Daño Moral
Daño Moral
Daño Moral
Por Thomson Reuters En 3 agosto, 2017 · Añadir comentario · En Nuevo Código Civil y Comercial
Publicado en: RCCyC 2017 (febrero), 03/02/2017, 203 – RCyS2017-VI, 52 – LA LEY 28/07/2017,
28/07/2017, 1
Sumario: I. Introducción.— II. La posición mayoritaria en nuestro país y sus matices.— III. Las voces
disidentes.— IV. Los cambios del Código Civil y Comercial.— V. Epílogo: sensatez y sentimientos.
Abstract: Lo asimilable al concepto de daño moral para las personas jurídicas en el nuevo Código
resulta reparable y cuantificable en dinero, desde el punto de vista extrapatrimonial a través de una
condena a hacer y, además, el reflejo patrimonial del daño debe hallarse a título de pérdida de
chances y lucro cesante en el Código Civil y Comercial.
I. Introducción
Según la corriente tradicional de pensamiento en esta materia, las personas jurídicas carecen de
sentimientos y por eso no pueden ser resarcidas por daños que no tengan un impacto directo en su
patrimonio contabilizado. Ese principio general se ha sostenido en dos factores: la carga emotiva de
la palabra moral y toda una concepción acerca de los efectos de la personificación jurídica que
vincula, de cierto modo, su objeto preciso y determinado con el ente que lo desarrolla.
Sobre esas bases, durante la vigencia del Código de Vélez Sarsfield y con mayor alcance luego de su
reforma por ley 17.711, se generaron posiciones divergentes acerca del alcance de los austeros arts.
33, 35 y 1078, párr. 2º, de la vieja ley civil. La dimensión del problema revestía cierta complejidad
interpretativa, toda vez que estaban involucrados tanto el difuso concepto de daño moral como el
concepto de persona jurídica, también caracterizado por la abundancia de elucubraciones, análogos
y límites imprecisos.
Las discusiones readquieren relevancia desde la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial
según la ley 26.994, que reformó de manera integral el sistema de responsabilidad civil, omitió toda
consideración al término moral en cuanto a los daños extrapatrimoniales se refiere y precisó todo un
régimen en materia de personas jurídicas. Estas circunstancias obligan a replantear el tópico de los
daños que puede sufrir una persona jurídica, debiendo evitarse que algunas ideas, términos y
posiciones controversiales sostenidas en los viejos textos condicionen la interpretación de las nuevas
normas que tienen la posibilidad de lograr mejores resultados en su aplicación concreta y material.
Se trata de una cuestión que tampoco resulta pacífica en el derecho comparado. En un rápido
recorrido puede verificarse que la Corte Suprema de Chile admitió la reparación del daño moral en el
año 2003, aunque dos años más tarde modificó su postura adoptando la tesis negativa (1) que había
sido trazada desde antiguo en el Reino Unido y en los Estados Unidos (2). España también osciló
entre ambas tesituras, a través de los fallos divergentes de dos salas del Tribunal Supremo. Una
acepta la reparación del daño moral desde 1995, mientras que otra la rechazó, diez años más tarde
(3). Por su parte, la Sala Civil y Comercial de la Corte Suprema de Paraguay admitió el resarcimiento
por concepto de daño moral de una persona jurídica en su sentencia dictada el 27/4/2007 en autos
“G. R. SA y E. M. R. F. v. Banco d. P. SA s/indemnización de daño moral”.
En nuestro país la cuestión despertó verdadero interés a partir de las II Jornadas Sanjuaninas de
Derecho Civil, realizadas entre agosto y septiembre de 1984. En esa oportunidad afloraron marcadas
diferencias que aún permanecen vigentes, tal como lo recuerdan los Dres. Benjamín Moisá y Luis
Moisset de Espanés (4). No pretendemos en esta entrega agotar el problema, pero sí señalaremos
hacia dónde conduce, en nuestra consideración, el Código Civil y Comercial en la procedencia o no de
este rubro en los juicios por responsabilidad civil.
Durante la vigencia del Código Civil de Dalmacio Vélez Sarsfield, a partir de la reforma de la ley
17.711, se impuso por mayoría abrumadora la tesis según la cual las personas jurídicas no pueden
sufrir daños morales —o, si se prefiere— extrapatrimoniales.
Los hechos —necesario es recordarlo, debido a la importancia que tienen— fueron los siguientes:
una empresa transportista llevó 110 latas de productos lácteos “Bonalac” de la empresa Kasdorf SA
al hospital público jujeño ‘Pablo Soria’. Durante el transporte contaminó los lácteos, por negligencia
de sus operarios, con un insecticida llamado Parathion. El insecticida era transportado en el mismo
camión y sus envases se rompieron durante el trayecto, derramándose el contenido sobre la carga
láctea. Pese al fuerte olor a insecticida que tenían los envases de los lácteos, el personal del hospital
suministró a bebés la leche contaminada, lo cual provocó la muerte de varios de ellos. La intoxicación
fue atribuida en primer término a Kasdorf SA y la provincia de Jujuy prohibió la comercialización de
“Bonalac” en todo su territorio. Dicha medida se extendió a otras provincias. Cuando se supo la
verdad, ya era tarde, pues Kasdorf SA había caído en un gran desprestigio con serias repercusiones
en sus ventas.
La Corte Suprema resolvió que la provincia de Jujuy debía reparar los perjuicios derivados de la falta
y disminución de ventas del producto que fabricaba Kasdorf, tanto por la conducta negligente de sus
dependientes, como por haber traspasado los límites razonables de ejercicio del poder de policía al
haber prohibido comercializar el producto. Sobre la base de un peritaje contable, la Corte sostuvo
que el impacto económico soportado por Kasdorf SA, a raíz de la caída de las ventas, provocó una
detracción de sus ingresos cuantificada en $ 365.096,67, de aquella época.
El voto disidente fue el del memorable juez Dr. Jorge A. Bacqué, quien sostuvo la procedencia del
reclamo por daño moral argumentando que las personas jurídicas, provistas de subjetividad jurídica
poseen atributos de naturaleza extrapatrimonial (prestigio, crédito comercial, derecho al nombre)
que les son reconocidos para el logro de sus fines específicos. Dichos atributos son valorizados por la
comunidad en que se desenvuelven y su menoscabo genera un daño de características similares a la
lesión de los bienes extrapatrimoniales característicos de las personas de existencia visible y que
deben ser objeto de tutela, aun al margen de la existencia de un perjuicio patrimonial actual y cierto.
Las conclusiones de la mayoría en este fallo de la Corte Suprema fueron reiteradas en casos
posteriores por el mismo tribunal, en su composición de los años ’90. El caso “De la Mata, Manuel
Horacio y otro v. Gas del Estado y otros s/daños y perjuicios” (Fallos 315:2607), del 3/11/1992, es
una muestra de ello. Es una doctrina legal que se replicó en todo el país, pero con matices bastante
curiosos.
Por ejemplo, las cámaras civiles de la Capital siguieron esa doctrina (caso “Bira SA v. Consorcio Av.
Pueyrredón 923” (6), dictado por la sala G el 19/3/1999). Pero la sala H, con voto del Dr. Claudio
Kiper, agregó además como fundamento que las personas jurídicas, habida cuenta su naturaleza, no
entienden ni sienten (“Free Way SRL v. IATA Internacional s/daños” del 9/4/2002). Estás ideas fueron
reiteradas por la sala K en autos “Galardón SA v. Clarín AGEA SA y otro s/ordinario”, con voto del Dr.
Moreno Hueyo; íd., la sala A en autos “Consorcio de Propietarios French 3044/48 v. Cardozo, Carlos
F. s/daños”. La sala H negó ese derecho a The Walt Disney Company en el fallo “The Walt Disney v.
Video Editores SA s/propiedad intelectual — ley 11.723”, en un fallo dictado el 19/8/1998.
Finalmente, la sala M sostuvo idéntica doctrina en “Marcelo Torcuato de Alvear 2302 SA v.
Avellaneda, Andrés L. y otros/sumario”, con fecha 27/2/1992.
Las distintas salas de la Cámara Nacional de Comercio también fueron refractarias al daño moral para
personas jurídicas, con algunas excepciones muy particulares que mencionaremos oportunamente.
En ese sentido, podemos citar el precedente “Neuromédica SA v. Banco Francés del Río de la Plata
SA” (7) de la sala A, de fecha 13/9/1996. Por su parte, la sala D a través del voto del Dr. Marcelo
Alberti en autos “Establecimiento Campana SA v. Aquiles Pepe SA”, el 28/6/1985, dispuso que la
clausura del establecimiento y el alegado desprestigio comercial no dañan moralmente a una
sociedad comercial, sino que darían lugar, en todo caso, a quizás imprecisos pero ciertos daños
patrimoniales (pérdida de clientela, disminución de las ventas, necesidad de bajar el precio, etc.),
citando como antecedente los fallos “Banco de Crédito Rural Arg. SA s/quiebra v. Aceros s/quiebra
s/inc. de revisión”, de la sala E, del 7/9/1993 y “Suñé, Eduardo v. Basso, Lorenzo s/sum.”, también de
la sala E, del 6/10/1998.
La sala C, de la misma Cámara Comercial, resolvió en el caso “Peralta Hnos. SA v. Citroën Argentina
SA”, a través del voto de los Dres. Caviglione Fraga, Quintana Terán y Jaime L. Anaya, el día
23/4/1984, afirmando que “…la apreciación de la procedencia del daño moral en el incumplimiento
de los contratos debe juzgarse con marcado rigor y en términos restrictivos, restricción que se
acrecienta cuando quien reclama daño moral es una persona jurídica —sociedad anónima— que
obviamente se halla imposibilitada de aducir lesión en los sentimientos o afecciones legítimas de la
personalidad o sufrimientos físicos o espirituales propios de los seres humanos, pero no de un ente
de razón….” (en igual sentido el fallo de sala A, del 12/9/2006, “Urre Lauquen SA v. Lloyds Bank Ltd.
s/sumario”).
A su vez, la sala B sostuvo una posición más moderada en la sentencia dictada el 24/7/1989 en el
expediente caratulado “Ediciones Arani SRL v. Nop SRL”, afirmando que no es admisible que una
entidad mercantil pueda alegar la presencia de una lesión espiritual para obtener un beneficio
económico en concepto de daño moral, por cuanto las personas jurídicas, que carecen de
subjetividad sólo pueden invocarlo cuando han sufrido ofensas a su reputación o crédito del que son
merecedoras en la confianza del público (citando en igual sentido, el fallo de sala A, del 24/3/2000,
“Gagliardo, Osvaldo E. y otro v. Moiguer, Fernando y otro s/sum.”). Pero el voto de la Dra. Piaggi en
autos “Casa Hutton SA v. Resmacon SRL s/ordinario” (8), de fecha 11/2/2000, abandona esa
moderación y no deja dudas en cuanto a su adhesión a la posición mayoritaria. Dijo en esa ocasión
que: “…las personas ideales no pueden sufrir daño moral directo, porque no tienen bienes
extrapatrimoniales que se puedan ver afectados, porque están formados por prestaciones de capital
(obligaciones de dar o hacer), porque tienen un fin lucrativo, y porque su buen nombre está
íntimamente relacionado con las ganancias; de modo tal que carecen de cualquier otro interés al
margen del económico, material y tangible…”.
La sala E de la Cámara Comercial, en su sentencia del 11/4/205 dictada en “Taller Imagen y Sonido
SRL v. Cantera Producciones de M. E. Goldberg y Alaniz J. M. s/ordinario” (9), siguió la misma
doctrina de la Corte Suprema en “Kasdorf”; también siguió una posición más moderada, ya que
sostuvo que las personas jurídicas o de existencia ideal pueden ser sujetos pasivos de perjuicios
indirectos si son vulnerados sus derechos extrapatrimoniales como el buen nombre, la probidad
comercial y su buena reputación, pero ello solamente si repercuten desfavorablemente en su
patrimonio (10). Veremos después que en otro fallo se acentuó esta moderación, llegando a
considerar la admisibilidad del reclamo en un caso de responsabilidad bancaria.
La sala D de la Cámara Nacional de Comercio, en una nueva composición, sostuvo el mismo criterio
de la Corte resolviendo que “…el daño moral ‘puro’ es concebido como el perjuicio a las afecciones
íntimas, resultando evidente que por carecer de toda subjetividad, las personas jurídicas no pueden
sufrirlo…” (11).
La sala A, también con renovada composición, siguió el mismo criterio de la Corte Sup., en autos
“BVR SA v. Banco Itaú Buen Ayre SA s/ordinario”, con voto de los Dres. Kölliker Frers y Uzal, el día
12/12/2006, pero con el voto disidente de la Dra. Míguez, que veremos más adelante.
Años más tarde, la sala B volvió a ratificar la doctrina “Kasdorf” argumentando, además, que las
personas jurídicas o de existencia ideal pueden ser sujetos pasivos de perjuicios indirectos si son
vulnerados sus derechos extrapatrimoniales como el buen nombre, la probidad comercial y su buena
reputación, pero sólo si repercuten desfavorablemente en su patrimonio (“Altman Construcciones SA
v. Muresco SA s/ordinario”, de fecha 14/2/2011, con el voto de los Dres. Ballerini, Piaggi y Díaz
Cordero).
La sala F siguió el mismo criterio de la Corte Suprema como puede verse en el caso “Repuestos Furlan
Hnos. SA v. BankBoston NA s/ordinario”, con el voto de los Dres. Barreiro, Tévez y Ojea Quintana del
día 28/5/2013, agregando que: “…cierto es también que los socios de una sociedad pueden contar
con legitimación para accionar por daño moral como damnificados indirectos, cuando, como en el
caso, su nombre está comprendido en la razón social y de ello podría derivarse un perjuicio a su
persona, y que en materia de daño moral el perjuicio suele presumirse…”.
La línea de doctrina negatoria de la Corte nacional estaba presente en las Cámaras en lo Criminal,
incluso antes de “Kasdorf”. Se había dicho en ese fuero, por ejemplo, que “…no corresponde, en
delitos como los de defraudación por apropiación indebida y falsificación, indemnizar por daño moral
a personas jurídicas, por cuanto esa lesión no patrimonial consiste en un sufrimiento o dolor
psíquico, que, por grave que sea, una persona jurídica es incapaz de padecer (caso ‘Scilingo,
Roberto’, fallado por la C. Nac. Crim., sala 3ª, Dres. García Torres y Gómez Sent.: c. 13.060 de fecha:
6/6/1980; y el caso ‘Arcenio de Zas’, fallado por la sala 5ª, de los Dres. Scimé, Madueño y Almeyra c.
13.703, del 7/7/1980)”.
En la provincia de Buenos Aires se siguió idéntica doctrina. Así puede verse en los fallos de la Cámara
de San Isidro, sala 1ª, de fecha 9/8/1994, con votos de Furst, Arazi y Montes de Oca en los autos
“Urdinguio, Osvaldo v. Transporte Gral. Roca SA s/daños y perjuicios”, reiterada en “Espínola, Rosa v.
Transporte Gral. Roca SA s/daños y perjuicios”, causa 63.231 del 9/8/1994; “Zunino SRL y otros v.
Transporte Gral. Roca SA s/daños y perjuicios”, causa 63.265 del 9/8/1994; causa 63267 RSD-175-94
S del 9/8/1994, autos “Pino, Mariano Saúl v. Calistro, Carlos Alberto s/daños y perjuicios”. En
Quilmes se resolvió en el mismo sentido el 14/5/2002, con el voto del juez Manzi en los autos
“Industrias Fuhr SA v. Banco de la Plata SA s/daños y perjuicios”.
Por último, en esta recorrida breve y federal, la jurisprudencia de la provincia de Chubut adhirió a la
doctrina de “Kasdorf”, argumentando que “…las personas jurídicas, habida cuenta de su naturaleza,
no puede predicarse de ellas que entiendan o sientan, desde que carecen de sustrato psíquico…”. A
la par se sostuvo que no pueden sufrir ningún daño moral que consista en molestias a la seguridad
personal, en el goce de sus bienes o que hiciera a sus afecciones legítimas (“Soto, Tomás E. v.
Enercom SRL s/daños”, expte. 11.091/99, sent. def. 28/2000 del 7/6/2000).
III. Las voces disidentes
Siguiendo la línea de pensamiento del Dr. Bacqué en “Kasdorf”, encontramos el criterio, también
disidente, del Dr. Escuti Pizarro, cuando dijo que “…si una persona jurídica puede experimentar un
daño moral es una cuestión de hecho que debe ser apreciada por el juzgador, ya que si el patrimonio
moral de un ente ideal es lesionado, origina un daño de distintas características al que se produce
cuando es atacado el similar de una persona de existencia visible…” (“Consorcio de Propietarios
French 3044/48 v. Cardozo, Carlos Felipe”, como integrante de la Cámara Nacional Civil, sala A, sent.:
C. A243444 del 19/10/1998).
La sala D de la Cámara Nacional Civil afirmó, en un caso muy interesante sobre derechos de autor,
que ” …Las instituciones, corporaciones o personas jurídicas pueden ser titulares de obras científicas,
literarias o artísticas (art. 8º, ley 11.723) y en tal carácter poseen el derecho a exigir la fidelidad de su
texto y título en las impresiones, copias o reproducciones, como asimismo la mención de su nombre
o seudónimo; facultades estas conocidas bajo el nombre de derecho moral del autor, cuya
conculcación produce un daño moral indemnizable…” (“Impresiones New Gate SA v. Alojamientos
Argentinos SA s/daños”, voto de los Dres. Sánchez, Barbieri, Brilla de Serrat, en fecha: 28/6/2012,
expte. D590429).
Un fallo de la Cámara Nacional de Comercio, sala A, recoge en cierto grado, esa postura. En autos
“Capón Bonell SA v. Papel Prensa SAICFM”, del 13/5/1983, a través el voto de los Dres. Jarazo Veiras,
Barrancos y Vedia y Viale, se dijo que “…sólo podrá alegarse daño moral por incumplimiento de un
contrato concluido entre dos sociedades comerciales y destinado a formalizar una vinculación
jurídica de índole comercial, cuando la parte inocente sufra un agravio o perjuicio por el que se viera
afectado su prestigio, se menoscabara su reputación, se violara el secreto de su correspondencia, se
dañara la confianza del público, o el crédito de que gozare, lo que además debe ser debidamente
probado…”. Tal idea se reiteró en otro fallo posterior de la misma sala del 21/11/1986, in re “El Trust
Viviendas SA v. Adabor SA”.
Quizás, quien expuso más radicalmente la posición minoritaria en la jurisprudencia comercial, haya
sido la Dra. Isabel Míguez en su voto en el caso “Casa Hutton SA v. Resmacon SRL s/ordinario” (12),
de fecha 11/2/2000. Sostuvo allí que “aun cuando las personas jurídicas carecen de toda
subjetividad, pueden experimentar perjuicios morales compatibles con su naturaleza y pretender la
reparación consiguiente del daño moral experimentado. Pueden en consecuencia constituirse en
sujetos pasivos de un agravio extrapatrimonial, siempre que el ataque que origine el daño sea
dirigido contra los bienes o presupuestos personales de éstas, de acuerdo a su particular
naturaleza…”. Reiteró ese criterio en “BVR SA v. Banco Itaú Buen Ayre SA s/ordinario” el día
12/12/2006 y, dos días después, en “Heregal SRL v. Coca Cola Femsa de Buenos Aires SA s/ordinario”,
con cita de Vallespinos, Banchio, Sánchez Torres, Vázquez y Brebbia, en la obra La persona jurídica
como sujeto pasivo de agravio moral, temas de responsabilidad civil. Homenaje a Augusto Mario
Morello, La Plata, 1981, ps. 55 y ss.
Como anticipamos, la sala E de la Cámara Nacional de Comercio adoptó, inicialmente, una posición
moderada, pero llegó a aceptar el daño moral en un caso de responsabilidad bancaria. En “IPH SA v.
BankBoston NA s/ordinario”, de fecha 29/9/2005, ordenó indemnizar a una persona jurídica por el
error de información financiera publicada por un Banco, asumiendo que “…cabe admitir el reclamo
de indemnización por daño a la imagen efectuado por una sociedad contra un banco, en razón de
haberla incluido erróneamente como inhabilitada en la base de datos del Banco Central, información
que fue receptada y difundida por una empresa destinada a suministrar informes atinentes a la
solvencia de las personas; tal actitud del Banco provocó un daño a la imagen comercial de la firma
accionante, creando dudas en los agentes del mercado acerca de su solvencia, afectando su
reputación y nombre comercial que derivó en el límite temporario a las ventas a crédito y suspensión
de servicios de pago de cheques, lo que le generó un perjuicio que debe ser reparado …”.
El nuevo Código no zanjó las diferencias de criterio que pueden existir en torno al tema específico del
antiguo daño moral, pese a contar con una amplitud conceptual de criterios tal que reconoce
derechos de incidencia colectiva (art. 14 y concs., CCyC). Veamos algunas disposiciones pertinentes
que se vinculan con la materia.
En materia de responsabilidad civil, el nuevo Código no menciona en ninguno de sus artículos al daño
moral con esa pretérita pero tan habitual denominación. Recordemos que en su origen, daño y dolor
eran confundidos dentro del mismo concepto de daño moral —se le llamaba pretium doloris— y era
entendido como el aspecto subjetivo doloroso de las lesiones físicas. Esta concepción fue
evolucionando de tal modo que el daño moral emergió como una verdadera lesión, al extremo de
presumirse en ciertos casos, como ocurrió en los fallos que consideraron las indemnizaciones por la
muerte de los hijos, con causa en un hecho delictual o cuasidelictual.
El nuevo Código, en su art. 1737, define a todo daño como una lesión a un derecho o a un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico que tenga por objeto la persona, el patrimonio, o un
derecho de incidencia colectiva. A renglón seguido, en el art. 1738 sostiene que son indemnizables la
pérdida o disminución del patrimonio de la víctima, el lucro cesante en el beneficio económico
esperado de acuerdo a la probabilidad objetiva de su obtención y la pérdida de chances. También
resultan indemnizables, especialmente, las consecuencias de la violación de los derechos
personalísimos de la víctima, de su integridad personal, su salud psicofísica, sus afecciones
espirituales legítimas y las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida; como se percibe,
todos atributos exclusivos de las personas físicas. El daño debe ser un perjuicio directo o indirecto,
actual o futuro, cierto y subsistente, conforme el art. 1739 CCyC. Todo daño debe ser acreditado,
excepto que la ley lo impute o presuma, o que surja notorio de los propios hechos, según dispone el
art. 1744 del CCyC. Puede aseverarse que este Código avanzó sobre la objetivación del viejo daño
moral, tal y como ya lo habían hecho la jurisprudencia y la doctrina (14).
A su vez, se impuso el criterio de reparación plena, cualquiera que sea el tipo de persona dañada
(física o jurídica), pues no se hacen distinciones al respecto. En ese sentido, el art. 1740 del CCyC
expresa que la reparación plena consiste en la restitución de la situación del damnificado al estado
anterior al hecho dañoso, sea por el pago en dinero o en especie. La víctima puede optar por el
reintegro específico, excepto que sea parcial o totalmente imposible, excesivamente oneroso o
abusivo, en cuyo caso se debe fijar una indemnización en dinero.
Como puede verse, el daño moral no está nominado del modo usual y ha sido objetivado como lesión
(abandonándose, definitivamente, la idea subjetiva del dolor). No se dice absolutamente nada
respecto de la posibilidad de este tipo de lesiones sobre personas jurídicas. La cuestión está
comprendida desde la más moderna concepción acerca de las consecuencias no patrimoniales de los
daños. En este sentido, se dispone sin decirse mucho más, que quien se encuentra legitimado para
reclamar este tipo de resarcimiento es el damnificado directo según el art. 1741 del CCyC,
estableciéndose luego en caso de muerte o gran discapacidad, reglas de legitimación indirecta
propias de las personas físicas: ascendientes, los descendientes, el cónyuge y quienes convivían con
la víctima recibiendo trato familiar ostensible, según las circunstancias.
El silencio de nuestro ordenamiento civil y comercial actual pareciera entonces continuar la línea
negatoria, pese a su declamación de reparación integral del daño sin distinciones entre tipos de
personas. Sin embargo, desde nuestro enfoque y tomando especial consideración en la realidad
concreta donde operan las normas jurídicas, veremos que el Código ofrece algunas nuevas
perspectivas para esta controversial cuestión.
A partir de la reforma de la ley 26.994, las personas jurídicas son todos los entes a los cuales el
sistema jurídico les confiere aptitud para adquirir derechos y contraer obligaciones en el
cumplimiento de su objeto y los fines de su creación (art. 144 del CCyC). Sus atributos son un nombre
(art. 151 del CCyC), domicilio y sede social (art. 152 del CCyC), patrimonio (art. 154 del CCyC: “la
persona jurídica debe tener un patrimonio”) y objeto preciso y determinado (art. 156 del CCyC). El
legislador aún no ha podido lograr que tengan sentimientos, se depriman, enfermen o mueran.
Si bien no se dice nada acerca de si las personas jurídicas pueden ser titulares de intereses
extrapatrimoniales, el Código, como a todas las personas, les encomienda a estos entes que sigan
una recta línea de conducta moral. Es que no existe un estándar de actos para personas físicas y otro
para las jurídicas; en ambos casos el régimen es único para valorar y juzgar jurídicamente todos sus
actos.
Además, los actos jurídicos de las personas jurídicas deben ser racionales, para ser tales. Porque por
acto jurídico se entiende todo acto voluntario lícito que tiene por fin inmediato la adquisición,
modificación o extinción de relaciones o situaciones jurídicas (art. 259 del CCyC). Para ser voluntario,
el acto debe ser ejecutado con discernimiento, intención y libertad, manifestado por un hecho
exterior (art. 260 del CCyC). Cabe agregar que aun las personas físicas sin discernimiento pueden ser
indemnizadas por daño moral (15).
En tales sentidos de moral y racionalidad, puede interpretarse sensatamente que los actos de las
personas jurídicas no deben ser abusivos y que tienen que respetar la moral y las buenas costumbres
(art. 10 del CCyC). El art. 279 del CCyC agrega, por si no bastara, que el objeto de esos actos debe ser
moralmente aceptable. Ninguna persona jurídica puede imponer condiciones que afecten la moral
(art. 344 del CCyC) y si el acto de la persona jurídica transgrede el orden público, la moral y las
buenas costumbres, resulta nulo (art. 386 del CCyC). Para transmitir derechos, las personas jurídicas
no pueden transgredir la moral y las buenas costumbres (art. 398 del CCyC), y si entregan cosas
cumpliendo un deber moral o de conciencia, dicha entrega será irrepetible (art. 728 del CCyC).
Por si queda alguna duda sobre las exigencias de racionalidad y moral a las personas jurídicas, estas
últimas son libres para celebrar contratos y determinar su contenido, dentro de los límites impuestos
por la ley, el orden público y —de nuevo— la moral y las buenas costumbres, dice el art. 958 del
CCyC. El objeto de dichos contratos no puede consistir en hechos imposibles, prohibidos por las
leyes, contrarios a la moral, al orden público, a la dignidad de la persona humana o lesivos de los
derechos ajenos; tampoco puede recaer sobre bienes que, por un motivo especial, se prohíbe que lo
sean (art. 1004 del CCyC). Y la causa de los actos de las personas jurídicas debe ser lícita recuerda el
art. 1014 del CCyC y deja de serlo con pena de nulidad, cuando su causa es contraria a la moral, al
orden público o a las buenas costumbres. Las personas jurídicas pueden repetir pagos indebidos,
cuando la causa del pago es ilícita o inmoral, según el art. 1796 del CCyC.
Finalmente, el Código establece que las dispensas anticipadas de responsabilidad (art. 1743 del CCyC)
son inválidas cuando afectan derechos indisponibles, y atentan contra la buena fe, las buenas
costumbres o leyes imperativas, o son abusivas. Son también inválidas si liberan anticipadamente, en
forma total o parcial, del daño sufrido por dolo del deudor o de las personas por las cuales debe
responder.
Nuestro ordenamiento, a tenor de los artículos citados, impone con claridad prístina que los actos de
las personas jurídicas deben estar dotados de moralidad y de razón, cualidades que sólo pueden
aportar sus humanos integrantes. Pero debe tenerse presente, sin embargo, que los actos de tal
naturaleza se imputan directamente a la persona jurídica y no a sus órganos ni a sus integrantes a
título personal.
Se incurriría en una elemental contradicción de lógica formal si se sostiene que las personas jurídicas
son entes sin moralidad ni razón exigiéndose, al mismo tiempo, que todos sus actos jurídicos deban
ser morales y razonables. Se alentaría, en tal supuesto, la inmoralidad para las personas jurídicas sin
ninguna sanción posible. Que los actos inmorales resulten atribuidos a los integrantes mientras que
únicamente los morales puedan ser imputados a la persona jurídica, se trataría de un absurdo que
excede los requisitos de procedencia de la inoponibilidad establecidos por el art. 54, párr. 2º, de la
ley 19.550 y el art. 144 del CCyC.
3. Entes y personas
Como se sabe, toda persona jurídica está integrada de manera directa o indirecta por personas físicas
(“miembros”, dice el art. 158 del CCyC). La personificación consiste en una técnica jurídica cuya
finalidad es hacer del conjunto una sola persona. La propia exposición de motivos de la ley 19.550
calificó a estos entes como una “realidad jurídica” y a la personalidad como un “recurso técnico”. Las
personas jurídicas exhiben la razón y la moral de sus integrantes, en cuanto a los actos que los
vinculan con el exterior, porque son sistemas sociales y no entes ficticios, como lo venimos
sosteniendo hace años (16).
Una sociedad con objeto comercial tiene valores y principios distintos a los de una asociación civil o a
los de una fundación. Sus integrantes están ligados por otro tipo de intereses objetivables, que no
son reprobables bajo ningún aspecto por el ordenamiento jurídico si son lícitos, tal como lo indica el
art. 1737 del CCyC, cuando define el concepto de daño, como ya señalamos. Incluso, dentro de una
misma especie de personas jurídicas (tomemos, por caso, las asociaciones civiles) se pueden percibir
distintos tipos de razones morales tutelables compartidas como interés social entre sus integrantes,
pues no es lo mismo una asociación que defiende la fauna y flora, un club de fútbol, o una que
represente a un sector empresario, como el caso de las cámaras.
Sostenemos que las personas jurídicas son titulares de un aspecto moral común objetivable a sus
integrantes que está vinculado con el objeto elegido (recordemos el art. 279 del CCyC) que los une y
vincula. En otras palabras, todas las personas jurídicas tienen valores de tipo extrapatrimonial,
asimilables al honor, si se quiere, y que están socialmente establecidos y sintetizados como
reputación (si se quiere, prestigio, buen nombre o similares). Se trata —sin más— del propio reflejo
de la exigencia de tener un objeto moral y del deber de observar actos jurídicos con el contenido
racional y moral, que hemos indicado.
Pedimos al lector que retenga esta idea: a los efectos del resarcimiento de daños, la reputación es, a
las personas jurídicas, lo que el buen nombre o el honor, entre otros, son a las personas físicas, y no
se trata, en modo alguno, de un interés reprobable que no pueda ser dañado, porque es la lógica
consecuencia de las exigencias de racionalidad y moralidad que el propio ordenamiento establece
para su funcionamiento. El uso de palabras con contenido emotivo muchas veces genera
confusiones. Este problema es histórico y el jurista escandinavo Alf Ross ya ha demostrado, hace
tiempo, que lo realmente importante para la correcta interpretación y aplicación del derecho es
conocer adecuadamente qué disponen las normas jurídicas en cuanto a los hechos, cuáles son las
consecuencias jurídicas de éstos y cómo se aplican.
No nos estamos refiriendo entonces a la reparación del daño moral, pues, es cierto, las personas
jurídicas no tienen cerebro. Simplemente hemos utilizado ese término y reseñado su evolución
jurisprudencial, porque lo consideramos el antecedente directo de la reforma en cuanto a la
reparación integral de cualquier daño ocasionado a la reputación de una sociedad. En otras palabras,
la lesión a la reputación (un intangible) afecta a todos los integrantes de la organización pero merced
a la personificación, la sociedad es la única habilitada para reclamar un resarcimiento (el damnificado
directo del art. 1741 del CCyC), pues ninguno de los socios o miembros puede poseer la reputación
de la persona jurídica por sí, porque no es titular de ese bien —repetimos— extrapatrimonial, ya que
éste es poseído por un sujeto de derechos diferenciado, que es la persona jurídica en cuestión.
Veamos un primer aspecto que suele ser el valladar de este tipo de reclamos, como en todos los
casos de intangibles, que es el mero aspecto contable. Notamos en el tema una petición de principios
—no exteriorizada nunca— en virtud de la cual todo aquello que no está en los estados contables no
es un bien patrimonial que corresponda a un ente. Comencemos a analizar esta aparente paradoja
de la doctrina negatoria que, como dijimos, es mayoritaria en el asunto: un comerciante persona
física puede ser moralmente dañado en el ámbito de su actividad, pero una sociedad integrada por él
y su esposa no. Ambos llevan libros contables y, en los dos casos, la contabilidad reflejará lo mismo.
El primero tiene honor y sentimientos íntimos; la segunda no tiene nada, conforme a la corriente de
pensamiento jurídico mayoritaria.
Es necesario decir que la contabilidad empresaria estándar, cualquiera que sea el tipo de sujeto que
la lleve (art. 320 del CCyC), nunca reflejará valores intangibles como la clientela, la reputación o el
buen nombre. Las limitaciones de la información contable se vinculan con su elaboración prevista
para un cierto tipo de destinatario (para los integrantes de la sociedad, para el Estado); con el fin de
la adopción de ciertas decisiones de administración, de control patrimonial y de cumplimiento de
obligaciones legales principalmente dispuestas por normas impositivas y del derecho de sociedades
(17). La contabilidad estándar, como se sabe, no es la suma del valor de un ente. Auspiciar esa idea
sería lo mismo que aceptar que todas las sociedades valen sólo por lo que dicen sus libros, lo cual no
es admisible en la práctica jurídica o económica actual.
La contabilidad es una disciplina socio-técnica que ni siquiera ofrece información exacta, sino que se
sostiene sobre la base de estimaciones razonables y aproximadas a la realidad. La disciplina no ha
desarrollado procedimientos que cuenten con consenso para el reconocimiento y medición de
cuerpos activos, ya que por “activo” se entiende un bien básicamente intercambiable adquirido por
un hecho ya ocurrido, del cual se controlan sus beneficios. Como se sabe, el buen nombre y la
reputación autogenerados no son intercambiables, pese a que sean beneficiosos y puedan ser
económicamente medidos. De allí que, por el principio conservador de prudencia contable, no se
incluya el valor de ciertos intangibles en la información contable tradicional, cuyo destino está ideado
para la administración de los propietarios o para el Estado y no para la acreditación de daños.
Incluso, en la contabilidad estándar es posible que el experto contable deba usar normas de
contabilidad inadecuadas para valuar activos, como sucede con el tema actual del ajuste por
inflación. La contabilidad sobre la base de costos es un subsistema de la contabilidad gerencial y
financiera, pero ni siquiera se identifica totalmente con ésta. Por todo ello, debe concluirse en que lo
patrimonial no se parifica necesariamente con lo contable y que no es dentro de la contabilidad
estándar donde pueden encontrarse pistas de soluciones al problema planteado.
El buen nombre y la reputación integran la titularidad personal (art. 15 del CCyC), aunque no sean
bienes estrictamente patrimoniales. El honor de las personas físicas no es un bien transable, pero
ello no significa que su lesión no deba ser resarcida económicamente (arts. 16 y 1737 del CCyC). Lo
propio sucede con la reputación o prestigio comercial, pero como se encuentra vinculado a una
función específica, tiene un reflejo diferente en la vida social y de los negocios.
La lesión a la reputación comercial de una persona jurídica puede producir daños que no se verifican
en el corto o mediano plazo. La mala reputación del lugar de trabajo puede afectar el estado de
ánimo y aspiraciones de los dependientes, quienes comenzarán a buscar otros trabajos o, incluso,
todo ello podría derivar en un incremento de la litigiosidad laboral. Cualquier persona con
conocimientos empresariales sabe que el factor humano es determinante para el éxito o fracaso de
la empresa. Algo similar sucede con el poder de marca. Tal vez el efecto de un impacto negativo en la
reputación no produzca una merma inmediata en las ventas de la sociedad y el daño patrimonial
comprobable requiera de ciertas actividades de los competidores. La casuística al respecto es infinita,
pues depende de los más variados matices en incalculables tipos de emprendimiento. Frente a
semejante incertidumbre, el derecho debe aspirar a la precisión y seguridad jurídica.
En tal sentido, sostenemos que la reputación comercial de una persona jurídica puede ser repuesta
(la vuelta de las cosas al estado anterior, de la que habla el Código, art. 1740 del CCyC) de una
manera más eficaz —incluso— que en el caso de una persona física, pues no hablamos de honor,
sino —dijimos— del concepto asimilable, pero no idéntico, de reputación. Resulta evidente, desde
hace muchos años, que una campaña publicitaria acorde (no la mera publicación de una sentencia de
condena milimétrica a pie de página de un diario) puede dañar o mejorar la reputación de una
empresa, club de fútbol, fundación o similares, y que incluso la difusión del éxito en una disputa en la
que estaba en juego el prestigio de una organización puede lograr beneficios de ese tipo. La lesión al
honor no es totalmente reparable en el caso de las personas físicas con una publicidad, pero en el
caso de la reputación de las personas jurídicas —que son entes sociales— sí, porque carecen de
intimidad y porque su hábitat es el público mercado y no su residencia personal.
Se sigue de lo expuesto que la reputación de una persona jurídica como ítem extrapatrimonial puede
ser restablecida a través de una condena razonable que ordene una adecuada publicidad u otra serie
de medidas similares que, tomando en consideración las circunstancias del caso, mejore la
reputación de la persona jurídica en la esfera de su ámbito reponiéndose las cosas al estado anterior
del daño, siguiendo la línea de reparación integral del art. 1740 del CCyC. Por ejemplo, en el caso
“Kasdorf”, el estado de Jujuy hubiera debido hacer una campaña a favor de las propiedades del
lácteo “Bonalac”, por el mismo período de tiempo en que duró su ilegítima acción, en todos los
lugares en que impuso su accionar dañoso.
Consideramos que este tipo de condena admisible, conforme la concepción que sostenemos de las
personas jurídicas (que no son ni una ficción, ni un organismo viviente), resultará suficientemente
eficaz para reparar las consecuencias extrapatrimonialmente dañosas de los hechos, que es la
derivada del daño a la reputación de la persona jurídica. Por supuesto, que el costo de este tipo de
publicidad es económicamente mensurable, como cualquier condena dentro de ese ámbito y que, en
su caso, el juez podrá morigerarlo, en función de lo dispuesto por el art. 1742 del CCyC; pero eso no
significa que el tipo de resarcimiento no tenga origen en una lesión no estrictamente patrimonial.
Además de todo ello, debe considerarse que la reputación de una persona jurídica, por sí, no genera
ganancias mensurables (por ejemplo, si el individuo no realiza actividad alguna), pero —sin
embargo— contribuye para que ellas se puedan producir. Si no se tienen además habilidades,
relaciones personales y activos que produzcan rentas en el marco de una actividad, con la mera
reputación no habrá ganancias.
La reputación comercial, entonces, genera también otros intangibles que son patrimoniales y
resarcibles y que deben ser protegidos bajo el instituto de la pérdida de chances (art. 1738 del CCyC),
que son tan estimables como cualquier otro daño, si la contingencia resulta razonable [en nuestros
propios términos “plausible” (18)], según el art. 1739 del CCyC. La pérdida de chances es un aspecto
inmaterial dentro de los daños patrimoniales, que debe computarse junto al daño extrapatrimonial
en sí, que es resarcible conforme lo acabamos de explicar.
Todo ello sin perjuicio de otras pérdidas que puedan ser computadas patrimonialmente como lucro
cesante, en función del art. 1738 del CCyC, que en nuestro Código se ha establecido sobre la base —a
nuestro juicio— errónea de probabilidades objetivas, cuando se trata de una estricta cuestión causal
vinculada a la pérdida de beneficios razonablemente esperados (19).
Una última reflexión en torno al daño moral identificado como afección íntima y espiritual, atributos
que se dice que carecen las personas jurídicas, sosteniéndose por alguna doctrina que carecen de
corazón y expresiones de ese estilo. Hemos dicho antes que resulta insostenible pretender que las
personas jurídicas actúen sin discernimiento. No lo dice, por supuesto, nuestro Código, a pesar de las
sentencias en sentido diferente, y resulta patente que no se ha creado una línea divisoria de actos
para las personas jurídicas y para las personas físicas.
Pero la cuestión espiritual como afección íntima se verifica en la mayoría de los fallos que privan de
espíritu a las sociedades y a las personas jurídicas, lo que desemboca —como consecuencia lógica—
en la irreparabilidad del viejo daño moral a su favor.
Como ya hemos dicho en otra ocasión (20), los sentimientos y afectos no se alojan en el corazón, sino
en el cerebro de las personas físicas. Mente y cerebro se encuentran inescindiblemente unidos y el
estado de las neurociencias en la actualidad permite afirmar cierto monismo al respecto (21). Todo lo
mental parece ser una función cerebral, al par que todo lo espiritual. La comprobación de esta
afirmación se ha efectuado con la lesión supresiva accidental de algunas áreas del cerebro, que
inevitablemente provocan pérdida de emociones y de sentimientos, o con la ingesta de ciertas
drogas que afectan las funciones cerebrales, como se ha comprobado.
Las personas jurídicas no tienen otra razón ni otra moral objetivable más allá de la de los actos de
quienes los gobiernan y administran. Si el interés social resulta ser un dato objetivo —para nosotros
lo es, como ya lo hemos dicho en otra ocasión—, resulta objetivable (22) la reputación comercial,
pues contribuye (condición no suficiente) como valor extrapatrimonial a generar ganancias.
La reposición de las cosas al estado anterior es perfectamente posible a través de medios propios del
ámbito empresarial (marketing entendido en su concepto amplio que comprende, entre otros
aspectos, a la publicidad) y también los daños patrimoniales son susceptibles de ser estimados como
chances o, si fuera del caso y conforme las pruebas y relación causal de los hechos, como lucro
cesante. De más está decir que las chances, como concepto, no son cosas, pues no se incorporan al
patrimonio más que cuando se producen y efectivizan.
Si nuestro derecho privado recepta derechos de incidencia colectiva (arts. 14, 1737 del CCyC) y se
computa como tal al daño moral colectivo en la consideración de muchos, no pareciera ya razonable
sostener la posición negatoria en materia de personas jurídicas, a menos que se diga que un
colectivo impersonal piensa y siente, mientas que una persona jurídica no.
Concluimos, de acuerdo a la posición asumida, que lo asimilable al concepto de daño moral para las
personas jurídicas en el nuevo Código resulta reparable y cuantificable en dinero, desde el punto de
vista extrapatrimonial a través de una condena a hacer —realizar las publicidades o medidas
similares acerca del caso, idóneas para restablecer la reputación social dañada— y que, además, el
reflejo patrimonial del daño debe hallarse a título de pérdida de chances y lucro cesante en el Código
Civil y Comercial.
(1) El primer fallo corresponde a Corte Suprema de la República de Chile, dictado 28/10/2003, 1654-
2002, y es citado en un artículo que contiene estadísticas e información relevante cuyos autores son
los Dres. Ignacio Ríos Erazo y Rodrigo Silva Goñi, titulado “Daño moral a las personas jurídicas: ¿Qué
ha dicho nuestra jurisprudencia?” (REJ – Revista de Estudios de la Justicia, nro. 18, 2013). El cambio
de orientación del máximo tribunal chileno se produjo en autos “Importadora y Exportadora JYC
Ltda. v. Sociedad Comercial Cisandina Chile Ltda.”, de fecha 14/3/2005.
(2) Publ. en Gaceta Jurídica, nro. 297, 2005, p. 85. Hay un comentario favorable al fallo del Dr.
Marcelo Barrientos Zamorano, publ. en Revista Chilena de Derecho, vol. 34, nro. 1, 2007, ps.
135/138.
(3) Véase al respecto el artículo de Alma María Rodríguez Guitián, de la Facultad de Derecho
Universidad Autónoma de Madrid publicado en la Revista InDret, nro. 334, en Barcelona (abril de
2006), titulado “Daño moral y persona jurídica: ¿Contradicción entre la doctrina de la sala 1ª y la sala
2ª del Tribunal Supremo? Comentario a la STS, 2ª, 24.2.2005”.
(4) Lo dice así el artículo “Daño extrapatrimonial (o moral) a las personas jurídicas”, Revista Jurídica
del Perú, nro. 87, mayo 2008, p. 303, y LexisNexis Córdoba, nro. 4, 2008 (abril), p. 363.
(10) Con cita de BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, “Las personas jurídicas no son sujetos de daño moral”,
ED del 12/7/1990.
(11) “Supercemento SA v. Voladuras Córdoba SA s/ordinario”, con los votos de los Dres. Heredia,
Vassallo y Dieuzeide el día 10/10/2006; con cita del artículo de MOSSET ITURRASPE, Jorge, “¿Pueden
las personas jurídicas sufrir daño moral?”, LA LEY, 1984-C, 511.
(14) A nuestro entender, con influencia en tal sentido de la obra de ORGAZ, Alfredo, “El daño
resarcible”, Bibliográfica Argentina Omeba, Buenos Aires, 1952, 1ª ed.
(15) Ver ZAVALA de GONZÁLEZ, Matilde, “Las personas sin discernimiento y las personas jurídicas
como sujetos pasivos de daño moral”, JA, 1985-I-79, y la casi totalidad de la jurisprudencia nacional
al respecto.
(16) BOTTERI, José D. – COSTE, Diego, “Las sociedades comerciales bajo enfoque sistémico y
realista”, Revista de las Sociedades y Concursos, año 11, nro. 2010-4, Legis, Buenos Aires, p. 27.
(18) BOTTERI (h.), José D., “La causalidad, las probabilidades y las pérdidas de chance en el nuevo
Código Civil y Comercial”, elDial (http://www.eldial.com).
(20) DIEGO, Coste – BOTTERI (h.), José D., “El interés social desde un enfoque diferente”, ponencia
presentada en XII Congreso Argentino de Derecho Societario, Revista de Derecho Comercial,
Actualidad del interés social, del Consumidor y de la Empresa, año III, nro. 3, junio 2012.
(21) DAMASIO, Antonio, “El error de Descartes”, Paidós, Buenos Aires, 2011; CHURCHLAND, Patricia
S., “El cerebro moral”, Paidós, Buenos Aires, 2012; GAZZANIGA, Michael S., “The ethical brain”,
Harper Perennial, NY, 2006; PINKER, Steven, “La tabla rasa”, Paidós, Buenos Aires, 2012; IACOBONI,
Marco, “Las neuronas espejo”, Katz, Buenos Aires, 2012; EVERS, Kathinka, “Neuroética”, Katz, Buenos
Aires, 2010; GOLOMBECK, Diego, “Cavernas y palacios”, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011; HOFFMAN,
Rorris B., “Evolutionary Jurisprudence: The End of the Naturalistic Fallacy and the Begginign of
Natural Reform?”, en Law and Neuroscience, Oxford University Press, 2011, p. 483; ZAK, Paul J.,
“Neuroeconomics”, en Law and the Brain, Oxford University Press, 2009, p. 132; BACHRACH,
Estanislao, “Ágilmente”, Sudamericana, Buenos Aires, 2012; BUNGE, Mario A., “Treatise on Basic
Philosophy”, vol. 8, Ethics: the good and the right , Reidel, Netherlands, 1989, entre otros.
(22) En el mismo sentido, el trabajo del profesor de CÓRDOBA, Tale, Camilo, en “Daño moral a las
personas jurídicas y a las simples asociaciones”, en Anuario de Derecho Civil de la Universidad de
Córdoba, 1994. Tanto esta publicación como las posteriores que citaremos, nos fueron gentilmente
facilitadas por el Dr. Marcelo López Mesa.
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