es como, en El Trato de Argel, sirven para realzar la
ira del rey, cuando manda al suplicio a un esclavo que intentó en vano
fugarse: «Cito, cifuti breguedi ¡Atalde / abrilde, desollalde y aun matalde!»8.
A veces, el narrador se muestra ducho en dialectología árabe, como
en el relato del Cautivo, dando palabras que, o bien no explica, como
«la zalá cristianesca» que es la oración de los cristianos o, al contrario,
haciéndola seguir de su equivalente castellano: «jumá, que es el viernes»9.
Otras veces acumula variedades geográficas que designan una misma
realidad: «Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los
moros de Granada, mudéjares, y en el reino de Fez llaman a los mudéjares
elches»10. El propio don Quijote llega a hacer lexicografía, al definir para
Sancho la voz albogues y otros arabismos del español, a pesar de afirmar,
equivocadamente, que todas las palabras que comienzan por al- son de
origen árabe, marcando así el tema de su sello personal. Ahora bien, hay
8
Cervantes, Obras completas, p. 848b.
9
Cervantes, Obras completas, p. 281a.
10
Cervantes, Obras completas, p. 281b.
RETORNOS a Cervantes 77
11
Cervantes, Obras completas, pp. 282b-283a.
12
Cervantes, Obras completas, p. 279b.
13
Cervantes, Obras completas, p. 459a.
78 JEAN CANAVAGGIO
purrea un mal italiano para quejarse del robo de sus cincuenta escuti d’oro
en oro. En la historia del Cautivo, se nos dice, sin más detalles, que los
corsarios de La Rochela que desvalijan a Zoraida y a sus compañeros,
hablan francés con el renegado, y por lo que se refiere a la reina Isabel,
en La española inglesa, no sólo no suelta ni una palabra en la lengua de
Shakespeare, sino que declara entender el castellano y gustar de que se
le hable en este idioma. En el mundo cosmopolita del Persiles se hablan
todos los idiomas, pero muchos de ellos pertenecen al ámbito de la
ficción, como el de los bárbaros del episodio inicial, o el que se usa en
la isla de Golandia o en la de Policarpo. En la isla bárbara, el príncipe
de Tule sólo se comunica por señas con sus moradores, como ya hizo,
en otros tiempos, la bárbara Ricla con el español Antonio, hasta el mo-
mento en que Transila sirve de intérprete al capitán Arnaldo, valiéndose
para ello de la lengua polaca. No obstante, aunque en las tierras del
Septentrión el polaco parece ocupar un lugar parecido al del toscano
entre las naciones del Mediterráneo, acaba siendo completamente ex-
cluido de los diálogos. En un segundo momento, aparecen nuevos per-
sonajes que, al hablar en su lengua materna, consiguen hacerse entender
de Periandro y Auristela: el español Antonio, el italiano Rutilio y el por-
tugués Manuel de Sosa. Sin embargo, no se citan expresiones sacadas de
las lenguas de estos dos últimos, ni tampoco se nos ofrecen muestras de
la de Noruega en que se expresan Serafido y Rutilio, al final de la nove-
la: este detalle sirve más bien para justificar el atento oído que les presta
Periandro, sorprendido por tan insólita conversación en las afueras de
Roma. Finalmente, el pluringüismo explícito que pareció asomar en
contados casos es sustituido por un poliglotismo implícito, solución ele-
gida por Cervantes a imitación de Heliodoro y que permite a Periandro
pasar con igual soltura del castellano al portugués y del italiano al latín,
revelándose hasta capaz de citar versos de Garcilaso de la Vega. ¿Solución
inverosímil? Más bien convención, como observa Jean-Marc Pelorson,
según la cual «cada vez que se indica o se supone que los que toman la
palabra hablan en otro idioma», lo que se nos ofrece «es, literalmente, la
traducción al castellano de tales discursos»14.
Para concluir con este panorama, no cabe olvidar alguno que otro
afloramiento de las demás lenguas habladas en España. Dejando aparte
el caso, ya referido, del portugués, es de notar la ausencia casi completa
14
Pelorson, 2003, p. 47.
RETORNOS a Cervantes 79
15
Cervantes, Obras completas, p. 473b.
16
Cervantes, Obras completas, p. 476a-b.
17
Cervantes, Obras completas, p. 471b.
80 JEAN CANAVAGGIO
con todo diablo, que aunque más jura, si acá estás, todo olvida»18. Más
adelante, al conformarse con la orden que le da Leonora de quedarse
por guarda: «¡Yo, negra, quedo, blancas van! ¡Dios perdone a todas!»19.
Finalmente, al volver toda turbada, y diciendo «con voz entre ronca y
baja»: «¡Despierto señor, señora; y señora, despierto señor, y levanta y
viene!»20. Otras tantas muestras, bastante libres, de la lengua de los escla-
vos africanos, ya aprovechada para fines cómicos por el teatro del siglo
xvi desde Lope de Rueda.
Capítulo aparte habría de requerir la fascinación que debieron de
ejercer, sobre el autor del Quijote, los experimentos lingüísticos que,
por su finalidad jocosa, rayan a veces en lo absurdo: remodelación, en
El rufián viudo, del habla de los jaques y coimas; vocablos trastrocados de
Monipodio y de sus compañeros, que provocan la risa de los dos amigos;
bernardinas de Tácito y Andronio, los dos capigorrones de El Laberinto
de amor; malabarismos de los galeotes que contestan con malicia a las
preguntas que les hace don Quijote. Otro caso significativo es el que
protagoniza el bufón Madrigal, en La gran sultana. Condenado a muerte
por adulterio, pretende entender el habla de las aves y hasta se ofrece,
para salvar su vida, a hacer hablar en diez años a un elefante.
Con todo, Cervantes no hace un uso indiscreto de estas situa-
ciones-límites en las que la intercomunicación resulta alterada o frus-
trada, sino que lo compagina con un constante reconocimiento de las
excelencias del castellano. Recuérdese lo que declara en tono de chanza
en la dedicatoria al conde de Lemos que encabeza la segunda parte del
Quijote. Al señalar la prisa que le han dado para que la publique, nos dice
que uno de los que más desean leerla
18
Cervantes, Obras completas, p. 608b.
19
Cervantes, Obras completas, p. 609a.
20
Cervantes, Obras completas, p. 610a.
21
Cervantes, Obras completas, p. 326a.
RETORNOS a Cervantes 81
22
Girón Alconchel, 1990, p. 24.
23
Pascual, 2004, p. 1132.
24
Blecua, 2004, p. 1117.
82 JEAN CANAVAGGIO
mucho menos su manera de expresarse, sino que son uno de los muchos
rasgos de un habla cuya característica esencial es la naturalidad. Su em-
pleo de los refranes, exceso aparte, constituye un recurso caracterizador
importante del lenguaje de quien ha de defenderse dejando en suspenso
la información. Además, refranes, comparaciones, expresiones figuradas,
modismos, exclamaciones, votos, juramentos, fórmulas imprecatorias,
con sus variantes eufemísticas, evidencian aquella dignificación de lo
popular que emprendió el siglo xvi, concurriendo a definir una manera
de hablar ante el cual don Quijote no reacciona de manera negativa.
Como se ha hecho observar, cuando el escudero maltrata vocablos, su
amo no se limita a reprenderlo, sino que lo educa, explicándole pacien-
temente las voces que ignora. De ahí una flexibilidad que el propio
Sancho contribuye a acrecentar, a medida de que va adquiriendo la
conciencia de su propia habla.
Al final del prólogo a la primera parte del Quijote, el alter ego elegido
por el autor como confidente de sus dudas y temores, le saca de apuros
dándole los siguientes consejos. Procurad, le dice,
25
Cervantes, Obras completas, p. 150a.
El TEATRO
NUMANCE DE JEAN-LOUIS BARRAULT:
EL PARÍS DE 1937 ANTE UN CERVANTES INSÓLITO
1
Barrault, 1972, pp. 119-121; Barrault, 1996, pp. 77-86. Ver también los testimo-
nios reunidos en Cahiers Renaud-Barrault, 1954, pp. 59-68 y 1965, pp. 38-45, así como
Mignon, 1999, pp. 58-69 y Bonal, 2001, pp. 130-134. Barrault, dos años antes, había
hecho para la escena un montaje de Tandis que j’agonise. Pero, como el mismo explica
(Barrault, 1996, p. 78), «la transposition du roman en mimodrame m’avait fait sauter
par-dessus le problème de la mise en scène. Cela avait été une sorte de travail d’auteur,
un travail d’un genre spécial».
2
Marrast, 1957; Torres Monreal, 1994.
86 JEAN CANAVAGGIO
3
Bonal, 2001, p. 123.
4
Ver Bertrand, 1914.
5
Torres Monreal, 1994, pp. 610-611 y 625-630.
6
Masson, 1954, p. 59.
RETORNOS a Cervantes 87
mediados del siglo xix7. Pero esta versión, que leyó «con voracidad»8, no
fue más que un punto de partida para su labor, según se infiere de cómo
se planteó el problema de la adaptación:
7
Barrault, 1972, p. 113; Barrault, 1996, p. 75; Mignon, 1999, p. 59. Se conocían
dos traducciones francesas, la de J. d’Esménard, de difícil consulta (Cervantès, Numance,
1823) y otra, más asequible, la de Alphonse Royer, que incluía, además de Numancia,
El rufián dichoso, Pedro de Urdemalas, El gallardo español y los Ochos entremeses (Cervantes,
Théâtre). «Puisque tu aimes Cervantès, tu devrais relire Numance», dijo Masson a Barrault
(Barrault, 1972, p. 113). En realidad, esta obra fue un descubrimiento para él. Pensó
primero montar El rufián dichoso, lo cual parece confirmar que tuvo entre manos la tra-
ducción de Royer, así como el hecho de que, en este volumen, El retablo de las maravillas
aparece con el título de Le tableau des merveilles, el mismo que Jacques Prévert dio a su
adaptación del entremés. Por su parte, Georges Pillement cuenta que había traducido
esta última obra con Jean Cassou para Charles Dullin, y que Barrault, mientras colabora-
ba con Dullin en la compañía del Théâtre de l’Atelier, comunicó esta versión a Jean-Paul
Sartre, dándole así la primera idea de Le Diable et le bon Dieu. Se publicaría más tarde, en
1947, la traducción de Cassou y Pillement (ver Pillement, 1954, p. 63).
8
Barrault, 1996, p. 75.
9
Barrault, 1996, p. 78.
10
Barrault, 1996, p. 79.
88 JEAN CANAVAGGIO
11
Barrault, 1996, pp. 84-86.
12
Masson, 1954, p. 61.
13
Barrault fue alumno de Decroux entre 1930 y 1933.Ver Barrault, 1996, pp. 71-73,
así como Bonal, 2001, pp. 85-86.
14
Además de las citadas páginas de Réflexions sur le théâtre, ver Torres Monreal, 1994,
pp. 617-619.
15
Masson, 1965, p. 62.
RETORNOS a Cervantes 89
16
Una recopilación de los artículos de prensa a que dio lugar el espectáculo ha sido
realizada en una memoria inédita (ver Zilber, 1962, pp. 37-45). Agradezco a Robert
Marrast haberme permitido consultar este trabajo.
17
«Il faudrait connaître le texte original pour en approcher la poésie. L’adaptation
demeure froide, la traduction recourt au style soutenu et l’événement lui-même, qui
est celui d’un siège, engendre la monotonie. M. Jean-Louis Barrault a sans doute aperçu
cette froideur et, pour tout dire, cette indigence du texte traduit. Il s’y trouve constam-
ment des beautés, mais elle ne sont pas liées et s’échappent» (Bauer, 1954, pp. 65-68).
18
Bauer, 1954, p. 67.
90 JEAN CANAVAGGIO
double, por Antonin Artaud, del que Barrault fue siempre gran admira-
dor y con el cual había colaborado dos años antes, aunque brevemente,
en el montaje de Les Cenci19. El propio Artaud, por su parte, manifestó
en varias ocasiones tener en mucho a Barrault, con motivo del estreno
de Autour d’une mère, dos años anterior a Numance, así como de las farsas
montadas por el grupo Octobre20.
Algunas observaciones de Léon Treich, Pierre Audiat y Émile Mas,
tres de los periodistas que dieron cuenta del estreno, podían haber-
los encaminado en esa dirección, al hablar el primero de una «trage-
dia irrepresentable, montada por ser irrepresentable», el segundo de la
«espléndida crueldad del genio español», y el tercero de una «palabra
aniquilada por el espectáculo»21. Pero tenían que haber dado un paso
más. Sin desestimar ciertos precedentes aducidos por la prensa, tanto
históricos, como el sitio de Zaragoza en la guerra de Independencia,
cuanto literarios, como Los persas de Esquilo, el gran ejemplo meditado
por Barrault fue el de Artaud quien, en su teoría y en su práctica, había
propugnado la idea de «un teatro inquietante que recuperase sus formas
primigenias»22. Un teatro, para decirlo con palabras de Torres Monreal,
en el que «todos los lenguajes se aunasen restando espacio a la tiranía
impuesta por la palabra en la escena occidental; en el que el actor vivie-
se y crease todas y cada una de sus reacciones desde lo profundo de su
ser íntimo»; en que se llegase a plasmar en la escena, convertida en «un
impresionante cuadro plástico sonoro en movimiento», «la crueldad y la
peste artaudianas, dobles del teatro por lo que tienen de contagio y de
revulsivo, para exponer al hombre en toda la desnudez de sus pulsiones,
las más nobles y las más repulsivas»23.
No se trata de aminorar, en la decisión que tomó Barrault, el impac-
to de la guerra de España y, más especialmente, de la resistencia que, des-
de varios meses, Madrid oponía al ejército rebelde con la ayuda de las
19
Ver el testimonio del propio director en Barrault, 1996, pp. 61-75, así como Torres
Monreal, 1994, pp. 617-622. Barrault consideraba Le théâtre et son double como «ce qui a
été écrit de plus important sur le théâtre au xxe siècle» (Barrault, 1996, p. 63).
20
Torres Monreal, 1994, pp. 610-611.
21
Zilber, 1962. Artaud, por su parte, no llegó a defender una postura tan radical: «il
ne s’agit pas de supprimer la parole au théâtre, mais de lui faire changer sa destination
et, surtout, de lui réduire sa place, de la considérer comme autre chose qu’un moyen de
conduire des caractères humains» (Artaud, 1964, p. 87).
22
Artaud, 1964, pp. 82-87.
23
Torres Monreal, 1994, p. 609.
RETORNOS a Cervantes 91
24
En este mismo contexto, en diciembre del mismo año, Rafael Alberti haría repre-
sentar, en pleno sitio de Madrid, su versión actualizada de Numancia.
25
Barrault, 1972, p. 113.
26
En el citado núm. 51 de los Cahiers Renaud-Barrault, se reproducen (pp. 40 y 41)
dos cartas de felicitación, enviadas respectivamente por José Onrubia, en nombre del
Frente de la Juventud Española (23 de abril de 1937) y por Tristan Tzara, en nombre del
Comité pour la défense de la Culture espagnole (29 de abril de 1937).
27
Zilber, 1962. Amigo y colaborador de Barrault en otras circunstancias, Itkine
murió en Lyon durante la Segunda Guerra Mundial, torturado por los alemanes.
28
Zilber, 1962.
29
Opinión compartida por Pitollet, quien se hace eco de un comentario desprecia-
tivo del antiguo corresponsal en París del ABC, Daranas, publicado en el ABC de Sevilla
del 23 de abril de 1937 (Pitollet, 1937).
92 JEAN CANAVAGGIO
30
Barrault, 1972, p. 113. Artaud, en aquel momento, había abandonado París para
irse a México.
31
Barrault, 1972, p. 120; también Mignon, 1999, p. 69.
32
«À la sortie —escribe A. Masson— ils me firent part du grand intérêt qu’ils
avaient pris à la soirée. Bien entendu, chacun d’eux, se plaçant sous l’angle de l’action
ou du rêve, y répondait différemment» (Masson, 1954, p. 62).
33
Sobre el dinero que le prestó Desnos para que le entregaran a tiempo los trajes,
ver Barrault, 1996, pp. 83-84. El mismo Desnos escribió el texto de presentación de
Numance.
RETORNOS a Cervantes 93
Querido Barrault,
No me fue posible, la noche del pasado jueves (ya que no quería moles-
tarle después del inmenso esfuerzo que Ud había realizado), decirle en más
de dos palabras lo admirable que me pareció su espectáculo.
Lo que más me impresionó (dejando aparte la belleza de los grupos en
movimiento, la eficacia del ritmo en el desarrollo del conjunto, el cual nos
engrana como si estuviéramos escuchando a Bach), es la desconcertante
facilidad con la cual lo sobrenatural ha tomado pie en el escenario —hasta
parecer «natural»— mientras que, habitualmente, lo maravilloso teatral no
es más que malabarismos y milagros de escayola.
Es un auténtico prodigio —espero que ya se lo habrán dicho— el que
Ud pudiera, por ejemplo, dar vida a un río hasta tal punto que parezca
demasiado sencillo oírle hablar. Menciono esto, cuando podría citar tantas
cosas más: por ejemplo, la fantástica escena de nigromancia, o el impulso
conmovedor de los dos amigos que lloran y ríen, para elegir dos extremos
34
Barrault, 1972, p. 121; Barrault, 1996, p. 86, así como Mignon, 1999, p. 68 y Bonal,
2001, pp. 134-135.
35
Leiris, 1992, pp. 310-311.
94 JEAN CANAVAGGIO
36
Leiris, 1965, pp. 42-43.
37
Ver Torres Monreal, 1992, pp. 613-622.
38
Ver Pillement, 1954, p. 64.
EL PRÓLOGO A LAS OCHO COMEDIAS
DE CERVANTES DESDE EL MIRADOR
DE LA PRÁCTICA AUTORIAL LOPESCA
1
Con motivo de la adaptación escénica de Los baños de Argel realizada por él en
Madrid en 1979.Ver Monleón, 1981, p. 61.
2
Para una presentación sintética de las Partes de comedias de Lope, ver Grupo
ProLope, 2004.
96 JEAN CANAVAGGIO
La impresión es mala, y sin duda fue poco costosa: los tipos, rotos y usa-
dos; el papel, detestable, y poco grato el aspecto de las páginas. Los distintos
ejemplares que hemos tenido ocasión de examinar en las bibliotecas de
Europa y América, adolecen de los mismos defectos, aunque se observan
algunas variantes entre ellos, como si el impresor hubiese querido enmen-
dar ciertos yerros a medida que los pliegos iban tirándose […] El ajuste es
también deplorable a veces, y las letras resultan demasiado separadas unas
de otras3.
3
Cervantes, Comedias y entremeses, p. [63].
4
Cervantes, Comedias y entremeses, p. [63].
5
Agradezco a Germán Vega García-Luengos haberme llamado la atención sobre
este punto.
RETORNOS a Cervantes 97
6
A vista de lo que declara en la Adjunta al Parnaso (en Cervantes, Obras completas,
1999, p. 1218b), pudiera ser que Cervantes pensara inicialmente publicar seis comedias
con seis entremeses, conservando así un modelo que prevaleció en el siglo xvi, antes de
duplicarse para llegar a doce (ver Campana, Giuliani y Pontón, 1997, p. 15, n. 2).
7
Nuestras referencias a los textos de Cervantes remiten a sus Obras Completas, ed. de
1999. Al final de cada cita, damos entre paréntesis la indicación de página.
98 JEAN CANAVAGGIO
primera parte del Quijote (148a), o del diálogo que el narrador mantiene
con aquel Pancracio de Roncesvalles que le sale al paso en la Adjunta
al Parnaso (1217a). Con todo, en esta conversación algo se trasluce de
los corrillos en los que Cervantes hubo de tomar parte al final de su
vida, en la calle de las Huertas, a pocos pasos del famoso mentidero de
comediantes. Interrogándose los presentes sobre «quién fue el primero
que en España las sacó de mantillas y las puso en toldo y vistió de gala
y apariencia», Cervantes, «como el más viejo que allí estaba», declara
que fue el «gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y
en el entendimiento» (877b). Lope de Vega lo menciona también en el
Arte nuevo, si bien en términos que denotan una estimación más bien
limitada8. Cervantes, además de decirnos que lo vio representar en su
mocedad, valora su contribución concediéndole un papel que no care-
ce de fundamento: en efecto, el batihoja fue quien sacó la farándula al
aire libre, aprovechando el espacio improvisado que le proporcionaban
ventas y mesones, con el incipiente apoyo económico de las cofradías y
la colaboración de actores de oficio.
La siguiente etapa, en esta libre rememoración del «arte viejo de ha-
cer comedias», aparece protagonizada por un tal Navarro, profesional de
las tablas que simboliza las innovaciones escenográficas realizadas en el
último tercio del siglo xvi. Etapa de transición, más bien, que prepara el
advenimiento de quien se atreve ahora a «salir […] de los límites de su
llaneza» (877b): aquel Cervantes que, al volver en 1580 de los baños ar-
gelinos, hace representar, en los corrales madrileños, «hasta veinte come-
dias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda
de pepinos ni de otra cosa arrojadiza» (878a). Más plausibles, por cierto,
resultan, en la Adjunta al Parnaso, los diez títulos enumerados en contes-
tación a una pregunta de Pancracio de Roncesvalles (1218b); y aún más
llamativo el que sólo se mencionen en nuestro prólogo tres de estas diez
piezas, de las cuales dos han llegado hasta nosotros en copias manuscri-
tas del siglo xviii: El trato de Argel y la Numancia. Pasemos por alto las
innovaciones que Cervantes reivindica a renglón seguido, como haber
reducido «las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían», represen-
tando en las tablas «las imaginaciones y los pensamientos escondidos del
alma, sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de
los oyentes» (878a). Colocadas en su debida perspectiva, no se le pueden
8
Ver los vv. 64 y ss. del Arte nuevo, así como el comentario que les dedica Juana de
José Prades en su edición (Lope de Vega, El Arte nuevo de hacer comedias, pp. 70-77).
RETORNOS a Cervantes 99
9
Sobre la reducción de las comedias de cinco a tres jornadas, reivindicada a la vez
por Cueva, Virués y Cervantes, ver Canavaggio, 1977, pp. 244-246. Sobre las «figuras
morales», ver Riley, 1972.
100 JEAN CANAVAGGIO
10
Punto recalcado ya por Johnson,1981, así como por Canavaggio, 1995 y 2000d,
pp. 87-100.
RETORNOS a Cervantes 101
Puede ser que esto ocurriera en años más tardíos. Pero más importante
que la fecha exacta de este episodio resulta ser la nueva resolución del
escritor: vende sus comedias a un librero que se había hecho eco del
desprecio de los comediantes. Este librero, el ya mencionado Juan de
Villarroel, las puso en la estampa para darlas a luz en septiembre de
1615: «El me las pagó razonablemente; yo cogí mi dinero con suavidad,
sin tener cuenta con dimes ni diretes de representantes» (878a). Así se
descubre la solución imaginada por Cervantes: buscar directamente a un
público potencial de adictos —aquellos «discretos lectores» del Quijote
y de las Novelas ejemplares—, con el fin de darles a conocer sus comedias
fuera de los corrales y, mediante un anhelado éxito editorial, hacer que
los comediantes abandonaran sus prejuicios.
Observaciones parecidas suscita cualquier aproximación a la posible
diferencia entre el «texto-evento» (manuscrito representado) y el «tex-
to-monumento» (impreso), por tratarse de comedias «nunca representa-
das», como reza el título del volumen publicado por Juan de Villarroel.
Cervantes, eso sí, comparte la preocupación naciente, entre sus coetá-
neos, por la autoría de sus obras. Pero no pretende reivindicar, como
Lope, comedias escritas por él y atribuidas a otra pluma en el momento
de su estreno, sino que aspira a ver su vocación dramática reconocida.
Pero ¿por quiénes? No tanto por los profesionales de la escena, que le
han arrojado a la cara reiteradas negativas, sino por un público de lec-
tores: ese público, que acaba de consagrar el éxito del Quijote y de las
Novelas, no recuerda, en cambio, las veinte o treinta comedias que se
representaron «sin silbos ni pepinos» en otros tiempos, los de la llamada
primera época de su teatro. Por consiguiente, no son aquí de recibo los
planteamientos propios de la historia literaria, en tanto que repiten para
el libro aquellos que formulan la filología y la crítica textual para el
texto. El verdadero autor del volumen no puede ser otro que el propio
Cervantes; y en cuanto al origen material de las comedias aquí recopi-
ladas, no se trata, por supuesto, del repertorio de una compañía, sino de
unas obras examinadas por unos farsantes que no las quisieron comprar,
arrinconadas después en un cofre por el que las compuso y converti-
das por Villarroel en «mercadería vendible», para decirlo con las mismas
palabras del cura amigo de don Quijote (306b). Así pues, Cervantes
pretendió trastocar los procedimientos habituales de difusión, pero sin
que llegara a ganar tan arriesgada apuesta.
102 JEAN CANAVAGGIO
11
Cotarelo Valledor, 1947-1948. Examinamos esta hipótesis en Canavaggio, 1977, p.
17.
RETORNOS a Cervantes 103
Sus cuatro primeras comedias —El gallardo español, La casa de los celos, Los
baños de Argel, El rufián dichoso— nos elevan al plano heroico, apoyándose
en la imaginación poética en las dos primeras y en el espíritu religioso en
las dos últimas, siempre dentro de una gran alegría —la alegría del valor,
del amor y de la Resurrección. En las cuatro últimas —La gran sultana, El
laberinto [de amor], La entretenida, Pedro de Urdemalas— nos mantiene en la
sociedad y en el mundo, sosteniéndose en ese nivel por medio de la fan-
tasía y del ingenio, dándoles a todas un gran aire cómico y burlesco. Las
dos comedias centrales de este segundo grupo parecen relacionarse en el
desenlace: matrimonios, no matrimonios; y estar encuadradas por la figura
del actor de La gran sultana y de Pedro de Urdemalas13.
12
Como ha observado Florence d’Artois, dos de las partes que fueron preparadas
por Lope, la xvi y la xx, presentan una concentración inhabitual y seguramente nada
fortuita de doce de las piezas que Lope designó explícitamente como «tragedias» y
«tragicomedias», creando una homogeneidad estilística en torno a un conjunto de obras
serias con una inventio y elocutio elevadas.
13
Casalduero, 1966, p. 22.
104 JEAN CANAVAGGIO
14
El volumen consta de 257 hojas, o sea, un número inferior al de cualquiera de las
primeras partes de Lope, las cuales cuentan entre 300 y 379 hojas, según me comunica
amablemente Germán Vega García-Luengos.
15
No se debe descartar, ni mucho menos, la hipótesis emitida en este coloquio por
Marc Vitse, según la cual la ordenación de los ocho entremeses nos llevaría del modelo
sencillo del desfile de figuras (El juez de los divorcios y El rufián viudo) a la construcción
mucho más compleja de El retablo de las maravillas, La cueva de Salamanca y El viejo celoso.
Ahora bien, no se puede partir de los mismos criterios para interpretar el orden en que
se distribuyen las ocho comedias, desde El gallardo español y Los baños de Argel hasta La
entretenida y Pedro de Urdemalas.
RETORNOS a Cervantes 105
Resolución que, a fin de cuentas, echaba las bases de otra relación entre
la obra teatral y sus destinatarios, convirtiendo las Ocho comedias en otras
tantas muestras de un «teatro en un sillón»16.
¿Dónde se juega, pues, la unidad del volumen de 1615? ¿En la
unidad material del libro o en el hipertexto conformado por la serie de
textos copresentes en él? ¿Debe postularse una unidad intrínseca, lo cual
supondría otra intentio auctoris que la que expresa el prólogo, y, en este
caso, poco perceptible por el lector actual? Al quedar sin respuestas las
acertadas preguntas planteadas por los organizadores de este coloquio, se
confirma que no hay manera aquí de delimitar los contextos en los que
la coherencia de la recopilación podría ser una hipótesis pertinente. Por
lo tanto, no podemos determinar ni analizar los mecanismos que pudie-
ron construir esta coherencia. En cuanto al carácter específico de esta
recopilación, sería de interés compararla con otra colección cervantina,
la edición de las Novelas ejemplares publicada dos años antes por Juan de
la Cuesta. A lo largo del siglo xx se han multiplicado los intentos de
clasificación, tanto temática como estilística, de los textos que la com-
ponen: las sucesivas propuestas de Joaquín Casalduero, Ruth El Saffar,
Edward C. Riley, Luis Andrés Murillo, Georges Güntert17 revelan una
constante preocupación por parte de la crítica, que contrasta con la par-
quedad de las hipótesis emitidas acerca de las Ocho comedias. Ahora bien,
examinar en sus peculiaridades la construcción respectiva de estas dos
colecciones supone un estudio comparativo que, evidentemente, queda
fuera del ámbito de esta comunicación.
16
Para retomar la idea del «spectacle dans un fauteuil» que iba a defender, dos siglos
más tarde, Alfred de Musset, cuyas piezas fueron rechazadas por los directores de teatro
hasta 1847.
17
Para una caracterización de estos sucesivos intentos, ver Cervantes, Novelas ejem-
plares, pp. lxix-lxxix.
LA TEATRALIZACIÓN DEL JUDÍO EN
LOS BAÑOS DE ARGEL
No veo, pues, base sino para afirmar que por unas y otras razones —anti-
judaísmo de español, opinión formada en Argel, donde el judío era un po-
bre ser, blanco de la saña de moros y cristianos, concesión a la opinión co-
rriente— Cervantes aparece como lo que hoy llamaríamos un antisemita1.
1
Castro, 1972, p. 291. Hay reedición moderna de esta obra (Bauer y Landauer,
1927). El que haya sido atribuida a otros autores, como el Dr. Sosa, compañero de cau-
tiverio de Cervantes, no merma, ni mucho menos, el valor de este testimonio.
110 JEAN CANAVAGGIO
cer por primera vez, en el puerto, ante el rey de Argel, tras desembarcar
de la galera de Morato Arráez (vv. 722-761); sus deslices, confesados al
padre de Juanico y Francisquito (vv. 1157-1216); sus improperios con-
tra los morillos, cuando éstos se burlan de él, recordándole con sorna la
muerte recién ocurrida del que hubiera podido ser su libertador, don
Juan de Austria, el hermanastro de Felipe II (vv. 1217-1257). Así pues,
Tristán se aplica a encarnar en el escenario un concepto acomodaticio
del cautiverio, que es precisamente el que denuncia y condena su ve-
nerable compañero. Por consiguiente, la doble humillación que padece
nuestro sacristán, tanto por parte de los morillos como de este cautivo
ejemplar, condiciona, por decirlo así, el posible desquite que le propor-
ciona el judío con su repentina aparición. La violencia que el sacristán
ejerce contra él hace juego con la cobardía que manifestó hasta enton-
ces; pero, luego, la intervención del anciano a favor de su víctima limita
el alcance de la burla y hace que, en la segunda secuencia, la persecución
que padece el judío cobre nuevo cariz: ya no pretende Tristán cargarlo
con el barril que tenía que llevar a casa de su amo, sino comerse la cazue-
la mojí preparada por él, evidenciando así su proverbial glotonería. Por
fin, el rapto de un niño de pecho, aunque frustrado por la justicia del
rey de Argel, es el recurso que facilita el rescate del sacristán, permitién-
dole reunirse con los enamorados, a la hora de la evasión. Así es como
el «dulce fin» del cuento de amor acaba por coincidir con el desenlace
feliz de la comedia.
¿Cómo referir, entonces, esta estilización de la pareja formada por
judío y sacristán al propio sentir de Cervantes? ¿Cómo conectarla con
un concepto previo del judío que vendría a determinarla, dentro de una
genuina visión del mundo? En este particular estriba, sin duda alguna, la
mayor dificultad. El Castro de 1925, como ya vimos, llamaba antisemita
al autor del Quijote. Cuarenta años después, no duda en retractarse, a raíz
de su deseo de promover, no sólo una nueva lectura de los episodios,
sino una nueva hipótesis biográfica, la del origen converso de Cervantes.
Así y todo, donde permanece Castro fiel a su método interpretativo, es
en su voluntad de deducir de los textos la intención del autor: en pri-
mer lugar, al afirmar que Cervantes no fue antisemita, tras haber dicho
lo contrario en otra época; pero, más aún, al deducir sus móviles del
contraste de actitudes que vienen a encarnar, en estas secuencias,Tristán
y su víctima. Cervantes, afirma Castro, pone al desvelo la intimidad de
sus personajes, haciendo «resaltar en modo bien claro el tesón en man-
112 JEAN CANAVAGGIO
tener cada uno su propia fe»3. Por lo tanto, aun cuando resulte imposible
apreciar hasta qué punto juzgaba merecidas las diatribas contra los
hebreos, no deja de ser muy claro, según don Américo, que el autor del
Quijote personificó en el sacristán «modos de sentir ingratos» para él4. A
la inversa, no quiso despojar de sus derechos al judío de Los baños, sino
que cuidó de mostrar su capacidad de resistencia. Y Castro concluye
con esta frase característica de su modo de acercarse al tema: «Cervantes
practica en su obra el cristianismo; […] quién sabe si en el interior de
su alma no pensaría que sería muy justo y muy cristiano dejar a cada
uno su fe»5.
Es precisamente este salto el que no podemos dar. No es que la
pregunta que plantea aquí Castro no pueda recibir, en sí, una respuesta
afirmativa, sino que es imposible inferirla de dichos episodios y, más
concretamente, de las burlas del sacristán. En otras palabras, la supuesta
tolerancia de Cervantes, su presunta preferencia por una pacífica con-
vivencia de las distintas razas en la España de su tiempo no puede, en
nuestra opinión, convertirse en clave interpretativa de estas secuencias:Y
esto por varias razones. En primer lugar, nada nos permite calar, como
pretende hacerlo Castro, en la intimidad del escritor. Además, estas pe-
ripecias no trascurren en España, sino en Argel, y esto a pesar de que
la comedia se destinara a los corrales madrileños. Por lo tanto, y aun
cuando apunten a varios niveles de lectura, las burlas que padece el
judío no hacen sino estilizar, en un registro deliberadamente cómico, la
condición habitual de los hebreos en la ciudad, tal como la describe, en
un texto a menudo citado, el P. Diego de Haedo, presunto autor de la
Topographia e historia general de Argel:
Son tan abejados de todos los turcos, moros y christianos, que es cosa
increyble, porque […], si acaso un christiano encuentra a un judío por la
calle, le dará mil pescozones, y si el judío va a dar al christiano, y le ve algún
moro o turco, luego favorece al christiano, aunque sea un vil esclavo, y le
dan vozes que mate al perro judío6.
3
Castro, 1966, p. 89.
4
Castro, 1966, p. 86.
5
Castro, 1966, p. 91.
6
Haedo, Topographia e historia general de Argel, 1612, fol. 23r.
RETORNOS a Cervantes 113
7
Hegyi, 1992, p. 151.
8
Braudel, 1966, vol. II, pp. 145-150.
114 JEAN CANAVAGGIO
auténtico papel que desempeña aquí: testigo compasivo del dolor del
judío, éste es, aún más, remodelación individualizada de una manera
de coro. Como tal no pretende, como los demás cautivos, mantener
con tesón su propia fe, sino que saca, en el momento más adecuado, la
debida lección del episodio. Por otra parte, tampoco podemos seguir a
Castro, cuando afirma que, en la tercera y última secuencia, los insultos
del Cadí en contra de la «canalla bárbara española» se dirigen al sacristán.
En efecto, no es Tristán el que comparece primero, sino aquellos cau-
tivos que trataron en vano de evadirse, mereciéndose entonces este ca-
lificativo insultante del rey, recogido luego por su acólito: otra prueba
de cómo la visión que don Américo intenta defender procede a veces,
sino de una franca manipulación, al menos de un uso selectivo de los
textos aducidos.
Otro punto álgido es el de la comicidad de estos episodios. Aquellos
mismos que admiten que las burlas de Tristán tienden a provocar la hi-
laridad del espectador, expresan, al mismo tiempo, cierto malestar ante la
risa así desencadenada. A mediados del siglo pasado, Joaquín Casalduero,
como para eximir a Cervantes de cualquier sospecha de antisemitismo,
destacaba la gracia de estas secuencias; sin embargo, añadía, Tristán nos
hace reír «un poco burdamente»9. Pocos años después, Robert Marrast
manifestará un parecer del todo displicente: «Il fallait que les esprits
fussent singulièrement imprégnés d’intolérance pour trouver là matière
à plaisanterie»10. Este criterio adverso equivale, a fin de cuentas, a una ra-
dicalización anacrónica de la tesis del primer Castro, la del antijudaísmo
de Cervantes. Por esta misma razón, la comicidad así denunciada nos
parece requerir un nuevo examen, más afín al sentir de un momento
histórico distinto del nuestro, más atento también a los recursos de que
se vale Cervantes para suscitar la risa.
En la primera secuencia, el judío queda identificado acto seguido
por el aspecto que ofrece. A la pregunta del anciano: «¿No es aquéste
judío?», contesta así Tristán:
Su copete lo muestra,
sus infames chinelas,
su rostro de mesquino y de pobrete.
Trae el turco en la corona
una guedeja sola
9
Casalduero, 1966, p. 90.
10
Marrast, 1957, p. 69.
RETORNOS a Cervantes 115
de peinados cabellos,
y el judío los trae sobre la frente;
el francés, tras la oreja;
y el español, acémila,
que es rendajo de todos,
le trae, ¡válame Dios!, en todo el cuerpo.
(vv. 1259-1269)
Esta petición suscita una irónica respuesta del burlador, con un mar-
cado ritmo de estribillo:
No quiero, judío honrado;
no quiero, honrado judío.
(vv. 1675-1676)
En una segunda fase, el tesón con el cual el burlado, por ser sábado,
se niega a determinar el valor del robo que necesita rescatar, origina un
divertido diálogo del sacristán con la misma cazuela, en el que, como
era de esperar, preguntas y respuestas corren a cargo del mismo locutor:
Di, cazuela, ¿cuánto vales?
«Paréceme a mí que valgo
cinco reales, y no más».
Mentís, ¡a fe de hidalgo!
(vv. 1701-1704)
116 JEAN CANAVAGGIO
11
Nieva, en Monleón, 1980, p. 66.
RETORNOS a Cervantes 117
dores parece haber sido siempre de franca adhesión, sin que se notara la
menor discrepancia en su seno.
Lo que se puede inferir, entonces, de esta diferencia de enfoque, es
que la actitud del público depende, en última instancia, de cómo se han
de representar estas secuencias. ¿Qué grado de expresividad requieren
las amenazas del sacristán y la defensa que le opone su víctima? ¿Con
qué gestualidad conviene acompañar y resaltar el diálogo? Según la óp-
tica adoptada —o bien poner énfasis en su enfrentamiento, o bien, a la
inversa, desrealizarlo en beneficio de una interpretación lúdica de las
burlas y del comentario que se merecen, por parte del anciano cauti-
vo— el efecto producido puede ser de muy distinto tenor. No es que
las burlas del sacristán hayan de resolverse en un puro juego, sino que,
en vez de dar pie a interpretaciones subjetivas o arbitrarias, permiten
valorar, a través de las diversas actitudes plasmadas en las tablas, un frag-
mentarismo que pone en tela de juicio un tópico triunfalista: el de la
unanimidad cristiana y de una solidaridad supuestamente compartida
por todos, ante la común desdicha. Al contrario, en el Argel que conoció
Cervantes, la difícil convivencia de las tres razas, con sus tensiones y sus
inevitables composturas, se nos aparece como el mejor antídoto a una
visión idealizada del cautiverio, vertebrada por un maniqueo contraste
entre buenos y malos.
Es entonces cuando conviene acrisolar debidamente el papel que, en
estos episodios, desempeña el burlador frente a su víctima. En la línea
de unas acertadas observaciones de Nicholas Kanellos, hemos recalcado
ya el fundamental antiheroísmo de Tristán12. Cabe ampliar ahora estas
observaciones, colocándolas, además, en su debida perspectiva. Ocurre,
en efecto, que tanto las burlas como las gracias del sacristán correspon-
den aquí a una modalidad específica de la figura del donaire, tal como la
concibió Cervantes: una figura no sólo irreductible al bobo renacentista,
encasillado en secuencias desglosables y comportamientos predefinidos,
sino del todo distinta del gracioso lopesco, confidente y consejero de
un galán con el cual el bufón cervantino no se resolvió nunca a unir su
destino. Su humilde condición social, su proverbial cobardía, su afición
a la gula y a la labia, su fascinación ante el verbo y sus potencialidades
festivas hacen que, a lo largo de la acción, se le compare con el loco de
corte, sin que los que le califican de esta forma consigan aclarar si su
locura resulta natural o simulada. «O este pobre pierde el tino / o él es
12
Kanellos, 1975.
118 JEAN CANAVAGGIO
13
Zimic, 1992, pp. 140-143.
14
Canavaggio, 1985-1986, pp. 538-547.
15
Joly, 1982. Prueba de ello es el diálogo liminar de Solórzano y Quiñones, en la
secuencia expositiva de El vizcaíno fingido, así como las advertencias de don Quijote a
Sancho, después de su llegada al palacio de los Duques, a consecuencia del incidente
ocurrido entre doña Rodríguez y el escudero (II, p. 31).
RETORNOS a Cervantes 119
fin y al cabo la suerte reservada por Tristán a los judíos resulta más bien
benigna, en comparación con el destino de aquéllos que, al estilo del
niño Francisquito, acaban martirizados por sus verdugos. Pero, más allá
de estas inevitables precauciones, las burlas imaginadas por el sacristán
revisten especial interés si se cotejan con las gracias del loco de corte,
figura institucional ligada a un mundo homogéneo por el ritualismo
de sus ocurrencias. Son, en efecto, las salidas, a veces arriesgadas, de un
bufón in partibus infidelium que pone así en tela de juicio, no tanto el
mundo al que pertenece, sino un mundo del que se evade a su modo,
por la magia del verbo y el poder de la risa. En este sentido, nunca se
confunde con el chocarrero de oficio, sino que, detrás de la máscara del
clérigo de ínfima ralea, llega a encarnar una ejemplaridad ajena a cual-
quier dogmatismo, dentro del fraccionamiento de los destinos que se
entrecruzan en el escenario. Manera, entre muchas, de remozar el mito
bufonesco: no con miras a una de las posturas que don Américo intentó
asignar a Cervantes, sino como muestra cabal de un arte ajeno a la nor-
malidad lopesca. Así es como, en aquel entronque de razas y destinos, el
Argel cervantino, a cuatro siglos de distancia, se nos aparece como el es-
pejo cóncavo en el cual podía haberse contemplado la España del tercer
Felipe; sólo que no se lo permitió, como sabemos, el poderoso gremio
de los paniaguados autores de la Villa y Corte.
CERVANTÈS DRAMATURGE,
VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS
1
Canavaggio, 1977.
122 JEAN CANAVAGGIO
2
Canavaggio 1958.
3
Riley, 1962. La versión española, editada por Taurus, se publicó en 1966.
4
Canavaggio 1958, pp. 49-68.
5
Cotarelo Valledor, 1915; Casalduero 1966. Merecen mencionarse, además, dos tra-
bajos publicados por las mismas fechas: el de Marrast, 1957 y el de Ynduráin, ed. de las
Obras dramáticas de Cervantes (1962).
RETORNOS a Cervantes 123
6
Joly, 1979, p. 419.
7
Canavaggio, 1966.
8
Morales, 1969.
124 JEAN CANAVAGGIO
9
Morby, 1936.
10
Marín, 1958 y 1962; y José Prades, 1963.
126 JEAN CANAVAGGIO
una relación de plena confianza que iba a estrecharse aun más con el co-
rrer de los años. La quinta persona que completaba el equipo era Anne
Ubersfeld, ajena del todo al campo de los estudios hispánicos, pero que
se había dado a conocer por una novedosa aproximación al fenómeno
teatral11. Mi primer contacto con ella, un par de semanas antes del día en
que iba a leer mi tesis en la Sorbona, fue francamente violento, ya que
me reprochó haberme acercado al teatro de Cervantes sin haber forjado
mis herramientas, cuando, en realidad, mi culpa había sido no utilizar las
suyas. Ante estas impugnaciones, proferidas en una conversación telefó-
nica, me defendí con tal vehemencia que, tras haber colgado en seco, la
volví a llamarla para excusarme. El incidente terminó con un encuentro
donde el debate de ideas se benefició del condimento de un almuerzo
de lo más cordial. La intervención de esta señora, el día de la defensa,
fue mucho más serena; entre otros motivos, porque ignoraba todo del
teatro de Cervantes y, al participar por primera vez en su carrera en un
tribunal de tesis, se sentía un tanto cohibida por la presencia, a su lado,
de Bataillon. Ahora bien, algo de lo que me dijo aquel día merecía te-
nerse en cuenta: una formulación excesivamente abstracta de mis ideas,
acrecentada por una terminología a veces inadecuada. No me negué
a admitir este defecto, y me apliqué a corregirlo hasta donde pude,
después de defendida mi tesis, cuando se acercó para mí el momento
de darla a la imprenta. En cuanto al pontifex maximus del hispanismo
francés —habló el último, como quería el reglamento— recuerdo que
me preguntó si había experimentado un auténtico goce al redactar la
segunda parte de mi trabajo, o si no se había tratado, más bien, de una
manera de experiencia ascética. También manifestó especial sensibilidad
hacia los aspectos líricos y musicales de la dramaturgia cervantina, y esto
a pesar de reivindicar, a la hora de concluir un ejercicio académico de
más de cuatro horas, una visión a lo Musset de «un teatro en un sillón».
La segunda etapa fue la de las reseñas que se hicieron de este tra-
bajo, una vez revisado por mí y publicado a los dos años de leído ante
el tribunal. Entre ellas cinco se destacaron por su extensión: la Alberto
Sánchez, en Anales cervantinos, donde había publicado, veinte años antes,
mi primer trabajo12; la de Javier Huerta Calvo, en la Revista de Literatura,
el cual alabó una «obra definitiva», apelativo tan halagador como inexac-
11
Ubesfeld, 1982.
12
Sánchez, 1977.
130 JEAN CANAVAGGIO
13
Huerta Calvo, 1979.
14
Joly, 1979. La presente exposición está en deuda, en más de un aspecto, con esta
nutrida reseña.
15
Márquez Villanueva, 1980.
16
Meregalli, 1980. Cabe añadir a estas reseñas Avalle-Arce, 1979 y Friedman, 1979.
17
Rico, 1980.
RETORNOS a Cervantes 131
piezas analizadas una tras otra. El partido que elegí consistió, como que-
da dicho, en valorar, en un intento de síntesis, la interacción de las más
variadas tradiciones literarias, la configuración de las técnicas empleadas
por Cervantes y la visión del mundo que se desprende de este teatro. En
este sentido, lo que Franco Meregalli calificó como la sistematicidad de
un elefante, animal inteligente, pero machacón18 —mi repetido incidir
sobre las mismas obras, enfocadas desde múltiples perspectivas, en una
metodología de pozos paralelos, al decir de Márquez Villanueva19— este
modo de proceder, pues, hacía inevitables ciertas repeticiones. Desde el
principio, tuve clara conciencia de este peligro, aplicándome a limitar
sus efectos mediante la inclusión de detallados índices. Por cierto, se
puede echar de menos el que el método adoptado haya sacrificado la
unidad de cada obra, en su concreta autonomía de texto, a la unidad
hipotética de la dramaturgia de Cervantes20. Pero la alternativa pro-
puesta por Meregalli me parece plantear dificultades más que resolver
problemas. Según él, una nueva manera de enfrentarse con este teatro
sería considerar la dramaturgia cervantina como un círculo que incluya
cada una de las piezas, primero estudiada en su especificidad global; un
círculo que a su vez esté incluido en un círculo mayor, que es la obra
total de Cervantes, este mismo incluido en otro círculo aún mayor, es
decir la persona de Cervantes, como la conocemos en los textos, pero
también como la conocemos en las circunstancias extratextuales21. Pues
bien: en vista de nuestra ignorancia de las condiciones exactas en que se
concibieron y compusieron dichas obras, y al no poder dilucidar, a falta
de testimonios precisos, el compromiso personal que cada una signifi-
có para su autor, no hubiera tenido más remedio que contemplar este
teatro, una vez más, como un archipiélago de islas dispersas. Mi propó-
sito consistió en aproximarme a la manera cervantina de hacer teatro.
Pretender sacar en claro las reacciones que reflejan, conscientemente o
inconscientemente, en los escritos, aquellas vivencias tejidas de muchos
desengaños y modestas satisfacciones, entendidas como algo existencial
en que se realiza el hombre22, me hubiera arrastrado por otro camino:
18
Meregalli, 1980, p. 436.
19
Márquez Villanueva, 1980, p. 503.
20
Meregalli, 1980, p. 436.
21
Meregalli, 1980, pp. 441-442.
22
Meregalli, 1980, p. 435.
132 JEAN CANAVAGGIO
23
Meregalli, 1980, pp. 435 y 437. Por ello, consideré que no podía proponer un
replanteamiento de un problema evocado por Meregalli y que sigue sin resolver: el de
las supuestas refundiciones de obras perdidas, como La casa de los celos o El laberinto de
amor, consideradas como otros tantos rifacimenti de El bosque amoroso y de La confusa.
Desde otro enfoque, el hispanista italiano me reprochó no haber examinado la relación
entre temática y metro en este teatro (Meregalli, 1980, p. 436). Con todo, no dejé de
acercarme a la métrica del teatro cervantino en las pp. 290-301 de mi libro.
24
Me refiero aquí a la libre adaptación que hizo Francisco Nieva, en 1983, de
Los baños de Argel, al montaje de La gran sultana realizado en Madrid, en 1992-1993,
por Adolfo Marsillach, y a la escenografía de los entremeses cervantinos por José Luis
Gómez, en 1997.
RETORNOS a Cervantes 133
25
Márquez Villanueva, 1980, p. 503.
26
Nieva, en Monléon, 1980, p. 66.
134 JEAN CANAVAGGIO
27
Canavaggio, 2000c.
28
Joan Oleza, 2002. Las apuestas a las que se refiere el autor (pp. 135-136) son las
siguientes: 1) la tesis de que la historia no es, sino que se construye, lo cual exige una
atención cuidadosa a las circunstancias e intereses con que se forja el objeto históri-
co que responde a la etiqueta de «teatro de Cervantes»; 2) la exigencia de restituir la
dramaturgia de Cervantes a un proceso histórico que, si por un lado se articula sobre
la relación dialéctica que esta dramaturgia mantiene con la Comedia nueva, por el otro
remite a la experiencia biográfica del autor y a las circunstancias histórico-literarias de
las que se apropia; 3) la diversificación de este teatro, no sólo en etapas diferentes, sino
en direcciones diferentes, entre los polos contrarios de la ficción y la experiencia; 4) la
aproximación a la obra de Cervantes como teatro, en una contemplación simultánea de
la comedia y su contrapunto, el entremés, y a través del estudio del espacio dramático,
de la acción y sus articulaciones, de los elementos del decorado y de las posibilidades
de la puesta en escena.
29
Cervantes, Ocho comedias.
RETORNOS a Cervantes 135
30
Sevilla y Rey Hazas, 1987, p. lv.
31
Zimic, 1992.
32
Arata, 1992.Ver también Arata 1997, así como Montero Reguera, 1995-1997.
33
Maestro, 2000.
LAS NOVELAS EJEMPLARES
DE LEOCADIA A LEONORA:
DOS MUJERES CERVANTINAS A LA HORA DE LA VERDAD
1
Nos limitamos aquí a recordar la diferencia entre estas dos versiones, sin entrar en
la cuestión del valor que ha de concederse a la de Porras, cuya prioridad y autenticidad
han sido puestas en tela de juicio.Ver Stagg, 1984.
2
Ver la nota bibliográfica de Jorge García López a su edición de Cervantes, Novelas
ejemplares, 2001, pp. 898-901. A esta edición remiten nuestras citas de las dos novelas.
140 JEAN CANAVAGGIO
3
Pelorson, Le Jaloux d’Estrémadure, notice, en Cervantes, Novelas ejemplares, p. 947.
4
En el primer estado de la novela, se nos refiere, en cambio, la rendición de Isabela,
embaucada por la dueña Marialonso y, finalmente, complacida: «No estaba ya tan llorosa
Isabel en los brazos de Loaysa, a lo que creerse puede» (Cervantes, Novelas ejemplares,
p. 708).
RETORNOS a Cervantes 141
ungüento» que trae para hacer dormir a Carrizales con pesado sueño,
el juramento solemne que presta para disipar las inquietudes de «la ban-
da de palomas [que] acudió al reclamo de su guitarra» (347) son otros
tantos hitos en el desarrollo de una empresa capciosa, realizada con la
complicidad de Marialonso. No es éste el caso de Rodolfo. Por cierto,
en el momento en que iba bajando con sus amigos hacia el Tajo, cuidó
de cubrir su rostro para mejor contemplar a Leocadia, antes de volver
atrás, coger a la muchacha en brazos y llevarla hasta su aposento. Pero,
una vez en su casa, comete una auténtica violación, movido por «los
ímpetus no castos de la mocedad» (306), sin que su víctima, desmayada,
esté en condiciones de resistirle. El valor y la gallardía de Leocadia sólo
se descubren en el momento en que recobra el sentido, suplicando a
su raptor que le devuelva su libertad. Entonces es cuando Rodolfo, en
vez de contestarle, vuelve a lanzarse sobre ella: «La respuesta que dio
Rodolfo a las discretas razones de la lastimada Leocadia no fue otra que
abrazarla, dando muestras que quería volver a confirmar en él su gusto
y en ella su deshonra» (308).
Lo mismo que Loaysa, Rodolfo no consigue esta vez acabar con la
resistencia de su víctima. Ahora bien, mientras que el primero, después
de tantas noches pasadas sin dormir para penetrar en la fortaleza, se en-
trega finalmente a un sueño compartido por Leonora, el cansancio del
segundo obedece a razones más hondas y sutiles, nacidas de las mismas
condiciones en que cometió su desmán:
…como la insolencia que con Leocadia había usado no tuvo otro prin-
cipio que de un ímpetu lascivo, del cual nunca nace el verdadero amor,
que permanece, en lugar del ímpetu, que se pasa, queda, si no el arrepenti-
miento, a lo menos una tibia voluntad de segundalle. Frío, pues, y cansado,
Rodolfo, sin hablar palabra alguna, dejó a Leocadia en su cama, y en su casa,
y, cerrando el aposento, se fue a buscar a sus camaradas para aconsejarse con
ellos de lo que hacer debía (308).
5
Ver Zimic, 1996, pp. 212-221.
6
Correspondencias señaladas, entre otros, por Calcraft, 1981, así como por Forcione,
1982, pp. 356 y ss. Éste último pone también de realce las connotaciones religiosas del
nombre de Leocadia, llevado por la santa patrona de Toledo.
144 JEAN CANAVAGGIO
Sólo no sé qué fue la causa que Leonora no puso más ahínco en discul-
parse y dar a entender a su celoso marido cuán limpia y sin ofensa había
quedado en aquel suceso; pero la turbación le ató la lengua, y la priesa que
se dio a morir su marido no dio lugar a su disculpa (369)8.
7
Como apunta el editor (Cervantes, Novelas ejemplares, p. 361, n. 248), en El curioso
impertinente, la rendición de Camila a las solicitaciones de Lotario es referida en térmi-
nos bastante parecidos.
8
En la versión de Porras, el narrador, de modo impersonal, concluye afirmando la
historicidad del caso referido: «El cual caso, aunque parece fingido y fabuloso, fue ver-
dadero» (Cervantes, Novelas ejemplares, p. 713).
RETORNOS a Cervantes 145
9
«…y si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto
fruto que se podría sacar, así de todas juntas, como de cada una de por sí» (Cervantes,
Novelas ejemplares, p. 18).
DEL CELOSO EXTREMEÑO AL VIEJO CELOSO:
APROXIMACIÓN A UNA REESCRITURA
1
Cervantes, Entremeses, p. 25.
2
Cervantes, Entremeses, p. 27.
148 JEAN CANAVAGGIO
3
Urbina, 1990, pp. 733-742.
4
Espinosa, 1947, vol. I, p. 92 y vol. II, pp. 247-248. Este cuento corresponde al núm.
1419c del Motif Index de Anti Aarne y Stith Thompson, 1961. Otras variantes han sido
recogidas por Chevalier, 1999, pp. 49 y 102.
5
Cirot, 1929, pp. 1-74.
6
Cirot, 1929, pp. 3-6.
7
Hay reediciones de 1496, 1520, 1546, 1553 y 1607.Ver Sánchez, 1908, p. 42.
RETORNOS a Cervantes 149
8
En la primera variante recogida por Chevalier, la madre de la mujer se sirve de
una olla, y no de una sábana, para ocultar la salida del amante. En la segunda variante, el
amante es el cura del lugar, y la madre, para burlar al marido que vuelve a casa mojado,
por ser día de lluvia, imagina calentar un camisón en la lumbre para ponérselo en el
momento en que sale el cura.
9
Zimic, 1967, pp. 29-44.
10
«Quanto scaltritamente Bindoccia beffa il suo marito che era fatto geloso»
(Bandello, Novelle, I, p. 5).
11
Zimic, 1967, pp. 29-41. Se recoge la materia de este artículo en el capítulo dedi-
cado por el mismo autor al entremés cervantino, ver Zimic, 1992, pp. 389-399.
150 JEAN CANAVAGGIO
12
Se conocen dos ediciones de Milán, 1602, una de ellas con el título de La Lena.
Otra edición, posterior, salió en Barcelona en 1613. Ver Menéndez Pelayo, 1910, vol.
III, pp. 389-435.
13
Martín López, 1995.
14
Sepúlveda, 2000.
15
El marido de Bindoccia, Angravalle, es un cuarentón y no un setentón como
Cañizares.
16
Urbina, 1990, pp. 734-737.
17
Chevalier, 1982, pp. ix-x.
RETORNOS a Cervantes 151
kon moza kasó, o muere kabrito o bive kabrón»18. La burla que padece
deja así de ser una mera peripecia cómica, carente de justificación pre-
via, para convertirse en consecuencia lógica de esta incompatibilidad,
cuya razón de ser está ya presente en el tercer precedente aducido por
Urbina, el Entremés de un viejo ques casado con una mujer moza, donde el
engañar con la verdad del acto sexual se hace a vista de todos. En el
entremés cervantino, este motivo cobra su plena trascendencia, ya que
la impotencia del vejete genera a la vez los celos que experimenta, el
encerramiento de su joven esposa, las indirectas de la tercera, la entrada
subrepticia del galán, la cólera fingida de la mujer cómplice y, por su-
puesto, el adulterio.
Este mismo dato concurre a conformar la trama del Celoso, cuyo
protagonista, el viejo Cervino, «está tocado de tan rabiosos celos que se
le comen vivo»19. Su esposa, recluida en su casa por su marido (238), ha
jurado a su padre «estar tan virgen como el día en que nasció, porque
Cervino no es hombre, escusándose con que una amiga que ha tenido
de viudo le ha ligado» (338). De ahí el que Cervino, igual que Cañizares,
diga arrepentirse de haber tomado mujer: «¡Maldito sea el punto en que
me vino pensamiento de meterme otra vez en este laberynto!» (243).
Además,Velázquez de Velasco recurre a una amplia gama de expresiones,
imágenes y metáforas que volvemos a encontrar en el entremés: para ca-
racterizar los celos del marido, comparado en ambas obras con «un vigi-
lantísimo Argos» (242); para calificar el acto carnal como un «desenojar»
el hombre a la mujer, siendo quienes usan este verbo, de claras conno-
taciones eróticas, incapaces de cumplir su cometido20; para celebrar los
atractivos del amante, cuya barba ha de lavarse «con mil aguas de olores»
en La Lena, y «con agua de ángeles» en El viejo celoso21 y para exaltar, a la
hora del desenlace, la paz en que quedan marido y mujer, aparentemen-
te reconciliados, después de una riña que fue como «la de San Juan, que
quita el vino y no da pan»22. Coincidencias son éstas que abogan por
un conocimiento directo del Celoso por parte de Cervantes, tanto más
cuanto que ambas obras comparten la misma moraleja, ofreciendo una
y otra, para decirlo con frase de Martínez López, «la píldora subversiva
18
Ver Combet, 1971, pp. 415-416.
19
Velázquez de Velasco, El celoso, p. 242. Comp. Cervantes, Entremeses, p. 204.
20
Velázquez de Velasco, El celoso, p. 285; Cervantes, Entremeses, p. 216.
21
Velázquez de Velasco, El celoso, p. 275; Cervantes, Entremeses, p. 216.
22
Velázquez de Velasco, El celoso, p. 290; Cervantes, Entremeses, pp. 218-219.
152 JEAN CANAVAGGIO
23
Martínez López, 1995, p. 379, n. 131.
24
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), pp. liii-liv y xcv-xcvi.
25
Cervantes, Entremeses, p. 16.
26
Cervantes, Entremeses, p. 25.
RETORNOS a Cervantes 153
Como se echa de ver, al agudo comentario del autor del Itinerario del
entremés no pone en tela de juicio la existencia previa del material folklórico,
reelaborado y literarizado por los novellieri y la comedia erudita. Al con-
trario, nos permite apreciar el alcance exacto de estas mediaciones en
las sucesivas etapas de la labor cervantina. Lo que importa recordar, al
respecto, es que las correspondencias establecidas por Asensio no afec-
tan dos textos, sino tres: las dos versiones de la novela y el entremés. Así
enfocado, el cotejo que hemos emprendido nos descubre, no sólo las
semejanzas de fondo ya observadas por la crítica, sino una amplia serie
de analogías formales que nos permiten confirmar y concretar, en el
plano de la escritura, el proceso aquí señalado.
27
Asensio, 1965, p. 99.
28
Asensio, 1965, p. 108.
154 JEAN CANAVAGGIO
29
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 335.
30
Molho, 1990, p. 744.
31
Cervantes, Entremeses, p. 205.
32
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 335.
33
Cervantes, Entremeses, p. 206.
RETORNOS a Cervantes 155
34
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 331.
35
Cervantes, Entremeses, p. 205.
36
Cervantes, Entremeses, p. 210.
37
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 333.
38
Cervantes, Entremeses, p. 209.
156 JEAN CANAVAGGIO
39
Cervantes, Entremeses, p. 210.
40
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 351.
41
Cervantes, Entremeses, p. 206. Sobre el significado sexual de llave, ver las ocurren-
cias registradas en Alzieu, 1975, p. 342.
42
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 349.
43
Cervantes, Entremeses, p. 205.
44
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 696.
RETORNOS a Cervantes 157
¡Ay señor mío de mi alma, traiga esos polvos, así Dios le dé todo el bien
que desea! Vaya, y no tarde; tráigalos, señor mío, que yo me ofrezco a mez-
clarlos en el vino y a ser la escanciadora; y pluguiese a Dios que durmiese
el viejo tres días con sus noches, que otros tantos tendríamos nosotras de
gloria45.
45
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 347.
46
Stagg, 1984
47
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 702.
158 JEAN CANAVAGGIO
48
Cervantes, Novelas ejemplares (ed. García López), p. 355.
49
Molho, 1992, p. 745.
50
Cervantes, Entremeses, p. 214.
51
Cervantes, Entremeses, p. 215.
52
Correas, Vocabulario de refranes, citado por Cervantes, Entremeses, p. 215, n. 12.
53
Cervantes, Entremeses, p. 215.
RETORNOS a Cervantes 159
54
Cervantes, Entremeses, p. 215.
55
Cervantes, Entremeses, p. 215.
56
Cervantes, Entremeses, p. 215.
57
Cervantes, Entremeses, p. 215.Ver al respecto las finas observaciones de Wardropper,
1981.
58
Cervantes, Entremeses, p. 216.
59
Cervantes Entremeses, p. 216.
160 JEAN CANAVAGGIO
60
Cervantes, Entremeses, p. 217.
61
Punto recalcado por Chevalier, 1999, p. 103.
EL QUIJOTE
DON QUIJOTE ENTRE BURLAS Y VERAS:
LA AVENTURA DE LOS GALEOTES
1
Para una primera aproximación bibliográfica al tema, puede consultarse Close,
2005c.
2
Ver al respecto las sugestivas observaciones de Riley, 2001
3
Levin, 1975 y Welsh, 1981.
164 JEAN CANAVAGGIO
4
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), p. 822. Para un recuento de las opiniones emi-
tidas por los diferentes personajes acerca de esta reversibilidad entre locura y discreción,
ver Iffland, 1999, pp. 385 y ss.
5
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), II, 18, p. 852.
6
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), II, 2, p. 700.
7
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), II, 2, p. 701.
8
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), I, «Prólogo», p. 19.
9
Guillén de Castro, Obras dramáticas, vol. II, pp. 331-372.
10
Quevedo, Obras dramáticas, p. 915.
11
Ver los testimonios recogidos por Russell, 1978, p. 421.
RETORNOS a Cervantes 165
12
«En lamentable estado / en una gran zanja llena de barro / tan molido como el grano»,
Saint-Amant, La Chambre du débauché, pp. 87-90.
13
Ver Hazard, 1931, pp. 299-301.
14
Nos referimos aquí al concepto que el siglo xviii se formó del personaje, y no
al valor de ejemplo que el arte narrativo de Cervantes tuvo para los novelistas ingleses
del período, como Fielding o Sterne: grandes admiradores del Quijote, no se limitaron,
ni mucho menos, a convertir a sus respectivos protagonistas —Joseph Adams,Tom Jones
o Tristram Shandy— en meros émulos del ingenioso hidalgo. Ver al respecto Paulson,
1998.
15
Paulson, 1998, p. 5.
166 JEAN CANAVAGGIO
16
Bertrand, 1914, pp. 189-201.
17
Además del citado libro de Bertrand, ver Brûggemann, 1958 y Close, 2005c.
18
Givanel y Mas, 1946.
19
Turgueniev, 1879 (retrato de I. Repin).
20
Unamuno, 1988.
RETORNOS a Cervantes 167
sobre los molinos de viento. Una imagen que se debe más a la icono-
grafía que a la escritura, siendo ésta una de las razones que han hecho
pasar a don Quijote del libro al mito, es decir en tanto que signo que se
ha desligado del texto que fue inicialmente su soporte21. Pues bien, esta
imagen admite las dos facetas del personaje: la generosidad del defensor
de los oprimidos, por un lado y, por otro, la ausencia del sentido de la
realidad, generadora de sus llamadas «quijotadas».
Esta visión ambivalente aúna, aunque sin llegar a sintetizarlas, las in-
terpretaciones sucesivas que se han dado de nuestro caballero, y se podría
pensar que constituye una manera de punto conclusivo en la gravitación
que hemos intentado trazar a grandes rasgos. No obstante, toda una
corriente del cervantismo actual pretende acabar con ella. Haciendo
hincapié en la supuesta deriva de una hermeneútica que habría perdi-
do el rumbo, ha llegado a considerar que ya es hora de volver al recto
significado del libro. Este significado, según esta corriente, iniciada en
Inglaterra por Peter Russell y encarnada con especial brillantez por el
llorado Anthony Close22, ha de deducirse del propósito de Cervantes,
tal como lo expresó en el «Prólogo» de 1605, y tal como lo entendieron
sus contemporáneos; en otros términos, partiendo del valor estructural
que reviste una parodia asentada en la monomanía del protagonista,
generadora de sus afanes, sus desplantes y sus caídas, y no de los móviles
que le prestarán, dos siglos más tarde, sus admiradores. ¿Cómo explicar,
entonces, que se perdiera este concepto? Si hemos de creer a Russell y a
sus seguidores, por múltiples factores. En primer lugar, ya no se concede
a lo cómico y, muy especialmente, a la risa carnavalesca, el valor tera-
peútico y estético que en otro tiempo se le reconocía: los niños y sólo
los niños pueden reír ahora con las aventuras de don Quijote, como si
nosotros tuviéramos que renegar del niño que todos llevamos dentro.
Además, al no disponer de las claves necesarias, no podemos captar ple-
namente una comicidad fundada en la parodia, puesto que los libros de
caballerías que son su referencia, a menudo implícita o alusiva, se nos
han vuelto extraños. Por consiguiente, ya no somos capaces de deslindar
entre las dos formas de lo burlesco que nos ofrecen las hazañas del pro-
tagonista: por un lado, un burlesco noble encarnado por un hidalgo de
aldea que toma una venta por un castillo y, por otro lado, un burlesco
bajo, nacido de los golpes y palizas a que le exponen sus peores de-
21
Combet, 1991, pp. 11-15 y Riley, 2001.
22
Russell, 1978 y Close, 2001.
168 JEAN CANAVAGGIO
23
Foucault, 1961.
24
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), II, 44, p. 1072.
25
Russell, 1978, p. 434.
26
Castro, 1972, pp. 23-122 y Spitzer, 1955. Anthony Close rebate este concepto,
para matizar luego, aunque sin llegar a retractarse, esta refutación (Close, 1995).
RETORNOS a Cervantes 169
amo y escudero se topan con una comitiva formada por doce hombres
encadenados que caminan custodiados por los guardianes que los condu-
cen, como delincuentes que son, a cumplir la condena remando en las
galeras del Rey. Don Quijote los detiene y se informa detalladamente de
sus fechorías, que con desparpajo y sorna le cuentan los propios maleantes,
entre los que se destaca Ginés de Pasamonte29.
No sólo por ser el más cargado de delitos y cadenas, sino por su ma-
nera de contestar a las preguntas que se le hacen y por haber empezado
a escribir el libro de su vida. Don Quijote, interpretando literalmente
uno de los fines de la caballería andante —dar libertad al forzado— li-
berta a los galeotes, contando con su colaboración. Ahora bien, ellos se
niegan a hacer lo que les pide su libertador en señal de agradecimiento:
ir a presentarse ante Dulcinea, cargados de sus cadenas. El furor que su
negativa provoca en don Quijote ocasiona su desgracia, puesto que él
y Sancho acaban apedreados «por los mismos a quien tanto bien había
hecho»30.
Hasta una época reciente, la mayor parte de quienes han comentado
esta aventura han coincidido en interpretarla como una hazaña cuyo
desenlace deja sin duda malparado al caballero, pero cuya trascendencia
rebasa ampliamente este fracaso. La raíz de esta interpretación ha de
buscarse en el trastrueque de perspectivas que hace de don Quijote la
víctima de aquellos mismos que, en el comienzo del capítulo, se le apa-
recieron como unos oprimidos. Este trastrueque, aunque sea variante
del proceso de reversibilidad que, a lo largo de la novela, va asociando
27
Unamuno, 1988, p. 250.Ver Close, 1978, pp. 136-158.
28
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), I, 22, p. 257.
29
Riquer, 1967, p. 116.
30
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), I, 22, p. 271.
170 JEAN CANAVAGGIO
31
Ganivet, 1906, pp. 61-62; Unamuno, 1988, pp. 250-258; Castro, 1972, pp. 194-
195. El primero en defender la visión de un don Quijote heraldo de la justicia natural
parece haber sido Díaz de Benjumea (ed.), Don Quijote de la Mancha, pp. 544-549.
32
Azorín, 1948; Osterc, 1963, pp. 227-233; Olmos García, 1978.
RETORNOS a Cervantes 171
que genera, al pasar del plano de los valores ideales al de las realidades
terrestres. Por su parte, su vertiente «materialista» o, si se prefiere, «po-
lítica», juzga este fracaso como propio de una empresa utópica cuyo
destino final evidencia, de modo simbólico, que la vía revolucionaria
es la única respuesta posible a los problemas que se plantea una socie-
dad real y concreta33.
Este género de extrapolación es precisamente el que no admite
aquella corriente interpretativa a la que nos hemos referido más arriba,
surgida en reacción contra la visión romántica de un don Quijote pala-
dín del ideal caballeresco y, en este caso, justiciero malogrado. No es que
pretenda, como hicieron los eruditos españoles del siglo pasado, rebatir
esta visión defendiendo en términos legalistas la suerte reservada a unos
forajidos34, sino que reprocha a los unos y a los otros el haber situado el
debate en un terreno inadecuado —el de la supuesta concepción cer-
vantina de la justicia— en vez de tener en cuenta el carácter propiamen-
te literario de una aventura de ficción. Compartido por las diferentes
tendencias del cervantismo tradicional, este error de perspectiva denota,
según los que lo condenan, una verdadera obcecación ante un texto
cuya irónica ambigüedad ha sido pasada por alto. Así es como no se con-
cedió suficiente atención a las respuestas capciosas que los galeotes dan a
las preguntas del caballero, cuando éste pretende enterarse de los delitos
que cometieron. Así pudo tomarse al pie de la letra el discurso sofístico
que éste dedica al ejercicio de la auténtica justicia, sin relacionarlo con
el contexto en que se sitúa. Así se llegó a atribuir este discurso, no a un
ente de ficción nacido de la pluma de Cervantes, sino al propio escritor,
catalogado, en esta circunstancia, como humanista utópico, y del que se
supone, en una petición de principio, que estuvo en abierta disconfor-
midad con el común sentir de su época. Importa, pues, en opinión de
sus impugnadores, romper con una interpretación a todas luces inadmi-
sible: no sólo por prestar a Cervantes unas intenciones subversivas que
33
José Antonio Maravall, por su parte, enfoca el debate desde otra perspectiva.
Según él, en tanto que caballero que quiere hacer justicia por su mano, don Quijote
pugna con la formalización jurídica a que aspiran los que ocupan los cargos de la nueva
Administración, como instrumentos de un Estado que pretende que no haya más ley ni
más justicia que las suyas (ver Maravall, 1976, p. 83).
34
Entre otros Rodríguez Marín, 1947b; González de Amezúa, 1956, p. 68 y Riquer,
1967, p. 117.
172 JEAN CANAVAGGIO
35
Con la única excepción de Unamuno, el cual condena con fuerza la postura que
consiste en convertir a don Quijote en mero portavoz de Cervantes (ver Unamuno,
1988, pp. 252 y 256).
36
Auerbach, 1950, pp. 324-325.
37
Además de Close, 1978, ver Close, 1973 y 1974. Entre aquellos que ya pusieron
en tela de juicio la interpretación romántica del episodio, merece citarse Browne, 1958
y 1959.
38
Según Close, 1973, esta arenga recoge los diferentes casos de «espurio entimema»
repertoriados por Aristóteles en su Retórica.
RETORNOS a Cervantes 173
caballeros andantes y que su ley es su espada, sus fueros sus bríos, sus
premáticas su voluntad»39. De esta manera, don Quijote impone desde
el principio a sus interlocutores unos papeles predeterminados por su
obsesión monomaníaca, así como complementarios del que se ha otor-
gado a sí mismo una vez por todas. En cuanto los supuestos oprimidos
dejan de conformarse con la máscara que les dio y que ya no les sirve
para nada, su libertador se convierte en víctima de la farsa que montó
y animó, aunque manteniéndose tan firme en su convicción que, en el
episodio de la venta, el cura acaba persuadiendo a los cuadrilleros que
lo dejen por loco40. En resumidas cuentas, la aventura de los galeotes, si
hemos de seguir a Close, presentaría una trayectoria enteramente confi-
gurada por la parodia, siendo, a fin de cuentas, una manera de comedia
del engaño y desengaño de don Quijote41.
Ahora bien, si es verdad que la hazaña del caballero libertador de
los galeotes remite a un modelo literario a partir del cual se estructura
como parodia, la «comedia» que origina tan sólo se cumple como tal en
cuanto que el diálogo de los personajes se constituye como el sistema
concluso descrito por Close, ordenándose según los protocolos de una
retórica capciosa y desembocando, a fin de cuentas, en un juego regido
por leyes propias. ¿Fue esta perspectiva la de los lectores de 1605? Se
suele afirmar que sí. Sólo que no pudo ser entonces, como ocurre ahora,
fruto de una reducción deliberada, dictada a partir de unos supuestos
metodológicos; se impuso más bien de manera espontánea, dado el co-
nocimiento directo que tenían aquellos lectores de los libros de caba-
llerías, el cual les permitía apreciar, sin pesquisas eruditas, los diferentes
matices de la parodia cervantina. Además, es de suponer que esta parodia
tuviera, al menos entre los discretos, una trascendencia mayor que la
que se fundamenta en la referencia a los Amadises. Para limitarnos a un
ejemplo significativo, las declaraciones de Ginés de Pasamonte sobre el
libro de su vida: libro de «verdades» y no de «mentiras», y que no puede
darse por concluso mientras el autor no acabe el curso de su existencia
—estas declaraciones, como ha mostrado Claudio Guillén, encierran
39
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), I, 45, p. 579.
40
Cervantes, Don Quijote (ed. Rico), I, 46, p. 580.
41
Sobre tales premisas descansa el importante estudio dedicado por Close a los
valores cómicos del Quijote, en relación con su contexto de época (ver Close, 2001).
174 JEAN CANAVAGGIO
42
Guillén, 1988.
43
Novísima Recopilación, libro XII, tit. XL, ley Iª. Acerca de la actitud de las Cortes de
Castilla, favorables a una pronta ejecución de las penas edictadas, ver Actas de las Cortes
de Castilla, vol. III, pp. 390-391 y vol. IV, pp. 437-438.
44
Pérez de Herrera, Amparo de pobres, ed. M. Cavillac, pp. 79 y 171.
45
Close, 1973, p. 105.
46
Azorín, 1947-1959, t. II, p. 816.
RETORNOS a Cervantes 175
47
Azorín, 1947-1959, t. II, p. 817.
48
Azorín, 1947-1959, t. II, p. 534.
49
Close, 1978, p. 245.
50
Gonzalez de Cellorigo, Memorial de la política necesaria y útil restauración de la repú-
blica de España,Valladolid, 1600, f. 29r.
51
Sobre los fundamentos jurídicos de esta práctica, ver Novísima Recopilación, tit. XL,
leyes II a V, así como Tomás y Valiente, 1969. Sobre sus efectos concretos en el campo
aquí examinado, Rodríguez Marín, 1947b; Sevilla y Solanas, 1917; Latassa Navarro,
1965 y Olmos García. Acerca de la reforma del derecho penal a partir del siglo xviii,
176 JEAN CANAVAGGIO
encaminada hacia lo que el autor llama una nueva economía del poder de castigar, ver
Foucault, 1979, pp. 75-134.
52
Braudel, 1966, vol. II, pp. 168-169 y 416-419.
53
Aspecto recalcado en relación con el Quijote por Vilar, 1967.
54
Mémoires de Jacques Casanova de Seingalt écrites par lui-même, citado por Bardon,
1931, p. 588.
RETORNOS a Cervantes 177
55
Punto señalado por Casalduero, 1949, p. 112 y desarrollado luego por García-
Posada, 1981.
178 JEAN CANAVAGGIO
56
Iffland, 1999, observa una diferencia de perspectiva al respecto entre el Quijote
de 1605 y la continuación espuria de Avellaneda; una diferencia que, a su modo de ver,
confiere su pleno alcance al Quijote de 1615, en tanto que respuesta de Cervantes al
apócrifo.
57
Trueblood, 1988.
RETORNOS a Cervantes 179
acogido mucho más tarde»58. Por otra parte, el nuevo significado que estas
hazañas han venido a cobrar entre nosotros no ha de quedar necesaria-
mente descalificado al no remitir a lo que pudo ser el propósito del autor;
o, para recoger una acertada matización hecha por Edwin Williamson, al
proceder de la invención, más que de la intención de Cervantes59. Algo que
corrobora a su modo el que fue maestro de Close, Edward C. Riley, otro
llorado amigo, al declarar que, por muy sugestivas que sean las observacio-
nes de su discípulo, «es difícil apreciar, no obstante, la razón por la que esto
debería anular nuestra percepción —o la de Cervantes— de los ideales
válidos que translucen nítidamente en la loca conducta de don Quijote»60.
En otros términos, aunque, en el día de hoy, el lector del Quijote no deje
de reírse en más de una circunstancia, la fábula cervantina, marcada de su
sello, ha llegado a organizarse, entre burlas y veras, como una polifonía de
figuraciones significativas, desligadas de cualquier finalidad especulativa o
docente: dicho de otro modo, como una auténtica mitología, en el cabal
sentido de la palabra, independiente de cualquier reducción ideológica de
cortas miras, siempre dispuesta, como metáfora de nuestra condición, a in-
cluirse dentro de nuevos horizontes de expectativas. Quizás haya llegado
la hora de restituir su pleno alcance a las burlas. Pero sería improcedente,
por no decir absurdo, volver por sus fueros sin tener en cuenta las perspec-
tivas abiertas por las hazañas de don Quijote en el transcurso de los siglos,
ni reservar las que podrán abrise en lo porvenir61. ..
58
Trueblood, 1988, p. 82.
59
Williamson, 1988.
60
Riley, 1990, p. 166, n. 1.
61
Este trabajo se deriva, mediante una amplia reelaboración, de un estudio anterior
(Canavaggio, 1979-1980). Sobre los supuestos en que descansa, remitimos a Canavaggio,
2006, así como a Close, 2010.
EL DESTINO DEL LICENCIADO JUAN PÉREZ DE VIEDMA
O CÓMO LA VIDA DE UN OIDOR SE HACE LITERATURA
1
Exceptuando a Zimic, 1998, pp. 175-185.
2
Nuestras citas remiten a Cervantes, Don Quijote dela Mancha, ed. Rico. Damos cada
vez entre paréntesis la referencia a las páginas de esta edición.
182 JEAN CANAVAGGIO
3
Era el oidor un juez o magistrado de las Audiencias, nombrado por el rey, en
cuyo nombre oía las partes y dictaba sentencias; como visitador velaba por la disciplina
y reprimía la corrupción. Dependía del Consejo Real, que funcionaba como Tribunal
Supremo (Cervantes, Don Quijote dela Mancha, ed. Rico, I, p. 541, n. 4).
RETORNOS a Cervantes 183
4
Sobre los recursos económicos de los letrados, marcados del sello de una notable
heterogeneidad, Pelorson, 2008, pp. 261-336.
5
Sobre el origen geográfico de los letrados, procedentes en su mayoría del norte de
la península (Castilla la Vieja, Asturias y León, Navarra), ver Pelorson, 2008, pp. 119-122.
184 JEAN CANAVAGGIO
6
Especialmente cuando comunica al cura que el menor de sus dos hermanos «está
en el Pirú, tan rico, que con lo que ha enviado a mi padre y a mí ha satisfecho bien
la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi padre con que poder hartar su
liberalidad natural».Y añade: «y yo ansimesmo he podido con más decencia y autoridad
tratarme en mis estudios y llegar al puesto en que me veo» (I, 42, 545).
7
Sobre esta novela intercalada, cabe señalar, además del citado estudio de Zimic,
Casalduero, 1949, pp. 171-181;Williamson, 1982; Moner, 1986, pp. 41-42 y Canavaggio,
2005.
RETORNOS a Cervantes 185
desde el punto que quiso el cielo y facilitó nuestra vecindad que yo viese
a mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la
hice dueño de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no
lo impide, en este mesmo día ha de ser mi esposa (I, 44. 566).
8
Punto destacado por Pelorson, 2008, pp. 471-518.
9
Los cuales implican a la casi totalidad de los huéspedes de la venta, menos don
Quijote, el cura y el oidor, sin excluir al propio don Luis, «a quien un criado suyo se
atrevió a asirle del brazo porque no se fuese», y que «le dio una puñada que le bañó los
dientes en sangre» (I, 45, p. 575).
RETORNOS a Cervantes 189
10
Punto examinado por Pelorson, 2008, pp. 307-310.
190 JEAN CANAVAGGIO
contento doña Clara, que ninguno en aquella sazón la mirara al rostro que
no conociere el regocijo de su alma (I, 46, 581).
1
Ver Girard, 1961; Robert, 1963 y 1972; Combet, 1980; Johnson, 1988; El Saffar y
De Armas Wilson, 1993. A Mariarosa Scaramuzza Vidoni debemos una exposición de
conjunto de estas aproximaciones (Scaramuzza Vidoni, 2002).
2
Deutsch, 1970.
3
Aspecto recalcado en Urbina, 1991.
192 JEAN CANAVAGGIO
4
Cervantes, Don Quijote de la Mancha (ed. Rico), II, 3, vol. I, p. 708 (en adelante
Don Quijote).
RETORNOS a Cervantes 193
Teresa dice —dijo Sancho— que ate bien mi dedo con vuestra merced, y
que hablen cartas y callen barbas, porque quien destaja no baraja, pues más
vale un toma que dos te daré.Y yo digo que el consejo de la mujer es poco,
y que el que no le toma es loco5.
A pesar del miedo que tiene y que le hace hablar por rodeos, Sancho
da a entender aquí algo de lo que le lleva a dirigirse a don Quijote. No
sólo quiere asegurarse en el trato que hace con su amo, atando bien
su dedo con él, sino que, según dice, más respeto merecen los escritos
(o «cartas») que las palabras (aun cuando las digan «barbas») —o sea
que más importa un contrato que una promesa. De ahí el que termine
declarando que un toma vale más que dos te daré. Además, el que lo
diga movido por Teresa se infiere de que «quien destaja no baraja»: en
otros términos, uno solo no debe decidirlo todo y, puesto que la mujer
da consejos pocas veces o en pocos asuntos —así se ha de entender el
primer segmento del último refrán— el que no lo toma es loco. A don
Quijote, que no se satisface de este modo de expresarse, animándole a
que diga las cosas a las claras, en vez de limitarse a «hablar de perlas»,
Sancho contesta cambiando de registro: dejando de traer los refranes de
su mujer, se pone a ensartar unas sentencias trilladas, según las cuales
es el caso que «todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y
mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que
nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida que las que
Dios quisiere darle»6. De esta manera, el deseo que le mueve, al mismo
tiempo que se oculta detrás de esta sabiduría heredada, deja de remitir
5
Don Quijote, II, 7, p. 741.
6
Don Quijote, II, 7, p. 742.
194 JEAN CANAVAGGIO
Voy a parar —le dice— en que vuesa merced me señale salario conocido
de lo que me ha de dar cada mes en tiempo que le sirviere, y que el tal sala-
rio se me pague de su hacienda; que no quiero estar a mercedes, que llegan
tarde, o mal, o nunca; con lo mío me ayude Dios. En fin, yo quiero saber lo
que gano, poco o mucho que sea7.
7
Don Quijote, II, 7, p. 742.
8
Don Quijote, I, 20, p. 242. En el Guzmán de Alfarache (I, III, 7) se nos da una impre-
sionante relación de las miserias del servicio a mercedes, aunque en una circunstancia
del todo distinta: la estancia de Guzmán en Roma, al servicio del cardenal.
9
Don Quijote, I, 23, p. 275, y I, 25, p. 314.
RETORNOS a Cervantes 195
vecho que piensa sacar del gobierno con que sigue soñando. Así, pues,
como quiere salir ganando por ambos lados, le pide que la renta de la tal
ínsula se descuente de su salario «gata por cantidad». Comete entonces
una de sus conocidas prevaricaciones idiomáticas, sustituyendo rata por
gata, en una expresión que significa «a prorrata» o «a proporción». Pero,
además, invierte el orden normal de las cosas, al colocar su salario, en la
escala de sus ingresos, muy por encima de la renta que llegaría a cobrar
en tanto que gobernador10.
La respuesta que recibe de don Quijote no es la de un enajenado o
de un loco furioso. Está en plena conformidad con la manera con que
el caballero ha escuchado, callado, las razones de su escudero. No sólo la
atención que le ha prestado, sino, también, su propia familiaridad con el
refranero hace que se muestre capaz de penetrar lo último de sus pensa-
mientos. No obstante, lo mismo que Sancho sigue siendo Sancho, don
Quijote sigue siendo don Quijote más que nunca. En efecto, después de
dar entender a su escudero que hubo de decir gata por rata11, le contesta
de acuerdo con su propio sistema de referencias, el que le proporcionan
sus lecturas predilectas. Pues bien: en ninguno de los libros de caballe-
rías, ya que dice haberlos leído todos o los más, ha encontrado ejemplo
que le mostrase qué es lo que los escuderos solían ganar cada mes o cada
año, y no se le acuerda haber leído que ningún caballero andante haya
señalado conocido salario a su escudero:
10
Don Quijote, II, 7, p. 742.
11
Al decirle que a las veces tan buena suele ser una gata como una rata, don Quijote,
con cierta socarronería, aprovecha la idea de latrocinio que lleva implícitamente «gata»,
recordando a Sancho el botín obtenido en Sierra Morena, muy superior, por cierto, al
salario que el escudero podría haber cobrado.
12
Don Quijote, II, 7, p. 743.
196 JEAN CANAVAGGIO
Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa, y declarad a vuestra Teresa mi
intención, y si ella guste y vos gustáredes de estar a merced conmigo, bene
quidem; y si no, tan amigos como de antes; que si al palomar no le falta cebo,
no le faltarán palomas. Y advertid, hijo, que más vale buena esperanza que
ruin posesión, y buena queja que mala paga14.
13
Ver Alonso Olea, 1993.
14
Don Quijote, II, 7, p. 743.
RETORNOS a Cervantes 197
Par Dios, señora […] que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero
dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que
dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a
mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta es mi malandanza: no puedo más,
seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien,
es agradecido, diome sus pollinos y, sobre todo, yo soy fiel, y así es imposible
que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón.Y si vuestra al-
tanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo
Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia,
que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de «por su mal le nacieron
las alas a la hormiga»; y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escu-
dero al cielo, que no Sancho gobernador17.
15
Don Quijote, II, 28, pp. 944-947.
16
Don Quijote, II, 33, p. 989.
17
Don Quijote, II, 33, p. 989.
198 JEAN CANAVAGGIO
rio, asigna el salario que le pide, pagándole cada mes su trabajo18. Aun
cuando siga siendo el escudero gracioso que luce sus donaires, habladu-
rías y simplezas en la corte de sus huéspedes, estas gracias se unen, sin
la menor discordancia, con una buena fe, una fidelidad, una lucidez y
una modestia que trascienden la frustración que pudo valerle, en otro
momento, un deseo no cumplido.
Finalmente, quien tenga la última palabra en este asunto será don
Quijote en el momento de dictar su testamento:
18
Fernández de Avellaneda, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. de L.
Gómez Canseco, p. 241.
19
Don Quijote, II, 74, p. 1332.
20
Don Quijote, II, 33, p. 1334.
DON QUIJOTE,VENCEDOR DEL CABALLERO
DE LOS ESPEJOS: EL EPÍLOGO DE UN TRIUNFO
POR ESCARNIO
1
Ver Castro, 1972, pp. 139-141; Casalduero, 1949, pp. 248-250; Riquer, 1967, pp.
138-140; Avalle-Arce, 1976, pp. 134-136; Pope, 1982; Syverson-Stork, 1986, pp. 66-71;
Moner, 1989, pp. 194-198 y 228-231; Iffland, 2001, pp. 414-422.
2
Percas de Ponseti, 1975, vol. II, pp. 306-323; Murillo, 1988, pp. 46-150; Urbina,
1990, pp. 152-155; Fajardo, 2002. Nuestras citas del Quijote remiten a Cervantes, Don
Quijote de la Mancha (ed. Rico), vol. I.
3
Riley, 1990, p. 141. Avalle-Arce y Urbina se refieren también a este epílogo, pero
sin puntualizar lo que señala Riley.
200 JEAN CANAVAGGIO
5
Riley, 1990, p. 141.
TRADICIÓN CULTA Y EXPERIENCIA VIVA:
DON QUIJOTE Y LOS AGOREROS
Los cinco años que Cervantes pasó en Italia, entre 1569 y 1575, de-
jaron en él una profunda huella. No fue un caso aislado: en un tiempo
en que la mayor parte de la península se encontraba en manos españolas,
hidalgos y soldados, letrados y marinos, clérigos y pícaros acudían de
Barcelona, de Valencia, de Cartagena, fascinados por una civilización
brillante, atraídos por un arte de vivir desconocido en Castilla, sedu-
cidos por la vida holgada ofrecida al ocupante. Ahora bien, donde el
autor del Quijote se separa de muchos de sus compatriotas es en la diver-
sidad de sus experiencias, así como en el partido artístico que supo sacar
de ellas. Esta diversidad deriva, en parte, de las vicisitudes que conoció
desde su llegada a Italia, a los ventidós años, y más aún de los vaivenes
que le impusieron, a raíz de su alistamiento en las galeras de don Juan
de Austria, sus campañas militares y sucesivos acantonamientos. De una
estancia tan fraccionada como fue la suya, muy poco nos dice su hoja
de servicios y se comprende que más de una vez se haya apelado al
testimonio indirecto de sus ficciones para colmar, al precio que sea, las
lagunas de nuestra información. Pero cuanto más minuciosa se hace esta
investigación, más tiende a ocultar su objeto. Lo que el autor nos cuenta
de sus propias vivencias no es fácil de explotar: cuando delega sus po-
deres en seudonarradores, no vacila en desautorizarlos cada vez que se
le antoja; y cuando habla en su propio nombre, como en sus prólogos o
en el Viaje del Parnaso, el interés documental siempre resulta menor que
la forma en que se saca a escena, ofreciéndonos los fragmentos dispersos
de un retrato de artista cuya verdad no exige verificación. Además, estas
ficciones componen un universo específico, regido por leyes propias, el
206 JEAN CANAVAGGIO
cual, si bien expresa los deseos y sueños de quien los engendró, desborda
inevitablemente su gravitación personal.
Así es como las observaciones inconexas que se pueden entresacar
de La Galatea, de las Novelas ejemplares, del Quijote o del Persiles exigen
ser analizadas con suma cautela. Entre las peregrinaciones del soldado
de Lepanto y la trasposición que de ellas nos da un escritor envejecido,
no hay solamente una distancia que alcanza en ocasiones cuarenta años;
está también el peso de las influencias y de las convenciones literarias,
la parte de la fabulación novelesca, el punto de vista de los personajes
con la alteración que implica1. Así de las descripciones de las ciudades
donde transcurren las peripecias: no plasman en estado bruto las prefe-
rencias del viajero curioso; son, la mayoría de las veces, trozos efectistas,
conformes a los cánones retóricos de la época2. Evocaciones hábilmente
dispuestas, pero cuya carga simbólica se trasluce en todo momento y
que, a fin de cuentas, más que plantar una sucesión de marcos, propo-
nen al lector una serie de emblemas. Sin embargo, sería injuriar a esta
Italia estilizada reducir las pinceladas que la componen a una colección
de tópicos. Si surge tan a menudo como tela de fondo de las novelas, es
ante todo por ser el lugar de la aventura por excelencia, una aventura
que Miguel vivió de modo intenso, antes de que sus personajes acudie-
ran a su llamada.
En la trayectoria italiana de Cervantes, especial relevancia viene a
cobrar el encuentro con Roma, consecutivo, al parecer, a una misteriosa
partida, y del que se hace eco, según vamos a ver, El licenciado Vidriera, antes
de ambientar, con mayor amplitud y variedad, los capítulos conclusivos
de Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Acerca de los antecedentes de este
episodio, tan sólo disponemos de la controvertida provisión real, con fecha
del 15 de septiembre de 1569, por la cual se ordenaba al alguacil Juan de
Medina el prendimiento de un tal Miguel de Cervantes, estudiante, acu-
sado de haber herido en duelo a un maestro de obras llamado Antonio
de Sigura. En cuanto a la estancia romana del que había sido alumno
de López de Hoyos, su realidad se asienta en dos testimonios de distinta
1
Aspecto recalcado por Scaramuzza Vidoni, 1998.
2
Valgan, entre otros ejemplos, el caso de Génova, cuya «admirable belleza» sorpren-
de a Tomás Rodaja, con sus casas que le parecen «engastadas» en aquellas peñas «como
diamantes en oro»; también el de Florencia, que le encanta «así por su agradable asiento
como por su limpieza, suntuosos edificios, fresco río y apacibles calles» (Cervantes, El
licenciado Vidriera, en Novelas ejemplares, p. 272).
RETORNOS a Cervantes 207
índole que muy poco nos dicen de lo que pudo ser: la información de
la limpieza de sangre de Miguel de Cervantes, pedida en Madrid el 22
de diciembre, tres meses después de su partida, por su padre, Rodrigo, y
la dedicatoria de La Galatea al Ilustrísimo Señor Ascanio Colonna, abad
de Santa Sofía, en la cual el autor, a quince años de distancia, alude sin
más detalles a «las cosas que oí muchas vezes dezir de V. S. Ilustríssima al
cardenal de Acquaviva, siendo yo su camarero en Roma…»3. Así es como
se nos impone el salto que tenemos que dar de la vivencia personal del
escritor a su proyección literaria en El licenciado Vidriera. Por muy distin-
tas que sean las circunstancias que llevan a Tomás Rodaja a detenerse en
Roma, «reina de las ciudades y señora del mundo»4, haciendo etapa en un
viaje que le permite conocer las más famosas ciudades de Italia, no cabe
la menor duda de que su narración condensa una suma de impresiones
nacidas en el transcurso de otra estancia, ésta de varios meses, la del propio
Cervantes. Lo que se desprende primero de la relación del licenciado, es la
admiración que le produce el espectáculo de la Roma antigua. Toda una
panorámica de elementos emblemáticos —mármoles y estatuas, arcos y
termas, pórticos y anfiteatros, puentes y calles— desemboca en la men-
ción de tres de las vías que solía tomar el viajero para entrar en la ciudad,
así como en la enumeración, si bien incompleta y un tanto inexacta, de
las siete colinas encerradas en su recinto5. Ahora bien, la fugaz referencia
a los mártires enterrados en las márgenes del Tíber nos hace pasar, sin
transición, de la ciudad de los césares a la de los papas, sugerida ya, en la
precedente evocación, por la alusión a la vía Giulia, la cual fue encargada
por el pontífice Julio II al arquitecto Bramante6:
3
Cervantes, La Galatea, p. 152. Entre los interrogantes que plantea tan lacónica
confidencia, está la índole exacta de este cargo. No parece, a decir verdad, que se deba
asimilar a la de secretario o confidente de su amo: hubo de ser, más bien, la de un ayuda
de cámara, como lo sugiere la etiqueta y especifican los manuales de la época, empleado
la mayoría de las veces en tareas serviles, y que tan sólo ocasionalmente sería admitido en
la intimidad del cardenal, asistiendo a sus conversaciones con Ascanio Colonna.
4
Cervantes, El licenciado Vidriera, p. 272.
5
Cervantes, El licenciado Vidriera, p. 272. Sobre el atractivo ejercido por las ruinas
de la Roma antigua sobre los viajeros en el siglo xvi, ver Delumeau, 1975, pp. 39-42.
6
Con sus ocho metros de anchura, era, en el siglo xvi, la calle más ancha de Roma.
Ver Delumeau, 1975, p. 75.
208 JEAN CANAVAGGIO
7
Cervantes, El licenciado Vidriera, p. 273. Sobre los miles de peregrinos que solían
acudir cada año a Roma y, muy especialmente, el notable incremento de su número a
partir de 1575, ver Delumeau, 1975, pp. 43-47.
8
San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor, San
Lorenzo, Santa Cruz en Jerusalén y San Sebastián.
RETORNOS a Cervantes 209
This is quite logical, for from the start of the Part II the knight has shown
himself more sensitive to external reality, more cautious, even suspicious
on occasion. He no longer displays the crazily splendid self-assurance he
once did. The ups and downs of his reactions to these auguries are a good
indicator of his state of mind on each occasion12.
9
Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1947, vol. IX, apéndice
XIII, pp. 198-218.
10
Castro, 1972, p. 53.
11
Riley, 1979.Ver también las observaciones de Giulia Poggi, 2004.
12
«Aquello es perfectamente lógico, ya que, desde el comienzo de la Segunda Parte,
el caballero se ha mostrado más atento a la realidad externa, más curioso, y hasta cir-
cunspecto en algunas ocasiones.Ya no ostenta la loca y espléndida seguridad que mostró
hasta entonces. Los altibajos de sus reacciones frente a estos agüeros son un buen indicio
de su estado mental en cada ocasión», Riley, 1979, p. 163.
210 JEAN CANAVAGGIO
Has de advertir que no todos los tiempos son unos, ni corren de una mis-
ma suerte, y esto que el vulgo suele llamar comúnmente agüeros, que no se
fundan sobre natural razón alguna, del que es discreto han de ser tenidos y
juzgar por buenos acontecimientos14.
13
Sobre la presencia de las supersticiones en las obras de Cervantes, ver Garrote
Pérez, 1981. Para un intento de sistematización de las actitudes de don Quijote frente a
los agüeros, ver García Chichester, 1983.
14
Cervantes, Don Quijote de la Mancha (ed. Rico), t. I, p. 1199.
RETORNOS a Cervantes 211
deras desgracias con cosa de tan poco momento como las referidas. El discre-
to y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo15.
Así pues, don Quijote bosqueja aquí dos escenas divertidas, con una
capacidad de observación que parece llevar el sello de la experiencia
viva. Algo que, precisamente, tiende a confirmar la nota de Rodríguez
Marín sobre el particular, en uno de los apéndices a su última edición
del Quijote. De los testimonios reunidos por él se deduce que, en tiem-
pos de Cervantes, era de mal agüero topar con un monje por la calle al
salir de casa, una creencia que seguía viva al principio del siglo xx16. En
cuanto al segundo ejemplo, el de la sal derramada sobre la mesa, difiere
del anterior por encarnarse en un personaje cuyo nombre se descu-
bre, aunque no su identidad exacta: un tal Mendoza, representación
emblemática, lo mismo que en Lope de Vega y Quevedo, de la fama
que tenían, de muy antiguo, todos los miembros de esta noble familia
con la cual la de Miguel mantuvo estrechas relaciones17. Mendocino, a lo
que parece, había llegado a ser sinónimo de supersticioso. Se infiere de
estos datos un probable vínculo directo entre la curiosidad que pudie-
ron despertar en Cervantes las supersticiones de sus contemporáneos
y las muestras que nos ofrece de ellas con su talento de narrador. Sin
embargo, estas actitudes significativas, que pudo contemplar en más de
una ocasión, se señalan también en obras que no son documentos, ni
textos de ficción, sino tratados, como el que nos ha dejado un escritor
de finales del siglo xv, Polidoro Virgilio. Humanista italiano, nacido en
Urbino, se conoce sobre todo por su De inventoribus rerum, compilación
de anécdotas sobre los orígenes de las cosas en los campos más variados,
desde la técnica hasta la religión18. Este tratado, cuya amplia difusión
ha sido comprobada por Víctor Infantes, llamó la atención de Marcel
Bataillon: no sólo porque el autor se aplica a explicar los cultos popu-
lares como vestigios del antiguo paganismo, anticipando así a Erasmo en
15
Cervantes, Don Quijote de la Mancha (ed. Rico), t. I, p. 1199.
16
Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (ed. Rodríguez Marín),
vol. IX, apéndice XIII, pp. 198-218.
17
Su abuelo, el licenciado Juan de Cervantes, fue en efecto miembro del consejo
del duque del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza, en tanto que el hijo bastardo del
duque, Martín de Mendoza, gitano por parte de madre y archidiácono por añadidura, se
convirtió en amante de María de Cervantes, hija del licenciado y tía de nuestro escritor
(ver Canavaggio, 2003, pp. 51-52).
18
Ver Hay, 1952.
212 JEAN CANAVAGGIO
De’l sale, è vn’ altra ragione: per che egl’ è sacro, e (come Platon dice) hà
suo corpo amico à Dio, e per che é nimico d’ogni corruzione, en senza il
19
Bataillon, 1966, pp. 638-639 y 717-718. Sobre la difusión en España de este tra-
tado, reeditado por Weiss y Pérez, 1980, ver Infantes, 1988, pp. 254-255.
20
Don Quijote, II, 22. Episodio analizado por Aubrun, 1979.
21
Ver Hay, 1952, pp. 34-45.
22
Céard, 1996, p. 161.
23
Céard, 1996, pp. 167-168.
RETORNOS a Cervantes 213
quale nessun sacrificio già si faceva. Per tanto, chi vsa sale, à cosa non ne-
cessaria, ò per sorte, ò poca auuertenza lo ‘spande: par che facci male, e sia
degno di pena, e di qui è nata tal’ oppenione24.
24
«En lo referente a la sal, hay otra razón por la que se considera sagrada, sea porque
(como dice Platón) su sustancia es grata a Dios, sea porque es enemiga de toda corrup-
ción, sin la cual no se celebraba ningún sacrificio. Por lo tanto quien utiliza la sal para
cosas no necesarias, o por casualidad o bien por falta de prudencia la esparce, parece que
esto hace daño y que merece un castigo; de ahí se ha formado esta opinión» (Polidoro
Vergilio, De Prodigiis, libr. III, per Damiano Marassi fatti toscani, p. 221). Damos a título de
comparación el texto latino según la edición de 1671: At salis alia ratio: is enim sacer est,
et amicum Deo, uti Plato vocat, corpus, quod corruptionis sit praecipuus expulsor, sine quo nullum
olim fiebat sacrificium. Proinde qui sale ad rem non necessariam utitur, vel forte aliqua eum pro-
jicit, peccare iudicatur, ipsumque poena quaedam manere videtur : unde hominis opinio orta fertur
(Polydore Vergile, De Prodigiis, libri III, p. 79).
25
Polidoro Vergilio, De Prodigiis, pp. 221-222: «Lo que habéis dicho sobre el en-
cuentro con monjes o frailes, que esto sea de mal agüero, no sabría decir otra cosa sino
que esto puede achacarse a su distinta manera de vestir; pues una gran parte de ellos
visten o de negro o de otros colores poco alegres; y los otros visten de colores diversos,
arreglados con arte y formas extravagantes y fastidiosas y poco agradables a nuestros
ojos. Por todo esto, así como ellos tal vez desean que se les considere hombres humildes,
o solitarios, no siempre se muestran así a nuestros ojos: de modo que parecen (y en esto
lo son) muy distintos respecto a los demás: y de tal manera mueven las mentes de los
mortales, las que son más livianas». Comp. De Prodigiis, p. 79: Quod monachorum occursus
est ominosus, id vestitu varietati assigneverim bona enim illorum pars nigro amiciuntur vestitu,
reliqui vero discoloribus miro quodam artificio confectis utuntur vestibus. Ex qua re ut illi per
paucorum hominum forsitan censeri homines volunt, sic multo dissimillimi videntur, et suo ocursu
214 JEAN CANAVAGGIO
Esta vez, Ridley repara en los colores que suele llevar el hábito
monjil, negro u oscuro, los cuales, si hemos de creerle, suelen ser car-
gados por el vulgo de un simbolismo ingenuo, de modo que cualquier
encuentro con uno de estos frailes cobra un valor nefasto.
¿Qué concluir de este doble parecido? A lo menos, una indiscutible
coincidencia entre Ridley y don Quijote, no sólo por negarse los dos
a creer en las supersticiones, sino por aducir los mismos ejemplos en
apoyo de su refutación. Aunque no se haya rastreado ninguna remi-
niscencia explícita del De Prodigiis en el Quijote, lo que se nos dice de
Polidoro Virgilio, en el capítulo 22 de la Segunda parte, prueba que
Cervantes hubo de tener un conocimiento directo de algunas de sus
obras, probablemente adquirido durante su estancia napolitana26. De la
capital de la Italia española Rodaja nos dice que es «a su parecer, y al
de todos cuantos la han visto, la mejor de Europa y aun de todo el
mundo»27. Desgraciadamente, no podemos determinar a ciencia cier-
ta en qué fechas exactas estuvo allí el escritor; si hemos de creer unas
confidencias suyas, se escalonaron en el transcurso de «más de un año»28.
Nos gustaría entrever algo de sus ocupaciones durante estos meses in-
vernales transcurridos entre dos campañas. Tal vez se dedicó a romper
la rutina de la vida de guarnición, con otros entretenimientos que la
frecuentación de las tabernas y el trato de las cortesanas29. Nos compla-
cemos en imaginarlo saciando su sed de lecturas, aunque, dado el laco-
aliorum movent mortalium mentes, quae minus firmae sint. Agradezco a Aldo Ruffinatto su
ayuda a la hora de traducir estas citas.
26
En opinión de Carlos Romero, la lectura de Polidoro Virgilio debió de influir
también en la elaboración del Persiles, en tanto que «escritor de cosas amenas y curiosas».
Ver su introducción a Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, p. 51.
27
El licenciado Vidriera, p. 273. La población de Nápoles era dos veces la de Venecia,
tres la de Roma, cuatro la de Florencia. Toda la Italia meridional desembocaba en ella.
Ver Braudel, 1966, vol. I, pp. 316-318.
28
Cervantes, Viaje del Parnaso,VIII, v. 255, p. 170. Iniciadas en agosto de 1571, cuan-
do don Juan de Austria tomó el mando de la flota de la Santa Liga, se concluyeron en
septiembre de 1575, al embarcarse Cervantes con destino a España en una galera que
iba a caer en manos de corsarios argelinos. Es obvio que no permaneció allí durante
más de doce meses seguidos, en vista de lo que sabemos de sus sucesivas y fragmentadas
estancias; tampoco debe entenderse que dichas estancias, consideradas en conjunto, lle-
garan a sumar más de un año.
29
Vida apicarada es la que solían llevar allí los soldados españoles, a juzgar por la
relación de un Alonso de Contreras, contemporáneo de Cervantes, de la que Braudel se
hace eco (1966, vol. I, p. 311; vol. II, pp. 90, 194, 202 y 507).
RETORNOS a Cervantes 215
nismo de los archivos, difícil se nos hace, al respecto, salir del campo de
las hipótesis30. En cualquier caso, el parecido que acabamos de observar
nos permite entrever, en las palabras de don Quijote, el resultado de
un proceso de elaboración que no deja de recordar aquél que estudió
Francisco Ayala en su comentario al capítulo 32 de la misma Segunda
parte. La mala jugada que padece el ingenioso hidalgo, por culpa de las
doncellas del duque, con el pretexto de lavarle las barbas, quedando con
la cara enjabonada, parece ser, a primera vista, el trasunto de una escena
contemplada por Cervantes. Ahora bien, como ha mostrado Ayala, esta
burla se asemeja a otra que refiere Luis Zapata en su Miscelánea, de la
cual fue víctima, por parte del conde de Benavente, un embajador por-
tugués al que había invitado31. ¿Leyó o no Cervantes la recopilación de
Zapata, publicada mucho después de muerto su autor? Para Francisco
Ayala, la burla imaginada por el conde hubo de alimentar todo un acer-
vo de anécdotas. Difundidas oralmente, debieron de convertirse en un
material mostrenco aprovechado por Zapata y reelaborado más tarde
por Cervantes. En cambio, Francisco Márquez Villanueva, en vista del
estrecho paralelismo que presentan los dos relatos, excluye una mera
coincidencia y considera que el autor del Quijote hubo de conocer la
Miscelánea32. En cualquier caso, queda fuera de duda de que experiencia
y tradición confluyeron en la génesis del episodio.
De la misma manera, en el caso que nos ocupa, el proceso creador no
pudo ser tan sencillo, tan mecánico como pretendió la crítica positivista,
tributaria, aunque sin querer confesarlo, de la estética de la tajada de
vida. Entre observación y creación debió de insertarse el recuerdo, más
o menos preciso, de un texto anterior que bien pudo ser el que hemos
sacado a colación. Pero, al mismo tiempo, la reescritura cervantina se se-
para radicalmente de la presentación de los mismos casos que debemos
30
Una pista de interés ha sido señalada por Francisco Márquez Villanueva, al exami-
nar la figura del venerable Telesio, que interviene en el libro V de La Galatea: este noble
sacerdote, en efecto, lleva el nombre del filósofo Bernardino Telesio (1509-1588), anties-
colástico formado en el aristotelismo paduano y avecindado en Nápoles en el momento
en que Cervantes estuvo en dicha ciudad.Tal vez habrá contribuido a la formación inte-
lectual de un escritor que conservó, hasta sus últimos años, la huella de esta experiencia,
aunque no estamos, de momento, en condiciones de asegurarlo.Ver Márquez Villanueva,
1995. Acerca de la formación intelectual de Cervantes y de sus lecturas, ver las atinadas
observaciones de Anthony Close, 2005b, pp. lxvii-lxxiv.
31
Ayala, 1974.
32
Márquez Villanueva, 1973.
216 JEAN CANAVAGGIO
33
Novicio de la orden desde 1613, pronunciará sus votos definitivos el 2 de abril
1616, pocos días antes de morir, siendo enterrado el 23 del mismo mes, vestido del sayal
de franciscano (ver Canavaggio, 2003, pp. 416-419).
34
Ver García Gisbert, 1997.
EL PERSILES
EL «MALDICIENTE CLODIO»,
PRIMER LECTOR DEL PERSILES
1
Además de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (ed. Avalle-Arce), cabe
recordar Avalle-Arce, 1973, 1975b, 1988 y 1990.
2
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, p. 20. A esta edición remiten las citas
de esta obra que se incluyen en nuestro texto.
3
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, p. 21
4
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, pp. 22-23.
5
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, p. 25.
220 JEAN CANAVAGGIO
6
Acerca de esta necesaria rectificación, ver Pelorson, 2003, pp. 24-25.
7
Ver Riley, 1997, p. 60.
RETORNOS a Cervantes 221
8
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, p. 27.
222 JEAN CANAVAGGIO
lengua libre», ya que tanto le deleitan «las maliciosas agudezas» (p. 118)
que, por decir una, perdería no sólo un amigo, sino cien mil vidas9.
Claro que, si hemos de creerle, el castigo le ha puesto una mordaza
en la boca o, por mejor decir, en la lengua10. Sin embargo, la perspicacia
que demuestra en cualquier momento le induce a seguir otra vez su pe-
ligrosa inclinación. Cuando Auristela cae enferma por primera vez, por
culpa de los celos que le inspira Sinforosa, los médicos que le toman el
pulso declaran que «no era del cuerpo su dolencia, sino del alma». Pero,
añade el narrador, «antes que ellos conoció su enfermedad Periandro, y
Arnaldo la entendió en parte, y Clodio mejor que todos» (p. 169). Así,
pues, en dos ocasiones en que se halla a solas con Arnaldo, su libertador,
le declara haber notado que ama a Auristela y pretende, en señal de
agradecimiento, abrirle los ojos sobre las consecuencias de su pasión. Lo
que le quiere representar, en su primera conversación, no es sólo la en-
tereza y el rigor de la que fue su esclava y se niega a «rendir su voluntad
por los medios honestos del matrimonio», sino los interrogantes que
suscita tanto su negativa como el hecho de no haber revelado quién es:
Has de considerar que algún gran misterio encierra desechar una mujer
un reino y un príncipe que merece ser amado. Misterio también encierra
ver una doncella vagamunda, llena de recato de encubrir su linaje, acompa-
ñada de un mozo que, como dice que lo es, podría no ser su hermano, de
tierra en tierra, de isla en isla, sujeta a las inclemencias del cielo y a las bo-
rrascas de la tierra, que suelen ser peores que las del mar alborotado (p. 168).
9
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, p. 118. A las páginas de esta edición
remiten las referencias entre paréntesis de las citas. Queda fuera del ámbito de este estu-
dio el posible trasfondo histórico sobre el cual se recortaría, quizás, la figura de Clodio
y más especialmente, las correspondencias que se han detectado entre Clodio y Antonio
Pérez. Ver al respecto el Apéndice VI de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda
(ed. Romero), pp. 722-723.
10
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, I, 18, p. 135.
RETORNOS a Cervantes 223
El otro día te dije, señor, la poca seguridad que se puede tener de la vo-
luble condición de las mujeres, y que Auristela, en efeto, es mujer, aunque
parece un ángel, y que Periandro es hombre, aunque sea su hermano; y no
por esto quiero decir que engendres en tu pecho alguna mala sospecha, sino
que críes algún discreto recato (p. 174).
Este desfase que Clodio cree observar, con ojos linces, entre el ser y
el parecer de la pareja abre una brecha por donde pretende llegar hasta
los más escondidos pensamientos de Arnaldo y ejercer su dominio sobre
él. Pero su interlocutor, a pesar de agradecerle «el buen consejo» que le
ha dado, no le hace caso: «Auristela es buena, Periandro es su hermano,
y yo no quiero creer otra cosa, porque ella ha dicho que lo es, que, para
mí, cualquiera cosa que dijere ha de ser verdad» (p. 175).
Entre las sospechas del primero y la fe ciega del segundo se establece
una tensión que pronto se resuelve en detrimento de Clodio, frustrado
en su deseo de servir de consejero por faltarle las tres «calidades» re-
queridas para serlo: autoridad, prudencia y ser llamado11. No obstante,
no se da por vencido, sino que aprovecha otra circunstancia propicia
para reincidir en el tema. Pero, a falta de haber podido convencer a
Arnaldo, elige como confidente a Rutilio. Este cambio de interlocutor
no deja de extrañar al lector: ¿qué interés puede tener el bailarín italiano
en prestarle oído atento? En realidad, la negativa recibida del príncipe
ha reactivado en Clodio aquellos «ímpetus maliciosos» que, como dijo
momentos antes a Rosamunda, le «hacen bailar la lengua en la boca», y
malogrársele «entre los dientes más de cuatro verdades que andan por
salir a la plaza del mundo» (pp. 135-136). Como él mismo confiesa a
Rutilio, «me salen a la lengua y a la boca ciertos pensamientos, que ra-
11
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, II, 4, p. 176.
224 JEAN CANAVAGGIO
bian porque los ponga en voz y los arroje en las plazas antes que se me
pudran en el pecho o reviente con ellos» (p. 181).
Esta vez, nadie va a salir a salvo del cuadro que se aplica a trazar y en
el cual figuran, además de Arnaldo, Periandro y Auristela, aquellos que
componen las respectivas familias de Antonio y Mauricio. No extraña
el trato que el príncipe de Dinamarca se merece de quien pretendió ser
su consejero y no lo logró. Al decir del maldiciente, Arnaldo, tras haber
dejado su reino a la discreción de su padre, sigue el cuerpo (¿ya que no
el alma?) de Auristela, como si fuera «su misma sombra». «Perdiéndose
aquí, anegándose allí», nos ofrece un compendio de sus adversidades
que Clodio nos presenta desde el lado empequeñecedor del anteojo. El
contrapunto sentimental de estos trabajos —«llorando acá, suspirando
acullá» (p. 182)— se contempla desde el mismo enfoque burlesco que
fue el de Berganza, en su evocación irónica de las penas de amor de los
«pastores finos»12. En cuanto a su modo de hacer frente al destino, tan
sólo consiste en lamentarse de unas desventuras que no le fueron envia-
das por el Cielo o la Fortuna, ya que él mismo las fabricó en un alarde
de total irresponsabilidad.
Con todo, es la pareja de los supuestos hermanos la que recibe de
Clodio los dardos más agudos, sin los miramientos con que tuvo que
andar en sus dos conversaciones con Arnaldo:
12
El coloquio de los perros, en Cervantes, Novelas ejemplares (ed. Avalle-Arce), vol.
III, pp. 251-253. Otro tanto ocurre con don Quijote, después de su derrota ante el
Caballero de la Blanca Luna (II, 67), en el momento en que sueña con hacerse pastor
(Cervantes, Don Quijote de la Mancha [ed. Rico], vol. I, pp. 1282-1287).
RETORNOS a Cervantes 225
mandad por mares, por tierras, por desiertos, por campañas, por hospedajes
y mesones (p. 182).
13
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, II, 5, p. 183.
14
En especial, el hecho de pintar la isla bárbara en un lienzo, señalando con una vara
el lugar donde estuvo encerrado once años.
226 JEAN CANAVAGGIO
cambio, nos dio repetidas pruebas de que no se preciaba de ser «el mayor
judiciario del mundo» (p. 183). Por lo cual no podemos coincidir con
Clodio, cuando afirmó, ante Rosamunda, que jamás le había acusado la
conciencia de haber dicho alguna mentira15.
Lo que se desprende de su largo parlamento son los recelos que
le inspira una gravitación marcada del sello del misterio: un misterio
en que se envuelven unos protagonistas que se nos deslizan en cuanto
pretendemos conocer su procedencia y su condición y sacar en claro
lo que nos dicen de su parentesco, así como la meta que afirman per-
seguir a costa de unos peligros que, como da entender a Rutilio, no
pueden ser «creedores»16. En este sentido, este personaje prometido por
Cervantes a una temprana muerte se nos aparece como dentro y fuera
de la fábula a la vez. Las dudas que expresa son, hasta cierto punto, las
del «portador de la racionalidad»17 que descubre en él Carlos Romero.
Esta racionalidad, la porta también el lector en un momento en que no
conoce el desenlace de la novela, un lector al cual Clodio prefigura, en
cierto modo, al ejercer su mirada crítica. Ahora bien, nuestra perplejidad
no nos induce, a diferencia del maldiciente, a pasar de las dudas a las
sospechas difamatorias, condenando sin remisión a los peregrinos. Si
nos separamos de Clodio en este particular, es porque no compartimos
el doble compromiso que es el suyo en tanto que ente de ficción. Por
un lado, el que se empeñe en desacreditar a Arnaldo procede, como ya
vimos, del despecho de un aspirante a consejero que no llegó a ser ad-
mitido. Por otro lado, la descalificación de Periandro y Auristela oculta
otro propósito, que no tardamos en conocer. A la pregunta que le hace
Rutilio —«¿Adónde vas a parar, oh Clodio?»— éste contesta dándonos
la clave de su murmuración: querer «procurar que, aunque fuese a costa
de su desdicha [la de Arnaldo], nosotros enmendásemos nuestra ventu-
ra» (pp. 183-184). El medio elegido por Clodio —preparar una carta
para Auristela y entregársela— será el que ponga en obra en los siguien-
tes capítulos del mismo libro. Después de recapacitar en este papel los
trabajos que pasó su destinataria, unos trabajos esta vez «creedores», la
animará a escoger un modo de vida que le asegure la que el cielo qui-
15
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, I, 18, p. 119.
16
A diferencia de los de Antonio que, por tratarse de un desterrado, «por grandes
que sean, pueden ser creedores» (Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, II, 5, p.
185).
17
En Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (ed. Romero), p. 291, n. 14.
RETORNOS a Cervantes 227
18
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, II, 7.1, pp. 190-191.
FANTASÍA NOVELESCA Y EXPERIENCIA VIVA:
LOS DESPOSORIOS DE CONSTANZA Y DEL CONDE
Y más, que le pienso dar esposo de mi mano, tal, que aunque presto
quede viuda, quede viuda honradísima, juntamente con quedar doncella
honrada. Llamadla aquí y traed quien me despose con ella, que su valor,
su cristiandad, su hermosura merecían hacerla señora del universo (p. 521).
2
Pelorson, 2001, p. 991.
232 JEAN CANAVAGGIO
su pecado. Sin embargo, una reconciliación, para ser verdadera, tiene que
tener raíces en el sacrificio […] El hombre mismo no es capaz por sí solo de
ese generoso sacrificio que crea la reconciliación. Es necesario la mediación
de un tercero, de un ser inocente, para que pueda terminar la discordia. El
Conde es el elegido para que con su muerte cese la enemistad entre las dos
casas, y es el Conde que, dotando y casándose con Constanza, lleva la alegría
al dolor de Antonio3.
3
Casalduero, 1975, pp. 168-169.
4
Casalduero, 1975, p. 169.
5
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, pp. 435-537.
RETORNOS a Cervantes 233
6
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 498.
7
Canavaggio, 2003, pp. 96, 121, 138-139, 151 y 157.
8
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 498.
9
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 498.
10
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 498.
234 JEAN CANAVAGGIO
11
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 481.
12
Pérez Pastor, Documentos cervantinos, p. 518.
LA ESPAÑA DEL PERSILES
1
Ver al respecto las observaciones de Bakhtine, 1978, pp. 250-253.
2
«Fra popoli lontani e ne’ paesi incogniti possiamo finger molte cose di leggieri
senza togliere autorità alla favola. Però di Gottia e di Norvegia e di Svevia e di Islanda, o
dell’Indie Orientali o di paesi di nuovo ritrovati nel vastissimo oceano oltre le colonne
d’Ercole, si dee prender la materia de’ sì fatti poemi» (citado por Riley, 1966, p. 301).
3
Juan Haldudo el rico, vecino de Quintanar, es el primero en ser desafiado por
don Quijote recién armado caballero, en el capítulo 4 de la primera parte del Quijote.
Es entonces cuando libera a su criado Andrés, aunque sin medir las consecuencias de su
236 JEAN CANAVAGGIO
8
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 434.
9
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 439.
10
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 436.
11
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 439.
12
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 439 y III, 2, p. 440.
13
De acuerdo con el primer significado de peregrinar (Aut: «andar por tierras lejos
de la propria patria»), el cual, lo mismo que sus derivados, supone un viaje por tierra.
14
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 2, p. 440.
15
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 433.
16
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 12, p. 564.
17
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 509. El relato de Antonio
corresponde a los capítulos 5 y 6 del Libro I.
238 JEAN CANAVAGGIO
18
Ver Lozano Renieblas, 1997, p. 115.
19
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 2, p. 447.
20
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 511.
21
Lozano Renieblas, 1997, pp. 53-54.
22
Pelorson, 2003, p. 20.
23
Ver Lozano Renieblas, 1997, pp. 19-80.
24
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 509 y III, 12, p. 555.
RETORNOS a Cervantes 239
por temor a los peligros que corren quienes se atreven a pisar sus calles25
y, en cuanto a Barcelona, se reduce para ellos a la playa en que desembar-
ca Ambrosia Agustina y a la casa donde les cuenta su historia. Así pues, la
España que descubren es la del campo, una España que, si bien ignora el
bullicio del mundo urbano, no deja de ser propicia a los encuentros que
suelen tener los que recorren sus caminos. ¿Serán entonces los hitos de
este recorrido los santuarios que cualquier peregrino tiene el deber de
visitar? Contra toda espera, no es el caso. Una vez salidos de Guadalupe,
cuya función en la historia resulta ambigua, nuestros viajeros, animados
por el deseo de ir a lo más urgente, se apartan de lo que parecía ser su
preocupación inicial. Prestan un oído atento a una vieja peregrina que,
en el capítulo 6, encomia todos los lugares de devoción que se propo-
ne visitar26, pero se niegan a acompañarla cuando se ofrece a llevarlos
a ellos27 y, al llegar a la vista de Barcelona, renuncian a desviarse hasta
las «santísimas montañas de Montserrate», limitándose a adorarlas desde
lejos, «sin querer subir a ellas, por no detenerse»28.
Lo que nos llama ante todo la atención son «los nuevos y estraños
casos»29 que se les ofrecen a raíz de los encuentros y de las etapas, y par-
ticularmente aquellos que protagonizan los cuatro personajes que, entre
Badajoz y Valencia, les salen inesperadamente al encuentro: Feliciana
de la Voz, el polaco Ortel Banedre, el conde herido mortalmente en
Quintanar, en el momento en que Antonio se reúne con sus padres y,
finalmente, Ambrosia Agustina. Cada uno encarna un destino particular
que proporciona la materia de una historia de la que viene a ser a la vez
narrador y protagonista, y este relato segundo viene a incorporarse a la
historia principal mediante una técnica de inserción ya usada en los dos
primeros libros del Persiles30.
La primera de estas historias, que abarca los capítulos 3 a 5, nos in-
teresa ante todo por su inserción consecutiva a una aparición en campo
25
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 510.
26
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 6, pp. 484-488.
27
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 6, pp. 484-488.
28
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 12, p. 556.
29
El capítulo 2 del Libro III lleva el título siguiente: «Peregrinos. Su viaje por España.
Sucédenles nuevos y estraños casos» (Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 2, p. 440).
30
En la estela de la novela griega, examinada desde este enfoque por Bakhtine,
cobran especial relieve los numerosos encuentros ocurridos durante el viaje: el tema
del encuentro mantiene vínculos estrechos con el cronotopo del camino (ver Bakhtine,
1978, p. 249).
240 JEAN CANAVAGGIO
31
Feliciana no cuenta su historia de un tirón, sino que suspende su narración a
consecuencia de una falsa alarma que corresponde a la técnica de la doble suspensión:
ésta afecta de modo simultáneo los acontecimientos pasados referidos por la narradora
(su parto clandestino) y los acontecimientos presentes, es decir el grado de posibilidad
que tiene de ir hasta el final de su relato sin exponerse al peligro de ser descubierta por
sus perseguidores.Ver Moner, 1989, pp. 279-281.
RETORNOS a Cervantes 241
no había más diferencia del parto de una mujer que del de una res y […]
así como la res, sin otro regalo alguno, después de su parto, se quedaba a las
inclemencias del cielo, ansí la mujer podía, sin otro regalo alguno, acudir a
sus ejercicios32.
32
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 4, p. 462.
RETORNOS a Cervantes 243
que escuchan y contemplan han sido comparados con los que descu-
bren don Quijote y Sancho al llegar a las bodas de Camacho33; con todo,
es otra función la que desempeñan: son en efecto un preludio a una
manera de entremés donde el disfraz femenino del joven Tozuelo, en
vez de acabar en una secuencia burlesca, alimenta el debate que suscita
en los dos alcaldes el trato sentimental de sus hijos. El niño nacido de
los amores clandestinos de Rosanio y Feliciana deja lugar aquí al fruto
esperado de unos «casorios hechos a hurtadillas»34 cuya cabal medida
nos da Mari Cobeña al recordar que «ni yo he sido la primera ni seré
la postrera que haya tropezado y caído por estos barrancos»35. Una de
sus compañeras se aplica entonces a reducir el asunto a sus exactas pro-
porciones, aconsejando que mozo y moza se casen sin tardar, solución
adoptada acto seguido por las dos partes.
Una tercera secuencia, con tonalidad parecida a la de la anterior,
aunque con proporciones más amplias y significado más complejo,
corresponde, en el capítulo 10, a la desgracia de los dos cautivos fal-
sos, confundidos, al cabo de un interrogatorio riguroso, por uno de
los dos alcaldes de un pueblo manchego de cuyo nombre el narrador
declara no conservar memoria36. En comparación con el episodio de
Cobeña y Tozuelo, éste ofrece una teatralización aún más marcada a la
cual colaboran tanto el narrador, mediante sus acotaciones escénicas,
como los cuatro protagonistas, a lo largo de un diálogo que llena la
mayor parte del capítulo. No cabe duda de que esta historia, al menos
en sus referencias, procede de un folclore decantado por la experiencia
personal de Cervantes; con todo, lo que más llama la atención del lector,
es el desenlace insólito que conoce, nacido de la agudeza de los dos es-
tudiantes: valiéndose de su facundia, consiguen no sólo mover a lástima
al alcalde que se decía a punto de mandarlos a galeras, sino hacer que les
dé «una lición de las cosas de Argel, tal, que de aquí adelante ninguno
les coja en mal latín en cuanto a su fingida historia»37.
33
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 506, n. 10.
34
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 508.
35
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 509.
36
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 11, p. 527.
37
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 10, p. 538. Además de las finas
observaciones que Michel Moner dedica a este episodio (1989, pp. 262-266 y 290-298),
merece leerse el artículo de Requejo Carrió, 2003, así como las reflexiones de Márquez
Villanueva, 2010, pp. 289-294.
244 JEAN CANAVAGGIO
38
Los estudios más profundos dedicados a este episodio y, más generalmente, a la
presencia de los moriscos en la obra de Cervantes se deben a la pluma de Francisco
Márquez Villanueva.Ver Márquez Villanueva, 1975a, pp. 285-295 y 2010, pp. 283-289.
39
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 12, p. 566.
40
Pelorson, 2001, p. 99.
RETORNOS a Cervantes 245
41
Sobre la función estructurante del azar en el Persiles, ver Lozano Renieblas, 1998,
pp. 59-65.
246 JEAN CANAVAGGIO
42
Después de decir que este gobernador era el arzobispo de Braga (Cervantes, Los
trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, p. 434), Cervantes, más adelante, lo llama visorrey
(p. 435). Romero examina esta aparente contradicción en el Apéndice XI de su edición
(pp. 727-728). Considera que el contexto en que se sitúa la llegada de los peregrinos
a Lisboa puede corresponder o bien a los años 1558-1559, durante la minoría del rey
Sebastián, o bien a los años 1600-1615, cuando Felipe III, rey de Portugal, establece el
sistema de los virreyes, entre los cuales el arzobispo de Braga, Alejo de Meneses, fue el
único en reunir, entre 1614 y 1615, los tres títulos de arzobispo, gobernador y virrey.
Primer ejemplo, concluye el editor, de la doble cronología que rige la acción de la
novela.
43
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 8, p. 510. Durante su relato (III,
6, p. 495), Ortel Banedre declara que al volver de las Indias Orientales, formó el pro-
yecto de ir a Madrid, «donde estaba recién venida la corte del gran Felipe Tercero».Ver
sobre el particular el Apéndice XVI de la ed. de Romero, p. 731.
44
Sobre la fecha de redacción de este episodio, considerado por quienes tomaron al
pie de la letra la supuesta profecía del Jarife como escrito antes de la promulgación del
bando de destierro de los moriscos, ver, además de Cervantes, Los trabajos de Persiles y
Sigimunda, pp. 735-736, Lozano Renieblas, 1998, pp. 31-36.
45
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 2, pp. 441-447.
46
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 2, p. 443.
RETORNOS a Cervantes 247
48
Otro punto sobre el cual Cervantes se revela deliberadamente impreciso. Al prin-
cipio de su viaje, en la etapa de Badajoz, Auristela, solicitada por un poeta cómico que
pretende hacer de sus aventuras el tema de una comedia y darle el papel principal, le
contesta «que no había entendido palabra de cuanto le había dicho, porque bien se veía
que ignoraba la lengua castellana» (Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 2, p.
445). De hecho, nuestros peregrinos parecen en un primer momento encargar al joven
Antonio el papel de trujamán cada vez que empiezan a narrar sus aventuras, valiéndose
de la tela que pintaron a este efecto (III, 1, p. 439 y III, 4, p. 467). Dicho esto, no expe-
rimentan la menor dificultad en entender lo que les cuentan, sucesivamente, Feliciana,
Ortel Banedre, la vieja peregrina y Ambrosia Agustina; y en cuanto a Periandro, de
quien se nos dijo, en el momento de su encuentro con Antonio de Villaseñor en la isla
bárbara, que «aunque no muy despiertamente, sabía hablar la lengua castellana» (I, 4,
p.158), se expresa en un perfecto castellano cuando pide al polaco que renuncie a su
venganza. Bien es verdad, apunta Cervantes, que no sólo era versado en lengua latina
y en poesía antigua, sino que había leído las obras de Garcilaso, recién publicadas, hasta
el punto de glosar, al llegar a orillas del Tajo, un verso famoso de la Égloga primera (III,
8, pp. 503-504 y n. 2).Ver al respecto Egido, 1998, así como Pelorson, 2003, pp. 42-48.
49
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 4, p. 457.
RETORNOS a Cervantes 249
50
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 4, pp. 457-459.
51
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 7, pp. 500-503.
250 JEAN CANAVAGGIO
los novios de la Sagra de Toledo, los cautivos falsos confundidos por los
alcaldes del pueblo donde hicieron etapa son otros tantos representantes
de una humanidad media que hace resaltar, por contraste, la trayecto-
ria excepcional de quienes se descubrirán más tarde como Persiles y
Sigismunda.
Así y todo, creemos en la posibilidad de otra lectura que se perfila
en filigrana, más allá de la expansión de las trayectorias individuales, otra
lectura que tan sólo podemos esbozar aquí, anclada en el entorno con-
creto donde se sitúa este viaje, por no decir esta peregrinación que no lo
es del todo: el entorno de esta tierra cuya punta avanzada corresponde
a Lisboa, de esta tierra que el grumete de la gavia mayor prefiere llamar
cielo y que inspira a Antonio un auténtico ditirambo52; de esta España de
la que el Jarife nos dice que «ella sola es el rincón del mundo donde está
recogida y venerada la verdadera verdad de Cristo»53, antes de formular
votos por la expulsión de las serpientes que le roen las entrañas54. Pues
bien: entre todos aquellos con que topamos en el camino, pocos son los
que compaginan fe y obras; aún más escasos los detentores de cualquier
parcela de poder que se aplican a justificar la misión providencial de la
monarquía de los Austrias. No son, cabe observarlo, los cuadrilleros de la
Santa Hermandad, convencidos de haber detenido al matador de Diego
de Parraces, ni el corregidor de Cáceres con sus esbirros, ni los soldados
que vienen a las manos con los vecinos de Quintanar, provocando así la
muerte del conde, ni los jueces que condenan a un muchacho al remo
sin establecer su culpabilidad ni tampoco su identidad, ni los sargentos
que aprovechan la miseria de unos campesinos para acrecentar el nú-
mero de buenas boyas, o sea de remeros supuestamente voluntarios. En
cuanto al rebato en las costas del Levante de los corsarios llamados por
los vecinos de un pueblo de moriscos, atestigua un hecho que los defen-
sores de la expulsión han aducido repetidas veces entre los argumentos
destinados a justificarla. Sin embargo, parece que en el momento en que
Cervantes escribió este capítulo, el peligro de semejante colusión ya no
estaba de actualidad y, a pesar de los prevenciones del ex-cautivo de los
baños de Argel en contra de los moriscos que se negaban a cualquier
forma de asimilación, la arenga del sacristán acumula tantas paradojas
que la ironía de la que rebasa desvela por sí sola la arbitrariedad de la
52
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 1, pp. 431-433.
53
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 11, p. 547.
54
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 11, p. 547.
RETORNOS a Cervantes 251
55
Pelorson, 2001, pp. 1004-1007, así como 2003, pp. 49-58.
56
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigimunda, III, 4, p. 459.
57
Pelorson, 2001, pp. 1003-1004.
A MODO DE epílogo
EL HUMANISMO DE CERVANTES
1
Bataillon, 1966, p. 795.
2
Todavía en 1905, Marcelino Menéndez Pelayo no pasaba de concederle «esta hu-
mana y aristocrática manera de espíritu que tuvieron todos los grandes hombres del
Renacimiento», la cual «encontró su más perfecta y depurada expresión en Miguel de
Cervantes».Y concluía: «Por esto principalmente fue humanista más que si hubiese sabi-
do de coro toda la antigüedad griega y latina» (Menéndez Pelayo, 1947, p. 81).
3
Castro, 1925.
256 JEAN CANAVAGGIO
Humanidades. Humanistas
Nacido en Alemania en el siglo xix, el término «humanismo» ha
admitido, desde su aparición, varias definiciones, hasta designar, hoy en
día, cualquier doctrina que toma a la persona humana por fin4. Un
primer acercamiento posible es el que nos ofrecen aquellos que, en el
siglo xvi, se llamaron a sí mismos «humanistas», forjando este neolo-
gismo latino para dar cuenta de un saber generalmente adquirido en
las aulas universitarias: el de las letras griegas y latinas, o, para emplear
términos acuñados por ellos, un amplio dominio de las «letras humanas»
o «letras de humanidad» (studia humanitatis), diferenciadas así de las letras
sagradas. Esta primera acepción no parece, en principio, poder apli-
carse a Cervantes. El calificativo de «ingenio lego» que se dio primero
a sí mismo5, reiterado por Tamayo de Vargas algunos años después de
su muerte6, solía designar, con connotaciones a veces despectivas, a los
que no habían pasado por dichas aulas. Este fue, precisamente, el caso
de nuestro escritor, de quien ignoramos, a falta de datos concretos, las
circunstancias exactas en que inició sus estudios. Hace falta esperar el
año 1569, cuando ya tiene 22 años y acaba de abandonar Madrid, tal
vez a consecuencia de un misterioso duelo, para encontrar el único tes-
timonio que se conserva de su carrera académica: la ya citada mención,
por Juan López de Hoyos, de su destacado alumno, en tanto que autor
de cuatro de los poemas incluidos en la Relación de las exequias fúnebres
de la Reyna Isabel de Valoys, prematuramente fallecida pocos meses antes.
Difícil se nos hace, por consiguiente, determinar qué grado de co-
nocimiento Cervantes alcanzó de las dos lenguas clásicas. Cabe pensar,
con José Manuel Blecua, que se formaría en aquel «complejo sistema
educativo de origen grecolatino» en el que se combinaban «el aprendi-
zaje conjunto de hablar y escribir con la lectura de autores» que luego
4
Recuérdese el conocido ensayo de Sartre, L’existentialisme est un humanisme. La
bibliografía sobre el humanismo, desde Garin y Kristeller hasta estudios más recientes,
es abundantísima y no se trata aquí de condensarla. Pueden consultarse, al respecto, las
aproximaciones que debemos a Francisco Rico y sus colaboradores, (Rico, 1980, pp.
1-27 y 1989, pp. 5-25). De útil consulta es el artículo de Joseph Pérez, 1988.
5
Viaje del Parnaso, VI, v. 174, en Cervantes, Obras completas, p. 1208b: «pero, en fin,
tienes el ingenio lego» le dice a Cervantes un desconocido que le habla al oído.
6
Tamayo de Vargas, Junta de libros, la mayor que ha visto España, hasta el año de 1624
(BNM, ms. 9753, t. II). Al parecer, este catálogo manuscrito circuló antes de esta fecha.
RETORNOS a Cervantes 257
7
Blecua, 2004, p. 1119.
8
Por no decir nada del conocimiento que hubo de tener de las traducciones de
los textos antiguos que más directamente influyeron sobre su obra, desde la Odisea y
la Eneida hasta el Asno de oro de Apuleyo y las Etiópicas de Heliodoro. Ver al respecto
Beardsley, 1979.
9
Don Quijote de la Mancha, II, 16, en Cervantes, Obras completas, pp. 363a-364b. A
esta edición, salvo excepciones debidamente señaladas, remiten las demás citas de textos
cervantinos.
10
El coloquio de los perros, Obras completas, p. 670b.
258 JEAN CANAVAGGIO
11
Socrate, «Lecturas del Quijote: Prólogo», en Cervantes, Don Quijote de la Mancha
(ed. Rico), vol. II, p. 13.
12
Don Quijote, II, 62, Cervantes, Obras completas, p. 479b.
13
Don Quijote, I, 9, Cervantes, Obras completas, p. 170b. Para decirlo con palabras de
Anthony Close, «saber cuáles fueron los libros que leyó Cervantes nos importa mucho
menos que saber cómo los leyó y qué partido sacó de sus lecturas» (2005, vol. I, p. lxxx).
RETORNOS a Cervantes 259
Un nuevo humanismo
Entre los temas recurrentes de este pensamiento, en efecto, el de
la locura ocupa un lugar relevante. Su temprano florecimiento en el
norte de Europa, se sitúa entre dos fechas esenciales: 1494, año en que
14
Si hemos de dar fe al Diccionario etimológico de Joan Corominas y José Antonio
Pascual, es ésta una de las dos primeras ocurrencias del término en castellano (la otra
aparece en el Viaje del Parnaso). Sin embargo, según el corpus histórico de la Real
Academia de la Lengua, «humanista» aparece ya en el siglo xvi, al menos en ocho auto-
res distintos, como Francisco López de Gómara, Luis Barahona de Soto, Juan de Pineda
o fray Luis de Granada. Al parecer, solía designar al profesor de lenguas griega y latina,
con connotaciones a veces irónicas o despectivas.
15
Moner, 1986.
16
Cervantes, El licenciado Vidriera, en Obras completas, p. 585a.
260 JEAN CANAVAGGIO
17
Márquez Villanueva, 1985-1986, pp. 509-511.
18
Los colegios jesuitas —como por ejemplo el sevillano de San Hermenegildo,
elogiado por Berganza en El coloquio de los perros—, tienen tanto derecho a ser conside-
rados como auténticos herederos del humanismo como las fundaciones protestantes de
una época coetánea.
RETORNOS a Cervantes 261
a todo tipo de textos porque, según ellos, no hay verdadera ruptura en-
tre el pensamiento grecolatino y la herencia judeocristiana: el mundo de
la cultura es uno, y el desarrollo que ha conocido desde la Antigüedad
traduce, en un nuevo despliegue de posibilidades, el esfuerzo del hom-
bre para acceder a la plena humanitas, o sea conseguir su máxima reali-
zación intelectual, ética, religiosa y estética, emparejando de esta forma
laudes litterarum y dignitas hominis19.
Ahora bien, en el caso de España, aquellos que defienden esta actitud
van a enfrentarse, por parte de diferentes sectores —órdenes mendi-
cantes, escolásticos salmantinos, autoridades inquisitoriales— con una
hostilidad cada vez más fuerte. Con el correr de los años, esta hostilidad
es acrecentada por las sospechas dirigidas contra los cristianos nuevos,
por las acciones represivas llevadas, en Valladolid y Sevilla, contra unas
comunidades consideradas heterodoxas, y por la voluntad de acabar con
los focos de herejía que constituyen los alumbrados. Mientras que en la
época del Emperador salió a luz, al cabo de quince años, la Biblia po-
líglota de Alcalá, emprendida a principios del siglo xvi a iniciativa del
cardenal Cisneros, el Índice inquisitorial de 1559 prohíbe terminante-
mente no sólo la circulación de las Biblias en lengua vulgar, tanto judías
como protestantes, sino la publicación y lectura de traducciones inte-
grales del Antiguo y del Nuevo Testamento. Si bien Felipe II, en 1569,
concede permiso a Arias Montano para realizar otra edición de la Biblia,
la de Amberes, esta magna obra, destinada a círculos eruditos, no incluye
ninguna versión castellana de la Vulgata. No obstante, tanto los tratados
de espiritualidad de los escritores ascéticos —Juan de Ávila y Luis de
Granada, entre otros— como la labor exegética desarrollada por fray
Luis de León en Salamanca contribuyen a difundir traducciones parcia-
les de los textos sagrados, y particularmente de los Salmos, los Proverbios
y el Cantar de los Cantares. Cervantes, de quien sabemos que practicaba
los manuales de devoción, llegó sin la menor duda a familiarizarse de
este modo con las fuentes testamentarias, como se infiere, entre otros
ejemplos, del Quijote, obra en la que la huella de los dos testamentos
se comprueba a través de todo un repertorio de imágenes y metáforas
19
Observa Bataillon que «así como don Quijote no está dispuesto a romper lan-
zas por la gloria de los héroes antiguos, así tampoco es el humanismo de Cervantes lo
bastante fervoroso para que piense en incorporar los sabios antiguos a la cohorte de los
santos. Sin embargo, no ignora que pudieron, por las solas luces de la razón, alcanzar
verdades eternas» (1966, p. 786).
262 JEAN CANAVAGGIO
20
Otro tanto puede decirse de otros hechos tradicionalmente aducidos: el que
su padre fuera cirujano, o que Miguel no recibiera, al volver de Argel, el premio que
esperaba de sus servicios, o que se le comisionara para recaudar impuestos, en vez de
concederle alguno de los cargos ultramarinos que solicitó en su Memorial de 1590,
dirigido al Consejo de Indias. Castro, 1966, pp. 164 y ss., no documenta realmente
la «raça» del autor del Quijote, a pesar de las aclaraciones biográficas que declara traer.
Entre los defensores de la tesis de una ascendencia judeoconversa del escritor, Márquez
Villanueva es quien ha llevado más lejos la investigación en este campo: al analizar, en un
documentado estudio, los indicios que tenemos de dicha ascendencia, no pasa de consi-
derarla como una mera «probabilidad bien fundada», llegando a la siguiente conclusión:
«Para entendernos con pocas palabras, […] en vista de dicho cuadro y sin prejuicio a
favor ni en contra, sería mucho más difícil que Cervantes fuera cristiano viejo que lo
contrario» (Márquez Villanueva, 2004).
RETORNOS a Cervantes 263
21
Domínguez Ortiz, 1991, p. 231.
22
Sus contribuciones posteriores al tema han sido recogidas parcialmente en
Bataillon, 1979 y, más tarde y de forma más completa, en Bataillon, 1991. Sería impru-
dente afirmar que leyó Cervantes esta u otra obra de Erasmo, dado que, después de los
Índices de 1551 y 1559, sus obras estuvieron proscritas en España. Sin embargo, eso no
impidió por completo su circulación, ni mucho menos su continua influencia, aunque,
como demostró Eugenio Asensio, en un importante artículo (Asensio, 1952), la huella
del erasmismo es inseparable de la de otras corrientes como, por ejemplo, la de la espi-
ritualidad franciscana.
264 JEAN CANAVAGGIO
23
Close, 2005, p. lxxvii. Forcione se ha empeñado en detectar este mismo ideal en
las páginas de La gitanilla, El celoso extremeño, El coloquio de los perros y El licenciado Vidriera
(ver Forcione, 1982). A decir verdad, repercute lejanamente en ellas, pero de forma di-
luida, y con interferencias ajenas, debido, entre otras razones, a la dificultad que tendría
Cervantes al intentar hacerse con un ejemplar de la Moria o los Coloquios. Obsérvese,
por otra parte, que la arremetida de Guzmán contra la honra mundana (Guzmán de
Alfarache, I, II, pp. 2-4) contiene trozos que parecen cuadrar perfectamente con el mona-
chatus non est pietas de Erasmo y su convicción de que cualquiera —mercader, soldado,
mujer casada, pícaro— puede salvarse en su estado. Ello no impide que las creencias de
Alemán y su criatura sean manifiestamente postridentinas.
RETORNOS a Cervantes 265
24
Close, 2005b, p. lxxxiv.
25
Ver Ruiz, 1985-1986.
26
Márquez Villanueva, 1985-1986, pp. 510-511.
266 JEAN CANAVAGGIO
27
Cervantes, El licenciado Vidriera, Obras completas, p. 593b.
28
Bataillon, 1966, p. 798.
29
Bataillon, 1966, p. 799.
30
Cervantes, Don Quijote, II, 31, en Obras completas, p. 401a.
31
Cervantes, Don Quijote, II, 31, en Obras completas, p. 402a.
RETORNOS a Cervantes 267
32
Cervantes, Don Quijote, II, 31, en Obras completas, p. 402a.
33
Cervantes, Don Quijote, II, 31, en Obras completas, p. 402b.
34
Cervantes, Don Quijote, II, 32, en Obras completas, p. 404b.
35
Cervantes, Don Quijote, II, 32, en Obras completas, p. 407a.
268 JEAN CANAVAGGIO
Sancho, de este modo, se sale del camino por donde quería arrastrarle
su interlocutora al pedirle chocarrerías que no son de su costal y ponerle
en cara la máscara del bufón de corte. En este sentido, la trayectoria que
nos ofrece da plena fe de la soltura con que Cervantes supo aprovechar
libremente no sólo deudas intelectuales o literarias, sino también mate-
riales sacados de la tradición oral, del folclore o de la observación directa
para elaborar una creación profundamente original39.
36
Punto desarrollado por Antonio Vilanova, en un estudio pionero cuyas conclu-
siones, sin embargo, resultan a veces discutibles.Ver Vilanova, 1989, pp. 95-121, así como
los atinados comentarios que este estudio inspiró a Bataillon (1979) en «Un problema
de influencia de Erasmo en España. El elogio de la locura».
37
Cervantes, Don Quijote, II, 32, en Obras completas, p. 408a.
38
Cervantes, Don Quijote, II, 32, en Obras completas, p. 409a.
39
El interés de Cervantes por el folclore entronca con una conocida preocupación
de los humanistas españoles, atentos a recopilar refranes y cuentecillos en un amplio
esfuerzo de dignificación de lo popular. Este esfuerzo se cifra, entre otras muestras,
en la labor desarrollada por los paremiólogos de los siglos xvi y xvii, desde Mal-Lara
RETORNOS a Cervantes 269
Por lo que se refiere a don Quijote, conviene ser aún más cauto: como
Edward C. Riley ha observado acertadamente, el concepto erasmiano
del «tonto sabio» se filtra más fácilmente en relación con Sancho que
con su amo40. Antonio Vilanova se ha aplicado, en diferentes estudios, a
defender la tesis según la cual Cervantes encontró en el Elogio de la locura
«un sistema completo de ideas y doctrinas acerca de la enajenación», de-
sarrollándolo en forma novelesca para perfilar, entre otros elementos, los
rasgos de la locura del caballero41. Pero, fuera de que es un problema in-
soluble saber lo que Cervantes leyó de Erasmo y si había leído el Elogio
de la locura42, este desarrollo es el que, precisamente, plantea dificultad en
cuanto pretendemos reconstruirlo a la luz del pensamiento erasmista.
Erasmo, en efecto, destaca en la primera parte de su tratado el hecho
de que, en más de una ocasión, somos incapaces de discernir los límites
entre lo aparente y lo real. Pero lo hace desde una perspectiva doctrinal
que le lleva a descubrir esta incapacidad en todos los hombres, mientras
que la que nos ofrece don Quijote, además de constituir una modalidad
singular, es el punto de arranque de un proceso artístico que no debe
nada al humanista holandés: su construcción en tanto que personaje li-
terario. Basta comparar el error del argivo citado en el Laus Stultitiae, del
que se nos dice que creía ver representar comedias en un teatro vacío,
con el que ilustra el caballero en sus aventuras. En ambos casos, estamos
frente a un loco que no deja de ser «muy cuerdo en todos los demás
menesteres», como dice Erasmo43; pero hay un verdadero abismo entre
la aparición fugaz de una figura traída a modo de ejemplo y la presencia
que el caballero va cobrando al hilo de sus andanzas.
En otras palabras, si bien no cabe excluir, entre otros estímulos, el
impacto de «una inicial inspiración erasmista» en la génesis del Quijote44,
el mismo esquema creado por Cervantes a partir de esta inspiración re-
presenta ya, por sí solo, una distancia con el concepto de «moria». Tanto
vale decir que, tal como se manifiesta en los disparates que comete, la
monomanía del protagonista cervantino, no se puede confundir con la
45
Bataillon, 1979, p. 81 (a no ser que se contemple desde el enfoque elegido por
Unamuno en su Vida de don Quijote y Sancho).
46
Cervantes, Don Quijote, II, 17, en Obras completas, p. 367a.
47
Cervantes, Don Quijote, II, 17, en Obras completas, p. 367a.
48
Márquez Villanueva, 1975c.
49
Cervantes, Don Quijote, II, 17, en Obras completas, p. 365a. La agonía de Alonso
Quijano el Bueno, que muere cristianamente en medio de la aflicción de los suyos
tras haber renegado de sus locuras y extravagancias, ha inspirado a varias plumas unas
RETORNOS a Cervantes 271
pero que no impide que los dos hidalgos, después de enjuiciarse así el
uno al otro, acaben comiendo bajo del mimo techo y en la misma mesa.
Sean las que fueren las situaciones a que se ve enfrentado, don
Quijote trasciende, no sólo la suma de los fracasos que padece, sino las
burlas, a veces muy risibles, de que es víctima. Hoy nos parece como
un héroe que persevera en su ser, sin que las desgracias que conoce
consigan descalificarlo: el protagonista de una historia, el soporte de una
verdadera novela. En este sentido, la locura que constituye su leit-motiv
y en que radica esta coherencia lo proyecta más allá del gran teatro del
mundo, de aquel reino de paradoja en el cual Erasmo colocó el moralis-
mo emblemático de su «moria». En esto consiste, finalmente, la distancia
radical entre don Quijote y el trasfondo erasmiano del Laus Stultitiae:
en el carácter poético de su locura; en primer lugar, por la voluntad
que anima al caballero, determinado a hacer o rehacer un mundo que
se resiste a sus decretos y sacando de esta negativa su autonomía y su
extraordinaria presencia; pero, también, por el valor de resorte estructu-
ral que cobra así esta locura, de la que depende, en última instancia, la
dinámica de la aventura.
páginas conmovedoras. Lo que nos importa recalcar, con Marcel Bataillon, es que, en
aquella circunstancia, el caballero se separa radicalmente del loco erasmiano, tal como se
perfila en la tercera parte del Laus Stultitiae: «cuando [Cervantes] decide hacer abjurar
a su héroe, en su lecho de muerte, de una locura demasiado humana, no se le ocurre la
idea de hacerle abrazar la divina locura de la cruz» (Bataillon, 1979, p. 81).
50
A diferencia de los escolásticos, preocupados ante todo por la filosofía natural y
la teología.
272 JEAN CANAVAGGIO
51
Ver, entre otros, Bataillon, 1966, pp. 615-623, así como la lista cronológica de
censuras establecida por Martín de Riquer, en su introducción a Cervantes, El ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha (1990, pp. xxxvi-xxxviii).
52
Cervantes, Don Quijote, I, 6, en Obras completas, p. 162b.
RETORNOS a Cervantes 273
53
Cervantes, Don Quijote, I, 47, en Obras completas, p. 305a.
274 JEAN CANAVAGGIO
pasar de las palabras a las obras, recordándonos que una teoría de la no-
vela no se reduce a un cuerpo de doctrina y que no hay novela posible
si no se proyecta más allá de sus propias convenciones.
En este planteamiento dialéctico de lo que han de ser las condicio-
nes de posibilidad de la literatura se ha detectado la marca del último
avatar del humanismo renacentista: el de las preceptivas neoaristotélicas
nacidas del redescubrimiento de la Poética, a mediados del siglo xvi. Un
redescubrimiento operado por los italianos —Castelvetro y Robortelli,
entre otros, cuyas comentarios hubo de leer Cervantes en Roma o en
Nápoles54— antes de fecundar la Philosophía antigua poética, de Alonso
López Pinciano, publicada en 1596, poco antes de que la historia del
ingenioso hidalgo se pusiera en el telar. Producto de una larga reflexión
sobre la literatura, el libro del Pinciano rehabilita las obras de ficción
que acceden a la dignidad de obras de arte, a condición de que respeten
las reglas de la verosimilitud: el objeto de la poesía, declara,
57
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 332b.
58
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 332b.
59
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 332b.
60
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 333a.
61
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 333a.
62
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 333a.
276 JEAN CANAVAGGIO
dor las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir
ni quitar a la verdad cosa alguna»63. Este intercambio de citas no es una
discusión de pedantes: mediante un uso capcioso de las autoridades,
corresponde a un debate de nuevo cuño. Lo que de ahora en adelante
está en juego, en efecto, no son ya las preferencias estéticas o los gustos
literarios de don Quijote, es la imagen que pretende dar al mundo. Si se
niega a admitir el perfil que la historia de sus hechos le ofrece de sí mis-
mo, es porque este perfil no puede coincidir con aquel con que soñaba.
Por ello, por más que impugne el principio y condene la concepción de
la que procede esta historia, nunca se aventurará a recorrer sus páginas.
A modo de conclusión
Razón y Fe, Cordura y Locura, Apariencia y Realidad, Poesía e
Historia, estos son algunos de los temas desarrollados por el humanismo
renacentista y declinados a su vez por Cervantes en sus ficciones. No
como los componentes de un ideario sistemático, sino en el juego de
perspectivas encarnado por sus personajes. ¿Tuvo plena conciencia del
carácter innovador de su empresa? En el famoso prólogo a la primera
parte de la novela, afirma que no quiere «ir con la corriente del uso»64;
y, de hecho, desde las pautas definidas por las preceptivas aristotélicas, el
Quijote, compuesto «con espíritu de compromiso personal»65, constituía
un libro inclasificable, una tentativa fuera de las normas, irreductible a
las categorías de la Poética. El primero en haberlo notado no fue otro
que Avellaneda, quien, en el prólogo a la continuación apócrifa, no se li-
mita a situarse en la estela de su predecesor, sino que trata de caracterizar
su obra. Pero ¿con qué género relacionarla? No podía ser con la épica,
aunque fuera en prosa, puesto que el héroe es un personaje ridículo.
En estas condiciones, nos dice, «es casi comedia»66. Así pues, Avellaneda
toma por referencia el género cómico. Referencia imperfecta, desde
luego, pero a la que acude por dos razones esenciales: la parte conside-
rable de diálogos que contiene el Quijote auténtico, y la risa provocada
por las acciones de sus protagonistas. De esta manera da fe del éxito
inmediato que conoció en el vulgo la historia de sus hazañas, éxito
del que se hace eco Sansón Carrasco en los comienzos de la segunda
63
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 333a.
64
Cervantes, Don Quijote I, Prólogo, en Obras completas, p. 148a.
65
Close, 2005b, p. lxxiv.
66
Fernández de Avellaneda, p. 195.
RETORNOS a Cervantes 277
67
Cervantes, Don Quijote, II, 3, en Obras completas, p. 332b.
68
«Las ridículas y disparatadas fisgas de don Quijote de la Mancha», Juan Valladares
de Valdelomar, citado por Herrero García, 1930, pp. 155-156.
69
Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en Obras completas, p. 689a-b.
70
Anthony Close fue el primer lector de este trabajo, y le estoy en deuda por sus
acertadas observaciones y atinadas sugerencias. A César García de Lucas, mis más expre-
sivas gracias por su atentísima revisión.
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